lunes, 21 de octubre de 2013

LA MIRADA DE JESUS


Jesús nos está mirando desde el sagrario, pero mucha gente tiene miedo de acercarse a EL. Quizás lo ve como el Señor de la justicia y como el Señor de la misericordia. Quizás tienen miedo de sus reproches por los pecados de su vida pasada, por el tiempo que se han alejado de las prácticas religiosas o, simplemente, porque no quieren complicarse la vida y tienen miedo a sus exigencias. Por eso, cuando algunos van a la iglesia, procuran colocarse en los últimos lugares, prefieren mantener distancias por si acaso... Quizás quieren ser buenos, pero sin complicaciones. No están dispuestos a dejarse absorber por Dios ni seguir sus mandamientos, prefieren vivir “su vida”. Y así viven en la indiferencia, sin darse por aludidos, cuando El los llama.

Eso es lo que le pasó al joven rico del Evangelio (Mc 10,17-27). Era bueno, pero no quería ser santo. Y Jesús “puso sus ojos en El y lo amó” y le dijo: “Una sola cosa te falta, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, luego ven y sígueme”. Pero “su semblante se anubló y se fue triste, porque tenía mucha hacienda.

También Jesús miró a Judas en el huerto de Getsemaní y le dijo con amor: “¿con un beso entregas al Hijo del Hombre? (Lc 22,48).Y Judas siguió con su obstinación y no se arrepintió. En cambio, qué distinta la respuesta de Pedro. Jesús lo miró (Lc 22,61) y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente. Y Jesús lo perdonó, como perdonó al buen ladrón o a cualquiera de nosotros que se acerque con fe y humildad a pedirle perdón. Pues bien, Jesús te está mirando desde el sagrario ¿Serás incapaz de escuchar su llamado de amor?

Tony de Mello nos relata en su libro “El canto del pájaro”: “Yo conversaba muchas veces con el Señor y le daba gracias y le cantaba sus alabanzas. Pero siempre tenía la incómoda sensación de que quería que lo mirara a los ojos. Yo le hablaba, pero desviaba mi mirada, cuando sentía que El me estaba mirando. No sé por qué tenía miedo de encontrarme con sus ojos. Pensaba que quizás me iba a reprochar algún pecado del que no me había arrepentido o me iba a exigir algo. Al fin, un día tuve el suficiente valor y lo miré. No había reproche en sus ojos, ni exigencias. Sus ojos me decían simplemente con una sonrisa: Te amo. Me quedé mirándolo fijamente durante largo tiempo y allí se guía el mismo mensaje: Te amo... Fue tanta mi alegría que, como Pedro, salí fuera y lloré”.
Acércate ahora mismo al sagrario y míralo a los ojos y verás su mirada llena de amor, pues, como diría Juan Pablo II, la Eucaristía es una presencia llena de amor. Ábrele tu corazón y. deja que se caliente al sol de Jesús, ponte bajo sus alas divinas, déjate amar por El y sentirás cómo te envuelve su luz, su alegría y su paz. Jesús te está mirando en este preciso momento, como si no tuviera que mirar a nadie más que a ti. Piénsalo bien, Jesús te está siempre mirando desde el sagrario. Y así lleva ya veinte siglos, derramando miradas de ternura y todavía no se ha cansado de mirar.

Quizás tengas miedo de mirar a Jesús en el momento de la elevación de la hostia y del cáliz en la misa. ¿Por qué? Míralo, adóralo y dile con todo tu corazón: “Señor mío y Dios mío” o bien “Jesús, yo te amo”. Y encontrarás en su mirada mucho amor y mucha paz.

Una religiosa contemplativa me escribía: “Hace unos años vi los ojos de Jesús. Los vi en el fondo de mi alma. Era una mirada amorosa, dulce, cálida, elocuente, muy elocuente, pues me mostraba su Corazón inmenso infinito. Vi los ojos de mi Amado y fue tal la impresión que sentí, que no lo podré olvidar jamás. La mirada que dejó grabada en mi alma no podrá ser borrada y espero reconocerla en la patria tan deseada. Cuando esta mirada me envuelve de nuevo, me lleno de una infinita delicia. Es algo tan sublime que no puede ser explicado con palabras”

Otra religiosa anciana me contó personalmente lo que le había sucedido, cuando era jovencita. Estaba de postulante y decidió marcharse a su casa. Pero la víspera de su salida del convento, tuvo un sueño: “Soñé que recogía mis cosas para el viaje, me vestía de seglar y caminaba por el claustro para ir a despedirme de la Comunidad. Entonces, vi a la M. Priora que caminaba delante de mí en compañía de un hombre. Al acercarme a ellos, el hombre se volvió y me miró. Era una mirada tan dulce y cariñosa,tan expresiva y amorosa, que nunca la olvidaré. Cada vez que recuerdo aquellos ojos divinos de Jesús, me pongo a llorar de emoción. Jesús no me dijo nada, pero yo lo entendí todo. Era como si me dijera: ¿y me dejas? ¿Ya no me quieres? ¿Dónde está aquel amor que me prometiste? Y aquí estoy hasta la muerte”.
Qué hermoso poder descubrir en los ojos de Jesús todo su amor por nosotros. Y, sobre todo, descubrir su amor en la celebración de la Eucaristía de cada día. Me manifestaba una religiosa muy enferma. “Un día estaba en la misa y, en el momento de la consagración, sentí mucho recogimiento y, como en un relámpago, vi a Jesús con mucha luz, más resplandeciente que el sol y me quedé anonadada sin poder articular palabra. Sólo lo amaba y sentía su amor. No sé cómo explicarlo, fue como en un relámpago y duró muy poco, pero se me quedó grabada dentro de mí esa mirada y sonrisa suya, como si me hubiese fundido totalmente con El”.

Por eso, te digo que no tengas miedo. Acércate a Jesús, míralo a los ojos, no tengas miedo de su mirada. Si estás perdido y confundido, El es tu camino. Si eres ignorante, El es la Verdad. Si estás muerto por dentro, El es la Vida. El te iluminará, porque es la Luz de la vida. En el sagrario encontrarás el paraíso perdido que buscas. Entra en ese mundo fascinante de Jesús Eucaristía, donde encontrarás el amor infinito de tu Dios. Búscalo en el silencio, porque El es amigo del silencio. Si estás a solas con El, háblale de corazón, con confianza. Dile muchas veces: Jesús, yo te amo. Yo confío en Ti.

La Iglesia llama a la Eucaristía sacramento admirable, porque es digno de toda admiración. Pues admira a Jesús, quédate extasiado mirándolo, sobre todo, en la elevación de la misa y durante la Exposición del Santísimo Sacramento. Que tu adoración sea un mirarlo y dejarte mirar, un amarlo y dejarte amar. Haz la prueba y te prometo que no te arrepentirás “Sus ojos son como palomas posadas al borde de las aguas” (Cant 5,12). Y tú puedes decir: “He venido a ser a sus ojos como un remanso de paz” (Cant 8,10). No tengas miedo, la mirada de Jesús es AMOR y la ternura de Dios se irradia a través de sus pupilas.

EL SILENCIO DE JESUS

Muchas veces nos desconcierta el silencio de Jesús en el sagrario. Vamos con toda ilusión a contarle nuestros problemas y a pedirle por nuestras necesidades... Y el silencio es la única respuesta. Quizás nos pasemos toda una noche en adoración ante Jesús Eucaristía, buscando una solución, pidiendo una gracia... Y las cosas siguen igual o peor.

Entonces, puede surgir en nuestro interior la duda y el desaliento. ¿Estará realmente Jesús ahí? ¿No será todo fruto de mi imaginación? ¿Será cierto lo que dice la Iglesia Católica? ¿Por qué no buscar respuesta en otra religión? Y Jesús sigue callando, desde hace veinte siglos, en la hostia consagrada. Jesús calla en la Eucaristía como calla ante tantas injusticias y asesinatos, como calla ante tantos que lo insultan y blasfeman, y quieren ver desaparecer su Nombre de la faz de la tierra.

El silencio de Dios es algo que no podemos comprender fácilmente. “Dios es Aquél que calla desde el principio del mundo” (Unamuno). Podríamos repetir con el salmista: “Escondiste tu rostro y quedé desconcertado” (Sal 29,8). 0 gritar angustiados con S. Juan de la Cruz:

¿A dónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido,
salí tras ti, clamando y eras ido.

Pareciera como si Jesús quisiera esconderse a propósito para que tengamos más deseo de buscarlo. Pero lo cierto es que, aunque no podamos oírlo con nuestros oídos, tiene muchas maneras de manifestar su presencia y su amor. En primer lugar, los Evangelios nos hablan del amigo Jesús, lleno de ternura para todos. La Iglesia ratifica nuestra fe en su presencia eucarística. Los santos nos hablan por experiencia de su presencia real. Los milagros nos confirman en nuestra fe. Personalmente, puedo decir que, a lo largo de mi vida, he pasado muchísimas horas ante Jesús sacramentado. Muchas horas las he pasado sin sentir absolutamente nada, como si estuviera seco por dentro, haciendo actos de fe, repitiendo simplemente: Jesús, yo te amo. Pero, ciertamente, ha habido muchas ocasiones en que he sentido su presencia y su amor, no de una manera milagrosa o espectacular, sino de una manera sencilla, con una paz muy profunda y alegre, que anima y da fuerzas para seguir luchando y viviendo con alegría. Y esto lo pueden asegurar la inmensa mayoría de católicos que se acercan frecuentemente a Jesús Eucaristía.

Por eso, no dudes, cree, adora y ama. En el silencio y en la oscuridad irá madurando tu fe. No tengas miedo del silencio de Jesús. El te espera y te ama, aun cuando no lo sientas ni lo veas. No importa que no tengas éxtasis ni experiencias maravillosas como otros las han tenido. Dios no te ama menos por eso. Vete al sagrario y llena tu corazón de amor a los pies de Jesús, para que estés fuerte ante los problemas de la vida. Jesús te ama y te espera con su infinito amor.

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