viernes, 11 de octubre de 2013

FE EN CRISTO

 
 
 
La fe es el lazo que nos une a Cristo. El punto de unión con él. Nuestra adhesión voluntaria a su persona y a su misión histórica libe­radora. Es comprometernos con Cristo y con su causa. Creer en Cristo es esforzarse en seguir sus pisadas. Es fiarse de él; estar seguros de que nunca nos fallará. Creer es esperarlo todo de él. Es no sentir miedo ante el futuro y la muerte, porque sabemos que él siempre estará con nosotros. Creer es sentirse pequeño, pero fuerte en Cristo. Creer es verle hoy presente en todos los hombres, especialmente en los más ne­cesitados y en los más comprometidos. Creer es vivir la hermandad que nos ganó Cristo y luchar para que cada vez seamos más auténtica­mente hermanos. Creer en Jesucristo es amarle en el prójimo, de obras y de verdad. Es comprometerse como él en la liberación de los oprimi­dos.
 
12.   CRISTO SE MANIFIESTA EN LA DEBILIDAD
Todo lo bueno viene de Dios
En orden a la Gracia, a la Vida, al Amor verdadero, Cristo es todo. Hemos visto que él es el Señor, el Hijo de Dios, a quien le ha sido dado todo poder (Mt 28,18). Todo lo bueno que se hace en el mundo viene de Dios, aunque la gente no se dé cuenta. Él es el que da el deseo de hacer cosas buenas y el poder de realizarlas. Todo crecimiento en el amor, en la unidad, en la verdad o en la libertad humana viene de él.
Nadie puede atribuirse nada, sino lo que le haya sido dado por Dios.
(Jn 3,27)
No cuentan ni el que planta ni el que riega,
sino el que obra el crecimiento,
que es Dios.
(1 Cor 3,7)
Dios es el que produce en ustedes
tanto el querer como el actuar,
con miras a agradarle.
(Flp 2,13)
Es más, ni siquiera podemos acercarnos al mismo Jesús, si no es atraídos por el Padre. Por nuestra propia cuenta no podemos ni pro­nunciar su Nombre:
Nadie puede venir a mí, si no lo atrae mi Padre que me envió.
(Jn 6,44)
Nadie puede decir: “Jesús es el Señor”,
sino guiado por el Espíritu Santo.
(1 Cor 12,3)
La grandeza de la Redención no depende de nuestros propios méri­tos:
Dios se guarda su libertad;
su plan no depende de los méritos de alguno,
sino de su propio llamado.
(Rom 9,12)
No merecíamos tanto
Si somos consecuentes con nuestra fe, tenemos que aceptar con to­das sus consecuencias que Jesús es el Señor; el que elige y el que hace crecer; el Camino y la Vida para recorrerlo. Tenemos que aceptar, con claridad y sinceridad de corazón, que todo lo bueno que tenemos lo he­mos recibido gratis de él, sin mérito alguno por nuestra parte. No me­recíamos la grandeza de su Amor y sus dones. Por eso no puede quedar lugar para el orgullo:
¿Qué tienes que no hayas recibido?
Y si lo recibiste, ¿por qué te pones orgulloso,
como si no lo hubieras recibido?
(1 Cor 4,7)
No vayas a alabarte..., pues no eres tú el que sostiene la raíz,
sino la raíz la que te sostiene a ti.
(Rom 11,18)
Por gracia de Dios ustedes han sido salvados, por medio de la fe.
Esta salvación no viene de ustedes.
Dios la concede como un regalo
y no como premio de las obras buenas,
a fin de que nadie pueda alabarse.
Lo que somos es obra de Dios,
que nos ha creado en Cristo Jesús
para que hagamos buenas obras.
(Ef 2,8-10)
No puede haber tampoco lugar para pedir cuentas a Dios y venirle con exigencias.
Pero tú, amigo, ¿quién eres para pedir cuentas a Dios?
Dirá acaso la olla de barro al que modeló: ¿Por qué me hiciste así?
El alfarero, ¿no es dueño de su greda para hacer del mismo barro
una vasija de lujo o una ordinaria?
(Rom 9,20-21)
Si aceptamos a Jesús, hay que aceptarlo como al Señor. No cabe otra postura delante de él que la de la humildad. Hagamos lo que ha­gamos, aunque sean las mayores maravillas del mundo, o el apostolado más eficaz nunca visto, siempre tenemos que terminar diciendo:
Somos servidores que no hacían falta;
sólo hicimos lo que debíamos hacer.
(Lc 17,10)
Esta postura de humildad ante Cristo está muy lejos de ciertas pos­turas de autosuficiencia que toman ciertos “apóstoles” en nuestro tiempo, que se creen muy avanzados, pero, pagados de sí mismos, ha­cen alarde de sus ideas y sus obras, como si todo dependiera de ellos. La Palabra de Dios, como semilla viva que es, hay que actualizarla siempre, pues germina según la tierra de cada época y cada ambiente, pero con espíritu de humildad ante el Señor y ante los hermanos. Pues en caso contrario, estamos desviados del camino del Señor, y las conse­cuencias pueden ser muy graves.
Dios resiste a los orgullosos.
(Sant 4,6)
Jesús prefiere a los que se sienten pequeños
Por todo esto se comprende que Dios tenga preferencia por los que se sienten débiles y pequeños delante de él. Los que tiene corazón de pobre son los elegidos por Dios para desarrollar a través de ellos las maravillas de su Amor. Por eso Cristo llama felices a los que se sienten pobres y necesitados de él (Mt 5,3). Jesucristo se manifiesta en los que aceptan la realidad de su pequeñez y su debilidad. La mayor santa del mundo, la Virgen María, la Madre de Jesús, fue elegida porque se sintió profundamente pequeña ante Dios, como una esclava (Lc 1,38). Recibió a Dios como nadie lo pudo hacer jamás, pues estaba vacía de sí misma, y, por consiguiente, toda abierta para Dios. Porque reconoció su peque­ñez, hizo Dios con ella cosas grandes. Así lo reconoció ella misma:
 
Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador
porque miró con bondad la pequeñez de su servidora...
Desde hoy todas las generaciones me proclamarán bienaventurada,
pues el Todopoderoso ha hecho en mí cosas grandes.
(Lc 1,47-49)
Es de humildes reconocer nuestra pequeñez, pero sin dejar de reco­nocer y aceptar también lo mucho que Cristo ha hecho en nosotros. Nadie puede decir que no tiene pecado, a excepción de Jesús y su Madre. Y el que diga lo contrario, vive en la mentira (1 Jn 1,8). Pero nadie puede decir tampoco que no es objeto de las maravillas del Amor de Dios. Pero para recibir su Amor hay que acercarse a él con la verdad en las manos: reconociendo nuestra condición de pecadores, como Pedro en la barca (Lc 5,8), el capitán romano (Lc 7,6-7) o el publicano en el templo (Lc 18,13). En contra de toda postura de orgullo y de bús­queda de buena fama, debemos decir con Juan el Bautista:
 
Es necesario que él crezca y que yo disminuya
(Jn 3,30)
Cuando me siento débil, entonces soy fuerte
Pablo se sentía contento de sus debilidades, precisamente porque gracias a ellas podía manifestares en él con más claridad la fuerza de Cristo:
 
En cuanto a mí no me alabaré sino de mis debilidades...
Precisamente para que no me pusiera orgulloso
después de tan extraordinarias revelaciones,
me fue clavado en la carne un aguijón,
verdadero delegado de Satanás,
para que me abofeteara.
Tres veces rogué al Señor que lo alejara de mí,
pero me respondió: “Te basta mi gracia;
mi fuerza actúa mejor donde hay debilidad.”
Con todo gusto, pues, me alabaré de mis debilidades,
para que habite en mí la fuerza de Cristo.
Por eso me alegro cuando me tocan enfermedades,
humillaciones, necesidades, persecuciones y angustias por Cristo.
Cuando me siento débil, entonces soy fuerte.
Por la gracia de Dios soy lo que soy
y su bondad para conmigo no fue inútil.
Trabajé..., pero no yo,
sino la gracia de Dios conmigo.
(1 Cor 15,10)
Por eso se comprende que a Pablo le gustara sentir su debilidad y presentarse pobre ante sus hermanos. Nada de altanerías, ni “palabras y discursos elevados”, para que nadie pensara llegar a la fe “por la sa­biduría de un hombre, sino por el poder de Dios” (1 Cor 2,1-5). Pablo es­taba muy lejos de todo complejo de superioridad o de inferioridad. Como la Madre de Jesús, reconocía con sencillez que Dios hacía cosas grandes a través de él, pero sin apropiárselas orgullosamente, ni perder tampoco de vista su pequeñez e incapacidad natural para llevar a cabo la obra que estaba realizando. Era Cristo el que vivía en él (Flp 1,21) y el que realizaba las maravillas a través de él. El Amor de Cristo se había adueñado de Pablo.
Reconocer nuestra miseria y nuestra grandeza
Si queremos que Cristo sea nuestra Vida, tenemos que reconocer nuestra miseria y la necesidad absoluta que tenemos de él. Ante Dios somos pobres, ciegos y desnudos (Ap 3,17). Pero sin que ello nos de­prima en anda. Dicen los obispos en el Concilio: “Nadie por sí y por sus propias fuerzas se libera del pecado, ni se eleva sobre sí mismo; nadie se ve enteramente libre de su debilidad, de su soledad y de su servi­dumbre, sino que todos tienen necesidad de Cristo, modelo, maestro, liberador, salvador y vivificador” (Misiones, 8). La fe en Cristo capacita para poder mirar de frente nuestras miserias y nuestra grandeza, las dos al mismo tiempo, sin depresión ni orgullo. Aún más: la fe en Cristo enseña a estar contentos de nuestra debilidad, pues en ella se mani­fiesta la fuerza del Resucitado. Somos de barro, pero con un gran te­soro:
 
Llevamos este tesoro en vasos de barro
para que todos reconozcan la fuerza soberana de Dios
y no parezca como cosa nuestra.
(2 Cor 4,7)
Los caminos de Dios son muy distintos a los caminos de nuestro mundo aburguesado:
 
Lo que los hombres tienen por grande, Dios lo aborrece.
(Lc 16,15)
Lo que estima Dios y lo que estima nuestra sociedad de consumo son dos cosas muy distintas. Ante Dios no vale más el que tiene más estudios, más poder, más plata o más fama. Sino el que con sencillez se deja llenar del Amor de Cristo, que es fuerza de servicio y de entrega desinteresada a los demás.
 
En efecto, la “locura” de Dios
es más sabia que la sabiduría de los hombres;
y la “debilidad” de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres...
Bien se puede decir que Dios ha elegido
a lo que el mundo tiene por necio
con el fin de avergonzar a los sabios;
y ha escogido lo que el mundo tiene por débil,
para avergonzar a los fuertes.
Dios ha elegido a la gente común y despreciada;
ha elegido lo que es nada para rebajar a lo que es;
y así nadie ya se podrá alabar a sí mismo delante de Dios.
(1 Cor 1,25-29)
La gloria de los pobres
Este mensaje es una Gran Esperanza para todos los desposeídos y marginados del mundo. Es la Buena Noticia de Cristo para todos aque­llos a quienes el mundo tiene por necios y por débiles. “Dios ha elegido a la gente común y despreciada.” Esta es la gloria de los pobres. Por eso el canto de alegría de las bienaventuranzas (Mt 5,1-11) y la acción de gracia de Cristo:
 
Padre, Señor del cielo y de la tierra, yo te bendigo,
porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes
y se las has mostrado a los pequeños.
(Lc 10,21)
Ciertamente la humildad de corazón es de gran estima a los ojos de Dios. Pero esta sencillez de reconocer la necesidad absoluta de Dios se encuentra ante todo en el corazón de los marginados del mundo. Por eso dice Santiago que
Dios eligió a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe.
(Sant 2,5)
La fe en Cristo es el mejor remedio contra el complejo de inferioridad de los pobres. Cristo nos ha dado una gran dignidad, como veremos en el próximo capítulo. Humillémonos ante el Señor, y él nos levantará (Sant. 4,10). Pero no reconozcamos otro señor que no sea él. Pongamos sólo en él nuestra esperanza, en ese Cristo que habita y actúa en todo el que lucha por la justicia y el amor verdadero. De él nace nuestro afán de superación. No pongamos nuestra esperanza, ni nuestra gloria, en nada que no venga de él. Él solo es el Señor. Que Cristo Jesús sea nuestro único orgullo (1 Cor 1,31).
 
El que se gloríe, gloríese en el Señor,
pues no queda aprobado el que se alaba a sí mismo,
sino aquel a quien alaba el Señor.
(2 Cor 10,17-18)
No olvidemos nunca que Cristo se manifiesta en la debilidad. Aunque hayamos trabajado toda la noche sin pescar nada, volvamos a echar las redes en su Nombre, con la fe puesta en él (Lc 5,5).
 
13. ORAR EN NOMBRE DE CRISTO
Pidan, y se les dará
Estamos viendo y gustando cada vez más a fondo que Jesús es la imagen visible del Dios que es Amor y se desborda en un sinnúmero de gracias hacia nosotros. Cristo es el Mediador, que ha venido a hacernos justos y a colmarnos de los bienes de Dios. Con él lo tenemos todo. Pero el corazón humano es duro y le cuesta creer en la grandiosidad del Amor de Dios. Por eso Jesús se esfuerza no solamente con su vida, sino también con su palabra, para convencernos de que entreguemos nues­tra confianza a Dios, sin límites, ni restricciones:
Pidan y se les dará;
busquen y encontrarán;
llamen a la puerta y les abrirán.
Porque el que busca, halla;
el que pide, recibe;
y al que llame a la puerta, le abrirán.
¿Quién de ustedes es capaz de darle una piedra a su hijo,
si les pide pan;
o una culebra, si les pide pescado?
Si ustedes, que son malos, dan cosas buenas a sus hijos,
con mayor razón el Padre que está en los cielos
dará cosas buenas al que se las pida.
(Mt 7,7-11)
Jesús insiste repetidamente en esta idea. Recurre a diversas compa­raciones caseras para convencernos de que el Padre está dispuesto a concedernos todo lo bueno que le pidamos, como el caso del amigo ino­portuno (Lc. 11,5-13) o el del juez malvado (Lc 18,1-8).
Él promete que el Padre concederá cualquier cosa buena que le pi­damos en su nombre:
Si se quedan en mí y mis palabras permanecen en ustedes,
todo lo que deseen lo pedirán y se les concederá...
Todo lo que pidan al Padre en mi nombre, se lo dará.
(Jn 15,7. 16)
Por supuesto que no se trata de pedir cualquier capricho. Jesús quiere que le pidamos cosas importantes. En la cena de despedida se quejó de que hasta entonces no le habían pedido nada que valiera la pena:
Hasta ahora no han pedido nada invocando mi nombre.
Pidan y recibirán, y su gozo será completo.
(Jn 16,24)
Esta alegría completa que él quiere dar es la de vivir como él vivió en este mundo. Hacer lo que él hizo: entregarse sin límite a Dios en el ser­vicio de los hermanos.
En verdad, el que cree en mí,
hará las mismas cosas que yo hago.
Y aun hará cosas mayores que éstas,
porque yo voy al Padre.
Y haré todas las cosas que ustedes pidan en mi nombre,
para que den gloria al Padre a través de su Hijo.
Si me piden algo, yo se lo daré.
(Jn 14,12-13)
La meta de nuestra oración debe ser imitar a Cristo, seguir sus hue­llas, ser otro Cristo viviente en la tierra; dejar actuar su Amor a través de nosotros. Todo lo demás son cosas por las que no hay que angus­tiarse, pues vendrán por añadidura, si sabemos poner en práctica la ley del Amor (Mt 6,34).
Yo les digo que si tuvieran fe como un granito de mostaza,
le dirían a este cerro:
quítate de ahí y ponte más allá, y el cerro obedecería.
Nada les sería imposible.
(Mt 17,19-21)
Ciertamente hay cerros enteros que remover en nuestro mundo. Hay dificultades muy serias que impiden caminar derecho hacia un mundo de hermanos. Se harían realidad cosas que aparecen imposibles, si tu­viéramos fe en el Redentor. Fe en Cristo para derrotar el egoísmo per­sonal de cada uno; fe en Cristo para derrotar también las estructuras opresoras que nos oprimen.
Debemos sacar de la oración todo el coraje necesario para vencer el miedo (Jn 14,27; 1 Jn 4,18) y comprometernos a favor de la justicia y la unidad, hasta derramar la sangre, si fuera necesario. Rezar para sa­ber amar con el corazón de Cristo. Rezar para que se nos llene el cora­zón de esperanza. Rezar para saber sufrir con alegría, junto a Cristo, toda persecución que pueda venir a causa de nuestro compromiso por la justicia (Mt 5,11-12). Rezar para saber construir la unidad y la paz ver­dadera. Para que seamos cada vez más personas; para que el pro­greso esté al servicio de todos los hombres; para que cada uno sepa compro­meterse con responsabilidad en el puesto que le corresponde. Para que venga el Reino de Dios y vivamos según la voluntad del Padre.
Señor, enséñanos a rezar
Con demasiada frecuencia pedimos a Dios cosas sin importancia. O, lo que es mucho pero, con fines egoístas. Ensanchemos el corazón y pi­damos con confianza a Cristo cosas importantes. Nos falta fe en la ora­ción. Pensamos que rezar es sólo para mujeres desocupadas o para ni­ños. Y resulta que es una necesidad imperiosa para toda persona que quiera ser honrada en la vida. No se trata de nada blandengue o senti­mental, sino de un encuentro personal con Cristo, que comunica su for­taleza y su Amor, y compromete para una tarea muy seria. Por eso te­nemos que concluir diciendo que la mayoría de las personas no sabe­mos lo que es hacer oración, y, a semejanza de los apóstoles, nuestra primera petición debería ser:
Señor, enséñanos a hacer oración.
(Lc 11,2)
Enséñanos a rezar con confianza ciega en tu Amor, sabiendo que das según la medida de nuestra fe (Mt 9,29; 15,28; Lc 8,50). Juan el Evangelista decía:
Por él estamos plenamente seguros:
Si le pedimos algo conforme a su voluntad, él nos escuchará.
Y porque sabemos que él atiende a todo lo que le pedimos,
sabemos que poseemos todo lo que pedimos.
(1 Jn 5,14-15)
Enséñanos, Jesús, a rezar con sencillez, sabiendo lo cerca que está Dios de nosotros:
Cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta
y reza a tu Padre que está en lo secreto,
y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.
Cuando recen, no multipliquen las palabras, como hacen los paganos,
que piensan que los van a escuchar porque hablan mucho.
Ustedes no recen de ese modo,
porque antes que pidan, el Padre sabe lo que necesitan.
(Mt 6,6-8)
Enséñanos a rezar unidos:
Si dos de ustedes unen sus voces en la tierra
para pedir cualquier cosa,
estén seguros que mi Padre se la dará.
Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre,
yo estoy ahí en medio de ellos.
(Mt 18,19-20)
Enséñanos, Jesús, a depositar en ti nuestras preocupaciones (1 Pe 5,7). A no vivir angustiados, en esta sociedad de consumo, por el pro­blema de la comida, el vestido y el confort, como si ello fuera lo único necesario en la vida. Si buscamos tu Reino, sabemos que todo lo demás vendrá por sus propios pasos (Mt 6,25-33).
Ciertamente no sabemos rezar como es debido. Pero en una delica­deza más de su Amor, Jesús nos envía el Espíritu Santo para que él pida en lugar nuestro lo que nosotros no sabemos pedir:
El Espíritu nos viene a socorrer en nuestra debilidad;
porque no sabemos qué pedir, ni cómo pedir en nuestras oraciones.
Pero el propio Espíritu ruega por nosotros,
con gemidos y súplicas, que no se pueden expresar.
(Rom 8,26)
Terminemos esta parte sobre la oración, con la alabanza de Isabel a la Madre de Jesús por la fe que tuvo, que hizo posible preparar en su seno una cuna de amor para el propio Dios:
Feliz tú, que creíste,
porque sin duda se cumplirá lo que te prometió el Señor...
Bendita eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre.
(Lc 1,45.42).
 
14. LA FORTALEZA DE CRISTO
Después de su resurrección, Jesús prometió a los discípulos que les enviaría el Espíritu Santo, el Consolador, que les llenaría de fuerzas para predicar con toda valentía su mensaje de Amor:
Voy a enviar sobre ustedes a quien mi Padre prometió.
Por eso quédense en la ciudad hasta que hayan sido revestidos
de la fuerza que viene de arriba.
(Lc 24,49)
Recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre ustedes,
y serán mis testigos... hasta los confines de la tierra.
(Hch 1,7-8)
Todo lo puedo en Cristo que me fortalece
Pablo se entusiasma con esta fortaleza que viene de Cristo:
Cristo no se muestra débil entre ustedes, sino que actúa con poder.
Aunque fue crucificado por su debilidad,
ahora vive de la fuerza de Dios;
y lo mismo nosotros, que somos débiles como él,
pero viviremos con él de la fuerza de Dios.
(2 Cor 13,3-4)
Aquellos que Dios ha llamado...
encuentran en Cristo la fuerza y la sabiduría de Dios.
(1 Cor 1,24)
Ante las muchas dificultades que Pablo encontró en su vida, sintió con brío que era Cristo Jesús el que le hacía caminar siempre adelante (Hch 18,9-10). Experimentó la fuerza de Cristo en la cárcel y ante los tribunales:
La primera vez que presenté mi defensa, nadie me ayudó.
Todos me abandonaron...
El Señor, en cambio, estuvo a mi lado llenándome de fuerza,
para que pudiera predicar el mensaje...
Y quedé libre de la boca del león.
(2 Tim 4,16-17)
Sintió que en Cristo podía soportar cualquier clase de dificultades:
En todo tiempo y de todas maneras me acostumbré a todo:
estar satisfecho o hambriento, en la abundancia o en la escasez.
Todo lo puedo en aquél que me fortalece.
(Flp 4,12-13)
Con la fuerza de Cristo luchaba para llevar a Cristo a sus hermanos:
Para hacer a todo hombre perfecto en Cristo...
me fatigo luchando con la fuerza de Cristo,
que obra poderosamente en mí.
(Col 1,28-29)
Y enseñaba a sus seguidores a apoyarse en Cristo:
Tú, hijo, fortalécete con la gracia  que tendrás en Cristo Jesús...
Soporta los sufrimientos como un buen soldado de Cristo.
(2 Tim 2,1-3)
Dios no nos dio un espíritu de timidez,
sino un espíritu de fortaleza, de amor y de buen juicio.
Por eso, no te avergüences del testimonio
que tienes que dar de nuestro Señor,
ni de mí al verme preso.
Al contrario, lucha conmigo por el Evangelio,
sostenido por la fuerza de Dios.
(2 Tim 1,7-8)
Podemos resumir esta vivencia tan profunda de Pablo con aquella in­vocación suya, tan fuertemente emotiva:
¡Quiero conocerlo;
quiero probar el poder de su resurrección!
(Flp 3,10)
Fortaleza en las adversidades
¿Para qué esta fortaleza del Espíritu, que comunica Cristo a todo el que cree en él? Sencillamente para ser “firmes y constantes” (Col 1,1) en la misión de ser sus testigos en la tierra. Jesús ya había anunciado que el mundo odiaría a sus seguidores (Jn 15,18) y les tendería una perse­cución despiadada (Jn 16,1-4). Pero él no les dejaría nunca solos.
Van a tener que sufrir mucho... Pero ¡sean valientes!
¡Yo he vencido al mundo!
(Jn 16,33)
Jesús sabía muy bien que necesitaríamos una fortaleza especial para poder ser constantes en la predicación de su mensaje. Esa forta­leza es la que sintieron los primeros que le conocieron, como su amigo Juan, por ejemplo. Dice él en una de sus cartas:
Ustedes, hijitos, son de Dios,
y ya tienen la victoria sobre esos mentirosos,
porque el que está en ustedes
es más poderosos que el amo de este mundo.
(1 Jn 4,4)
Y así lo vivió también Pablo:
Las armas que usamos no son de fabricación humana:
es un poder de Dios para destruir fortalezas.
(2 Cor 10,4)
Háganse fuertes en el Señor con su energía y con su fortaleza.
Pónganse la armadura de Dios,
para poder resistir las obras del diablo.
porque nuestra lucha no es contra fuerzas humanas,
sino contra los gobernantes y autoridades
que dirigen este mundo y sus fuerzas oscuras...
Por eso pónganse la armadura de Dios,
para que en el día malo
puedan resistir y permanecer firmes a pesar de todo.
Tomen la Verdad como cinturón,
la Justicia como coraza,
y como calzado el celo por propagar el Evangelio de paz;
tengan siempre en la mano el escudo de la Fe,
y así podrán atajar las flechas incendiarias del demonio.
Por último, usen el casco de la Salvación
y la espada del Espíritu, o sea, la Palabra de Dios.
(Ef 6,10-17)
Las fuerzas del diablo actúan principalmente a través de los corazo­nes egoístas, que luchan por todos los medios para conservar privilegios o para llegar a tenerlos, siempre a base de explotar a su prójimo. A ellos no les interesa que progrese nada que sea dignificación humana, uni­dad, amor o encuentro de la gente con el Dios verdadero, pues por ese camino perderían sus privilegios. Por eso persiguen a muerte a todo el que se compromete seriamente en la lucha por estos ideales. Sus armas predilectas son la calumnia, la intriga, la división y, cuando es necesa­rio, la violencia física y la sangre. Por eso necesitamos de una manera muy especial la fortaleza de Cristo. Sin él nunca podremos vencer al enemigo que llevamos dentro de nosotros, que es el orgullo y el egoísmo personal, ni menos aún al egoísmo organizado de los explotadores y el de los indiferentes.
Cristo es ciertamente una fuerza revolucionaria; la mayor fuerza re­volucionaria que puede haber, pues su fuerza es la del Amor, la única capaz de hacer hombres nuevos y estructuras nuevas. Necesitamos con urgencia de la fortaleza que viene de Cristo. Cuanto más explotados se­amos, más necesitamos de Cristo. Cuanto más débiles, más urgencia tenemos de su fortaleza. Nuestro mundo necesita de hombres que se han encontrado personalmente con Cristo y se han dejado arrebatar por él. El encuentro con Cristo nos hace más personas. Como dicen los obispos en el Concilio, “Cristo, muerto y resucitado por todos, ofrece al hombre, por su Espíritu, luz y fuerzas, que le permitan responder a su altísima vocación” (Iglesia en el mundo actual, 10).
Esto no quiere decir que las organizaciones sociales, políticas o eco­nómicas tengan que ser cristianas en cuanto tales. Pero en todas ellas debiera haber hombres cristianos de veras, que se comprometan con toda honradez en la construcción de un mundo justo, impulsados y for­talecidos por su fe en Cristo, a quien reconocen como Señor de la Historia.
 
15.   “¿QUIEN NOS APARTARÁ DEL AMOR
             QUE DIOS NOS TIENE EN CRISTO JESUS?”
Las maravillas del Amor que el Padre nos ha manifestado a través de Cristo, dan una esperanza sin límites. Al que ha sentido profunda­mente, como Pablo, ese “me amó y se entregó por mí” (Gál 2,20), se le llena el corazón de una confianza total en la fidelidad del Dios que es Amor. Es una certeza firme y arrolladora, que nada ni nadie puede de­moler. La fe en Cristo llega a su plenitud cuando se convierte en “la se­guridad de lo que esperamos”, aunque todavía no lo veamos del todo (Heb 11,1).
Nos sentimos seguros en Dios, gracias a Cristo Jesús nuestro Señor,
por quien fuimos reconciliados.
(Rom 5,11)
Pablo sentía esta seguridad en Cristo respecto a su propia misión:
Tengo la certeza de que en esta ocasión, como siempre,
Cristo aparecerá más grande a través de mí,
sea que yo viva, sea que yo muera.
(Flp 1,20)
El canto de la esperanza
Una mención muy especial merece el himno de confianza que brota con fuerza en la carta de Pablo a los romanos:
Sabemos que Dios dispone todas las cosas
para el bien de los que le aman...
Y si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
Dios, que no perdonó a su propio Hijo,
sino que lo entregó por todos nosotros,
¿cómo no nos va a conceder con él todas las cosas?
¿Quién acusará a los elegidos de Dios,
sabiendo que es él quien los hace justos?
¿Quién los condenará?
¿Acaso será Cristo Jesús, el que murió, o más bien, el que resucitó
y está a la derecha de Dios rogando por nosotros?
¿Quién nos separará del Amor de Cristo?
¿Las pruebas o la angustia, la persecución o el hambre,
la falta de ropa, los peligros o la espada?...
No, en todo esto triunfaremos por la fuerza del que nos amó.
Estoy seguro que ni la muerte, ni la vida,
ni los ángeles, ni los poderes espirituales,
ni el presente, ni el futuro,
ni las fuerzas del universo, de los cielos o de los abismos,
ni criatura alguna,
podrá apartarnos del Amor de Dios,
que encontramos en Cristo Jesús, nuestro Señor.
(Rom 8,28.31-35.37-39)
Está claro que San Pablo llegó a la cumbre de la esperanza en Jesucristo. Ante la grandeza del Amor de Dios, toda la confianza que tengamos en él será poca. Este canto de fe incondicional al Amor de Dios es como una consecuencia lógica a esa historia de delicadezas y dones divinos, que comenzó con Abrahán y Moisés, pasando por los profetas, y culminó con María en Jesús. Pablo no se excedió al hablar así. Él se había encontrado personalmente con Cristo, comprendió la anchura y profundidad de su Amor (Ef 3,18) y creyó firmemente que ya nada ni nadie le podría apartar de ese Amor que le tiene el Padre en Jesús. Su confianza no se apoyaba en sus fuerzas o sus méritos perso­nales, sino en la fuerza y el mérito de su Redentor.
En todo triunfamos por la fuerza del que nos amó. Lo mismo que Pablo, también cada uno de nosotros podemos llegar a tener la misma fe que él en el Amor que Dios nos tiene. Cristo se entregó por cada uno de nosotros en concreto. Por eso podemos esperar contra toda desespe­ranza. Pues no se trata de esperar premio a nuestros méritos persona­les. Sino de dejarse amar por Cristo; de abrirle nuestras puertas y de­jarle actuar en nosotros.
San Juan, el apóstol del amor, cree también de una manera inque­brantable en “el que nos ama” (Ap 1,5):
Nosotros hemos encontrado el Amor que Dios nos tiene
y hemos creído en su Amor.
(1 Jn 4,16)
Que así sea.
 
 
 
 
San José, siempre en camino de fe .
 
- José se ve metido en una historia que no era suya. Decide retirarse, vivir su vida. No ve nada, no entiende. Hay signos nuevos que no entiende.
- José necesita ayuda. Es humilde y humano al aceptar la ayuda del ángel del Señor. También Natán ayuda a David y Pablo a la comunidad de Roma. Necesitamos ayuda para entender las obras del Espíritu, lo que viene del Espíritu.
- No es el cumplimiento lo que da fecundidad a la vida, sino la fe en Dios. Llamados a la experiencia de Dios, no a hacer cosas.
- Hasta dar con la gracia y poder decir: Todo es gracia. El encuentro deja en nosotros un profundo agradecimiento que se traduce en gratuidad.
- José cuida el misterio, ese no sé qué que embellece a las personas por dentro. Tiene ganas de hacer algo en la Iglesia. Tarea intercesora. ¿Cómo recrear nuestro propio misterio? ¿Cómo cuidar el misterio de Dios en las personas? Al servicio de un fuego que no es bueno que se apague.
 
"El alma que cree enteramente en Dios: "ciegamente se enamora Dios de ella, viendo la pureza y entereza de su fe" (San Juan de la Cruz CE 31,3).
- El camino de fe de José aparece en el Evangelio en relación con el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y su nacimiento de María Virgen. Su vida se ilumina con la luz de este Misterio y le brota desde el fondo de su corazón la respuesta silenciosa del: ¡Hágase en mi según tu Palabra!
- José vive para creer o cree para vivir. La fe es el pan que siempre estuvo en la mesa de su vida, cada día.
- José no habla, no enseña, no explica, no se pregunta, sólo cree, se fía, se abandona en el silencio de la noche y se pone en camino, al paso de Dios, al amanecer.
- Camina de Nazaret a Belén con María a punto de dar a luz, para empadronarse (Lc 2,1-5). Huye a Egipto (Mt 2,13-15) y vuelve a Nazaret (Mt 2,19-23). Sube a Jerusalén a la fiesta de la Pascua (Lc 2,41-42).
- Peregrino de la fe, desprotegido, viviendo a la intemperie, va aprendiendo, unas veces poco a poco, y otras golpe a golpe, a recorrer los caminos nuevos de Dios.
- Su fe siempre está en vela, a la espera del querer de Dios que siempre se le muestra velado en sueños. En Mt 1,20 el Ángel le dice: “No temas tomar contigo a María tu esposa (...)” y en 1,24: “Despertó José del sueño, e hizo como el Ángel del Señor le había mandado”. En Mt 2,13: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto” y en 2, 14: “El se levantó, tomó de noche al niño y a su madre y se retiró a Egipto”. En Mt 3,22: “Y, avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea”.
- José se juega la vida acogiendo, acompañando y caminando con María la mujer llena de Gracia y con Jesús, el Hijo de Dios y de María. Su cercanía a la Luz del mundo y a la plenitud del Amor le modelan de tal forma por dentro que queda abierto y silencioso a la escucha y confiado hasta el final.
- En ocasiones su fe llega a situaciones límite, hasta el martirio. Unas veces la vive él solo, otras acompañado de María; pero siempre es fe que deja paso a Dios, fe hecha vida, fe enamorada, fe confiada en un Dios que se ha metido en sus vidas y las va ensanchando y dando forma nueva. “Y ellos no comprendieron” (Lc 2,48-50), sencillamente creyeron sin comprender, aceptaron en fe oscura y ciega, pero cierta.
 
Ora y comparte:
- Recorre tu camino de fe e identifica los momentos más oscuros de ella
- ¿Qué haces en las situaciones límite, cuando se te cierran todas las puertas?
 
José, san José, el carpintero de Nazaret, el esposo de María, el padre de Jesús.
Enséñanos a tener la fe y la confianza que tú tuviste.
Enséñanos tu justicia, tu capacidad para el bien y la bondad.
Enséñanos a poner cada día, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en todo lo que hacemos, el amor y la entrega que tu pusiste.
Enséñanos a tener el corazón abierto para reconocer en nuestra vida las huellas de Dios, para escuchar lo que él nos susurra veladamente y para emprender los caminos que nos abre.
 

Enséñame a tener fe

Nuestra relación con Dios no esta basada sólo en nuestras intenciones. Como tenemos ganas de amarlo, lo hacemos así, instantáneamente. Nuestra relación con Dios como dice Franz Jalics es exactamente igual a la relación que tenemos con los demás. Si aveces somos impacientes también lo somos con Dios, si somos intolerantes también lo somos con Él. Nosotros no dudamos de que las relaciones con los demás están permeadas con el incenciente, pero no creemos que sea asi con Dios. Esta es una mentira y es una realidad que tenemos que acetar. Para saber como somos con Dios tenemos que poner todas nuestras relaciones juntas y observarlas asi es como somos con Dios. A medida que vayamos mejaorando nuestras relaciones con los demás vamos a poder mejorar nuestra relación con Dios. Hoy vamos a pedirle que nos enseñe a relacionarnos mejor con e´l, a sanr y a curar lo que no nos permite amarlo como se merece

Momento de Silencio

elije un lugar para la meditación en donde no vayas a ser interrumpido. Puede ser un cuarto o una esquina. La mejor postura para tu cuerpo es sentarte o arrodillarte. La correcta postura nos ayuda al silencio y al quietud y por eso quiero indicarte como sentarte:
  • Siéntate o arrodíllate con la espalda derecha, los músculos hacen mucho esfuerzo cuando estamos encorvados. La postura derecha permite que una vertebra se acomode arriba de la otra entonces pudes mantener esta postura por un largo rato sin cansarte.
  • Elk cuerpo es una manifestación del estado de nuestra alma: la persona depresiva anda cavisbaja, en cambio la persona alegre anda con el pecho en alto y en corazón abierto. A su veΩ la postura corporal puede tener efecto sobre mi estado de ánimo
  • Hay distitas formas de arrodillarte o sentarte. Puedes sentarte en un silla: pisa con toda la suela el piso de manera que la distancia que separa a los pies sea la misma que el ancho de tus caderas. No te vayas para adelante ni para atrás. De la cadera para arriba el cuerpo debe estar erecto.
  • También puedes sentarte en un banco de meditación. Si lo haces presta atención a la postura de t8u espalda.
  • Si practicas yoga puedes hacer la postura del lotus.
Respira y ponte en presencia de Dios. Haz una recolección de tu día y de tus intenciones para esta oración.

Lectura

Señor Dios, enséñame dónde y cómo buscarte,
dónde y cómo encontrarte…
Tú eres mi Dios, tú eres mi Señor,
y yo nunca te he visto.
Tú me has modelado y me has remodelado,
y me has dado todas las cosas buenas que poseo,
y aún no te conozco…
Enséñame cómo buscarte…
porque yo no sé buscarte a no ser que tú me enseñes,
ni hallarte si tú mismo no te presentas a mí.
Que te busque en mi deseo,
que te desee en mi búsqueda.
Que te busque amándote
y que te ame cuando te encuentre.
San Anselmo de Canterbury

Reflexión

En el contexto de tu línea de tiempo reflexiona sobre tu relación personal con los demás. Haz una lista de tus cualidades y problemas ¿Qué s lo bueno que soles aportarle a los demás? ¿Qué es lo que a veces te cuenta? Trata de remontarte al origen de esos problemas, puedes escribir un relato de tu vida a ver si las ideas empiezan a surgir.

Conclusión

Pídele a Dios que te ayude a sanar y a tratar con puro amor a tus hermanos. También pídela que te de más fe, o por lo menos las ganas de tener fe.

Compartida

Ainamente a contarnos alguna experiencia o duda que te haya surgido de este rato de oración.


El poder de la fe verdadera


Mucha gente confunde la fe con "buena onda", "esperanza", "expectativa", "buen deseo" o "energía positiva". En realidad la palabra fe es interpretada por muchos de acuerdo a una óptica muy personal. Pero la Biblia el libro de Dios nos revela la verdadera naturaleza de la fe auténtica. El primer versículo de nuestro texto base es la mejor definición de fe que encontramos en las Sagradas Escrituras.
“Es pues la fe, la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve”.
Vamos a recordar algunas historias de los evangelios y vamos a considerar como nace la fe como se manifiesta la fe y lo que finalmente podemos lograr por medio de la fe.

Texto: Hebreos 11:1,6 Romanos 10:17

1. LA FE VERDADERA SUPERA LOS OBSTACULOS.

En el evangelio de Marcos capítulo 10 versículos 46 al 52 encontramos la muy particular historia del ciego Bartimeo él estaba sentado junto al camino y dice el evangelista que “oyendo” diga conmigo “OYENDO” que era Jesús nazareno, la fe siempre viene por el oír no lo olvides, la fe viene por el oír, viene por el oír. Luego de oir que era Jesús comenzó a clamar. Su clamor era una expresión de fe. Bartimeo sabía que era su única oportunidad y no la quería desaprovechar. Pero como sucede siempre, habrá gente que querrá apagar la voz de la fe; no faltaron los que reprendieron a Bartimeo para que se callara, pero este hombre impulsado por la fe que brotaba de su interior gritaba aún mas ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mi! Finalmente alguien se acercó y le dijo, -Ten confianza: levántate te llama- Conocemos el final feliz de esta historia bíblica, Bartimeo recibió su milagro. El hombre impulsado por su fe superó los obstáculos y su vida fue transformada. Recuerda amigo nadie podrá apagar la voz de la fe .La verdadera fe, resultado del oír y creer La Palabra superará cualquier oposición que se levante.

Otra historia interesante es la relata el mismo evangelio en el capítulo 2 versículos 1 al 12.

El Paralítico tenía cuatro amigos, quienes realmente lo amaban y al saber que Jesús estaba en un lugar se propusieron llevar a su amigo para que el Señor lo sanara. Cuando llegaron al lugar se encontraron con una dificultad, la casa estaba llena de gente, nadie hacía lugar para que pudieran poner al hombre cerca del Maestro. El obstáculo era grande. Parecía que las cosas no iban a resultar después de todo. Pero cuando evaluamos la actitud de aquellos hombres descubrimos que de ninguna manera iban a permitir que su fe se apagara. Así que subieron al paralítico al techo de la casa, hicieron un agujero en el techo y bajaron a su amigo dentro de la casa exactamente frente a Jesús. La Palabra dice que Jesús “al ver la fe ellos”, diga conmigo “LA FE DELLOS”, vamos repítalo otra vez “LA FE DE ELLOS”. Jesús le dio a aquel hombre una sanidad total ya que primero le dijo “Hijo tus pecados te son perdonados” y luego “levántate toma tu lecho y anda”. Diga conmigo otra vez “AL VER JESUS LA FE DE ELLOS”.

Los cuatro amigos se encontraron con obstáculos, pero su fe les hizo romper el techo. No importa cuantos techos tengamos que romper, alguien se hará cargo de la rotura del techo, pero no debemos sentirnos intimidados por ningún obstáculo que encontremos en nuestro camino avancemos al encuentro de nuestro milagro. No hay obstáculos que no superemos cuando somos movidos por la verdadera fe.¡Gloria a Dios!

Otra historia similar es la de la mujer que sufría de flujo de sangre (San Marcos 5:25-34) quien tuvo que superar muchos obstáculos podríamos mencionar algunos de los obstáculos. Por un lado según la ley mosaica era consideraba inmunda a causa de su flujo de sangre, no debía tener contacto con otras personas a menos que superara su estado de enfermedad. Eso significaba un verdadero obstáculo ya que no debía acercarse a los demás. Sin embargo su fe la ayudó a pasar ese obstáculo que significaba AISLAMIENTO. Además su debilidad física de ninguna manera le permitiría abrirse paso en medio de la multitud para llegar hasta Jesús y tocar su manto como se había propuesto en su corazón hacer. Pero impulsada por su fe también superó ese obstáculo y logró tocar el manto del Maestro y su fe hizo una demanda a la unción que tenía Jesús para sanar, por ello Jesús exclama ¿Quién ha tocado mis vestidos? La mujer temerosa reconoce que había sido ella y Jesús hace una tremenda declaración honrando su determinación “HIJA, TU FE TE HA HECHO SALVA, Y QUEDA SANA DE TU AZOTE”. Así como aquella mujer toda persona que se propone avanzar sobre todo tipo de obstáculo será honrada por su fe, recibiendo conforme a su necesidad. Créelo de todo tu corazón. Para ti también es así.

2. LA FE VERDADERA DERRIBA LOS PREJUICIOS RACIALES CULTURALES Y RELIGIOSOS.

El evangelio de Mateo en el capítulo 15 versículos 21 al 28 encontramos el relato de una mujer cananea, Ella no pertenecía al pueblo escogido de Dios. Ella no tenía las promesas de Abraham, ella no pertenecía al pueblo del pacto. Pero motivada por una situación límite, al saber que Jesús va a pasar por la región se determina a aprovechar lo que quizás sería su única oportunidad. Cuando ella clama y dice ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mi! Está haciendo una declaración de fe, reconociendo a Jesús como el mesias esperado por Israel, declaración que muchos judíos no hacían por no creer en el Cristo. Su confesión era fe manifiesta que derribaba prejuicios y aún complejos de raza destituida. La fe de aquella mujer fue probada, su necesidad era grande su hija estaba gravemente atormentada por un demonio. No hay lugar a dudas de que esa mujer había escuchado sobre los milagros que el Señor hacía y decidió clamar por ayuda, vemos la aparente indiferencia de Jesús, la insistencia de los discípulos para que la despidiera. El Señor habla en voz alta diciendo que su prioridad eran “las ovejas perdidas de la casa de Israel” ella insiste “Señor socórreme” Jesús va mas lejos aún y dice “no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos” La mujer escucha esa ofensiva declaración sin embargo su fe ya había derribado su complejo de “destituida” como mujer cananea y dice “está bien Señor, que el pan sea para los hijos pero creo tener derecho como los perrillos de quedarme con las migajas ” Su expresión fue una demostración de un gran salto de fe”. Finalmente Jesús sorprendido por la fe única de esta hija de cananeos le dice “OH MUJER GRANDE ES TU FE; HAGASE CONTIGO COMO QUIERES”

La Palabra dice que su hija fue sanada desde aquella hora.

Amigo no importa cuan lejos te sientas de Dios, no importa tu condición, religión o la cultura en la que vives, si estás necesitando de una intervención de Dios en tu vida puedes declarar, confesar a Cristo como el Señor de tu vida. Puedes clamar ahora mismo y él soltará la palabra para que se active ahora tu milagro.


3. LA FE VERDADERA DERRIBA LA ESTRUCTURA DEL ORGULLO PERSONAL.

Muchas personas hoy, después de oír el mensaje de las Buenas Noticias de la Biblia, reconocen desde una óptica intelectual que el Evangelio es la verdad. Creen con su mente que Jesús es el Señor; pero su rango o posición en la sociedad les significa un impedimento para confesar abiertamente que se identifican con la fe. Para aclarar esta idea digo que la estructura de su orgullo personal es un gran obstáculo para su conversión.

Voy a mencionar ejemplos bíblicos de por lo menos dos hombres que viviendo dos situaciones totalmente distintas pudieron derribar la pesada estructura de su orgullo para dar lugar al señorío de Cristo en sus vidas.

El primer hombre del que quiero hablar se llamaba Jairo. El evangelio de Marcos capítulo 5 versículos 21 al 24 y versículos 35 al 43 nos relata el momento difícil que vivió. Y como pudo experimentar la realidad del Poder de Jesucristo.

Jairo era “principal de la sinagoga” (Lucas 8:41). Era teólogo, líder religioso, quizás el principal dirigente de una sinagoga. En otras palabras era un hombre que estaba en la “vidriera” todos lo conocían, todos lo respetaban por su investidura sacerdotal y si consideramos que la mayoría de los líderes religiosos juzgaban a Jesús como un impostor de ninguna manera nadie creyó que este hombre finalmente pediría ayuda al Señor. Pero Jairo estaba viviendo una situación límite. Su querida hijita de apenas 12 años se moría. Este hombre estaba desesperado. Si se dejaba gobernar por el sentimiento de un sincero religioso tendría que optar por la resignación y dejar que finalmente su hija muriera aceptando la consolación y las lindas palabras de sus seres queridos como también de sus colegas, pero Jairo quebrado emocionalmente por ver a su hija grave corrió el riesgo de ser catalogado como seguidor del “carpintero de Nazaret” Dejó de lado su orgullo de maestro de la ley y se unió a los miles que ya seguían a Jesús. Dice el evangelio que “se postró a sus pies y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá.” (Marcos 5:22b-23). Lo dicho por Jairo no solo era el clamor de un hombre desesperado, sino que también era una declaración de fe.

Cuando llegan cerca de la casa de Jairo un mensajero le dice –Ya no molestes mas al Maestro tu hija murió- El hombre mira a Jesús con angustia y el Señor le dice- No temas cree solamente- Al llegar a la casa Jairo comprueba que realmente su hija estaba muerta y es cuando El Señor manifiesta su poder resucitando a la niña. No hay límites en cuanto a lo que Dios puede hacer cuando dejamos de lado nuestro orgullo por razón de nuestra posición o rango, Quizás hay personas que escuchan o leen este mensaje y están pasando un momento crítico en sus vidas, y están pensando en “el que dirán si confieso mi fe en Cristo” “que dirán si me ven entrando a una iglesia que no sea de mi religión” Jairo dejó de lado todo su prestigio como dirigente religioso, entendió que solamente Cristo tenía poder para solucionar su problema.

San Lucas 19 nos habla de otro hombre que por cierto tenía un nivel de vida económica envidiable para muchos. Por otro lado era odiado por otros; ese hombre se llamaba Zaqueo. El hombre era cobrador de impuestos del imperio romano, para los judios un traidor. Sin embargo era un hombre que habiendo oído hablar de Jesús se determinó conocerlo sabiendo que el Señor pasaba por su ciudad. Zaqueo era de baja estatura y sabía que al pasar Jesús rodeado de tanta gente sería difícil para él ver al Maestro por lo tanto, dejó de lado su “status de hombre de bien” y decide subirse a un árbol para que al pasar Jesús pudiera verlo. La enseñanza aquí es que cuando alguien realmente desea conocer a Jesucristo ya no importa la posición o rango que tenga en la sociedad y está dispuesto a hacer lo que para algunos es ridículo o sin sentido.

Quiero decirte en el nombre del Señor, que si eres una persona importante en la sociedad, ya sea que te muevas en el ámbito de la política, en el mundo empresarial, en el deporte, en el periodismo, si realmente quieres conocer a Cristo lo lograrás, quizá no tengas que subirte a un árbol como Zaqueo. Pero si descubrís el poder de la fe verdadera no te va a importar hacer cosas que para quienes te conocen les va a parecer locura. Un encuentro personal con Jesús te va a cambiar la vida. No lo dudes ni un instante.

CONCLUSION:

Mi mayor deseo después de compartir este mensaje es que puedas tener un encuentro personal con el Autor de la vida. Si recibiste de corazón esta palabra de Dios sé que la fe bíblica, la fe auténtica te hará experimentar los milagros mas extraordinarios que jamás imaginaste en tu vida personal y en todas las áreas de tu vida.
 

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