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Pedro de San José Betancurt, Santo |
Religioso Franciscano y Fundador de la Orden de Nuestra Señora de
Belén (Bethlemitas)
Martirologio Romano: En Antigua, cerca de la ciudad
de Guatemala, en América Central, san Pedro de San José
Bethencourt, religioso de la Tercera Orden Regular de San Francisco,
que bajo el patrocinio de Nuestra Señora de Belén se
entregó ejemplarmente a la asistencia de huérfanos, mendigos, enfermos, jóvenes
sin formación, extranjeros y condenados a trabajos forzados. († 1667)
Fecha
de canonización: 30 de julio de 2002, por el Papa
Juan Pablo II. San
Pedro de San José Betancurt nace en Vilaflor de Tenerife,
(Islas Canrias, España), el 21 de marzo de 1626 y
muere en Guatemala el 25 de abril de 1667.
La
distancia en el tiempo no opaca la luz que emana
de su figura y que ha iluminado tanto a Tenerife
como a toda la América Central desde aquellos remotos días
de la Colonia.
San Pedro de San José Betancurt supo leer
el Evangelio con los ojos de los humildes y vivió
intensamente los Misterios de Belén y de la Cruz, los
cuales orientaron todo su pensamiento y acción de caridad. Hijo
de pastores y agricultores, tuvo la gracia de ser educado
por sus padres profundamente cristianos; a los 23 años abandonó
su nativa Tenerife y, después de 2 años, llegó a
Guatemala, tierra que la Providencia había asignado para su apostolado
misionero.
Apenas desembarcado en el Nuevo Mundo, una grave enfermedad lo
puso en contacto directo con los más pobres y desheredados.
Recuperada inesperadamente la salud, quiso consagrar su vida a Dios
realizando los estudios eclesiásticos pero, al no poder hacerlo, profesó
como terciario en el Convento de San Francisco, en la
actual La Antigua Guatemala, con un bien determinado programa de
revivir la experiencia de Jesús de Nazaret en la humildad,
la pobreza, la penitencia y el servicio a los pobres.
En
un primer momento realizó su programa como custodio y sacristán
de la Ermita del Santo Calvario, cercana al convento franciscano,
que se convierte en el centro irradiador de su caridad.
Visitó hospitales, cárceles, las casas de los pobres; los emigrantes
sin trabajo, los adolescentes descarriados, sin instrucción y ya entregados
a los vicios, para quienes logró realizar una primera fundación
para acoger a los pequeños vagabundos blancos, mestizos y negros.
Atendió la instrucción religiosa y civil con criterios todavía hoy
calificados como modernos.
Construyó un oratorio, una escuela, una enfermería, una
posada para sacerdotes que se encontraban de paso por la
ciudad y para estudiantes universitarios, necesitados de alojamiento seguro y
económico. Recordando la pobreza de la primera posada de Jesús
en la tierra, llamó a su obra «Belén».
Otros terciarios lo
imitaron, compartiendo con el santo penitencia, oración y actividad caritativa:
la vida comunitaria tomó forma cuando el Santo escribió un
reglamento, que fue adoptado también por las mujeres que atendían
a la educación de los niños; estaba surgiendo aquello que
más tarde debería tener su desarrollo natural: la Orden de
los Bethlemitas y de las Bethlemitas, aún cuando éstas sólo
obtuvieron el reconocimiento de la Santa Sede más tarde.
El Santo
Hermano Pedro se adelantó a los tiempos con métodos pedagógicos
nuevos y estableció servicios sociales no imaginables en su época,
como el hospital para convalecientes. Sus escritos espirituales son de
una agudeza y profundidad inigualables.
Su caridad no le daba reposo.
Su esperanza y su fe lo mantenían en vigilia, el
oído atento al dolor. Pedro, un hombre sin techo y
sin pan, daba de comer al hambriento y vestía al
desnudo. Acudía a los ricos y acercándoles la llama
de su caridad derretía su egoísmo y encendía la generosidad
de aquellos hombres.
Muere apenas a los 41 años el
que en vida era llamado «Madre de Guatemala». A más
de tres siglos de distancia, la memoria del «hombre que
fue caridad» es sentida grandemente, viva y concreta, en su
nativa Tenerife, en Guatemala y en todos los lugares donde
se conoce su obra. El Hermano Pedro fue Beatificado solemnemente
por S.S. Juan Pablo II el 22 de junio de
1980, y canonizado el 30 de julio de 2002 por
el mismo Papa, en un acontecimiento de incalculable valor pastoral
y eclesial para Guatemala y para toda América.
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