jueves, 27 de octubre de 2011

Diadoco de Foticè, obispo, Sobre la Perfecciòn Espiritual




Sè de cierta persona que, aunque se lamentaba de no amar a Dios como ella hubiera querido, sin embargo lo amaba de tal manera que el mayor deseo de su alma consistìa en que Dios fuera glorificado en ella y que ella fuese tenida en nada. El que asì piensa no se deja impresionar por las palabras de alabanza, pues sabe lo que es en realidad; al contrario por su gran amor a la humildad, no piensa en su propia dignidad, aunque fuese el caso que sirviese a Dios en calidad de sacerdote; su deseo de amar a Dios hace que se vaya olvidando poco a poco de su dignidad y que extinga en las profundidades de su amor a Dios, por el espíritu de humildad, la jactancia que su dignidad pudiese ocasionar, de modo que llega a considerarse siempre a sì mismo como un siervo inútil, sin pensar para nada en su dignidad, por su amor a la humildad. Lo mismo debemos hacer también nosotros, rehuyendo todo honor y toda gloria, movidos por la superior excelencia de las riquezas del amor de Dios, que nos ha amado de verdad.
Dios conoce a los que lo aman sinceramente, porque cada cual lo ama según la capacidad de amor que hay en su interior. Por tanto, el que asì obra desea con ardor que la luz de este conocimiento divino penetre hasta lo màs ìntimo de su ser, llegando a olvidarse de sì mismo, transformado todo èl por el amor.
El que es asì transformado vive y no vive; pues, mientras vive en su cuerpo, el amor lo mantiene en un continuo peregrinar hacia Dios; su corazón, encendido en el ardiente fuego del amor, està unido a Dios por la llama del deseo y su amor a Dios le hace olvidarse completamente del amor a sì mismo, pues como dice el Apòstol, si nos hemos portado como faltos de juicio, ha sido por Dios; si ahora somos razonables, es por vuestro bien.

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