La cultura occidental parece haber abandonado a Dios. Pero Dios... ¿Abandona a sus hijos e hijas?
Muchos corazones han llegado a una especie de “apostasía silenciosa”. La expresión fue utilizada por Juan Pablo II en un documento del año 2003, Ecclesia in Europa, dedicado a analizar la situación de la Iglesia en elviejo continente.
¿En qué consiste la apostasía? En un rechazo global y completo de la Fe. Es un esfuerzo por cortar raíces, por decir “no” a todo lo que uno ha recibido a través de la familia, de la comunidad, quizá también de la escuela. Consiste en optar por vivir de espaldas a la religión, la cual se rechaza y de la que no se quiere saber absolutamente nada.
Algunos, para hacer más patente su apostasía, para hacerla “ruidosa”, promueven certificados y actos públicos de renuncia a la fe, de rechazo del propio bautismo. Quieren que conste claramente su posición de ruptura, porque desean vivir, según dicen, con una mayor libertad. La mayoría, simplemente vive en el olvido absoluto de Dios, sin grandes manifestaciones pero con actitudes bien definidas.
Decir no a Dios es posible porque tenemos ese gran don que es la libertad. Como también es posible, desde la misma libertad, dar un sí lleno de alegría y esperanza.
El bautismo que muchos recibimos significó un pacto de libertades: la libertad de Dios y la libertad del hombre. Quienes fuimos bautizados de niños recibimos este sacramento por deseo de nuestros padres. Otros se han bautizado ya adultos y concientes de su elección. En todos los casos, llegados a la edad del la madurez, cada uno tiene el suficiente discernimiento para ratificar esta Alianza o para romperla.
En los contratos humanos si una de las partes rompe el pacto, la otra parte queda libre de todos los compromisos asumidos. Con Dios, en cambio, no ocurre lo mismo. ¿Por qué? Porque Él mantiene su Palabra, mantiene su Alianza, no se “echa para atrás” aún cuando sus hijos pretenden olvidarlo.
Cada uno tiene plena libertad de escoger aquello que más desee. ¡También Dios es libre! Por eso puede decir:
“Tú rompes el pacto, pero yo mantengo mi promesa de Amor. Te quiero aunque tú no quieras. Te espero aunque prefieras seguir por tus caminos. Te llamo aunque cierres los oídos a mis ruegos. Respeto tus opciones, pero déjame a mí también ser libre. Quiero tener los brazos abiertos y la mesa preparada para cuando tú decidas, para cuando necesites volver a casa y descansar en mi regazo, encontrar en Mí eso que ahora buscas por senderos lejanos”.
Dios es fiel. Siempre.
Vivimos en una época de apostasía, silenciosa a veces, ruidosa otras. Podemos seguir la corriente y declararnos personas “superadas” que ya no viven bajo “la sombra del pasado oscurantista de la religión” o podemos hacer nuestra opción personal por Dios, con la confianza de quien se sabe un hijo amado, llamado como tantos otros hermanos a vivir una Alianza inquebrantable.
Frente a una cultura antirreligiosa, nuestra vida puede ser un testimonio que ilumine a otras personas, una invitación a volver al Padre. Esto es, quizás, el deseo más oculto de muchos corazones insatisfechos, hechos para el amor y la alegría, necesitados de esperanzas y consuelos más que humanos...
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