domingo, 27 de octubre de 2013

“¡Feliz quien vela!” (Apoc 16, 15)







El hombre moderno está acostumbrado a considerar la noche sobre todo como un tiempo de justo reposo. Si, sin embargo, permanece despierto por su voluntad, es con motivo de su trabajo o por una fiesta o por cosas de ese tipo. El hombre bíblico y los padres dormían, ciertamente, como todos los hombres, sin embargo, la noche era para ellos considerada también el tiempo predilecto para la oración.

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Cuántas veces se dice en los salmos que el orante “medita” [1] la ley de Dios no sólo de día, sino también de noche; que de noche tiende sus manos en oración a Dios [2]; que “en el corazón de la noche se levanta para alabar a Dios por sus justos decretos” [3]… Como ya hemos visto, también Cristo tenía la costumbre “de pasar la noche en oración a Dios” [4], o bien de salir “a la mañana, cuando estaba aún todo oscuro”, a un lugar desierto para orar [5].

El Señor enseña después con insistencia a sus discípulos “a velar y a orar” [6] y da también un nuevo motivo: “Vosotros no conocéis el tiempo” del retorno del Hijo del hombre [7] y, por consecuencia, debilitados por el sueño, podréis “caer en tentación” [8].

También el Apóstol, que según su mismo testimonio pasaba muchas noches en vela [9], exhorta con insistencia “a perseverar en la oración y a velar, dando gracias a Dios” [10]. Por último, pero no menos importante, a través de este velar en la oración el cristiano se diferencia de los somnolientos hijos de este mundo.

Pero vosotros, hermanos, no estéis en las tinieblas, para que aquel día [del retorno del Señor] pueda sorprenderos como un ladrón: todos vosotros en efecto sois hijos de la luz e hijos del día. ¡Nosotros no somos de la noche, ni de las tinieblas! No durmamos por lo tanto como los otros, sino que permanezcamos en vela y seamos sobrios. Los que duermen, en efecto, duermen de noche; y los que se emborrachan, se emborrachan de noche. Nosotros, en cambio, que somos del día, debemos ser sobrios… [11]

La iglesia antigua inmediatamente tomó en serio el ejemplo de Cristo y el de los apóstoles y puso en práctica sus exhortaciones. El velar es parte, en efecto, de las más antiguas costumbres de la iglesia primitiva.

Velad sobre vuestra vida. Vuestras lámparas no se apaguen [12], y no se relajen vuestras caderas [13], sino estad preparados. En efecto, no conocéis la hora en la cual nuestro Señor vendrá. [14]

El verdadero cristiano es semejante a un soldado. La oración es su “muro de la fe” y su “arma de defensa y de ataque contra el enemigo que espía por todos lados”. Por esto, él no está “jamás sin armas”.

¡De día no nos olvidemos de estar en guardia, de noche no nos olvidemos de velar! Revestíos del arma de la oración, protejamos el estandarte de nuestro caudillo y, orando, esperemos la trompeta del ángel. [15]

Este “rasgo escatológico” del esperar con ansias el retorno del Señor, de los primeros cristianos, que todavía debían poner a prueba su fe en medio de las persecuciones, a menudo sangrientas, ha pasado a aquellos “soldados de Cristo”, como se los consideraban a los antiguos monjes.

Allí se los puede ver, [mientras viven] esparcidos en los desiertos, esperar a Cristo como los hijos legítimos esperan a su padre, o como un ejército espera a su rey, o como una sierva digna espera a su dueña y liberadora.
Entre ellos no hay preocupaciones por el vestido, ni se preocupan por el alimento, sino únicamente, [por el canto] de los himnos [16], en la espera de la venida de Cristo. [17]

Teniendo a la vista este objetivo, programaban todo el curso de sus jornadas:
  
Respecto al sueño nocturno, adora por dos horas por las tarde, calculándolas por la puesta del sol [18], y, después de haber glorificado [a Dios], duerme seis horas [19]. Luego levántate para la vigilia nocturna y transcurre [en oración] las otras cuatro horas [hasta el surgir del sol]. [20]
Haz lo mismo en el verano; con un acortamiento, sin embargo, y con menos salmos, a causa de la brevedad de las noches. [21]

Para calcular el tiempo, en lugar de los relojes de precisión, evidentemente no aún disponibles, se servían del número de los versículos de los salmos que, en base a la experiencia, se podían recitar en una hora [22]. Seis horas de sueño, la mitad de la noche [23], es una cantidad del todo razonable. Es verdad, que el levantarse de noche implica un cierto esfuerzo de voluntad. No nos asombra, por tanto, que con el tiempo, el celo primitivo se haya venido a menos, también entre el clero. Por este motivo, el gran asceta Nilo de Ancira exhorta con insistencia al diácono Giordano:

Si Cristo mismo, el Señor de todas las cosas, queriendo enseñarnos a velar y a orar, “pasaba la noche en oración” [24], y también “Pablo y Silas a media noche cantaban himnos a Dios” [25] y también el profeta dice: “En el corazón de la noche me levanto para alabarte por tus justos decretos” [26]. ¡Me asombro como tú, que duermes y roncas toda la noche, no seas condenado por tu conciencia! Toma, por esto, también tú la decisión de sacudirte del sueño que conduce a la muerte y dedicarte infatigablemente a la oración y a la salmodia. [27]

El velar en oración, que nunca para los padres ha sido fácil y que ha necesitado siempre un cierto esfuerzo de voluntad, en ninguna época ha sido una simple proeza ascética con el objetivo de “vencer la naturaleza”. La naturaleza, así, maltratada, antes o después terminaría por tomarse justicia.

El hombre bíblico y los padres tenían distintos motivos para dar tanta importancia al velar en oración. Se ha ya hablado de la escatológica “espera con ansias del Señor”, que debería caracterizar, normalmente, a todo cristiano: esto confiere al tiempo una cualidad completamente nueva, dando un objetivo estable a su infinito transcurrir e imprimiendo así su impronta a toda la vida que tiende hacia este objetivo. Es bien distinto del “vivir al día” de aprovechar el tiempo como sabios” [28], sabiendo que no conocemos “el día del Señor”.

El velar produce en el orante aquella “sobriedad” que custodia al cristiano de la somnolencia y de la ebriedad de los hijos de las tinieblas. Pero la sobriedad del espíritu, que lo “hace sutil”, a diferencia del sueño que lo “vuelve burdo”, abre a aquel que vela a la visión de los misterios de Dios.

El sueño se aleja de aquel que vigila la propia grey como Jacob [29], y si incluso por un momento lo sorprende, el sueño es para él como para otro el velar. El fuego del ardor de su corazón no permite, en efecto, que se hunda en el sueño. Él, en efecto, salmodia con David y canta: “Ilumina mis ojos, para que no me duerma en la muerte” [30].

Quien ha llegado a esta medida y ha gustado su dulzura, entiende estas palabras. En efecto, un hombre así no se ha embriagado del sueño material, sino que hace uso del sueño sólo en la medida que lo necesita su naturaleza [31].

¿Qué se entiende con “esta medida” y su “dulzura”? Lo deja intuir una palabra del padre de los monjes, Antonio, que a nosotros nos ha sido transmitida por Juan Casiano, el cual, a su vez, la ha escuchado de abba Isaac:

A fin de que te des cuenta del estado de la oración verdadera, no les quiero exponer mi enseñanza, sino la del bienaventurado Antonio. De él nosotros sabemos que, a veces, permanecía parado tanto tiempo en oración que, cuando oraba en éxtasis y la luz del sol surgía, lo escuchábamos gritar con ardor de espíritu:  “¿Por qué me distraes, oh sol… únicamente por esto te levantas ahora, para sacarme del camino de la claridad de la verdadera luz?” [32]

Evagrio asegura, en efecto, que sólo con dificultad nuestro espíritu logra de día ver el mundo espiritual inteligible, porque, a la luz del sol, nuestros sentidos se distraen con las cosas que son visibles y que disipan el espíritu. De noche, sin embargo, en el tiempo de la oración este es capaz de contemplarlo, cuando se muestra a él todo irradiado de luz [33]… Evagrio mismo obtiene tal revelación del mundo espiritual, cuando de noche, mientras estaba velando, meditaba sobre el texto de uno de los profetas [34].

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Hoy, los únicos que todavía “velan en oración”, en el sentido de que se levantan en el corazón de la noche y recitan su oración coral, son prácticamente los miembros de algunas órdenes austeras, las llamadas “órdenes contemplativas”. El ritmo de la vida moderna, dominado por el orgullo que marca minutos y segundos, con todo su stress, no es favorable a esta práctica. La vida del hombre de la antigüedad transcurría más tranquilamente. El día, entre el surgir del sol (alrededor de las 6:00 hs) y la puesta del sol (alrededor de las 18:00 hs), estaba subdivido en partes de tres horas cada una, es decir, a las 9:00, 12:00 y 15:00 hs.

“En estos últimos tiempos”, incluso la mayor parte de los miembros de las ordenes deberán contentarse con menos. Sin embargo, el ejemplo de Cristo y la regla expuesta en el texto citado arriba de la carta del recluso Juan de Gaza ayudan a entender de qué se trata y cómo, aún hoy, es posible “velar en oración”. En efecto, es difícil que el mismo Cristo haya transcurrido todas las noches en oración. Él tenía, sin embargo, la costumbre manifiesta de retirarse a orar por la tarde, después de la puesta del sol, o bien “a la mañana temprano, cuando estaba todavía completamente oscuro”, como ya hacía el orante de los salmos. Son justamente estos los tiempos que también los padres reservaban generalmente para la oración. Cada uno deberá encontrar la medida a través de la propia experiencia y con el consejo de su padre espiritual, que deberá tener en cuenta la edad, la salud y la madurez espiritual. En todo caso, es seguro una cosa: sin la fatiga del velar, ninguno consigue la “sobriedad” del espíritu que el monje Hesiquio del monte Sinaí alaba de modo tan apasionado:


Qué virtud amable y gustosa, luminosa y agradable, extraordinaria, resplandeciente y bella es la sobriedad, que es bien guiada por ti, Cristo nuestro Dios, y progresa con mucha humildad en el intelecto humano vigilante. En efecto, extiende “hasta el mar y hasta el abismo” de las contemplación sus ramas y “hasta los ríos” de los amables y divinos misterios “su polen” [35]… la sobriedad se asemeja a la escala de Jacob sobre la cual Dios se detiene y los ángeles suben… [36]


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[1] Sal 1,2

[2] Sal 76, 3; 133,2

[3] Sal 118, 62

[4] Lc 6,12

[5] Mc 1, 35.

[6] Mc 14, 38; cf. Lc 21, 36.

[7] Mc 13, 33 par.

[8] Cf. Mt 26, 41 par.

[9] 2 Cor 6,5; 11,27.

[10] Col 4,2; cf. Ef 6,18.

[11] 1 Ts 5,4 ss

[12] Cf. Mt 25, 8.

[13] Lc 12,35

[14] Didagé 16,1; Última referencia: Mt 24, 42.44

[15] Tertuliano, Oratione 29.

[16] Cf. Ef. 5, 19.

[17] HM Prol. 7.

[18] Es decir, alrededor de las horas 18:00 a las 20:00 hs.

[19] De las 20:00 a las 2:00 hs

[20] De las 2:00 a las 6:00 hs

[21] Barsanufio y Juan, Carta 146.

[22] Ibid. 147.

[23] Ibid. 158. En el desierto de Escete era normal dormir un tercio de la noche, es decir cerca de cuatro horas; cf. Vie d’ Evagre D (con nota), en Quatre ermites égytiens. D’ après les fragments coptes de l’Histoire Lausiaque, ed. G. Bunge-A. de Vogüé, Bellefontaine 1994, pp. 159s.

[24] Lc 6, 12

[25] Hechos 16, 25

[26] Sal 118, 62

[27] Nilo de Ancira, Epistolae III, 127.

[28] Ef 5, 15 s.

[29] Cf. Gen 31, 40.

[30] Sal 12, 4

[31] Barsanufio y Juan, Carta 321.

[32] Casiano, Conl. IX, 31

[33] Evagrio, KG V, 42.

[34] Vie d’ Evagre J, en Quatre ermites, p. 164.

[35] Cf. Sal 79, 12

[36] Hesiquio el Presbítero, A Teodulo. Discurso breves útiles para la salvación del alma, sobre la sobriedad y la virtud 50-51 (cf. Filocalia I, p. 240)

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