sábado, 26 de octubre de 2013

San José, Custodio del Misterio





José, hijo de David, no temas al insondable plan de Dios.
El Padre Eterno ha querido confiarte su Hijo,
a su Único, su Todo, a la Luz de sus ojos;
ha querido que tú, pequeño artesano, hagas las veces de Él,
y modeles con arte el barro que el Eterno tomó para Sí.

Y mientras los hombres piensan cómo atrapar y deshojar el Misterio,
—hoy más que nunca—
tú piensas cómo preservarlo y custodiarlo.
El Dios escondido desde siglos se confía a que tú lo escondas
del indiscreto, del curioso y del mirón.
Y tú -experto en escondrijos- Lo escondes y te escondes con Él.

Levántate José y llévame contigo a Egipto o Nazaret,
inclúyeme en el encargo divino y cárgame con ellos,
oh pequeño pastor del Oculto;
escóndeme en la hendidura de tus vínculos
y dame parte en el sueño que sueñas para los tuyos.

Orante absorto del Portal: ¿en qué traes tu oración?
¿Es agua serena, es fuego inquieto, es brisa suave o huracán?
Tu cargado silencio es escuela, es modelo, es refugio.
Tú miras, callas, crees, adoras, amas...
desde el discreto umbral.

Cuando el Verbo se hizo Carne,
tu carne se hizo asombro.
Asombro que dilatara de tal modo tu ser,
que lo hizo capaz de portar y custodiar el Misterio.

Sin tocarla, ni pretender atraparla,
tú recoges y resguardas la Luz increada dada a luz en la carne.
Y replegándote en pasmo sobre ti,
abrazas sin aliento el impacto del Misterio
en tu más profundo centro.
Y en silencio lo guardas y gustas,
mientras un suave murmullo te susurra por dentro:
datus est, filius datus est nobis...

Padre José: Dios te ha confiado su Tesoro más preciado,
y de tu fiat y amén vivimos los redimidos.
Tú le mostrarás al Arquitecto del cosmos cómo trabajar la madera;
a la Palabra eterna, le enseñarás hablar;
al Amigo del Hombre a forjar vínculos de amistad;
al Guardián de Israel a no temerle a la noche,
al que enseñó a caminar a Efraím, a dar primeros pasos,
al que juega desde siempre ante el Padre a decir: Shemmá...
al Bienamado del Padre, a refugiarse en tus besos.

Amado Padre, callado Padre, Abbá José:
tu bastón me infunde confianza y seguridad.
Oh tú, experto en viajes nocturnos,
condúceme en mi deambular a tientas y tropiezos,
en esta posmoderna tierra baldía.
Pues entre nostalgias, miedos e incertidumbres,
es bajo tus ramas frondosas que me refugio
y al amparo de tus alas que recobro confianza.
Inmenso José, padre José: tu cayado me calla y serena
y me conduce a los pastos secretos
donde atesorar contigo el Misterio.

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