«Después de varios exámenes y ver la evolución con el tiempo de las heridas del Padre Pío, no hay otra explicación que la de que nos encontramos ante un caso sobrenatural».
Con su primo Cesare, ateo y rabiosamente anticlerical, mantenían una discusión interminable, hasta que al fin un día le dijo:
–Cesare, anda, vete a San Giovanni Rotondo y encontrarás allí un testigo que acabará con todas tus objeciones. Después ya continuaremos hablando.
Cesare decidió ir, con el propósito de desenmascarar y denunciar lo que él creía ser un fraude.
El Padre Pío no le conocía ni sabía de su existencia. Cuando le vio entrar en la sacristía junto a otros peregrinos, le espetó bruscamente:
–¿Qué hace ése entre nosotros? Es un masón.
–Pues sí, es cierto, lo soy.
–¿Qué papel desempeñas en la masonería?
–Luchar contra la Iglesia.
El Padre Pío, sin decir más, le señaló el confesonario, y ante la estupefacción de todos los presentes el abogado masón se arrodilló, abrió su corazón, y con la ayuda del padre capuchino examinó toda su vida pasada. Cuando se levantó era otro hombre, ¡llevaba la paz en su corazón! Permaneció tres días en el convento y regresó a Génova. Su conversión salió en la primera página de los periódicos. Cesare Festa fue a Lourdes y volvió a San Giovanni Rotondo para recibir de manos del Padre Pío el escapulario de la Orden Tercera franciscana.
–Tengo en gran estima al Padre Pío, a pesar de algunos informes desfavorables que me han hecho llegar. Es un hombre de Dios. Comprométase usted a darlo a conocer, porque no es apreciado por todos como él se merece.
La Gran Logia italiana se reunió para expulsar al abogado renegado. Cesare Festa decidió asistir y dar a conocer su testimonio. El mismo día recibió una carta del Padre Pío animándole:
«No te avergüences de Cristo y de su doctrina; es momento de lucha a rostro descubierto. El Espíritu Santo te dará la fortaleza necesaria».
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