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¿Verdadero o falso? La difícil tarea de pensar |
Muchas pruebas de exámenes y oposiciones consisten en una especie
de cuestionario en el que se formulan una serie de
enunciados a los que hay que responder con una simple
señal en ‘V’ o ‘F’ (verdadero o falso). No se
le pide al opositor o examinando que redacte ningún razonamiento
que apoye su decisión de considerar la verdad o falsedad
del enunciado. Para el examinador basta con el número total
de aciertos que le facilitará el ordenador.
Razonar y argumentar acerca
de la verdad o falsedad de algo necesita cierto entrenamiento
en la tarea de pensar, de discurrir, de reflexionar. Aquello
de “lejos de nosotros la funesta manía de pensar”, que
los profesores de la universidad de Cervera, dijeron para halagar
a Fernando VII, no ha dejado de estar vigente en
nuestra sociedad, más dispuesta a aceptar lo que le digan
los medios de comunicación, las consignas del partido, las pancartas
de los sindicatos o incluso las pintadas callejeras, que a
utilizar la cabeza para distinguir la verdad de la mentira.
Pienso
que las ideas y consignas circulantes se aceptan si se
presentan con la etiqueta de progresistas y se rechazan si
son etiquetadas de conservadoras, tradicionales o religiosas, sin más examen
para distinguir lo verdadero de lo falso, pues tal cosa
exigiría pensar y esto es peligroso para los que buscan
adhesiones inquebrantables, seguidores sumisos y fieles votantes. Es curioso que
tanto unos como otros presuman de ser más progresistas que
los contrarios.
De una forma un tanto fatalista aceptamos la “vida
real” que nos dan prefabricada, con la socorrida frase “estamos
en otro tiempo” que parece justificar, por ejemplo, que la
familia no es lo que era, que ahora hay diversos
tipos de familia, aunque más bien lo que ocurre es
que todo se disuelve: hay más parejas que matrimonios o
se habla más de “mi pareja” que de mi esposo
o esposa. Los hijos tienen derecho a todo, incluso al
botellón y si un padre corrige a su hija puede
terminar en la cárcel. Lo bueno y lo malo, el
bien y el mal, no tienen consistencia permanente, depende de
lo que opine la cambiante mayoría, de lo que legislen
los políticos. Nos limitamos a vivir las sensaciones que fluyen
a nuestro alrededor y a esto lo llamamos realidad, sin
aceptar que existan otras realidades a la podríamos llegar si
nos preguntáramos con Kant: ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?,
¿qué me cabe esperar?, ¿qué es el hombre? Nos dicen que
solo nos cabe buscar el placer, disfrutar y consumir. No
es nuevo aquello de “comamos y bebamos que mañana moriremos”.
¿Es esto verdadero o falso? Hay que pensarlo con todo
cuidado, pues nos jugamos mucho en nuestra respuesta. Si no
puedo esperar más que la muerte ¿qué sentido tiene la
vida? ¿Verdadero o falso?
¿Tengo algo que hacer y decidir
por mí mismo? ¿Tendré que dar cuenta a Alguien de
mi vida, de mis acciones, de mis omisiones? ¿Qué son
los demás para mí?
Responder a tantos interrogantes es más duro
y complicado que poner la ‘V’ o la ‘F’ en
un cuestionario, exige aprender a pensar, cosa que no se
enseña en nuestro más que mejorable sistema de enseñanza.
Descartes decía
“pienso, luego existo”, que me sugiere que quien no piensa
puede que no exista. Remedando a Descartes he leído una
pintada que dice: “Pienso, luego estorbo”. Quizás, si pensamos, estorbemos
a los que se empeñan en manipularnos.
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