lunes, 21 de octubre de 2013

¿QUÉ NOS DICE LA BIBLIA SOBRE LA REENCARNACIÓN?



Conoce el origen de esta creencia, las causas que han favorecido su difusión y las conclusiones sobre esta doctrina, a partir de la Sagrada Escritura.

MAS DE LO QUE PARECIAN.

Una conocida actriz, hace no mucho tiempo, declaraba en el reportaje concedido a una revista: “Yo soy católica, pero creo en la rencarnación. Ya averigüé que ésta es mi tercera vida. Primero fui una princesa egipcia. Luego, una matrona del Imperio Romano. Y ahora me rencarné en actriz”.

Resulta, en verdad, asombroso comprobar cómo cada vez es mayor el número de los que, aún
siendo católicos, aceptan la rencarnación. Una encuesta realizada en la Argentina por la empresa Gallup reveló que el 33% de los encuestados cree en ella. En Europa, el 40% de la población se adhiere gustoso a esa creencia. Y en el Brasil, nada menos que el 70% de sus habitantes son rencarnacionistas.

Por su parte, el 34% de los católicos, el 29% de los protestantes, y el 20% de los no
creyentes, hoy en día la profesan.

La fe en la rencarnación, pues, constituye un fenómeno mundial. Y por tratarse de un artículo de
excelente consumo, tanto la radio como la televisión, los diarios, las revistas, y últimamente el cine, se encargan permanentemente de tenerlo entra sus ofertas. Pero ¿por qué esta doctrina seduce a la gente?

QUÉ ES LA RENCARNACIÓN.

La rencarnación es la creencia según la cual, al morir una persona, su alma se separa
momentáneamente del cuerpo, y después de algún tiempo toma otro cuerpo diferente para volver a nacer en la tierra. Por lo tanto, los hombres pasarían par muchas vidas en este mundo.
¿Y por qué el alma necesita rencarnarse? Porque en una nueva existencia debe pagar los pecados cometidos en la presente vida, o recoger el premio de haber tenido una conducta honesta. El alma está, dicen, en continua evolución. Y las sucesivas rencarnaciones le permiten progresar hasta alcanzar la perfección. Entonces se convierte en un espíritu puro, ya no necesita más rencarnaciones, y se sumerge para siempre en el infinito de la eternidad.

Esta ley ciega, que obliga a rencarnarse en un destino inevitable, es llamada la ley del
“karma” (=acto).

Para esta doctrina, el cuerpo no sería más que una túnica caduca y descartable que el alma inmortal teje por necesidad, y que una vez gastada deja de lado para tejer otra.

Existe una forma aún más escalofriante de reencarnacionismo, llamada “metempsicosis”,
según la cual si uno ha sido muy pecador su alma puede llegar a rencarnarse en un animal, ¡y hasta en una planta!

LAS VENTAJAS QUE BRINDA.

Quienes creen en la rencarnación piensan que ésta ofrece ventajas. En primer lugar, nos concede una segunda (o tercera, o cuarta) oportunidad. Sería injusto arriesgar todo nuestro futuro de una sola vez. Además, angustiaría tener que conformarnos con una sola existencia, a veces mayormente triste y dolorosa. La rencarnación, en cambio, permite empezar de nuevo.

Por otra parte, el tiempo de una sola vida humana no es suficiente para lograr la perfección necesaria. Esta exige un largo aprendizaje, que se va adquiriendo poco a poco. Ni los mejores hombres se encuentran, al momento de morir, en tal estado de perfección. La rencarnación, en cambio, permite alcanzar esa perfección en otros cuerpos.

Finalmente, la rencarnación ayuda a explicar ciertos hechos incomprensibles, como por
ejemplo que algunas personas sean más inteligentes que otras, que el dolor esté tan desigualmente repartido entre los hombres, las simpatías o antipatías entre las personas, que algunos matrimonios sean desdichados, o la muerte precoz de los niños. Todo esto se entiende mejor si ellos están pagando deudas o cosechando méritos de vidas anteriores.

CUANDO AÚN NO EXISTÍA

La rencarnación, pues, es una doctrina seductora y atrapante, porque pretende “resolver”
cuestiones intrincadas de la vida humana. Además, porque resulta apasionante para la curiosidad del común de la gente descubrir qué personaje famoso fue uno mismo en la antigüedad. Esta expectativa ayuda, de algún modo, a olvidar nuestra vida intrascendente, y a evadirnos de la existencia gris y rutinaria en la que estamos a veces sumergidos. Pero ¿cómo nació la creencia en la rencarnación?

Las más antiguas civilizaciones que existieron, como la sumeria, egipcia, china y persa, no la conocieron. El enorme esfuerzo que dedicaron a la edificación de pirámides, tumbas y demás construcciones funerarias, demuestra que creían en una sola existencia terrestre. Si hubieran pensado que el difunto volvería a reencarnarse en otro, no habrían hecho el colosal derroche de templos y otros objetos decorativos con que lo preparaban para su vida en el más allá.

POR QUÉ APARECIÓ.

La primera vez que aparece la idea de la rencarnación es en la India, en el siglo VII a.C.
Aquellos hombres primitivos, muy ligados aún a la mentalidad agrícola, veían que todas las cosas en la naturaleza, luego de cumplir su ciclo, retornaban.

Así, el sol salía par la mañana, se ponía en la tarde, y luego volvía a salir.

La luna llena decrecía, pero regresaba siempre a su plena redondez. Las estrellas repetían las mismas fases y etapas cada año. Las estaciones del verano y el invierno se iban y volvían puntualmente. Los campos, las flores, las inundaciones, todo tenía un movimiento circular, de eterno retorno. La vida entera parecía hecha de ciclos que se repetían eternamente.

Esta constatación llevó a pensar que también el hombre, al morir, debía otra vez regresar a la tierra. Pero como veían que el cuerpo del difundo se descomponía, imaginaron que era el alma la que volvía a tomar un nuevo cuerpo para seguir viviendo.

Con el tiempo, aprovecharon esta creencia para aclarar también ciertas cuestiones vitales (como las desigualdades humanas, antes mencionadas), que de otro modo les resultaban inexplicables para la incipiente y precaria mentalidad de aquella época.

Cuando apareció el Budismo en la India, en el siglo V a.C., adoptó la creencia en la rencarnación.
Y por él se extendió en la China, Japón, el Tíbet, y más tarde en Grecia y Roma. Y así, penetró también en otras religiones, que la asumieron entre los elementos básicos de su fe.

YA JOB NO LO CREÍA

Pero los judíos jamás quisieron aceptar la idea de una rencarnación, y en sus escritos la rechazaron absolutamente. Por ejemplo, el Salmo 39, que es una meditación sobre la brevedad de la vida, dice: “Señor, no me mires con enojo, para que pueda alegrarme, antes de que me vaya y ya no exista más” (v.14).

También el pobre Job, en medio de su terrible enfermedad, le suplica a Dios, a quien creía
culpable de su sufrimiento: “Apártate de mí. Así podré sonreír un poco, antes de que me vaya para no volver, a la región de las tinieblas y de las sombras” (10,21.22).

Y un libro más moderno, el de la Sabiduría, enseña : “El hombre, en su maldad, puede quitar la vida, es cierto; pero no puede hacer volver al espíritu que se fue, ni liberar el alma arrebatada por la muerte’’ (16,14).

TAMPOCO EL REY DAVID

La creencia de que nacemos una sola vez, aparece igualmente en dos episodios de la vida del
rey David. El primero, cuando una mujer, en una audiencia concedida, le hace reflexionar: “Todos tenemos que morir, y seremos como agua derramada que ya no puede recogerse” (2 Sm 14,14).

El segundo, cuando al morir el hijo del monarca exclama: “Mientras el niño vivía, yo ayunaba y lloraba. Pero ahora que está muerto ¿para qué voy a ayunar? ¿Acaso podré hacerlo volver? Yo iré hacia él, pero él no volverá hacia mí” (2 Sm 12,22.23).

Vemos, entonces, que en el Antiguo Testamento, y aún cuando no se conocía la idea de la resurrección, ya se sabía al menos que de la muerte no se vuelve nunca más a la tierra.

LA IRRUPCIÓN DE LA NOVEDAD

Pero fue en el año 200 a. C. cuando se iluminó para siempre el tema del más allá. En esa
época entró en el pueblo judío la fe en la resurrección, y quedó definitivamente descartada la posibilidad de la rencarnación.

Según esta novedosa creencia, al morir una persona, recupera la vida inmediatamente. Pero
no en la tierra, sino en otra dimensión llamada “la eternidad”. Y comienza a vivir una vida distinta, sin límites de tiempo ni espacio. Una vida que ya no puede morir más. Es la denominada Vida Eterna.

Esta enseñanza aparece por primera vez, en la Biblia, en el libro de Daniel. Allí, un ángel le revela este gran secreto: “La multitud de los que duermen en la tumba se despertarán, unos para la vida eterna, y otros para la vergüenza y el horror eterno” (12,2). Por lo tanto, queda claro que el paso que sigue inmediatamente a la muerte es la Vida Eterna, la cual será dichosa para los buenos y dolorosa para los pecadores. Pero será eterna.

La segunda vez que la encontramos, es en un relato en el que el rey Antíoco IV de Siria tortura a siete hermanos judíos para obligarlos a abandonar su fe. Mientras moría el segundo, dijo al rey: “Tú nos privas de la vida presente, pero el Rey del mundo a nosotros nos resucitará a una vida eterna” (2 Mac 7,9). Y al morir el séptimo exclamó: “Mis hermanos, después de haber soportado una corta pena, gozan ahora de la vida eterna” (2 Mac 7,36).

Para el Antiguo Testamento, pues, resulta imposible volver a la vida terrena después de morir. Por más breve y dolorosa que haya sido la existencia humana, luego de la muerte comienza la resurrección.

AHORA LO DICE JESÚS

Jesucristo, con su autoridad de Hijo de Dios, confirmó oficialmente esta doctrina. Con la
parábola del rico Epulón (Lc 16,19.31), contó cómo al morir un pobre mendigo llamado Lázaro los ángeles lo llevaron inmediatamente al cielo. Por aquellos días murió también un hombre rico e insensible, y fue llevado al infierno para ser atormentado por el fuego de las llamas.

No dijo Jesús que a este hombre rico le correspondiera rencarnarse para purgar sus numerosos pecados en la tierra. Al contrario, la parábola explica que por haber utilizado injustamente los muchos bienes que había recibido en la tierra, debía “ahora” (es decir, en el más allá, en la vida eterna, y no en la tierra) pagar sus culpas (v.25). El rico, desesperado, suplica que le permitan a Lázaro volver a la tierra (o sea, que se rencarne) porque tiene cinco hermanos tan pecadores como él, a fin de advertirles lo que les espera si no cambian de vida (v.27.28). Pero le contestan que no es posible, porque entre este mundo y el otro hay un abismo que nadie puede atravesar (v.26).

La angustia del rico condenado le viene, justamente, al confirmar que sus hermanos también
tienen una sola vida para vivir, una única posibilidad, una única oportunidad para darle sentido a la existencia.

LA SUERTE DEL BUEN LADRÓN

Cuando Jesús moría en la cruz, cuenta el Evangelio que uno de los ladrones crucificado a su
lado le pidió: “Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu reino”. Si Jesús hubiera admitido la posibilidad de la rencarnación, tendría que haberle dicho: “Ten paciencia, tus crímenes son muchos; debes pasar por varias rencarnaciones hasta purificarte completamente”. Pero su respuesta fue: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,43).

Si “hoy” iba a estar en el Paraíso, es porque nunca más podía volver a nacer en este mundo.
San Pablo también rechaza la rencarnación. En efecto, al escribir a los filipenses les dice: “Me siento apremiado por los dos lados. Por una parte, quisiera morir para estar ya con Cristo. Pero por otra, es más necesario para ustedes que yo me quede aún en este mundo” (1,23.24). Si hubiera creído posible la rencarnación, inútiles habrían sido sus deseos de morir, ya que volvería a encontrarse con la frustración de una nueva vida terrenal. Una total incoherencia.

Y explicando a los corintios lo que sucede el día de nuestra muerte, les dice: “En la resurrección de los muertos, se entierra un cuerpo corruptible y resucita uno incorruptible, se entierra un cuerpo humillado y resucita uno glorioso, se entierra un cuerpo débil y resucita uno fuerte, se entierra un cuerpo material y resucita uno espiritual (1 Cor 15,42.44).

¿Puede, entonces, un cristiano creer en la rencarnación? Queda claro que no. La idea de tomar otro cuerpo y regresar a la tierra después de la muerte es absolutamente incompatible con las enseñanzas de la Biblia. La afirmación bíblica más contundente y lapidaria de que la rencarnación es insostenible, la trae la carta a los Hebreos: “Está establecido que los hombres mueren una sola vez, y después viene el juicio” (9,27).

INVITACIÓN A LA IRRESPONSABILIDAD

Pero no sólo las Sagradas Escrituras impiden creer en la rencarnación, sino también el sentido común. En efecto, que ella explique las simpatías y antipatías entre las personas, los desentendimientos de los matrimonios, las desigualdades en la inteligencia de la gente, o las muertes precoces, ya no es aceptado seriamente por nadie. La moderna sicología ha ayudado a aclarar, de manera científica y concluyente, el porqué de éstas y otras manifestaciones extrañas de la personalidad humana, sin imponer a nadie la creencia en la rencarnación.

La rencarnación, por lo tanto, es una doctrina estéril, incompatible con la fe cristiana, propia
de una mentalidad primitiva, destructora de la esperanza en la otra vida, inútil para dar respuestas a los enigmas de la vida, y lo que es peor, peligrosa por ser una invitación a la irresponsabilidad. En efecto, si uno cree que va a tener varias vidas más, además de ésta, no se hará mucho problema sobre la vida presente, ni pondrá gran empeño en lo que hace, ni le importará demasiado su obrar. Total, siempre pensará que le aguardan otras rencarnaciones
para mejorar la desidia de ésta.

SOLAMENTE UNA VEZ

Pero si uno sabe que el milagro de existir no se repetirá, que tiene sólo esta vida para
cumplir sus sueños, sólo estos años para realizarse, sólo estos días y estas noches para ser feliz con las personas que ama, entonces se cuidará muy bien de maltratar el tiempo, de perderlo en trivialidades, de desperdiciar las oportunidades. Vivirá cada minuto con intensidad, pondrá lo mejor de sí en cada encuentro, y no permitirá que se le escape ninguna coyuntura que la vida le
ofrezca. Sabe que no retornarán.

El hombre, a lo largo de su vida, trabaja un promedio de 136.000 horas; duerme otras 210.000; come 3.360 kilos de pan, 24.360 huevos y 8.900 kilos de verdura; usa 507 tubos de dentífrico; se somete a 3 intervenciones quirúrgicas; se afeita 18.250 veces; se lava las manos otras 89.000; se suena la nariz 14.080 veces; se anuda la corbata en 52.000 oportunidades, y respira unos 500 millones de veces.

Pero absolutamente todo hombre, creyente o no, muere una vez y sólo una vez. Antes de que caiga el telón de la vida, Dios nos regala el único tiempo que tendremos, para llenarlo con las mejores obras de amor de cada día.

P. Ariel Álvarez Valdés

 

¿Quiénes son los ángeles?

Los ángeles son seres espirituales, personales y libres; dotados, por tanto, de inteligencia y voluntad, creados por Dios de la nada. Dios creó a los ángeles para que le alaben, le obedezcan y le sirvan; además, para hacerlos eternamente felices y para que ayuden y guíen a cada persona, a cada familia, nación, institución y muy especialmente a la Iglesia.

Dotados de una naturaleza más perfecta que la humana, esos espíritus puros fueron creados para dar gloria a Dios, regir el mundo material y
ser potentes auxiliares de los hombres en vista su salvación eterna.


LAS CLASES DE ÁNGELES:

• Serafines - del griego "séraph", abrazar, quemar, consumir. Asisten ante el trono de Dios y es su privilegio estar unidos a Dios de manera más íntima, en los ardores de la caridad.

• Querubines - del hebreo "chérub", que San Jerónimo y San Agustín interpretan como "plenitud de sabiduría y ciencia". Asisten también ante el trono de Dios, y es su privilegio ver la verdad de un modo superior a todos los otros Ángeles que están bajo ellos.

• Tronos - algunas veces son llamados "Sedes Dei", (Sedes de Dios). También asisten ante el trono de Dios, y es su misión asistir a los Ángeles inferiores en la proporción necesaria.

• Dominaciones - Son así llamados porque dominan sobre todas las órdenes angélicas encargadas de ejecutar la voluntad de Dios. Distribuyen a los Ángeles inferiores sus funciones y sus ministerios.

• Potestades - O "conductores del orden sagrado", ejecutan las grandes acciones que tocan en el gobierno universal del mundo y de la Iglesia, operando para eso prodigios y milagros extraordinarios.


• Virtudes - cuyo nombre significa "fuerza", son encargados de eliminar los obstáculos que se oponen al cumplimento de las órdenes de Dios, apartando a los Ángeles malos que asedian a las naciones para desviarlas de su fin, y manteniendo así las criaturas y el orden de la Divina Providencia.


• Principados - Como su nombre indica, están revestidos de una autoridad especial: son los que presiden los reinos, las provincias, y las diócesis; son así denominados por el hecho de que su acción es más extensa y universal.

• Arcángeles - son enviados por Dios en misiones de mayor importancia junto a los hombres.

• Ángeles - los que tienen la guarda de cada hombre en particular, para desviarlo del mal y encaminarlo al bien, defenderlo contra sus enemigos visibles e invisibles, y conducirlo al camino de la salvación. Velan por su vida espiritual y corporal y, a cada instante, le comunican las luces, fuerzas y gracias que necesitan (14).

Escatología

La muerte

Mi muerte me espera al final del camino, y la muerte de los demás acompaña todo mi camino. Somos verdaderos cristianos si sabemos que somos huéspedes en este mundo, porque nuestra verdadera patria está arriba. Por eso hay que considerar este mundo como un hotel, usando sus cosas necesarias sin llevarlas con nosotros, porque somos viajeros hacia la verdadera patria y siempre hay que renovar nuestros esfuerzos para seguir caminando. “Pues desnudos hemos venido a este mundo e igual lo dejaremos”. Y porque así es nuestro caso, pues hay que elevar nuestros corazones y llegar a lo que Dios nos prometió. La vida del hombre es dura, nula, sin embargo, tiene su dulzura. Uno sabe que no se puede salvar de la muerte, pues intenta no morir temprano y paga muy caro para posponer la muerte un poco más. Entonces, ¿Cuál es el precio de la muerte final si posponerla aquí exige ese precio tan caro? La vida del hombre es vapor. Aparece un poco y luego se acaba (jac:4:15). Es cansancio constante, corrupción, y el hombre desea larga vida sin importar si es mala porque simplemente quiere vivir mucho, y si eso quiere, ¿por qué entonces no busca el bien? Dice que llegó el día de su muerte mientras que su vida es más frágil que el cristal y lo peor es que todo el día ve a gente muriendo y no dice: debo mejorar mi conducta y estar bien con Dios porque nada sirve aquí mientras todos vamos a morir. Nosotros por haber nacido se nos exigió la muerte. Las enfermedades son necesarias para empujarnos a ella y mientras tratamos de escapar no podemos prohibirla porque viene seguro aunque no queramos y en una hora que desconocemos, y si así es, ¿por qué temer lo que viene a nosotros a juro? Sería mejor temer lo que no será si nosotros no lo quisimos. Tememos la muerte que viene en un instante a juro y no el castigo que no será si no lo queremos nosotros. Y mientras no podemos desear la inmortalidad aquí, por lo menos tratamos de estar entre los vivos para siempre, sin preocuparnos como será nuestra muerte física sino cómo será la bienvenida que nos dará Cristo allá. Jesús viene seguro y tenemos que estar preparados para recibirlo, y está muy mal temer la venida de quien amamos y le suplicamos a diario en la oración diciéndole: “VENGA A NOSOTROS TU REINO”.
Ahora profundizamos para ver la muerte como un misterio cristiano. Ejemplo, cómo la gente veía la muerte hace 2000 años.
Morir es el misterio de la vida. Para dar nuestra muerte para el padre y los demás hay que dar nuestra vida primero. “Quien reserva su vida la pierde”, dice Jesús. Esa es la muerte que revive: MORIR PARA MI, PARA VIVIR POR LOS DEMÁS. Morir de mi egoísmo, comodidad, flojera, para ser útil a los demás. El misterio de la muerte está todo el día en la esquina de mi vida. El misterio de la buena muerte está escondido en el fondo de mi vida diaria. Si lo conozco y le doy un sentido eterno, me preparo para la vida eterna. Nosotros por ignorancia pasamos la vida tratando de olvidar la muerte. Si ella es perder la vida, todos los días estamos muriendo y perdiendo la vida, hora tras hora. Si pensamos en esa muerte constante, vemos que morimos una vez sobre nuestras camas y siempre en nosotros. Entonces, si amamos nuestra vida con conciencia, amamos nuestra hermana la muerte también. Todos creen que la muerte está ante nosotros al final del camino, esperándonos, pero la verdad es que ella está detrás de nosotros, desde el primer día de nuestra vida cristiana, y tampoco la resurrección está al final de nuestra vida, sino en esta etapa, el bautismo es su comienzo, y Jesús que llevó acabo la muerte cambió su significado y la convirtió en salvación, y así ha sido un paso pascual hacia la vida eterna, un encuentro con Jesús que nos une a su padre en su reino.

El juicio

Todas las doctrinas dejan aparte el juicio particular, donde se juzga a cada quien personalmente después de la muerte y sin embargo, solamente ese juicio es el que se monta sobre las preocupaciones de la gente y lamentablemente sus miedos. Y
por el contrario, el juicio final los deja normalmente tibios; mientras el libro sagrado habla de él sólo y mucho. El libro no nombra nunca el juicio particular de una manera directa, mientras el Nuevo Testamento sólo habla más de setenta veces del juicio final. Sin duda, el ejemplo de Lázaro y el rico Epulón exige la separación entre los buenos y los malos después de su muerte y antes del juicio final. Todos creen en esto desde las primeras épocas de la Iglesia. El pensar en el castigo final de cada uno después de la muerte comienza con San Agustín (430) y se aclara con San Gregorio, el grande (604), y recibe la confianza con Santo Tomás de Aquino (1274). Pero el rechazo del libro sagrado y la Iglesia para hacer de ese juicio una doctrina, gracias a Dios calmó nuestro miedo, porque ese encuentro no aparece nunca en las leyes de los tribunales humanos y tampoco es un enfrentamiento de un Dios furioso que hubiera soportado todas nuestras tonterías, callado, durante toda nuestra vida para lanzarlas con fuerza a nuestras caras.´´Todo lo que no es amor, no tiene nada que ver con Dios´´. El hablar sin diferencia del juicio es algo terrible porque se ofende la esperanza cristiana hasta la muerte y la cara de Dios se desfigura por ver su encuentro terrible.
El juicio particular: no podemos imaginar ese encuentro amoroso. Nunca. El encuentro, en el momento en que se lleva la muerte mi vida, con quien me abrazo a su vida, que es Jesús. Algo se parece la experiencia de Juan en Batmos (apocalipsis 1: 17): es ahogarse en el amor de Cristo que sobre pasa todo conocimiento, y dentro de ese amor la luz de la santidad, porque la santidad se esconde en el amor. En este encuentro con Jesús al final de nuestras pobres vidas, que no conoció el amor, ¿Cómo soportar la verdad que hemos vivido? Cada quien llega a ser San francisco ´´nuevo´´. Que lo comieron los lamentos. Nos invade el sentimiento de lo que hemos perdido. Ese es el límite de nuestro amor pobre y ese es el mar de nuestro dolor amplio. Pero lo que pasó ya se fue. El día de nuestra vida terrenal ha acabado. Fue dado a nosotros para hacer los hechos de Dios: para amar, y vino la noche de la muerte donde no ha quedado tiempo para vivir el día (juan 9:4). Debe haber tiempo que en él dejemos ese rechazo ardiente que se acaba hasta las raíces de la miseria de nuestros corazones egoístas. “Ese es nuestro purgatorio”. ¿Cómo es? Es un estado nada más, nada menos, del alma. Para hablar de ésto, hay que poner el sufrimiento purificador en el misterio cristiano principal, que es ´´ el misterio pascual``. El misterio de la muerte y resurrección de Cristo. 1) Jesús cargo todos los pecados del mundo y nos metió en la vida divina. Por él se perdonó todo pecado y se dio la vida eterna.2) Pero el cristiano no es un niño, lejos de la responsabilidad, para participar en esta liberación del pecado. Para entrar como hijo en la casa del padre debe unirse con su propia voluntad en la muerte de Cristo y en su gloria, que sea uno con Cristo. Este se cumple primero en el bautismo que nos hace ahogarnos en la muerte de Cristo y en lo demás sacramentos, en especial la Eucaristía y la oración, y en toda la vida cristiana y finalmente, en la muerte cristiana, que la acepta con amor y la vida, que la presenta con amor. 3) Y en la hora de su paso a la otra vida, si la penitencia no anuló completamente su resistencia para la vida de Cristo en sí mismo. Si todavía había algo de egoísmo no puede Jesús adoptarlo, se debe cumplir la purificación, no por un palo mágico sino por adentro. ´´ Es que debe madurar en nosotros el amor ``. Palabra amor significa todo: el amor es menos paciente y sufre de la espera``. Por la muerte del hombre viene el tiempo alegre para lograr su unión perfecta con Dios en la bella vista, pero por el resultado de su pecado es imposible la unión directa; debe liberarse el corazón primero de sus ataduras antes de la unión final con Dios. Dice Santa Catalina: no creo que después de la alegría de los santos en el cielo, existe una alegría que equivale a la alegría de las ánimas del purgatorio.
El juicio final: nos va a juzgar un hermano-hombre como nosotros porque el padre no juzga a nadie. ¿Cuándo será? Estén atentos...Pero hay algo seguro. El hijo vendrá en la gloria de su padre . Esa venida y el juicio final serán el último capítulo de la historia para la victoria de Jesús sobre el pecado, la muerte y para divinizar la humanidad.
Para juzgar a cada quien por su obra: el referido es la penitencia, la conversión desde este mundo antes de la muerte. Seremos juzgados sobre el cansancio de este cuerpo, sobre la luz de los mandatos de Dios.´´Creer en Jesús, amarse uno al otro. Esos son los hechos que nos siguen. Ese examen, ´´amarse uno al otro``, está grabado en el corazón de cada hombre. Esa es la ley del amor que seremos juzgado sobre ella. Pero, ¿Qué es amor? El amor práctico que hubiéramos dado o rechazado a ´´uno de esos pequeños``. Todo el mundo está parado sobre nuestra puerta. Ha llegado la medio comunicación a nosotros y podemos hacer algo. Quien no ama, no conoce a Dios, hasta si hubiera anotado sus venidas a la Iglesia y sus comuniones. Sea quien sea, atender al necesitado es lo que nos asegura la vida eterna. Quien no ama queda entre los muertos. Es Dios a quien le dimos comida aunque no sabíamos y es Dios a quien le dejamos pasar hambre. Aquí se cumple para nosotros el misterio del hermano. Cada vez que hay un hombre, dice Jesús :”Ese soy yo”. Conmigo lo hicieron o a mi lo prohibieron.
Amén.

La bajada de Jesús al infierno

Esa bajada está en el fondo de la buena nueva. En toda la gente antes de Cristo existía una idea sobre la vida después de la muerte, una idea misteriosa, “esperanza o miedo”, con la inclinación de definir los sitios materialmente, mientras es un “ estado”, nada más, nada menos. El infierno era el encuentro de todos los muertos antes que el salvador abriera el cielo. Ese es el infierno a donde fue Jesús para encontrarse con las almas de los millones de muertos antes que Él, desde el comienzo de la raza humana que esperaban la salvación. ¿Qué fue a hacer Jesús? Fue a buscar las ovejas perdidas. Bajó a la tierra y por no encontrarlas a todas, bajó a la muerte donde millones de muertos estaban presos lejos de la visión de Dios, en estados diferentes donde no han sido definidos sus destinos espirituales y eternos todavía esperando a Cristo. Jesús allanó el mundo de la muerte y venció a la fuerza del mal, y quitó de ella la humanidad perdida y la metió en el cielo donde Él entró primero. ¿Pero esos pecadores no estaban en estado de pecado mortal? ¡No! Como tampoco los buenos se hubieran salvado. La gracia y la verdad vinieron con Cristo, dice Juan (1:16). Antes de la venida de Jesús y su muerte, los buenos esperaban la salvación y los pecadores no habían entrado en la segunda muerte donde el pecado los jala contra el Espíritu Santo, o sea: negar la luz y al Espíritu Santo. No se había dado porque Jesús no había sido glorificado aún. Amén.

La comunión de los santos

Sin los demás no tuviera idioma, cultura, idea, ni corazón, ni familia, ni patria. Sin los demás no soy nada, pero yo existo y debo existir por los demás, como ellos son para mi. (Teodol Rey-Mermet). Entonces, necesitamos a los demás y necesitamos ser para los demás, para ayudarnos el uno al otro, y antes de todo para estar juntos, “hermanos sin fronteras”. . Dios no puso las fronteras. Dios no creó sino hermanos. Dios creó un planeta, que no tiene fronteras entre sus países. En el último día se dará cuenta la humanidad lo que ella es: “una selva grande donde en todos los árboles está una raíz en el corazón del Dios trinitario”, y esas raíces están compartidas aquí y misteriosamente, y ellos forman la unión de toda la gente, les descubra la fe y les da un nombre: “la comunión de los santos”, que está al nivel de las personas, la gran comunidad de los creyentes en este mundo y en el otro, y también está al nivel de los bienes. Todos estamos amarrados a Cristo y por Él al Padre, y al Espíritu estamos amarrados con todos nuestros hermanos, según el plan de Jesús y su oración: “que sean uno”.
Nuestro lenguaje llama a los santos, a los que se han conocido en el almanaque, mientras la palabra santo en el libro sagrado significa: “gente de Dios”. Los judíos y luego los cristianos, más que gente simple son gente héroes, y Pablo cuando escribe a los santos en Ekeias, se refiere a los creyentes. La santidad aquí significa el sentido lejos para el bautizado, que fue elemento en la comunidad de los santos en la fe y los sacramentos, la gente de Dios que siguen el camino estando en peligro de caer ante los golpes de las tentaciones, pero la cruz de Cristo en ellos está más fuerte que el mal.
Habla Biky: sobre el lazo misterioso entre el pecador y el santo en la comunión de los santos: el pecador y el pecado son parte principal en el cristianismo, se apoya uno sobre el otro, y ese apoyo forma el cristianismo. “El compromiso de los pecadores con los santos es un compromiso de unión”, el que hace al hombre cristiano o no cristiano, no por ser pecador...El pecador es del cristianismo. Puede vivir la más bella oración. Es en parte formado para el sistema cristiano. Él está en el corazón del cristianismo. El pecador y el santo entran juntos en el sistema cristiano y, ¿Quién no entra en este sistema, o sea: quien no extienda su mano, ese no es un cristiano? Eso es lo extraño: el pecador extiende su mano para el santo, porque el santo da al pecador su mano y juntos se jalan el uno al otro hacia Cristo. “No es cristiano el que no extiende su mano”.
La comunión de los santos no se termina entre mis familiares y yo por la muerte. Cristo, el resucitado, ata los dos mundos. “Por su mérito, la muerte no mata sino revive”. Pero la muerte es un velo momentáneo. Yo también estaré atrás de Él. Esperando ese día el velo esconde mis amigos, mis familiares, los santos del cielo, y ellos ven a Dios y me ven a mi en Dios, es la más grande aseguración. Yo estoy en sus presencias y ellos deben estar complacidos de mí. Hay otro velo más grueso que me separa de las ánimas del purgatorio. No podemos verlas y ellas tampoco. Porque no ven a Dios no pueden vernos a nosotros en Dios. Eso no nos separa de su cariños y tampoco de sus oraciones, y ellos de manera especial piden nuestra oración. Podemos acortar el tiempo de su sufrimiento, en esta vida nula, por usar nuestro tiempo para ellos, por la caridad, por suplicar la misericordia de Dios, y una manera más grande para ayudarlos es llegar a ser más cristianos por amor de ellos. Se ha pedido a nosotros dejar los errores para recompensarnos de los pecados que a causa de ellos están sufriendo lejos de Dios. Una posibilidad de un hecho compartido extraño se nos demuestra en la comunión de los santos.

La resurrección

“EL AMOR ES MÁS FUERTE QUE LA MUERTE”. Es Dios quien está hablando aquí, y cada uno de nosotros siente esa verdad principal, “la verdad del amor”, por decir a una persona: “te amo”; es decir: “tu no morirás”. El amor exige lo infinito y quiere la eternidad, pero pertenece al mundo de la muerte. Comenzando con esta contradicción se puede entender el significado de la resurrección. “La vida no tiene sentido si la muerte la borra y el amor es dolor si la muerte destruye su tema”. Solamente la resurrección asegura, sin duda, la victoria del amor sobre la muerte. “Solamente ella da un significado al amor y a la vida”. Siente el hombre que es mortal y no puede esperar algo de existencia sino a través de los demás, en la tierra de los vivos, pero esa inmortalidad falsa es impersonal. El hombre en esa inmortalidad falsa es el gran ausente. La vida no es así, ni tampoco el amor es así: “ser inmortal en otros o para otros”. Sin la resurrección eso no tiene sentido, pero existe la resurrección y la vida y el amor. “La vida existe y reta a la muerte diciéndole: “tu morirás”y el amor existe y reta a la vida diciéndole: “tu no morirás”. La vida y el amor existen y nosotros sabemos que quien los enciende es el creador y su vida es amor, “pues la resurrección existe”.
Una sola persona puede dar para nuestra vida un apoyo verdadero y esa persona es “Dios”, el cual no nace en la mañana para morir en la noche sino queda en el medio de los seres que pasan y mueren. ¿Por qué sueño quedarme en el pensamiento de la gente después mi muerte, mientras yo estoy en mi fuente que es Dios y que soy una idea de Dios que no tiene fin, ese el que me dio la existencia y que es la fuente de mi ser?
¿Qué es o cuál es el camino de la resurrección? Para Dios, la vida es el amor ilimitado y ese amor es el amor hasta la muerte (Juan 15:13). La vida es el amor y el amor es la muerte, entonces, la vida es la muerte. ¿Contradicción? ¡No! Estamos en el fondo de la vida de Dios: quien ama hasta el sacrificio, no baja a la muerte sino sube a la vida mejor, “pues el amor es más fuerte que la muerte” y donde el amor es más importante, la vida que arriesga en ella por quien ama, ahí solamente el amor es más que la muerte y más fuerte que ella, y para ser mucho más que la muerte tiene primero que ser mucho más que la vida (Retzenger). Con ese amor nos amó Jesús. Su amor para nosotros y para su padre no se echó para atrás ante la muerte, por eso obligó a la muerte a echarse para atrás ante su amor. Por supuesto, no puede el amor humano contando con su fuerza vencer a la muerte. Solamente el amor de Cristo por estar unido con la fuerza de Dios mismo y su vida puede construir nuestra inmortalidad. “La inmortalidad viene siempre del amor y no del encerrarse en sí mismo”. Esa es la vida por los demás que reta a la muerte y la destruye, porque es la vida de Dios mismo. Para nosotros y en Jesús nuestro hermano se mide la vida por el elevamiento, se mide por la Santísima Trinidad. “Ahí está todo el misterio de la resurrección”(1cor 15:20). El acontecimiento de la resurrección es la base de nuestra existencia. No es solamente un acontecimiento histórico sino es el acontecimiento que nació al cristianismo: si Jesús no hubiera resucitado su aventura hubiera chocado con la muerte; no es el Cristo, no es hijo de Dios y no es el Señor. “Solamente la resurrección nos permite decir que Dios se hizo hombre, solamente ella da a su vida y su crucifixión un sentido”. Si Jesús no resucitó, entonces, Dios no es “padre” y la creación no tiene sentido porque la reconciliación ha rechazado al Espíritu y la Iglesia, la vida eterna, la venida del Señor, el juicio; todo eso se borra como un sueño vacío, y al contrario, si había evangelios, ellos no son sino para explicar ese acontecimiento: “Jesús, el crucificado, lo resucitó el Padre”.
La resurrección de Jesús es un acontecimiento que sobre pasa la historia, es un acontecimiento que crea la historia.
La ausencia del cuento de la resurrección en los evangelios y las cartas es la mejor confirmación y aseguración de que la Biblia no está hecha por mentirosos. “Ese silencio es verdaderamente la palabra de Dios”.
Jesús es para todos los muertos, creyentes o no creyentes, y para todos los vivos también que serán muertos.
Ese acontecimiento no es algo simple. El viernes santo Jesús mató a la muerte por su muerte, la mató en él y en nosotros y para nosotros. Él resucitó y resucitaremos después de Él, como Él y a través de Él. “Esa es la buena nueva”.
Sobre la tierra no hay sino dos poderes: el poder de la muerte y el poder de Jesucristo. La ciencia de la vida no puede hacer nada. ¿Es un avance alargar la edad del hombre en medio de un desarrollo que llega el hombre a la edad de sesenta años y ser inútil? ¿Ese no es un alargamiento del dolor a fuego lento? ¿Y para alargar el tiempo de la diversión o del miedo? La carrera en el tiempo contra la muerte es la señal de la muerte. La muerte y el pecado hicieron una alianza y el hombre no puede hacer nada ante la muerte, pero Dios revive en Jesucristo, quien ha vencido a la muerte y nosotros somos testigos de ésto. Es una victoria verdadera, final y total por Jesucristo.
La Iglesia lleva al mundo y debe gritar al mundo este acontecimiento, el cual ella es su testigo: “Jesús venció la muerte del mundo y esa es la buena nueva”, que la espera el mundo, toda la gente. Todos los que están bajo la muerte, ese acontecimiento los refiere y que la muerte será acabada, eso es algo seguro.
QUE VENGA LA MUERTE. EL HOMBRE DEJA ESTA VIDA COMO EL PÁJARO DEJA SU SOMBRA CUANDO VUELA. Amén.

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