domingo, 27 de octubre de 2013

Abba Macario de Escete, Maestro de oración



 


Cuando se habla de Macario como el “fundador del desierto de Escete”, esto no quiere decir necesariamente que haya sido en sentido cronológico el primer eremita en establecerse, pero sí que ha atraído a sí – como Antonio en Pispir- una multitud de discípulos.

En los alrededores de Escete habían ciertamente, antes de la llegada de Macario, muchos eremitas que vivían en aquel lugar. Un día Macario descubre a dos.

Una vuelta Macario el Egipcio vino al Escete sobre el monte de Nitria para participar de la eucaristía celebrada por abba Pambo. Le dijeron los ancianos: “Padre, di una palabra a los hermanos”. Y él dijo: “Hasta ahora yo no me he convertido en un monje, pero he visto algunos monjes. Una vez estaba en mi celda en Escete y los pensamientos comenzaron a importunarme diciendo: ‘¡Ve al desierto y observa lo que verás allí!’ Combatí el pensamiento durante cinco años diciendo: ‘Quizás venga de los demonios’, pero como el pensamiento persistía, fui al desierto y allí encontré un lago con una isla en el medio y las bestias del desierto iban a beber allí. Y en medio de ellas vi dos hombres desnudos. Mi cuerpo comenzó a temblar porque pensaba que eran espíritus. Aquellos, viéndome asustado me dijeron: ‘No te asustes, nosotros somos hombres’. Les pregunté: ‘¿de dónde venías? ¿cómo has llegado a este desierto?’ Dijeron: ‘Venimos de un cenobio y estuvimos de acuerdo en salir y venir aquí hace cuarenta años. Somos uno egipcio y el otro libio. También ellos me hicieron preguntas: ¿cómo va el mundo? ¿Desciende la lluvia en el tiempo debido? ¿Goza el mundo de la usual abundancia?’. Les respondí: ‘Sí’, y a su vez les pregunté: ‘¿cómo puedo convertirme en monje?’ Me dijeron: ‘Si uno no renuncia a todas las cosas del mundo, no puede volverse monje’. Les dije: ‘yo soy débil y no puedo vivir como ustedes’. Y me dijeron: ‘si no puedes vivir como nosotros permanece en tu celda y llora tus pecados’. Les pregunté: ‘Cuando llega el invierno, ¿no tienen frío? Y cuando viene el verano, ¿no arde vuestro cuerpo?’ Respondieron: ‘Dios ha dispuesto esto para nosotros: en el invierno no tenemos frío, y en el verano el calor no nos hace daño’. Por esto – concluía abba Macario- he dicho que no me he convertido aún en un monje, pero que he visto algunos monjes. Perdonadme, hermanos”. [1]

A parte del poco tiempo que pasaba en Nitria para participar de la eucaristía de abab Pambo, Macario permanece solo en su celda para orar y llorar sus pecados. Él amaba su soledad. Era un hombre de oración y es comprensible que se haya vuelto rápidamente para sus discípulos un maestro de oración. Entre los apotegmas es el único abba al cual se le hace la pregunta que los discípulos de Jesús habían hecho un día al Señor: “Enséñanos a orar” (Lc 11, 1).

Algunos dijeron a abba Macario: “¿Cómo debemos orar?” El anciano les dijo: ‘No hay necesidad de decir palabras vanas, sino sólo de levantar las manos y decir: ‘¡Señor, como quieras y como sabes, ten piedad de mí!’ Cuando sobreviene una tentación, basta decir: ‘Señor, ayúdame’. Y él sabe qué cosa es buena para nosotros y nos tiene misericordia”. [2]

La pregunta hecha a abba Macario puede sorprender. ¿Los discípulos del gran anciano podían verdaderamente ignorar de qué modo orar? ¿O querían solo obtener de él algunas indicaciones sobre el modo en el cual Macario personalmente tenía la costumbre de orar? Como sea, la respuesta del abba reviste un interés importante. Esta recuerda la enseñanza de Jesús en el evangelio y al mismo tiempo es una confesión personal. Es uno de los apotegmas más simples y más profundos y merece verdaderamente una profundización.

A menudo se ha observado que en los apotegmas se habla poco de la oración, por lo menos explícitamente. El capítulo doce de la Serie sistemática griega, dedicado a la oración continua es uno de los más breves. ¿Cómo se explica este hecho? Ante todo vale recordar que los apotegmas dependen de un género literario del todo especial: son textos fragmentados en los cuales son relatados hechos y palabras memorables justamente por ser excepcionales. En ellos normalmente no se habla de lo que se constituye la trama ordinaria de la vida. Ahora, la oración para un cristiano, y aún más para un monje, es precisamente la actividad más habitual y constante. En segundo lugar, es necesario tener en cuenta el pudor: no se habla de lo que es más íntimo y profundo, como la relación con Dios. Finalmente, es sobre todo la humildad la que le impide al monje mencionar lo que más le arriesgaría a suscitar el orgullo y de provocar en otros la admiración. Y bien, quizás es justamente esto lo que es más de admirar en los padres del desierto: la familiaridad en la relación que habían instaurado con Dios.

Pero, volviendo al apotegma recién mencionado, sea en griego como en latín -de Pelagio- la pregunta es hecha por muchas personas: “¿cómo debemos orar?” En la traducción latina de Pascasio del siglo VI es en cambio un hermano el que pregunta a abba Macario cómo orar [3]. Los apotegmas, en gran parte, han sido respuestas dadas a personas individuales que iban a consultar a un anciano, y probablemente lo mismo sucede aquí. Pero desde el momento en que la respuesta tenía un alcance y un valor universal, la pregunta podía ser atribuida a diversas personas.

Parece que, en los primeros tres siglos, entre los padres estuvo constantemente presente la palabra de Cristo que precede e introduce el Padre nuestro: “cuando oréis, decíd…”, al punto que el problema del “como” orar para ellos no se ponía en duda. Y todos los tratados de oración anteriores al monaquismo no son más que comentarios al Padre nuestro. La pregunta hecha a Macario es probablemente la primera en obtener una respuesta diferente, y, también aquí, como veremos, la respuesta está enteramente inspirada en el evangelio. En ella podemos distinguir: por una parte las palabras de Macario, que dice esto que necesita y lo que no necesita hacer; por otra, la fórmula de oración que él propone, de las cuales una usa normalmente (“Señor, como quieras y como sabes, ten piedad de mí”), y la otra para el momento de la lucha (“¡Señor, ayúdame!”).

Las palabras de Macario

Ante todo Macario se hace eco de la enseñanza de Cristo en Mateo: “No malgastes palabras como los paganos, los cuales creen ser escuchados a fuerza de palabras” (Mt 6,7). No hay necesidad de largos discursos. ¿Por qué? “Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad aún antes de que les las pidáis” (Mt 6,8).

No se ora para poder dar a conocer, para informar al Señor, él que ve en lo secreto, que conoce de lo que tenemos necesidad, él sabe bien lo que nos sirve.

He aquí lo que no hay que hacer: multiplicar palabras, repetir al infinito toda una serie de pedidos. Y entonces, ¿qué debemos hacer? Levantad las manos: gesto tradicional de la oración que significa que se espera todo de Dios con confianza, convencidos que él nos dará todo lo que necesitamos. Este gesto de las manos elevadas era habitual entre los monjes de Egipto, según el testimonio de Casiano [4]. Elevar las manos al cielo era un gesto de oración ya en el antiguo Egipto. Este extender las manos, este elevar las manos, significaba  para los hebreos llamar en ayuda, implorar el socorro (Jer 50,15; Lam 5,6).

Entonces, Macario dice que es suficiente elevar las manos. La traducción latina de Pelagio agrega “frecuentemente”, “a menudo”, que podría provenir de una versión más antigua [5]. La oración debe ser continua, pero dado que no es posible tener siempre las manos tendidas, es bueno repetir el gesto con frecuencia.

En la Vida de Antonio se lee que una vez el santo se puso de rodillas para orar con las manos elevadas. Estaba en pleno desierto con algunos monjes que morían de sed. Con su oración hizo surgir agua del mismo lugar en el cual oraba [6]. En los apotegmas de Macario no se dice nunca que el anciano elevaba las manos para orar, pero sus dos jóvenes discípulos romanos oraban de ese modo.

La fórmula de oración

Las fórmulas de oración propuestas por Macario son notables ante todo por su extrema brevedad, pero también por el contenido.

Se piensa en primer lugar en la oración más cotidiana, fuera de los momentos de tentaciones, de lucha: “Señor, como quieras y como sabes, ten piedad de mí”. La formula es del mismo Macario, no se encuentra por ninguna otra parte, si bien posee una inspiración evangélica sus elementos particulares.

“Como quieras”, es lo que Jesús dijo en Getsemaní: “Padre mío… no como yo quiero, sino como tú quieras” (Mt 26,39). Podemos también encontrar un eco en el Padre nuestro: “se haga tu voluntad” (Mt 6,10).

Pero en estas primeras dos palabras de la oración de Macario hay una fuerza extraordinaria. Debería ser el punto de partida de toda oración, el presupuesto fundamental. La voluntad divina no se discute, no se puede no tener en cuenta. Nosotros no rezamos a Dios para hacerle cambiar de idea. Sin embargo, ¡cuántas personas conciben la oración de este modo! Macario pone rápidamente una condición de base: el acuerdo pleno de nuestra voluntad con la voluntad de Dios. Usualmente se comienza expresando lo que se desea, añadiendo eventualmente después: “…pero que se haga tu voluntad”. Se debería en cambio comenzar como Macario, diciendo que no se desea más que el cumplimiento de la voluntad de Dios.

“Como quieras y como tú sabes”: la voluntad de Dios no es arbitraria. El Señor quiere el bien y el bien mejor para cada una de sus criaturas. Su ciencia es infalible y perfecta, no se equivoca nunca. Podemos verdaderamente confiarnos a Él.

Uno que ha sabido expresar de modo excelente esta verdad es Doroteo de Gaza. Cuando se tiene un amigo que es leal – afirma- cualquier cosa que este amigo haga, se puede estar seguro que actúa por afecto y por nuestro bien. Con mayor razón es necesario hacer crecer esta certeza en las relaciones con Dios, nuestro creador, que ha querido nuestra existencia, se ha hecho hombre y ha muerto para salvarnos. En efecto, del amigo que tenemos en la tierra nosotros estamos seguros que obra por amor y para nuestra felicidad, pero siempre podemos temer que se equivoque y que esté haciendo un mal queriendo nuestro bien. Dios, en cambio, que nos ama, sabe bien lo que nos es útil, porque él “es la fuente de la sabiduría y sabe cómo ser providente con nosotros” [7]. Nada puede obstaculizar la realización de sus designios.

En otro lugar, en una de sus cartas, Doroteo aconseja a un hermano turbado y oprimido por la tentación orar como Macario. Es necesario gritar hacia Dios: “Señor, como quieras y como sabes, provéeme de esto” [8] Macario, en cambio, en su pedido no solicita más que piedad, la misericordia: eleison. Es el tercer término de la oración: “Como quieras, como sabes, ten piedad”. Recorriendo la historia de la oración de Jesús en su obra Noms du Christ et voies d’ oración, Irénée Hausherr muestra que en los primeros tres siglos que han precedido al surgimiento del monaquismo, la oración cristiana más habitual era un pedido de ayuda y de protección. Cercano a los monjes del siglo IV, se convierte, en cambio, preponderantemente en un pedido de misericordia [9]. Quizás no en Antonio –en ningún pasaje de la Vida de Antonio se encuentra el eleison-  pero si en Macario es la invocación más recurrente, y toda la tradición de Escete mantendrá este primado. Normalmente va a la par con la compunción y las lágrimas: “Permanece en tu celda y llora tus pecados” [10].  Esta consigna que se encuentra ya en Macario se volverá una ley sagrada en los monjes del Escete. Pero aquí hay simplemente el recurso a la misericordia divina o mejor aún al abandono a la misericordia del Señor. Porque en el último de los casos, Macario no pide nada, hace solo un llamado a la misericordia, convencido que el Señor sabe mejor que nosotros lo que nos es necesario e útil.

Normalmente nosotros hablamos de “abandono a la voluntad de Dios”, pero el abandono a la misericordia es más humilde y más verdadero. De lo que tenemos necesidad más que de otra cosa es de la misericordia.

La otra fórmula, el pedido de ayuda es aconsejado por Macario cuando sobreviene una lucha, cualquiera sea el enemigo que nos ataca. En el evangelio se encuentran ambas fórmulas, la invocación de misericordia y el pedido de ayuda:

- la invocación de misericordia de los dos ciegos (cf. Mt 9, 27; 20, 30); el ciego de Jericó (cf. Mc 10, 47; Lc 18, 38); de la cananea (cf. Mt 15, 22); del hombre que pide la curación del hijo epiléptico (cf. Mt 17, 15) de los leprosos (cf. Lc 17, 13);

- el pedido de ayuda de la cananea (cf. Mt 15, 25); del padre epiléptico: “Ten piedad de nosotros y ayúdanos” (Mc 9, 22), la invocación de misericordia y ayuda.

Es normal pedir ayuda cuando se está en dificultad, en la tentación o en un momento de gran desconsuelo, pero también en este caso se debe permanecer en el abandono y la confianza. El Señor sabe si nos es útil continuar la lucha o ser liberados. Puede para nosotros ser un bien tener que combatir por mucho tiempo y duramente como Sara. Lo esencial es que Dios está con nosotros para luchar hasta la victoria final.

La enseñanza de Macario sobre la oración es por tanto breve y simple, pero sustancial. A priori se puede hipotizar que fue su modo personal de orar, pero es importante encontrar una confirmación de esto en el conjunto de sus apotegmas, mientras se pueden a lo sumo hacer emerger algunas indicaciones. Ante todo, sobre el abandono a la voluntad de Dios:

Cuando abba Macario estaba en Egipto, encontró un día un hombre que, viniendo con un animal, le estaba robando lo que poseía. Él entonces se presentó al ladrón como un extraño y lo ayudo a cargar todo en el animal; entonces lo dejó ir con gran paz diciendo: ‘Ya que no tenemos que llevar nada en este mundo, ciertamente nada podemos cargar por el camino. El Señor lo ha dado; ha sucedido como él ha querido. En todo sea bendito el Señor” [11]

El “como quieras” de la oración de Macario aquí es; “como el Señor ha querido”.

En otro apotegma él llama a Dios en ayuda expresando simplemente su desconsuelo:

Contaban de abba Macario el Egipcio que un día salía de Escete llevando cestas y, estando muy cansado, se sentó y oró con estas palabras: “Oh Dios, tú sabes que no puedo más”. Y en seguida se encontró junto al río. [12]

Con la misma simplicidad y la misma eficacia, Macario ora también por los otros, cuando se trata de curar a un enfermo, de liberar a un endemoniado o de resucitar a un muerto:

Había una persona en Egipto que tenía un hijo paralítico, lo llevó hasta la celda de abba Macario y se alejó, dejándolo fuera de la puerta llorando. . El anciano se inclinó a mirar y, viendo al muchacho, le dijo: “¿quién te ha traído aquí?” Y él le respondió: “Mi padre me ha dejado aquí y se ha ido”. “¡Levántate y alcánzalo!”, le dijo el anciano. Y él, curado al instante, se levantó y alcanzó a su padre. Y así volvieron a sus casas. [13].

Abba Sisoes contó: “Cuando estábamos en Escete con Macario, yendo un día con él a cosechar con siete personas. Detrás de nosotros había una viuda que espigaba y no dejaba de llorar. El anciano llamó al dueño del campo y le preguntó: “¿Qué le pasa a esta vieja que llora permanentemente?”. El otro le dijo: “Su marido había recibido un depósito, pero murió imprevistamente sin dejar dicho dónde lo tenía guardado. Y ahora el propietario de la suma quiere hacer esclavos a ella y a sus hijos”. Le dijo el anciano: “Dile que venga hasta nosotros, en un lugar en el cual descansemos al respaldo del calor”. La mujer vino y el anciano dijo: “¿Por qué llora siempre así? Le dijo: “Mi marido ha muerto después de haber recibido un depósito y muriendo no me ha dicho donde lo había puesto”. “Muéstrame dónde lo has sepultado”, le dijo el anciano. Y, tomó a los hermanos consigo y fue con ella a ese lugar. Juntos fueron a aquel lugar, el anciano le dijo: “Vuelve a la casa”. Y mientras los hermanos oraban, llamó al muerto y le preguntó: “Dime, tú, ¿dónde has puesto el depósito que te ha sido confiado?” Respondió: “está escondido en mi casa, bajo el pie del sofá”. Le dijo el anciano: “Vuélvete a dormir hasta el día de la resurrección”. Viendo eso, los hermanos cayeron a sus pies consternados. El anciano les dijo: “Esto no ha sucedido por mí, porque yo no soy nada. Dios ha hecho esto por la viuda y los huérfanos. Esto es lo grande, el Señor quiere que el alma esté sin culpa y cuando ella pide recibe”. Fue entonces con la viuda y le dijo dónde estaba el depósito. Ella lo tomó, lo dio al propietario y liberó así a sus hijos. Y todos los que oyeron esto dieron gloria a Dios.” [14]

Estos milagros obtenidos gracias a la oración de Macario muestran a qué perfección había llegado el santo y subrayan por contraste la simplicidad de la oración  tal como él la concebía. El apotegma sobre el cual se basa este capítulo no contiene todos los ruegos que Macario podía haber dirigido a Dios, pero nos entrega seguramente el fundamento común de todas las oraciones, la matriz sobre la cual llegaron a conectarse  sus pedidos particulares. Así por ejemplo, cuando el anciano cae cansado por la fatiga con su carga de canastas y dice: “Oh Dios, tú sabes que no puedo más”, hace un llamado a la omnisciencia de Dios, más que a su misericordia. Es lo que Macario ha seguramente hecho cuando ha orado por la aflicción de la viuda.

Si se ora como Macario recomienda hacer y como él mismo ha hecho, se pude estar seguros de hacerlo realmente en la fe, en la confianza y en la humildad. A la cananea, que pedía a Jesús la curación de la hija en estos términos: “¡Piedad de mí, Señor… Señor ayúdame!” (Mt 15, 22-25), Jesús responde al final: “¡Mujer, realmente es grande tu fe! Se haga como deseas” (Mt 15, 28).

Macario había leído y meditado el evangelio, y ciertamente en su apotegma nos da una respuesta en ellos inspirada. Pero en último análisis tal respuesta es de todos modos bien diferente de la que da Cristo cuando enseña el Padre nuestro a los discípulos. Tal diferencia ha sido subrayada hace mucho tiempo, en el siglo VI, por un monje de la región de Gaza que se preguntaba a cuál forma de oración le debía dar preferencia. Este monje interrogó sobre el argumento al gran anciano, Barsanufio:

Pregunta el anciano: ¿cómo orar? ¿cómo dijo el Señor: el Padre nuestro? ¿O como dijo abba Macario de Escete: “Señor, como quieras, ten misericordia”, y cuando sobreviene la lucha: “Señor, como mandes, ven en mi ayuda? ¿El Padre nuestro es solo para los perfectos?
Respuesta: el Padre nuestro ha sido prescripto tanto para los perfectos como para los pecadores, porque los perfectos, sabiendo de quien se han convertido hijos, se esfuerzan de no caer en este estado; y porque los pecadores, llamando con vergüenza al Padre a quien han ofendido tantas veces, permanecen confundidos y llegan a convertirse. Pero yo supongo que se adapta más a los pecadores porque al decir: perdónanos nuestros pecados es justamente para los pecadores. ¿Qué deudas en efecto tienen los perfectos convertidos en hijos del Padre que está en los cielos? Al decir después: no nos dejes caer en tentación y líbranos del Maligno, equivale a las palabras de abba Macario cuando él decía: “ten misericordia”, y: “ven en mi ayuda”. [15]

Es conocido que los monjes de Gaza conocían bien los apotegmas, en particular el apotegma de Macario sobre la oración. Lo hemos visto arriba citado en una carta de Doroteo. Aquí, el monje que consulta a Barsanufio parece tener escrúpulos al recitar el Padre nuestro, porque se considera indigno de llamar a Dios con este título. Y se pregunta si el Padre nuestro no está reservado para los perfectos: en este caso, sería mejor orar como hace Macario.

Barsanufio responde sin dudar que la recitación del Padre nuestro ha sido prescrita para todos, perfectos y pecadores, y agrega que incluso esta se adapta mejor a los pecadores. En cuanto a la oración de Macario, para él esta es el equivalente del último pedido del Padre nuestro. Del mismo modo, habría podido también decir que el “como quiera” de Macario es equivalente al pedido: “se haga tu voluntad”, pedido a menudo recordado por Barsanufio, que en este ve “la más luminosa enseñanza de nuestro Salvador” [16]. Finalmente, Barsanufio gusta también recordar la palabra de Jesús a la cual se refieren implícitamente el “como sabes” del final del apotegma: “vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad”. (Mt 6, 8) [17].


 


[1] Macario el Egipcio 2, en Detti editi e inediti, pp. 277-278.
[2] Macario el Egipcio 19, ibid., pp. 160-161.
[3] Cf. Pascasio di Dumio, Vite dei padri 58, 1. p. 279.
[4] Cf. Juan Casiano, Le istituzioni cenobitiche II, 7,2 p. 140.
[5] Cf. Parole dei padri, edizione latina di Pelagio e Giovanni 12, 10, PL 73, 942
[6] Cf. Atanasio de Alejandría, Vita di Antonio 54, 4 p. 140.
[7] Cf. Doroteo di Gaza, Insenamenti vari 13, 139, in Id., Scritti e insegnamenti spirituali, p. 187.
[8] Id. Lettere 8, ibid, p. 240; la carta está titulada “A un hermano oprimido por la tentación”.
[9] Cf.I.Hausherr, Noms du Christ et voies d’ oraison, Pontificium Institutum Orientalium Studiorum, Roma 1960, p. 316.
[10] Macario el Egipcio 2, en Detti editi e inediti, p. 278
[11] Macario el Egipcio 18, ibid., p. 96.
[12] Macario el Egipcio 14, en Vita e detti II pp. 17-18.
[13] Macario el Egipcio 15, ibid., p. 18.
[14] Macario el Egipcio 7, ibid., pp. 15-16.
[15] Barsanufio e Giovanni di Gaza, Epistolario 140, pp. 204-205
[16] Ibid 40, p.109
[17] Cf. Ibid 38; 109; 262; 360; 384; 544; 778d; 829, pp. 108-109, 178-179, 292-293, 339-340, 355, 445-446, 566-567, 591-592.

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