miércoles, 2 de octubre de 2013

Milagro

       

 


Santo Tomas y  Jesus, Caravallo
Los hombres siempre han atribuido a los dioses los acontecimientos inexplicables, los fenómenos extraños, maravillosos o pavorosos que superan las leyes conocidas de la naturaleza. Todas las culturas y las religiones (en particular en el siglo I de nuestra era) conocían milagros llevados a cabo por curanderos. La Biblia narra relatos de milagro, sobre todo curaciones, que son entendidas como signos de la acción de Dios, que quiere salvar a los hombres.

El vocabulario

La palabra «milagro» significa «cosa admirable». Traduce tres sinónimos hebreos:
  • prodigio» (Ex 4,21) [heb.: mofet, y gr.: teras, cosa extraordinaria],
  • «maravilla, cosa imposible» (Ex 3,20) [heb.: niflaot, y gr.: dynamis, acto de poder],
  • «signo» (Ex 7,3) [heb.: 'ot, y gr.: semeion].

En el Antiguo Testamento

Los relatos de milagro no salpican toda la historia de Israel, sino solamente dos momentos: el periodo fundador del éxodo* y los ciclos de Elías y Eliseo. El éxodo, la gran manifestación del Dios salvador, comienza con diez azotes (plagas) sobre Egipto, contra los opresores de Israel (Ex 7-11); después se despliega con el paso del mar Rojo (Ex 14); siguen los milagros del maná y del agua de la roca (Ex 16-17) y algunos otros. Los milagros atribuidos a Elías y a Elíseo manifiestan el poder de vida que procede de Dios: la alimentación (la harina y el aceite, los panes), la curación (Naamán el leproso), la vida devuelta a dos niños (1 Re 17; 2 Re 4-5), la liberación de Samaría, etc. A los evangelistas les gusta recordar discretamente estos relatos al narrar los milagros de Jesús, como la reanimación del hijo de la viuda de Naín (Lc 7,11-17).

En el Nuevo Testamento

Los relatos de curación son frecuentes, pues son los signos más claros de la venida del Reino* de Dios y acreditan a Jesús como enviado de Dios: «Id y contad a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres* se les anuncia la buena noticia» (Mt 11A-5). Dolencias y enfermedades eran entendidas entonces como la acción maléfica de los espíritus «impuros»; lo que aún es más evidente con los exorcismos, que liberan de la posesión diabólica (Mc 1,32-34). En los Hechos de los Apóstoles, Pedro y Pablo continúan haciendo los mismos gestos de salvación en el nombre de Jesús (Hch 3,6). Los demás milagros conciernen a la alimentación: los panes (Mc 6,30-44), el vino de Caná (Jn 2,1-11), la pesca (Lc 5,1-11) y algunos casos de liberación: la tempestad calmada (Mc 4,36-41) o Pedro liberado de la prisión (Hch 12,1-19). Jesús rechaza cualquier milagro en su beneficio (Lc 23,8.39): se encomienda a Dios para su propia salvación.

Para leer los relatos de milagro

Los relatos siguen generalmente un esquema literario en varios puntos: presentación del caso; petición de intervención que muestra la fe; palabra y/o gesto de autoridad de Jesús; resultado constatado; reacción de los beneficiarios o de la multitud. La mayor parte de los relatos sirven también de catequesis sobre la persona de Jesús salvador y sobre la fe de los curados: «Tu fe te ha salvado*», dice frecuentemente Jesús. Los milagros (los «signos» en Juan) son narrados para provocar la fe* (Jn 20,30-31). Por el contrario, la ausencia de fe impide cualquier milagro (Mc 6,5-6; 8,11-12).

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