lunes, 28 de octubre de 2013

Conmemoración de los Fieles Difuntos.



   Fuisteis parte de nuestras vidas, y nos dejasteis un modelo de fe, amor, y constancia, en el cumplimiento del deber. Hoy levantamos nuestras copas por el fruto de vuestros esfuerzos, y porque vuestros fracasos nos enseñaron que fracasar significa que no nos hemos esforzado suficientemente para conseguir lo que deseamos, o que la vida nos reserva algo, quizás mejor, que lo que pretendimos alcanzar.

   Ejercicio de lectio divina de LC. 23, 44-49. 24, 1-6.

   Lectura introductoria: ROM. 6, 3-4.

   1. Oración inicial.

   Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.

   R. Amén.

   Cuando asistimos a la Misa de un familiar o amigo querido antes de que el mismo sea sepultado, no podemos reflexionar sobre la muerte tal como lo hacemos durante la Conmemoración de los Fieles Difuntos, por causa del dolor tan fuerte que nos embarga. Si hace tiempo que fallecieron nuestros seres queridos, hoy tenemos la ocasión de meditar sobre la vida, la muerte, y la resurrección de los muertos, tranquilamente, sabiendo que el dolor que sentimos, más que resignación, es la esperanza de volver a ver a quienes fallecieron, para no separarnos más de ellos.

   Jesús vino al mundo, y fue semejante a nosotros en todos los aspectos de nuestra vida, pero no cometió pecado alguno, porque, la impureza, no puede estar relacionada, con Dios. Si el Señor vino al mundo a asemejarse a nosotros, tal como veremos en la perícopa lucana que constituye el Evangelio de hoy, experimentó el sufrimiento y la muerte.

   Cuando Jesús murió, ciertos fenómenos naturales, y el hecho de que se rasgara la cortina del Templo que dejó descubierto el Santo de los santos, indicando que Dios y los hombres podían relacionarse, no por los sacrificios de los sumos sacerdotes, sino por la Pasión, muerte y Resurrección del Mesías, fueron indicativos, de que la tierra no soportaba, ver morir, a su Creador.

   Jesús expiró manifestándole su confianza a Nuestro Padre común (LC. 23, 46). Después de contemplar su estrepitoso fracaso, y haber sido humillado, maltratado y crucificado, el Mesías se encomendó a Nuestro Padre común, de quien esperaba que lo resucitara de entre los muertos.

   Cuando el jefe de la centena de soldados romanos vio cómo Jesús murió, reconoció la justicia del Mesías. Nosotros cada día requerimos de más pruebas científicas para poder creer que Dios existe, y, cuantas menos pruebas obtenemos, menos confiamos en Él. Si nos equiparamos a Jesús, nos falta una gran fe para morir orando, cuando lo más fácil para nosotros es, aún sin vivir el episodio trágico que vivió el Señor, perder totalmente la fe divina.

   Mientras los jerosolimitanos iban desde el Gólgota a la Ciudad Santa golpeándose el pecho arrepentidos de no haber defendido la causa de Jesús, los conocidos del Mesías, miraban todo lo que sucedía, a cierta distancia. Oremos y trabajemos para no tener que arrepentirnos de no haber cuidado debidamente a nuestros difuntos, e involucrémonos donde podamos hacer el bien, y no miremos el dolor de quienes sufren por cualquier causa, a una distancia prudencial.

   En la mañana del Domingo de Pascua, las mujeres que acompañaron a Jesús durante parte del tiempo que se prolongó su Ministerio, fueron a embalsamar al Señor, conforme a su costumbre, pero, cuando llegaron al sepulcro en que lo depositaron José de Arimatea y Nicodemo, se percataron de que la piedra con que fue sellado el sepulcro fue removida, y, el cadáver del Mesías, había desaparecido. ¿Quién pudo robar el cadáver de Jesús para pedirles a sus seguidores una recompensa si querían recuperarlo? ¿Había resucitado el Señor de entre los muertos tal como lo había profetizado en varias ocasiones?

   Los ángeles que estaban en el sepulcro, les preguntaron a las mujeres, por qué buscaban entre los muertos, al que había resucitado. Independientemente de que creamos que Jesús es el vencedor de la muerte, dicha pregunta es muy importante para nosotros, así pues, si tenemos un problema que no nos atrevemos a superar, podemos parafrasearla, de la siguiente manera: ¿Por qué no buscáis la manera de solucionar vuestra dificultad? ¿Estáis haciendo lo correcto para alcanzar vuestro propósito?

   Oremos:

   Independientemente de que nuestros pecados sean perdonados en este mundo o en la presencia del Dios Uno y Trino, oremos por nuestros queridos familiares y amigos que han fallecido, y pidámosles que intercedan por nosotros, para que llegue el día en que nos veamos y jamás nos separemos, y vivamos en un mundo, en que no exista el sufrimiento.

   Nuestra vida actual y la vida eterna que añoramos, son dos actos de una representación teatral, entre los cuales se cierra el telón representativo de la muerte, para pasar de la primera a la segunda escena, -es decir, de la vida actual, marcada por el padecimiento, a la vida plena de la gracia y la santidad divinas-.

   Oremos por los niños que murieron sin tener la oportunidad de crecer en los terrenos espiritual y material.

   Oremos por los enfermos cuyo dolor exterminó sus vidas.

   Oremos por quienes consiguieron lo que más añoraron, y por los que fracasaron en sus múltiples intentos de crecer, en los terrenos espiritual y material.

   Oremos por quienes fueron grandes ejemplos a seguir por nosotros por su forma de actuar y su perseverancia, y por quienes no alcanzaron sus metas, pues también los recordamos con amor, porque tienen un valor personal que nadie les quitará, y son hijos de Dios.

   2. Leemos atentamente LC. 23, 44-49. 24, 1-6, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.

   2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.

   2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.

   3. Meditación de LC. 23, 44-49. 24, 1-6.

   3-1. La muerte de Jesús (LC. 23, 44).

   Antes de que Jesús expirara, aconteció un eclipse solar por lo que se oscureció la tierra, hasta la hora en que falleció el Mesías. La tierra daba la impresión de no querer contemplar aquel espectáculo. Después de trabajar en la construcción de una sociedad en que no existieran clases marginales, el Señor murió crucificado, no por deseo de los invasores romanos, sino de las clases religiosas dominantes, las cuales se beneficiaban de la dominación romana, y por ello no les incumbía, la situación miserable, que vivían la mayoría de habitantes, de Israel.

   3-2. ¿Qué consecuencia tuvo la muerte de Jesús para los seguidores del Señor? (LC. 23, 45).

   La ruptura del velo del Templo jerosolimitano, fue indicativa de que el Judaísmo fue sustituido por el Cristianismo. Los Sumos Sacerdotes judíos, dejaron de representar a Dios, para que los creyentes que quisieran relacionarse con Nuestro Padre común, se acercaran a Nuestro Padre Santo, a través de Jesús.

   Jesús, por su Pasión, muerte y Resurrección, nos abrió la puerta que accede al cielo. Jesús, mediante tan gran demostración de amor, nos hizo hijos, de Nuestro Padre celestial.

   3-3. Jesús murió gritando una oración a pleno pulmón (LC. 23, 46).

   Aunque Jesús fue maltratado y llevado al suplicio como cordero llevado al matadero, y permaneció en actitud silente (IS. 53, 7), antes de morir, le encomendó su espíritu a Nuestro Abba, y gritó a pleno pulmón, pero no lo hizo para ser visto y oído por Dios, sino por quienes nos cuesta creer en Él, hasta cumplir su voluntad, como si fuera nuestra. Nos falta fe en Dios porque no creemos en los hombres, y carecemos de fe en los hombres, porque, hasta en ciertas ocasiones, amamos más el dinero y los bienes materiales, que los cuerpos que nos han sido dados, para que en los mismos se refleje la imagen de Dios, cuando hagamos el bien, en beneficio de sus hijos.

   Jesús le encomendó su espíritu a Nuestro Padre común antes de morir. ¿A quién -o a quiénes- nos encomendamos nosotros cuando necesitamos ayuda y consuelo?

   3-4. El reconocimiento de la justicia de Jesús por parte del centurión romano (LC. 23, 47).

   ¿Qué movió al centurión a valorar la justicia de Jesús, cuando vio al Señor morir crucificado? Quizás pensamos que no nos merece la pena hacer el bien porque mucha gente no valora nuestro proceder cristiano, pero, ¿qué garantía tenemos de que esta conclusión, que surge más de nuestro desánimo, que del pensamiento de la gente, es veraz? Pensemos: Si los no creyentes no valoran las obras que hacen los cristianos, ¿por qué apoyan a Cáritas, Manos Unidas, y otras organizaciones que ayudan a los pobres?

   3-5. La actitud de los habitantes de Jerusalén, ante la muerte de Jesús (LC. 23, 48).

   Cuando Jesús expiró, los habitantes de Jerusalén que no lo defendieron, de entre quienes quizás muchos se dejaron convencer por los esbirros de los sanedritas para que le pidieran a Pilato que el Mesías fuera crucificado, regresaron a la Ciudad Santa, golpeándose el pecho, indicando que merecían ser castigados, y por ello se maltrataban, golpeándose fuertemente, con los puños.

   Independientemente de que seamos cristianos, estamos persuadidos, de que vamos a morir. Vivamos actuando de manera que jamás tengamos nada que reprocharnos, ni aunque se dé el caso de que haya quienes nos echen en cara, un supuesto mal comportamiento. No es lo mismo sufrir el efecto de una acusación falsa, que lamentar el descuido de los familiares enfermos, u otras circunstancias, que quizás no se pueden solventar (1 PE. 2, 19-21).

   3-6. Los que miraban lo que sucedía con Jesús a cierta distancia (LC. 23, 49).

   Cuando Jesús fue crucificado y falleció, quienes miraban a cierta distancia para ver lo que iba a suceder con el cadáver del Señor, no podían hacer nada por el Mesías, pero quizás existen situaciones en el mundo, en cuya resolución no colaboramos, porque miramos lo que sucede, a cierta distancia. Si Jesús hubiera visto a los menesterosos de Palestina y no hubiera abogado por ellos, no hubiera sido crucificado, pero tampoco hubiera realizado su aspiración. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a cumplir la voluntad de Dios, aunque ello sea doloroso para nosotros?

   3-7. Cuando las mujeres fueron a embalsamar al Señor, el cadáver del Mesías, no estaba en el sepulcro (LC. 24, 1-3).

   Las mujeres fueron a embalsamar a Jesús el primer día de la semana, y a primera hora de la mañana, ya que el día anterior fue festivo, y no estaba permitido, embalsamar cadáveres. Ello contiene una enseñanza útil para nosotros. ¿Qué lugar ocupa en nuestra vida el cumplimiento de la voluntad de Dios?

   Las mujeres se percataron de que la piedra con que fue cerrado y sellado el sepulcro de Jesús había sido removida, y de que, el cadáver del Señor, había desaparecido. Ello me induce a pensar si buscamos la felicidad de la manera más adecuada a nuestras circunstancias, en los lugares en que debemos encontrarla, y acompañados de aquellos con quienes debemos relacionarnos.

   3-8. El mensaje angélico (LC. 24, 4-6).

   Los ángeles que vieron las mujeres estaban vestidos de blanco, porque dicho color es indicativo de la pureza divina.

   Las mujeres inclinaron sus rostros a tierra, porque se reconocieron inferiores, a los personajes que fueron a su encuentro.

   ¿Por qué buscaban las mujeres entre los muertos al que resucitó?

   ¿A través de qué personas o medios buscamos al Señor?

   Busquemos al Señor a través del estudio de su Palabra, la práctica de sus enseñanzas referentes a servirlo en nuestros prójimos los hombres, y la práctica de la oración.

   Busquemos al Señor contactando con sus hermanos los hombres, especialmente, con quienes están más necesitados, de dones espirituales y materiales, y, afecto.

   3-9. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.

   3-10. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.

   4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 23, 44-49. 24, 1-6 a nuestra vida.

   Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la consideración que aparece en el apartado 3 de este trabajo.

   3-1.

   ¿Por qué se entregó Jesús a sus opositores para que lo crucificaran?

   ¿Por qué no se sirvió Dios de un gesto para simbolizar nuestra redención, que no fuera la Pasión, la muerte y la Resurrección de su Unigénito?

   ¿Por qué se eclipsó el sol horas antes de que Jesús expirara?

   ¿Quiénes desearon que Jesús muriera crucificado? ¿Por qué?

   ¿Por qué no se interesaban muchos saduceos y fariseos en solventar los problemas de quienes vivían bajo el umbral de la pobreza?

   3-2.

   ¿Qué indicó la ruptura del velo del Santo de los santos del Templo de Jerusalén?

   ¿Por qué dejaron de tener sentido los sacrificios anuales de los Sumos Sacerdotes?

   ¿Qué medios utilizó Jesús para abrirnos la puerta del cielo?

   ¿Cómo logró Jesús hacernos hijos de Dios?

   ¿Nos amaba Nuestro Santo Padre antes de que Jesús muriera para llevar a cabo nuestra redención?

   3-3.

   ¿Por qué gritó Jesús antes de morir?

   ¿Gritó Jesús para ser considerado por Dios, o por sus seguidores de todos los tiempos? ¿Por qué?

   ¿Por qué nos es difícil adoptar la voluntad de Jesús y hacerla nuestra?

   ¿Por qué carecemos de fe en Dios, en nuestros prójimos los hombres, y, en ciertas situaciones, hasta en nosotros?

   ¿Qué podemos hacer para que nos convirtamos en reflejos de la imagen de Dios?

   Jesús le encomendó su espíritu a Nuestro Padre común antes de morir. ¿A quién -o a quiénes- nos encomendamos nosotros cuando necesitamos ayuda y consuelo?

   3-4.

   ¿Qué movió al centurión a valorar la justicia de Jesús, cuando vio al Señor morir crucificado?

   ¿Debemos hacer el bien para cumplir la voluntad de Dios, o para que nuestros conocidos se admiren de la fe que tenemos y la bondad que nos caracteriza?

   3-5.

   ¿Por qué regresaron los habitantes de Jerusalén a la Ciudad Santa golpeándose el pecho?

   ¿Tenemos conductas inadecuadas que reprocharnos?

   ¿Por qué no es lo mismo sufrir el efecto de una acusación falsa, que sobrevivir a los reproches de la conciencia, cuando no cumplimos con nuestros deberes?

   3-6.

   ¿Qué podían hacer por el Señor quienes miraban desde lejos lo que sucedía?

   ¿Existen situaciones en el mundo en cuya resolución no colaboramos porque las observamos a cierta distancia?

   ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a cumplir la voluntad de Dios, aunque ello sea doloroso para nosotros?

   ¿Por qué fueron las mujeres a embalsamar a Jesús el primer día de la semana, y a primera hora de la mañana?

   ¿Qué lugar ocupa en nuestra vida el cumplimiento de la voluntad de Dios?

   ¿Qué descubrimientos hicieron las mujeres cuando llegaron al sepulcro en que fue depositado el cadáver de Jesús?

   ¿Buscamos la felicidad de la manera más adecuada a nuestras circunstancias, en los lugares en que debemos encontrarla, y acompañados de aquellos con quienes debemos relacionarnos?

   3-8.

   ¿Por qué estaban vestidos los ángeles de blanco?

   ¿Por qué inclinaron las mujeres sus rostros a tierra?

   ¿Por qué buscaban las mujeres entre los muertos al que resucitó?

   ¿A través de qué personas o medios buscamos al Señor?

   ¿Cuáles son las mejores formas de buscar al Señor? ¿Por qué?

   5. Lectura relacionada.

   Leemos y meditamos 1 COR. 15, y pensamos si creemos, en la resurrección de los muertos.

   6. Contemplación.

   Morir para vivir, perder para vencer, luchar para triunfar.

   Estimados hermanos y amigos:

   Nuestra vida es semejante a un viaje caracterizado por momentos de placer y el aprendizaje constante a superar pérdidas de muy diversa índole. Con el paso de los años, perdemos el vigor de la juventud, se nos debilita la salud, perdemos oportunidades de mantener relaciones y de trabajar, -unas veces porque no sabemos aprovecharlas, y en otras ocasiones, porque no faltan quienes quieren impedir que nuestra vida sea exitosa-, y, finalmente, nos sorprende la muerte, que es un estado del que muchos no quieren hablar, porque les sucede lo mismo que a los romanos que no mencionaban las crucifixiones, porque consideraban desagradable el hecho de hablar de las mismas, y pensaban que eran dignas de gente de mala reputación, que era privada de la vida, en pago por sus injusticias, y que eran útiles para escarmentar a quienes pensaran en seguir sus caminos.

   Si la muerte es el fin de nuestra vida, pueden crearse situaciones que pueden matarnos lentamente, privándonos de crecer a los niveles espiritual y material. No podemos vivir sin dinero y ciertos bienes materiales, pero necesitamos depositar nuestra confianza en Dios, en alguien a quien amemos mucho, o en alguna actividad, que haga placentera nuestra existencia en esta tierra, que mucha gente considera un valle de lágrimas, porque medita más sobre el sufrimiento, que sobre las oportunidades que tiene, de sentirse feliz.

   En cierta ocasión, cuando le preguntaron al Mahatma (Alma Grande) Gandhi cuales son los factores que destruyen al ser humano, pronunció las siguientes palabras:

   "La política sin principios, el placer sin compromiso, la riqueza sin trabajo, la sabiduría sin carácter, los negocios sin moral, la ciencia sin humanidad y la oración sin caridad.

   La vida me ha enseñado que la gente es amable, si yo soy amable; que las personas están tristes, si estoy triste; que todos me quieren, si yo los quiero; que todos son malos, si yo los odio; que hay caras sonrientes, si les sonrío; que hay caras amargas, si estoy amargado; que el mundo está feliz, si yo soy feliz; que la gente es enojona, si yo soy enojón; que las personas son agradecidas, si yo soy agradecido.

   La vida es como un espejo: Si sonrío, el espejo me devuelve la sonrisa. La actitud que tome frente a la vida, es la misma que la vida tomará ante mí. El que quiera ser amado, que ame".

   Nuestra forma de afrontar las dificultades que podamos tener, hace posible que nos sintamos felices si es optimista, o que pensemos que somos fracasados, si es pesimista.

   No podemos alcanzar la plenitud de la dicha, si pensamos que la misma consiste en mantener nuestras relaciones con nuestros familiares y amigos mientras vivimos, no tener que superar dificultades, y no carecer nunca de bienes materiales, pero, si nuestras relaciones no se interrumpen por causa de diversos problemas, o por efecto de la muerte, probablemente, no aprenderemos a valorarlas, si no tenemos dificultades que superar, perdemos la experiencia de aprender a superarnos a nosotros mismos, y, si no conocemos la pobreza, desconoceremos el valor de las posesiones que tenemos.

   Curiosamente, las mismas dificultades que podemos tener para relacionarnos con Dios, nos pueden afectar, a la hora de establecer relaciones humanas.

   Hay quienes quieren convertir tanto a Dios como a la gente con que se relacionan, en posesiones particulares. Las relaciones no pueden ser plenas si se basan en la esclavitud de quienes son débiles de carácter por parte de quienes se consideran superiores a los demás. Si no somos capaces de relacionarnos con otras personas haciéndonos querer por las mismas, desconoceremos el significado de sentirnos queridos y valorados.

   Ni Dios ni nuestros prójimos los hombres son solucionadores de problemas. No valoremos las relaciones que mantenemos pensando en el provecho material que podemos obtener de las mismas. Hay quienes se sienten felices viviendo aislados, pero la compañía y el afecto humanos, no son despreciables.

   Nuestras relaciones no deben basarse en la búsqueda de consuelo cuando tenemos dificultades, para extinguirse cuando nos sentimos felices. Si siempre nos mostramos tristes y enfadados, llegará el día en que no nos soportaremos ni nosotros mismos, pero, si nos mostramos felices aunque no sintamos que lo somos, y ayudamos a otras personas a superar sus dificultades, cuando necesitemos ser consolados, difícilmente nos faltará quien nos tienda la mano, para ayudarnos a superar nuestros problemas.

   No olvidemos que dar y recibir tienen la misma importancia en esta vida. Si damos y nos negamos a recibir, ello puede ser visto como una muestra de orgullo y desconfianza, y como falta de aprecio. Si recibimos y no estamos dispuestos a dar, puede sucedernos que nos encontremos solos, en momentos de necesidad. Dios espera que imitemos su conducta, y la humanidad debe recibir de nosotros más de lo que nos da, para que el mundo nunca deje de ser mejor.

   La visión de los cristianos de la muerte es muy positiva, aunque, paradójicamente, muchos creyentes en Dios tienen miedo con respecto a la misma, por el desconocimiento de la fe que dicen profesar, que les impide realizarse plenamente, como seguidores de Jesucristo. El Cristianismo, más que una ideología, es una manera de vivir.

   El Cristianismo es una manera de vivir plenamente para quienes no tienen que afrontar dificultades, y para quienes, -como se indica en el título del presente trabajo-, tienen que morir para vivir, perder para vencer, y luchar para triunfar, -es decir, morir a una vida de dificultades para vivir la vida plena de la gracia, conocer las pérdidas y el fracaso para valorar la felicidad que Dios les ha prometido a sus fieles en muchos textos bíblicos, y afrontar sus problemas y buscar nuevas oportunidades, para sentirse plenamente realizados, en el  campo espiritual y en el terreno material-.

   La vida de cada cristiano que se amolda al cumplimiento de la voluntad de Dios, y de cada no creyente que comprende que la humanidad es una cadena en la que todos dependemos unos de otros para seguir progresando, forma parte de una obra consistente en convertir el mundo en el Reino de Dios, que fue iniciada por el Dios Uno y Trino, y solo podrá ser acabada cuando, el citado Reino, sea plenamente instaurado entre nosotros. Hay quienes, independientemente de que sean cristianos, consideran que la muerte forma parte de la vida, -o que es un estado que tenemos que vivir-, y, cuando pierden a sus familiares y amigos queridos, asumen ese hecho, e intentan superar su tristeza natural, para no ser víctimas de la depresión, pero no faltan quienes ven la muerte como un terrible drama, y, consecuentemente, cuando fallecen sus familiares y amigos queridos, necesitan ser ayudados, para superar las citadas circunstancias, que tanto les hacen sufrir.

   Dado que las postrimerías cristianas son muy conocidas tanto por los creyentes como por quienes no profesan la fe cristiana, un año más, deseo hablaros de cómo podemos superar la muerte de nuestros seres queridos, ya que, el año 2009, escribí mi meditación correspondiente a la Conmemoración de los Fieles Difuntos, haciendo referencia, a la esperanza que tenemos, de que Dios cumpla sus promesas.

   Frecuentemente nos sucede que, cuando mueren nuestros familiares o los parientes de nuestros amigos, no sabemos cómo consolar a los más allegados a los difuntos. Dado que a veces podemos considerar que lo peor que podemos hacer en tales casos es quedarnos callados, recurrimos a un repertorio de frases hechas, que, además de empeorar el estado de los dolientes, pueden hacernos quedar muy mal con ellos, porque podemos darles la impresión, de que no comprendemos su dolor.

   Veamos algunas de las frases hechas que podemos tener la tentación de utilizar, cuando queremos consolar a quienes sufren, a causa de la muerte de sus familiares o amigos queridos.

   -"Tienes que intentar olvidar, porque no vas a ganar nada entristeciéndote y llorando”. Pongámonos en el lugar de quienes sufren la muerte de quienes aman, e intentemos reaccionar como ellos lo harían, cuando se les dice que no piensen, ni en la muerte de sus seres queridos, ni en sus recuerdos de los mismos. ¿Es razonable pretender que quienes sufren por la muerte de quienes tanto han amado olviden a sus difuntos, y más cuando los mismos acaban de morir?

   Quienes hemos vivido la experiencia de la muerte de familiares y amigos queridos, tenemos que aprender a recordar a quienes no podemos olvidar, dándole gracias a Dios o a la vida, -depende de nuestras creencias-, por habernos dado la oportunidad de disfrutar de quienes fueron ejemplos a imitar por nosotros, y supieron hacernos felices. Compartamos recuerdos de los difuntos, para que quienes los aman acepten su fallecimiento con naturalidad. Si los recuerdos no son evocados muchas veces, se dificultará el proceso de recuperación de los dolientes. Esto no es difícil de conseguir para los cristianos que inspiran su vida en la práctica de su fe, porque los tales creen que, algún día, volverán a vivir con quienes partieron antes que ellos a la Casa del Padre, superando las diferencias que tuvieron con algunos de ellos, que no pudieron solventar en esta vida, porque quizás no encontraron el medio más adecuado, para lograr lo que tanto desean.

   Recuerdo el caso de una señora que, cuando vivió la experiencia del fallecimiento de su marido, una de sus amigas, -con la intención de consolarla-, le dijo:

   -"Carlos ya no sufre. No sufras tú tampoco".

   Dicha señora, le dijo a su interlocutora: "¿Crees que es fácil dejar de sufrir por un hombre que ha vivido cuarenta años conmigo, con quien he tenido tres hijos, y con quien he superado miles de dificultades?".

   Aunque muchos creen que guardar silencio cuando están con los dolientes es algo inútil y quizás hasta ridículo, esa es, precisamente, una de las formas más útiles que existen, de consolar a quienes sufren, a causa del fallecimiento de quienes tanto han amado. Es conveniente dejar que los tales hablen de lo que quieran, dejarles llorar, acompañarles y ayudarles a realizar todos los trámites, relacionados con el fallecimiento de sus familiares. Hay ocasiones en que los gestos afectivos y la compañía, son el mejor consuelo que podemos ofrecerles, a quienes lamentan la muerte de sus seres queridos.

   -"Es ley de vida". Esas palabras que podemos utilizar para consolar a los dolientes, tienen el efecto de hacerles sentir impotentes, y, consiguientemente, de hacerles pensar más, en la pérdida de quienes recuerdan con mucha tristeza, haciéndose preguntas, como las que siguen: ¿Por qué tiene que acaecer la muerte de sus familiares en ese tiempo? ¿Por qué no se les da unos años más de vida? ¿Por qué mueren muchos niños cuando están empezando a vivir?...

   -"El tiempo cura todas las heridas". Aunque esta frase pretende significar: Verás cómo superarás el estado tan doloroso en que te encuentras, obtiene la siguiente respuesta: Yo no quiero superar la muerte de mi familiar y/o amigo, sino tenerlo conmigo.

   -"Mantente fuerte por los familiares que te quedan". Esta frase puede ser interpretada, de la siguiente manera: ¿Cómo me voy a mantener fuerte, si el dolor que siento es más fuerte que yo? No intentemos quitarle importancia a la muerte de los familiares de quienes consolamos, haciéndoles ver que aún les quedan familiares vivos.

   -"Tu familiar murió porque Dios ha querido llevárselo". Esta frase, puede suscitar interrogantes, con respecto a cómo Dios, -si verdaderamente existe-, nos provoca dolores tan profundos, como la pérdida de quienes amamos, más que a nosotros mismos.

   Cuando ayudemos a quienes pierden a sus familiares queridos, no pensemos que tenemos que aconsejarles y levantarles el ánimo constantemente. Bástenos escucharles, dejarles hablar y llorar. Ellos mismos, con el paso del tiempo, razonarán, y se sobrepondrán, a medida que acepten la muerte de sus seres queridos. Los dolientes, más que palabras de ánimo que pretendan consolarlos y tranquilizarlos, necesitan que los escuchemos.

   -No les digamos a los dolientes que comprendemos su situación, si no hemos vivido una experiencia semejante a la suya.

   -No intentemos justificar la muerte de nadie. No sirve de nada culpar a Dios, a los vivos ni a los difuntos, de lo que ya es inevitable, y solo sirve para causarles dolor a quienes perdieron a sus seres queridos.

   -No intentemos que los dolientes valoren cómo será su vida sin sus familiares o amigos recién fallecidos, pues ya lo harán ellos, a medida que acepten lo que les acaba de suceder. Ya tendremos tiempo de ayudarles, si nos mostramos cercanos a ellos, brindándoles amistad y apoyo, y si nos piden ayuda. No cometamos el error de adelantar acontecimientos, y dejemos que acepten lo que les acaba de suceder.

   -Cometen un grave error quienes no dejan que los dolientes lloren y expresen su rabia, tristeza, miedo, dolor, e impotencia, creyendo que ello solo servirá para empeorar su estado. Desgraciadamente, algunos están tan obsesionados con evitar las conversaciones referentes al sufrimiento y la muerte, que impiden que, quienes necesitan ser escuchados, puedan desahogarse. Hay momentos en que los placeres mundanos no pueden hacernos evitar la tristeza, y, en esos momentos, lo más razonable que podemos hacer, es desahogarnos, o dejar que hablen y lloren quienes necesitan ser escuchados, sin obsesionarnos por encontrar las palabras exactas para consolarlos, porque, más que palabras alentadoras, necesitan aceptación y comprensión.

   -No pensemos que ayudar a quienes lloran por la muerte de quienes aman consiste en hablarles hasta el cansancio o en inventar ocupaciones para evitarles pensar en su dolor.

   -No temamos hablar de los difuntos, ni emocionarnos hasta llegar a llorar con los dolientes, porque ello puede hacerles sentir nuestra cercanía, aceptación y comprensión. Si nos identificamos con su dolor, y captan que compartimos su sufrimiento, tendrán una gran facilidad para desahogarse.

   No dejemos solos a quienes sufren por la muerte de sus familiares y amigos cuando los sepultan. Ellos necesitan nuestra compañía, afecto y comprensión, para poder superar el estado que les hace sufrir.

  El optimismo de nuestra fe nos anima a esperar la conclusión de la instauración del Reino de Dios entre nosotros.

   Estimados hermanos y amigos:

   El mensaje predicado por Jesucristo es tan optimista, que muchas corrientes de pensamiento han querido aprovecharlo, con tal de adaptarlo a sus ideales, para justificar más y mejor la ardua defensa que hacen de los mismos. Pocas décadas después de que los Apóstoles de Jesús fundaran la Iglesia de Jerusalén, y según iban extendiendo San Pablo y sus colaboradores la Iglesia de Cristo a través del Imperio Romano, surgieron corrientes de pensamiento, las cuales, aunque no rechazaban el pensamiento de Jesús, adoptaron una mezcla de creencias judías, paganas, cristianas y gnósticas, que la Iglesia rechazó totalmente sin dudarlo un momento, pues, la aceptación de esas ideas, suponía la aceptación de la creencia de los llamados docetas, quienes enseñaban que Jesús no vino al mundo con un cuerpo humano tal cuales son nuestras envolturas carnales.

   Desde nuestra óptica de cristianos del siglo XX, nos escandalizamos de cómo la Iglesia hizo todo lo humanamente posible para erradicar las nuevas formas de pensamiento que tenían la pretensión de derrumbar su cuerpo doctrinal, para ocupar el lugar que, lentamente, iba consiguiendo ocupar la fundación de Cristo en el Imperio Romano. Sería algo digno de conmemorar por siempre el hecho de que todos los adeptos de las diferentes ideologías existentes tuviéramos la pretensión de tener creencias similares, con tal de poder vivir en armonía, pero ello no es posible que suceda, porque tenemos que poner de nuestra parte un esfuerzo muy grande para que la citada realidad se lleve a cabo, y pocos son los que están dispuestos a sustituir sus creencias de siempre por otras que sean análogas o totalmente diferentes.

   Muchas religiones surgidas en el pasado y miles de protestantes, con tal de menoscabar el prestigio de la Iglesia Católica, para que los seguidores de la misma se conviertan en sus adeptos, utilizan todo tipo de artimañas, tanto para invalidar el mensaje que predicamos los católicos, como para darnos a entender, tanto al mundo como a los católicos, que hemos fracasado estrepitosamente en nuestro intento de evangelizar a la humanidad.

   Los católicos somos humanos, y, por ello, somos imperfectos. Este hecho tiene la consecuencia de que entre nosotros haya fanáticos indispuestos para dialogar con quienes tienen creencias diferentes a la fe que profesamos. Por otra parte, si intentamos utilizar el método histórico-crítico para estudiar la historia de nuestra Iglesia, nos encontramos con que nuestros ritos no son originales, ni de nuestros antepasados judíos, ni de los cristianos. Este hecho no significa que no podemos creer que nuestras creencias nos han sido inspiradas por Dios, pues cualquier cristiano que conozca mínimamente la forma que la Iglesia ha utilizado para evangelizar muchas tierras, no ignora que la misma ha consistido en cristianizar ritos de diferentes religiones.

   Veamos un ejemplo de la adaptación que la Iglesia ha hecho de fiestas paganas, para convertirlas en fiestas cristianas. Con la llegada del invierno, los romanos celebraban la fiesta del Sol. La Iglesia, conocedora de que en LC. 1, 78 se nos informa de que Jesucristo es el Sol de justicia, ha querido celebrar el Nacimiento del Mesías para sustituir la celebración de lo que es un simple astro, por la celebración del Nacimiento del Hijo del Dios verdadero.

   Naturalmente, la gente sencilla, que ha tenido escasas posibilidades de conocer el Evangelio, hace una mezcla de cristianismo y paganismo para celebrar sus fiestas. A modo de ejemplo, en mi tierra natal, los días de Todos los Santos y de los fieles difuntos, encienden velas ante las fotos de sus seres fallecidos, y hacen un trueque con ellos, pues, a cambio de rezar por la salvación de los tales, los muertos se comprometen a no aparecérseles para no atormentarlos.

   La celebración de Halloween ha extinguido la tristeza de quienes lloran a sus difuntos, lo cual no es malo porque quienes celebran esa fiesta no saben nada de demonios ni de religiones ya muertas, y sólo tienen la intención de reírse un poco. Mi objeción contra esta celebración surge del gusto de los niños y jóvenes de obligar a la gente a que les dé dulces o dinero, pues las cosas han de pedirse educadamente todo el año, incluyendo la noche de Halloween. Tampoco me gusta la costumbre de gastar bromas excesivamente pesadas y de asustar a la gente hasta el punto de hacer que muchos enfermen, pues opino que debemos reírnos con la gente, y no debemos burlarnos del sufrimiento ajeno.

   No me opongo totalmente a las celebraciones paganas porque no veo las tales como obras demoníacas, y porque recuerdo que los ritos católicos han sido adaptados del paganismo. Ahora bien, si muchos protestantes y adeptos de religiones minoritarias quieren acosarnos diciéndonos que adoramos a Isis, que practicamos la magia blanca, y otras lindezas que consideramos falsas, quizá podrán engañar a católicos poco formados e incluso llevárselos a su terreno, pero, por mínimo que sea nuestro conocimiento de la Biblia y de la Iglesia, no es difícil conocer sus verdaderas intenciones, que no consisten en aumentar el número de miembros de sus iglesias o congregaciones, sino en vaciar los templos católicos.

   En estos días, los católicos poco formados en nuestra fe son fácilmente confundidos, porque los cristianos estamos divididos.

   ¿Qué nos sucederá cuando fallezcamos? Si le hacemos esta pregunta a un testigo de Jehová, nos dirá que seremos sepultados y desapareceremos cuando nos convirtamos en ceniza, pero que seremos resucitados, porque permaneceremos en la memoria de Dios.

   Si le hacemos la citada pregunta a un católico, éste nos responderá que, aunque nuestros cuerpos serán sepultados, nuestras almas serán elevadas a la presencia de Dios, el cual nos juzgará, y si le rechazamos nos condenará en el infierno, si aún no se ha completado nuestra purificación nos llevará temporalmente al purgatorio, y, si hemos alcanzado la santidad, nos llevará al cielo.

   A lo anteriormente expuesto, nuestro testigo de Jehová y los protestantes, protestarían enérgicamente, afirmando que el purgatorio es un invento católico que se hizo para que los clérigos ganaran bastante dinero por medio de la concesión de Indulgencias y de las costosas Misas por las almas purgantes. Por su parte, el testigo de Jehová, diría que el cielo no es para todos los creyentes, sino para los ciento cuarenta y cuatro mil cogobernantes de Jesús, entre quienes estarán los Doce Apóstoles, sus más fieles colaboradores, y todos los gobernantes de la Watch Tawer.

   Dado que he expuesto la doctrina católica al respecto de la salvación de los justos y la condenación de los pecadores en otras meditaciones, no voy a hacerlo nuevamente, así pues, concluyo esta meditación pidiéndole a Dios que nos haga conscientes de la necesidad que tenemos de vivir profesando una sola fe, siendo miembros de una sola Iglesia o Congregación, y amándonos y respetándonos como hermanos que somos, porque necesitamos que nuestra fe sea estable para que se fortalezca, y porque el mundo necesita que acabemos con nuestras disensiones los cristianos, para poder creer en Dios.

   7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 23, 44-49. 24, 1-6.

   Comprometámonos a darles a conocer nuestros sentimientos a nuestros seres queridos, y a demostrarles mucho amor, para que, junto a los tales, en la medida que sea posible, tengamos una vida plena.

   Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.

   8. Oración personal.

   Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.

   Ejemplo de oración personal: (FLP. 3, 10-11).

   9. Oración final.

   Leemos y meditamos el Salmo 3, pidiéndole a Nuestro Padre común, que extinga el padecimiento de la humanidad, por medio de sus hijos.

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