“Desde
ese momento, con gozo abandona toda voluntad propia, que no sea según
Dios, y cuida de los sentidos para que no hagan absolutamente nada
contra el uso necesario…
Más es necesario que éste ponga atención, para no sufrir por negligencia u orgullo lo que sucedió al profeta… (ver Salmo 130)
“Libro segundo” en Filocalía.
Comentario
Estimado hermano, ¿qué es la atención?
En términos
más o menos actuales, es la facultad de dirigir nuestros sentidos –
externos o internos – hacia algún objeto de conciencia. Sin embargo, no
sé si esto te aclara demasiado.
Digo objeto
de conciencia, porque en nosotros hay algo que “se da cuenta” y a eso en
general, le llamamos conciencia. No solo en cuanto “voz de la conciencia” que por supuesto es uno de los modos en los que se manifiesta; sino también como - estructura interior del advertir - .
Pero como es un tema algo complicado, que requiere precisamente de nuestra atención, debemos avanzar despacio.
Existe un
tipo de atención puramente reactiva: Estás sentado tranquilo leyendo y
de pronto se escucha un ruido fuerte, una detonación en la calle y sin
mediar voluntad de tu parte, por acto reflejo, giramos la cabeza
sobresaltados y pegamos un salto o vamos rápidamente hacia la ventana
para ver cual ha sido la causa del estampido.
Esto ha sido
efectuado “sin conciencia” podríamos decir, ha sido algo no elegido,
funcionó automáticamente. Esto es muy útil por ejemplo como mecanismo
para preservar la vida. Ante cosas posiblemente amenazantes, se
desencadena una reacción inmediata.
Existe
también otro tipo de atención, a la que sicólogos y estudiosos han
llamado “respuesta diferida” o “reacción reflexiva” y con otros nombres.
Se trata de los casos en los que -merced a un acto de atención hacia nosotros mismos, hacia nuestras propias reacciones – diferimos, hacemos más lenta la respuesta que daremos a lo que sucede.
Es el tipo
de atención necesario para seguir las enseñanzas que da Cristo y que
transmiten los evangelios. Cuando El Señor dice: “Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también el manto”
(Mateo 5, 40) por tomar solo un caso de las enseñanzas de los capítulos
5, 6 y 7 que figuran en el evangelio de Mateo; si queremos escucharle y
seguir Su mensaje, necesitamos atender a nuestra reacción natural,
instintiva, que sería la de la posesión y, difiriendo la respuesta
automática, efectuar un acto de caridad.
Igual que cuando se dice “no opongáis resistencia al malvado” (Mateo 5, 39) u otras similares. Para no devolver la agresión con otra agresión es imprescindible un tipo de atención vigilante hacia si mismo, que permita tomar una distancia y dirigir nuestra propia conducta.
En
Filocalía, la atención es entendida por muchos de los padres, como la
herramienta necesaria para poder actuar evangélicamente. ¿Cómo encauzar
las pasiones en dirección del crecimiento espiritual? ¿Cómo ir
desterrando el egoísmo, la violencia, la cruda soberbia hacia la que
tendemos apenas crecidos?
Podemos
construir una ascética de la atención, que nos permita ser guardianes de
nosotros mismos, hacernos dueños de “nuestra ciudadela”. Ya sabemos que
“si El Señor no guarda la ciudad en vano vigilan los centinelas” (Salmo
127, 1) pero es necesario que alguien vigile la ciudad, no podemos
dejar todo en manos de la gracia divina, que por otra parte, tiende a
manifestarse cuando encuentra a la humildad unida a una fuerte
resolución del ánimo.
Diálogos en el locutorio
Fragmentos:
Me
doy cuenta que la mayor parte de mis problemas e inquietudes derivan de
la falta de fe, de mi falta de fe en Dios. Pido que crezca en mí la fe,
pero esta oración es dubitativa, no convencida y entiendo que eso
también influye en su eficacia.
Esto
de la fe, la duda y la certeza, desde un punto de vista, tiene que ver
con el embotamiento de los sentidos. Cuando nos hemos acostumbrado a
percibir solo con los sentidos físicos, se nos genera una dependencia de
estos y nos parece real solo lo que vemos, oímos, gustamos… se nos hace
indubitable aquello que percibimos “ahí delante”, siendo que por el
contrario, la información que los sentidos físicos nos brindan es de lo
más relativa y dudosa, como lo afirma incluso la ciencia actual.
En
cambio, al irnos encaminando en un sendero espiritual, cuando con
resolución adoptamos una ascesis hacia Cristo y la divina presencia,
empiezan a despertar en nosotros los llamados sentidos espirituales.
Estos captan otra franja de realidad, advierten otros sucesos que van
transcurriendo en el devenir cotidiano y, sobre todo, descubren
significado y sentido en lo aparentemente trivial o intrascendente.
Lo
que ocurre a cada momento nos está “hablando”, el discurrir “nos dice”
acerca de la vida, sus misterios y el designio de Dios, pero solemos
permanecer cerrados a esta escucha del corazón, que se presenta
espontánea cuando permanecemos atentos.
La
situación es que permanecemos volcados hacia afuera de nosotros mismos,
buscando en los objetos o situaciones placeres varios que nos hagan
sentir vivos, que oculten el vacío interior o simplemente que nos saquen
del tedio y el aburrimiento que tiende a imponerse cuando ponemos las
expectativas en el lugar equivocado.
Entonces,
tener fe desde esa posición del alma es muy difícil. Todo viene de la
gracia a ella todo le debemos, pero la gracia no impone, el Espíritu
sopla pero no avasalla; es preciso que nos dispongamos íntimamente a
percibir lo sagrado para que podamos darnos cuenta de su existencia.
En alguna parte del camino de interiorización, ocurre que lo que era creencia se transforma en experiencia. Desde la duda, se avanza hacia la fe y luego a la certeza. Se produce en el corazón humano “la percepción”
de Dios, la íntima convicción de Su providencia, la contundente
manifestación de Su amor en la propia vida. Se produce un vuelco en la
mirada y un cambio muy importante en el modo que se visualiza la propia
historia y el propio futuro.
Pero
este advenimiento de Dios en la propia vida se da en el interior del
corazón, en lo más profundo del alma y abre paso a la mirada espiritual.
Uno se “despierta” a la realidad de su egocentrismo, de como se ha
vivido enajenado por las propias apetencias y de como estas, incluso,
han teñido las búsquedas que se creían espirituales.
Es
una caída en cuenta, un rayo de claridad en medio de lo turbio. Se nos
revela como vivíamos en un ciego “para mí”, mirando y haciendo para que
todo se adaptara a nosotros mismos, queríamos torcer la marcha de las
cosas en función de nuestras carencias.
Esta
comprensión, es una cierta luz que nos muestra la acción de algo más
grande que nosotros mismos. Advertimos que sin la intervención de Dios y
de la gracia, esta metanoia no podría haberse producido,
terminamos agradeciendo la cadena de sucesos plantados uno tras otro en
nuestro camino, para mostrarnos aquello que necesitábamos ver.
Con
sorpresa, entendemos al sufrimiento como el necesario impulso correctivo
o la imprescindible alerta que nos avisa de la carrera hacia el abismo
en la que estábamos empeñados. Uno agradece sin querer, son impulsos del
corazón, es un maravillarse de que la armonía que se puede ver en el
cosmos se manifieste también en los asuntos humanos, enderezando,
mostrando, corrigiendo y enseñando.
Dios
existe deja de ser una creencia, se transforma en evidencia interior.
Si quieres emprender ese camino a la certeza, lo primero y más
importante es dejar de mentirse acerca de uno mismo. Esto vendría a ser
un dejar de decirse cosas
sobre uno, o sobre el propio pasado o futuro. Dejar de vivir según la
imagen de nosotros mismos que nos construimos. Mirarnos sin afeites, sin
acomodos, asumirnos… y desde allí trabajar por el cambio, pidiendo la
gracia de la conversión profunda.
La fe es un don, una virtud, una conquista del alma y también la antesala de la experiencia.
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