Existe, en la
vida de las Iglesias de Oriente y Occidente, una práctica espiritual de la
oración muy profunda: La Oración de Jesús u Oración del Corazón. Esta
práctica se remonta también a los padres griegos de la Edad Media bizantina y
algunos la vinculan con los mismos Apóstoles. Les servía a todos ellos para orar
sin interrupción, siguiendo la exhortación de San Pablo a los cristianos de orar
sin cesar. Desde finales del Siglo XVIII fue divulgada y expandida fuera de los
monasterios gracias a la obra
Philocalie, publicada en 1782 por
un monje griego (Nicodemo el Hagiorita).
Los ejercicios de la memoria o presencia de Dios, así como la meditación secreta como metódica y constante repetición, oral o mental, de una oración o frase corta de las sagradas escrituras, son el medio donde, a través de un largo proceso histórico, nace y se impone como fórmula privilegiada, la “oración a Jesús”.
Esta práctica de la Oración de Jesús viene de una
corriente espiritual de verdaderos místicos que buscaban ese acercamiento
interno con su Ser espiritual, su Cristo interior. Esta Oración consiste en una
invocación incesante del nombre de Jesús, donde la fuerza de ella radica en la
virtud del nombre divino. Los mismos textos sagrados revelan la magnitud de este
nombre sagrado que encierra un gran misterio para aquellos que lo buscan
incesantemente.
"Aquel que invoque el nombre del Señor será
salvado"
(Hechos de los Apóstoles
2,21).
Y es que el nombre de Jesús encierra
grandes poderes ya que puede sanarnos de los espíritus impuros, puede sacarnos
de cualquier estado interior negativo e inadecuado, y además purificar nuestro
dolorido corazón. Tratemos de llenar en nuestro corazón constantemente el nombre
de Jesús, de ser inflamados por el recuerdo incesante de su nombre bienamado y
por un inefable amor hacia Él.
Dicha Oración de Jesús a la que nos
referimos, dice así: ”Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi Pecador”. Es ese grito del ciego de Jericó que implora a
Jesús la curación. Y es también el Kyrie Eleison (Señor, ten
piedad de nosotros) repetida en las
liturgias.
Un punto que hemos querido destacar
es la importancia de la respiración en la oración. La respiración es un
instrumento eficaz que viene a servirnos de soporte a la Oración.
"El nombre de Jesús es un perfume que se expande y
que se ama respirar"
"El espíritu Santo es soplo divino ,espiración de
amor en el seno del misterio trinitario"
(Juan 20,22)
La función respiratoria esta ligada
al ritmo del corazón, a las fibras más profundas de nuestro Ser. La respiración
profunda del nombre de Jesús es vida para cada uno de nosotros, ya que Él es la
misma fuente de vida. Adecuar nuestra oración al ritmo de la respiración, hace
que el espíritu se calme, entre en reposo. La misma respiración nos va liberando
del mundo exterior, abandonando la dispersión y el desorden de pensamientos,
representaciones mentales, ideas, deseos, fantasías, etc., para ir entrando poco
a poco en concentración y meditación interior
El mérito de esta oración no es la cantidad de veces que se recita sino principalmente que la oración sea sentida y brote del mismo corazón. No es un ejercicio mecánico, se trata de un ejercicio sostenido, espiritual, de atención y vigilancia en el corazón que nos llevará a sentir realmente esta oración tan maravillosa.
”Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi pecador”
Hay que recitar esta oración con paciencia, adecuando
la inhalación, retención y exhalación de la respiración a cada fragmento de esta
maravillosa frase.
Es de una gran necesidad encontrar la oración en el
corazón. Maravilloso es sentarse en un lugar retirado, tranquilo, no importa
donde, en casa o fuera, lejos del mundanal bullicio; relajar todo el cuerpo
ayudándonos de la respiración, lentamente, profundamente, sin prisas, alejando
de uno mismo esa agitación de pensamientos, imágenes, recuerdos, proyectos,
deseos que invaden nuestra mente y así tratar de orar a nuestro Cristo de manera
sentida.
Lo que queremos explicar es que esta práctica
espiritual no debe hacerse de forma analítica, intelectual, sino al contrario,
tratar de liberar el corazón y el Espíritu de esa opresión de pensamientos para
conseguir que nuestra Conciencia-Luz condicionada se active y nos revele ese
significado profundo de la oración.
La iluminación del corazón
La oración de Jesús convertida en oración del corazón puede llevarnos a
la iluminación.
Los ojos del corazón se abren a la luz
divina.
El corazón de ilumina y por él, el ser entero de
llena de luz
(Mateo 6,22)
Cuando la inteligencia y el corazón
están unidos en la oración, y los pensamientos del alma no están dispersos, el
corazón se entibia con un calor espiritual y la luz de Cristo resplandece en él,
llenando de paz y alegría al hombre interior.
Debemos destacar un punto muy importante en todo esto y es que la iluminación que aporta la oración desde el corazón sólo puede ser otorgada por la gracia divina. Solo la gracia divina posee en sí misma esa facultad que es recibida por aquellos que así lo merecen.
En ocasiones esa anhelada iluminación es otorgada al término de una prolongada espera, con lo que podríamos afirmar que sin un trabajo previo de fondo nunca podría llegar a materializarse. Y he aquí que podríamos formular una pregunta.... ¿a que se debe esto?, pues en cierta medida se debe a que el corazón es también el dominio del pecado, de la oscuridad y de las tinieblas. Y es que, necesario es forzar esa oscuridad interior para contrastar con la luz verdadera del Ser y así poder sentir ese remordimiento capaz de impulsarnos hacia el verdadero arrepentimiento que viene del alma y que en sí misma, viene a expresar su anhelo de purificación y liberación en la que está presa.
Mediante esa gracia de la iluminación, el espíritu y el corazón, el alma y el cuerpo se reconcilian en el Ser íntimo de cada uno de nos, recobrando ese estado de unidad y armonía interior y, que a su vez, vuelven la espalda a esa dispersión, dualidad y multiplicidad que cargamos dentro, a aquello que nos separa de los demás seres y de todo lo que nos rodea.
Para dar un cierre a este tema de la oración de Jesús,
destacaremos los beneficios de la oración y la importancia de orar para
acercarnos a Cristo, a nuestro Ser intimo y a sus distintas partes. La oración
en sí misma establece una conexión entre nosotros mismos y el Ser, entre lo
divino y lo humano en nosotros; es dijéramos, como un hilo conductor capaz de
conectar esas dos mitades y unirlas en una. Orar es también platicar con Dios,
comunicarse con Él de manera sincera, y al comunicarnos con Él, entramos a
formar parte de esa corriente vibratoria y espiritual de tipo superior que nos
envuelve y nos armoniza con toda la creación.
Orar significa también trabajar para el Ser, porque al orar estamos buscando su recuerdo, estamos manteniendo un estado interior apropiado y eso es realmente maravilloso para estar en sintonía con los demás seres.
De lo que se trata en la oración es de encontrar aquello que el padre ya sabe. Eso es lo que hay que pedir, que se nos vaya revelando y concediendo.
"Pidan y se les
dará"
"Pidan y recibirán"
(Juan 16,24)
"Lo que pidan al Padre, alegando mi
nombre, él se lo dará"
(Juan 15,16;14,13)
Para ello, la única condición es la fe en
Él, fe que es capaz de eliminar cualquier obstáculo en la vida.
"Cuando recen, no hagan como los hipócritas, que son amigos de rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas, para exhibirse ante la gente.
Con ello ya han cobrado su recompensa,
se lo aseguro.
Tú, en cambio, cuando quieras rezar,
entra en tu cuarto, echa la llave y rézale a tu Padre que está escondido; y tu
Padre, que mira escondido, te recompensará"
(Mateo 6,5-6).
Él escucha en la sinceridad de la soledad
a todo el que derrama en su presencia, la sencillez de su vida.
(Jesús a sus discípulos):
"Es necesario Orar desde el
corazón y mediante el Espíritu"
"Velad y Orad para no caer en
tentación".
Hay que estar despiertos y vigilantes para que no entren malos pensamientos .
"Quien venga en pos
de mi, vende todo lo que poseas y entrégalo a los pobres, luego toma tu cruz y
niégate a ti mismo".
Hay que despojarse de lo que uno
es, de su falsa personalidad y de sus propias creaciones, si realmente anhelamos
que la oración llegue a tocar las fibras más profundas de nuestro
Ser.
La oración sincera provoca que un rayo de luz entre en
nuestro interior.
La respiración del nombre de Jesús
La oración de Jesús puede comenzar por una oración vocal recitada un cierto número de veces –con ayuda de un rosario, por ejemplo– y bajo la dirección de un guía espiritual o staretz. El rosario ortodoxo, hecho de lana negra trenzada, posee cien «nudos»; los hay más cortos. Se puede recitar uno, o dos, o varios, a ciertas horas del día. Pero éste es sólo un medio exterior que debe conducir a la oración interior. Esta debe entonces adecuarse al ritmo de la respiración. Se recomienda ser prudente y no separarse de las directrices dadas por el staretz. El staretz es un anciano, por lo general monje, que tiene experiencia en la oración y es apto para ser el «padre» o guía espiritual. Sin embargo, si se está en la imposibilidad de tener un guía semejante, «es posible dejarse guiar por la santa Escritura», dice el padre Velitchkovsky, «y por las recomendaciones de los Padres». La respiración sirve de soporte y de símbolo espiritual a la oración. «El nombre de Jesús es un perfume que se expande» (Cant 1, 4) y que se ama respirar. El soplo de Jesús es espiritual, cura, arroja los demonios, comunica el Espíritu santo (Jn 20, 22).
El Espíritu santo es soplo divino (Spiritus, spirare), espiración de amor en el seno del misterio trinitario. La respiración de Jesús, como el latido de su corazón, debía estar ligada sin cesar a ese misterio de amor, como también a los suspiros de la criatura (Mt 7, 34; 8, 12) y a las «aspiraciones» que todo corazón humano lleva en sí. «El mismo Espíritu intercede dentro de nosotros con gemidos inefables» (Rom 8, 26).
La función respiratoria, esencial para la vida del organismo, está ligada a la circulación de la sangre, al ritmo del corazón, a las fibras más profundas de nuestro ser. La respiración profunda del nombre de Jesús es vida para la criatura: «El que da a todos la vida, la respiración y todas las cosas. En él tenemos la vida, el movimiento y el ser» (Hech 17, 25-28). «En lugar de respirar al Espíritu santo, dice Gregorio el Sinaíta, estamos colmados por el soplo de los malos espíritus».
Adecuando la oración al ritmo respiratorio, el espíritu se calma, encuentra el «reposo» (hesychia, en griego; de ahí el nombre de «hesicasmo» dado a esta corriente espiritual de la oración). El espíritu se libera de la agitación del mundo exterior, abandona la multiplicidad y la dispersión, se purifica del movimiento desordenado de los pensamientos, de las imágenes, de las representaciones, de las ideas. Se interioriza y se unifica al mismo tiempo que ora con el cuerpo y se encarna. En la profundidad del corazón, el espíritu y el cuerpo reencuentran su unidad original, el ser humano recobra su «simplicidad».
Conviene buscar el silencio del espíritu, evitar todos los pensamientos, incluso aquellos que parecen lícitos, fijarse constantemente en las profundidades del corazón y decir: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí». A veces sólo se dirá: «Señor Jesucristo, ten piedad de mí». Luego se cambiará: «Hijo de Dios, ten piedad de mí»; esta última fórmula, según Gregorio el Sinaíta, es más fácil para los principiantes. Pero no es necesario cambiar a menudo de fórmula, aconseja, sino sólo a veces. «Recitando atentamente esta oración, permanecerás de pie o sentado, o incluso acostado, reteniendo la respiración, en la medida de lo posible, para no respirar demasiado a menudo… Invoca al Señor Jesús con un deseo ferviente y en una paciente expectativa, abandona todo pensamiento… Si ves la impureza de los malos espíritus, es decir, los pensamientos, encerrando el espíritu en el corazón, invoca al Señor Jesús sin cesar y sin distracción, y ellos huirán, invisiblemente quemados por el nombre divino. La hesychia… consiste en buscar al Señor en su corazón, es decir, guardar su corazón en la oración y encontrarse constantemente en el interior de este último…» [5]. Sin embargo, no se trata aquí de actos meritorios: número de rosarios, cantidad de oraciones, mortificaciones en el sentido vulgar.
La noción de mérito está ausente de la teología oriental. «No os inquietéis por el número de oraciones a recitar. Que vuestra sola preocupación sea que la oración brote de vuestro corazón, viviente como una fuente de agua viva. Arrojad enteramente de vuestro espíritu la idea de cantidad» 6. No se trata de un ejercicio mecánico, o de una técnica psico-somática, emparentada con la de otras religiones orientales. Se trata de un ejercicio, ciertamente sostenido, que es llamado «atención», o incluso «sobriedad», o «trabajo espiritual», o «guardia del corazón». Es una vigilancia de la oración que quiere ser y devenir incesante y penetrante en las fuentes mismas del corazón.
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