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María Isabel Hesselblad, Beata |
Abadesa
Martirologio Romano: En Roma, beata María Isabel Hesselblad, virgen, la
cual, oriunda de Suecia, después de varios años de trabajar
en un hospital restauró la Orden de Santa Brígida, notable
por su solicitud hacia la contemplación, la caridad para con
los necesitados y la unidad de los cristianos (1957)
Etimológicamente:
María = Aquella señora bella que nos guía, es de
origen hebreo.
Etimológicamente: Isabel = Aquella a quien Dios da la
salud, es de origen hebreo.La
Beata nació en un pequeño pueblito de Fâglavik, en la
provincia de Âlvsborg, Suecia, el 4 de junio de 1870.
Fueron sus padres el Sr. Augusto Roberto Hesselblad y la
Sra. Cajsa Pettesdotter Dag, fue la quinta de trece hijos.
Recibió el bautismo en la Iglesia Luterana de su Parroquia
de Hundene, Suecia y transcurrió su infancia por diversos lugares,
siguiendo a su familia que por motivos económicos buscaban lugares
de trabajo.
En el año de 1886, para ganarse el pan
y contribuir al sostenimiento de su familia, se fue a
trabajar en Kârlosborg y después en Estados Unidos de América
donde frecuentó la escuela de enfermería en el Hospital Roosvelt
en Nueva York.
Ahí se dedicó a asistir a los
enfermos a domicilio, este trabajo fue muy duro para ella
porque no se sentía bien de salud, sin embargo el
contacto con los enfermos católicos y la sed que tenía
por buscar la verdad contribuyeron a tener viva en su
alma la búsqueda del redil de Cristo.
La oración, el
estudio y la devoción filial por la Madre del Redentor
la condujeron decididamente hacia la Iglesia Católica y el 15
de agosto de 1902, en el Convento de la Visitación
en Washington, recibió el sacramento del bautismo "bajo condición" de
las manos del P. Juan Hagen, S.I., que fue también
su director espiritual.
En Roma recibió el sacramento de la Confirmación
y vio claramente que debía dedicarse a la unidad de
los cristianos. Visitó también el templo y la casa de
Santa Brígida de Suecia (+ 1373), recibiendo una grande y
profunda impresión a tal grado que mientras se encontraba en
oración en ese lugar, escuchó una voz que le decía:
"Es aquí donde deseo que te pongas a mi servicio".
Regresó a Estados Unidos sin embargo aunque no se encontraba
bien de salud dejó todo y el 25 de marzo
de 1904 se estableció en Roma en la casa de
Santa Brígida, donde fue recibida cariñosamente por las monjas que
vivían ahí.
En el silencio y en la oración conoció
profundamente el amor de Cristo, cultivó y difundió la devoción
de Santa Brígida y de Santa Catarina de Suecia, tuvo
siempre una creciente preocupación espiritual por su país por la
Iglesia.
En 1906 San Pío X le concedió llevar el hábito
de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida y
de profesar sus votos religiosos como hija espiritual de la
santa de Suecia. Su sueño de dar vida en Roma
a una comunidad Brigidina no se realizó, sin embargo, floreció
una nueva rama del antiguo troneo Brigidino, y así, el
9 de septiembre de 1911 la Beata comenzando con 3
jóvenes postulantes inglesas, refundó la Orden del Santísimo Salvador de
Santa Brígida con la misión de orar y trabajar especialmente
por la unión de los cristianos de Escandinavia con la
Iglesia Católica.
En 1931 tuvo la grande alegría de obtener perpetuamente
por parte de la Santa Sede, la iglesia y la
casa de Santa Brígida en Roma que llegaron a ser
el centro de la Orden.
Durante y después de la
segunda Guerra Mundial la Beata realizó una intensa Obra de
caridad a favor de los pobres y de los perseguidos
por leyes de racismo; promovió un movimiento por la paz
con católicos y no católicos, trabajando fuertemente en el ecumenismo.
Desde el inicio de su Fundación atendió su preocupación la
formación de sus hijas espirituales para las que fue madre
y maestra. Les recomendaba la unión con Dios, la ardiente
flama de asemejarse al Divino Salvador, el amor a la
Iglesia y al Romano Pontífice y de hacer oración para
que existiera un solo redil y un solo Pastor añadiendo:
"Este es el fin primario de nuestra vocación".
La Beata fue
fiel toda su vida al Señor, esto lo comprobamos en
sus escritos de 1904 donde dice "Amado Señor, no te
pido que me enseñes el sendero, te seguiré fuertemente de
tu mano en la obscuridad, en los momentos de angustia
y de miedo, cerraré los ojos para hacerte ver cuanta
fe tengo en ti Esposo de mi alma".
La esperanza
en Dios y en su providencia la sostuvo en cada
momento de su vida, sobre todo en las horas de
la prueba, de la preocupación y de la cruz. Puso
siempre en primer lugar las cosas del cielo a las
de la tierra, la voluntad de Dios a su voluntad
y el bien del prójimo a la propia utilidad. Contemplando
el amor infinito del Hijo de Dios que se inmoló
por nuestra salvación, alimentó en su corazón la flama de
la caridad que manifestó con la bondad de sus obras.
A sus hijas les decía continuamente: "Debemos nutrir un gran
amor hacia Dios y hacia el prójimo, un amor fuerte,
ardiente, que queme todas las imperfecciones, soporte fuertemente un acto
de impaciencia, una palabra hiriente y con esto se presta
a llegar con premura a un acto de caridad".
La
Beata se asemejaba a un jardín en el cual el
sol de la caridad hace florecer obras de misericordia espirituales
y corporales. Siempre tuvo atenciones hacia sus hijas religiosas, se
preocupó por lo pobres, por los enfermos, por los judíos
perseguidos, por los sacerdotes, por los niños a los que
les enseñaba la doctrina cristiana, por su familia de origen
y por toda la gente de Suecia y de Roma.
Fue una mujer humilde y servicial con todos los que
le pedían ayuda, siempre tuvo la alegría de condividir con
los demás los dones que recibía del Señor. Fue prudente
en las iniciativas por el Reino de Dios en el
hablar, en el aconsejar y en el corregir.
Tuvo grande respeto
por la libertad religiosa de los no cristianos y de
los no católicos que recibió en su casa. Practicó la
justicia hacia Dios y hacia el prójimo, la templanza, el
dominio de sí, el alejarse de los honores de las
cosas del mundo, la humildad, la castidad, la obediencia, la
fortaleza en las tribulaciones, la perseverancia en la oración y
en el servicio a Dios, la fidelidad en su consagración
religiosa.
Caminó con Dios abrazando la cruz de Cristo que la
acompañó desde su juventud. "Para mí, afirmaba la Beata, el
camino de la cruz fue el más hermoso que he
visto porque en él conocí a mi Señor y Salvador",
junto a los sufrimientos morales padeció también interrumpidamente sufrimientos físicos.
La cruz llegó a ser en manera particular dolorosa y
pesada en los últimos años de su vida. Debido a
su constancia en la oración vivió serenamente la voluntad de
Dios y así se preparó al encuentro definitivo con el
Esposo Divino que la llamó en las primeras horas del
24 de abril de 1957.
Vivió y murió en fama
de santidad, esta fama ha crecido también después de su
muerte, y por la misma se comenzó su causa a
los altares.
Fue beatificada el 9 de abril de
2000 por S.S. Juan Pablo II.
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