Al cabo de muy duras e infructuosas fatigas, creyendo, por el tiempo transcurrido y por no o�r ning�n rumor de vida, que sus pobres hermanos hab�an fallecido, se decidi� a rellenar el pozo y a colocar una l�pida en su memoria.
Al conocer la madre la resoluci�n tomada, acudi� al punto y con llantos y requerimientos, logr� que se prosiguieran las excavaciones.
Todos consideraban in�tiles los trabajos, por haber pasado ya ocho d�as; pero quisieron condescender con los anhelos de su madre, que deseaba ver siquiera los cad�veres de sus dos hijos. Al fin dieron con los infelices que se hallaban en un gran extremo de agotamiento; pero a�n con vida. Dec�an haber o�do distintamente las voces y ruidos de los trabajos de salvamento; pero que como ten�an el cuerpo tan exhausto y la voluntad tan rendida al desmayo, no acertaban a contestar.
Al ser interrogados sobre c�mo hab�an podido resistir aquellos ochos d�as, comentaron que beb�an el agua que rezumaban las paredes de su l�brego encierro y mordisqueaban las correas y zapatos que llevaban. El amor de su madre los salv�.
Lo mismo acontece con muchos pecadores, hundidos en el fango de los vicios. Todas las fatigas de los hombres para conducirlos al buen camino, son vanas. Del fondo de la profunda sima en que cayeron no viene ya ning�n rumor de vida; parecen muertos a la gracia para siempre.
Pero hay una Madre, que vela por ellos, y es la Virgen Mar�a. Si Ella intercede en su favor e implora de Jesucristo la salvaci�n de aquellos hijos descarriados, se operar� el milagro de los milagros: recobrar�n la vida espiritual de la gracia, que les har� acreedores a la vida eterna de la gloria.
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