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Elena Valentini de Udine, Beata |
Laica Agustina
Martirologio Romano: En Udine, en la región de Venecia,
beata Elena Valentini, viuda, que, para servir únicamente a Dios,
abrazó la orden seglar de san Agustín, distinguiéndose por la
oración, la lectura del Evangelio y las obras de misericordia
(1458).
Etimológicamente: Elena = Aquella que resplandece, es de origen
griego.
Nacida el año
1396 ó 1397 en Údine (Italia), en la familia de
los señores de Maniago, se unió en matrimonio hacia 1414
con el aristócrata Antonio Cavalcanti. Fueron padres de seis hijos.
Muerto su marido en 1441, Helena decidió retirarse del mundo.
Habiendo escuchado la palabra vibrante del agustino Ángel de S.
Severino, se hizo terciaria agustina. Después de haber emitido la
profesión, permaneció en la casa que había recibido de su
esposo, y allí continuó hasta 1446, fecha en la que
pasó a vivir con la hermana Perfecta, terciaria agustina como
ella, permaneciendo a su lado hasta el final de sus
días.
Durante los casi dieciocho años como laica consagrada,
llevó siempre una vida de penitencia y rigurosa mortificación, alimentándose
normalmente sólo de pan y agua, durmiendo sobre un duro
lecho de piedras, apenas cubierto con un poco de paja,
flagelando continuamente su cuerpo e, incluso, caminando con treinta y
tres minúsculas piedras metidas en los zapatos “en recuerdo de
los bailes y danzas – como ella misma solía repetir
– con que en el siglo había ofendido a mi
Señor, y en memoria de los treinta y tres años
que mi dulce Jesús por mi amor caminó por el
mundo”.
En las distintas formas de penitencia a las
que quiso someterse, siempre se inspiró en el doble motivo
de la imitación de Cristo y el contraste con su
anterior existencia mundana. No le faltaron profundas crisis de desaliento
y cansancio, a las que supo reaccionar con gran fuerza
de ánimo, retirada en la pequeña celda construida en su
misma casa, y de la que salía solamente para ir
a rezar y a meditar en su querida iglesia de
Santa Lucía. Autorizada por el padre Provincial de los agustinos,
hizo voto, en 1444, del absoluto silencio, interrumpido sólo con
ocasión de la Navidad para entretenerse en breves y edificantes
conversaciones con sus hijos y algunos familiares. Como supremo consuelo
en su vida de completa renuncia y lucha, tuvo éxtasis
y visiones celestes, gratificada, además, por Dios con el don
de los milagros y el conocimiento de cosas ocultas.
A causa de la fractura de los dos fémures en
1455, pasó sus últimos años postrada en un humilde y
duro lecho, en serena y paciente espera de la muerte,
acaecida el 23 de abril de 1458. Fue sepultada en
el rincón de la iglesia de Sta. Lucía donde en
vida solía abandonarse a la contemplación, oculta en el pequeño
“oratorio” de madera que se había hecho construir para librarse
de la admiración y de la curiosidad de los fieles.
Después de diversos traslados, los restos mortales de la beata
encontraron en 1845 un lugar digno en la catedral, donde
hoy se hallan expuestos a la veneración pública.
El
culto de la beata fue confirmado en 1848 por el
papa Pío IX.
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