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Egidio (o Gil) de Asís, Beato |
Religioso Franciscano
Martirologio Romano: En Perusa, en la Umbría, beato Egidio
de Asís, religioso de la Orden de los Hermanos Menores,
que, siendo compañero de san Francisco, mostró una fe intrépida
y una gran simplicidad en sus peregrinaciones (1262).
Etimológicamente: Egidio =
Hijo de Egeo, es de origen griego.
Discípulo de San Francisco, clérigo de la Primera Orden
Entre los
primeros compañeros de San Francisco está el Beato Egido (
o Gil) de Asís, el cual respaldó su petición de
hacerse Hermano Menor cediendo inmediatamente su propio manto cuando al
convento de los hermanos llegó un pobre a pedir alguna
cosa.
Sencillo, humilde, iletrado, sabía sin embargo impulsar a todos
al amor de Dios y expresar dichos llenos de seráfica
doctrina. La mayor parte de su vida se caracterizó por
peregrinaciones: a Santiago de Compostela, al Monte Gargano (Santuario de
San Miguel Arcángel), a Tierra Santa y más tarde al
Africa. Ocupaba el tiempo de permanencia y sus esperas forzosas
y se ganaba la caridad de las gentes con sus
trabajos manuales. Hacía de todo: cargaba agua, recogía nueces o
leña, nunca ocioso, siempre en silencio con Dios, con quien
hablaba en la oración y en la contemplación, única fuente
de su sabiduría cristiana. Así vino a ser el ejemplar
de la vida franciscana primitiva, cuyo claustro es el mundo,
su ocupación cualquier trabajo honesto y humilde, y su delicia
estar con Dios en las noches silenciosas.
El día de San
Jorge, el 23 de abril de 1209, Gil después de
escuchar la Misa en Asís, bajó a la Porciúncula con
la intención de dirigirse a San Francisco. Lo encontró saliendo
de un bosquecillo y se le echó a los pies.
«¿Qué quieres?», le preguntó Francisco. «Quiero quedarme contigo», respondió Gil.
Y se quedó. Francisco lo declaró de inmediato «caballero de
la mesa redonda» y en su compañía partió para la
Marca de Ancona. A lo largo del camino fray Gil
alababa a Dios y lleno de gratitud se postraba en
tierra y besaba la hierba, las flores y las piedras.
Cuando san Francisco predicaba él permanecía estático y decía a
los demás: «Escúchenlo, porque habla maravillosamente». Fuera del tiempo necesario
para la oración y la lectura del breviario, Gil trabajaba
continuamente y como pago sólo recibía lo estrictamente necesario para
la vida. Son célebres sus dichos llenos de sabiduría religiosa
y de espíritu práctico. Una vez amonestó a un predicador
parlanchín, gritándole detrás: «Bao, bao, bao, hablo mucho, poco hago».
Con frecuencia su sabiduría era bondadosamente irónica, como cuando un
hermano dijo que había soñado en el infierno y no
había visto allí ningún hermano menor, le respondió: «Seguramente no
bajaste hasta el fondo!». Ante uno que hablaba mucho sin
pensar, dijo: «Pienso que uno debería tener el cuello largo
como la grulla; así la palabra tendría que pasar por
muchos nudos antes de subir a la boca!».
Entre 1215 y
1219 estuvo como ermitaño en las afueras de Asís. Entre
1219 y 1220 estuvo como misionero en Túnez, del 23
de junio de 1225 al 31 de enero de 1226,
vivió en Rieti, en casa del cardenal Niccoló, deseoso de
gozar de sus conversaciones espirituales.
Fray Gil era un contemplativo, un
místico, que entraba en éxtasis con sólo oír mencionar el
paraíso. San Francisco y San Buenaventura tuvieron para con él
una gran admiración. Más tarde, muerto ya San Francisco, su
vida transcurrió en los eremitorios de la Umbría, sobre todo
en el de Monterípido, donde murió muy anciano el 23
de abril de 1262. Cercano a la muerte, cuando las
autoridades de Perusa enviaron gente armada a custodiarlo, les envió
recado para asegurarles que nunca las campanas de Perusa resonarían
por su canonización ni por milagro alguno suyo.
Llamado Beato
por la voz del pueblo, la Iglesia le confirmó este
título por medio de Pío VI el 4 de julio
de 1777.
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