Oración por la Conversión de los Pecadores
Señor, tú eres bondadoso y misericordioso, y todo lo hiciste muy bien, creando de la nada cuanto existe. Señor, tú eres clemente y comprensivo, y no quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Señor tú eres paciente y fiel, y esperas al hijo pródigo e invitas al justo a alegrarse a su regreso.
Señor, tú tanto amaste al mundo, que enviaste a tu Hijo único, no para juzgarnos, sino para salvarnos. Señor, tú quieres que todos los hombres se salven, lleguen al conocimiento de la verdad y sean uno como tú eres uno. Te pido la conversión de los que, como yo, son pecadores, quiero unirme, junto al Padre Pío, a tu deseo de salvación universal, solidarizándome con mis hermanos y emprendiendo con ellos un camino de sincera conversión. Dame la gracia de cumplir tus mandamientos alimentando al hambriento, dando de beber al sediento, vistiendo al desnudo, alojando al forastero, visitando al enfermo y al encarcelado, descubriéndote y respetándote en la obra de tus manos. Cambia mi forma de pensar y de sentir, porque muchas veces no parezco hijo tuyo. Permíteme disfrutar al final de los tiempos del banquete que tienes preparado no sólo para los que te conocen y sirven, sino también para aquellos que no han tenido esa gracia y que, a pesar de no saberlo, también son hijos tuyos. Amén.
El Padre Pío como Director Espiritual
El director espiritual
El padre Pío inició su actividad de dirección espiritual, en el sentido ordinario de la expresión, con un primer grupillo de almas desde su llegada a San Giovanni Rotondo. Los puntos clave fueron dos encuentros semanales con conferencias en común, la propuesta de los medios de perfección más principales, según la doctrina común tradicional, y la unidad de padre espiritual y confesor.
No es erróneo el reconocer en este pequeño grupo el primer «grupo de oración», según su propósito de formar «pocas y bien formadas almas que a su vez serán simiente para otras almas», y, según su misma sugerencia expresada en el desarrollo de las reuniones: «Los materiales están preparados -dijo-, ahora comenzar a construir». Pero el aspecto más notable de la dirección espiritual del padre Pío y de su estatura como director espiritual se puede deducir de la dirección por correspondencia, considerada por los expertos como extraordinaria. El epistolario publicado comprende tres volúmenes. Tal correspondencia, interrumpida por orden del entonces Santo Oficio el 2 de junio de 1922, ocupa ciertamente un puesto de honor entre los epistolarios clásicos del género.
Motivos de espacio no permiten ni siquiera una sumaria indicación de las características y dimensiones de la dirección espiritual hecha por el padre Pío, y por eso hay que remitirse a los estudios realizados por el padre Melchor de Pobladura: En la escuela espiritual del padre Pío y Problemática de la dirección espiritual en el epistolario del padre Pío.
La novedad de tal dirección no hay que buscarla tanto en los medios y en las indicaciones de teología espiritual cuanto en la constancia de vivir en primera persona y en hacer vivir a las almas dirigidas las verdades fundamentales de la fe, es decir, en la figura del director espiritual.
Con este fin, conviene hacer aquí una primera observación y es que, en la galería de las muchísimas almas dirigidas por él, el padre Pío conmensura el hilo conductor del compromiso en santificarse a la gran variedad de edad, cultura, condición social o profesión de cada una de las personas. El padre Pío se nos revela como un genial y santo artista del método diferenciado. Le dijeron en una ocasión: «Padre, verdaderamente sois todo de todos». Y él añadió rápidamente: «Corrige. ¡Soy todo de cada uno! Cada cual puede decir: el padre es mío».
Esta totalidad de rendición voluntaria, centrada en cada una de las almas, está basada en la profunda convicción de actuar por mandato de Dios: «Yo soy un instrumento en las manos divinas, que sólo sirve para algo si es manejado por el artífice divino». La exigencia de que los demás vean a Dios y no la imagen del director es el segundo punto relevante, el cual nos permite explicar, con dificultad pero de forma segura, la fuerza moral, a veces brusca y dolorosa, ejercitada al guiar las almas hacia Dios.
«Siguiendo al padre Pío -confiesa cándidamente una hija espiritual- se sufría fuertemente: sus pruebas, sus reprensiones, su diferente trato con las almas, partía de dolor el corazón y se necesitaba mucha fe para decir que su modo de proceder así era justo».
Un tercer elemento de relieve, que subraya su constante vocación corredentora, es la clara, sincera, íntima participación del director espiritual padre Pío en las angustias, conflictos interiores, desolaciones y penas de las almas dirigidas: «Siento como mías vuestras aflicciones». «Haré míos todos vuestros dolores y todos los ofreceré en holocausto al Señor por vosotros». Es el método de la dirección espiritual participada que caracteriza específicamente al padre Pío como director espiritual y hace más eficaz su trabajo como guía de la perfección. El padre Pío se sentía dirigiendo a las almas como el «pobre cireneo», el «piadoso cireneo que lleva la cruz por todos».
La clientela mundial
La característica más típica de la poderosa llamada de lo divino realizada por el padre Pío durante cincuenta años, es la universalidad. Casi como por una especie de atracción de gravedad, de todas las partes del mundo se moviliza la gente para acercarse al padre Pío. Gente de todas las edades, de toda clase social, de cualquier condición económica, de todas las jerarquías eclesiásticas y políticas, de todo nivel cultural; gente de todas las naciones, de todas las razas acude al padre Pío con su carga de problemas y necesidades. Y cuando la gente no puede viajar hasta él, escribe centenares, quizá miles de cartas al día en todos los idiomas: desde los más diferentes dialectos italianos a la mayoría de las lenguas más difundidas en el mundo. La novedad del hecho manifiesta una especie de revolución copernicana en San Giovanni Rotondo, realizada por el padre Pío en un momento histórico en el cual se pone de relieve la respuesta al mandamiento evangélico: «Id a todo el mundo», con un exagerado activismo. Pero en San Giovanni Rotondo se cumple aquello que Jesús había dicho de sí mismo: «Venid todos a mí». Autorizada y manifiestamente este hecho ha sido puesto de relieve por el papa Pablo VI cuando se ha referido a la «clientela mundial» del padre Pío. Y es natural preguntarse con fray Maseo: «¿Por qué a ti, por qué a ti, por qué a ti?»… Y la respuesta, una vez más, viene dada por el propio Pablo VI que define al padre Pío como «el representante marcado con los estigmas de nuestro Señor» (20 septiembre 1971). La gente no lleva a San Giovanni Rotondo sólo su carga de problemas y necesidades, sino que en lo más íntimo de su alma lleva consigo la única necesidad de ver a Dios y a Jesucristo en el hombre de Dios que es el padre Pío. Se repiten las maravillas de Dios: «Cuando sea levantado sobre la tierra atraeré todos a mí». El mundo percibía claramente la respuesta alternativa al problema fundamental de su siglo: no se puede ser santos sin Dios, no se puede vivir sin la gracia. «Siento asiduamente una voz que me dice: santifícate y santifica», había dicho el padre Pío a una de sus hijas espirituales en el lejano noviembre de 1922. Y con intuición maravillosa la gente de todo el mundo comprendía rápidamente que las señales en las manos, en los pies y en el costado del primer sacerdote estigmatizado no podían ser interpretadas sino como «motivos de credibilidad» de la misión del padre Pío en el mundo contemporáneo de ser clavado en la cruz para actualizar la redención; y comprendía más pronto todavía que los dones carismáticos concedidos por Dios al padre Pío -como el discernimiento de espíritus, la profecía, el don de la bilocación, los efluvios y perfumes olorosos- no eran otra cosa que «medios providenciales para acreditar el misterio de la reconciliación con Dios». Sin embargo, la «clientela mundial», al mismo tiempo, crecía en torno al padre Pío por otra línea de fuerza, de naturaleza esencialmente espiritual: la dirección de las almas, la confesión sacramental y la celebración de la misa.
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