viernes, 4 de octubre de 2013

Abraham, Santo


Patriarca del A.T., Octubre 9
 
Abraham, Santo
Abraham, Santo

Patriarca del Antiguo Testamento

Martirologio Romano: Conmemoración de san Abraham, patriarca y padre de todos los creyentes, que, llamado por Dios, salió de su patria, la ciudad de Ur de Caldea, y peregrinó por la tierra que Dios había prometido a él y a sus descendientes. Manifestó toda su fe en Dios, esperando contra toda esperanza al no negarse a ofrecer en sacrificio al hijo unigénito, Isaac, que el Señor le había dado, ya anciano, de su esposa Sara.

Etimología: Abraham = Aquel que es padre de muchos pueblos


La historia de Abraham se encuentra en el primer libro de la Biblia, el Libro del Génesis.

Con Abraham fundó Dios en el mundo la verdadera religión.

Vivía en la ciudad de Ur, cerca de los ríos Tigris y Eufrates, cuando Dios le pidió el sacrificio de alejarse de su tierra, que era muy fértil, y de su hermosa ciudad e irse a un país desconocido y desértico, lejos de familiares y amigos. Abraham aceptó este sacrificio, y Dios en pago le prometió que sus descendientes poseerían por siempre aquel país.

Abraham deseaba tener un hijo que prolongara su familia, y Dios permitió que su esposa fuera estéril y que a la edad de 90 años Abraham todavía no lograra tener el hijo que tanto deseaba. Sin embargo Nuestro Señor le prometió que su descendencia sería tan numerosa como las arenas del mar y Abraham creyó a esta promesa de Dios, y esta fe le fue apreciada y recompensada.

Dios se le aparece en forma de viajero peregrino (acompañado de dos ángeles disfrazados también) y Abraham los atiende maravillosamente bien. Dios le promete que dentro de un año tendrá un hijo. Sara la esposa, que está oyendo detrás de una cortina, se ríe de esta promesa, porque le parece imposible ya que ellos dos son muy viejos. Dios manda que al niño le pongan por nombre "Isaac", que significa "el hijo de la sonrisa". Y cuando el jovencito tiene 12 años, Dios pide a Abraham que vaya a un monte y le ofrezca el hijo en sacrificio. Abraham acepta esto que le cuesta muchísimo y cuando ya va a matar a Isaac, un ángel le detiene la mano y oye una voz del cielo que le dice: "He visto cuán grande es tu generosidad. Ahora te prometo que tu descendencia nunca se acabará en el mundo". Y luego ve un venado enredado entre unas matas de espinas y lo ofrece en sacrificio a Dios.

Los enemigos atacaron a la ciudad donde vivía Lot, el sobrino de Abraham, llevándose a todos prisioneros. Entonces el patriarca reunió a sus obreros (318) y atacó por sorpresa a los enemigos y libertó a todos los cautivos. En acción de gracias llevó a Melquisedec, sacerdote de Jerusalén, la décima parte de todo lo que había conseguido. Desde entonces quedó la costumbre de dar para Dios y para los pobres el diezmo, o sea la décima parte de lo que cada uno gana.

Nuestro Señor le comunicó a su amigo Abraham que iba a destruir a Sodoma por que en esa ciudad se cometían pecados de homosexualidad. Abraham le rogó a Dios que no la destruyera si había allí siquiera diez personas buenas. Pero como no las había, cayó una lluvia de fuego y los mató a todos. Solo se salvó Lot, por ser el sobrino de Abraham. Pero la mujer de Lot desobedeció la orden de los ángeles y al salir de la ciudad se puso a mirar hacia atrás y quedó convertida en estatua de sal.

Abraham fue padre de Isaac, del cual nacieron Esaú y Jacob. Los hijos de Jacob se llaman los doce Patriarcas, de los cuales se formó el pueblo de Israel. Dios le cambió el nombre de Abrán, que significa "padre", por el nombre de "Abraham", que significa: padre de muchos pueblos.

La S. Biblia alaba a Abraham porque creyó contra toda esperanza y porque nunca dudó de que Dios sí cumple lo que promete, aunque parezca imposible.

Santo Patriarca Abraham, pídele a Dios que nos conceda una fe tan grande como la tuya, y el perseverar fieles a nuestra religión hasta la muerte.
 

San Abrahán, santo del AT
fecha: 9 de octubre
canonización: bíblico
hagiografía: Abel Della Costa
Conmemoración de san Abrahán, patriarca y padre de todos los creyentes, que, llamado por Dios, salió de su patria, la ciudad de Ur de Caldea, y peregrinó por la tierra que el Altísimo le había prometido a él y a sus descendientes. Manifestó toda su fe en Dios, esperando contra toda esperanza al no negarse a ofrecer en sacrificio al hijo unigénito, Isaac, que el Señor le había dado, ya anciano, de su esposa Sara.

La figura de Abraham es de las de gran peso y relevancia para todo creyente, del momento en que lleva el elocuente título de «nuestro padre en la fe». El elogio del Martirologio Romano sintetiza en pocos pero muy certeros trazos, esos aspectos que hacen de Abraham una figura que no podemos dejar de recordar: peregrino por llamada directa de Dios, esperó contra toda esperanza, y -a pesar de lo contradictorio de la exigencia- no regateó a Dios su único hijo, Isaac, finalmente librado vicariamente con el sacrificio de un carnero. Todos estos hechos se encuentran narrados en el «ciclo de Abraham», es decir, en los capítulos 12 a 25 del Génesis. Sin embargo, si quisiéramos tener un panorama de la figura histórica de Abraham, por ejemplo de en qué años vivió, cómo era la cultura que lo rodeaba, su religiosidad, etc. nos encontraríamos con barreras difícilmente superables. Es que aunque las anécdotas que narra Génesis parecen muy concretas, porque despliegan detalles que dan la impresión de que el narrador estaba allí, en realidad están todas contadas en función y con la vista puesta en una situación religiosa muy posterior; aunque se basen en material tradicional transmitido oralmente, esas narraciones no han visto su forma escrita sino más de 1000 o 1500 años después de la época de Abraham. Si a nosotros, con todas nuestras herramientas documentales, nos cuesta hacernos una composición de lugar de cómo vivía la gente, por ejemplo, en la Edad Media, y muchísimas veces, queriendo narrar esos períodos terminamos extrapolando nuestra propia época y nuestros propios problemas, imaginemos lo que no ha extrapolado el (los) narrador(es) bíblico(s) al contar los orígenes de la fe de israel.

Por todo ello, cuando los estudiosos se plantearon más seriamente, a partir del siglo XIX, hacer un cuadro histórico de la vida patriarcal, y comenzaron por despojar de las narraciones del Génesis todo aquello que respondía a inquietudes religiosas propiamente bíblicas, y por tanto posteriores, resultó que lo que quedaba en pie como «dato», y no como interpretación, era... prácticamente nada. Así que la primera reacción de los estudiosos fue declarar que la historia patriarcal era enteramente ficticia, que a lo sumo reflejaba las cuestiones y contradicciones históricas del período en que se escribió (que se situaba en ese momento hacia el siglo IX antes de Cristo), y de ninguna manera hacía referencia a personajes que hayan existido históricamente, o que pudiéramos llegar a conocer de alguna manera (Wellhausen). Algunos llegaron más lejos, afirmando que las figuras de los patriarcas escondían en realidad referencias veladas a mitos cósmicos. Todo esto llega muchas veces de manera sesgada y escandalosa al «gran público» -y habitualmente también muchísimos años después-, que pierde así el fondo de la cuestión, que no es la certeza de lo que se afirma o se niega a cada momento sobre un personaje -en este caso sobre los patriarcas-, sino cómo asir, cómo acercarnos de manera fiable a unas «historias bíblicas» que nos hablan de un Dios que es «Señor de la historia».

Precisamente ese extremo de ficcionalidad que se llegó a declarar respecto de Abraham, Isaac y Jacob, llevó a muchos estudiosos a revisar más y mejor la historia patriarcal, que la creíamos tan llana y sabida, y así, por esa renovada atención que le prestaron los grandes biblistas de la primera mitad del siglo XX (Lagrange, más tarde de Vaux, y muchos más) se llegó no sólo a poder afirmar, sino a poder razonablemente dar por probado lo que hoy es doctrina común sobre los patriarcas de Israel, y que sintetizo en que «...la descripción bíblica de los patriarcas y su tiempo es notablemente exacta, demasiado como para considerarla un invento o desecharla por carente de toda base histórica. Hubiera sido imposible componer tales episodios en Israel a menos que se contara con ciertos recuerdos históricos válidos que servían de nexo con el pasado» (CBSJ V, pág. 456). ¿Significa esto que sabemos sobre Abraham sus datos familiares, de filiación, por ejemplo, a través de la genealogía, o de creencias, a través de las referencias a Dios en los relatos? No, de ninguna manera. Pero al menos sabemos que el ambiente que se nos describe en torno a los patriarcas corresponde efectivamente al que podían llevar unos pastores nómadas que se movían entre Mesopotamia y Egipto entre el 2000 y el 1700 antes de Cristo, que el tipo de culto religioso que practicaban tiene contexto. Cuando leemos, por ejemplo, el episodio de los ídolos familiares de Labán, robados por Jacob (Gn 31), no podemos dejar de sentir cierta sorpresa de una cuestión así en una historia que trata de cómo el único Dios se revela a lo largo de generaciones a los hijos de Israel. Sin embargo, un mejor conocimeinto del ambiente en el que se desarrolló la vida patriarcal muestra que la posesión de los íddolos familiares era una forma de título de propiedad, y por tanto entendemos tanto el interés de Raquel en llevárselos, como de Labán en recuperarlos. En fin, cada detalle del ciclo patriarcal nos evoca un ambiente concreto y real, aunque poco, o casi nada, pueda decirse de los individuos llamados Abraham, Isaac y Jacob, héroes de una saga demasiado pequeña e irrelevante en su propia época histórica como para que haya quedado de ellos otro vestigio que el de la persistente memoria familiar


Es dudoso -en realidad puede considerarse imposible- que Abraham creyera en el único Dios en el sentido bíblico y posterior del término... ¡esa conciencia de la unicidad de Dios la debemos a los profetas, más de 1000 años posteriores! Posiblemente el «Dios de Abraham» era un Dios tribal, vinculado a la protección y la identidad de un grupo minúsculo (al «Dios de Isaac» se lo llamará con el casi cómico nombre de «Padrino de Isaac», Gn 31,42). No entraba en la perspectiva de ninguno de estos grupos nómades que su Dios fuera único; suficiente con que cuidara del clan en las peligrosas noches de la trashumancia. Nosotros, con nuestra teología muy posterior, podemos considerar esos «Dioses», el de Abraham, el de Isaac, el de Jacob, etc. como hizo la teología de la propia bíblica: como expresiones incompletas del mismo Dios verdadero y oculto, revelado recién a partir de Moisés. Eso no desluce, al contrario, más bien enaltece, que un pequeño punto humano perdido en el desierto, como lo fue Abraham y los suyos, haya levantado la vista a la inmensidad de las estrellas y haya descubierto que, de alguna manera que él ni podía sospechar ni imaginar, todas esas estrellas se remitían a su «Dios portátil», y que su oscura vida iba a ser el inicio de una luz que llegara a iluminar a todos los hombres.

Nada mejor para evocar a Abraham que las palabras con las que Génesis 12,3 sintetiza, en boca del propio Dios, la significación del Patrirarca:

«...Por ti los linajes de la tierra se bendecirán unos a otros.»


En un mundo siempre atomizado, dividido, no sólo incapaz de reconocer la unidad de Dios, sino incluso su propia unidad, no deja de ser significativo, y casi un anticipo de la Cruz, que el Dios de la historia haya escogido un personaje mínimo, inasible e insignificante, un punto perdido en el desierto para hacer de él el signo de la bendición.

Bibliografía: la historia patriarcal siempre sorprende, en cada época los estudios bíblicos parecen agotarla, y a la siguiente generación nuevas perspectivas se abren. La bibliografía sobre los Patriarcas es inmensa; no hay Historia de Israel que no trate específicamente la cuestión de los vestigios arqueológicos relacionadas con esa historia. Una aproximación inicial puede ser el Comentario Bíblico San Jerónimo (citado en el texto con su abreviatura CBSJ), tomo V, nº 74, Historia de Israel. Aunque más antiguo, sigue siendo de referencia el capítulo de las «Instituciones del Antiguo Testamento» de De Vaux dedicado al culto patriarcal (pág 382ss. de la edición castellana de Herder). En la sección de Biblia de la Bibioteca de ETF se hallarán estos títulos y otros útiles al mismo tema.
Imágenes: ícono ruso con Abrahaam, Sara y los tres «visitantes» de Gn 18, siglo XIX, y «Sacrificio de Isaac», de Rembrandt, 1635, hoy en el Hermitage de san Petersburgo.

Abraham

 
Abraham
אַבְרָהָם
ابراهيم
Abraham Lilien.jpg
Patriarca
NacimientoUr de Caldea
PadresTaré
HijosIsmael (junto a Agar)
Isaac (junto a Sara)
FallecimientoHebrón
Venerado enCristianismo, judaísmo, e islam
Festividad9 de octubre
Abraham o Abrahán (en hebreo: אַבְרָהָם, Avraham; en árabe: ابراهيم, Ibrāhīm) es, para la religión judía, cristiana e islámica, el primero de los patriarcas postdiluvianos del pueblo de Israel y del pueblo árabe. Su nombre significa «padre de muchos pueblos» y, según el relato del Génesis, Dios se lo impuso a un hombre llamado «Abram» (o «Abrán») en el momento de establecer un convenio con él, que incluía su deseo de convertirlo en el origen de un pueblo del que sería su Dios y al que le daría la tierra de Canaán como posesión perpetua.[1] Abraham fue líder de los antiguos hebreos y según la historia, el primer monoteísta del mundo.

 

Relato bíblico

Su historia está relatada en el libro del Génesis, desde el capítulo 11, versículo 26 al capítulo 25 y versículo 18.

Nacimiento y vocación


 
Ruinas de la ciudad de Ur (en las afueras de Nassiriyah), con el gran Zigurat al fondo.
Según la Biblia, nació en Ur de los Caldeos, que se cree que estuvo en Mesopotamia, en la desembocadura del río Éufrates, según algunos autores hacia el siglo XV a. C. Murió en Hebrón y fue enterrado junto con su mujer y el resto de su familia (Sara, Isaac, Jacob, Rebeca y Lea).
Según la Biblia, Taré era de la décima generación descendiente de Noé, a través de Sem, y sus hijos fueron Abraham, Nacor y Harán. Este último, cuyo hijo fue Lot, murió en su ciudad natal, Ur Casdim[2] y Abraham se casó con Sarai, que además de ser su medio hermana era estéril. Taré o Teraj, el padre de Abraham, con sus hijos supervivientes y sus familias, marcharon entonces a Canán, pero se asentaron en Jarán (actualmente Harrán, en la Siria mesopotámica), donde dicen que murió a los 205 de edad.[3]
Tras la muerte de (Taré) Teraj, según relata el Génesis capítulo 12, cuando Abraham tenía setenta y cinco años de edad, Dios o Yahvé le ordenó salir de su tierra[4] y que fuera «al país que yo te indicaré»,[5] donde Abraham se convertirá en un gran pueblo. De manera que Abraham emigró desde Jarán con Sarai y Lot y sus seguidores y rebaños, y viajaron hasta Canán (Canaán en arameo), donde, en el encinar de Siquem, el Señor le dio tierra a él y su posterioridad. Allí Abraham construyó un altar al Señor y siguió viajando hacia el sur hacía el desierto de Neguev (límite con Egipto).[6]
Coincide hacia esa época la migración de numerosos pueblos tribales desde el sur del Cáucaso hacia la Europa occidental. Según restos arqueológicos, era habitual en esa época el modo de vida nómada, basado en la ganadería trashumante, tal como se describe la de Abraham. También son de esa época algunas tradiciones descritas en el libro del Génesis, capítulo 15, versículo 3, donde se hace referencia asimismo a algunas leyes del código de Hammurabi (Génesis 16:2-6). En esa época, la Biblia relata que se desata una gran hambruna sobre la faz de la tierra (Gen:12:10).

El faraón y Abimelec


 
Partida de Abraham, según József Molnár.
Abraham baja desde Neguev a Egipto (Gn 12: 10). Y es aquí donde aparentemente Abraham se da cuenta de que su esposa Sara es hermosa ante los ojos de los hombres. Una vez allí los príncipes de Egipto codician a Sara. Abraham le dice a Sara que diga que es su hermana pues de lo contrario podría ser asesinado (Gen 12: 10-20). El faraón toma a Sara y trata a Abraham muy bien por causa de ella; se le dieron ovejas y ganados y asnos y siervos y siervas y asnas y camellos. Pero el faraón es maldecido por Dios. Faraón le reclama a Abraham por ocultarle que Sara era su esposa y este ordena a sus hombres que lo devolvieran a la frontera con su mujer y todo lo suyo. Abraham, Sara y su séquito salieron de Egipto.
La segunda vez, es con Abimelec. El gobernante en cuestión, Abimelec, se siente atraído por la esposa de Abraham, Sarai/Sarah e intenta casarse con ella. Como en la ocasión anterior, quienes la pretenden son maldecidos y descubiertos por el Señor y el gobernante termina dando a Abraham gran riqueza a cambio de que se retire.[7] [8]
Este relato es de tradición yavista (siglo IX a. C.), tiene paralelismo en una tercera historia, de Isaac y Rebeca, que se narra en Gn 26. El esquema teológico es el mismo: la astucia del personaje bíblico y la providencia de Yahvé, siempre fiel a su promesa, traen la prosperidad en medio de las dificultades.

Melquisedec

En Génesis 14, Melquisedec es rey de Salem y Sumo Sacerdote. En el Libro a los Hebreos posiblemente escrito por el apóstol Pablo, se aclara y profundiza, que el nuevo sacerdocio de los creyentes en Cristo dejará de ser el judío (aarónico) y será al estilo simbólico de Melquisedec, quién apareciéndosele a Abraham (Hebreos 7:1,3) y participando del pan y del vino en aquel encuentro transcendental (Génesis 14:18), este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote de Dios Altísimo, salió a recibir a Abraham que volvía de la derrota de los reyes, y le bendijo, a quien así mismo dio Abraham los diezmos de todo. Melquisedec significa primeramente Rey de justicia, y también Rey de Salem, esto es, Rey de paz; sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre. Es de considerar, pues, cuán grande era éste, Melquisedec, a quien aún Abraham el patriarca dio diezmos del botín. En el relato del libro de Génesis, Lot no aparece en el encuentro con Melquisedec. Con esta ministración, Abraham refuerza su relación con Dios quien le bendice sobremanera.
Algunas personas creen que Melquisedec es una Cristofanía, pero el libro de los Hebreos, al parecer, hace una especie de analogía entre el pan y el vino que dio Melquisedec a Abraham con el ritual instituido por Jesús en la última cena. A esto se añade que el Cristianismo primitivo era ajeno a las castas sacerdotales hebreas, quienes lo veian como una herejía, por lo tanto, los primeros sacerdotes cristianos no podían derivar de la casta sacerdotal hebrea, así que no tenían linaje (sin padre ni madre como Melquisedec).
Melquisedec es visto por algunas versiones del Cristianismo, debido al pan y al vino que dio a Abraham, como una especie de sacerdote profeta que ejecutó por primera vez el mandato del Mesías que llegaría muchos siglos después. Bajo esta tradición, Melquisedec fue el primer sacerdote cristiano, por ello el sacerdocio cristiano recibe por nombre Sacerdocio de Melquisedec.

Mambré

Tras el período pasado en Egipto, Abraham, Sarai y su sobrino Lot, regresaron a Hai en Canán. Allí vivieron durante algún tiempo, incrementándose sus rebaños, hasta que surgió la discordia entre los pastores de Abraham y los de Lot. Abraham entonces propuso a Lot que se separaran, permitiendo a Lot que eligiera en primer lugar. Lot escogió la fértil tierra al este del río Jordán y cerca de Sodoma y Gomorra, mientras que Abraham vivió en Canán, trasladándose al encinar de Mambré, cerca de Hebrón, donde construyó un altar al Señor.[9]
Después de esto, una fuerza invasora desde la Mesopotamia septentrional, dirigida por Codorlaomor, rey de Elam, atacó y sometió a las ciudades de la llanura, forzándolas a pagar tributo. Después de doce años, estas ciudades se rebelaron. Al año siguiente, Codorlaomor y sus aliados regresaron, derrotando a las rebeldes y tomando muchos cautivos, entre ellos Lot. Abraham reunió a sus hombres y persiguió a los invasores, derrotándolos cerca de Damasco. A su regreso se encuentra con el rey de Salem, Melquisedec, quien lo bendice. El rey de Sodoma le ofrece a Abraham el diezmo de los bienes recuperados como recompensa, pero Abraham lo rechaza, de manera que el rey de Sodoma no pudiera decir «Yo he enriquecido a Abraham».[10]
Durante esta época, Sarai, al ser estéril, ofreció a su esclava, Agar a Abraham. Agar concibe pronto. Sarai, celosa, trata a Agar duramente, forzándola a huir. Cuando está en el desierto, el Señor se aparece a Agar (Gn 16:7) y le dice: "Vuelve a tu señora y humíllate bajo su mano", pero prometiéndole que su hijo también será el padre de una «muchedumbre». Su hijo se llamó Ismael,[11] considerado el padre de los ismaelitas (beduinos nómadas).

 
Abraham y Sara
Cuando Abraham tiene noventa y nueve años de edad, el Señor se le aparece de nuevo y confirma su pacto con él: Sarai dará a luz a un hijo que será llamado Isaac y la casa de Abraham deberá, a partir de entonces, circuncidarse. Entonces le dice que no se llamará Abram sino Abraham y, dirigiéndose a Sarai, le dice que ya no se llamará así más, sino que su nombre será Sara.[12] Finalmente, y en cuanto a Ismael, dice que engendrará doce príncipes, que se convertirán en una gran nación.

 
Los tres ángeles visitan a Abraham, obra de artista italiano desconocido del siglo XVIII (Sacro Monte di Ghiffa).

 
Los tres ángeles como prefiguración de la Trinidad. Teofanía en el encinar de Mambré por Andréi Rubliov. Galería Tretiakov. Moscú
En el capítulo 18 se narra la «aparición en Mambré»: Yavé se aparece a Abraham junto al encinar de Mambré, acompañado por dos ángeles, los tres en forma humana. Acoge a estos huéspedes en su casa y en la comida uno de ellos le reitera que Sara tendrá un hijo de ahí en un año. Se marchan de ahí en dirección a Sodoma, en compañía de Abraham. Éste intercede ante Yavé diciendo que no destruya a toda la ciudad por un puñado de pecadores. Así pide que no la destruya si encuentra primero cincuenta, luego cuarenta y cinco, después cuarenta, treinta, veinte y así hasta diez hombres justos dentro de la ciudad. En cada una de las ocasiones, Yavé le responde que si los encuentra, perdonará a todo el lugar en consideración a ellos.
Los dos ángeles fueron a Sodoma, donde los recibe Lot en su casa. Pronto se reúne una multitud alrededor de la casa de Lot, exigiéndole que les entregue a los dos hombres de manera que puedan abusar de ellos. Lot les ofrece a sus hijas, pero los hombres de la ciudad le siguen presionando hasta que los ángeles los hirieron de ceguera. Por la mañana, le dicen a Lot que huya y que no mire hacia atrás mientras las ciudades son destruidas. Sin embargo, su esposa desobedece y queda convertida en una estatua de sal.[13]
Después de estos acontecimientos, Abraham, que habita como forastero en Guerar, hace un pacto con el rey Abimelec.[14] Es entonces cuando nace Isaac, de su esposa Sara, estéril hasta avanzada edad, el cual es considerado el único heredero (Cf. Gén. 17,19; 21,10-12), el cual fue padre de Esaú y Jacob (Israel).

Convenio Abrahámico

Un rasgo recurrente de la historia de Abraham son los convenios entre él y Dios, que se reiteran y reafirman varias veces. Cuando a Abraham se le dice que abandone la ciudad de Ur Casdim, el Señor promete «Yo haré de ti un gran pueblo».[15]
Después de separarse de Lot, Dios aparece y promete darle, a él y su descendencia, «Toda la tierra que tú ves» y que multiplicaría su posteridad «como el polvo de la tierra».[16] Después de la batalla en el valle de Sidim, el Señor aparece y confirma la promesa. Más tarde, se profetiza que «tus descendientes morarán como extranjeros en una tierra extraña, en la que serán esclavos y se verán oprimidos durante cuatrocientos años». Abraham hace un sacrificio y acepta el pacto y Yahvé declara: «A tu descendencia doy esta tierra, desde el torrente de Egipto hasta el gran río, el Éufrates; al quineo, al quineceo, al cadmoneo, al jeveo, al fereceo, a los refaim, al amorreo, al cananeo, al guerguesco y al jebuseo».[17] Este pacto se refiere a la descendencia de Abraham a través de su hijo Isaac. El pacto no pasaría, sin embargo, a todos los descendientes de Isaac, sino que de Isaac el pacto se transmitió sucesivamente a Jacob,[18] José[19] y Efraím,[20] de manera que mientras se profetizaba que el Mesías provendría de Judá, hijo de Jacob, esto es el pueblo judío, el derecho de nacimiento de muchas naciones permanecieron con Efraím, hijo de José.[21]
Cuando Abraham tenía noventa y nueve años de edad, el Señor se le aparece de nuevo para confirmar el convenio y le dice que cambie su nombre de Abram por el de Abraham. Ordena a Abraham, además, que circuncide a todos los varones de su casa como señal del convenio.[12]

 
Laurent de La Hyre: Sacrificio de Isaac, 1650, Museo de Bellas Artes de Nueva Orleans.

 
Representación de Abraham e Isaac en un óleo de Rembrandt.

El sacrificio de Isaac

El personaje de Abraham es conocido por el relato del sacrificio de su hijo Isaac a Dios (Génesis 22:1-19). Algún tiempo después del nacimiento de Isaac, el Señor ordenó a Abraham que le ofreciera a su hijo en sacrificio en la región de Moriah. Según la exégesis, este relato parece justificar o enfatizar el abandono de la práctica cananea de sacrificar al primogénito. Se tiene la creencia de que Isaac era un niño cuando Dios pidió a Abraham que sacrificara a su primogénito. Esto es así, ya que la palabra usada en la Biblia para muchacho es נַעַר (náar) en el Génesis 22:12; que se refiere a un muchacho en la edad de la infancia o adolescencia. El patriarca viajó durante tres días hasta que encontró el túmulo que Dios le mostró. Ordenó al siervo que esperara mientras que él e Isaac subían solos a la montaña, Isaac llevando la leña en la que sería sacrificado. A lo largo del camino, Isaac pregunta una y otra vez a Abraham dónde estaba el animal para el holocausto. Abraham respondía que el Señor proporcionaría uno. Justo cuando Abraham iba a sacrificar a su hijo, se lo impidió un ángel diciendo:"No extiendas tu mano contra el niño, ni le hagas nada; pues ahora conozco que eres temeroso de Dios" y en ese lugar le dio un carnero que sacrificó en lugar de su hijo. Así se dice, «El monte de Yavé provee». Como recompensa por su obediencia recibió otra promesa de una numerosa descendencia y prosperidad. Después de este acontecimiento, Abraham no volvió a Hebrón, campamento de Sara, sino que en su lugar fue a Beerseba, al campamento de Quetura y es a Beerseba a donde el siervo de Abraham llevó a Rebeca, sobrina segunda de Isaac por parte de padre que se convirtió en su esposa.[22]
En el Islam, el hijo que iba ser sacrificado era Ismael, hijo de Abraham y Agar.

Últimos años

Sara murió a los ciento veintisiete años de edad y fue enterrada en la caverna de los Patriarcas cerca de Hebrón, que Abraham había comprado a Efrón el jeteo, junto con el campo adyacente. Abraham, recordando por este hecho, probablemente, su propia ancianidad, y la consecuente incertidumbre de su vida, procura asegurar una alianza entre Isaac y una rama femenina de su propia familia.
Su siervo (tradicionalmente identificado con Eliezer) fue enviado entonces a Mesopotamia, para encontrar entre la parentela de Abraham a una mujer para su hijo Isaac. Eliezer marchó a realizar el encargo con prudencia, y regresó con Rebeca, hija de Batuel, nieta de Najor, y, en consecuencia, sobrina-nieta de Abraham y sobrina segunda de Isaac. Muchos comentaristas bíblicos creen que Rebeca era aún una niña cuando se casó con Isaac, mientras que Isaac tenía cuarenta años.[23]
Abraham vivió bastante tiempo después de estos acontecimientos. Tras la muerte de Sara, tomó otra esposa, una concubina llamada Cetura de la que tuvo seis hijos, Zamrán, Jocsán, Medán, Madián, Jesboc y Sue.[24]
Abraham murió a los ciento setenta y cinco años de edad. La leyenda judía dice que iba a vivir ciento ochenta años, pero que Dios a propósito acabó con su vida porque sintió que Abraham no necesitaba pasar por el dolor de ver los perversos hechos de su nieto Esaú. Fue enterrado por sus hijos Isaac (de unos setenta y seis años de edad) e Ismael (de unos ochenta y nueve años), en la caverna de los Patriarcas (también conocida como la caverna de Macpela), que es donde había depositado los restos de su amada Sara.[25]

Significado

Abraham es considerado el padre y fundador del judaísmo. Jacob, hijo de Isaac, tuvo 12 hijos que fundaron las Doce Tribus de Israel, uno de los cuales fue Judá. Los israelitas consideraban descendientes de Judá al Rey David y el Rey Salomón. Los cristianos y los musulmanes lo consideran el padre de los creyentes.
Algunos autores[cita requerida] dudan de si en la tradición más antigua de este personaje se le atribuía una creencia monoteísta, dada la abundancia de nombres, algunos compuestos, que acompañan al de Yahvé. De hecho, los antiguos israelitas (antes del Cisma que acabó con la unidad de la nación) eran henoteístas. Las tradiciones más antiguas acerca de Abraham (que más o menos comenzarían a ser escritas en tiempos de Salomón) bien podrían haberlo considerado padre del henoteísmo en vez del monoteísmo. No sería sino hasta las reformas religiosas - alentadas por ciertos profetas de Yahvé y algunos reyes del Reino del Sur, Judá - cuando se reinterpretaría la tradición acerca de Abraham.

Referencias

  1. Jump up Cf. Hans Küng, El judaísmo. Pasado, presente y futuro, Círculo de Lectores, Barcelona, 1994, págs. 26 y ss.
  2. Jump up Se asume generalmente que Ur Casdim es el lugar de nacimiento de Abraham; pero no está comprobado y podría ser una semejanza de topónimos, por cuanto el texto del Génesis no lo afirma explícitamente, pero se da por aceptado por eruditos geógrafos que su nacimiento fue en Ur de Caldea, debido a los lugares que tuvo que atravesar para viajar, más tarde, desde su lugar de nacimiento.
  3. Jump up Génesis 11:27-11:31
  4. Jump up La orden de abandonar la tierra de su nacimiento crea una anomalía: si Ur Casdim es la tierra del nacimiento de Abraham, ya la había dejado.
  5. Jump up
    "Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra".
    Génesis 12,1-3
  6. Jump up Génesis 12:1-9
  7. Jump up Génesis 12:9-10
  8. Jump up Génesis 20
  9. Jump up Génesis 13
  10. Jump up Génesis 14
  11. Jump up Génesis 16
  12. Jump up to: a b Génesis 17
  13. Jump up Génesis 18-19
  14. Jump up Génesis 21:22-34
  15. Jump up Gn, 12:1-7.
  16. Jump up Gn, 13:14-17.
  17. Jump up Gn, 15.
  18. Jump up Gn, 27.
  19. Jump up Gn, 48:3-4.
  20. Jump up Gn, 48:17-19.
  21. Jump up 1.er Libro de las Crónicas, 5:1-2. Con todo, los efraimitas fueron derrotados por los asirios en el año 722 a.C. y dispersados por todo el Imperio Asirio, por lo que su identidad hoy se ha perdido. Muchos grupos han intentado reclamar dicha identidad y la mayor parte de estos grupos están en América, Gran Bretaña y Australia, es decir, lugares que no se corresponden con los especificados en el pacto con Abraham. Véase Israelismo británico.
  22. Jump up Génesis 22
  23. Jump up Génesis 23-24
  24. Jump up Génesis 25:1-6
  25. Jump up Génesis 25:9 y Génesis 23:19

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Benedicto XVI: La oración según el Patriarca Abraham

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 18 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- A continuación ofrecemos la catequesis que el Papa Benedicto XVI ha dirigido a los peregrinos y fieles provenientes de Italia y de todo el mundo, recibiéndolos en audiencia en la Plaza de San Pedro. Dicha catequesis forma parte del ya iniciado ciclo sobre la oración.


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Queridos hermanos y hermanas,
en las dos últimas catequesis hemos reflexionado sobre la oración como fenómeno universal, que -incluso de distintas formas- está presente en las culturas de todas las épocas. Hoy, sin embargo, querría comenzar un recorrido bíblico sobre este tema, que nos conducirá a profundizar en el diálogo de alianza entre Dios y el hombre, que anima la historia de salvación, hasta su culmen, la palabra definitiva que es Jesucristo. Este camino nos hará detenernos en algunos textos importantes y figuras paradigmáticas del Antiguo y Nuevo Testamento. Será Abraham, el gran Patriarca, padre de todos los creyentes (cfr Rm 4,11-12.16-17), el que nos ofrece el primer ejemplo de oración, en el episodio de intercesión por la ciudad de Sodoma y Gomorra. Y quisiera invitaros a aprovechar el recorrido que haremos en las próximas catequesis para aprender a conocer mejor la Biblia, que espero que tengáis en vuestras casas, y, durante la semana, deteneros a leerla y meditarla en la oración, para conocer la maravillosa historia de la relación entre Dios y el hombre, entre el Dios que se comunica con nosotros y el hombre que responde, que reza.
El primer texto sobre el que vamos a reflexionar, se encuentra en el capítulo 18 del Libro del Génesis; se cuenta que la maldad de los habitantes de Sodoma y Gomorra estaba llegando a su cima, tanto que era necesaria una intervención de Dios para realizar un gran acto de justicia y frenar el mal destruyendo aquellas ciudades. Aquí interviene Abraham con su oración de intercesión. Dios decide revelarle lo que le va a suceder y le hace conocer la gravedad del mal y sus terribles consecuencias, porque Abraham es su elegido, elegido para construir un gran pueblo y hacer que todo el mundo alcance la bendición divina. La suya es una misión de salvación, que debe responder al pecado que ha invadido la realidad del hombre; a través de él, el Señor quiere llevar a la humanidad a la fe, a la obediencia, a la justicia. Y entonces, este amigo de Dios se abre a la realidad y a las necesidades del mundo, reza por los que están a punto de ser castigados y pide que sean salvados.
Abraham afronta enseguida el problema en toda su gravedad, y dice al Señor: “Entonces Abraham se le acercó y le dijo: «¿Así que vas a exterminar al justo junto con el culpable? Tal vez haya en la ciudad cincuenta justos. ¿Y tú vas a arrasar ese lugar, en vez de perdonarlo por amor a los cincuenta justos que hay en él? ¡Lejos de ti hacer semejante cosa! ¡Matar al justo juntamente con el culpable, haciendo que los dos corran la misma suerte! ¡Lejos de ti! ¿Acaso el Juez de toda la tierra no va a hacer justicia?” (vv. 23-25). Con estas palabras, con gran valentía, Abraham plantea a Dios la necesidad de evitar la justicia sumaria: si la ciudad es culpable, es justo condenar el crimen e infligir la pena, pero -afirma el gran Patriarca- sería injusto castigar de modo indiscriminado a todos los habitantes. Si en la ciudad hay inocentes, estos no pueden ser tratados como culpables. Dios, que es un juez justo, no puede actuar así, dice Abraham, justamente, a Dios.
Si leemos, más atentamente el texto, nos damos cuenta de que la petición de Abraham es todavía más seria y profunda, porque no se limita a pedir la salvación para los inocentes. Abraham pide el perdón para toda la ciudad y lo hace apelando a la justicia de Dios; dice, de hecho, al Señor: “Y tú vas a arrasar ese lugar, en vez de perdonarlo por amor a los cincuenta justos que hay en él?” (v. 24b). De esta manera pone en juego una nueva idea de justicia: no la que se limita a castigar a los culpables, como hacen los hombres, sino una justicia distinta, divina, que busca el bien y lo crea a través del perdón que transforma al pecador, lo convierte y lo salva. Con su oración, por tanto, Abraham no invoca una justicia meramente retributiva, sino una intervención de salvación que, teniendo en cuenta a los inocentes, libera de la culpa también a los impíos, perdonándoles. El pensamiento de Abraham, que parece casi paradójico, se podría resumir así: obviamente no se pueden tratar a los inocentes como a los culpables, esto sería injusto, es necesario, sin embargo, tratar a los culpables como a los inocentes, realizando un acto de justicia “superior”, ofreciéndoles una posibilidad de salvación, por que si los malhechores aceptan el perdón de Dios y confiesan su culpa, dejándose salvar, no continuarán haciendo el mal, se convertirán estos, también, en justos, sin necesitar nunca más ser castigados.
Es esta la petición de justicia que Abraham expresa en su intercesión, una petición que se basa en la certeza de que el Señor es misericordioso. Abraham no pide a Dios una cosa contraria a su esencia, llama a la puerta del corazón de Dios conociendo su verdadera voluntad. Ya que Sodoma es una gran ciudad, cincuenta justos parecen poca cosa, pero la justicia de Dios y su perdón ¿no son quizás la manifestación de la fuerza del bien, aunque si parece más pequeño y más débil que el mal? La destrucción de Sodoma debía frenar el mal presente en la ciudad, pero Abraham sabe que Dios tiene otro modos y medios para poner freno a la difusión del mal. Es el perdón el que interrumpe la espiral de pecado, y Abraham, en su diálogo con Dios, apela exactamente a esto. Y cuando el Señor acepta perdonar a la ciudad si encuentra cincuenta justos, su oración de intercesión comienza a descender hacia los abismos de la misericordia divina. Abraham -como recordamos- hace disminuir progresivamente el número de los inocentes necesarios para la salvación: si no son cincuenta, podrían ser cuarenta y cinco, y así hacia abajo, hasta llegar a diez, continuando con su súplica, que se hace audaz en las insistencia: “Quizá no sean más de cuarenta..treinta... veinte... diez” (cfr vv. 29, 30, 31, 32), y según es más pequeño el número, más grande se revela y se manifiesta la misericordia de Dios, que escucha con paciencia la oración, la acoge y repite después de cada súplica: “perdonaré... no la destruiré... no lo haré” (cfr vv. 26.28.29.30.31.32).
Así, por la intercesión de Abraham, Sodoma podrá ser salvada, si en ella se encuentran tan sólo diez inocentes. Esta es la potencia de la oración. Porque a través de la intercesión, la oración a Dios por la salvación de los demás, se manifiesta y se expresa el deseo de salvación que Dios tiene siempre hacia el hombre pecador. El mal, de hecho, no puede ser aceptado, debe ser señalado y destruido a través del castigo: la destrucción de Sodoma tenía esta intención. Pero el Señor no quiere la muerte del malvado, sino que se convierta y que viva (cfr Ez 18,23; 33,11); su deseo es perdonar siempre, salvar, dar la vida, transformar el mal en bien. Si bien, precisamente es este deseo divino el que, en la oración se convierte en el deseo del hombre y se expresa a través de las palabras de intercesión. Con su súplica, Abraham está prestando su propia voz, pero también su propio corazón, a la voluntad divina: el deseo de Dios es misericordia, amor y voluntad de salvación, y este deseo de Dios ha encontrado en Abraham y en su oración la posibilidad de manifestarse en modo concreto en en la historia de los hombres, para estar presente donde hay necesidad de gracia. Con la voz de su oración, Abraham está dando voz al deseo de Dios, que no es el de destruir, sino el de salvar a Sodoma, dar vida al pecador convertido.
Y esto es lo que el Señor quiere, y su diálogo con Abraham es una prolongada e inequívoca manifestación de su amor misericordioso. La necesidad de encontrar hombres justos en la ciudad se vuelve cada vez más, en menos exigente y al final sólo bastan diez para salvar a la totalidad de la población. Por qué motivo Abraham se detuvo en diez, no lo dice el texto. Quizás es un número que indica un núcleo comunitario mínimo (todavía hoy, diez personas, constituyen el quorum necesario para la oración pública hebrea). De todas maneras, se trata de un número exiguo, una pequeña parcela del bien para salvar a un gran mal. Pero ni siquiera diez justos se encontraban en Sodoma y Gomorra, y las ciudades fueron destruidas. Una destrucción paradójicamente necesaria por la oración de intercesión de Abraham. Porque precisamente esa oración ha revelado la voluntad salvífica de Dios: el Señor estaba dispuesto a perdonar, deseaba hacerlo, pero las ciudades estaban encerradas en un mal total y paralizante, sin tener unos pocos inocentes desde donde comenzar a transformar el mal en bien.
Porque es este el camino de salvación que también Abraham pedía: ser salvados no quiere decir simplemente escapar del castigo, sino ser liberados del mal que nos habita. No es el castigo el que debe ser eliminado, sino el pecado, ese rechazo a Dios y del amor que lleva en sí el castigo. Dirá el profeta Jeremías al pueblo rebelde: “¡Que tu propia maldad te corrija y tus apostasías te sirvan de escarmiento! Reconoce, entonces, y mira qué cosa tan mala y amarga es abandonar al Señor, tu Dios” (Jer 2,19). Es de esta tristeza y amargura de donde el Señor quiere salvar al hombre liberándolo del pecado. Pero es necesaria una transformación desde el interior, una pizca de bien, un comienzo desde donde partir para cambiar el mal en bien, el odio en amor, la venganza en perdón. Por esto los justos tenían que estar dentro de la ciudad, y Abraham continuamente repite: “Quizás allí se encuentren...” “allí”: es dentro de la realidad enferma donde tiene que estar ese germen de bien que puede resanar y devolver la vida. Y una palabra dirigida también a nosotros: que en nuestras ciudades haya un germen de bien, que hagamos lo necesario para que no sean sólo diez justos, para conseguir realmente, hacer vivir y sobrevivir a nuestras ciudades y para salvarlas de esta amargura interior que es la ausencia de Dios. Y en la realidad enferma de Sodoma y Gomorra aquel germen de bien no estaba.
Pero la misericordia de Dios en la historia de su pueblo se amplía más tarde. Si para salvar Sodoma eran necesarios diez justos, el profeta Jeremías dirá, en nombre del Omnipotente, que basta sólo un justo para salvar Jerusalén: “Recorred las calles de Jerusalén, mirad e informaos bien; buscad por sus plazas a ver si encontráis un hombre, si hay alguien que practique el derecho, que busque la verdad y yo perdonaré a la ciudad” (Jer 5,1). El número ha bajado aún más, la bondad de Dios se muestra aún más grande. -y ni siquiera esto basta, la sobreabundante misericordia de Dios no encuentra la respuesta del bien que busca, y Jerusalén cae bajo asedio de los enemigos. Será necesario que Dios se convierta en ese justo. Y este es el misterio de la Encarnación: para garantizar un justo, Él mismo se hace hombre. El justo estará siempre porque es Él: es necesario que Dios mismo se convierta en ese justo. El infinito y sorprendente amor divino será manifestado en su plenitud cuando el Hijo de Dios se hace hombre, el Justo definitivo, el perfecto Inocente, que llevará la salvación al mundo entero muriendo en la cruz, perdonando e intercediendo por quienes “no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Entonces la oración de todo hombre encontrará su respuesta , entonces todas nuestras intercesiones serán plenamente escuchadas.
Queridos hermanos y hermanas, la súplica de Abraham, nuestro padre en la fe, nos enseñe a abrir cada vez más, el corazón a la misericordia sobreabundante de Dios, para que en la oración cotidiana sepamos desear la salvación de la humanidad y pedirla con perseverancia y con confianza al Señor que es grande en el amor. Gracias.

Abraham, nuestro padre en la fe.
 

                           
El santo patriarca Abraham es el padre del pueblo escogido por Dios; en él comienza la historia de la intervención amorosa de Dios para la salvación de la humanidad entera de las tremendas consecuencias del pecado original cometido por nuestros primeros padres Adán y Eva.
Su nombre era Abrám y procedía de la ciudad de Ur de Caldea, situada a la derecha del río Eúfrates, en donde se adoraba a la luna bajo el nombre de diosa “Sim”
El Señor se fijó en Abrám de un modo muy especial y le eligió para realizar una misión importantísima. Todo empezó un día cuando le dijo estas palabras: “Sal de tu tierra, de la casa de tu padre y de tus parientes, y ve a una tierra que yo te mostraré. Yo te haré padre de un gran pueblo, te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y serán bendecidas en ti todas las familias de la tierra”
Abrám, obedeciendo a Dios, tomó a su mujer que se llamaba Sarai y a su sobrino que se llamaba Lot, así como al resto de su familia y todos sus rebaños y ganado. Salieron para la tierra de Canaán, muy lejos de donde él vivía. Cuando llegaron, dijo Dios a Abrám: “Esta es la tierra que daré a tus descendientes”
Pero un hambre muy grande en aquel lugar obligó a Abrám a marchar a Egipto, en donde consiguió mejorar en ganado y riquezas. Luego regresó a Canaán y dio gracias a Dios.
Su sobrino Lot también se había enriquecido en Egipto e igualmente tenía rebaños, ganado y tiendas.
Se dieron cuenta Abrám y Lot de que no podían vivir juntos por ser mucha su hacienda, así que acordaron repartirse el territorio. Abrám, generosamente, dejó que Lot eligiera primero y este escogió lo que a primera vista parecía mejor: toda la vega del Jordán que era fértil como el Paraíso. Abrám se dirigió hacia el lado contrario.
Lot asentó su campamento cerca de la ciudad de Sodoma, cuyos habitantes eran muy malos y pecadores ante Dios.
Después, dijo Dios a Abrám: “Alza tus ojos desde donde estás y mira hacia todas partes. Toda esa tierra que ves te la daré yo a ti y a tu descendencia para siempre, y haré tu descendencia tan incontable como el polvo de la tierra” Y Abrám creyó en El Señor y se instaló allí agradecido a Dios por esta gran promesa.
Pero los reyes de otros pueblos cercanos presentaron batalla contra los reyes de Sodoma y Gomorra, los cuales fueron vencidos fácilmente. También Lot fue hecho prisionero con todos sus bienes. Cuando Abrám se enteró, reunió enseguida a todos los hombres a su servicio capaces de luchar con la espada y consiguió trescientos dieciocho hombres, saliendo al rescate de su querido sobrino. Pronto los encontró y, esperando que llegara la noche, ordenó el ataque y los cogió por sorpresa logrando rescatar a Lot con todos sus bienes y con su familia. Al regresar triunfante, le salieron al encuentro para felicitarle el rey de Sodoma y el rey de Salem —la futura Jerusalén— , que era sacerdote y se llamaba Melquisedec; este realizó una ofrenda de pan y vino al Señor en acción de gracias, y bendijo a Abrám diciendo: “Bendito Abrám del Dios altísimo, el Dueño de los cielos y la tierra, y bendito el Dios altísimo que te ha dado la victoria” Abrám, agradecido a Dios, entregó a este sacerdote la décima parte del botín que había conseguido con esta victoria.
Sumo Sacerdote MelquisedecEn las lecturas de La Santa Misa se recuerda la ofrenda de Melquisedec cuando el sacerdote ofrece el pan y el vino que serán el cuerpo y la sangre de Cristo.
Como Abrám, más adelante el pueblo de Israel, tomaría la costumbre de ofrecer a Dios una parte del botín obtenido tras las batallas victoriosas.
Después habló Dios a Abrám en otra visión y le dijo: “No temas Abrám; yo soy tu escudo; tu recompensa será muy grande” Abrám le contestó: “¿Qué vas a darme Señor? No tengo hijos que puedan heredar mis bienes; serán mis criados quienes reciban la herencia” Pero enseguida Dios lo sacó fuera en la noche y le dijo: “Mira al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas; así de numerosa será tu descendencia” Y Abrám creyó.
Al ver Sarai, la mujer de Abrám, que no tenía hijos le dijo un día: “Como Dios me ha hecho estéril toma a mi esclava egipcia, Agar, a ver si por medio de ella puedo tener hijos” Abrám así lo hizo y Agar concibió un hijo en su seno. Orgullosa, miraba con desprecio a su ama Sarai, pero esta se lo manifestó a Abrám el cual le dio permiso para que la corrigiera.
En aquellos tiempos tan antiguos, Dios permitía que si uno no tenía hijos, pudiera tomar a una esclava para asegurar su descendencia, pero la verdadera mujer seguía siendo la primera. Hoy no podemos admitir que haya esclavos porque Jesucristo nos enseñó que todos los hombres somos hijos de Dios, e iguales en dignidad.
Agar fue corregida por Sarai, pero se molestó muchísimo y huyó al desierto. Allí un ángel del Señor se le apareció y le dijo: “Vuélvete a tu señora y humíllate bajo su mano, Yo multiplicaré tu descendencia que por lo numerosa no podrá contarse. Tendrás un hijo y le llamarás Ismael”
Más adelante, Dios dijo a Abrám que no solo le haría padre de un pueblo, sino de una muchedumbre de pueblos, y le cambió el nombre de Abrám, que significa “mi Dios es excelso” por el de Abraham, que significa “padre de la muchedumbre” El Señor le dijo también: “Yo establezco contigo y con tus descendientes mi pacto eterno de ser vuestro Dios, y os daré en posesión para siempre, este país, la tierra de Canaán. Tú y tu descendencia guardad mi pacto: circuncidad todo varón y esa será la señal de mi pacto entre Mí y vosotros”.
Desde entonces la circuncisión quedó como la señal externa de pertenencia al pueblo escogido por Dios (Israel).
Y añadió: “Y Sarai, tu mujer, se llamará Sara, pues la bendeciré y te daré de ella un hijo a quien llamarás Isaac. También bendeciré a Ismael, el hijo de la esclava Agar y a sus descendientes, pero mi pacto lo estableceré con Isaac, el que te nacerá de Sara el año que viene por este tiempo”.
Ismael cuando fue mayor tomó por mujer a una egipcia y tuvo 12 hijos.
Otro día en que estaba Abraham sentado a la puerta de su tienda se le apareció Dios en forma de tres personajes varones que se detuvieron delante de él. Uno de ellos era Dios y los otros eran dos ángeles. Abraham se postró ante ellos e hizo preparar una comida digna de tan honorables huéspedes, y se sentó con ellos mientras comían. Entonces Dios le recordó que su mujer, Sara, tendría un hijo para el año siguiente. Pero Sara, que estaba dentro de la tienda oyendo la conversación, se rió porque pensaba que eso para ella era imposible pues era bastante vieja. Dios preguntó a Abraham: “¿Por qué se ha reído Sara? ¿Hay algo imposible para Mí?” Sara temerosa dijo: “No me he reído” Pero Dios le dijo: “Sí te has reído” (a Dios no se le puede engañar porque lo sabe todo).
Después, los visitantes se dirigieron hacia Sodoma y Abraham quiso acompañarles un trecho.
Cuando se acercaban a Sodoma le dijo Dios: “El clamor de Sodoma y Gomorra ha crecido mucho y su pecado se ha hecho extremadamente grave, voy a bajar para comprobar si sus obras son tan malas y es cierto este clamor que ha llegado hasta mí”
Los dos ángeles se encaminaron a Sodoma mientras Abraham permanecía de pié delante de Dios que esperaba. Entonces, temiendo que Dios enviara un terrible castigo a estas ciudades, se atrevió a preguntarle: “¿Pero vas a exterminar a la vez al justo con el malvado? Si hubiera 50 justos en la ciudad ¿no perdonarías al lugar por los 50 justos? Lejos de ti obrar así, matar al justo con el malvado y tratar a los dos igual. El juez de toda la tierra ¿no va a hacer justicia?”
Y le dijo Dios: “Si encuentro 50 justos en Sodoma perdonaría por ellos a todo el lugar”
Prosiguió Abraham y dijo: “No te enojes mi Señor, si de los 50 justos faltaran 5 ¿destruirías la ciudad?”
Y le contestó: “No la destruiría si hallo 45 justos”
Insistió Abraham todavía y dijo: “¿Y si se hallasen allí 40?”
Contestó Dios: “”También lo haría por 40”
Volvió a insistir Abraham:” No te incomodes, Señor, si hablo todavía: “¿Y si se hallasen allí 30 justos?”
Dios repuso: “Tampoco lo haría si se hallasen 30”
Volvió a insistir: “Señor, ya que comencé: ¿y si hubiera 20 justos?”
“No lo destruiría por los 20”
Abraham bajó todavía más hasta llegar a 10, pero no había ni 10 justos en aquellas ciudades.
Vocabulario
Botín: Despojo que se concedía a los soldados tras la victoria
Clamor: Grito, voz, queja.
Concebir: Engendrar en su vientre
Excelso: Muy elevado, muy alto.
Hacienda: Conjunto de bienes y riquezas que tiene una persona.
Heredar: Recibir los bienes y derechos que pertenecían a los padres o a otras personas.
Huésped: Persona que es recibida o alojada en una casa ajena.
Humillarse: Someterse a otro.
Muchedumbre: Abundancia, multitud de personas.
Pacto: Compromiso, alianza entre personas.
Patriarca: Padre venerable de una gran familia
Vega: Tierra baja bien regada y fértil.
Para la catequesis
  • ¿Qué virtudes aprecias en Abraham?: (La fe: Cree siempre en lo que le dice Dios. La obediencia: Hace lo que Dios le pide. La generosidad: Deja lo mejor para su sobrino Lot. La valentía: Acude al rescate de su sobrino Lot arriesgando su vida y la de sus hombres. La compasión: Pide misericordia para Sodoma…)

Abrahám 
Etim: "El padre es excelso" o "El ama al padre"
Patriarca arameo a quien Dios invita a salir de su tierra, familia y cultura (Gén 12). Su obediencia lo convierte en padre del pueblo hebreo y de los creyentes (Gén 12-16). El Génesis destaca su fidelidad cuando Dios le pide que sacrifique a su único hijo y él obedece a pesar de la dificultad de la orden que no comprende, por lo que la tradición lo llama "amigo de Dios" (Gén 22; Is 41, 8; Gàl 3, 6-29; St 2,23). 
El patriarca es el modelo de una humanidad nueva, obediente, fiel a Dios y capaz de transmitir la bendición que Dios da a la humanidad, por lo que también se le llama "justo" (Gén 15, 6; Rom 4, 3; Gàl 3, 6; St 2, 23).
Es reconocido como padre por todas las religiones monoteístas: judíos, cristianos, musulmanes.
 
 


 

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