1-Dos caminos, único destino. El corazón del hombre suspira por descanso, por gozar plenamente y para siempre. Todos los hombres estamos de acuerdo en esto… nadie desea sufrir, estaría loco. Pero en lo que no todos estamos de acuerdo, al menos en la práctica, es dónde está y cómo se consigue esa felicidad imperecedera. En definitiva hay dos tipos de hombres, los necios y los sabios… los que encuentran el camino de la felicidad y los que no.
La Sabiduría encarnada.
La Sabiduría encarnada.
2-Necios. Aquellos que no encuentran el camino son los necios. ¿Qué es la necedad? La necedad afecta al conocimiento que otorga la sabiduría, que es el conocimiento de las cosas divinas. La necedad es su opuesto. Es necio el que juzga mal sobre la causa última de todo, el que erra sobre el fin último. Y por eso vive desorientado y se va a equivocar en todos los demás actos, pues toda su vida está mal orientada en lo fundamental, en el sentido último de su existencia. San Pablo lo describe como el “hombre animal”, pues no tiene en cuenta para nada su espíritu: “el hombre animal no percibe las cosas que son del espíritu de Dios; son para él necedad y no puede entenderlas porque hay que juzgarlas espiritualmente” (1 cor 2, 14).
3-Sabios. Jesús en el Evangelio usa una hermosa parábola para mostrarnos el peligro de la necedad, de no entender el sentido último de nuestra vida, de no ser sabios según Dios: “la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”. Así nos señala el camino de la sabiduría, que no es otra cosa que saber valorar las cosas, saber darle a cada cosa la importancia que se merece.
Decía poéticamente Sta. Teresa: “la sabiduría más acabada/ es que el hombre bien acabe/ que al final de la jornada / aquél que se salva sabe/ y el que no, no sabe nada”.
Pero podría sucedernos que intelectualmente sepamos, y hasta proclamemos a grandes voces, que somos cristianos, que esperamos el Cielo, que esta vida se acaba… y que no vivamos de acuerdo con esta verdad que sabemos y profesamos. Es lo que el Santo Padre Francisco está pidiéndonos, que no seamos hipócritas, que vivamos a fondo el Evangelio… que seamos sabios según Dios, con esa sabiduría que nos enseña “gustar y amar los bienes de arriba y no los de la tierra” como insistía San Pablo a los Colosenses.
4-¿Cómo alcanzar esta sabiduría?
Pobreza de espíritu, o sea, vivir desprendidos de las cosas de este mundo. Tener el corazón puesto en los bienes del Cielo, y confiar en la Providencia de Dios, que todo lo sabe y ordena sabiamente.
Debemos examinar entonces nuestro corazón. Decía el papa Francisco en una homilía: “Lo primero que se debe hacer es preguntarse: «¿Cuál es mi tesoro?». Ciertamente no pueden serlo las riquezas, dado que el Señor dice: «No acumuléis para vosotros tesoros en la tierra, porque al final se pierden». La respuesta es sencilla: «Puedes llevar lo que has dado, sólo eso. Pero lo que has guardado para ti, no se puede llevar». «Ese tesoro que hemos dado a los demás» durante la vida lo llevaremos con nosotros después de la muerte, «y ese será “nuestro mérito”»; o mejor, «el mérito de Jesucristo en nosotros». Además, porque es la única cosa «que el Señor nos permite llevar».
Pero Jesús da un paso adelante y agrega: «Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón». Es necesario considerar que «el Señor nos hizo para buscarle, para encontrarle, para crecer. Pero si nuestro tesoro no está cerca del Señor, no viene del Señor, nuestro corazón se inquieta»”.
Ser sabios entonces es descubrir y estar convencidos de que “hay más alegría en dar que en recibir”, y esto es así, porque como decía el Papa, a la otra vida nos vamos a llevar sólo lo que dimos (el mérito de nuestra caridad) y nada de lo que nos guardamos y acumulamos… todo eso es vanidad.
Papa Francisco y su contagiosa sonrisa

Papa Francisco y su contagiosa sonrisa
También el beato JPII insistía en la misma idea, en la necesidad de la pobreza para ser realmente felices: “Y cuando la liturgia de hoy, junto con la palabra Aleluya, nos recuerda también la bienaventuranza “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos”, resume en ella ese programa de vida.
Cristo ha exhortado al hombre a la pobreza, a adquirir una actitud que no le haga encerrarse en la temporalidad, que no le haga ver en ella el fin último de la propia existencia y no le haga basar todo en el consumo, en el goce. Un hombre así es pobre en este sentido, porque está continuamente abierto. Abierto a Dios y abierto a estos valores que nos vienen de su acción, de su gracia, de su creación, de su redención y de su Cristo. Es éste el breve resumen de los pensamientos encerrados en la liturgia de hoy; pensamientos siempre importantes. Nunca pierden su significado; permanecen perpetuamente actuales[1].
Y como esta sabiduría es un don de Dios, se lo vamos a pedir al Señor por intercesión de María Santísima, nuestra Madre. Ave María Purísima…


[1] Homilía del beato Juan Pablo II en Castelgandolfo, el día 3 de agosto de 1980