lunes, 7 de octubre de 2013

¿Cómo robar el corazón a Cristo en la oración? Parte 1

      
La oración es acompañar a un Dios que se hace vulnerable y que toma sobre sí mi pecado. Es mirar cómo me ama, cómo sufre, cómo es herido y cómo en silencio sube hasta la cruz por mí. Es escuchar ese corazón abierto, entrar en Él para nunca más volver a salir. Es contemplar el rostro de Dios en un Cristo que se deja deformar por el odio cruel, y así formar en mí el cielo de la redención.
Obrien crucifixion
"Llevaban además otros dos malhechores para ejecutarlos con él. Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso». (Lucas 23, 32-33; 39-43)
 
¿Quién eres tú "Buen ladrón"?
 
El primer paso que tenemos que dar en la oración es saber quiénes somos, dónde estamos en nuestra vida. Tenemos un nombre, una historia, unas heridas, unos pecados que conllevan consecuencias. Muchas veces esta realidad nos abruma y pensamos que nos impide rezar y tener un profundo encuentro con Cristo.
Nuestra realidad es precisamente la que nos lleva a acercarnos a Cristo, nuestra cruz es la que nos conduce como un barco hacia el encuentro con Dios en el mar de su misericordia. Desde la cruz, clavados, flotamos y avanzamos hacia el corazón de Dios. Es más, la cruz es el encuentro de un ladrón que le quitó la gloria a Dios, y que se presenta ante el tesoro infinito de Cristo que se deja robar porque Él nada pierde y todo lo gana con su amor.
Tres cruces
Tenía que morir...
Este buen ladrón llevaba escuchando todo tipo de gritos hacia Cristo. Apenas se sostenía sobre la cruz. Buscaba como distraer su mente del terrible dolor de los clavos. Buscaba respirar con gran esfuerzo. En medio de su lucha, escucha unas palabras que le llaman la atención: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".
Esta frase logró que se olvidase de su dolor para fijar su mirada ante aquel hombre tan interesante. Sus ojos apenas se podían abrir, su rostro estaba cubierto de sangre y sudor. Pero en un momento dado, tras decir esa frase se giró y se sintió traspasado por su mirada. Entendió que era justo, no se quejaba, miraba constantemente al cielo, como buscando algo o a Alguien. Sostenía su respiración y de vez en cuando bajaba la cabeza para mirar también a una mujer que fija a sus pies no cesaba de abrazar sus pies. Era sin duda su Madre.
De repente, entre este cruzarse miradas, y distraerse fijándose en este supuesto Mesías, su otro compañero gritó: "¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!".
Entremos en el corazón del buen ladrón para ver lo que sucedió:
Esta frase penetró su corazón. Algo había pasado mientras acompañaba a Cristo con su mirada al cielo y a su Madre. No sabía explicarlo, pero no, este hombre no podría salvarse y salvarles. No era su misión. Este hombre estaba condenado. Tenía que morir. Y él comprendió por qué. Por eso dijo a su compañero: "¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena"
Estaban sufriendo la misma condena que Dios.
Acuérdate-hoy
Si quería salvarse él, Cristo tenía que morir. De un modo sencillo y humilde reconoció su divinidad. Sufrían la misma condena de Dios, pero no sólo eso, se dio cuenta de que Dios estaba sufriendo por ellos y en lugar de ellos.
La cruz se le hizo ligera, la respiración regresó con fuerza para poderle decir a Jesús: "Acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino"
¡Acuérdate! Sí, no me olvides Jesús.
Este buen ladrón, con su humildad y acto de fe, le está pidiendo a Jesús que se acuerde de él, que no es sino pedirle que lo meta en su corazón. Este es el significado de la palabra acordarse. "Méteme en tu corazón y no me dejes salir de allí".
Este es el camino de la oración, siguiendo los pasos del buen ladrón:
1. Ponernos en presencia de Dios, un Dios cercano que me acompaña y sufre conmigo y en mi lugar.
2. Hacer silencio para escucharlo.
3. Abrir los ojos para mirarlo y contemplar cómo sus ojos van al cielo y a la Madre.
4. Hacer una confesión de fe y pedirle que nos esconda en su corazón.
Y el buen Señor, Cristo, con su corazón débil, pero amoroso como siempre, hace un esfuerzo para decirle que Hoy estará en su corazón, es más, que ya llevaba mucho tiempo dentro de ese corazón, "desde antes de formarte en el vientre yo te conocía y te amaba" (Jr. 1, 5).
Así es el don de Dios. Es un amor del "hoy", no del mañana. La oración es el encuentro del hoy de Dios y del pecado del hombre. Es un grito confiado para que Él se acuerde de nosotros, nos introduzca en su corazón y así vivir en el paraíso.
La cruz es la puerta de toda bendición porque de ella cuelga el Amor de nuestra vida. Con la cruz siempre viene Cristo. ¡No temamos!
PARA LA ORACIÓN
1. Desde tu propia cruz, la que Dios permita, vivir esta oración abriéndose al amor del "hoy" de Dios.
2. Repetir durante el día esta oración: "Jesús, si mi corazón se rompe pégalo; si mi corazón se escapa atrápalo; si mi corazón no es tuyo, ¡róbamelo!"

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