El domingo 21 de junio, tras las huellas del Padre Pío
El Papa Benedicto XVI visitó la tumba de uno de los grandes santos del siglo XX: el Padre Pío, cuyos restos se encuentran en San Giovanni Rotondo, Italia, un permanente destino de peregrinaciones.
La visita no fue casual. Autoridades franciscanos acertadamente ya dijeron que el Padre Pío es el ‘Cura de Ars’ de nuestros días.
Los superiores apostaban a que ejercería un mediocre apostolado y por ello lo enviaron, una vez ordenado, a un pobre caserío con muy pocos habitantes: Ars, en la Diócesis de Balley.
Para sorpresa de todos, 40 años permaneció en el pueblo y fue tan buen predicador y pasaba tantas horas en el confesionario que su prestigio se extendió y de todas partes acudían para pedirle consejos al punto que una empresa ferroviaria tuvo que organizar las corridas de los visitantes en partidas especiales.
Por su parte, el padre Pío también pasaba largas horas en el confesionario y de igual modo tuvo problemas algunos de sus superiores, quienes por envidia y prudencia frente a su creciente fama, le hicieron la vida de cuadritos.
Desde su muerte, el padre Pío ha recibido la visita de dos Pontífices: Juan Pablo II y ahora Benedicto XVI, quien resumo su discurso en pocas palabras: “Guiar las almas y aliviar el sufrimiento”.
En medio de algunos escándalos en los que se han visto involucrado algunos sacerdotes en todo el mundo, el Año Sacerdotal servirá para que juntos, religiosos y fieles, mediten profundamente sobre el papel que tienen por obligación de desempeñar en la Iglesia y en la propia sociedad.
Santa Teresa de Lisieux, en ‘Historia de un Alma’, decía que no es lo mismo hablar de Dios que hablar con Dios, y en este sentido el Papa invita a que este año los sacerdotes sigan ambos caminos, porque el púlpito no hace al sacerdote si éste no entabla una relación permanente e íntima con Dios.
El ejemplo que dieron con sus vidas el Cura de Ars y el Padre Pío y otros más, se reduce a aspectos básicos del apostolado, como la sencillez, el amor, la coherencia entre el hablar y el actuar, y por supuesto, la absoluta entrega con vocación de servicio al prójimo. Quienes se ocultan tras la casulla para cometer fechorías hacen graves daños a la Iglesia.
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