Sin lugar a dudas, el tiempo que le dediquemos a la adoración eucarística es una "inversión" de gracia. La mayor intensidad, la constante asiduidad de la adoración al Santísimo influye, ¡y de qué manera!, en la santidad personal y eclesial, en la fidelidad a la propia vocación, en la entrega sin reservas, en el apostolado activo, íntegro. Por el contrario, y la realidad se impone, cuando cesa o disminuye la adoración eucarística, en la Iglesia -y en el corazón de cada uno- entran la tibieza, la frivolidad, el cansancio, la falta de perseverancia.
"6. Con ocasión de este jubileo, aliento a los sacerdotes a revivir el recuerdo de su ordenación sacerdotal, mediante la cual Cristo los ha llamado a participar de una manera particular en su único sacerdocio, especialmente en la celebración del sacrificio eucarístico y en la edificación de su Cuerpo místico, que es la Iglesia. Conviene que recuerden las palabras que pronunció el obispo durante la liturgia de su ordenación: “Tomad conciencia de lo que haréis, vivido lo que realizaréis, y configuraos con el misterio de la cruz del Señor”. Acudiendo a la fuente de los sagrados misterios mediante la contemplación asidua y regular, darán frutos espirituales para su vida personal y su ministerio y, a su vez, podrán hacer que el pueblo cristiano confiado a ellos sea cada vez más capaz de captar la grandeza “de su peculiar participación en el sacerdocio de Cristo” (Carta de Juan Pablo II a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo de 1996, nº 2).
7. “Los fieles, cuando adoran a Cristo, presente en el Santísimo Sacramento, deben recordar que esta presencia brota del sacrificio y tiende a la comunión tanto sacramental como espiritual” (Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, Instrucción sobre el culto a la Eucaristía, 50). Por tanto, exhorto a los cristianos visitar regularmente a Cristo presente en el Santísimo Sacramento del altar, pues todos estamos llamados a permanecer de manera continua en presencia de Dios, gracias a Aquel que permanece con nosotros hasta el fin de los tiempos. A través de la contemplación, los cristianos percibirán con mayor profundidad que el misterio pascual está en el centro de toda la vida cristiana. Este hecho los lleva a unirse más intensamente en el misterio pascual y a hacer del sacrificio eucarístico, don perfecto, el centro de su vida, según su vocación específica, porque “confiere al pueblo cristiano una dignidad incomparable” (Pablo VI, Mysterium fidei, 37). En efecto, en la Eucaristía Cristo nos acoge, nos perdona, nos alimenta con su palabra y su pan, y nos envía en misión al mundo; así, cada uno está llamado a testimoniar lo que ha recibido y a hacer lo mismo con sus hermanos. Los fieles robustecen su esperanza, descubriendo que, con Cristo, el sufrimiento y la tristeza pueden transfigurarse, puesto que con él ya hemos pasado de la muerte a la vida. Por eso, cuando ofrecen al Señor de la historia su propia vida, su trabajo y toda la creación, él ilumina sus jornadas.
8. Recomiendo a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, al igual que a los laicos, que prosigan e intensifiquen sus esfuerzos por enseñar a las generaciones jóvenes el sentido y el valor de la adoración y la devoción eucarísticas. ¿Cómo podrán los jóvenes conocer al Señor, si no se los introduce en el misterio de su presencia? Como el joven Samuel, aprendiendo las palabras de la oración del corazón, estarán más cercanos al Señor que los acompañará en su crecimiento espiritual y humano y en el testimonio misionero que han de dar durante toda su existencia. El misterio eucarístico es, en efecto, “la cumbre de toda evangelización” (PO 5), puesto que es el testimonio más eminente de la resurrección de Cristo. Toda vida interior necesita silencio e intimidad con Cristo para desarrollarse. Esta familiaridad progresiva con el Señor permitirá que algunos jóvenes se comprometan en el servicio del acolitado y participen más activamente en la misa; también para los muchachos estar en torno al altar es una ocasión privilegiada para escuchar la llamada de Cristo a seguirlo más radicalmente en el ministerio sacerdotal".
(Mensaje de Juan Pablo II a monseñor Albert Houssiau, obispo de Lieja, en el 750 aniversario de la fiesta del Corpus Christi, 28-5-1996, nn. 6-8).
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