miércoles, 2 de octubre de 2013

La Eucaristía, Jesús en los pequeños

Horas antes de su prisión y entrega a la muerte, Jesús quiso celebrar la última cena con sus discípulos. Iba a morir y Él lo sabía. Al sentarse a la mesa, les dijo: “Con ansia he deseado comer esta pascua con vosotros antes de padecer”. Y entonces hizo algo que sorprendió a los discípulos: se levantó y se puso a lavarles los pies como un criado. Quería así comenzar a explicarles aquella noche por qué moría, advirtiéndoles entonces que “no había venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate de muchos”.
Por eso Jesús hizo a continuación algo mucho más importante. Tomó pan en sus manos, dio gracias a Dios, alabándolo por todas las maravillas que había hecho para salvar a su pueblo, lo partió y lo fue dando a sus discípulos diciendo: “tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”. De igual modo, después de cenar, tomó también el cáliz lleno de vino, dio de nuevo gracias a Dios bendiciéndolo, y lo pasó a sus discípulos diciendo: “tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre que va a ser derramada por vosotros”. Y les mandó entonces que también ellos hicieran aquello en recuerdo suyo.
         De esta manera Jesús, en la noche en la que iba a ser entregado a la muerte, se adelantó para ofrecer su cuerpo y su sangre en sacrificio por todos los hombres. Y les habló mucho de cómo tenían que permanecer unidos con Él y entre ellos. Quería sencillamente explicarles cómo daba su vida por amor a Dios, su Padre, y por amor a todos los hombres y cómo ellos deberían amar y amarse lo mismo. Por eso moría y para eso les entregaba el sacramento de su cuerpo entregado y de su sangre derramada en sacrificio por la redención de todos los hombres.
Carlos de Foucauld y la Eucaristía
        El 1 de agosto de 1916, escribía el Hermano Carlos el texto que cito: “Los pequeños, son Jesús porque Él lo ha dicho, como la Hostia es Jesús porque Él lo ha dicho”. Es el texto eucarístico más maduro, como la síntesis de lo que había sido la fe de su vida: Jesús en la Eucaristía y en los pequeños. Diría, “creo que no hay una frase del Evangelio que haya hecho más impresión en mí y que haya transformado más mi vida que ésta: «todo lo que hagáis a uno de esos pequeñuelos, me lo hacéis a Mí». Si pensamos que estas palabras son de la Bondad increada, de los labios que han dicho «este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre», ¡con qué fuerza somos inducidos a buscar y a amar a Jesús en esos pequeños, esos pecadores, esos pobres, volcando todos nuestros medios espirituales para la conversión de las almas y todos los medios materiales para el alivio de las miserias temporales”.
        El Hermano Carlos vive en el convencimiento de que «adorar la Hostia santa debería ser el centro de la vida de todo hombre» y, de este modo,  «cuanto más se ama, mejor se reza» al tiempo que «cada cristiano tiene que ser apóstol: no es un consejo, sino un mandamiento, el mandamiento de la caridad» ya que se «hará el bien en la medida en la que sea santo».
Por tanto, «la Eucaristía es Dios con nosotros, es Dios en nosotros, es Dios que se da perennemente a nosotros, para amar, adorar, abrazar y poseer» y «Jesús sólo se merece ser amado apasionadamente» porque «cuando se ama, se imita» así es que hemos de convertir «nuestra vida sea una continua oración».
        Cuando habla del sacerdote, bueno es recordarlo en este año sacerdotal, el Hermano Carlos dice que es un «ostensorio, su deber es mostrar a Jesús. Él tiene que desaparecer para dejar que sólo se vea a Jesús…».
Contenido de este número
Este número complementa a números de nuestro BOLETÍN dedicados al mismo tema tales como “La Eucaristía es Jesús. La Eucaristía, sacramento de amor solidario y universal” [febrero 1981]; o “Eucaristía  y Evangelización. Vivir eucarísticamente, medio evangelizador por excelencia” [mayo-junio 1993]; junto a artículos verdaderamente importante de los que podemos citar “Vivir la Misa” de Henry le Masné [julio-agosto 1978] o la espléndida conferencia pronunciada en Taizé en 1967 por René Voillaume y publicada por el BOLETÍN en su primera época en su número 24.
En este número hemos querido hablar de la centralidad de la Eucaristía con su multiplicidad de dones al servicio común (Gabriel Leal) recordando que no hay vida expuesta sin exponerse antes ante el Santísimo (Antoine de Chatelard). Esta verdad es rubricada por el testimonio de vida de hermanos y hermanas que mueren como han vivido sirviendo a los demás (Testimonios y experiencias).
La reflexión de la vida en este número corre a cargo de Aurelio Sanz, Emérito de Baria y Ángel Collado, tres sacerdotes de la Fraternidad sacerdotal que nos introducen en la esencia de la vida eucarística (pan y vino, que serán Jesús); la consecuencia, el compromiso con el pobre, el que todo lo espera; y una concreción de vida en la opción de servicio en el ministerio sacerdotal. A estos artículos se le añade una reflexión anónima sobre la prolongación de la eucaristía que siempre es la adoración eucarística.

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