jueves, 10 de octubre de 2013

Abercio de Hierápolis, Santo


Obispo, 22 Octubre
 
Abercio de Hierápolis, Santo
Abercio de Hierápolis, Santo

Obispo
Octubre 22



Algunos que sólo ven lo que ven tienen la manía de poner en tela de juicio todo aquello que escapa a su visión y así les va por la vida; no ven más allá de sus narices y se pasan el tiempo mostrando una aversión malsana contra todo lo que no pueden experimentar, pesar, medir, tocar, meter bajo la lente del microscopio, o aplicar la prueba del carbono 14. Se podría decir que son unos desconfiados.

Si tengo que hablar de cómo se comportan con la Iglesia, afirmo que son terribles, implacables. Y es que según su modo de pensar (dicen que no hay realidad que no pueda explicarse por la razón), acaban sin llegar a conocerla de modo completo, ya que ella es sobrenatural en su comienzo, en su misión, en sus medios, y en su fin. ¡Cómo se va a explicar al Espíritu Santo y toda su acción con la limitada cabeza de los hombres! A lo más que llegan es a dar una visión parcial -por tanto equivocada y errónea- de la Iglesia que se ve: dirán que es un grupo filantrópico, o un club de ingenuos que se dejan engañar, una rama de discapacitados a punto de extinguirse, cuando no un grupo de presión al servicio de no se sabe qué fuerzas políticas o intereses de los hombres.

Al toparse con la realidad de los santos se pierden, porque algunas de las reacciones de estos hombres y mujeres, sus modos de vivir, incluso esas realidades que se llaman milagros que algunos de ellos hicieron, son imposibles de encorsetarse dentro de los moldes comunes con los que uno de ordinario se maneja. No tienen remedio. Y mira que los veinte siglos que se les lleva de delantera por el mundo podía ser ya una razón que les diera garantía. Pero no les valen las razones. Esta casta de sabihondos racionalistas los hubo antes y los hay ahora. No aprenden.

Dicen que valoran la razón y, a veces, lo que termina por suceder es que, en su empecinamiento, acaban por decidir en contra de la misma razón.

Y si no, veamos lo que pasó con San Abercio.

Fue un Obispo de Hierápolis en la segunda mitad del siglo II y comienzos del III. Allí desempeñó su misión de pastoreo de sus fieles, aunque trotó algo por el mundo también. Fue tan celoso de los intereses de Dios y tan enamorado del bien para los hombres, que Dios lo utilizó como un apto instrumento evangelizador para transmitir fidelísimamente la doctrina de Jesucristo. Resulta que a Dios le pareció conveniente para los hombres hacer, a través del santo obispo de Hierápolis, obras a su medida, que lógicamente no son explicables para la inteligencia humana sin recurrir a la fuerza de Dios. Como refieren las memorias que San Abercio hizo algunos de esos milagros y los racionalistas no supieron encontrar una explicación a la medida humana, no sólo negaron los milagros afirmando que era una invención, sino que llegaron incluso a negar la existencia de San Abercio. Y total, porque se enfrentó públicamente contra los cultos idolátricos, destrozó los ídolos y salió ileso de su acción cosa que provocó la catequezación y bautismo de muchos; porque dio la vista instantáneamente a una matrona ciega llamada Frigela; porque curó a cantidad de enfermos y lisiados que recurrían a él en demanda de auxilio a entremedias de sus catequesis y porque, sobre todo, expulsaba exitosamente y con relativa frecuencia al demonio de los posesos, entre ellos a la mismísima hija del emperador.

Todo esto les pareció demasiado; a falta de pruebas fehacientes después de dieciséis siglos, dijeron que ni siquiera existió San Abercio, se mofaron de la Iglesia y descansaron tan tranquilos hinchados de razones.

¡Qué lástima —para ellos- que la arqueología de finales del siglo XIX, justo por W. M. Ramsay, haya descubierto cerca de Esmirna y en el lugar del emplazamiento de la antigua Hierápolis la tumba de un tal Abercio, obispo de Hierápolis, cuyo epitafio grabado en piedra y en griego resume la historia del santo!


San Abercio de Hierópolis, obispo
fecha: 22 de octubre
†: s. III
otras formas del nombre: Abericus Marcellus
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Hierópolis, ciudad de Frigia, san Abercio, obispo, discípulo de Cristo, buen Pastor, del cual se cuenta que peregrinó por diversas regiones anunciando la fe, siendo alimentado con un místico manjar.

En el siglo II, vivía en la Frigia Salutaris cierto Abercio Marcelo, que era obispo de Hierópolis. A los setenta y dos años de edad, hizo una peregrinación a Roma y al regreso, pasó por Siria, por Mesopotamia y visitó Nísibis. En todas partes encontró cristianos fervorosos, que habían sido purificados por el bautismo y se nutrían del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Cuando volvió a Frigia, se construyó un sepulcro en el que mandó colocar una inscripción en la que se relataba con términos simbólicos e ininteligibles para los no cristianos, el viaje que había hecho a Roma para «contemplar la majestad» del Pastor universal y omnividente (es decir, de Cristo).

Un hagiógrafo griego, interpretando esa inscripción a su modo, escribió una «biografía» de san Abercio. Según esa ingeniosa narración, el santo obispo convirtió con su predicación y milagros a tantas personas, que se le dio el título de «equiapostolico» (igual de los Apóstoles). Su fama llegó a oídos del emperador Marco Aurelio, quien le mandó llamar a Roma, pues su hija Lucila estaba endemoniada (de esa forma, la simbólica «reina vestida de oro», mencionada en el epitafio se convierte en la hija del emperador). San Abercio exorcizó con éxito a la joven y ordenó al demonio que trasportase desde el hipódromo romano hasta su ciudad episcopal la piedra de un altar, para emplearla en la construcción de su sepulcro. El autor de la biografía tomó algunos episodios de la vida de otros santos y presentó en el apéndice de su obra el original de la inscripción de Abercio.

Con el tiempo la inscripción en piedra cayó en el olvido, y los historiadores consideraban el contenido de la inscripción -sólo conocido por la «biografía», con la misma desconfianza que a la biografía de la que formaba parte, hasta que en 1822, el arqueólogo inglés W. M. Ramsey descubrió en Kelendres, cerca de Simula, una inscripción fechada el año 216. Era el epitafio de un tal Alejandro, Hijo de Antonio; pero los primeros y los últimos versos eran prácticamente una transcripción de los de la inscripción de Abercio. El año siguiente, Ramsey descubrió en los muros de las termas de Hierópolis otros fragmentos que completaban casi en su totalidad la parte del epitafio de Abercio que faltaba en la primera piedra, y que se podía cotejar gracias a la transcripción del biógrafo. Con esas dos inscripciones y al texto de la biografía de san Abercio, se consiguió completar una inscripción de gran valor, ya que refleja el lenguaje y las creencias cristianas de tan temprana época. Sin embargo, no todos los historiadores admitían que Abercio fuese cristiano, ya que el lenguaje que utiliza, como se verá, es muy simbólico y oscuro; interpretando los símbolos de la inscripción en forma muy subjetiva, algunos llegaban a decir que había sido un sacerdote de Cibeles o de otro culto sincretista. Finalmente, al cabo de innumerables investigaciones, se llegó a la conclusión de que el Abercio de la inscripción había sido realmente un obispo cristiano. El nombre de Abercio figura en la liturgia griega desde el siglo X; también se halla en el Martirologio Romano actual, aunque por mucho tiempo se lo tuvo por obispo de Hierápolis (sede de san Papías) en vez de Hierópolis, que es la correcta. Este último error procede de la biografía griega arriba mencionada.

Éste es el texto del epitafio, y no es menor memoria del santo leerlo precisamente en su día. Téngase presente que dos símbolos cristianos que ahora son importantes pero accesorios al símbolo central de la cruz, eran, sin embargo, dos elementos muchísimo más difundidos en los primeros siglos: la imagen de Jesús como Buen Pastor, y la palabra «pez» para referirse a Cristo o a nuestra fe, que en griego es un anagrama del anuncio cristiano; efectivamente en griego pez, ichthys, contiene el anagrama de Iesoús CHristós THeoú Yiós Soter (Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, el Salvador):


Yo, ciudadano de una ciudad distinguida, hice este monumento
en vida, para tener aquí a tiempo un lugar para mi cuerpo.
Me llamo Abercio, soy discípulo del pastor casto
que apacienta sus rebaños de ovejas por montes y campos,
que tiene los ojos grandes que miran a todas partes.
Este es, pues, el que me enseñó... escrituras fieles.
El que me envió a Roma a contemplar la majestad soberana
y a ver a una reina de áurea veste y sandalias de oro.
Allí vi a un pueblo que tenía un sello resplandeciente.
Y vi la llanura de Siria y todas las ciudades, y Nísibe
después de atravesar el Eufrates; en todas partes hallé colegas,
teniendo por compañero a Pablo, en todas partes me guiaba la fe
y en todas partes me servía en comida el pez del manantial,
muy grande, puro, que cogía una virgen casta
y lo daba siempre a comer a los amigos,
teniendo un vino delicioso y dando mezcla de vino y agua con pan.
Yo, Abercio, estando presente, dicté estas cosas para que aquí se escribiesen,
a los setenta y dos años de edad.
Quien entienda estas cosas y sienta de la misma manera, ruegue por Abercio.
Nadie ponga otro túmulo sobre el mío.
De lo contrario pagará dos mil monedas de oro al tesoro romano
y mil a mi querida patria Hierópolis.


Existe una literatura muy abundante acerca de las inscripciones descubiertas por Ramsey en Hierópolis, que dicho arqueólogo regaló al Museo de Letrán. Pero las discusiones han añadido muy poco a la interpretación del obispo anglicano Linghfoot, quien analizó la inscripción con seguro instinto de arqueólogo en Ignatius and Polycarp, vol. I (1885). En la Catholic Encyclopedia, Vol 1, s.v. «Abercius, inscription of», H. Lecrercq publicó un análisis del texto, presentando el griego original, y separando lo que proviene de las lápidas de lo que fue reconstruido con ayuda de la biografía mencionada, así como una traducción al inglés. Por lo que se refiere a la vida de Abercio, T. Nissen hizo una edición crítica de las dos biografías griegas más antiguas, en S. Abercii Vita (1912); aunque los textos carecen de valor histórico, contienen ciertos datos geográficos de importancia, así como algunas citas muy curiosas de Bardesanes. Puede leerse un estudio académico (en italiano) de los elementos cristianos de la inscripción en un pdf reproducido por la Universidad Complutense de Madrid. La traducción y algunos aspectos bien explicados del texto en el blog El testamento del Pescador. La imagen que acompaña al texto es de la copia del epitafio que se exhibe en el Museo della civiltà romana a Roma, sala 15; el original se conserva en la actualidad en el Museo Lateranense de Roma; una reproducción en mayor resolución de esta misma foto puede verse en Wikimedia Commons. El presente artículo incorpora en su totalidad, con escasos cambios, el artículo del Butler-Guinea y parte de su bibliografía; el texto del epitafio así como la webgrafía se han añadido.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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