miércoles, 23 de octubre de 2013

Cruz gloriosa... Pascua crucificada



Dicen los chinos que el invierno contiene la primavera, que ella fecunda el verano, el cual engendra el otoño para hacer nacer al invierno.  Nosotros podemos decir que la dinámica pascual es semejante: la Pasión contiene la Gloria, y la Pascua conlleva una cruz.  Acostumbrados a vivir por separado ambas realidades de cruz y gloria, proponemos asumirlas como dos polaridades existentes en cada una: la cruz engendra la gloria, y ésta contiene la cruz. El dinamismo de glorificación está ya contenida dentro de la cruz, pero también la gloria entraña una dimensión crucificante, al menos mientras vivimos como peregrinos en esta historia.

Momentos de pasión, crisis, sufrimiento, contienen grandezas que no aparecen en otras instancias. Son como esas cualidades que surgen en las grandes pruebas. Podemos hacer un recorrido por los relatos de la pasión desde la grandeza mostrada en Jesús de Nazaret, y veremos que en la mayor adversidad se nos regala la mayor revelación.  Por ejemplo, la última cena revela el amor hasta el extremo (Jn 13, 1); apenas sale Judas del cenáculo, Jesús proclama “ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre” (Jn 13, 31); sumido en pavor y angustia pronuncia una oración en perfecta fidelidad a sí mismo y a su Padre (Mc 14, 36); cuando lo arrestan Jesús nos revela su opción por la no-violencia, ese “ya basta” de espadas (Lc 22, 51; Jn 18, 11); mantener la calma y decir lo justo frente a tantos falsos testimonios (Mt 26, 59ss); pedir al Padre que perdone a quienes lo están crucificando, mientras estos se le burlan (Lc 23, 34).  Para Santo Tomás de Aquino, la pasión de Cristo sirve como guía y modelo para toda nuestra vida, y en la cruz encontramos ejemplo de todas las virtudes (Cfr 2ª lectura del Oficio del 28 de enero).


Pero la cruz de la gloria no es algo tan frecuente de escuchar. La resurrección es secreta, nocturna y escondida, acontece a partir de la región de los muertos (1ª Pe 3, 19), bien desde abajo, en lo profundo, sin pruebas, sin testigos.  A los primeros cristianos los acusaron de ladrones (Mt 28, 13), y hasta los judíos más piadosos los tenían por borrachos (Hch 2, 13).  Creer en la resurrección rompió el molde machista de los discípulos, pues era creer en cuentos de mujeres (Mc 16, 11).  Vivir la resurrección en comunidad significa poner los bienes en común (Hch 2, 32.34), a eso que hoy llamaríamos comunismo.  A Pablo, anunciar la resurrección le trajo insultos (Hch 13, 45), lo tomaron por charlatán (Hch 17, 18), fue denunciado, azotado y encarcelado (Hch 16, 16-24).  Anunciar la resurrección es motivo de burlas (Hch 17, 32), arruina fortunas (Hch 19, 19), y exaspera los intereses de todo un sindicato (Hch 19, 24 ss).  Vivir en el Resucitado tiene su cruz cotidiana, es una alegría que integra el sufrimiento, como Jesús que dice “alégrense” mientras enseña sus llagas.

En el enfoque ignaciano, es la tercera manera de humildad (EE 167), donde la mayor configuración y semejanza con Cristo se encuentra compartiendo su pobreza y humillaciones: “por imitar y parecer más actualmente a Cristo, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre... oprobios con Cristo lleno de ellos… ser estimado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal…”.

No hay comentarios: