viernes, 11 de octubre de 2013

Madre enséñame a orar contigo y como Tú lo hacías

Meditaciones del Rosario. Tercer Misterio Glorioso. La venida del Espíritu Santo
 
Madre enséñame a orar contigo y como Tú lo hacías
Madre enséñame a orar contigo y como Tú lo hacías
Como la gallina a sus pollitos estabas con aquellos apóstoles asustados, infundiéndoles la fortaleza y el valor de una Madre. Les enseñaste a rezar, como Jesús les había enseñado, pues Tú eras una maestra insigne. Única. Bajo tu ejemplo ellos aprendieron a gustar la oración, a hacerlo de manera semejante a como Tú lo hacías. “Nosotros nos dedicaremos a la oración y a la predicación” diría más adelante Pedro a la comunidad de forma contundente.

Orar con María: Cuanto hubiera disfrutado estando allí, viéndola orar, asimilando por contagio la oración de la criatura más santa y humilde: contemplar su rostro, sus ojos cerrados o semicerrados o mirando hacia lo alto; escuchar su corazón cantando con su bellísima voz, imitar su forma de arrodillarse, de cerrar sus manos. Orar con Ella, junto a Ella, ¡qué gran privilegio!

Me imagino a los apóstoles, al verla orar tan extáticamente, suplicándole: “Enséñanos a orar contigo y como tú lo haces”. Oh Madre, yo también te digo: “Enséñame a orar contigo y como Tú lo hacías”. A los cristianos que se aburren en la oración o en la Misa, alcánzales el amor de los enamorados para que disfruten la alegría de orar.

Tú obtuviste la gracia del Espíritu Santo a los apóstoles. Pedro te necesitaba más que nadie. Después de las negaciones se había roto; estaba herido y necesitaba los cuidados de una Madre para con su hijo enfermo. Pedro necesitaba de una Madre como Juan Pablo II. También él llevaba, si no en su escudo, sí en su corazón, el “Totus tuus” del actual Vicario de tu Hijo.

Juan era el más parecido. Él de alguna manera compensaba y llenaba el hueco dejado por Jesús. “Ahí tienes a tu Madre”. Este encargo, hecho a todos, él se lo tomó infinitamente en serio.

Tomás: Yo sé que convertiste a aquel hombre duro para creer en un hijo de fe, por la forma tan bella como Tú le enseñaste a creer.

María Magdalena: Ya había comenzado su conversión, pero ella como mujer que era, y apasionada, copió mejor que los hombres tu hoguera de amor. Aquella que se había acostado en los basureros tenía ante sí un ejemplo de mujer pura, santa y toda amor. María Magdalena te copió con todas las fuerzas de su ser. Tu presencia la purificó totalmente y le hizo amar locamente la pureza y abominar del pecado.

Debes repetir el milagro de Pentecostés en la Iglesia y en cada uno de nosotros, en mí. Aunque no sea vea la llama de fuego, que me abrase todo; aunque no haya terremoto externo, que vibre por dentro y me vuelva loco de amor por Él y por Ti. Te lo pido encarecidamente. No te pido mas, pero no te pido menos.

Pusiste de rodillas a la Iglesia primitiva y así, de rodillas, recibió la fuerza del Espíritu Santo. Hoy debes también enseñar a rezar a los sacerdotes y religiosos, a los fieles, para salir del atolladero.

Salieron a predicar como leones. Pedro era un león, sentía dentro la fuerza de un león, ávido de presas. Echó las redes de su palabra en nombre de Cristo, y tres mil hombres quedaron atrapados. Los primeros cristianos entraron a la Iglesia por contagio de amor, de aquel amor que ardía en el corazón de los apóstoles. Así comenzó con buen pie la religión del amor, amando y haciendo amar, hasta el punto de arrancar a sus mismos enemigos la mejor alabanza que se pueda decir jamás de los cristianos: “Mirad cómo se aman”. Aprendieron muy bien la lección de Jesús.

Hoy... en muchos casos, ya no es así. La religión del amor se ha convertido para muchos en la religión del aburrimiento. Porque no aman, porque se han olvidado del amor que Cristo les ha demostrado. Tienes que hacernos como hiciste a los primeros, para seguir convenciendo a los hombres fríos de hoy. La religión del amor se contagia por calor, no por gélidas ideas.
SEÑOR ENSÉÑAME A ORAR
Señor, llena mi corazón cansado
con tu esfuerzo,
para que él se levante
por encima de mis angustias,
por encima de mis miedos.

Coloca en mi lengua la palabra correcta,
las palabras que te agradan.
Te ruego por palabras
que estén llenas de tu poder.
Te ruego por palabras
que estén llenas de tu luz.
Te ruego por palabras
que disipen mis depresiones.
Te ruego por palabras que expulsen de mí
todo aburrimiento, toda flojera mental.

Señor, enséñame a orar
según tus designios.
 
Señor, rogamos por tu gracia
Señor, rogamos por tu gracia. Déjanos ser parte de tu Hijo Jesucristo: Permítenos compartir con tu Hijo Jesús nuestra oraciones. Jesucristo es el más grande adorador del Santo de Israel, en Espíritu y en verdad. El es el único mediador a través del cual nuestras oraciones pueden llegar al Trono de la Gracia. En él queremos orar; unidos con sus oraciones. Él, con cuyo Espíritu estamos unidos; él nos enseñe a orar. Él nos enseñe a orar como él mismo oraba: orando todo el tiempo sin desmallar, orando con perseverancia, con confianza, con un espíritu de humillación, en Espíritu y en verdad.

Él nos enseñe a orar por lo que él oró: que tu Nombre sea santificado, que se haga tu voluntad, que tu Reino venga a nosotros, porque cuando nosotros buscamos tu honra y tu gloria en la oración, cuando nosotros rogamos por nuestra prosperidad y por nuestras angustias, aquí en la tierra, tú nos escuchas. Danos el Espíritu de la oración, de la paz y de la unidad con el Padre. Señor, toma mi corazón; él se aleja con tanta frecuencia de ti. Mi corazón es como tierra seca. Mi vida diaria lo llena de miles de cosas sin importancia. Señor, sólo tú puedes lograr que mi corazón permanezca tranquilo y busque tu presencia. Tú, oh Dios, eres el centro de todos los corazones. Tú eres el dueño de todas las almas humanas. Sólo tú puedes dar el Espíritu de oración. Sólo tu gracia me capacita para venir a tu presencia, en medio de mi vida agitada. Tú Espíritu venga a mi vida, a ayudarme a soportar todas mis debilidades. Y cuando yo no sepa cómo orar en medio de mi dolor; entonces lléname con tu Espíritu Santo para que ore por mí con gemidos indecibles.
LEVANTA CON TU PODER LA ORACIÓN
Oh Señor, hay muchas personas,
hombres y mujeres,
que desean orar y no pueden.
Se sienten incapaz de orar,
de buscar tu presencia.
Capacítalos para que puedan dialogar contigo.
Llévalos a tu presencia y acepta su oración.

Te ruego por aquellos que se sienten solos,
que desean venir a tu presencia, y no pueden.
Te ruego por aquellos
que sienten que sus vidas es un desierto.


Señor, quítales con tu poder la sequedad de sus almas.
Haz llover dentro de ellos tu misericordia.
Tú has librado a tantos seres humanos de sus desiertos,
y los has llevado a la tierra prometida.
Tierra donde fluye la leche y la miel.
Señor de señores, Rey de reyes, levanta con tu poder
la oración en los corazones inválidos.
 
Yo no sé orar
Señor,
tu dices que yo no sé orar.
¡Cuánta tristeza!
Debe haber en mí muchas tinieblas.
Debo estar rodeado
por una cortina inconsciente de tinieblas.
Debe ser un mar de oscuridad
en el que ando todos los días.
Si no fuera así,
no me dijeras:
Tú no sabes orar.
Debe ser una incapacidad innata
que tengo,
que no me permite reconocerte,
que no me permite reconocer tu santa voluntad
para mi vida.
Estoy agradecido,
porque no me has dejado solo
con mi incapacidad.
Tu Espíritu está en mí.
Y mi espíritu,
que lo sabe todo acerca de mí,
le revela a tu Santo Espíritu,
todo lo que hay en mi corazón.
Y tu Espíritu Santo
intercede, entonces, por mí
con gemidos indecibles.
Es cierto:
yo no sé orar,
pero tu Santo Espíritu ora por mí.

Yo no sé orar.
Pero tú quieres que yo ore
en medio de mi ignorancia,
en medio de las tinieblas
que me rodean.
¿No entiendo, Señor?
¿Será que es posible
para un ser humano aprender a orar?
¿Será que te agrada
nuestro susurro aunque esté plagado
de ignorancia?
¿Será que te agrada el solo hecho
de que nos dirijamos constantemente
a un ser invisible,
en quien sólo creemos que él existe?
¿Qué se esconde detrás de este misterio,
Señor?
Lo cierto es, Señor,
que después de muchos años de oración,
me he vuelto sensible a ella.
Noto la diferencia que existe
entre un día con oración
y un día sin oración.
Cuando te busco en oración
noto como cambia todo dentro de mí.
Aunque no sé que es lo que
exactamente sucede dentro de mí.
Lo cierto es que me siento feliz.
DAME EL DON DE ACEPTAR TU VOLUNTAD
Por favor, Santo de Israel,
demuéstrame qué significa orar.
Ayúdame a orar.
Quédate conmigo mientras ore.
Tus discípulos
te rogaron que los enseñaras a orar.
Yo te pido lo mismo.

Tú me has enseñado,
que sin la oración diaria,
mi ser interior se desmorona.
La oración diaria
es el alimento de mi corazón.
La oración diaria
hace resistente a mi corazón.
Ella le da fuerzas a mi espíritu,
para que él pueda resistir la tentación.
Te ruego por constancia y disciplina en la oración.
Te ruego por fe y voluntad en la oración.
Te ruego por perseverancia
y capacidad para soportarme durante la oración.

Dame el don de aceptar tu voluntad.
Para que no sea lo que yo quiera,
sino lo que tú quieras.
 
BUSCAR AL ALTÍSIMO, EL SANTO DE ISRAEL
Señor, tú, mi Dios, Santo de Israel, anhelo orar.
Tengo ansias de entregarme
con todo mi corazón a la oración.
Deseo bajar a las profundidades de tu presencia.
Sólo quiero pensar en ti.
En nada más.
Lo único que quiero es estar delante de ti.
No quiero que mi cansancio me estorbe.
No quiero que mi vacío interior
me llene con un sentimiento de no poder más.
Mis deseos no deben desviar mi atención de ti.
Mis dudas no deben arrancar las fuerzas
de mi corazón.
Ven mi Dios, abre camino hacia mi corazón.
Lléname de tu Santo Espíritu.
¡Que mi confianza en ti no tenga fronteras!
Te doy gracias, porque anhelo estar cerca de ti.
Mi anhelo por ti es tu voz que me llama a la oración.
 
 
QUITA DE MÍ LA HIPOCRESÍA
Santo de Israel, enséñame a orar,
como un padre enseña a su hijo a caminar,
como una madre enseña a su hijo a hablar.
Enséñame a orar,
como un águila enseña a su poyuelo a volar.

¡Perdóname, Señor!
Hablo tanto cuando oro.
Digo tantas cosas que quizá para ti no tienen sentido.
Soy tan impaciente con mis oraciones.
No entiendo que hay muchas cosas
que yo te pido y que no necesito.
¡Perdóname, Señor!
Señor, aparta de ti aquellas oraciones
que elevo a tu presencia
y que no son de bendición para mi prójimo.
Muchas oraciones que elevo a tu presencia
son meras ilusiones.
Deseos por cosas que no necesito;
deseos que el mundo
con su propaganda y su fiebre por comprar
me los ha inducido.

Quita de mí mi hipocresía.
A veces oro por los que tienen hambre,
pero no estoy dispuesto
a compartir con ellos lo que tú me has dado.
A veces oro por los enfermos,
pero no estoy dispuesto a visitarlos.
Oro por libertad para los esclavos del pecado,
pero no les predico el evangelio de Cristo.

Permite que mis oraciones sean un motor
que impulsen mi vida de las tinieblas
a tu luz admirable,
del río de mis debilidades
a la fuente inagotable de mis esfuerzos,
que eres tú,
del desierto de mi tristeza
a tu fuente inagotable de gozo espiritual.

Permite que mis oraciones se transformen
en un ramo de flores para ti, Señor.
Porque tú me has ayudado,
cuando el dinero no me pudo ayudar,
cuando la ciencia capituló ante mi dolor.

Tu eres mi esperanza.
Sin ti nada puedo hacer.
Quiero pensar más en mi prójimo
y menos en mí.
No quiero girar siempre en torno a mi vida.
Esta es mi oración.
 
INCONDICIONALMENTE
Señor, enséñame a hablar y a callar
delante de ti.
Enséñame a pedir y a escuchar
tu voluntad.
Señor, enséñame a tratarte
como a ti te agrada.
Enséñame a buscarte
incondicionalmente en oración.
Así como tú te entregaste
incondicionalmente por mi vida.
 
SEÑOR ENSÉÑAME A ORAR
Señor, llena mi corazón cansado
con tu esfuerzo,
para que él se levante
por encima de mis angustias,
por encima de mis miedos.

Coloca en mi lengua la palabra correcta,
las palabras que te agradan.
Te ruego por palabras
que estén llenas de tu poder.
Te ruego por palabras
que estén llenas de tu luz.
Te ruego por palabras
que disipen mis depresiones.
Te ruego por palabras que expulsen de mí
todo aburrimiento, toda flojera mental.

Señor, enséñame a orar
según tus designios.
 
ESTOY CANSADO...
Oh Señor, estoy cansado.
No puedo más.
Por un rato oro despierto;
por un rato me pierdo en mi sueño.
No puedo más orar y adorarte.
El sueño me asalta en medio
de mis alabanzas.

Ora tú por mí.
Toma mi vida en oración.
Déjame escuchar tu voz dentro de mí.

Señor, ora por mi vida.
Ora por mi existencia.
Ora para que el mal se aleje de mí.

Tómame en tu oración.
Tú eres la fuente de mis esfuerzos.
Tómame en tu oración
a través de tu Espíritu.
SEÑOR, TÚ SABES LO QUE EXPRESAN NUESTRAS ORACIONES
¡Vamos, bendigan al Señor su Dios
desde ahora y para siempre!
¡Bendito seas, Señor!
¡Sea exaltado tu glorioso nombre,
que está por encima de toda bendición y alabanza!

¡Sólo tú eres el Señor!
Tú has hecho los cielos,
y los cielos de los cielos
con todas sus estrellas.
Tú le das vida a todo lo creado:
la tierra y el mar con todo lo que hay en ellos.
¡Por eso te adoran los ejércitos del cielo!

Nehmías 9:5-6
Señor, nuestra naturaleza humanaes incapaz de dialogar contigo.
No existe comunión
entre tu naturaleza y nuestra naturaleza.
Por ello te rogamos:
¡Danos el don de la oración!
¡Derrama tu gracia sobre nosotros,
y danos el don de la comunión contigo!
Derrama tu Santo Espíritu sobre nosotros;
él nos capacita para la oración.
No sabemos como orar, pero tu Espíritu
intercede por nosotros con gemidos indecibles.

Señor, capacítanos para orar con ganas o sin ganas.
Pero danos el don de orar con alegría.
Danos el don de buscarte con gozo en el corazón.

Señor, tú sabes lo que expresan nuestras oraciones:
¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!
Queremos alabarte con nuestras oraciones
todos los días de nuestra vida.

La gloria y la honra, el poder y la admiración,
la adoración y la alabanza sólo sean para ti.
 
LA ESPERANZA QUE SE DEMORA...
La esperanza que se demora
es tormento del corazón;
árbol de vida es el deseo cumplido.

Proverbios 13:12

Santo de Israel, no me hagas esperar
mucho tiempo por tus bendiciones.
Esperar y esperar por tus bendiciones me seca el alma.
Esperar y esperar por tus bendiciones
me seca los huesos, me seca el corazón.
Vienen los días y pasan los días,
y yo espero tu respuesta a mis peticiones.
Señor, escucha mi oración
y concédeme las peticiones de mi corazón.
No permitas que, de tanto esperar, mi esperanza
se disipe en mi corazón.

Señor, cuando no respondes a mis peticiones,
me siento solo.
Mi fe en ti se deshace de tanto esperar.
Ya no me quedan fuerzas para buscar tu presencia.
Recuerda, oh Dios, que sólo soy un hombre.
Recuerda que sólo soy polvo.

Rodéame, al fin, con tus dádivas.
Permíteme disfrutar tu amor por mí.
Yo quiero tocar tu amor
aún en los días de mi existencia.
Déjame vivir cuan grande es tu gracia
para con los hijos de la tierra,
que diariamente invocan tu nombre.

¿Si tú no me ayudas; entonces a quién acudiré?
¿Quién puede transformar mi vida, sino sólo tú?
Si tú no me ayudas, morirá mi esperanza.
Si muere mi esperanza, se secará en mí la vida
que tú me has dado.
Si no me muestras cuanto me amas,
entonces bajaré llorando al sepulcro.
Necesito tu presencia en mi vida
para sentirme vivo.
Altísimo, tú eres tan grande...
No me dejes esperar por tu respuesta.
Sólo así sabré que tu gracia, al fin,
me ha alcanzado.
 
SOLO QUIERO ORAR
Con oídos que oran quiero escuchar.
Con ojos que oran quiero ver.
Con una nariz que ora quiero oler.
Con una boca que ora quiero hablar.
Con manos que oran quiero tocar.
Con pies que oran quiero caminar.
Con una mente que ora quiero pensar.
Con un corazón que ora quiero adorar.
Con un alma que ora quiero sentir.
Con un cuerpo que ora quiero existir.
ALLÍ, DENTRO DE TI
Cuando dejo por un tiempo la oración, no por mucho tiempo,
mi ser se descompone.
Es como si el caos volviera a mi corazón.
El caos del cual Dios me sacó.
El caos del cual Jesucristo me liberó.
Si me acerco a Dios noto dentro de mí
como el caos desaparece.

Hay algo nuevo dentro de mí.
Es esa necesidad, es esa sed que siento por Dios.
No recuerdo haberla tenido antes.
Antes, cuando no conocía a Dios, simplemente lo ignoraba.
Dios no me hacía falta.
Vivía mi vida como yo quería.
La palabra "Dios" me causaba sólo miedo.
Pero de ahí a sentir ansias por Dios existía una distancia astronómica.
Antes, hacen ya 30 años, no pensaba en Dios.
No le conocía.
En los años de mi niñez sólo conocí la pobreza y la ignorancia.
Cuando tenía 14 años me encontró Dios.
Fue un encuentro muy sencillo.
No fue un encuentro dramático.
Él me invitó a ser su hijo.
Y para ello me puso condiciones.
Y yo las acepté.
Ese fue el comienzo.

Luego comencé a notar que mi decisión por Cristo
trajo consecuencias para mi vida.
Comencé a notar una transformación en mi ser,
en lo más profundo de mi ser.
Era mi naturaleza la que se transformaba.
Me preguntaba: "¿A dónde conducirá todo esto?"
Se formaba dentro de mí una nueva personalidad.
A veces me llenaba de terror.
Porque sentía que mi viejo ser estaba dejando de ser.
Se estaba levantando un ser nuevo.
Uno que poco conocía.
Y eso era lo que me llenaba de terror.
Notaba que al mismo tiempo moría y nacía.
Moría mi conocida personalidad; el Juan de siempre.
Estaba acostumbrado a él.
Desde pequeño.
Nacía una nueva personalidad.
Y a ésta la conocía poco.
Pero era fresca.
Estaba llena de sorpresas.
Y lo que más me impresionaba era su amor por Cristo.
Eso era algo totalmente nuevo para mí.

Con el correr del tiempo la nueva personalidad creció en mí.
Creció y se afianzó.
Se integró totalmente a mi vida.
Hubo un momento cuando la vieja personalidad
estaba herida de muerte.
Ella lloraba en mí, se aferraba a mí con todas sus fuerzas.
Me pedía que le diera un nuevo chance.
Que no la dejara morir.
Que me acordara que ella me había acompañado
los primeros 14 años de mi vida.
A veces la escuchaba y titubeaba.
Me sentaba a mirarla y a contemplarla.
Ella me inspiraba lástima.
La veía morir.
Estaba sin fuerzas.
Se sentía abandonada por mí.
Gritaba con todas sus fuerzas que quería vivir.

Era como si me hubiera casado con dos mujeres.
Las dos me amaban.
Pero yo sentía amor por una, y lástima por la otra.
Por mi nueva personalidad sentía amor.
Y ella es muy egoísta.
Una vez vino a mí y me pidió que echara a la otra de la casa.
Me dijo que no me quería compartir con nadie.
Yo traté de negociar con ella.
Le dije que no podía ser tan insensible.
Ella sólo me preguntó que si yo la amaba.
A lo que yo respondí con un claro sí.
Entonces ella me dijo:
"Si me amas algún día terminarás odiando a la otra".
Me sorprendió su sabiduría.
Desde ese momento la otra se convirtió para mí en un mero recuerdo.
Un recuerdo que se pierde en la lejanía de mi niñez.

Mi nueva personalidad es una princesa.
Le gusta vestir bien.
Es muy educada y preguntona.
Camina como una reina.
Y se siente señora en su hogar.
Es muy exigente.
Y le agrada estar siempre con Dios y dialogar con él.

Sí, Dios me ha sorprendido.
Me siento gratamente sorprendido.
Dios es mi verdadera realidad.
Ahora el mora en mí.
Soy su templo.
Soy un lugar santo.
Soy un lugar santísimo.
Siento a Dios en mi carne y en mis huesos.
Sé que no me merezco tal experiencia con Dios.
Pero su misericordia así lo quiere.
Su gracia así lo quiere.

¿Buscas a Dios en los templos de la Edad Media,
o en las montañas más elevadas, o en los santuarios repletos
de figuras de yeso y mármol?
El Dios Altísimo no se encuentra allí.
El desea vivir dentro de ti.
El desea que tú seas su templo santo.
Allí, dentro de ti, quiere Él ser adorado y encontrado.
 
 
"Señor, enséñanos a orar" Lc 11, 1-4” 
 
 
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos". Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquéllos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".
Cuando nos dirigimos al Padre en oración, levantamos los ojos a El, nuestro corazón se inflama y se apasiona porque nos dirigimos a quien más nos ama, y decimos tiernamente “Padre”, porque somos sus hijos, el nos ha creado, somos de su patrimonio, y con gran convicción, decimos Padre Nuestro, en plural, de este modo nos involucramos todos porque para El somos hermanos, y deseamos ante El ser hermanos.
Y levantamos los ojos, rezamos “Que estas en los cielos”, "Los cielos publican la gloria de Dios"; (Sal 18,2), el cielo está en donde ya no hay culpa y donde no hay ningún temor a la muerte, entonces nos elevamos a El y lo separamos de las cosas terrenas. San Agustín decía: Dios, habita en le corazón de los hombres justos, complementado con la idea del cielo, es entonces el cielo una idea mas allá de todo lo que el hombre puede imaginar.
Dice el Señor en este Evangelio, “Santificado sea tu nombre”; Porque Dios es santidad pura, incorruptible, principio de todo lo bueno, y pedimos que sea santificado en nosotros su nombre, como auxilio para abstenernos de toda maldad y para que la santificación pueda venir en nosotros. Por tanto, esta es una expresión que nos compromete a buscar la santidad, para que Dios tenga hijos dignos recordando al salmista que dice: “Sea conocida tu santidad en todo el mundo, y te alaba dignamente, porque alabarte es de justos (Sal 32,1)
Nos enseña Jesús, “que venga tu reino”; Para que el poder y la seducción y el reino de este mundo pasajero sean desterrados, sobre todo, el pecado, que reina en nuestra vida terrenal. De este modo también pedimos a Dios que nos libre de la corrupción y nos preserve de la muerte. También queremos decir venga el Espíritu Santo sobre nosotros para que nos purifique. El Reino de Dios viene cuando alcanzamos gracia; porque El mismo dice (Lc 17,21): "El reino de Dios está dentro de vosotros". Para que Dios reine en nuestras vidas, así entonces en todos nuestros pensamientos, palabras y acciones.
Y sin entristecernos por el Plan de Dios en nosotros, le pedimos a Dios que se hágase su voluntad aquí en la tierra como en el cielo; Es una súplica para que nos permita imitar la vida del cielo, y porque nosotros deseamos aceptar lo que El quiere. Le pedimos de este modo, que nuestra vida humana sea buena y semejante a la que tendremos después de la resurrección, por tanto ya queremos disponernos a llevar un modo de vida en este mundo, que esté conforme con la que esperamos en el otro.
“Danos cada día nuestro pan cotidiano”; Danos hoy nuestro pan de cada día: Jesucristo es el Pan de Vida Eterna. El pan de nuestras almas es la virtud divina, que trae sobre ellas la vida eterna del mismo modo que el pan que nace de la tierra conserva la vida temporal. El pan divino que ha venido y el que ha de venir, le rogamos nos conceda hoy, con todo su sabor. También concédenos esto haciendo que el Espíritu Santo habite en nosotros, produciendo una virtud que aventaja a toda virtud humana, como la humildad, la bondad y el amor.
Perdona nuestros pecados, perdona nuestras ofensas: “Misericordia Señor, nos comprometemos a no faltarle, sin embargo caemos, pero El, bueno al extremo, nos perdona y luego volvemos a caer, entonces le suplicamos que suspenda el castigo que merecemos, y El tan bueno, lo hace. Pero en cuanto vemos que por su confianza en nosotros El mira para otro hermano, volvemos a caer nuevamente”. Jesus nos enseño a tener confianza por nuestras buenas obras, y nos enseñó a implorar el perdón de nuestros pecados, porque, no existiendo nadie sin pecados, no nos privemos de la participación de los beneficios divinos por los pecados humanos. Así pues, al ofrecer, como debemos, a Cristo, quien hace que el Espíritu Santo habite en nosotros, la santidad perfecta, habremos de reprendernos si no hemos conservado la pureza de su templo. Este defecto se enmienda por la bondad de Dios, perdonando a la humana debilidad el castigo de sus pecados.
Y decimos lo enseñado por Jesús, “porque también nosotros perdonamos a aquéllos que nos ofenden”; Así es Dios, lleno de piedad por los pecadores, si lo es El con nosotros, tenemos que serlo del mismo modo con los demás y, si no es así, somos unos hipócritas. Esto los hacemos con toda justicia por el Dios justo. Cuando nosotros perdonamos a nuestros deudores; esto es, a los que nos han ofendido y confiesan su ofensa. Conociendo nosotros esto, debemos dar gracias a nuestros deudores; porque son para nosotros la oportunidad y la causa de nuestro mayor perdón. Además dando poco alcanzamos mucho; porque nosotros debemos muchas y grandes deudas a Dios y estaríamos perdidos si nos pidiésemos una pequeña parte de ellas.
También nos enseñó el Señor, pedir para que El no nos dejes caer en la tentación: Pedimos a Dios que no nos deje caer en el pecado, esto es fuerza, amor, decisión, voluntad para enfrentar este diarios combate "entre la carne y el espíritu", capacidad para evitar las ocasiones de pecar. Si queremos que Dios permanezca en nuestro corazón, tenemos que protegerlo de la tentación.
En efecto, es imposible no dejarnos tentar, los santos fueron tentados, muchos sufrieron esta prueba, por eso le pedimos a Dios que no nos deje caer en la tentación, esto es, que no permita que suframos la prueba de las tentaciones inclinada a los placeres de los sentidos. Jesucristo conociendo nuestra debilidad, mandó que orásemos para que no cayésemos en la tentación; pero cuando alguno se ve en ella, conviene que pida a Dios la virtud de resistirla, para que se cumpla en nosotros lo que dice San Mateo (10,22): "El que persevera hasta el fin, se salvará".
Por este motivo, rogamos que nos libre del mal, del “maléfico”, y sus sinónimos, la mentira, el crimen, el robo, la xenofobia, la discriminación, la desidia, la irreverencia, el egoísmo, la envidia, la pereza, la maldad, la dureza de corazón, la incomprensión, irresponsabilidad, y tantas más que son el deleite de Satanás.
San Agustín nos dice que cada uno pide ser librado del mal (esto es, del demonio y del pecado); pero el que confía en Dios, no teme al pecado. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Rom 8,31).
Por comprender esto, “gracias Señor”
 
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Para que reces muy bien el rosario, consulta El Santo Rosario Qué es el rosario, cómo se reza, historia, oraciones, promesas, bendiciones y beneficios.

Vamos a meditar las palabras del Ave María, para que al repetirlas disfrutemos mas el Rosario. Y también las palabras del Salve Regina

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