martes, 8 de octubre de 2013

Teresa de Jesús (de Ávila), Santa

Doctora de la Iglesia, 15 de octubre
 
 
Teresa de Jesús (de Ávila), Santa
Teresa de Jesús (de Ávila), Santa

Virgen Carmelita
Doctora de la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, que nacida en Ávila, ciudad de España, y agregada a la Orden de los Carmelitas, llegó a ser madre y maestra de una observancia más estrecha, y en su corazón concibió un plan de crecimiento espiritual bajo la forma de una ascensión por grados del alma hacia Dios, pero a causa de la reforma de su Orden hubo de sufrir dificultades, que superó con ánimo esforzado, y compuso libros en los que muestra una sólida doctrina y el fruto de su experiencia (1582).

Etimología: Teresa = Aquella que es experta en la caza, viene del griego


Nacida en Ávila el año 1515, Teresa de Cepeda y Ahumada emprendió a los cuarenta años la tarea de reformar la orden carmelitana según su regla primitiva, guiada por Dios por medio de coloquios místicos, y con la ayuda de San Juan de la Cruz (quien a su vez reformó la rama masculina de su Orden, separando a los Carmelitas descalzos de los calzados). Se trató de una misión casi inverosímil para una mujer de salud delicada como la suya: desde el monasterio de San José, fuera de las murallas de Avila, primer convento del Carmelo reformado por ella, partió, con la carga de los tesoros de su Castillo interior, en todas las direcciones de España y llevó a cabo numerosas fundaciones, suscitando también muchos resentimientos, hasta el punto que temporáneamente se le quitó el permiso de trazar otras reformas y de fundar nuevas cases.

Maestra de místicos y directora de conciencias, tuvo contactos epistolares hasta con el rey Felipe II de España y con los personajes más ilustres de su tiempo; pero como mujer práctica se ocupaba de las cosas mínimas del monasterio y nunca descuidaba la parte económica, porque, como ella misma decía: “Teresa, sin la gracia de Dios, es una pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la gracia de Dios y mucho dinero, una potencia”. Por petición del confesor, Teresa escribió la historia de su vida, un libro de confesiones entre los más sinceros e impresionantes. En la introducción hace esta observación: “Yo hubiera querido que, así como me han ordenado escribir mi modo de oración y las gracias que me ha concedido el Señor, me hubieran permitido también narrar detalladamente y con claridad mis grandes pecados. Es la historia de un alma que lucha apasionadamente por subir, sin lograrlo, al principio”. Por esto, desde el punto de vista humano, Teresa es una figura cercana, que se presenta como criatura de carne y hueso, todo lo contrario de la representación idealista y angélica de Bernini.

Desde la niñez había manifestado un temperamento exuberante (a los siete años se escapó de casa para buscar el martirio en Africa), y una contrastante tendencia a la vida mística y a la actividad práctica, organizativa. Dos veces se enfermó gravemente. Durante la enfermedad comenzó a vivir algunas experiencias místicas que transformaron profundamente su vida interior, dándole la percepción de la presencia de Dios y la experiencia de fenómenos místicos que ella describió más tarde en sus libros: “El camino de la perfección”, “Pensamientos sobre el amor de Dios” y “El castillo interior”.

Murió en Alba de Tormes en la noche del 14 de octubre de 1582, y en 1622 fue proclamada santa. El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI la proclamó doctora de la Iglesia.

Si quieres ahondar más en la vida de Santa Teresa de Ávila consulta:
 
 

Santa Teresa de Jesús

   
Santa Teresa de Jesús
Teresa of Avila dsc01644.jpg
Por Peter Paul Rubens
Fundadora
Proclamada Doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970 por el papa Pablo VI
NombreTeresa de Cepeda y Ahumada
Nacimiento28 de marzo, 1515
Ávila, España
Fallecimiento4 de octubre, 1582
Alba de Tormes, España
Venerada enIglesia católica
Beatificación24 de abril de 1614 por Paulo V
Canonización24 de abril de 1622 por Gregorio XV
Festividad
PatronazgoDe los escritores
Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida por el nombre de Santa Teresa de Jesús o simplemente Teresa de Ávila (Ávila, 28 de marzo de 1515Alba de Tormes, 4 de octubre de 1582), fue una religiosa, doctora de la Iglesia Católica, mística y escritora española, fundadora de las carmelitas descalzas, rama de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (o carmelitas).

 

Familia

Se llamaba Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, aunque generalmente usó el nombre de Teresa de Ahumada hasta que comenzó la reforma, cambiando entonces su nombre por Teresa de Jesús.
El padre de Teresa era Alonso Sánchez de Cepeda, descendiente de familia judía conversa. Alonso tuvo dos mujeres. Con la primera, Catalina del Peso y Henao, tuvo dos hijos: María y Juan de Cepeda. Con su segunda esposa, Beatriz Dávila y Ahumada (emparentada con muchas familias ilustres de Castilla), que murió cuando Teresa contaba unos 12 años, tuvo otros diez: Hernando, Rodrigo, Teresa, Juan (de Ahumada), Lorenzo, Antonio, Pedro, Jerónimo, Agustín y Juana.
Según una tradición oral, su hermano Pedro Alonso Sánchez de Cepeda y Ahumada en 1562 llegó a lo que hoy día es Nicaragua, al puerto de El Realejo y de allí a El Viejo (actual departamento de Chinandega) con la imagen de la Virgen María en su advocación de la Inmaculada Concepción, para luego viajar a Perú. Los nativos se opusieron a que se llevara la imagen y ésta permanece hasta hoy en la Basílica Menor de El Viejo.

Infancia

 
Estatua de Santa Teresa al lado de la Puerta del Alcázar de la muralla de Ávila.
Según relata la propia Teresa en los escritos destinados a su confesor y reunidos en el libro Vida de Santa Teresa de Jesús, desde sus primeros años mostró Teresa una imaginación vehemente y apasionada. Su padre, aficionado a la lectura, tenía algunos romanceros; esta lectura y las prácticas piadosas comenzaron a despertar el corazón y la inteligencia de la pequeña Teresa con seis o siete años de edad.
En dicho tiempo pensó ya en sufrir el martirio, para lo cual, ella y uno de sus hermanos, Rodrigo, un año mayor, trataron de ir a las «tierras de infieles», es decir, tierras ocupadas por los musulmanes, pidiendo limosna, para que allí los descabezasen. Su tío los trajo de vuelta a casa. Convencidos de que su proyecto era irrealizable, los dos hermanos acordaron ser ermitaños. Teresa escribe:
En una huerta que había en casa, procurábamos como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas piedrecitas, que luego se nos caían, y así no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo... Hacía (yo) limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario... Gustaba (yo) mucho cuando jugaba con otras niñas, hacer monasterios como que éramos monjas.
Parece que perdió a su madre hacia 1527, o sea a los 12 años de edad. Ya en aquel tiempo su vocación religiosa había sido continuamente demostrada. Aficionada a la lectura de libros de caballerías,
Comencé a traer galas, y a desear contentar en parecer bien, un mucho cuidado de manos y cabello y olores, y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas, por ser muy curiosa... Tenía primos hermanos algunos... eran casi de mi edad, poco mayores que yo; andábamos siempre juntos, teníanme gran amor y en todas las cosas que les daba contento, los sustentaba plática y oía sucesos de sus aficiones y niñerías, no nada buenas... Tomé todo el daño de una parienta (se cree que una prima), que trataba mucho en casa... Con ella era mi conversación y pláticas, porque me ayudaba a todas las cosas de pasatiempo, que yo quería, y aun me ponía en ellas, y daba parte de sus conversaciones y vanidades. Hasta que traté con ella, que fue de edad de catorce años... no me parece había dejado a Dios por culpa mortal.

Mudanza física y espiritual

Afectada por una grave enfermedad, volvió a casa de su padre, y ya curada, la llevaron al lado de su hermana María de Cepeda, que con su marido, don Martín de Guzmán y Barrientos, vivía en Castellanos de la Cañada, alquería de la dehesa que lleva dicho nombre, hoy sita en el término municipal de Zapardiel de la Cañada (Ávila). Luchando consigo misma, llegó a decir a su padre que deseaba ser monja, pues creía ella, dado su carácter, que el haberlo dicho bastaría para no volverse atrás. Su padre contestó que no lo consentiría mientras él viviera. Sin embargo, Teresa dejó la casa paterna, y entró el 2 de noviembre de 1533 en el convento de la Encarnación, en Ávila, y allí profesó el día 3 de noviembre de 1534.
Tras entrar al convento su estado de salud empeoró. Padeció desmayos, una cardiopatía no definida y otras molestias. Así pasó el primer año. Para curarla, la llevó su padre (1535) a Castellanos de la Cañada, con su hermana. En dicha aldea permaneció Teresa hasta la primavera de 1536. En Castellanos de la Cañada habría logrado (1535) la conversión de un clérigo concubinario. Entonces pasó a Becedas (Ávila). De vuelta en Ávila, el (Domingo de Ramos de 1537), sufrió un paroxismo de cuatro días en casa de su padre, quedando paralítica por más de dos años. Antes y después del parasismo, sus padecimientos físicos fueron horribles.

Favores espirituales

 
Santa Teresa de Jesús. Pintura al óleo de Alonso del Arco, siglo XVII.
A mediados de 1539 Teresa recuperó la salud; la tradición lo atribuyó en su día a la intercesión de San José. Con la salud Teresa recuperó las aficiones mundanas, fáciles de satisfacer, puesto que la clausura sólo se impuso como obligatoria a todas las religiosas a partir de 1563. En esa época Teresa de Ávila vivió nuevamente en el convento, donde recibía frecuentes visitas.
Afligida un tiempo después, abadonó la oración (1541). Según su testimonio se le apareció Jesucristo (1542) en el locutorio con semblante airado, reprendiéndole su trato familiar con seglares. No obstante, la monja permaneció en él durante muchos años, hasta que se movió a dejar el trato de seglares (1555) a la vista de una imagen de Jesús crucificado.
El padre de Teresa falleció en 1541. El sacerdote que lo había asistido en sus últimos momentos, el dominico Vicente Barón, se encargó de dirigir la conciencia de Teresa rememorando las últimas palabras del padre de ésta. Posteriormente, impresionada por estas palabras, Teresa enmendó su conducta y estuvo dispuesta a corregir sus faltas. Al cabo, Teresa se confortó con la lectura de las Confesiones, de San Agustín. Los jesuitas Juan de Prádanos y Baltasar Álvarez fundaron en Ávila un colegio de la Compañía (1555).
Teresa confesó con Prádanos; al año siguiente (1556) comenzó a sentir grandes favores espirituales y poco después se vio animada (1557) por San Francisco de Borja. Tuvo en 1558 su primer rapto y la visión del infierno; tomó por confesor (1559) a Baltasar Álvarez, que dirigió su conciencia durante unos seis años, y disfrutó, dice, de grandes favores celestiales, entre los que se contó la visión de Jesús resucitado. Hizo voto (1560) de aspirar siempre a lo más perfecto; San Pedro de Alcántara aprobó su espíritu y San Luis Beltrán la animó a llevar adelante su proyecto de reformar la Orden del Carmen, concebido hacia dicho año.
Teresa quería fundar en Ávila un monasterio para la estricta observancia de la regla de su orden, que comprendía la obligación de la pobreza, de la soledad y del silencio. Por mandato de su confesor, el dominico Pedro Ibáñez, escribió su vida (1561), trabajo que terminó hacia junio de 1562; añadió, por orden de fray García de Toledo, la fundación de San José; y por consejo de Soto volvió a escribir su vida en 1566.
Aquí es oportuno copiar al biógrafo francés Pierre Boudot:
En todas las páginas (del libro de su vida) se ven las huellas de una pasión viva, de una franqueza conmovedora, y de un iluminismo consagrado por la fe de fieles. Todas sus revelaciones atestiguan que creía firmemente en una unión espiritual entre ella y Jesucristo; veía a Dios, la Virgen, los santos y los ángeles en todo su esplendor, y de lo alto recibía inspiraciones que aprovechaba para la disciplina de su vida interior. En su juventud las aspiraciones que tuvo fueron raras y parecen confusas; sólo en plena edad madura se hicieron más distintas, más numerosas y también más extraordinarias. Pasaba de los cuarenta y tres años cuando por vez primera vivió un éxtasis. Sus visiones intelectuales se sucedieron sin interrupción durante dos años y medio (15591561). Sea por desconfianza, sea para probarla, sus superiores le prohibieron que se abandonase a estos fervores de devoción mística, que eran para ella una segunda vida, y la ordenaron que resistiera a estos arrobamientos, en que su salud se consumía. Obedeció ella, mas a pesar de sus esfuerzos, su oración era tan continua que ni aun el sueño podía interrumpir su curso. Al mismo tiempo, abrasada de un violento deseo de ver a Dios, se sentía morir. En este estado singular tuvo en varias ocasiones la visión que dio origen al establecimiento de una fiesta particular en la Orden del Carmelo.
El biógrafo francés alude al suceso (1559) que refiere la santa en estas líneas:
Vi a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal... No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parece todos se abrasan... Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas: al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento... Los días que duraba esto andaba como embobada, no quisiera ver ni hablar, sino abrasarme con mi pena, que para mí era mayor gloria, que cuantas hayan tomado lo criado.
Vida de Santa Teresa, cap. XXIX
Para perpetuar la memoria de dicha misteriosa herida, el Papa Benedicto XIII, a petición de los Carmelitas de España e Italia, estableció (1726) la fiesta de la transverberación del corazón de Santa Teresa. El biógrafo francés agrega:
Hasta exhalar el último suspiro Teresa gozó la dicha de conversar con las personas divinas, que la consolaban o revelaban ciertos secretos del cielo; la de ser transportada al infierno o al purgatorio, y aun la de presentir lo venidero.

Inicio de las fundaciones a lo largo de España

A fines de 1561 recibió Teresa cierta cantidad de dinero que le remitió desde el Perú uno de sus hermanos, y con ella se ayudó para continuar la proyectada fundación del Convento de San José. Para la misma obra contó con el concurso de su hermana Juana, a cuyo hijo Gonzalo se dice que resucitó la Santa. Esta, a principios de 1562, marchó a Toledo a casa de doña Luisa de la Cerda, en donde estuvo hasta junio. En el mismo año conoció al padre Báñez, que fue luego su principal director, y a fray García de Toledo, ambos dominicos.
Descontenta con la «relajación» de las normas que en 1432 habían sido mitigadas por Eugenio IV, Teresa decidió reformar la orden para volver a la austeridad, la pobreza y la clausura que consideraba el auténtico espíritu carmelitano. Pidió consejo a Francisco de Borja y a Pedro de Alcántara que aprobaron su espíritu y su doctrina.
Después de dos años de luchas llegó a sus manos la bula de Pío IV para la erección del convento de San José, en Ávila, ciudad a la que había regresado Teresa. Se abrió el monasterio de San José (24 de agosto de 1562); tomaron el hábito cuatro novicias en la nueva Orden de las Carmelitas Descalzas de San José; hubo alborotos en Ávila; se obligó a la Santa a regresar al convento de la Encarnación, y, calmados los ánimos, vivió Teresa cuatro años en el convento de San José con gran austeridad. Las religiosas adictas a la reforma de Teresa, dormían sobre un jergón de paja; llevaban sandalias de cuero o madera; consagraban ocho meses del año a los rigores del ayuno y se abstenían por completo de comer carne. Teresa no quiso para ella ninguna distinción, antes bien siguió confundida con las demás religiosas no pocos años.
La reforma propugnada por Teresa junto a San Juan de la Cruz, que, como se verá, comprendió también a los hombres, se llamó de los Carmelitas Descalzos, y progresó rápidamente, no obstante los escasos recursos de que disponía la santa. El padre Rossi, general del Carmen, visitó (1567) el convento de San José, lo aprobó, y dio permiso a Teresa para fundar otros de mujeres y dos de hombres. La santa, en aquel año, marchó a Medina del Campo para posesionarse de otro convento; estuvo en Madrid, y en Alcalá de Henares arregló el convento de descalzas fundado por su amiga María de Jesús. Por entonces se empezó a tratar de la reforma para hombres. En 1562 llegó a Malagón y fundó otro monasterio de la reforma. El monasterio fue bendecido en su inauguración el día de Ramos (11 de abril) de 1568. Como anécdota y dato curioso cabe decir que en la celda del monasterio que ocupó Santa Teresa hay una imagen suya sentada escribiendo en una pequeña mesa y que sólo se expone una vez cada 100 años en esa iglesia. Actualmente, en el monasterio viven carmelitas de clausura.
De Malagón se trasladó Teresa a Toledo, a donde llegó enferma (1568), y tras una corta residencia en Escalona, regresó a la ciudad de Ávila. De ella salió para Valladolid; allí dejó establecido otro convento, y por Medina y Duruelo de Blascomillán (Ávila), volvió al de Ávila (1569). Pasó a Toledo y Madrid; de aquí otra vez a Toledo, ciudad en la que experimentó muchas dificultades para la fundación de un convento, la cual quedó hecha a 13 de mayo, y vencidos otros obstáculos, tomó posesión del Convento de la Concepción Francisca de Pastrana (9 de julio). De vuelta en Toledo, allí permaneció un año, durante el cual hizo algunas breves excursiones a Medina, Valladolid y Pastrana. En Duruelo de Blascomillan (Ávila) se había fundado el primer convento de hombres (1568). Se afirma que vio Teresa milagrosamente el martirio del Padre Acevedo y otros 40 Jesuitas asesinados (1570) por el pirata protestante Jacobo Soria. Tras una visita a Pastrana, de donde regresó a Toledo, entró en Ávila (agosto).
Poco después se fundaba en Alcalá el tercer convento de descalzos, y en Salamanca, ciudad en que estuvo la santa, el séptimo de descalzas, al que siguió otro de mujeres en Alba de Tormes (25 de enero de 1571). De Alba volvió Teresa a Salamanca, siendo hospedada en el palacio de los condes de Monterrey; pasó a Medina, y de vuelta en Ávila, aceptó el priorato del convento de la Encarnación, cuya reforma consiguió. El priorato duró tres años. Se fundaron varios conventos más de descalzos; algunos en Andalucía abrazaron la reforma, y comenzó la discordia entre calzados y descalzos, todo ello en 1572, año en que Teresa recibió muchos favores espirituales en el convento de la Encarnación: tales fueron su desposorio místico con Jesucristo y un éxtasis en el locutorio cuando conversaba con San Juan de la Cruz. Teresa, que en el transcurso de su vida escribió muchas cartas, estuvo en Salamanca en 1573. Allí, obedeciendo a su director, el jesuita Ripalda, redactó el libro de sus fundaciones.

Resultados de la reforma carmelitana y tribulaciones de Teresa

 
El éxtasis de Santa Teresa. Escultura de Gian Lorenzo Bernini.
Vivió después en Alba (1574), de la que, a pesar de hallarse enferma y muy atribulada, pasó por Medina del Campo y Ávila a Segovia. En esta ciudad fundó otro convento, al que pasaron las religiosas del monasterio de Pastrana que fue abandonado debido al intento de doña Ana de Mendoza de la Cerda, la princesa de Éboli, de convertirse en religiosa bajo el nombre de sor Ana de la Madre de Dios, siguiendo un estilo de vida desapegado a la norma de la orden.
En dicho año se denunció a la Inquisición por vez primera la autobiografía de Teresa, que, de regreso en Ávila, terminado (6 de octubre) su priorato en la Encarnación, volvió a su convento de San José. A fines de año marchó a Valladolid. En principios de enero de 1575 por Medina del Campo, llegó a Ávila, y deteniéndose en Fontiveros, fue a Beas de Segura (Jaén) invitada por Catalina Godínez para funda allí. El camino lo hizo por Toledo, Malagón y Torre de Juan Abad, donde tomó ceniza el día 16 de febrero, en el trayecto se perdió en Sierra Morena, llegando esa misma tarde para la fundación del décimo convento de Carmelitas Descalzas (Beas de Segura), el 24 de febrero de 1575. En abril conoció al P. Jerónimo Gracián que estaba en Sevilla como visitador de la Orden, salió camino de la Corte, y enterado que estaba la santa en Beas desvió su camino, fue un encuentro gratificante para ambos. En Beas recibió una denuncia que puso la princesa de Éboli a la Inquisición española por el Libro de su Vida. Después se trasladó Teresa a Sevilla el 18 de mayo, estando enferma, y pasó grandes incomodidades en el viaje. Sufrió también grandes contradicciones en Sevilla, aunque logró fundar en ella el undécimo convento de descalzas.
Estalló la discordia entre carmelitas calzados y descalzos en el capítulo general celebrado por aquellos días en Plasencia; en virtud de las bulas pontificias se acordó tratar con rigor a los descalzos, que se habían extralimitado en sus fundaciones, y como fuera el padre Gracián (21 de noviembre), por comisión del nuncio, a visitar a los carmelitas calzados de Sevilla, estos resistieron la visita con gran alboroto. El padre Salazar, provincial de Castilla, intimó a Teresa que no hiciera más fundaciones y que se retirase a un convento sin salir de él. Trató la santa de retirarse a Valladolid, pero se opuso Gracián. En Sevilla estaba Teresa al fundarse en Caravaca (1 de enero de 1576) el duodécimo convento de descalzas. Delatada a la Inquisición por una religiosa salida del convento, eligió para su residencia el convento de Toledo. Dejó Sevilla (4 de junio), llegó a Malagón (11 de junio), y de allí a Toledo, donde ya estaba a principios de julio. Antes de establecerse, marchó al convento de Ávila para arreglar varios asuntos; pero regresó rápidamente a Toledo en compañía de Ana de San Bartolomé, a la que había tomado por secretaria. Allí concluyó el libro de Las fundaciones, las cuales se suspendieron en los cuatro años que duraron las persecuciones y conflictos entre calzados y descalzos. Eligió en Toledo por confesor a Velázquez.
Propaladas muchas calumnias contra Teresa, se trató de enviarla a un convento americano. Hizo la santa un viaje de Toledo a Ávila (julio de 1577), para someter a la Orden del Carmen el convento de San José, antes sujeto al ordinario. Miguel de la Columna y Baltasar de Jesús, desertores de la reforma, extendieron las calumnias contra los descalzos, a los que con tal motivo persiguió el nuncio Felipe Sega. Acudió Teresa al rey, que tomó en sus manos el asunto. Las monjas de la Encarnación, en Ávila, la eligieron priora, a pesar de las censuras del padre Valdemoro (octubre de 1577). La santa escribió (julio a noviembre) el libro de Las moradas. Sostuvo luego (1578) una polémica con el padre Suárez, provincial de los Jesuitas, y el nuncio redobló sus persecuciones hasta el punto de pretender destruir la reforma, desterrando a los principales descalzos y confinando a Toledo a Teresa, por él calificada de «fémina inquieta y andariega». En Sevilla un confesor delató a la Inquisición las supuestas faltas de la priora de las descalzas y de Teresa misma, sobre lo cual se formó un ruidoso expediente que puso en claro la inocencia de ambas.
Aquel año de (1578) la santa lo pasó en Ávila, y fue el más triste para Teresa, pues en una de sus cartas decía que le hacían guerra todos los demonios. Por entonces se hizo otra denuncia del Libro de su Vida. Desde principios de 1579 comenzó a calmarse la tempestad contra Teresa y su reforma. La santa escribió en Ávila (6 de junio) los cuatro avisos que dijo haber recibido del mismo Dios para aumento y conservación de su orden, los cuales publicó Fray Luis de León al fin del libro de la Vida. De Ávila salió (25 de junio) para visitar sus conventos. Sucesivamente estuvo en Medina del Campo, Valladolid, otra vez en Medina, en Alba de Tormes y Salamanca. De regreso en Ávila (noviembre), salió para Malagón, a pesar de estar enferma, y llegó a dicho pueblo (día 19) pasando por Toledo. En Villanueva de la Jara asistió a la fundación (25 de febrero de 1580) del decimotercer convento de descalzas. Regresó a Toledo, a pesar del mal estado de su salud y de los dolores de un brazo que se había roto (1577) resultado de una caída. En Toledo tuvo una parálisis y fallas cardíacas, que la pusieron a las puertas de la muerte. De allí pasó a Segovia y volvió a la ciudad de Ávila. Por aquellos días Gregorio XIII expidió las bulas (22 de junio) para la formación de provincia aparte para los descalzos. Teresa visitó Medina y Valladolid, donde cayó gravemente enferma. En Palencia fundó otro convento, al que siguieron dos de descalzos, uno en Valladolid y otro en Salamanca, ambos fundados en 1581. El decimoquinto de descalzas quedó fundado por la santa en Soria (3 de junio de 1581). Luego Teresa pasó por el Burgo de Osma, Segovia y Villacastín a la ciudad de Ávila, en la que las monjas del convento de San José la eligieron priora, cargo que hubo de aceptar. Después estuvo (1582) en Medina del Campo, Valladolid, Palencia y Burgos, casi siempre enferma.

Últimas fundaciones y muerte

 
Vidriera del Convento de Santa Teresa.
Supo que en Granada se había fundado el decimosexto convento de carmelitas, y uno de descalzos en Lisboa. El decimoséptimo de descalzas lo fundó ella en Burgos, donde escribió sus últimas fundaciones, incluyendo la de dicha ciudad. Saliendo de Burgos pasó por Palencia, Valladolid, cuya priora la echó del convento, Medina del Campo, cuya priora también la despreció, y Peñaranda. Al llegar a Alba de Tormes (20 de septiembre) su estado empeoró. Recibido el viático y confesada, murió en brazos de Ana de San Bartolomé la noche del 4 de octubre de 1582 (día en que el calendario juliano fue sustituido por el calendario gregoriano en España, por lo que ese día pasó a ser, viernes, 15 de octubre). Su cuerpo fue enterrado en el convento de la Anunciación de esta localidad, con grandes precauciones para evitar un robo. Exhumado el 25 de noviembre de 1585, quedó allí un brazo y se llevó el resto del cuerpo a Ávila, donde se colocó en la sala capitular; pero el cadáver, por mandato del Papa, fue devuelto al pueblo de Alba, habiéndose hallado incorrupto (1586). Se elevó su sepulcro en 1598; se colocó su cuerpo en la capilla Nueva en 1616, y en 1670, todavía incorrupto, en una caja de plata. Beatificada Teresa en 1614 por Paulo V, e incluida entre las santas por Gregorio XV el 12 de marzo de 1622, fue designada (1627) para patrona de España por Urbano VIII. En 1626 las Cortes de Castilla la nombraron copatrona de los Reinos de España, pero los partidarios de Santiago Apóstol lograron revocar el acuerdo. Fue nombrada Doctora honoris causa por la Universidad de Salamanca y posteriormente fue designada patrona de los escritores.
En 1970 se convirtió (junto con Santa Catalina de Siena) en la primera mujer elevada por la Iglesia Católica a la condición de Doctora de la Iglesia, bajo el pontificado de Pablo VI. La Iglesia Católica celebra su fiesta el 15 de octubre.

Obra literaria

Cultivó además Teresa la poesía lírico-religiosa. Llevada de su entusiasmo, se sujetó menos que cuantos cultivaron dicho género a la imitación de los libros sagrados, apareciendo, por tanto, más original. Sus versos son fáciles, de estilo ardiente y apasionado, como nacido del amor ideal en que se abrasaba Teresa, amor que era en ella fuente inagotable de mística poesía.
Las obras místicas de carácter didáctico más importantes de cuantas escribió la santa se titulan: Camino de perfección (15621564); Conceptos del amor de Dios y El castillo interior (o Las moradas). Además de estas tres, pertenecen a dicho género las tituladas: Vida de Santa Teresa de Jesús (15621565) escrita por ella misma y cuyos originales se encuentran en la biblioteca del Monasterio de San Lorenzo del El Escorial; Libro de las relaciones; Libro de las fundaciones (15731582); Libro de las constituciones (1563); Avisos de Santa Teresa; Modo de visitar los conventos de religiosas; Exclamaciones del alma a su Dios; Meditaciones sobre los cantares; Visita de descalzas; Avisos; Ordenanzas de una cofradía; Apuntaciones; Desafío espiritual y Vejamen.
También escribió Teresa poesías, escritos breves y escritos sueltos sin considerar una serie de obras que se le atribuyen. Escribió Teresa también 409 Cartas, publicadas en distintos epistolarios. Los escritos de la santa se han traducido a varios idiomas. El nombre de Santa Teresa de Jesús figura en el Catálogo de autoridades de la lengua publicado por la Real Academia Española.

Características físicas

 
Este retrato de Teresa es probablemente el retrato más fiel a su apariencia. Es una copia de un original pintado de ella en 1576 a la edad de 61 años. Fray Juan de la Miseria pintó el rostro de Santa Teresa sobre lienzo, que es el cuadro más parecido al aspecto original, por realizarlo con la protagonista delante de sus ojos, y con los pinceles en la mano.
Su confesor, Francisco de Ribera, trazó así el retrato de Teresa:
Era de muy buena estatura, y en su mocedad hermosa, y aun después de vieja parecía harto bien: el cuerpo abultado y muy blanco, el rostro redondo y lleno, de buen tamaño y proporción; la tez color blanca y encarnada, y cuando estaba en oración se le encendía y se ponía hermosísima, todo él limpio y apacible; el cabello, negro y crespo, y frente ancha, igual y hermosa; las cejas de un color rubio que tiraba algo a negro, grandes y algo gruesas, no muy en arco, sino algo llanas; los ojos negros y redondos y un poco carnosos; no grandes, pero muy bien puestos, vivos y graciosos, que en riéndose se reían todos y mostraban alegría, y por otra parte muy graves, cuando ella quería mostrar en el rostro gravedad; la nariz pequeña y no muy levantada de en medio, tenía la punta redonda y un poco inclinada para abajo; las ventanas de ella arqueadas y pequeñas; la boca ni grande ni pequeña; el labio de arriba delgado y derecho; y el de abajo grueso y un poco caído, de muy buena gracia y color; los dientes muy buenos; la barba bien hecha; las orejas ni chicas ni grandes; la garganta ancha y no alta, sino antes metida un poco; las manos pequeñas y muy lindas. En la cara tenía tres lunares pequeños al lado izquierdo, que le daban mucha gracia, uno más abajo de la mitad de la nariz, otro entre la nariz y la boca, y el tercero debajo de la boca. Toda junta parecía muy bien y de muy buen aire en el andar, y era tan amable y apacible, que a todas las personas que la miraban comúnmente aplacía mucho.

Enseñanzas

Teresa transmite con espontaneidad su experiencia personal. Primero más de 20 años de oración estéril (sequedad o acedía), coincidiendo con enfermedades por las que padece tremendos sufrimientos. Después, a partir de los 41 años, fuertes y vivas experiencias místicas, a las que sus confesores califican como imaginarias o incluso como obra del demonio, aunque Teresa confía en su origen divino por el efecto que dejan de paz, refuerzo de las virtudes (especialmente de la humildad) y anhelo de servir a Dios y a los otros. La Inquisición vigiló muy de cerca sus escritos temiendo textos que incitaran a seguir la reforma iniciada ya en Europa. Muchos de sus textos están autocensurados, temiendo esta vigilancia. Su manuscrito "Meditaciones Sobre El Cantar de los Cantares" fue quemado por ella misma por orden de su confesor, en una época en que estaba prohibida la difusión de las Sagradas Escrituras en romance. La experiencia vivida y transmitida por Teresa en todos sus escritos se basa en la oración como el modo por excelencia de relación y comunicación con Dios.

Grados de oración

Los capítulos 11 a 23 del libro de La Vida son un tratado de oración clásico y único, donde compara los niveles de oración con cuatro formas de regar un huerto. Las flores que este dará son las virtudes:
1.- Riego acarreando el agua con cubos desde un pozo.
Corresponde con la oración mental, interior o meditativa, que es un discurso intelectual sin repetición de oraciones aprendidas. Se trata de recoger el pensamiento en el silencio, y evitar las continuas distracciones. La definición de Teresa de oración mental está recogida en el Catecismo de la Iglesia católica: “…que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama.” (Vida, 8, 5). Es la etapa que más esfuerzo personal requiere para tomar la decisión de iniciar este camino.
2.- Riego trasegándola con una noria.
Oración de quietud: también llamada contemplativa. La memoria, la imaginación y razón experimentan un recogimiento grande, aunque persisten las distracciones ahonda la concentración y la serenidad. El esfuerzo sigue siendo personal, se comienza a gustar de los frutos de la oración, lo que nos anima a perseverar.
3.- Riego con canales desde una acequia.
Oración de unión: El esfuerzo personal del orante es ya muy pequeño: memoria, imaginación y razón son absorbidas por un intenso sentimiento de amor y sosiego: “El gusto y suavidad y deleite es más sin comparación que lo pasado.” (Vida 16,1)
4.- Riego con la lluvia que viene del cielo.
Éxtasis o arrobamiento: Se pierde el contacto con el mundo por los sentimientos. “Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza“ (Vida 18, 1), se pierde incluso la sensación de estar en el cuerpo y cualquier posible control sobre lo que nos acontece. Corresponden con las descripciones de levitación.
En el libro Camino de Perfección (también llamado el Castillo Interior o Las Moradas) detalla las etapas de la oración en 7 pasos. Describiendo el alma como un castillo de cristal o diamante al que se entra por medio de la oración y en el que se van recorriendo diversas moradas.
Teresa insiste en perseverar en la oración con humildad frente a Dios sin exigir o buscar experiencias sobrenaturales: “…importa mucho entender que no a todos lleva Dios por un camino; y, por ventura, el que le pareciere va por muy más bajo está más alto…” (Camino de Perfección 27,2).
O dicho de otra forma: “El verdadero humilde ha de ir contento por el camino que le llevare el Señor" (Camino de Perfección 15, 2).

Reliquias y traslados

Nueve meses después de su muerte abrieron el ataúd y comprobaron que el cuerpo estaba entero y los vestidos podridos. Antes de devolver el cuerpo al cofre de enterramiento le diseccionaron una mano que envolvieron en una toquilla y la llevaron a Ávila. De esa mano cortó el padre Gracián el dedo meñique y, según su propio relato, lo mantuvo con él hasta que fue hecho prisionero por los turcos. Lo rescató a cambio de unas sortijas y 20 reales de la época.
Reunido el capítulo de los descalzos, acordó que el cuerpo de Teresa debía volver a Ávila y ser custodiado en el convento de san José. Se hizo el traslado un sábado de noviembre de 1585, casi en secreto. Las monjas del convento de Alba de Tormes pidieron quedarse con un brazo como reliquia. Cuando el duque de Alba se enteró del traslado, envió sus quejas a Roma e hizo negociaciones para recuperarlo. El cuerpo volvió de nuevo a Alba de Tormes.
Después de estos hechos no la volvieron a trasladar más, pero se sacaron varias reliquias:
  • El pie derecho y parte de la mandíbula superior están en Roma.
  • La mano izquierda, en Lisboa.
  • El ojo izquierdo y la mano derecha, en Ronda (España). Esta es la famosa mano que Francisco Franco conservó hasta su muerte, tras recuperarla las tropas franquistas de manos republicanas durante la Guerra Civil Española.
  • El brazo izquierdo y el corazón, en sendos relicarios en el museo de la iglesia de la Anunciación en Alba de Tormes. Y el cuerpo incorrupto de la santa en el altar mayor, en un arca de mármol jaspeado custodiado por dos angelitos, en dicha iglesia.
  • Un dedo, en la Iglesia de Nuestra Señora de Loreto en París.
  • Otro dedo en Sanlúcar de Barrameda.
  • Dedos y otros restos santos, esparcidos por España y toda la cristiandad.

Títulos

  • Capitana de los Reinos de España. Este título fue proclamado por las Cortes en 1626 pero los partidarios de Santiago apóstol consiguieron revocar el acuerdo.
  • Doctora Honoris Causa por la Universidad de Salamanca.
  • Patrona de los escritores españoles.
  • Alcaldesa de la Villa de Alba de Tormes (título honorífico) desde el año 1963.
  • Doctora de la Iglesia Católica, declarada en 1970.

Cine y televisión

La película Santa Teresa de Jesús, de 1961, versa sobre la vida de la Santa. También aparece en el episodio Adiós Maggie, Adiós de la temporada 20 de Los Simpsons.

Véase también

Bibliografía

  • Boudot, Pierre: la Jouissance de Dieu ou le Roman courtois de Thérèse d'Avila (préface de Xavier Tilliette). Cluny: A contrario, coll. « La sœur de l'ange. Les classiques méconnus », 2005 ISBN 2-7534-0032-6.
  • Etxeberri, Xabier: Vida y obra de Santa Teresa de Ávila. Barcelona: Cartes, 1955.
  • García Valdés, Olvido: Santa Teresa de Jesús. Barcelona: Ediciones Omega S.A., 2001. ISBN 84-282-1235-X.
  • Lope de Vega, Félix: Santa Teresa de Jesús. Barcelona: Linkgua ediciones, 2005. ISBN 84-96428-91-5.
  • Martínez-Blat, Vicente: La andariega: Biografía íntima de Santa Teresa de Jesús. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2005. ISBN 84-7914-779-2.
  • Ribera, Francisco: La vida de la madre Teresa de Jesús: Fundadora de las descalzas y descalzos carmelitas. Madrid: Edibesa, 2005. ISBN 84-8407-427-7.
  • Dževad Karahasan: El ángel extasiada: Viena, Salzburgo y Klagenfurt: Arbos, 2005.
  • Santa Teresa de Jesús: Castillo interior, o Las moradas. Madrid: Aguilar, 1957.
  • Santa Teresa de Jesús: Exclamaciones del alma a su Dios. Madrid: Aguilar, 1957. Colección Crisol.
  • Santa Teresa de Jesús: Poesías. Madrid: Aguilar, 1957. Colección Crisol.

Enlaces externos

"Dios no ha de forzar nuestra voluntad; toma lo que le damos; mas no se da a sí del todo
hasta que nos damos del todo".
(Santa Teresa de Jesús)
 

BreveNace Teresa en Ávila el 28 de marzo de 1515. A los dieciocho años, entra en el Carmelo. A los cuarenta y cinco años, para responder a las gracias extraordinarias del Señor, emprende una nueva vida cuya divisa será: «O sufrir o morir». Es entonces cuando funda el convento de San José de Ávila, primero de los quince Carmelos que establecerá en España. Con san Juan de la Cruz, introdujo la gran reforma carmelitana. Sus escritos son un modelo seguro en los caminos de la plegaria y de la perfección. Murió en Alba de Tormes, al anochecer del 4 de octubre de 1582. Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970.



Vida de Santa Teresa
Se cree que la palabra "Teresa" viene de la palabra griega "teriso" que se traduce por "cultivar"; cultivadora. O de la palabra "terao" que significa "cazar", "la cazadora".   Como bien dice el Padre Sálesman en su biografía, ambos títulos le quedan bien a Santa Teresa, por ser ella "Cultivadora" de las virtudes y "cazadora" de almas para llevarlas al cielo.
Santa Teresa es, sin duda, una de las mujeres más grandes y admirables de la historia. Es una de las tres doctoras de la Iglesia. Las otras dos son Santa Catalina de Siena y Santa Teresita del Niño Jesús.
Sus padres eran Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y Ahumada. La santa habla de ellos con gran cariño. Alonso Sánchez tuvo tres hijos de su primer matrimonio, y Beatriz de Ahumada le dio otros nueve. Al referirse a sus hermanos y medios hermanos, Santa Teresa escribe: "por la gracia de Dios, todos se asemejan en la virtud a mis padres, excepto yo".
Teresa nació en la ciudad castellana de Ávila, el 28 de marzo de 1515. A los siete años, tenía ya gran predilección por la lectura de las vidas de santos. Su hermano Rodrigo era casi de su misma edad de suerte que acostumbraban jugar juntos. Los dos niños, eran muy impresionados por el pensamiento de la eternidad, admiraban las victorias de los santos al conquistar la gloria eterna y repetían incansablemente: "Gozarán de Dios para siempre, para siempre, para siempre . . ."
Busca el martirio
Teresa y su hermano consideraban que los mártires habían comprado la gloria a un precio muy bajo y resolvieron partir al país de los moros con la esperanza de morir por la fe. Así pues, partieron de su casa a escondidas, rogando a Dios que les permitiese dar la vida por Cristo; pero en Adaja se toparon con uno de sus tíos, quien los devolvió a los brazos de su afligida madre. Cuando ésta los reprendió, Rodrigo echó la culpa a su hermana.
En vista del fracaso de sus proyectos, Teresa y Rodrigo decidieron vivir como ermitaños en su propia casa y empezaron a construir una celda en el jardín, aunque nunca llegaron a terminarla. Teresa amaba desde entonces la soledad. En su habitación tenía un cuadro que representaba al Salvador que hablaba con la Samaritana y solía repetir frente a esa imagen: "Señor, dame de beber para que no vuelva a tener sed".
Toma a la Virgen como Madre
La madre de Teresa murió cuando ésta tenía catorce años. "En cuanto empecé a caer en la cuenta de la pérdida que había sufrido, comencé a entristecerme sobremanera; entonces me dirigí a una imagen de Nuestra Señora y le rogué con muchas lágrimas que me tomase por hija suya".
El peligro de la mala lectura y las modas
Por aquella época, Teresa y Rodrigo empezaron a leer novelas de caballerías y aun trataron de escribir una. La santa confiesa en su "Autobiografía": "Esos libros no dejaron de enfriar mis buenos deseos y me hicieron caer insensiblemente en otras faltas. Las novelas de caballerías me gustaban tanto, que no estaba yo contenta cuando no tenía una entre las manos. Poco a poco empecé a interesarme por la moda, a tomar gusto en vestirme bien, a preocuparme mucho del cuidado de mis manos, a usar perfumes y a emplear todas las vanidades que el mundo aconsejaba a las personas de mi condición". El cambio que paulatinamente se operaba en Teresa, no dejó de preocupar a su padre, quien la envió, a los quince años de edad a educarse en el convento de las agustinas de Avila, en el que solían estudiar las jóvenes de su clase.
Enfermedad y conversión
Un año y medio más tarde, Teresa cayó enferma, y su padre la llevó a casa. La joven empezó a reflexionar seriamente sobre la vida religiosa que le atraía y le repugnaba a la vez. La obra que le permitió llegar a una decisión fue la colección de "Cartas" de San Jerónimo, cuyo fervoroso realismo encontró eco en el alma de Teresa. La joven dijo a su padre que quería hacerse religiosa, pero éste le respondió que tendría que esperar a que él muriese para ingresar en el convento. La santa, temiendo flaquear en su propósito, fue a ocultas a visitar a su amiga íntima, Juana Suárez, que era religiosa en el convento carmelita de la Encarnación, en Avila, con la intención de no volver, si Juana le dejaba quedarse, a pesar de la pena que le causaba contrariar la voluntad de su padre. "Recuerdo . . . que, al abandonar mi casa, pensaba que la tortura de la agonía y de la muerte no podía ser peor a la que experimentaba yo en aquel momento . . . El amor de Dios no era suficiente para ahogar en mí el amor que profesaba a mi padre y a mis amigos".
La santa determinó quedarse en el convento de la Encarnación. Tenía entonces veinte años. Su padre, al verla tan resuelta, cesó de oponerse a su vocación. Un año más tarde, Teresa hizo la profesión. Poco después, se agravó un mal que había comenzado a molestarla desde antes de profesar, y su padre la sacó del convento. La hermana Juana Suárez fue a hacer compañía a Teresa, quien se puso en manos de los médicos. Desgraciadamente, el tratamiento no hizo sino empeorar la enfermedad, probablemente una fiebre palúdica. Los médicos terminaron por darse por vencidos, y el estado de la enferma se agravó.
Teresa consiguió soportar aquella tribulación, gracias a que su tío Pedro, que era muy piadoso, le había regalado un librito del P. Francisco de Osuna, titulado: "El tercer alfabeto espiritual". Teresa siguió las instrucciones de la obrita y empezó a practicar la oración mental, aunque no hizo en ella muchos progresos por falta de un director espiritual experimentado. Finalmente, al cabo de tres años, Teresa recobró la salud.
Disipaciones, lucha con la oración y justificaciones
Su prudencia, amabilidad y caridad, a las que añadía un gran encanto personal, le ganaron la estima de todos los que la rodeaban. Según la reprobable costumbre de los conventos españoles de la época, las religiosas podían recibir a cuantos visitantes querían, y Teresa pasaba gran parte de su tiempo charlando en el recibidor del convento. Eso la llevó a descuidar la oración mental y el demonio contribuyó, al inculcarle la íntima convicción, bajo capa de humildad, de que su vida disipada la hacía indigna de conversar familiarmente con Dios. Además, la santa se decía para tranquilizarse, que no había ningún peligro de pecado en hacer lo mismo que tantas otras religiosas mejores que ella y justificaba su descuido de la oración mental, diciéndose que sus enfermedades le impedían meditar. Sin embargo, añade la santa, "el pretexto de mi debilidad corporal no era suficiente para justificar el abandono de un bien tan grande, en el que el amor y la costumbre son más importantes que las fuerzas. En medio de las peores enfermedades puede hacerse la mejor oración, y es un error pensar que sólo se puede orar en la soledad".
Poco después de la muerte de su padre, el confesor de Teresa le hizo ver el peligro en que se hallaba su alma y le aconsejó que volviese a la práctica de la oración. La santa no la abandonó jamás desde entonces. Sin embargo, no se decidía aún a entregarse totalmente a Dios ni a renunciar del todo a las horas que pasaba en el recibidor y al intercambio de regalillos. Es curioso notar que, en todos esos años de indecisión en el servicio de Dios, Santa Teresa no se cansaba jamás de oír sermones "por malos que fuesen"; pero el tiempo que empleaba en la oración "se le iba en desear que los minutos pasasen pronto y que la campana anunciase el fin de la meditación, en vez de reflexionar en las cosas santas".
La penitencia y la cruz
Convencida cada vez más de su indignidad, Teresa invocaba con frecuencia a los grandes santos penitentes, San Agustín y Santa María Magdalena, con quienes están asociados dos hechos que fueron decisivos en la vida de la santa. El primero, fue la lectura de las "Confesiones" de San Agustín. El segundo fue un llamamiento a la penitencia que la santa experimentó ante una imagen de la Pasión del Señor: "Sentí que Santa María Magdalena acudía en mi ayuda . . . y desde entonces he progresado mucho en la vida espiritual".
A la santa le atraían mas los Cristos ensangrentados y manifestando profunda agonía. En una ocasión, al detenerse ante un crucifijo muy sangrante le preguntó: "Señor, ¿quién te puso así?, y le pareció que una voz le decía: "Tus charlas en la sala de visitas, esas fueron las que me pusieron así, Teresa". Ella se echó a llorar y quedó terriblemente impresionada. Pero desde ese día ya no vuelve a perder tiempo en charlas inútiles y en amistades que no llevan a la santidad.
Visiones y comunicaciones
Una vez que Teresa se retiró de las conversaciones del recibidor y de otras ocasiones de disipación y de faltas (los santos son capaces de ver sus faltas), Dios empezó a favorecerla frecuentemente con la oración de quietud y de unión. La oración de unión ocupó un largo periodo de su vida, con el gozo y el amor que le son característicos, y Dios empezó a visitarla con visiones y comunicaciones interiores. Ello la inquietó, porque había oído hablar con frecuencia de ciertas mujeres a las que el demonio había engañado miserablemente con visiones imaginarias. Aunque estaba persuadida de que sus visiones procedían de Dios, su perplejidad la llevó a consultar el asunto con varias personas; desgraciadamente no todas esas personas guardaron el secreto al que estaban obligadas, y la noticia de las visiones de Teresa empezó a divulgarse para gran confusión suya.
Una de las personas a las que consultó Teresa fue Francisco de Salcedo, un hombre casado que era un modelo de virtud. Este la presentó al Padre Daza, doctor tenido por muy virtuoso, quien dictaminó que Teresa era víctima de los engaños del demonio, ya que era imposible que Dios concediese favores tan extraordinarios a una religiosa tan imperfecta como ella pretendía ser. Teresa quedó alarmada e insatisfecha. Francisco de Salcedo, a quien la propia santa afirma que debía su salvación, la animó en sus momentos de desaliento y le aconsejó que acudiese a uno de los padres de la recién fundada Compañía de Jesús. La santa hizo una confesión general con un jesuita, a quien expuso su manera de orar y los favores que había recibido. El jesuita le aseguró que se trataba de gracia de Dios, pero la exhortó a no descuidar el verdadero fundamento de la vida interior. Aunque el confesor de Teresa estaba convencido de que sus visiones procedían de Dios, le ordenó que tratase de resistir durante dos meses a esas gracias. La resistencia de la santa fue en vano.
Otro jesuita, el P. Baltasar Alvarez, le aconsejó que pidiese a Dios ayuda para hacer siempre lo que fuese más agradable a sus ojos y que, con ese fin, recitase diariamente el "Veni Creator Spiritus". Así lo hizo Teresa. Un día, precisamente cuando repetía el himno, fue arrebatada en éxtasis y oyó en el interior de su alma estas palabras: "No quiero que converses con los hombres sino con los ángeles"
…Ella dirá después: "El Espíritu Santo como fuerte huracán hace adelantar más en una hora la navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que lo que nosotros habíamos conseguido en meses y años remando con nuestras solas fuerzas".
La santa, que tuvo en su vida posterior repetidas experiencias de palabras divinas afirma que son más claras y distintas que las humanas; dice también que las primeras son operativas, ya que producen en el alma una tendencia a la virtud y la dejan llena de gozo y de paz, convencida de la verdad de lo que ha escuchado.
Persecuciones
En la época en que el P. Alvarez fue su director, Teresa sufrió graves persecuciones, que duraron tres años; además, durante dos años, atravesó por un periodo de intensa desolación espiritual, aliviado por momentos de luz y consuelo extraordinarios. La santa quería que los favores que Dios le concedía, permaneciesen secretos, pero las personas que la rodeaban estaban perfectamente al tanto y, en más de una ocasión, la acusaron de hipocresía y presunción.
El P. Alvarez era un hombre bueno y timorato, que no tuvo el valor suficiente para salir en defensa de su dirigida, aunque siguió confesándola. Lamentablemente, los mediocres siempre son la mayoría. Estos se molestan ante la auténtica santidad porque no saben como lidiar con las intervenciones sobrenaturales por claras que sean. Prefieren descartarlas o ignorarlas, asumiendo que son producto de la exageración o el desequilibrio. Para justificar su posición apelan a las verdaderas exageraciones y desequilibrios y agrupan lo auténtico con lo falso. En otras palabras, carecen de discernimiento espiritual.
En 1557, San Pedro de Alcántara pasó por Avila y, naturalmente, fue a visitar a la famosa carmelita. El santo declaró que le parecía evidente que el Espíritu de Dios guiaba a Teresa, pero predijo que las persecuciones y sufrimientos seguirían lloviendo sobre ella. Las pruebas que Dios le enviaba purificaron el alma de la santa, y los favores extraordinarios le enseñaron a ser humilde y fuerte, la despegaron de las cosas del mundo y la encendieron en el deseo de poseer a Dios.
Extasis
En algunos de sus éxtasis, de los que nos dejó la santa una descripción detallada, se elevaba hasta un metro. Después de una de aquellas visiones escribió la bella poesía que dice: "Tan alta vida espero que muero porque no muero".A este propósito, comenta Teresa: Dios "no parece contentarse con arrebatar el alma a Sí, sino que levanta también este cuerpo mortal, manchado con el barro asqueroso de nuestros pecados". En esos éxtasis se manifestaban la grandeza y bondad de Dios, el exceso de su amor y la dulzura de su servicio en forma sensible, y el alma de Teresa lo comprendía con claridad, aunque era incapaz de expresarlo. El deseo del cielo que dejaban las visiones en su alma era inefable. "Desde entonces, dejé de tener miedo a la muerte, cosa que antes me atormentaba mucho". Las experiencias místicas de la santa llegaron a las alturas de los esponsales espirituales, el matrimonio místico y la transverberación.
Santa Teresa nos dejó el siguiente relato sobre el fenómeno de la transverberación: "Vi a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. Confieso que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en muy raras ocasiones. Aunque con frecuencia me acontece ver a los ángeles, se trata de visiones intelectuales, como las que he referido más arriba . . . El ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido como si fuese uno de los ángeles más altos que son todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos querubines . . . Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía un ascua encendida. Me parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía que las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella.
El anhelo de Teresa de morir pronto para unirse con Dios, estaba templado por el deseo que la inflamaba de sufrir por su amor. A este propósito escribió: "La única razón que encuentro para vivir, es sufrir y eso es lo único que pido para mí". Según reveló la autopsia en el cadáver de la santa, había en su corazón la cicatriz de una herida larga y profunda.
El año siguiente (1560), para corresponder a esa gracia, la santa hizo el voto de hacer siempre lo que le pareciese más perfecto y agradable a Dios. Un voto de esa naturaleza está tan por encima de las fuerzas naturales, que sólo el esforzarse por cumplirlo puede justificarlo. Santa Teresa cumplió perfectamente su voto.
Escritora Mística
El relato que la santa nos dejó en su "Autobiografía" sobre sus visiones y experiencias espirituales da muestra de una extraordinaria sencillez de estilo y de una preocupación constante por no exagerar los hechos. La Iglesia califica de "celestial" la doctrina de Santa Teresa, en la oración del día de su fiesta. Las obras de la mística Doctora" ponen al descubierto los rincones más recónditos del alma humana. La santa explica con una claridad casi increíble las experiencias más inefables. Y debe hacerse notar que Teresa era una mujer relativamente inculta, que escribió sus experiencias en la común lengua castellana de los habitantes de Avila, que ella había aprendido "en el regazo de su madre"; una mujer que escribió sin valerse de otros libros, sin haber estudiado previamente las obras místicas y sin tener ganas de escribir, porque ello le impedía dedicarse a hilar; una mujer, en fin, que sometió sin reservas sus escritos al juicio de su confesor y sobre todo, al juicio de la Iglesia. La santa empezó a escribir su autobiografía por mandato de su confesor" "La obediencia se prueba de diferentes maneras".
Por otra parte, el mejor comentario de las obras de la santa es la paciencia con que sobrellevó las enfermedades, las acusaciones y los desengaños; la confianza absoluta con que acudía en todas las tormentas y dificultades al Redentor crucificado y el invencible valor que demostró en todas las penas y persecuciones. Los escritos de Santa Teresa subrayan sobre todo el espíritu de oración, la manera de practicarlo y los frutos que produce. Como la santa escribió precisamente en la época en que estaba consagrada a la difícil tarea de fundar conventos de carmelitas reformadas, sus obras, prescindiendo de su naturaleza y contenido, dan testimonio de su vigor, industriosidad y capacidad de recogimiento.
Santa Teresa escribió el "Camino de Perfección" para dirigir a sus religiosas, y el libro de las "Fundaciones" para edificarlas y alentarlas. En cuanto al "Castillo Interior", puede considerarse que lo escribió para instrucción de todos los cristianos, y en esa obra se muestra la santa como verdadera doctora de la vida espiritual.
Fundadora
Las carmelitas, como la mayoría de las religiosas, habían decaído mucho del primer fervor, a principios del siglo XVI. Ya hemos visto que los recibidores de los conventos de Avila eran una especie de centro de reunión de las damas y caballeros de la ciudad. Por otra parte, las religiosas podían salir de la clausura con el menor pretexto, de suerte que el convento era el sitio ideal para quien deseaba una vida fácil y sin problemas. Las comunidades eran sumamente numerosas, lo cual era a la vez causa y efecto de la relajación. Por ejemplo, en el convento de Avila había 140 religiosas.
Santa Teresa comenta más tarde: "La experiencia me ha enseñado lo que es una casa llena de mujeres. ¡Dios nos guarde de ese mal" Ya que tal estado de cosas se aceptaba como normal, las religiosas no caían generalmente en la cuenta de que su modo de vida se apartaba mucho del espíritu de sus fundadores. Así, cuando una sobrina de Santa Teresa, que era también religiosa en el convento de la Encarnación de Avila, le sugirió la idea de fundar una comunidad reducida, la santa la consideró como una especie de revelación del cielo, no como una idea ordinaria. Teresa, que llevaba ya veinticinco años en el convento, resolvió poner en práctica la idea y fundar un convento reformado. Doña Guiomar de Ulloa, que era una viuda muy rica, le ofreció ayuda generosa para la empresa.
San Pedro de Alcántara, San Luis Beltrán y el obispo de Avila, aprobaron el proyecto, y el P. Gregorio Fernández, provincial de las carmelitas, autorizó a Teresa a ponerlo en práctica. Sin embargo, el revuelo que provocó la ejecución del proyecto hizo que el provincial retirase el permiso y Santa Teresa fue objeto de las críticas de sus propias hermanas, de los nobles, de los magistrados y de todo el pueblo. A pesar de eso, el P. Ibañez, dominico, alentó a la santa a proseguir la empresa con la ayuda de Doña Guiomar. Doña Juana de Ahumada, hermana de Santa Teresa, emprendió con su esposo la construcción de un convento en Avila en 1561, pero haciendo creer a todos que se trataba de una casa en la que pensaban habitar. En el curso de la construcción, una pared del futuro convento se derrumbó y cubrió bajo los escombros al pequeño Gonzalo, hijo de Doña Juana, que se hallaba ahí jugando. Santa Teresa tomó en brazos al niño, que no daba ya señales de vida, y se puso en oración; algunos minutos más tarde, el niño estaba perfectamente sano, según consta en el proceso de canonización. En lo sucesivo, Gonzalo solía repetir a su tía que estaba obligada a pedir por su salvación, puesto que a sus oraciones debía el verse privado del cielo.
Por entonces, llegó de Roma un breve que autorizaba la fundación del nuevo convento. San Pedro de Alcántara, Don Francisco de Salcedo y el Dr. Daza, consiguieron ganar al obispo a la causa, y la nueva casa se inauguró bajo sus auspicios el día de San Bartolomé de 1562. Durante la misa que se celebró en la capilla con tal ocasión, tomaron el velo la sobrina de la santa y otras tres novicias.
La inauguración causó gran revuelo en Avila. Esa misma tarde, la superiora del convento de la Encarnación mandó llamar a Teresa y la santa acudió con cierto temor, "pensando que iban a encarcelarme". Naturalmente tuvo que explicar su conducta a su superiora y al P. Angel de Salazar, provincial de la orden. Aunque la santa reconoce que no faltaba razón a sus superiores para estar disgustados, el P. Salazar le prometió que podría retornar al convento de San José en cuanto se calmase la excitación del pueblo.
La fundación no era bien vista en Avila, porque las gentes desconfiaban de las novedades y temían que un convento sin fondos suficientes se convirtiese en una carga demasiado pesada para la ciudad. El alcalde y los magistrados hubiesen acabado por mandar demoler el convento, si no los hubiese disuadido de ello el dominico Báñez. Por su parte, Santa Teresa no perdió la paz en medio de las persecuciones y siguió encomendando a Dios el asunto; el Señor se le apareció y la reconfortó.
Entre tanto, Francisco de Salcedo y otros partidarios de la fundación enviaron a la corte a un sacerdote para que defendiese la causa ante el rey, y los dos dominicos, Báñez e Ibáñez, calmaron al obispo y al provincial. Poco a poco fue desvaneciéndose la tempestad y, cuatro meses más tarde, el P. Salazar dio permiso a Santa Teresa de volver al convento de San José, con otras cuatro religiosas de la Encarnación.
Convento de San José
La santa estableció la más estricta clausura y el silencio casi perpetuo. El convento carecía de rentas y reinaba en él la mayor pobreza; Las religiosas vestían toscos hábitos, usaban sandalias en vez de zapatos (por ello se les llamó "descalzas") y estaban obligadas a la perpetua abstinencia de carne. Santa Teresa no admitió al principio más que a trece religiosas, pero más tarde, en los conventos que no vivían sólo de limosnas sino que poseían rentas, aceptó que hubiese veintiuna.
Teresa, la gran mística, no descuidaba las cosas prácticas sino que las atendía según era necesario. Sabía utilizar las cosas materiales para el servicio de Dios. En una ocasión dijo: "Teresa sin la gracia de Dios es una pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la gracia de Dios y mucho dinero, una potencia".
Mas fundaciones
En 1567, el superior general de los carmelitas, Juan Bautista Rubio (Rossi), visitó el convento de Avila y quedó encantado de la superiora y de su sabio gobierno; concedió a Santa Teresa plenos poderes para fundar otros conventos del mismo tipo (a pesar de que el de San José había sido fundado sin que él lo supiese) y aun la autorizó a fundar dos conventos de frailes reformados ("carmelitas contemplativos"), en Castilla.
Santa Teresa pasó cinco años con sus trece religiosas en el convento de san José, precediendo a sus hijas no sólo en la oración, sino también en los trabajos humildes, como la limpieza de la casa y el hilado. Acerca de esa época escribió: "Creo que fueron los años más tranquilos y apacibles de mi vida, pues disfruté entonces de la paz que tanto había deseado mi alma . . . Su Divina Majestad nos enviaba lo necesario para vivir sin que tuviésemos necesidad de pedirlo, y en las raras ocasiones en que nos veíamos en necesidad, el gozo de nuestras almas era todavía mayor".
La santa no se contenta con generalidades, sino que desciende a ejemplos menudos, como el de la religiosa que plantó horizontalmente un pepino por obediencia y la cañería que llevó al convento el agua de un pozo que, según los plomeros, era demasiado bajo.
En agosto de 1567, Santa Teresa se trasladó a Medina del Campo, donde fundó el segundo convento, a pesar de las múltiples dificultades que surgieron. A petición de la condesa de la Cerda se fundo un convento en Malagón. Después siguieron los de Valladolid y Toledo. Esta última fue una empresa especialmente difícil porque la santa sólo tenía cinco ducados al comenzar; pero, según escribía, "Teresa y cinco ducados no son nada; pero Dios, Teresa y cinco ducados bastan y sobran".
Una joven de Toledo, que gozaba de gran fama de virtud, pidió ser admitida en el convento y dijo a la fundadora que traería consigo su Biblia. Teresa exclamó: "¿Vuestra Biblia? ¡Dios nos guarde! No entréis en nuestro convento, porque nosotras somos unas pobres mujeres que sólo sabemos hilar y hacer lo que se nos dice".  No es que la santa rechazare la Biblia, sino que supo descubrir que esta se habría convertido en un pretexto para faltar en humildad.
La reforma de los religiosos carmelitas
La santa había encontrado en Medina del Campo a dos frailes carmelitas que estaban dispuestos a abrazar la reforma: uno era Antonio de Jesús de Heredia, superior del convento de dicha ciudad y el otro, Juan de Yepes, más conocido con el nombre de San Juan de la Cruz.
Aprovechando la primera oportunidad que se le ofreció, Santa Teresa fundó un convento de frailes en el pueblecito de Duruelo en 1568; a este siguió, en 1569, el convento de Pastrana. En ambos reinaba la mayor pobreza y austeridad. Santa Teresa dejó el resto de las fundaciones de conventos de frailes a cargo de San Juan de la Cruz.
Nuevas fundaciones, dificultades y gracias extraordinarias
La santa fundó también en Pastrana un convento de carmelitas descalzas. Cuando murió Don Ruy Gómez de Silva, quien había ayudado a Teresa en la fundación de los conventos de Pastrana, su mujer quiso hacerse carmelita, pero exigiendo numerosas dispensas de la regla y conservando el tren de vida de una princesa. Teresa, viendo que era imposible reducirla a la humanidad propia de su profesión, ordenó a sus religiosas que se trasladasen a Segovia y dejasen a la princesa su casa de Pastrana.
En 1570, la santa, con otra religiosa, tomó posesión en Salamanca de una casa que hasta entonces había estado ocupada por ciertos estudiantes "que se preocupaban muy poco de la limpieza". Era un edificio grande, complicado y ruinoso, de suerte que al caer la noche la compañera de la santa empezó a ponerse muy nerviosa. Cuando se hallaban ya acostadas en sendos montones de paja ("lo primero que llevaba yo a un nuevo monasterio era un poco de paja para que nos sirviese de lecho"), Teresa preguntó a su compañera en qué pensaba. La religiosa respondió: "Estaba yo pensando en qué haría su reverencia si muriese yo en este momento y su reverencia quedase sola con un cadáver". La santa confiesa que la idea la sobresaltó, porque, aunque no tenía miedo de los cadáveres, la vista de ellos le producía siempre "un dolor en el corazón". Sin embargo, respondió simplemente: "Cuando eso suceda, ya tendré tiempo de pensar lo que haré, por el momento lo mejor es dormir".
En julio de ese año, mientras se hallaba haciendo oración, tuvo una visión del martirio de los beatos jesuitas Ignacio de Azevedo y sus compañeros, entre los que se contaba su pariente Francisco Pérez Godoy. La visión fue tan clara, que Teresa tenía la impresión de haber presenciado directamente la escena, e inmediatamente la describió detalladamente al P. Alvarez, quien un mes más tarde, cuando las nuevas del martirio llegaron a España, pudo comprobar la exactitud de la visión de la santa.
Nombrada superiora de La Encarnación
Por entonces, San Pío V nombró a varios visitadores apostólicos para que hiciesen una investigación sobre la relajación de las diversas órdenes religiosas, con miras a la reforma. El visitador de los carmelitas de Castilla fue un dominico muy conocido, el P. Pedro Fernández. El efecto que le produjo el convento de La Encarnación de Avila fue muy malo, e inmediatamente mandó llamar a Santa Teresa para nombrarla superiora del mismo. La tarea era particularmente desagradable para la santa, tanto porque tenía que separarse de sus hijas, como por la dificultad de dirigir una comunidad que, desde el principio, había visto con recelo sus actividades de reformadora.
Al principio, las religiosas se negaron a obedecer a la nueva superiora, cuya sola presencia producía ataques de histeria en algunas. La santa comenzó por explicarles que su misión no consistía en instruirlas y guiarlas con el látigo en la mano, sino en servirlas y aprender de ellas: "Madres y hermanas mías, el Señor me ha enviado aquí por la voz de la obediencia a desempeñar un oficio en el que yo jamás había pensado y para el que me siento muy mal preparada . . . Mi única intención es serviros . . . No temáis mi gobierno. Aunque he vivido largo tiempo entre las carmelitas descalzas y he sido su superiora, sé también, por la misericordia del Señor, cómo gobernar las carmelitas calzadas". De esta manera se ganó la simpatía y el afecto de la comunidad y le fue menos difícil restablecer la disciplina entre las carmelitas calzadas, de acuerdo con sus constituciones. Poco a poco prohibió completamente las visitas demasiado frecuentes (lo cual molestó mucho a ciertos caballeros de Avila), puso en orden las finanzas del convento e introdujo el verdadero espíritu del claustro. En resumen, fue aquella una realización característicamente teresiana.
Sevilla
En Veas, a donde había ido a fundar un convento, la santa conoció al P. Jerónimo Gracián, quien la convenció fácilmente para que extendiese su campo de acción hasta Sevilla. El P. Gracián era un fraile de la reforma carmelita que acababa precisamente de predicar la cuaresma en Sevilla.
Fuera de la fundación del convento de San José de Avila, ninguna otra fue más difícil que la de Sevilla; entre otras dificultades, una novicia que había sido despedida, denunció a las carmelitas descalzas ante la Inquisición como "iluminadas" y otras cosas peores.
La persecución lleva a la separación entre calzados y descalzos
Los carmelitas de Italia veían con malos ojos el progreso de la reforma en España, lo mismo que los carmelitas no reformados de España, pues comprendían que un día u otro se verían obligados a reformarse. El P. Rubio, superior general de la orden, quien hasta entonces había favorecido a santa Teresa, se pasó al lado de sus enemigos y reunió en Plasencia un capítulo general que aprobó una serie de decretos contra la reforma. El nuevo nuncio apostólico, Felipe de Sega, destituyó al P. Gracián de su cargo de visitador de los carmelitas descalzos y encarceló a San Juan de la Cruz en un monasterio; por otra parte, ordenó a Santa Teresa que se retirase al convento que ella eligiera y que se abstuviese de fundar otros nuevos.
La santa, al mismo tiempo que encomendaba el asunto a Dios, decidió valerse de los amigos que tenía en el mundo y consiguió que el propio Felipe II interviniese en su favor. En efecto, el monarca convocó al nuncio y le reprendió severamente por haberse opuesto a la reforma del Carmelo.
En 1580 obtuvo de Roma una orden que eximía a los carmelitas descalzos de la jurisdicción del provincial de los calzados. "Esa separación fue uno de los mayores gozos y consolaciones de mi vida, pues en aquellos veinticinco años nuestra orden había sufrido más persecuciones y pruebas de las que yo podría escribir en un libro. Ahora estábamos por fin en paz, calzados y descalzos, y nada iba a distraernos del servicio de Dios".
Aguila y paloma
Indudablemente Santa Teresa era una mujer excepcionalmente dotada. Su bondad natural, su ternura de corazón y su imaginación chispeante de gracia, equilibradas por una extraordinaria madurez de juicio y una profunda intuición, le ganaban generalmente el cariño y el respeto de todos. Razón tenía el poeta Crashaw al referirse a Santa Teresa bajo los símbolos aparentemente opuestos de "el águila" y "la paloma". Cuando le parecía necesario, la santa sabía hacer frente a las más altas autoridades civiles o eclesiásticas, y los ataques del mundo no le hacían doblar la cabeza. Las palabras que dirigió al P. Salazar: "Guardaos de oponeros al Espíritu Santo", no fueron el reto de una histérica sino la verdad. Y no fue un abuso de autoridad lo que la movió a tratar con dureza implacable a una superiora que se había incapacitado a fuerza de hacer penitencia. Pero el águila no mata a la paloma, como puede verse por la carta que escribió a un sobrino suyo que llevaba una vida alegre y disipada: "Bendito sea Dios porque os ha guiado en la elección de una mujer tan buena y ha hecho que os caséis pronto, pues habíais empezado a disiparos desde tan joven, que temíamos mucho por vos. Esto os mostrará el amor que os profeso". La santa tomó a su cargo a la hija ilegítima y a la hermana del joven, la cual tenía entonces siete años: "Las religiosas deberíamos tener siempre con nosotras a una niña de esa edad".
Ingenio y franqueza
El ingenio y la franqueza de Teresa jamás sobrepasaban la medida, ni siquiera cuando los empleaba como un arma. En cierta ocasión en que un caballero indiscreto alabó la belleza de sus pies descalzos, Teresa se echó a reír y le dijo que los mirase bien porque jamás volvería a verlos. Los famosos dichos "Bien sabéis lo que es una comunidad de mujeres" e "Hijas mías, estas son tonterías de mujeres", demuestran el realismo con que la santa consideraba a sus súbditas.
Criticando un escrito de su buen amigo Francisco de Salcedo, Teresa le escribía: "El señor Salcedo repite constantemente: 'Como dice el Espíritu Santo', y termina declarando que su obra es una serie de necedades. Me parece que voy a denunciarle a la Inquisición".
Selección de novicias
La intuición de Santa Teresa se manifestaba sobre todo en la elección de las novicias. Lo primero que exigía, aun antes que la piedad, era que fuesen inteligentes, es decir, equilibradas y maduras, porque sabía que es más fácil adquirir la piedad que la madurez de juicio. "Una persona inteligente es sencilla y sumisa, porque ve sus faltas y comprende que tiene necesidad de un guía. Una persona tonta y estrecha es incapaz de ver sus faltas, aunque se las pongan delante de los ojos; y como está satisfecha de sí misma, jamás se mejora". "Aunque el Señor diese a esta joven los dones de la devoción y la contemplación, jamás llegará a ser inteligente, de suerte que será siempre una carga para la comunidad". ¡Que Dios nos guarde de las monjas tontas!"
Últimos años
En 1580, cuando se llevó a cabo la separación de las dos ramas del Carmelo, Santa Teresa tenía ya sesenta y cinco años y su salud estaba muy debilitada. En los dos últimos años de su vida fundó otros dos conventos, lo cual hacía un total de diecisiete. Las fundaciones de la santa no eran simplemente un refugio de las almas contemplativas, sino también una especie de reparación de los destrozos llevados a cabo en los monasterios por el protestantismo, principalmente en Inglaterra y Alemania.
Dios tenía reservada para los últimos años de vida de su sierva, la prueba cruel de que interviniera en el proceso legal del testamento de su hermano Lorenzo, cuya hija era superiora en el convento de Valladolid. Como uno de los abogados tratase con rudeza a la santa, ésta replicó: "Quiera Dios trataros con la cortesía con que vos me tratáis a mí". Sin embargo, Teresa se quedó sin palabra cuando su sobrina, que hasta entonces había sido una excelente religiosa, la puso a la puerta del convento de Valladolid, que ella misma había fundado. Poco después, la santa escribía a la madre de María de San José: "Os suplico, a vos y a vuestras religiosas, que no pidáis a Dios que me alargue la vida. Al contrario, pedidle que me lleve pronto al eterno descanso, pues ya no puedo seros de ninguna utilidad".
En la fundación del convento de Burgos, que fue la última, las dificultades no escasearon. En julio de 1582, cuando el convento estaba ya en marcha, Santa Teresa tenía la intención de retornar a Avila, pero se vio obligada a modificar sus planes para ir a Alba de Tormes a visitar a la duquesa María Henríquez. La Beata Ana de San Bartolomé refiere que el viaje no estuvo bien proyectado y que Santa Teresa se hallaba ya tan débil, que se desmayó en el camino. Una noche sólo pudieron comer unos cuantos higos. Al llegar a Alba de Tormes, la santa tuvo que acostarse inmediatamente. Tres días más tarde, dijo a la Beata Ana: "Por fin, hija mía, ha llegado la hora de mi muerte". El P. Antonio de Heredia le dio los últimos sacramentos y le preguntó donde quería que la sepultasen. Teresa replicó sencillamente: "¿Tengo que decidirlo yo? ¿Me van a negar aquí un agujero para mi cuerpo?" Cuando el P. de Heredia le llevó el viático, la santa consiguió erguirse en el lecho, y exclamó: "¡Oh, Señor, por fin ha llegado la hora de vernos cara a cara!" Santa Teresa de Jesús, visiblemente transportada por lo que el Señor le mostraba, murió en brazos de la Beata Ana a las 9 de la noche del 4 de octubre de 1582.
Precisamente al día siguiente, entró en vigor la reforma gregoriana del calendario, que suprimió diez días, de suerte que la fiesta de la santa fue fijada, más tarde, el 15 de octubre.
Santa Teresa fue sepultada en Alba de Tormes, donde reposan todavía sus reliquias.
Su canonización tuvo lugar en 1622.
El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI le reconoció el título de Doctora de la Iglesia.
En la actualidad, las carmelitas descalzas son aprox. 14.000 en 835 conventos en el mundo. Los carmelitas descalzos son 3.800 en 490 conventos.


Mi Amado para mí
Ya toda me entregué y di
Y de tal suerte he trocado
Que mi Amado para mi
Y yo soy para mi Amado.

Cuando el dulce Cazador
Me tiró y dejó herida
En los brazos del amor
Mi alma quedó rendida,
Y cobrando nueva vida
De tal manera he trocado
Que mi Amado para mí
Y yo soy para mi Amado.

Hirióme con una flecha
Enherbolada de amor
Y mi alma quedó hecha
Una con su Criador;
Ya yo no quiero otro amor,
Pues a mi Dios me he entregado,
Y mi Amado para mí
Y yo soy para mi Amado.
Muero porque no mueroVivo sin vivir en mí
Y tan alta vida espero
Que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí
Después que muero de amor,
Porque vivo en el Señor
Que me quiso para Sí.
Cuando el corazón le di
Puso en él este letrero:
Que muero porque no muero.

Esta divina prisión
Del amor con que yo vivo
Ha hecho a Dios mi cautivo
Y libre mi corazón;
Y causa en mí tal pasión
Ver a Dios mi prisionero,
Que muero porque no muero.

¡Ay, que larga es esta vida,
Qué duros estos destierros,
Esta cárcel y estos hierros
En que el alma esta metida!
Sólo esperar la salida
Me causa dolor tan fiero,
Que muero porque no muero.

iAy, que vida tan amarga
Do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
No lo es la esperanza larga:
Quíteme Dios esta carga
Más pesada que el acero,
Que muero porque no muero.

Sólo con la confianza
Vivo de que he de morir,
Porque muriendo el vivir
Me asegura mi esperanza.
Muerte do el vivir se alcanza,
No te tardes, que te espero,
Que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;
Vida, no me seas molesta,
Mira que sólo te resta,
Para ganarte, perderte;
Venga ya la dulce muerte,
Venga el morir muy ligero,
Que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba,
Que es la vida verdadera,
Hasta que esta vida muera
No se goza estando viva.
Muerte, no seas esquiva;
Viva muriendo primero,
Que muero porque no muero.

Vida, ¿que puedo yo darle
A mi Dios que vive en mí,
Si no es perderte a ti
Para mejor a El gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
Pues a El solo es al que quiero.
Que muero porque no muero.
Búscate en mí
Alma, buscarte has en Mí,
Y a Mí buscarme has en ti.

De tal suerte pudo amor,
Alma, en Mí te retratar,
Que ningún sabio pintor
Supiera con tal primor
Tal imagen estampar.

Fuiste por amor criada
Hermosa, bella, y ansí
En mis entrañas pintada,
Si te pierdes, mi amada,
Alma, buscarte has en Mí.

Que Yo sé que te hallarás
En mi pecho retratada
Y tan al vivo sacada,
Que si te ves te holgarás
Viéndote tan bien pintada.

Y si acaso no supieres
Donde me hallarás a Mí,
No andes de aquí para allí,
Sino, si hallarme quisieres
A Mí, buscarme has en ti.

Porque tú eres mi aposento,
Eres mi casa y morada,
Y ansí llamo en cualquier tiempo,
Si hallo en tu pensamiento
Estar la puerta cerrada.

Fuera de ti no hay buscarme,
Porque para hallarme a Mí,
Bastará solo llamarme,
Que a ti iré sin tardarme
Y a Mí buscarme has en ti.
Vuestra SoyVuestra soy, para Vos nací,
¿Qué mandáis hacer de mí? 
Soberana Majestad,
Eterna sabiduría,
Bondad buena al alma mía,
Dios, alteza, un ser, bondad,
La gran vileza mirad
Que hoy os canta amor ansí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
 
Vuestra soy, pues me criastes;
Vuestra, pues me redimistes;
Vuestra, pues que me sufristes;
Vuestra, pues que me llamastes;
Vuestra, pues me conservastes;
Vuestra, pues no me perdí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
¿Que mandáis, pues, buen Señor,
Que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le havéis dado
A este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
Amor dulce, veisme aquí,
¿Qué mandáis hacer de mí?
 
Veis aquí mi corazón,
Yo le pongo en vuestra palma
Mi cuerpo, mi vida y alma,
Mis entrañas y afición;
Dulce Esposo y redención,
Pues por vuestra me ofrecí
¿Qué mandáis hacer de mí?
 
Dadme muerte, dadme vida:
Dad salud o enfermedad,
Honra o deshonra me dad,
Dadme guerra o paz cumplida,
Flaqueza o fuerza a mi vida,
Que a todo digo que sí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
 
Dadme riqueza o pobreza,
Dadme consuelo o desconsuelo,
Dadme alegría o tristeza,
Dadme infierno o dadme cielo,
Vida dulce, sol sin velo,
Pues del todo me rendí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
 
Si queréis, dadme oración,
Si no, dadme sequedad,
Si abundancia y devoción,
Y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
Sólo hallo paz aquí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
 
Dadme, pues, sabiduría,
O por amor ignorancia.
Dadme años de abundancia
O de hambre y carestía,
Dad tiniebla o claro día,
Revolvedme aquí o allí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
 
Si queréis que este holgando,
Quiero por amor holgar,
Si me mandáis trabajar,
Morir quiero trabajando.
Decid, dónde, cómo y cuándo.
Decid, dulce Amor, decid.
¿Qué mandáis hacer de mí?
 
Dadme Calvario o Tabor,
Desierto o tierra abundosa,
Sea Job en el dolor,
O Juan que al pecho reposa;
Sea viña fructuosa
O estéril, si cumple ansí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
 
Sea Josef puesto en cadenas
O de Egipto Adelantado,
O David sufriendo penas,
O ya David encumbrado.
Sea Jonás anegado,
O libertado de allí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
 
Esté callando o hablando,
Haga fruto o no le haga,
Muéstreme la Ley mi llaga,
Goce de Evangelio blando,
Esté penando o gozando,
Sólo Vos en mí vivid.
¿Qué mandáis hacer de mí?
 
Vuestra soy, para Vos nací,
¿Qué mandáis hacer de mí?
Hermosura de Dios
 ¡Oh, Hermosura que excedéis
 a todas las hermosuras!
 Sin herir dolor hacéis,
 Y sin dolor deshacéis
 El amor de las criaturas.

 ¡Oh, ñudo que así juntáis
 Dos cosas tan desiguales!
 No sé por qué os desatáis,
 Pues atado fuerza dais
 A tener por bien los males.

 Juntáis quien no tiene ser
 Con el Ser que no se acaba:
 Sin acabar acabáis,
 Sin tener que amar amáis,
 Engrandecéis vuestra nada
Ayes del destierro
¡Cuán triste es, Dios mío;
La vida sin ti!
Ansiosa de verte
Deseo morir.
Carrera muy larga
Es la de este suelo,
Morada penosa,
Muy duro destierro.
¡Oh dueño adorado,
Sácame de aquí!
Ansiosa de verte
Deseo morir.
Lúgubre es la vida,
Amarga en estremo;
Que no vive el alma
Que está de ti lejos.
¡
Oh dulce bien mío,
Que soy infeliz!
Ansiosa de verte
Deseo morir.
iOh muerte benigna,
Socorre mis penas!
Tus golpes son dulces,
Que el alma libertan.
iQue dicha, oh mi amado,
Estar junto a Ti!
Ansiosa de verte
Deseo morir.
El amor mundano
Apega a esta vida;
El amor divino
Por la otra suspira.
Sin ti, Dios eterno,
¿Quien puede vivir?
Ansiosa de verte
Deseo morir.
La vida terrena
Es continuo duelo;
Vida verdadera
La hay sólo en el cielo.
Permite, Dios mío,
Que viva yo allí.
Ansiosa de verte
Deseo morir.
¿Quien es el que teme
La muerte del cuerpo,
Si con ella logra
Un placer inmenso?
¡Oh, sí, el de amarte,
Dios mío, sin fin!
Ansiosa de verte
Deseo morir.
Mi alma afligida
Gime y desfallece.
iAy! ¿Quien de su amado
Puede estar ausente?
Acabe ya, acabe
Aqueste sufrir.Ansiosa de verte
Deseo morir.
El barbo cogido
En doloso anzuelo
Encuentra en la muerte
El fin del tormento.
iAy!, también yo sufro,
Bien mío, sin ti.
Y Ansiosa de verte
Deseo morir.
En vano mi alma
Te busca, ioh mi dueño!;
Tu siempre invisible
No alivias su anhelo.
iAy!, esto la inflama
Hasta prorrumpir:
Ansiosa de verte
Deseo morir.
iAy!, cuando te dignas
Entrar en mí pecho,
Dios mío, al instante
El perderte temo.
Tal pena me aflige
Y me hace decir:
Ansiosa de verte
Deseo morir.
Haz, Señor, que acabe
Tan larga agonía,
Socorre a tu sierva
Que por ti suspira.
Rompe aquestos hierros
Y sea feliz.
Ansiosa de verte
Deseo morir.
Mas no, dueño amado,
Que es justo padezca;
Que expíe mis yerros,
Mis culpas inmensas.
iAy!, logren mis lágrimas
Te dignes oír
Ansiosa de verte
Deseo morir.
Loas a la Cruz
Cruz, descanso sabroso de mi vida,
Vos seáis la bienvenida.
iOh bandera, en cuyo amparo
El
más flaco será fuerte!
iOh, vida de nuestra muerte,
Que bien la has resucitado!
AI león has amansado,
Pues por ti perdió la vida.
Vos
seáis la bienvenida.
Quien no os ama está cautivo
Y ajeno de libertad;
Quien a vos quiere allegar
No tendrá en nada desvío.
iOh dichoso poderío

Donde el mal no halla cabida!
Vos seáis la bienvenida.
Vos fuisteis la libertad
De nuestro gran cautiverio;
Por vos se reparó mi mal
Con tan costoso remedio,
Para con Dios fuiste medio
De alegría conseguida.
Vos
seáis la bienvenida.
La Cruz
En la
cruz esta la vida
Y el consuelo,
Y ella sola es el camino
Para el cielo.
En la cruz esta el Señor
De cielo y tierra
Y el gozar de mucha paz,
Aunque haya guerra,
Todos los males destierra
En este suelo,
Y ella sola es el camino
Para el cielo.
De la cruz dice la Esposa
A su Querido
Que es una palma preciosa
Donde ha subido,
Y su fruto le ha sabido
A Dios del cielo,
Y ella sola es el camino
Para el cielo.
Es una oliva preciosa
La santa cruz,
Que con su aceite nos unta
Y nos da luz.
Toma, alma mía, la cruz
Con gran consuelo,
Y ella sola es el camino
Para el cielo.
Es la cruz el árbol verde
Y deseado
De la Esposa que a su sombra
Se ha sentado
Para gozar de su Amado,
El Rey del cielo,
Y ella sola es el camino
Para el cielo.
El alma que a Dios está
Toda rendida,
Y muy de veras del mundo
Desasida
La cruz le es árbol de vida
Y de consuelo,
Y un camino deleitoso
Para el cielo.
Después que se puso en cruz
El Salvador,
En la cruz esta la gloria
Y el honor,
Y en el padecer dolor
Vida y consuelo,
Y el camino mas seguro
Para el cielo.
 
Poesías tomadas del libro "Santa Teresa de Jesús, Obras Completas". BAC, Madrid, 1986.
Bibliografía:
Butler, Vida de los Santos
Sálesman, Eliécer; Vida de los Santos.
Sgarbossa, Mario y  Luigi Giovannini, Un Santo Para Cada Dia
 
Otros Escritos:
En otras páginas:La Orden del Carmelo
 

Santa Teresa de Jesús
 
 
"Nada te turbe, nada te espante.
Todo se pasa. Dios no se muda.
La paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene, nada le falta.
Sólo Dios basta." 
 

Virgen y Doctora de la Iglesia
(1515-1582)
                                     
"En la cruz está la gloria, Y el honor,
Y en el padecer dolor, Vida y consuelo,
Y el camino más seguro para el cielo."
 
Reformadora del Carmelo, Madre de las Carmelitas Descalzas y de los Carmelitas Descalzos; "mater spiritualium" (título debajo de su estatua en la basílica vaticana); patrona de los escritores católicos y Doctora de la Iglesia (1970): La primera mujer, que junto a Santa Catalina de Sena recibe este título.
 
 
Nació en Ávila, España, el 28 de marzo de 1515.

Su nombre, Teresa de Cepeda y Ahumada, hija de  Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila Ahumada. En su casa eran 12 hijos. Tres del primer matrimonio de Don Alonso y nueve del segundo, entre estos últimos, Teresa.  Escribe en su autobiografía: "Por la gracia de Dios, todos mis hermanos y medios hermanos se asemejaban en la virtud a mis buenos padres, menos yo".

De niños, ella y Rodrigo, su hermano,  eran muy aficionados a leer vidas de santos, y se emocionaron al saber que los que ofrecen su vida por amor a Cristo reciben un gran premio en el cielo. Así que dispusieronse irse a tierras de mahometanos a declararse amigos de Jesús y así ser martirizados para conseguir un buen puesto en el cielo. Afortunadamente, por el camino se encontraron con un tío suyo que los regresó a su hogar. Entonces dispusieronse construir una celda en el solar de la casa e irse a rezar allá de vez en cuando, sin que nadie los molestara ni los distrajese.

La mamá de Teresa murió cuando la joven tenía apenas 14 años. Ella misma cuenta en su autobiografía: "Cuando empecé a caer en la cuenta de la pérdida tan grande que había tenido, comencé a entristecerme sobremanera. Entonces me arrodillé delante de una imagen de la Santísima Virgen y le rogué con muchas lágrimas que me aceptara como hija suya y que quisiera ser Ella mi madre en adelante. Y lo ha hecho maravillosamente bien".
Sigue diciendo ella: "Por aquel tiempo me aficioné a leer novelas. Aquellas lecturas enfriaron mi fervor y me hicieron caer en otras faltas. Comencé a pintarme y a buscar a parecer y a ser coqueta. Ya no estaba contenta sino cuando tenía una novela entre mis manos. Pero esas lecturas me dejaban tristeza y desilusión".

Afortunadamente el papá se dio cuenta del cambio de su hija y la llevó a los 15 años, a estudiar interna en el colegio de hermanas Agustinas de Ávila. Allí, después de año y medio de estudios enfermó y tuvo que volver a casa.

Providencialmente una persona piadosa puso en sus manos "Las Cartas de San Jerónimo", y allí supo por boca de tan grande santo, cuán peligrosa es la vida del mundo y cuán provechoso es para la santidad el retirarse a la vida religiosa en un convento. Desde entonces se propuso que un día sería religiosa.
Comunicó a su padre el deseo que tenía de entrar en un convento. Él, que la quería muchísimo, le respondió: "Lo harás, pero cuando yo ya me haya muerto". La joven sabía que el esperar mucho tiempo y quedarse en el mundo podría hacerla desistir de su propósito de hacerse religiosa. Y entonces se fugó de la casa. Dice en sus recuerdos: "Aquel día, al abandonar mi hogar sentía tan terrible angustia, que llegué a pensar que la agonía y la muerte no podían ser peores de lo que experimentaba yo en aquel momento. El amor de Dios no era suficientemente grande en mí para ahogar el amor que profesaba a mi padre y a mis amigos".

La santa determinó quedarse de monja en el convento de Ávila. Su padre al verla tan resuelta a seguir su vocación, cesó de oponerse. Ella tenía 20 años. Un año más tarde hizo sus tres juramentos o votos de castidad, pobreza y obediencia y entró a pertenecer a la Comunidad de hermanas Carmelitas.
Poco después de empezar a pertenecer a la comunidad carmelitana, se agravó de un mal que la molestaba. Quizá una fiebre palúdica. Los médicos no lograban atajar el mal y éste se agravaba. Su padre la llevó a su casa y fue quedando casi paralizada. Pero esta enfermedad le consiguió un gran bien, y fue que tuvo oportunidad de leer un librito que iba a cambiar su vida. Se llamaba "El alfabeto espiritual", por Osuna, y siguiendo las instrucciones de aquel librito empezó a practicar la oración mental y a meditar. Estas enseñanzas le van a ser de inmensa utilidad durante toda su vida. Ella decía después que si en este tiempo no hizo mayores progresos fue porque todavía no tenía un director espiritual, y sin esta ayuda no se puede llegar a verdaderas alturas en la oración.

A los tres años de estar enferma encomendó a San José que le consiguiera la gracia de la curación, y de la manera más inesperada recobró la salud. En adelante toda su vida será una gran propagadora de la devoción a San José, Y todos los conventos que fundará los consagrará a este gran santo.

Teresa tenía un gran encanto personal, una simpatía impresionante, una alegría contagiosa, y una especie de instinto innato de agradecimiento que la llevaba a corresponder a todas las amabilidades. Con esto se ganaba la estima de todos los que la rodeaban. Empezar a tratar con ella y empezar a sentir una inmensa simpatía hacia su persona, eran una misma cosa.

En aquellos tiempos había en los conventos de España la dañosa costumbre de que las religiosas gastaban mucho tiempo en la sala recibiendo visitas y charlando en la sala con las muchas personas que iban a gozar de su conversación. Y esto le quitaba el fervor en la oración y no las dejaba concentrarse en la meditación y se llegó a convencer de que ella no podía dedicarse a tener verdadera oración con Dios porque era muy disipada. Y que debía dejar de orar tanto.

A ella le gustaban los Cristos bien chorreantes de sangre. Y un día al detenerse ante un crucifijo muy sangrante le preguntó: "Señor, ¿quién te puso así?", y le pareció que una voz le decía: "Tus charlas en la sala de visitas, esas fueron las que me pusieron así, Teresa". Ella se echó a llorar y quedó terriblemente impresionada. Pero desde ese día ya no vuelve a perder tiempo en charlas inútiles y en amistades que no llevan a la santidad. Y Dios en cambio le concederá enormes progresos en la oración y unas amistades formidables que le ayudarán a llegar a la santidad.

Teresa tuvo dos ayudas formidables para crecer en santidad: su gran inclinación a escuchar sermones, aunque fueran largos y cansones y su devoción por grandes personajes celestiales. Además de su inmensa devoción por la Santísima Virgen y su fe total en el poder de intercesión de san José, ella rezaba frecuentemente a dos grandes convertidos: San Agustín y María Magdalena. Para imitar a esta santa que tanto amó a Jesús, se propuso meditar cada día en la Pasión y Muerte de Jesús, y esto la hizo crecer mucho en santidad. Y en honor de San Agustín leyó el libro más famoso del gran santo "las Confesiones", y su lectura le hizo enorme bien.

Como las sequedades de espíritu le hacían repugnante la oración y el enemigo del alma le aconsejaba que dejara de rezar y de meditar porque todo eso le producía aburrimiento, su confesor le avisó que dejar de rezar y de meditar sería entregarse incondicionalmente al poder de Satanás y un padre jesuita le recomendó que para orar con más amor y fervor eligiera como "maestro de oración" al Espíritu Santo y que rezara cada día el Himno "Ven Creador Espíritu". Ella dirá después: "El Espíritu Santo como fuerte huracán hace adelantar más en una hora la navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que lo que nosotros habíamos conseguido en meses y años remando con nuestras solas fuerzas".

Y el Divino Espíritu empezó a concederle Visiones Celestiales. Al principio se asustó porque había oído hablar de varias mujeres a las cuales el demonio engañó con visiones imaginarias. Pero hizo confesión general de toda su vida con un santo sacerdotes y le consultó el caso de sus visiones, y este le dijo que se trataba de gracias de Dios.

Nuestro Señor le aconsejó en una de sus visiones: "No te dediques tanto a hablar con gente de este mundo. Dedícate más bien a comunicarte con el mundo sobrenatural". En algunos de sus éxtasis se elevaba hasta un metro por los aires (Éxtasis es un estado de contemplación y meditación tan profundo que se suspenden los sentidos y se tienen visiones sobrenaturales). Cada visión le dejaba un intenso deseo de ir al cielo. "Desde entonces – dice ella – dejé de tener medio a la muerte, cosa que antes me atormentaba mucho". Después de una de aquellas visiones escribió la bella poesía que dice: "Tan alta vida espero que muero porque no muero".

Teresa quería que los favores que Dios le concedía permanecieran en secreto, pero varias personas de las que la rodeaban empezaron a contar todo esto a la gente y las noticias corrían por la ciudad. Unos la creían loca y otros la acusaban de hipócrita, de orgullo y presunción.
San Pedro Alcántara, uno de los santos más famosos de ese tiempo, después de charlar con la famosa carmelita, declaró que el Espíritu de Dios guiaba a Teresa.

La transverberación. Esta palabra significa: atravesarlo a uno con una gran herida. Dice ella: "Vi un ángel que venía del tronco de Dios, con una espada de oro que ardía al rojo vivo como una brasa encendida, y clavó esa espada en mi corazón. Desde ese momento sentí en mi alma el más grande amor a Dios".
Desde entonces para Teresa ya no hay sino un solo motivo para vivir: demostrar a Dios con obras, palabras, sufrimientos y pensamientos que lo ama con todo su corazón. Y obtener que otros lo amen también.
Al hacer la autopsia del cadáver de la santa encontraron en su corazón una cicatriz larga y profunda.
Para corresponder a esta gracia la santa hizo el voto o juramento de hacer siempre lo que más perfecto le pareciera y lo que creyera que le era más agradable a Dios. Y lo cumplió a la perfección. Un juramento de estos no lo pueden hacer sino personas extraordinariamente santas.

En aquella época del 1500 las comunidades religiosas habían decaído de su antiguo fervor. Las comunidades eran demasiado numerosas lo cual ayudaba mucho a la relajación. Por ejemplo el convento de las carmelitas de Ávila tenía 140 religiosas. Santa Teresa exclamaba: "La experiencia me ha demostrado lo que es una casa llena de mujeres. Dios me libre de semejante calamidad".

Un día una sobrina de la santa le dijo: "Lo mejor sería fundar una comunidad en que cada casa tuviera pocas hermanas". Santa Teresa consideró esta idea como venida del cielo y se propuso fundar un nuevo convento, con pocas hermanas pero bien fervorosas. Ella llevaba ya 25 años en el convento. Una viuda rica le ofreció una pequeña casa para ello. San Pedro de Alcántara, San Luis Beltrán y el obispo de la ciudad apoyaron la idea. El Provincial de los Carmelitas concedió el permiso.

Sin embargo la noticia produjo el más terrible descontento general y el superior tuvo que retirar el permiso concedido. Pero Teresa no era mujer débil como para dejarse derrotar fácilmente. Se consiguió amigos en el palacio del emperador y obtuvo una entrevista con Felipe II y este quedó encantado de la personalidad de la santa y de las ideas tan luminosas que ella tenía y ordenó que no la persiguieran más. Y así fue llenando España de sus nuevos conventos de "Carmelitas Descalzas", poquitas y muy pobres en cada casa, pero fervorosas y dedicadas a conseguir la santidad propia y la de los demás.

Se ganó para su causa a San Juan de la Cruz, y con él fundó los Carmelitas descalzos. Las carmelitas descalzas son ahora 14,000 en 835 conventos en el mundo. Y los carmelitas descalzos son 3,800 en 490 conventos.
Por orden expresa de sus superiores Santa Teresa escribió unas obras que se han hecho famosas. Su autobiografía titulada "El libro de la vida"; "El libro de las Moradas" o Castillo interior; texto importantísimo para poder llegar a la vida mística. Y "Las fundaciones: o historia de cómo fue creciendo su comunidad. Estas obras las escribió en medio de mareos y dolores de cabeza. Va narrando con claridad impresionante sus experiencias espirituales. Tenía pocos libros para consultar y no había hecho estudios especiales. Sin embrago sus escritos son considerados como textos clásicos en la literatura española y se han vuelto famosos en todo el mundo.
Santa Teresa murió el 4 de octubre de 1582 y la enterraron al día siguiente, el 15 de octubre. ¿Por qué esto? Porque en ese día empezó a regir el cambio del calendario,  cuando el Papa añadió 10 días al almanaque para corregir un error de cálculo en el mismo que llevaba arrastrándose ya por años. 
 
 
 
Oración a Santa Teresa de Jesús
 - de San Alfonso de Ligorio
Oh, Santa Teresa, Virgen seráfica, querida esposa de Tu Señor Crucificado, tú, quien en la tierra ardió con un amor tan intenso
 hacia tu Dios y mi Dios, y ahora iluminas como una llama resplandeciente en el paraíso, obtén para mi también,
te lo ruego, un destello de ese mismo fuego ardiente
y santo que me ayude a olvidar el mundo, las cosas creadas,
aún yo mismo, porque tu ardiente deseo era verle adorado
por todos los hombres. 

Concédeme que todos mis pensamientos, deseos y afectos
sean dirigidos siempre a hacer la voluntad de Dios,
la Bondad suprema, aun estando en gozo o en dolor,
porque Él es digno de ser amado y obedecido por siempre.

 Obtén para mí esta gracia, tú que eres tan poderosa con Dios,
que yo me llene de fuego, como tú, con el santo amor de Dios.  

Amén
 
Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia
fecha: 15 de octubre
n.: 1515 - †: 1582 - país: España
canonización: B: Pablo V 24 abr 1614 - C: Gregorio XV 12 mar 1622
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Fiesta de santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, la cual, nacida en Ávila, ciudad de España, y agregada a la Orden Carmelitana, llegó a ser madre y maestra de una observancia más estrecha; en su corazón concibió un plan de crecimiento espiritual bajo la forma de una ascensión por grados del alma hacia Dios, pero a causa de la reforma de su Orden hubo de sufrir dificultades, que superó con ánimo esforzado. Compuso libros, en los que muestra una sólida doctrina y el fruto de su experiencia.
patronazgo: patrona de España, Ávila, Alba de Tormes, y Nápoles, de los escritores españoles y los fabricantes de encajes; para invocar en las necesidades espirituales, y contra los dolores de cabeza y enfermedades cardíacas.
tradiciones, refranes, devociones: Por Santa Teresa, derrama el trigo sobre la tierra.
oración:
Oh, Santa Teresa, Virgen seráfica, querida esposa de Tu Señor Crucificado, tú, quien en la tierra ardió con un amor tan intenso hacia tu Dios y mi Dios, y ahora iluminas como una llama resplandeciente en el paraíso, obtén para mi también, te lo ruego, un destello de ese mismo fuego ardiente y santo que me ayude a olvidar el mundo, las cosas creadas, aún a mí mismo, porque tu ardiente deseo era verle adorado por todos los hombres. Concédeme que todos mis pensamientos, deseos y afectos sean dirigidos siempre a hacer la voluntad de Dios, la Bondad suprema, aun estando en gozo o en dolor, porque Él es digno de ser amado y obedecido por siempre. Obtén para mí esta gracia, tú que eres tan poderosa con Dios: que yo me llene de fuego, como tú, con el santo amor de Dios. Amén. (Oración a Santa Teresa de Jesús de San Alfonso María de Ligorio)

Santa Teresa es, sin duda, una de las mujeres más grandes y admirables de la historia y fue considerada doctora de la Iglesia por el pueblo cristiano aun antes de que ese título fuera reconocido oficialmente en 1970 por Pablo VI. Sus padres eran Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y Ahumada. La santa habla de ellos con gran cariño. Alonso Sánchez tuvo tres hijos de su primer matrimonio, y Beatriz de Ahumada le dio otros nueve. Al referirse a sus hermanos y medios hermanos, santa Teresa escribe: «por la gracia de Dios, todos se asemejan en la virtud a mis padres, excepto yo». Teresa nació en la ciudad castellana de Ávila, el 28 de marzo de 1515. A los siete años, tenía ya gran predilección por la lectura de las vidas de santos. Su hermano Rodrigo era casi de su misma edad de suerte que acostumbraban jugar juntos. Los dos niños, muy impresionados por el pensamiento de la eternidad, admiraban las victorias de los santos al conquistar la gloria eterna y repetían incansablemente: «Gozarán de Dios para siempre, para siempre, para siempre...» Teresa y su hermano consideraban que los mártires habían comprado la gloria a un precio muy bajo y resolvieron partir al país de los moros con la esperanza de morir por la fe. Así pues, partieron de su casa a escondidas, rogando a Dios que les permitiese dar la vida por Cristo; pero en Adaja se toparon con uno de su tíos, quien los devolvió a los brazos de su afligida madre. Cuando ésta los reprendió, Rodrigo echó la culpa a su hermana.

En vista del fracaso de sus proyectos, Teresa y Rodrigo decidieron vivir como ermitaños en su propia casa y empezaron a construir una celda en el jardín, aunque nunca llegaron a terminarla. Teresa amaba desde entonces la soledad. En su habitación tenía un cuadro que representaba al Salvador que hablaba con la Samaritana y solía repetir frente a esa imagen: «Señor, dame de beber para que no vuelva a tener sed». La madre de Teresa murió cuando ésta tenía catorce años. «En cuanto empecé a caer en la cuenta de la pérdida que había sufrido, comencé a entristecerme sobremanera; entonces me dirigí a una imagen de Nuestra Señora y le rogué con muchas lágrimas que me tomase por hija suya». Por aquella época, Teresa y Rodrigo empezaron a leer novelas de caballerías y aun trataron de escribir una. La santa confiesa en su «Autobiografía»: «Esos libros no dejaron de enfriar mis buenos deseos y me hicieron caer insensiblemente en otras faltas. Las novelas de caballerías me gustaban tanto, que no estaba yo contenta cuando no tenía una entre las manos. Poco a poco empecé a interesarme por la moda, a tomar gusto en vestirme bien, a preocuparme mucho del cuidado de mis manos, a usar perfumes y a emplear todas las vanidades que el mundo aconsejaba a las personas de mi condición». El cambio que paulatinamente se operaba en Teresa, no dejó de preocupar a su padre, quien la envió, a los quince años de edad a educarse en el convento de las agustinas de Ávila, en el que solían estudiar las jóvenes de su clase.

Un año y medio más tarde, Teresa cayó enferma, y su padre la llevó a casa. La joven empezó a reflexionar seriamente sobre la vida religiosa, que le atraía y le repugnaba a la vez. La obra que le permitió llegar a una decisión fue la colección de «Cartas» de San Jerónimo, cuyo fervoroso realismo encontró eco en el alma de Teresa. La joven dijo a su padre que quería hacerse religiosa, pero éste le respondió que tendría que esperar a que él muriese para ingresar en el convento. La santa, temiendo flaquear en su propósito, fue a ocultas a visitar a su amiga íntima, Juana Suárez, que era religiosa en el convento carmelita de la Encarnación, en Ávila, con la intención de no volver, si Juana le aconsejaba quedarse, a pesar de la pena que le causaba contrariar la voluntad de su padre. «Recuerdo ... que, al abandonar mi casa, pensaba que la tortura de la agonía y de la muerte no podía ser peor a la que experimentaba yo en aquel momento ... El amor de Dios no era suficiente para ahogar en mí el amor que profesaba a mi padre y a mis amigos». La santa determinó quedarse en el convento de la Encarnación. Tenía entonces veinte años. Su padre, al verla tan resuelta, cesó de oponerse a su vocación. Un año más tarde, Teresa hizo la profesión. Poco después, se agravó un mal. que había comenzado a molestarla desde antes de profesar, y su padre la sacó del convento. La hermana Juana Suárez fue a hacer compañía a Teresa, quien se puso en manos de los médicos; desgraciadamente, el tratamiento no hizo sino empeorar la enfermedad, probablemente una fiebre palúdica. Los médicos terminaron por darse por vencidos, y el estado de la enferma se agravó. Teresa consiguió soportar aquella tribulación, gracias a que su tío Pedro, que era muy piadoso, le había regalado un librito del P. Francisco de Osuna, titulado: «El tercer alfabeto espiritual». Teresa siguió las instrucciones de la obrita y empezó a practicar la oración mental, aunque no hizo en ella muchos progresos por falta de un director espiritual experimentado. Finalmente, al cabo de tres años, Teresa recobró la salud.

Su prudencia y caridad, a las que añadía un gran encanto personal, le ganaron la estima de todos los que la rodeaban. Por otra parte, una especie de instinto innato de agradecimiento movía a la joven religiosa a corresponder a todas las amabilidades. Según la reprobable costumbre de los conventos españoles de la época, las religiosas podían recibir a cuantos visitantes querían, y Teresa pasaba gran parte de su tiempo charlando en el recibidor del convento. Eso la llevó a descuidar la oración mental y el demonio contribuyó, al inculcarle la íntima convicción, bajo capa de humildad, de que su vida disipada la hacía indigna de conversar familiarmente con Dios. Además, la santa se decía para tranquilizarse, que no había ningún peligro de pecado en hacer lo mismo que tantas otras religiosas mejores que ella y justificaba su descuido de la oración mental, diciéndose que sus enfermedades le impedían meditar. Sin embargo, añade la santa, «el pretexto de mi debilidad corporal no era suficiente para justificar el abandono de un bien tan grande, en el que el amor y la costumbre son más importantes que las fuerzas. En medio de las peores enfermedades puede hacerse la mejor oración, y es un error pensar que sólo se puede orar en la soledad». Poco después de la muerte de su padre, el confesor de Teresa le hizo ver el peligro en que se hallaba su alma y le aconsejó que volviese a la práctica de la oración. La santa no la abandonó jamás, desde entonces. Sin embargo, no se decidía aún a entregarse totalmente a Dios ni a renunciar del todo a las horas que pasaba en el recibidor y al intercambio de regalillos. Es curioso notar que, en todos esos años de indecisión en el servicio de Dios, santa Teresa no se cansaba jamás de oír sermones «por malos que fuesen»; pero el tiempo que empleaba en la oración «se le iba en desear que los minutos pasasen pronto y que la campana anunciase el fin de la meditación, en vez de reflexionar en las cosas santas». Convencida cada vez más de su indignidad, Teresa invocaba con frecuencia a los dos grandes santos penitentes, María Magdalena y Agustín, con quienes están asociados dos hechos que fueron decisivos en la vida de la santa. El primero, fue la lectura de las «Confesiones». El segundo fue un llamamiento a la penitencia que la santa experimentó ante una imagen de la Pasión del Señor: «Sentí que santa María Magdalena acudía en mi ayuda ... y desde entonces he progresado mucho en la vida espiritual».

Una vez que Teresa se retiró de las conversaciones del recibidor y de otras ocasiones de disipación y de faltas (que ella exageraba sin duda), Dios empezó a favorecerla frecuentemente con la oración de quietud y de unión. La oración de unión ocupó un largo período de su vida, con el gozo y el amor que le son característicos, y Dios empezó a visitarla con visiones y comunicaciones interiores. Ello la inquietó, porque había oído hablar con frecuencia de ciertas mujeres a las que el demonio había engañado miserablemente con visiones imaginarias. Aunque estaba persuadida de que sus visiones procedían de Dios, su perplejidad la llevó a consultar el asunto con varias personas; desgraciadamente no todas esas personas guardaron el secreto al que estaban obligadas, y la noticia de las visiones de Teresa empezó a divulgarse para gran confusión suya. Una de las personas a las que consultó Teresa fue Francisco de Salcedo, un hombre casado que era un modelo de virtud. Éste la presentó al doctor Daza, sabio y virtuoso sacerdote, quien dictaminó que Teresa era víctima de los engaños del demonio, ya que era imposible que Dios concediese favores tan extraordinarios a una religiosa tan imperfecta como ella pretendía ser. Teresa quedó alarmada e insatisfecha. Francisco de Salcedo, a quien la propia santa afirma que debía su salvación, la animó en sus momentos de desaliento y le aconsejó que acudiese a uno de los padres de la recién fundada Compañía de Jesús. La santa hizo una confesión general con un jesuita, a quien expuso su manera de orar y los favores que había recibido. El jesuita le aseguró que se trataba de gracias de Dios, pero la exhortó a no descuidar el verdadero fundamento de la vida interior. Aunque el confesor de Teresa estaba convencido de que sus visiones procedían de Dios, le ordenó que tratase de resistir durante dos meses a esas gracias. La resistencia de la santa fue en vano.

Otro jesuita, el P. Baltasar Álvarez, le aconsejó que pidiese a Dios ayuda para hacer siempre lo que fuese más agradable a sus ojos y que, con ese fin, recitase diariamente el «Veni Creator Spiritus». Así lo hizo Teresa. Un día, precisamente cuando repetía el himno, fue arrebatada en éxtasis y oyó en el interior de su alma estas palabras: «No quiero que converses con los hombres sino con los ángeles». La santa, que tuvo en su vida posterior repetidas experiencias de palabras divinas afirma que son más claras y distintas que las humanas; dice también que las primeras son operativas, ya que producen en el alma una fuerte tendencia a la virtud y la dejan llena de gozo y de paz, convencida de la verdad de lo que ha escuchado. En la época en que el P. Álvarez fue su director, Teresa sufrió graves persecuciones, que duraron tres años; además, durante dos años, atravesó por un período de intensa desolación espiritual, aliviado por momentos de luz y consuelo extraordinarios. La santa quería que los favores que Dios le concedía permaneciesen secretos, pero las personas que la rodeaban estaban perfectamente al tanto y, en más de una ocasión, la acusaron de hipocresía y presunción. El P. Álvarez era un hombre bueno y timorato, que no tuvo el valor suficiente para salir en defensa de su dirigida, aunque siguió confesándola. En 1557, san Pedro de Alcántara pasó por Ávila y, naturalmente, fue a visitar a la famosa carmelita. El santo declaró que le parecía evidente que el Espíritu de Dios guiaba a Teresa, pero predijo que las persecuciones y sufrimientos seguirían lloviendo sobre ella. Las pruebas que Dios le enviaba purificaron el alma de la santa, y los favores extraordinarios le enseñaron a ser humilde y fuerte, la despegaron de las cosas del mundo y la encendieron en el deseo de poseer a Dios. En algunos de sus éxtasis, de los que nos dejó la santa una descripción detallada, se elevaba varios palmos sobre el suelo. A este propósito, comenta Teresa: Dios «no parece contentarse con arrebatar el alma a Sí, sino que levanta también este cuerpo mortal, manchado con el barro asqueroso de nuestros pecados». En esos éxtasis se manifestaban la grandeza y bondad de Dios, el exceso de su amor y la dulzura de su servicio en forma sensible, y el alma de Teresa lo comprendía con claridad, aunque era incapaz de expresarlo. El deseo del cielo que dejaban las visiones en su alma era inefable. «Desde entonces, dejé de tener miedo a la muerte, cosa que antes me atormentaba mucho». Las experiencias místicas de la santa llegaron a las alturas de los esponsales espirituales, el matrimonio místico y la transverberación.

Santa Teresa nos dejó el siguiente relato sobre el fenómeno de la transverberación: «Ví a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. Confieso que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en muy raras ocasiones. Aunque con frecuencia me acontece ver a los ángeles, se trata de visiones intelectuales, como las que he referido más arriba ... El ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido como si fuese uno de los ángeles más altos que son todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos querubines ... Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía un ascua encendida. Me parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía que las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella». El anhelo de Teresa de morir pronto para unirse con Dios, estaba templado por el deseo que la inflamaba de sufrir por su amor. A este propósito escribió: «La única razón que encuentro para vivir, es sufrir, y eso es lo único que pido para mí». Según reveló la autopsia en el cadáver de la santa, había en su corazón la cicatriz de una herida larga y profunda («Estoy convencido de que santa Teresa murió en un trasporte de amor ... En cuanto a la herida de la arteria coronaria ... hay que reconocer que, aunque haya sido causada por el arranque de amor sobrenatural descrito por san Juan de la Cruz, los síntomas de fatiga ... , sobre los que existen varios testimonios, prueban que la santa tenía nn predisposición a la dilatación y la ruptura del miocardio.» Dr. Juan L'hermitte, en Etudes Carmelites, 1936, vol. II, p. 242.). El año siguiente (1560), para corresponder a esa gracia, la santa hizo el voto de hacer siempre lo que le pareciese más perfecto y agradable a Dios. Un voto de esa naturaleza está tan por encima de las fuerzas naturales, que sólo el esforzarse por cumplirlo puede justificarlo. Santa Teresa cumplió perfectamente su voto.


El relato que la santa nos dejó en su «Autobiografía» sobre sus visiones y experiencias espirituales, tiene el tono de la verdad. Es imposible leerlo sin quedar convencido de la sinceridad de su autora, que en todos sus escritos da muestras de una extraordinaria sencillez de estilo y de una preocupación constante por no exagerar los hechos. La Iglesia califica de «celestial» la doctrina de santa Teresa, en la oración del día de su fiesta. Las obras de la «mística Doctora» ponen al descubierto los rincones más recónditos del alma humana. La santa explica con una claridad casi increíble las experiencias más inefables. Y debe hacerse notar que Teresa era una mujer relativamente inculta, que escribió sus experiencias en la común lengua castellana de los habitantes de Ávila, que ella había aprendido «en el regazo de su madre»; una mujer que escribió sin valerse de otros libros, sin haber estudiado previamente las obras místicas y sin tener ganas de escribir, porque ello le impedía dedicarse a hilar; una mujer, en fin, que sometió sin reservas sus escritos al juicio de su confesor y sobre todo, al juicio de la Iglesia. La santa empezó a escribir su autobiografía por mandato de su confesor: «La obediencia se prueha de diferentes maneras». Por otra parte, el mejor comentario de las obras de la santa es la paciencia con que sobrellevó las enfermedades, las acusaciones y los desengaños; la confianza absoluta con que acudía en todas las tormentas y dificultades al Redentor crucificado y el invencible valor que demostró en todas las penas y persecuciones. Los escritos de santa Teresa subrayan sobre todo el espíritu de oración, la manera de practicarlo y los frutos que produce. Como la santa escribió precisamente en la época en que estaba consagrada a la difícil tarea de fundar conventos de carmelitas reformadas, sus obras, prescindiendo de su naturaleza y contenido, dan testimonio de su vigor, industriosidad y capacidad de recogimiento. Santa Teresa escribió el «Camino de Perfección» para dirigir a sus religiosas, y el libro de las «Fundaciones» para edificarlas y alentarlas. En cuanto al «Castillo Interior», puede considerarse que lo escribió para la instrucción de todos los cristianos, y en esa obra se muestra la santa como verdadera doctora de la vida espiritual.

Las carmelitas, como la mayoría de las religiosas, habían decaído mucho del primer fervor, a principios del siglo XVI. Ya hemos visto que los recibidores de los conventos de Ávila eran una especie de centro de reunión de las damas y caballeros de la ciudad. Por otra parte, las religiosas podían salir de la clausura con el menor pretexto, de suerte que el convento era el sitio ideal para quien deseaba una vida fácil y sin problemas. Las comunidades eran sumamente numerosas, lo cual era a la vez causa y efecto de la relajación. Por ejemplo, en el convento de Ávila había 140 religiosas. Santa Teresa comentaba más tarde: «La experiencia me ha enseñado lo que es una casa llena de mujeres. ¡Dios nos guarde de ese mal!» Ya que tal estado de cosas se aceptaba como normal, las religiosas no caían generalmente en la cuenta de que su modo de vida se apartaba mucho del espíritu de sus fundadores. Así, cuando una sobrina de santa Teresa, que era también religiosa en el convento de la Encarnación de Ávila, le sugirió la idea de fundar una comunidad reducida, la santa la consideró como una especie de revelación del cielo, no como una idea ordinaria. Teresa, que llevaba ya veinticinco años en el convento, resolvió poner en práctica la idea y fundar un convento reformado. Doña Guiomar de Ulloa, que era una viuda muy rica, le ofreció ayuda generosa para la empresa. San Pedro de Alcántara, san Luis Beltrán y el obispo de Ávila, aprobaron el proyecto, y el P. Gregorio Fernández, provincial de las carmelitas, autorizó a Teresa a ponerlo en práctica. Sin embargo, el revuelo que provocó la ejecución del proyecto, obligó al provincial a retirar el permiso y santa Teresa fue objeto de las críticas de sus propias hermanas, de los nobles, de los magistrados y de todo el pueblo. A pesar de eso, el P. Ibáñez, dominico, alentó a la santa a proseguir la empresa con la ayuda de Doña Guiomar. Doña Juana de Ahumada, hermana de santa Teresa, emprendió con su esposo la construcción de un convento en Ávila en 1561, pero haciendo creer a todos que se trataba de una casa en la que pensaban habitar. En el curso de la construcción, una pared del futuro convento se derrumbó y cubrió bajo los escombros al pequeño Gonzalo, hijo de doña Juana, que se hallaba allí jugando. Santa Teresa tomó en brazos al niño, que no daba ya señales de vida, y se puso en oración; algunos minutos más tarde, el niño estaba perfectamente sano, según consta en el proceso de canonización. En lo sucesivo, Gonzalo solía repetir a su tía que estaba obligada a pedir por su salvación, puesto que a sus oraciones debía el verse privado del cielo.

Por entonces, llegó de Roma un breve que autorizaba la fundación del nuevo convento. San Pedro de Alcántara, don Francisco de Salcedo y el Dr. Daza, consiguieron ganar al obispo a la causa, y la nueva casa se inauguró bajo sus auspicios el día de San Bartolomé de 1562. Durante la misa que se celebró en la capilla con tal ocasión, tornaron el velo la sobrina de la santa y otras tres novicias. La inauguración causó gran revuelo en Ávila. Esa misma tarde, la superiora del convento de la Encarnación mandó llamar a Teresa y la santa acudió con cierto temor, «pensando que iban a encarcelarme». Naturalmente tuvo que explicar su conducta a su superiora y al P. Ángel de Salazar, provincial de la orden. Aunque la santa reconoce que no faltaba razón a sus superiores para estar disgustados, el P. Salazar le prometió que podría retornar al convento de San José en cuanto se calmase la excitación del pueblo. La fundación no era bien vista en Ávila, porque las gentes desconfiaban de las novedades y temían que un convento sin fondos suficientes se convirtiese en una carga demasiado pesada para la ciudad. El alcalde y los magistrados hubiesen acabado por mandar demoler el convento, si no los hubiese disuadido de ello el dominico Báñez. Por su parte, Santa Teresa no perdió la paz en medio de las persecuciones y siguió encomendando a Dios el asunto; el Señor se le apareció y la reconfortó. Entre tanto, Francisco de Salcedo y otros partidarios de la fundación enviaron a la corte a un sacerdote para que defendiese la causa ante el rey, y los dos dominicos, Báñez e Ibáñez, calmaron al obispo y al provincial. Poco a poco fue desvaneciéndose la tempestad y, cuatro meses más tarde, el P. Salazar dio permiso a santa Teresa de volver al convento de San José, con otras cuatro religiosas de la Encarnación. La santa estableció la más estricta clausura y el silencio casi perpetuo. El convento carecía de rentas y reinaba en él la mayor pobreza; las religiosas vestían toscos hábitos, usaban sandalias en vez de zapatos (por ello se les llamó «descalzas») y estaban obligadas a la perpetua abstinencia de carne. Santa Teresa no admitió al principio más que a trece religiosas, pero más tarde, en los conventos que no vivían sólo de limosnas sino que poseían rentas, aceptó que hubiese veintiuna. En 1567, el superior general de los carmelitas, Juan Bautista Rubio (Bossi), visitó el convento de Ávila y quedó encantado de la superiora y de su sabio gobierno; concedió a santa Teresa plenos poderes para fundar otros conventos del mismo tipo (a pesar de que el de San José había sido fundado sin que él lo supiese) y aun la autorizó a fundar dos conventos de frailes reformados («carmelitas contemplativos»), en Castilla. Santa Teresa pasó cinco años con sus trece religiosas en el convento de San José, precediendo a sus hijas no sólo en la oración, sino también en los trabajos humildes, como la limpieza de la casa y el hilado. Acerca de esa época escribió: «Creo que fueron los años más tranquilos y apacibles de mi vida, pues disfruté entonces de la paz que tanto había deseado mi alma ... Su Divina Majestad nos enviaba lo necesario para vivir sin que tuviésemos necesidad de pedirlo, y en las raras ocasiones en que nos veíamos en necesidad, el gozo de nuestras almas era todavía mayor». La santa no se contenta con generalidades, sino que desciende a ejemplos menudos, como el de la religiosa que plantó horizontalmente un pepino por obediencia y la cañería que llevó al convento el agua de un pozo que, según los plomeros, era demasiado bajo. En agosto de 1567, santa Teresa se trasladó a Medina del Campo, donde fundó el segundo convento, a pesar de las múltiples dificultades que surgieron. La condesa de la Cerda quería que fundase otro convento en Malagón, y Santa Teresa le hizo en Madrid una visita que ella misma califica de «muy aburrida». Una vez que dejó establecido el convento de Malagón, fue a fundar otro en Valladolid. La siguiente fundación tuvo lugar en Toledo; fue esa empresa especialmente difícil, porque la santa sólo tenía cinco ducados al comenzar; pero, según escribía, «Teresa y cinco ducados no son nada; pero Dios, Teresa y cinco ducados bastan y sobran». Una joven de Toledo, que gozaba de gran fama de virtud, pidió ser admitida en el convento y dijo a la fundadora que traería consigo su Biblia. Teresa exclamó: «¿Vuestra Biblia? ¡Dios nos guarde! No entréis en nuestro convento, porque nosotras somos unas pobres mujeres que sólo sabemos hilar y hacer lo que se nos dice».


La santa había encontrado en Medina del Campo a dos frailes carmelitas que estaban dispuestos a abrazar la reforma: uno era Antonio de Jesús de Heredia, superior del convento de dicha ciudad y el otro, Juan de Yepes, más conocido con el nombre de san Juan de la Cruz. Aprovechando la primera oportunidad que se le ofreció, santa Teresa fundó un convento de frailes en el pueblecito de Duruelo en 1568; a éste siguió, en 1569, el convento de Pastrana. En ambos reinaba la mayor pobreza y austeridad. Santa Teresa dejó el resto de las fundaciones de conventos de frailes a cargo de san Juan de la Cruz. La santa fundó también en Pastrana un convento de carmelitas descalzas. Cuando murió Don Ruy Gómez de Silva, quien había ayudado a Teresa en la fundación de los conventos de Pastrana, su mujer quiso hacerse carmelita, pero exigiendo numerosas dispensas de la regla y conservando el tren de vida de una princesa. Teresa, viendo que era imposible reducirla a la humildad propia de su profesión, ordenó a sus religiosas que se trasladasen a Segovia y dejasen a la princesa su casa de Pastrana. En 1570 la santa, con otra religiosa, tomó posesión en Salamanca de una casa que hasta entonces había estado ocupada por ciertos estudiantes «que se preocupaban muy poco de la limpieza». Era un edificio grande, complicado y ruinoso, de suerte que al caer la noche la compañera de la santa empezó a ponerse muy nerviosa. Cuando se hallaban ya acostadas en sendos montones de paja («lo primero que llevaba yo a un nuevo monasterio era un poco de paja para que nos sirviese de lecho»), Teresa preguntó a su compañera en qué pensaba. La religiosa respondió: «Estaba yo pensando qué haría su reverencia si muriese yo en este momento y su reverencia quedase sola con un cadáver». La santa confiesa que la idea la sobresaltó, porque, aunque no tenía miedo de los cadáveres, la vista de ellos le producía siempre «un dolor en el corazón». Sin embargo, respondió simplemente: «Cuando eso suceda, ya tendré tiempo de pensar lo que haré, por eI momento lo mejor es dormir». En julio de ese año, mientras se hallaba haciendo oración, tuvo una visión del martirio de los beatos jesuitas Juan Acevedo y sus compañeros, entre los que se contaba su pariente Francisco Pérez Godoy. La visión fue tan clara, que Teresa tenía la impresión de haber presenciado directamente la escena, e inmediatamente la describió detalladamente al P. Álvarez, quien un mes más tarde, cuando las nuevas del martirio llegaron a España, pudo comprobar la exactitud de la visión de la santa.

Por entonces, san Pío V nombró a varios visitadores apostólicos para que hiciesen una investigación sobre la relajación de las diversas órdenes religiosas, con miras a la reforma. El visitador de los carmelitas de Castilla fue un dominico muy conocido, el P. Pedro Fernández. Naturalmente, el efecto que le produjo el convento de la Encarnación de Ávila fue muy malo, e inmediatamente mandó llamar a santa Teresa para nombrarla superiora del mismo. La tarea era particularmente desagradable para la santa, tanto porque tenía que separarse de sus hijas, como por la dificultad de dirigir una comunidad que, desde el principio, había visto con recelo sus actividades de reformadora. Al principio, las religiosas se negaron a obedecer a la nueva superiora, cuya sola presencia producía ataques de histeria en algunas. La santa comenzó por explicarles que su misión no consistía en instruirlas y guiarlas con el látigo en la mano, sino en servirlas y aprender de ellas: «Madres y hermanas mías, el Señor me ha enviado aquí por la voz de la obediencia a desempeñar un oficio en el que yo jamás había pensado y para el que me siento muy mal preparada ... Mi única intención es serviros ... No temáis mi gobierno. Aunque he vivido largo tiempo entre las carmelitas descalzas y he sido su superiora, sé también, por la misericordia del Señor, cómo gobernar a las carmelitas calzadas». De esta manera se ganó la simpatía y el afecto de la comunidad y le fue menos difícil restablecer la disciplina entre las carmelitas calzadas, de acuerdo con sus constituciones. Poco a poco prohibió completamente las visitas demasiado frecuentes (lo cual molestó mucho a ciertos caballeros de Ávila), puso en orden las finanzas del convento e introdujo el verdadero espíritu del claustro. En resumen, fue aquella una realización característicamente teresiana. En Veas, a donde había ido a fundar un convento, la santa conoció al P. Jerónimo Gracián, quien la convenció fácilmente para que extendiese su campo de acción hasta Sevilla. El P. Gracián era un fraile de la reforma carmelita que acababa precisamente de predicar la cuaresma en Sevilla. Fuera de la fundación del convento de San José de Ávila, ninguna otra fue más difícil que la del de Sevilla; entre otras dificultades una novicia que había sido despedida, denunció a las carmelitas descalzas ante la Inquisición como «iluminadas» y otras cosas peores.

Los carmelitas de Italia veían con malos ojos el progreso de la reforma en España, lo mismo que los carmelitas no reformados de España, pues comprendían que un día u otro se verían obligados a reformarse. El P. Rubio, superior general de la Orden, quien hasta entonces había favorecido a santa Teresa, se pasó al lado de sus enemigos y reunió en Plasencia un capítulo general que aprobó una serie de decretos contra la reforma. El nuevo nuncio apostólico, Felipe de Sega, destituyó al P. Gracián de su cargo de visitador de los carmelitas descalzos y encarceló a san Juan de la Cruz en un monasterio; por otra parte, ordenó a santa Teresa que se retirase al convento que ella eligiera y que se abstuviese de fundar otros nuevos. La santa, al mismo tiempo que encomendaba el asunto a Dios, decidió valerse de los amigos que tenía en el mundo y consiguió que el propio Felipe II interviniese en su favor. En efecto, el monarca convocó al nuncio y le reprendió severamente por haberse opuesto a la reforma del Carmelo; además, en 1580, obtuvo de Roma una orden que eximía a los carmelitas descalzos de la jurisdicción del provincial de los calzados. El P. Gracián fue elegido provincial de los carmelitas descalzos. «Esa separación fue uno de los mayores gozos y consolaciones de mi vida, pues en aquellos veinticinco años nuestra orden había sufrido más persecuciones y pruebas de las que yo podría escribir en un libro. Ahora estábamos por fin en paz, calzados y descalzos, y nada iba a distraernos del servicio de Dios».

Indudablemente santa Teresa era una mujer excepcionalmente dotada. Su bondad natural, su ternura de corazón y su imaginación chispeante de gracia, equilibradas por una extraordinaria madurez de juicio y una profunda intuición psicológica, le ganaban generalmente el cariño y el respeto de todos. Razón tenía el poeta Crashaw al referirse a santa Teresa bajo los símbolos aparentemente opuestos de «el águila» y «la paloma». Cuando le parecía necesario, la santa sabía hacer frente a las más altas autoridades civiles o eclesiásticas, y los ataques del mundo no le hacían doblar la cabeza. Las palabras que dirigió al P. Salazar: «Guardaos de oponeros al Espíritu Santo», no fueron un reto de histérica; y no fue un abuso de autoridad lo que la movió a tratar con dureza implacable a una superiora que se había incapacitado a fuerza de hacer penitencia. Pero el águila no mataba a la paloma, como puede verse por la carta que escribió a un sobrino suyo que llevaba una vida alegre y disipada: «Bendito sea Dios porque os ha guiado en la elección de una mujer tan buena y ha hecho que os caséis pronto, pues habíais empezado a disiparos desde tan joven, que temíamos mucho por vos. Esto os mostrará el amor que os profeso». La santa tomó a su cargo a la hija ilegítima y a la hermana del joven, la cual tenía entonces siete años: «Las religiosas deberíamos tener siempre con nosotras a una niña de esa edad». El ingenio y la franqueza de Teresa jamás sobrepasaban la medida, ni siquiera cuando los empleaba como un arma. En cierta ocasión en que un caballero indiscreto alabó la belleza de su pies descalzos, Teresa se echó a reír y le dijo que los mirase bien porque jamás volvería a verlos. Los famosos dichos «Bien sabéis lo que es una comunidad de mujeres» e «Hijas mías, estas son tonterías de mujeres», prueban el realismo con que la santa consideraba a sus súbditas. Criticando un escrito de su buen amigo Francisco de Salcedo, Teresa le escribía: «El señor Salcedo repite constantemente: `Como dice San Pablo', `Como dice el Espíritu Santo', y termina declarando que su obra es una serie de necedades. Me parece que voy a denunciarle a la Inquisición». La intuición de santa Teresa se manifestaba sobre todo en la elección de las novicias de las nuevas fundaciones. Lo primero que exigía, aun antes que la piedad, era que fuesen inteligentes, es decir, equilibradas y maduras, porque sabía que es más fácil adquirir la piedad que la madurez de juicio. «Una persona inteligente es sencilla y sumisa, porque ve sus faltas y comprende que tiene necesidad de un guía. Una persona tonta y estrecha es incapaz de ver sus faltas, aunque se las pongan delante de los ojos; y como está satisfecha de sí misma, jamás se mejora». «Aunque el Señor diese a esta joven los dones de la devoción y la contemplación, jamás llegará a ser inteligente, de suerte que será siempre una carga para la comunidad. ¡Que Dios nos guarde de las monjas tontas!» Imposible ser más realista que santa Teresa.

En 1580, cuando se llevó a cabo la separación de las dos ramas del Carmelo, santa Teresa tenía ya sesenta y cinco años y su salud estaba muy debilitada. En los dos últimos años de su vida fundó otros dos conventos, lo cual hacía un total de diecisiete. Las fundaciones de la santa no eran simplemente un refugio de las almas contemplativas, sino también una especie de reparación ds los destrozos llevados a cabo en los monasterios por el protestantismo, principalmente en Inglaterra y Alemania. Dios tenía reservada para los últimos años de vida de su sierva, la prueba cruel de que interviniera en el proceso legal del testamento de su hermano Lorenzo, cuya hija era superiora en el convento de Valladolid. Como uno de los abogados tratase con rudeza a la santa, ésta replicó: «Quiera Dios trataros con la cortesía con que vos me tratáis a mí». Sin embargo, Teresa se quedó sin palabra cuando su sobrina, que hasta entonces había sido una excelente religiosa, la puso a la puerta del convento de Valladolid, que ella misma había fundado. Poco después, la santa escribía a la madre María de San José: «Os suplico, a vos y a vuestras religiosas, que no pidáis a Dios que me alargue la vida. Al contrario, pedidle que me lleve pronto al eterno descanso, pues ya no puedo seros de ninguna utilidad». En la fundación del convento de Burgos, que fue la última, las dificultades no escasearon. En julio de 1582, cuando el convento estaba ya en marcha, santa Teresa tenía la intención de retornar a Ávila, pero se vio obligada a modificar sus planes para ir a Alba de Tormes a visitar a la duquesa María Henríquez. La beata Ana de San Bartolomé refiere que el viaje no estuvo bien proyectado y que santa Teresa se hallaba ya tan débil, que se desmayó en el camino. Una noche sólo pudieron comer unos cuantos higos. Al llegar a Alba de Tormes, la santa tuvo que acostarse inmediatamente. Tres días más tarde, dijo a la beata Ana: «Por fin, hija mía, ha llegado la hora de mi muerte». El P. Antonio de Heredia le dio los últimos sacramentos y le preguntó dónde quería que la sepultasen. Teresa replicó sencillamente: «¿Tengo que decidirlo yo? ¿Me van a negar aquí un agujero para mi cuerpo?» Cuando el P. de Heredia le llevó el viático, la santa consiguió erguirse en el lecho, y exclamó: «¡Oh, Señor, por fin ha llegado la hora de vernos cara a cara!» Santa Teresa de Jesús, visiblemente trasportada por lo que el Señor le mostraba, murió en brazos de la beata Ana a las 9 de la noche del 4 de octubre de 1582. Precisamente al día siguiente, entró en vigor la reforma gregoriana del calendario, que suprimió diez días, de suerte que la fiesta de la santa fue fijada, más tarde, el 15 de octubre. Teresa fue sepultada en Alba de Tormes, donde reposan todavía sus reliquias. Su canonización tuvo lugar en 1622, y en 1970, como ya dijimos, fue proclamada Dortora de la Iglesia.

Naturalmente, las principales fuentes siguen siendo la Autobiografía y el Libro de las Fundaciones. El P. Silverio hizo una edición crítica de las obras completas, en español, en nueve volúmenes: seis para las obras (1915-1919) y tres para las cartas (1922-1924). Acerca del carácter y las actividades de Santa Teresa, se encuentran muchos datos preciosos en las obras de sus primeros biógrafos, particularmente de quienes la trataron íntimamente en los últimos años de su vida. El primero de dichos biógrafos fue el P. Francisco de Ribera, quien publicó su obra en 1590. El P. Diego de Xepes publicó otra biografía en 1599. La tercera fue escrita por el capellán de santa Teresa, Julián de Ávila, pero su manuscrito se perdió y no fue descubierto sino hasta 1881. Además se encuentran muchos datos sobre la santa en los escritos y cartas del P. Jerónimo de Gracián, de la beata Ana de San Bartolomé y de otros amigos suyos. La magnífica edición Rivadeneyra (Madrid, 1881) está disponible en facsímil en el Proyecto Cervantes Virtual; hay también otras ediciones más o menos completas en línea, de gramática más modernizada que la dicha. Puede consultarse la Biblioteca de ETF. En el sitio del Vaticano puede leerse (en italiano) la homilía de SS Pablo VI del 27 de septiembre de 1970 en la que declara a la santa Doctora de la Iglesia.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
 
  • Una Santa muy Española
  • Editorial Monte Carmelo
  • Fiesta de santa Teresa de Ávila

  • La Voz de Dios en Santa Teresa de Jesús

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