miércoles, 31 de octubre de 2012

Dios Creador

La Creación
La teología cristiana afirma que el mundo creado es bueno, porque procede del querer divino.
 
La Creación
La Creación


Nociones teológicas

El Misterio de la Creación del Mundo en el Conjunto de la Fe de la Iglesia

EL tratado teológico de la creación es la parte de la dogmática cristiana que se ocupa del origen del mundo y del hombre. Es ésta una cuestión que, junto a la de Dios, resulta básica para la concepción cristiana sobre el sentido de las cosas y la existencia humana.

La creación del mundo y del hombre por Dios es un misterio de fe. No es el simple resultado de una deducción empírica-racional. De hecho, la reflexión pagana clásica no se planteó jamás directamente la cuestión de la procedencia del mundo y su razón de ser. Los griegos se adherían firmemente a la idea de un cosmos eterno, permanente e inmutable, a un ser de períodos cíclicos.

La verdad sobre la creación aparece revelada con claridad el la Sagrada Escritura (Gen 1,1) e incluida en el Credo. Este artículo de fe nos enseña:

  • Que existe un único Dios, causa soberana del mundo, cuyo impulso es el amor.
  • La correcta relación entre Dios y las creaturas.


    A la luz de estas consideraciones podemos entender mejor la importancia decisiva que tiene este tratado en el edificio de la doctrina cristiana. No es un simple prólogo neutro de la historia de la salvación, sino que es parte de la historia salvifica. Allí se nos revelan los atributos de Dios, el sentido del mundo, la vocación a la vida del hombre a quien es entregada la tierra como morada y tarea hasta la consumación escatológica, el gobierno del mundo por parte de Dios mediante su Providencia hasta su perfección última

    Es cierto que el misterio de Cristo es el misterio central de la Fe, y el que articula adecuadamente todas las disciplinas teológicas. Pero ello no hace irrelevantes ni meramente secundarios las verdades de Fe que no son directamente cristológicos. Le confiere, por el contrario su plenitud de sentido y su alcance en el conjunto de la economía divina de santificación y salvación. Así es como debe ser integrado y concebido este tratado dentro de la dogmática de la fe de la Iglesia

    La creación en los primeros símbolos de la fe

    A- Símbolo de los Apóstoles:

    Creo en un sólo Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la Tierra. Hace alusión a Dios, como Creador del universo. Todopoderoso, significa que todo viene de El. Creador de cielo y tierra; expresión que muestra que Dios es el Creador de todo el Universo.

    Creo en Jesucristo su Hijo nuestro Señor, Cristo no se presenta como agente de la creación. Se alude pues, al antidualismo (dos Creadores, Maniqueísmo y Agnosticismo).

    B- Símbolo de Nicea: "Creemos en un único Dios Padre..creador de todo lo visible e invisible, y en un Señor Jesucristo...por quien todo fue hecho".

    La Creación en la Sagrada Escritura. Y en el Magisterio

    LA CREACION EN LA S.E.

    Antiguo Testamento

    A- En Gen. 1, 1ss, se destaca claramente la idea de que Dios es el Creador del mundo y que crea en el tiempo (en el sentido de que las creaturas no son eternas: tuvieron un principio en el tiempo). La creación tuvo un comienzo absoluto In principio creavit Deus ceolum et terram . Ninguna criatura es colaboradora de Dios en el acto creador. La creación es un acto libre de Dios. Dios crea de la nada (ex nihilo) es decir, es Dios quien por su palabra, por un acto libre y espontáneo de su voluntad, atrae (tira, saca) de la nada el universo entero. La aparición del hombre culmina el acto creador. Después de la creación del hombre Dios vio que era muy bueno: este adjetivo muestra la excelencia del hombre. La creación no es un acto generativo. Dios creó el mundo por su palabra, Dijo Dios y lo hizo. El acto creador es un acto personal, es Dios mismo quien opera en la creación.

    División de la obra de la creación:

    Hay dos fases:
  • Fase de separación: Tres primeros días.
  • Fase de decoración: Tres últimos días.


    1) Fase de separación:

    1º. día: Dios separa la luz de las tinieblas, es la creación del día y la noche. Desde este momento, comienza el tiempo, antes existía sólo Dios en su eternidad.

    2º. día: Dios separa las aguas superiores de las aguas inferiores, es la creación del agua encima del firmamento y del agua de bajo del firmamento.

    3º. día: Dios separa agua y tierra, es la creación de los océanos y el suelo. Surge pues el aire, el agua y la tierra. Empiezan a crecer las hierbas y las plantas.

    2) Fase de decoración:

    4º. día: Dios crea los astros: sol, luna y las estrellas.
    (A diferencia de las religiones paganas en las cuales Dios y los astros se confunden se enumeran los cuerpos celestiales. Hay un único Dios Creador, las demás cosas son criaturas.)

    5º. día: Dios crea los animales, adorna los mares de peces y los aires de aves.

    6º. día: Dios puebla la tierra, crea los animales domésticos y el hombre a su imagen, le pone encima de todas las criaturas.

    7º. día: Dios descansa.


    B- Relato Yahvista
    (Gen. 2, 4b-25), este relato empieza con la creación del hombre y lo presenta en dos estados diferentes:
  • estado de inocencia, de alegría y de paz
  • estado de pecado y promesa de salvación.

    Gen. 2, 7, Dios crea el hombre con polvo, sopla en sus narices para darle el soplo de vida, así el hombre deviene un ser vivo. El hombre no ha sido creado por la palabra de Dios según este relato, sino que fue modelado con barro del suelo. La creación del hombre y de la mujer es el inicio de la creación. La creación del hombre es una participación del ser de Dios.


    C- Los profetas:

    Los profetas contribuyen decisivamente a hacer cada vez más explícita y a desarrollar la fe en el misterio de la creación. Mención especial merecen los profetas del exilio, sobre todo Jeremías (32,17;33,25-26) y el Deutero Isaías (Is 40 ss), que presentan a Yahvéh como Creador y Salvador al mismo tiempo. El Creador todopoderoso del mundo de también autor compasivo de la Alianza con el pueblo elegido y, a través de éste, con toda la humanidad. La doctrina de la Creación y sus consecuencias se hace ahora un mensaje claramente universalista.

    Isaías presenta también la creación como un acontecimiento escatológico, que se extiende desde la producción del mundo, el presente y la consumación definitiva (cfr. Is 27,1 ss).


    D- Salmos, Proverbios y Sabiduría:

    Los salmos son himnos que hablan de la creación. Cantan y exhortan las acciones gloriosas. por lo tanto muestran que Dios es el Creador del universo (Sal. 136).

    En los libros de los proverbios se relata la creación como obra divina en su aspecto objetivo: se destaca su orden y su racionalidad. Es considerada como una obra magnífica (Prv. 3, 19-20; 8, 31-32). Pasa a un segundo plano su aspecto histórico-salvífico.

    En el libro de Sabiduría, la sabiduría divina aparece personificada y como co-principio creador. Procede de Dios y Dios crea con ella. La sabiduría se identifica con Dios. Su función es de crear (Sab.1, 14).

    E- 2 Macabeos 7, 28:

    Dios crea el mundo de la nada. Hay una relación entre creación y escatología. Dios es Consumador por ser Creador y es Creador por ser Consumador. El misterio de la creación es en definitivo un estímulo para la confianza en Dios y una prueba de la fidelidad divina a la Alianza.


    Creación en el N. Testamento

    A- Evangelios sinópticos:
    La predicación de Jesús acerca del Reino de Dios, que llega con El, arranca de la fe bíblica en Dios Creador. Esta resulta tan evidente en el ambiente religioso judío, que Jesús no necesita insistir en ella. Aún así, Jesús acude expresamente a la doctrina de la Creación en diversas ocasiones manifestando que es la Creación un hecho fundamental.

    Mc. 10, 6: Al principio del mundo Dios les hizo varón y hembra.

    Mt. 6, 25_30: Jesús pide a los judíos que no se preocupen de su vida, de lo que comerán, ni por su cuerpo, con qué se vestirán. Porque Dios, Creador del universo, Padre celestial les nutrirá. Dios ejerce su providencia sobre todo lo que ha creado (criaturas sensibles y los hombres)

    Mt. 25, 34. La salvación de Dios en Jesucristo se inserta en al Creación.

    B- San Juan:
    Jn. 1, 1-5: Este texto de Juan se relaciona con Gen. 1
    • Al principio, expresa la eternidad del Verbo.
    • La Palabra estaba con Dios, preexistencia de la Segunda Persona (Hijo de Dios).
    • La Palabra era Dios, en Gen. 1 Dios es el autor de la creación. San Jn. presenta a Cristo como autor de la nueva creación. Jesús no se distingue de Dios por que él es Dios.
    • Todo se hizo por ella, es un resumen de la doctrina creadora. Cristo se presenta como la Palabra de Dios, la sabiduría de Dios que crea el mundo. Sin esta sabiduría el mundo no habría existido.
    • En ella estaba la vida y la vida la luz de los hombres, Cristo es el salvador del mundo. La creación es renovada por la Redención


    C- San Pablo:
    1Cor. 10, 26: S. Pablo dice que hay que comer de todo, porque todo viene de Dios. Predica así que Dios es el Creador del mundo. Sólo existe un único Dios Creador (1Cor. 8, 5). Dios creó el mundo por medio de su Hijo Cristo (1Cor. 1, 15-20).

    Rom. 4, 17: Dios ha creado el mundo de la nada, y ha dado existencia a todo lo que no existía.
    Rom. 8, 20-21: La creación fue sometida a la vanidad en la esperanza de que será liberada. La creación toda entera sufre. S. Pablo nos presenta una creación que no encuentra la plenitud en este mundo. Hace alusión a Jesucristo y muestra su función en la creación en cuanto segunda Persona de la Trinidad.

    LA CREACION EN EL MAGISTERIO

    I) Concilio de Nicea 325
    Hace alusión a Dios, como Creador del universo: Todo viene de El. Dios es el Creador de todas las cosas visibles e invisibles. Creemos en un solo Dios Creador de todas las cosas visibles e invisibles, se dice claramente que la obra creadora es de un único Dios.

    El Hijo es engendrado y no creado, la relación entre el Padre y el Hijo es una relación de filiación, mientras que la relación de Dios con las criaturas es una relación de creatividad (de hacer).

    Por quien todas las cosas fueron hechas, Dios crea el mundo por medio de su Hijo.

    II) Concilio de Constantinopla 553
    Contra el arrianismo. La acción creadora es obra de la Santísima Trinidad. Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo, misma naturaleza, misma constitución, una sola divinidad:
    • Todo procede del Padre.
    • Todo fue hecho por el Hijo.
    • Un solo Espíritu por lo cual todo existe (Cfr. Gen. 1, El Espíritu de Dios flotaba sobre las aguas)

      III) Concilio de Letrán 1215
      Hay una enumeración Clara de la Santísima Trinidad. El Dios uno y tres es el Creador del universo. Se confiesa que hay un solo principio de todo lo que existe. De Dios todo procede, de las tres personas divinas, pero con un solo principio.

      Contra los que postulan que hay dos creadores:
      1º. Principio que crea las cosas buenas.
      2º. Principio que crea las cosas malas.

      Crea Dios al comienzo de los tiempos. Antes no había nada, con la creación empieza el tiempo. Dios creó el mundo de la nada. Crea las creaturas espirituales y corporales. Dios Creó todo bueno. El mal no ha sido creado por Dios, por que Dios creó el mundo ordenado y en armonía. El mal entró en el mundo por la causa del hombre (pecado).

      IV) Concilio de Florencia 1438-1445
      Contra el dualismo maniqueísta. Trinidad creadora de todo el mundo. Dios no ha creado el mal, todo lo que creó es bueno. Dios crea por su bondad y por amor todas las cosas de la nada. Creó las criaturas con una cierta libertad capaz de moverse hacia el bien y capaz de equivocarse.

      V) Concilio Vaticano I
      (1869-1870): Afirma que Dios es el Creador del universo. Dios es perfecto, inmóvil, inmortal, creó el mundo no por adquirir perfecciones, sino para que las criaturas participen a su perfección (repartir su perfección a las criaturas). Condena los errores modernos que niegan la existencia de Dios (ateísmo materialista, y panteísmo: Dios y las cosas tienen una misma substancia); los que aceptan a Dios pero no admiten su libertad creadora y su intervención en el mundo (deísmo);

      VI) C.V.II.
      1962-1965: Tres personas divinas son autor de la creación. El mundo fue creado bueno por que Dios es Bueno y de El nada malo puede salir. La actividad del hombre debe llevar a la perfección la obra creadora de Dios.

      Noción Teológica de Creación

      I - El acto creador:
      La idea cristiana de creación es una idea precisa y bien determinada. Se refiere al acto creador por el que Dios produce la totalidad de lo que existe. No hablamos ahora por tanto de Creación como efecto o producto de ese acto creativo divino (lo haremos en 16.4). Nos ocupamos en este momento del acto creador, o creación activa.
      Noción: la Creación se puede definir como la producción del ser entero de las cosas o la producción de las cosas según toda su sustancia. En el acto creativo, Dios produce lo que existe en cuanto que existe. Dado que lo que existe es tal en virtud del acto de ser, que es perfección de toda perfección en todo individuo existente, producir lo que existe en tanto que existe significa producirlo totalmente.

      La creación activa puede definirse también como la emanación de todo el ser, realizada por Dios. Emanación equivale aquí sencillamente a producción u originación. Lo que emana en virtud del acto creador e toso el se, es decir, no este ser concreto. Si fuera así, estaríamos en presencia de una generación.

      El acto de Creación encierra tres aspectos básicos:

      a) El Creador no sufre cambio o modificación alguna por el hecho de crear, es decir, no pierde ni adquiere ninguna perfección.

      b) Lo creado es real y completamente distinto del Creador. La Creación implica que aunque el Creador y la criatura pueden considerarse ambos bajo la noción común de ser, dado que la criatura posee un ser participado, no tiene sin embargo comunidad de ser con Dios.

      La Teología de Santo Tomás se apoya en la idea de participación para formular el concepto de creación. Participar significa aquí el poseer de modo limitado e imperfecto algo que se hala en otro de modo total, ilimitado y perfecto. La participación de la criatura respecto del creador es la llamada participación trascendental. (ver Morales, op. cit. pag 123).

      Ser creatura significa poseer el esse participado, limitado por la esencia que lo recibe. Dios, en cambio, no "posee" el esse, el ES el ESSE subsistente.

      c) Lo creado es totalmente creado. El creador no parte de una materia informe preexistente, sino que crea "ex nihilo".

      La Causa eficiente de la creación


      a) Dios solo es el Creador:

      Cfr Gen. Al principio Dios crea:
    • S. Agustín: No puede haber una criatura creadora, ni los ángeles, ni las demás criaturas.
    • S. Tomás dice que entre el efecto y la causa debe haber una proporción, por lo tanto, si el efecto es universal la causa debe ser universal. Es necesario que la creación sea producida por Dios porque sólo Dios es el Ser total que existe por sí mismo, el Ser absoluto. Dios no puede crear a través de un ser finito porque crear es pasar del no-ser al ser, lo cual requiere una potencia infinita.


      b) Creación obra de la Trinidad:

      Como toda actividad de Dios hacia afuera (ad extra) la creación es un acto libre de Dios, y común por lo tanto a las tres Personas divinas.

      El concilio II de Constantinopla (a. 553) afirma:"Un solo es Dios y Padre, de quien todo procede; y un solo Señor Jesucristo, por quien todas las cosas han sido hechas; y un solo Espíritu Santo, en quien todas las cosas existen".

      El conc. Lateranense (649) habla de la "Trinidad, creadora y protectora de todas las cosas". La misma verdad expresa el Lateranense IV (1215): "Padre, Hijo y Espíritu Santo constituyen un solo principio de todo el universo, Creador de todo lo existente".

      Testimonio de la Sagrada Escritura:
    • Jn. 1, 1ss, Todo fue creado por El y sin El nada sería hecho. Se refiere al Hijo.
    • 1 Co,8,6 atribuye al creación tanto al Padre como al Hijo.
    • Gen. Y el Espíritu de Dios soplaba sobre las aguas, Espíritu Santo agente de la creación. (JP II, en Dominum et vivificantem se refiere repetidas veces al "ES Creador").

      Argumento teológico: así razona Santo Tomás: "Crear, es decir, producir el ser de las cosas, conviene a Dios por razón de su ser, que es su misma esencia, la cual es idéntica en las tres divinas Personas. Por consiguiente, crear no es principio de alguna Persona, sino algo común a toda la Trinidad" (S.Th.1,45,6.).

      En la mayoría de los símbolos de fe antiguos, la creación suele atribuirse al Padre, que es fuente y origen de la Trinidad. No se dice, sin embargo, que la creación sea propia o exclusiva del Padre. Sencillamente, se le atribuye como una apropiación justificada por el hecho de que el Padre no tiene ni recibe el poder de otro. Pero no se excluye con ello la afirmación del poder creativo de las otras dos Personas.

      Es el mismo proceder teológico por el que se atribuye la redención al Hijo y la santificación al Espíritu Santo.

      Creación y Redención: es importante no separar ambos misterios. Ambas verdades reveladas constituye como dos centros de una misma concepción dogmática.

      Fin de la creación: "Dios creó el mundo para manifestar y comunicar su gloria. La gloria para la que Dios creó a sus criaturas consiste en que tengan parte en su verdad, su bondad y su belleza" (Cat de la Igl Cat n.319; cf también 293 y 294).

      Las Criaturas: Ángeles, Hombres, Seres Materiales.

      LOS ÁNGELES:

      La existencia de seres espirituales, no corporales, que la S.E. llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición.

      Sagrada Escritura: a)AT: Los ángeles aparecen a lo largo de toda la historia salvifica, y no solo después del destierro: se les designa en grupo (Gn. 28,12; 32,2-3;Jb 1,6), se habla del "ángel de Yahvé (Gen 16,57, 22,11). Otros textos: Dn 10,13 (Miguel); Dn 8,16 (Gabriel); Tob 12,15 (Rafael); Gn 3,24 (querubines); Is 6,2 (serafines). En el N.T. se llega al máximo de la revelación angélica: forman la corte de Dios, están presentes en la tierra con mayor frecuencia (Anunciación, Zacarías, San José, etc.), se ve claramente su subordinación a Cristo y su función de mediadores, así como la distinción entre los ángeles buenos y los demonios, la limitación de su ciencia (desconocen la fecha del juicio final), su posesión de la visión beatífica, etc.
      La Tradición, en general, deja claro que no son "diosecillos", sino criaturas, y que hay ángeles buenos y malos. Mas confuso es el tema de su perfecta espiritualidad. Fue Santo Tomás el gran constructor de la teología angélica.

      Quiénes son los ángeles: San Agustín dice respecto de ellos: "El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu, si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel". Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan "constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos (Mt 18,10), son "agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra".

      En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e inmortales. Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria es testimonio de ello.

      Toda la vida de la Iglesia se beneficia de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles. En la liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar a Dios, invoca su asistencia y celebra la memoria de ciertos ángeles. En cuanto a la vida del cristiano, durante todo su transcurso está rodeado de su particular custodia (Sal 34,8; 91,10).

      D. José Morales resume así "la doctrina definida solemnemente por la Iglesia en torno a los ángeles". "Abarca cinco afirmaciones principales: a) los ángeles existen; b) son de naturaleza espiritual; c) fueron creados por Dios; d) fueron creados al comienzo del tiempo; e) los ángeles malos o demonios fueron creados buenos, pero se pervirtieron por su propia acción". (" El misterio de la creación", EUNSA,1994, pag 202).

      HOMBRES

      El hombre aparece como coronación y centro de la obra divina creadora. Su aparición no constituye una simple prolongación del proceso creativo, sino resultado de una especial iniciativa divina. Los relatos de Gen 1,26-28 y Gen 2,4b-25 son centrales en este tema.

      Las verdades reveladas acerca de la naturaleza y origen del hombre podemos resumirlas en las siguientes:

      1- El hombre es creatura.
      2- Tiene una especial dignidad, es "imagen y semejanza" de Dios, lo cual lo constituye en rey de la creación. Esa dignidad radica en estar dotado de inteligencia y voluntad.
      3- es un ser a la vez corporal y espiritual, como totalidad ontológica querida por Dios. El alma y el cuerpo se unen de tal manera que resulta una nueva naturaleza que es persona.
      4 - Nuestros primeros padres, en cuanto al alma, fueron hechos por Dios de la nada; en cuanto al cuerpo, fueron hechos con una intervención especial de Dios. El alma de cada hombre es creada inmediatamente por Dios cuando es infundida en el cuerpo.
      4- Es sociable por naturaleza
      5- Todo el género humano procede de una sola pareja.
      6- La diferenciación de sexos es querida por Dios. Existe igualdad esencial entre varón y mujer, y diferencia funcional.
      7- Ha sido creado con la vocación de trabajar el mundo.

      SERES MATERIALES

      La condición fundamental de las cosas es que éstas no son naturaleza entendida como algo último y supremo, sino creación, es decir, obra divina.

      El mundo lleva necesariamente un sello creatural que afecta a su naturaleza un composición íntimas, y que entraña una serie de consecuencias:

      1º.) Las cosas creadas, por proceder de Dios según el conocimiento e intelección divinos, poseen una naturaleza específica e inteligibilidad. Dado que Dios crea de acuerdo a un designio divino inteligente, podemos hablar de la realidad como susceptible de penetración intelectual.

      2º.) Pero hay que afirmar a la vez que la mente humana es incapaz de penetrar completamente la realidad, porque esta ha sido ideada y producida por un intelecto mayor que el nuestro y posee entonces un carácter misterioso e inabarcable.

      3º.) La contingencia de las creaturas nos habla de una voluntad libre creadora. Esa voluntad divina origina en las cosas la bondad como aspecto esencial de su ser. Ahondaremos en este tema en el próximo apartado.

      La Bondad Del Mundo Creado

      "Salida de la bondad divina, la creación participa de esa bondad (y vio Dios que era bueno...muy bueno": Gn 1,4.10.12.18.21.31). Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada, la Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación, comprendida la del mundo material (cf DS 286;455-463;800;1333; 3002)." (Cat. de la Igl. Cat. n¼ 300).

      El catecismo cita las siguientes declaraciones magisteriales:

      DS 286: Ep. Quam Laudabiliter, de León I "de natura diaboli"

      DS 455-463 (Dz 235-243): Conc. de Braga I (año 561): anatematismos contra el priscinialismo (que afirmaba que el diablo es el creador de la materia y el principio del mal. El alma es de naturaleza divina, ha existido antes que el cuerpo y en castigo e pecados precedentes ha sido encerrada en éste.)

      DS 800 (Dz 428): Conc.Lateranense IV (de 1215), contra albigenses y cátaros (afirmaban que existe junto al Dios de la luz un Dios de las tinieblas, siendo éste la causa del reino de la materia y del mal).

      DS 1333 (Dz 706): Conc. de Florencia, Decr. por jacobitis (1442).

      La teología cristiana afirma sin ambages que el mundo creado es bueno, porque procede del querer divino. Pero la afirmación neotestamentaria no menos importante es que, a causa del pecado, el mundo se encuentra como en poder del Maligno (Jn 5,19). Esto explica que las muchas implicaciones y consecuencias contenidas en la primera idea hayan sido desarrolladas con gran lentitud por los teólogos de la Iglesia. (Se puede consultar la evolución de tales explicitaciones en el libro de José Morales "El Misterio de la creación", pag 299-302).

    Dios alumbra el universo
    Catequesis del Papa Juan Pablo II: Salmo 18 en la Audiencia del Miércoles 30 de enero del 2002.
     
    Dios alumbra el universo
    Dios alumbra el universo



    1. El sol, con su resplandor progresivo en el cielo, con el esplendor de su luz, con el calor benéfico de sus rayos, ha conquistado a la humanidad desde sus orígenes. De muchas maneras los seres humanos han manifestado su gratitud por esta fuente de vida y de bienestar con un entusiasmo que en ocasiones alcanza la cima de la auténtica poesía. El estupendo salmo 18, cuya primera parte se acaba de proclamar, no sólo es una plegaria, en forma de himno, de singular intensidad; también es un canto poético al sol y a su irradiación sobre la faz de la tierra. En él el salmista se suma a la larga serie de cantores del antiguo Oriente Próximo, que exaltaba al astro del día que brilla en los cielos y que en sus regiones permanece largo tiempo irradiando su calor ardiente. Basta pensar en el célebre himno a Atón, compuesto por el faraón Akenatón en el siglo XIV a. C. y dedicado al disco solar, considerado como una divinidad.

    Pero para el hombre de la Biblia hay una diferencia radical con respecto a estos himnos solares: el sol no es un dios, sino una criatura al servicio del único Dios y creador. Basta recordar las palabras del Génesis: "Dijo Dios: haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de la noche, y valgan de señales para solemnidades, días y años; (...) Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche (...) y vio Dios que estaba bien" (Gn 1, 14. 16. 18).

    2. Antes de repasar los versículos del salmo elegidos por la liturgia, echemos una mirada al conjunto. El salmo 18 es como un dístico. En la primera parte (vv. 2-7) -la que se ha convertido ahora en nuestra oración- encontramos un himno al Creador, cuya misteriosa grandeza se manifiesta en el sol y en la luna. En cambio, en la segunda parte del Salmo (vv. 8-15) hallamos un himno sapiencial a la Torah, es decir, a la Ley de Dios.

    Ambas partes están unidas por un hilo conductor común: Dios alumbra el universo con el fulgor del sol e ilumina a la humanidad con el esplendor de su Palabra, contenida en la Revelación bíblica. Se trata, en cierto sentido, de un sol doble: el primero es una epifanía cósmica del Creador; el segundo es una manifestación histórica y gratuita de Dios salvador. Por algo la Torah, la Palabra divina, es descrita con rasgos "solares": "los mandatos del Señor son claros, dan luz a los ojos" (v. 9).

    3. Pero consideremos ahora la primera parte del Salmo. Comienza con una admirable personificación de los cielos, que el autor sagrado presenta como testigos elocuentes de la obra creadora de Dios (vv. 2-5). En efecto, "proclaman", "pregonan" las maravillas de la obra divina (cf. v. 2). También el día y la noche son representados como mensajeros que transmiten la gran noticia de la creación. Se trata de un testimonio silencioso, pero que se escucha con fuerza, como una voz que recorre todo el cosmos.

    Con la mirada interior del alma, con la intuición religiosa que no se pierde en la superficialidad, el hombre y la mujer pueden descubrir que el mundo no es mudo, sino que habla del Creador. Como dice el antiguo sabio, "de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13, 5). También san Pablo recuerda a los Romanos que "desde la creación del mundo, lo invisible de Dios se deja ver a la inteligencia a través de sus obras" (Rm 1, 20).

    4. Luego el himno cede el paso al sol. El globo luminoso es descrito por el poeta inspirado como un héroe guerrero que sale del tálamo donde ha pasado la noche, es decir, sale del seno de las tinieblas y comienza su carrera incansable por el cielo (vv. 6-7). Se asemeja a un atleta que avanza incansable mientras todo nuestro planeta se encuentra envuelto por su calor irresistible.

    Así pues, el sol, comparado a un esposo, a un héroe, a un campeón que, por orden de Dios, cada día debe realizar un trabajo, una conquista y una carrera en los espacios siderales. Y ahora el salmista señala al sol resplandeciente en el cielo, mientras toda la tierra se halla envuelta por su calor, el aire está inmóvil, ningún rincón del horizonte puede escapar de su luz.

    5. La liturgia pascual cristiana recoge la imagen solar del Salmo para describir el éxodo triunfante de Cristo de las tinieblas del sepulcro y su ingreso en la plenitud de la vida nueva de la resurrección. La liturgia bizantina canta en los Maitines del Sábado santo: "Como el sol brilla, después de la noche, radiante en su luminosidad renovada, así también tú, oh Verbo, resplandecerás con un nuevo fulgor cuando, después de la muerte, dejarás tu tálamo". Una oda (la primera) de los Maitines de Pascua vincula la revelación cósmica al acontecimiento pascual de Cristo: "Alégrese el cielo y goce la tierra, porque el universo entero, tanto el visible como el invisible, participa en esta fiesta: ha resucitado Cristo, nuestro gozo perenne". Y en otra oda (la tercera) añade: "Hoy el universo entero -cielo, tierra y abismo- rebosa de luz y la creación entera canta ya la resurrección de Cristo, nuestra fuerza y nuestra alegría". Por último, otra (la cuarta) concluye: "Cristo, nuestra Pascua, se ha alzado desde la tumba como un sol de justicia, irradiando sobre todos nosotros el esplendor de su caridad".

    La liturgia romana no es tan explícita como la oriental al comparar a Cristo con el sol. Sin embargo, describe las repercusiones cósmicas de su resurrección, cuando comienza su canto de Laudes en la mañana de Pascua con el famoso himno: "Aurora lucis rutilat, caelum resultat laudibus, mundus exsultans iubilat, gemens infernus ululat": "La aurora resplandece de luz, el cielo exulta con cantos de alabanza, el mundo se llena de gozo, y el infierno gime con alaridos".

    6. En cualquier caso, la interpretación cristiana del Salmo no altera su mensaje básico, que es una invitación a descubrir la palabra divina presente en la creación. Ciertamente, como veremos en la segunda parte del Salmo, hay otra Palabra, más elevada, más preciosa que la luz misma: la de la Revelación bíblica.

    Con todo, para los que tienen oídos atentos y ojos abiertos, la creación constituye en cierto sentido una primera revelación, que tiene un lenguaje elocuente: es casi otro libro sagrado, cuyas letras son la multitud de las criaturas presentes en el universo. San Juan Crisóstomo afirma: "El silencio de los cielos es una voz más resonante que la de una trompeta: esta voz pregona a nuestros ojos, y no a nuestros oídos, la grandeza de Aquel que los ha creado" (PG 49, 105). Y san Atanasio: "El firmamento, con su grandeza, su belleza y su orden, es un admirable predicador de su Artífice, cuya elocuencia llena el universo" (PG 27, 124).



    La creación de la nada
    La verdad de que Dios ha creado halla su expresión ya en la primera página de la Sagrada escritura.
     
    La creación de la nada
    La creación de la nada


    Alocución, 29.I.86

    1. La verdad de que Dios ha creado, es decir, que ha sacado de la nada todo lo que existe fuera de El, tanto el mundo como el hombre, halla su expresión ya en la primera página de la Sagrada escritura, aun cuando su plena explicitación sólo se tiene en el sucesivo desarrollo de la Revelación. Al comienzo del libro del Génesis se encuentran dos "relatos" de la creación. A juicio de los estudiosos de la Biblia el segundo relato es más antiguo, tiene un carácter más figurativo y concreto, se dirige a Dios llamándolo con el nombre de "Yahvéh" yhvh, y por este motivo se señala como "fuente yahvista". El primer relato, posterior en cuanto al tiempo de su composición, aparece más sistemático y más teológico; para designar a Dios recurre al término "Elohim" lhm. En él la obra de la creación se distribuye a lo largo de una serie de seis días. Puesto que el séptimo día se presenta como el día en que Dios descansa, los estudiosos han sacado la conclusión de que este texto tuvo su origen en ambiente sacerdotal y cultual. Proponiendo al hombre trabajador el ejemplo de Dios Creador, el autor de Gen 1 ha querido afirmar de nuevo la enseñanza contenida en el Decálogo, inculcando la obligación de santificar el séptimo día.

    2. El relato de la obra de la creación merece ser leído y meditado frecuentemente en la liturgia y fuera de ella. Por lo que se refiere a cada uno de los días, se confronta entre uno y otro una estrecha continuidad y una clara analogía. El relato comienza con las palabras: "Al principio creó Dios los cielos y la tierra", es decir, todo el mundo visible, pero luego, en la descripción de cada uno de los días vuelve siempre la expresión: "Dijo Dios: Haya", o una expresión análoga. Por la fuerza de esta palabra del Creador: "fiat", "haya", va surgiendo gradualmente el mundo visible: La tierra al principio era "confusa y vacía" (caos); luego, bajo la acción de la palabra creadora de Dios, se hace idónea para la vida y se llena de seres vivientes, las plantas, los animales, en medio de los cuales, al final, Dios crea al hombre "a su imagen" (Gen. 1, 27).

    3. Este texto tiene un alcance sobre todo religioso y teológico. No se pueden buscar en él elementos significativos desde el punto de vista de las ciencias naturales. Las investigaciones sobre el origen y desarrollo de cada una de los especies "in natura" no encuentran en esta descripción norma alguna vinculante, ni aportaciones positivas de interés sustancial. Más aún, no contrasta con la verdad acerca de la creación del mundo visible tal como se presenta en el libro del Génesis, en línea de principio, la teoría de la evolución natural, siempre que se la entienda de modo que no excluya la causalidad divina.

    4. En su conjunto la imagen del mundo queda delineada bajo la pluma del autor inspirado con las características de las cosmogonías de su tiempo, en la cual inserta con absoluta originalidad la verdad acerca de la creación de todo por obra del único Dios: ésta es la verdad revelada. Pero el texto bíblico, si por una parte afirma la total dependencia del mundo visible de Dios, que en cuanto Creador tiene pleno poder sobre toda criatura (el llamado dominium altum), por otra parte pone de relieve el valor de todas las criaturas a los ojos de Dios. Efectivamente, al final de cada día se repite la frase: "Y vio Dios que era bueno", y en el día sexto, después de la creación del hombre, centro del cosmos, leemos: "Y vio Dios que era muy bueno cuanto había hecho" (Gen 1, 31). La descripción bíblica de la creación tiene carácter ontológico, es decir, habla del ente, y al mismo tiempo, axiológico, es decir, da testimonio del valor. Al crear el mundo como manifestación de su bondad infinita, Dios lo creó bueno. Esta es la enseñanza esencial que sacamos de la cosmología bíblica, y en particular de la descripción introductoria del libro del Génesis.

    5. Esta descripción, juntamente con todo lo que la Sagrada Escritura dice en diversos lugares acerca de la obra de la creación y de Dios Creador, nos permite poner de relieve algunos elementos: 1. Dios creó el mundo por sí solo. El poder creador no es transmisible: es "incommunicabilis". 2. Dios creó el mundo por propia voluntad, sin coacción alguna exterior ni obligación interior. Podía crear y no crear; podía crear este mundo u otro. 3 El mundo fue creado por Dios en el tiempo, por lo tanto, no es eterno: tiene un principio en el tiempo. 4. El mundo, creado por Dios, está constantemente mantenido por el Creador en la existencia. Este "mantener" es, en cierto sentido, un continuo crear (Conservatio est continua creatio).

    6. Desde hace casi dos mil años la Iglesia profesa y proclama invariablemente la verdad de que la creación del mundo visible e invisible es obra de Dios, en continuidad con la fe profesada y proclamada por Israel, el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza. La Iglesia explica y profundiza esta verdad, utilizando la filosofía del ser y la defiende de las deformaciones que surgen de vez en cuando en la historia del pensamiento humano. El Magisterio de la Iglesia ha confirmado con especial solemnidad y vigor la verdad de que la creación del mundo es obra de Dios en el Concilio Vaticano I, en respuesta a las tendencias del pensamiento panteísta y materialista de su tiempo. Esas mismas orientaciones están presentes también en nuestro siglo en algunos desarrollos de las ciencias exactas y de las ideologías ateas. En la Cons. Dei Filius De fide catholica del Conc. Vaticano I leemos: "Este único Dios verdadero, en su bondad y omnipotente virtud, no para aumentar su gloria, ni para adquirirla, sino para manifestar su perfección mediante los bienes que distribuye a las criaturas, con decisión plenamente libre, simultáneamente desde el principio del tiempo sacó de la nada una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la material, y luego la criatura humana, como partícipe de una y otra, al estar constituida de espíritu y de cuerpo (Conc. Lateranense IV)".

    7. Según los "cánones" adjuntos a este texto doctrinal, el Conc. Vaticano I afirma las siguientes verdades: 1. El único, verdadero Dios es Creador y Señor "de las cosas visibles e invisibles" 2. Va contra la fe la afirmación de que sólo existe la materia (materialismo).

    8. Va contra la fe la afirmación de que Dios se identifica esencialmente con el mundo (panteísmo).

    9. Va contra la fe sostener que las criaturas, incluso las espirituales, son una emanación de la sustancia divina, o afirmar que el Ser divino con su manifestarse o evolucionarse se convierte en cada cada una de las cosas.

    10. Va contra la fe la concepción, según la cual, Dios es el ser universal, o sea, indefinido que, al determinarse, constituye el universo distinto en géneros, especies e individuos.

    11. Va igualmente contra la fe negar que el mundo y las cosas todas contendidas en él, tanto espirituales como materiales, según toda su sustancia han sido creadas por Dios de la nada.

    12. Habrá que tratar aparte el tema de la finalidad a la que mira la obra de la creación. Efectivamente, se trata de un aspecto que ocupa mucho espacio en la Revelación, en el Magisterio de la Iglesia y en la Teología. Por ahora basta concluir nuestra reflexión remitiéndonos a un texto muy hermosos del Libro de la Sabiduría en el que se alaba a Dios que por amor crea el universo y lo conserva en su ser: "Amas todo cuanto existe / y nada aborreces de lo que has hecho; / pues si Tú hubieras odiado alguna cosa, no la hubieras formado. Y cómo podría subsistir nada si Tú no quisieras, / o cómo podría conservarse sin Ti? / Pero a todos perdonas, / porque son tuyos, Señor, amigo de la vida"(Sab 11, 24-26).


    Alma, cuerpo y evolucionismo
    El hombre creado a imagen de Dios es un ser al mismo tiempo corporal y espiritual...
     
    Alma, cuerpo y evolucionismo
    Alma, cuerpo y evolucionismo

    Alocución del 16 de abril de 1986

    1.El hombre creado a imagen de Dios es un ser al mismo tiempo corporal y espiritual, es decir, un ser que, desde un punto de vista, está vinculado al mundo exterior y, desde otro, lo transciende. En cuanto espíritu, además de cuerpo es persona. Esta verdad sobre el hombre es objeto de nuestra fe, como lo es la verdad bíblica sobre la constitución a "imagen y semejanza" de Dios; y es una verdad que presenta constantemente a lo largo de los siglos el Magisterio de la Iglesia. La verdad sobre el hombre no cesa de ser en la historia objeto de análisis intelectual, no sólo en el ámbito de la filosofía, sino también en el de las muchas ciencias humanas: en una palabra, objeto de la antropología.

    2. Que el hombre sea espíritu encarnado, si se quiere, cuerpo informado por un espíritu inmortal, se deduce ya, de algún modo, de la descripción de la creación contenida en el libro del Génesis y en particular de la narración "yahvista", que emplea, por así decir, una "escenografía" e imágenes antropomórficas. Leemos que "modeló Yahvéh Dios al hombre de la arcilla y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado" (2, 7). La continuación del texto bíblico nos permite comprender claramente que el hombre, creado de esta forma, se distingue de todo el mundo visible, y en particular del mundo de los animales. El "aliento de vida" hizo al hombre capaz de conocer estos seres, imponerles el nombre y reconocerse distinto de ellos (Cfr. 18-20). Si bien en la descripción "yahvista" no se habla del "alma", sin embargo es fácil deducir de allí que la vida dada al hombre en el momento de la creación es de tal naturaleza que transciende la simple dimensión corporal (la propia de los animales). Ella toca, más allá de la materialidad, la dimensión del espíritu, en la cual está el fundamento esencial de esa "imagen de Dios", que Génesis 1, 27, ve en el hombre.

    3. El hombre es una unidad: es alguien que es uno consigo mismo. Pero en esta unidad está contenida una dualidad. La Sagrada Escritura presenta tanto la unidad (la persona) como la dualidad (el alma y cuerpo). Piénsese en el libro del Sirácida, que dice por ejemplo: "El Señor formó al hombre de la tierra. Y de nuevo le hará volver a ella", y más adelante: "Le dio capacidad de elección, lengua, ojos, oídos y corazón para entender. Llenóle de ciencia e inteligencia y le dio a conocer el bien y el mal" (17, 1-2, 5-6). Particularmente significativo es, desde este punto de vista, el Salmo 8, que exalta la obra maestra humana, dirigiéndose a Dios con las siguientes palabras: "¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder?. Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies" (5-7).

    4. Se subraya a menudo que la tradición bíblica pone de relieve sobre todo la unidad personal del hombre, sirviéndose del término "cuerpo" para designar al hombre entero (Cfr., p.e., Sal 144, 21; Jl 3; Is 66, 23; Jn 1, 14). La observación es exacta. Pero esto no quita que en la tradición bíblica esté también presente, a veces de modo muy claro, la dualidad del hombre. Esta tradición se refleja en las palabras de Cristo: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, y el alma no pueden matarla; temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehena" (Mt 10, 28).

    5. Las fuentes bíblicas autorizan a ver el hombre como unidad personal y al mismo tiempo como dualidad de alma y cuerpo: concepto que ha hallado expresión en toda la Tradición y en la enseñanza de la Iglesia. Esta enseñanza ha hecho suyas no sólo las fuentes bíblicas, sino también las interpretaciones teológicas que se han dado de ellas desarrollando los análisis realizados por ciertas escuelas (Aristóteles) de la filosofía griega. Ha sido un lento trabajo de reflexión, que ha culminado principalmente bajo la influencia de Santo Tomás de Aquino en las afirmaciones del Conc. de Vienne (1312), donde se llama al alma "forma" del cuerpo: "forma" corporis humani per se et essentialiter". La "forma", como factor que determina la substancia de ser "hombre", es de naturaleza espiritual. Y dicha "forma" espiritual, el alma, es inmortal. Es lo que recordó más tarde el Conc. Lateranense V (1513): el alma es inmortal, diversamente del cuerpo que está sometido a la muerte. La escuela tomista subraya al mismo tiempo que, en virtud de la unión substancial del cuerpo y del alma, esta última, incluso después de la muerte, no cesa de "aspirar" a unirse al cuerpo. Lo que halla confirmación en la verdad revelada sobre la resurrección del cuerpo.

    6. Si bien la terminología filosófica utilizada para expresar la unidad y la complejidad (dualidad) del hombre, es a veces objeto de crítica, queda fuera de duda que la doctrina sobre la unidad de la persona humana y al mismo tiempo sobre la dualidad espiritual-corporal del hombre está plenamente arraigada en la Sagrada Escritura y en la Tradición. A pesar de que se manifieste a menudo la convicción de que el hombre es "imagen de Dios" gracias al alma, no está ausente en la doctrina tradicional la convicción de que también el cuerpo participa a su modo, de la dignidad de la "imagen de Dios", lo mismo que participa de la dignidad de la persona.

    7. En los tiempos modernos la teoría de la evolución ha levantado una dificultad particular contra la doctrina revelada sobre la creación del hombre como ser compuesto de alma y cuerpo. Muchos especialistas en ciencias naturales que, con sus métodos propios, estudian el problema del comienzo de la vida humana en la tierra, sostienen contra otros colegas suyos la existencia no sólo de un vínculo del hombre con la misma naturaleza, sino incluso su derivación de especies animales superiores. Este problema, que ha ocupado a los científicos desde el siglo pasado, afecta a varios estratos de la opinión pública. La respuesta del Magisterio se ofreció en la Enc, "Humani generis" de Pío XII en el año 1950. Leemos en ella: "El Magisterio de la Iglesia no prohibe que se trate en las investigaciones y disputas de los entendidos en uno y otro campo, la doctrina del "evolucionismo", en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva y pre-existente, pues las almas nos manda la fe católica sostener que son creadas inmediatamente por Dios". Por tanto se puede decir que, desde el punto de vista de la doctrina de la fe, no se ve dificultad en explicar el origen del hombre, en cuanto al cuerpo, mediante la hipótesis del evolucionismo. Sin embargo, hay que añadir que la hipótesis propone sólo una probabilidad, no una certeza científica. La doctrina de la fe, en cambio, afirma invariablemente que el alma espiritual del hombre ha sido creada directamente por Dios. Es decir, según la hipótesis a la que hemos aludido, es posible que el cuerpo humano, siguiendo el orden impreso por el Creador en las energías de la vida, haya sido gradualmente preparado en las formas de seres vivientes anteriores. Pero el alma humana, de la que depende en definitiva la humanidad del hombre, por ser espiritual, no puede serlo de la materia.

    8. Una hermosa síntesis de la creación arriba expuesta se halla en el Conc. Vaticano II: "En la unidad de cuerpo y alma se dice allí, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima" (Gaudium et spes 14). Y más adelante añade: "No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al considerarse no ya como una partícula de la naturaleza. Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero" (Ib.). He aquí, pues, cómo se puede expresar con un lenguaje más cercano a la mentalidad contemporánea, la misma verdad sobre la unidad y dualidad (la complejidad) de la naturaleza humana.


    Vale la pena ser hombre
    Aunque el hombre exterior se vaya desmoronando, el interior se va renovando día con día.
     
    Vale la pena ser hombre
    Vale la pena ser hombre

    Sucede que me canso de ser hombre. Este verso de Miguel Hernández, podría ser expresión de un sentimiento oculto en lo hondo de muchos corazones contemporáneos. El siglo XX no se caracterizó por su optimismo existencial. Los existencialismos ateos –necesariamente pesimistas - menudearon. Con la «muerte de Dios» vino el cansancio del hombre. A muchos se les hace de noche antes de que llegue la tarde. Jóvenes en edad, están de vuelta de todo sin haber ido a ninguna parte; han estragado su paladar informe degustando frutos prematuros, agraces. Si hubieran tenido esperanza, si hubieran querido esperar un poco...


    ¿QUIÉN ES EL CULPABLE?

    A fuerza de analgésicos y anestésicos (por lo demás, muy de agradecer), de abundancia y de consumo a tope, el hombre atraviesa sus momentos de mayor blandura. Un pequeño dolor resulta insufrible. El trabajo serio estresa. La familia agobia. La pasión por el fin de semana neutraliza toda posible sedación. Se espera tanto del descanso, que frustra. Hombre y mujer se cansan de serlo. Una enfermedad de regular consideración es insoportable. La muerte es trágica o anhelada. ¿Quién es el culpable de tan lamentable situación? Obviamente, ¡Dios!..., si existe. ¿Por qué nos ha hecho así? En el libro de Jeremías se encuentra el lamento de muchos: «¡Maldito el día en que nací! ¡el día que me dio a luz mi madre no sea bendito!» (Jer 20, 14).

    Pero también en el cristiano profundamente esperanzado se encuentra el drama de san Pablo: «¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Rom 7, 24). Es otro estilo, otro género, no es trágico, pero sí dramático. Nada humano le es ajeno. La respuesta de Dios es «Te basta mi gracia, porque la fuerza resplandece en la flaqueza» (Cor 12, 9). Es cosa de abrirse a la vida divina, ya que Dios se abre a la humana. Tanto, que exclama: «¡mis delicias están con los hijos de los hombres!» (Prov 8, 31). Lo que para algunos es insoportable levedad del ser, ansiosa fragilidad, para EL QUE ES, resulta apasionante.

    Es sorprendente. A pesar de las rebeldías y crueldades, a pesar de haberle pesado de haberlo hecho (cf Gen 6, 6), «la Trinidad se ha enamorado del hombre» (B. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 85) y el Verbo se ha hecho carne (Jn 1, 14 ). Dios se ha hecho hombre; no en plan «realidad virtual», sino de carne, sangre y hueso, con exquisita sensibilidad, capaz de sufrir y de morir como el que más. Asume una verdadera naturaleza de modo irreversible. Sin marcha atrás, para siempre. Verbo y carne –después de la Encarnación- son ya una unidad indivisible.

    Es un impresionante compromiso el que asumió el Verbo al hacerse carne. Se comprometió a correr nuestra misma suerte, sin trampa ni cartón, sin ventaja alguna. Se «anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo» (Fil 2, 7). No hace como un rico que va a indagar, para satisfacer su curiosidad, cómo se vive en un miserable suburbio, y adopta la miseria con el mayordomo aguardando una señal, por si acaso. La Encarnación es un compromiso de vivir en toda su hondura la humana existencia.

    Se encarna en María y no la convierte en emperatriz de Roma, la deja a su suerte, es decir, sometida al dinamismo propio del mundo y de la sociedad de su lugar y tiempo. Ha de dar a luz en un pesebre. Cuando Herodes decide eliminar al Mesías degollando a todos los niños como Él, no se utiliza la omnipotencia para pulverizarlo, han de huir escondidos por lugares desiertos. El Verbo se ha hecho pobre e indefenso de veras. Después del exilio vuelve a Nazaret.


    LA COMPLICADA VIDA DE NAZARET

    Suele pensarse en aquellos años «ocultos» de la Sagrada Familia en Nazaret, como un vivir pacífico sin complicaciones, en una más bien idílica convivencia con los nazarenos. Pero es de temer que no fuera así. «¿De Nazaret puede salir algo bueno?», suelta Natanael (Jn 1, 46). Fama de gente encantadora no tenían los de aquel pueblo. Y ciertamente no lo eran. Cuando Jesús ha predicado ya su mensaje de salvación en otros sitios, vuelve a sus paisanos, con la gran ilusión de llevarles la Buena Noticia, el Evangelio. ¿Y qué hacen éstos? Lo conducen a lo alto de una peña para despeñarlo (cf Lc 4, 29). No eran buenos, eran agresivos, fanáticos, crueles. No fueron fáciles los años del Verbo hecho carne en Nazaret. Sólo un gran amor pudo soportar aquella zafiedad, aquel natural iracundo y despiadado. Cristo es el Amor encarnado y no rehuye la dificultad, no juega con ventaja. ¡Le merece la pena vivir entre nazarenos!

    Y viene la murmuración, la calumnia, que si es un impostor, que si está endemoniado, que si expulsa los demonios con el poder de Belcebú, que si es enemigo de César y del pueblo... Lo juzgan inicuamente. Lo flagelan. Él hubiera podido decir ¡basta! En cualquier momento; pero no juega con dados trucados y es absolutamente fiel al misterio de la Encarnación. Se somete a la inhumana crueldad humana, a la coronación de espinas, a los puñetazos y esputos en la cara, y al tormento de la cruz. No cabe situación más vejatoria. Es la muerte dedicada a los peores los criminales. Sus verdugos le gritan desde abajo, burlándose: «¡baja de la cruz y creeremos en ti...! » (cf Mt 27, 40-42). Hubiera podido fulminarlos con una mirada, pero hubiera sido jugar con ventaja.

    Resulta que al Verbo le merece la pena todo eso que nos horroriza. De lo contrario, no hubiera asumido el compromiso. Si lo asume es que le vale la pena ser hombre con todas sus consecuencias; indigente, perseguido y crucificado. ¡Le vale la pena!. No se cansó de ser hombre. Sufrió angustia, tedio, tristeza de muerte, horror, los más indeseables sentimientos humanos.


    LA RESPUESTA DE DIOS

    He aquí la respuesta divina a nuestros posibles o reales cansancios y desesperaciones: «el Verbo se hizo carne y puso su morada [vivió, convivió, padeció y murió] entre nosotros». En ocasiones parece que lo nuestro no es vida; que no merece la pena engendrar hijos para este mundo, que más vale vivir el presente sin pensar en el pasado ni en el futuro para gozar con la mayor intensidad posible de este momento, que «es todo lo que hay». Se diría que el hedonismo es la única respuesta a los angustiosos interrogantes del hombre: carpe diem!.

    Pero, no. La respuesta es: el Verbo se hizo carne. «En realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (GS 22). Sólo Cristo «manifiesta plenamente al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación... El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido en cierto modo con el hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado» (JPII, RH 8). Esta es la respuesta. Si Dios –Omnipotencia, infinitud de gozo en el Amor inmenso- se hace hombre, es que ¡vale la pena ser hombre, aunque sea en la más deplorable situación!. No hay que darle más vueltas.

    Si Dios asume plena y exhaustivamente la naturaleza humana, sin ventaja alguna, comprometiéndose libre e íntegramente con el sufrimiento humano, entonces es evidente que el sufrimiento vale la pena. Cuando se contempla a la luz de la Encarnación del Verbo el sufrimiento se convierte en luz y fuente de gozo. «Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, QUE FUERA DEL Evangelio Nos envuelve en absoluta oscuridad» (GS, 22; cf y véase Salvifici doloris, 31). Cristo dice: ¡vale la pena!. Él es «el ‘Redentor del hombre’, el ‘Varón de dolores’, que ha asumido en sí mismo los sufrimientos físicos y morales de los hombres de todos los tiempos, para que en el amor puedan encontrar el sentido salvífico» (Salvifici 31). «Fuera de esta perspectiva, el misterio de la existencia personal resulta un enigma insoluble. ¿Dónde podría el hombre buscar la respuesta a las cuestiones dramáticas como el dolor, el sufrimiento de los inocentes y la muerte, sino no en la luz que brota del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo?» (Fides et ratio, intr.)


    AMOR HABÍA PARA MUCHO MÁS

    Cabría pensar que Cristo no asumió «todos» los sufrimientos humanos. En la distancia, puede parecer que la cruz no es todo lo que el hombre puede sufrir. Indudablemente es todo lo que puede sufrir en un tiempo limitado, física y, mucho más aún, en el orden de los afectos. ¿Qué puede haber más doloroso que ser crucificado por los propios hijos y hermanos?

    Pero si queda alguna duda sobre la universalidad de sus dolores físicos y morales, si por una empecinada terquedad nos parece que Cristo no se ha comprometido con «mi» concreto, particular e insufrible sufrimiento, san Juan de Ávila nos ofrece una consideración muy plausible: el amor de Cristo es tanto que ni siquiera su muerte en la cruz logra expresarlo, «porque así como le mandaron padecer una muerte, le mandaran millares de muertes, para todo tenía amor. Y si lo que le mandaran padecer por la salud de todos los hombres le mandaran hacer por cada uno de ellos, así lo hiciera por cada uno como por todos. Y si como estuvo aquellas tres horas penando en la cruz fuera menester estar allí hasta el día del juicio, amor había para todo si nos fuera necesario. De manera que mucho más amó que padeció, mucho mayor amor le quedaba encerrado en las entrañas del que mostró acá de fuera en sus llagas» (Trat. del amor de Dios, 10).

    A luz de la revelación divina sobre el corazón de Cristo no cabe duda de que, si hubiese sido menester, Cristo Jesús hubiera muerto de cáncer, de lepra o de la enfermedad de Alzheimer. Su actitud, su ejemplo, su entrega, nos declaran que cualquier sufrimiento que pueda padecer el hombre sobre la tierra, vale la pena si se incorpora al suyo redentor.


    SÍ, VALE LA PENA

    Vale la pena ser hombre, vale la pena ser alto o bajo, sano o enfermo, gigante o enano, listo y hábil o dismuido psíquica o físicamente. Si alguno es leproso, ¡vale la pena ser leproso! ¡vale la pena ser tetrapléjico! ¡vale la pena ser ciego, cojo, manco, tonto, epiléptico, desvalido, pobre, abandonado de todos, vilipendiado, calumniado, marginado... vale la pena cualquier cosa que el mundo imponga por cruel que sea o parezca, por cansado que resulte, por agobiante o doloroso. Esta es la respuesta del Verbo hecho carne: ¡vale la pena! Cristo lo hubiera sido todo si hubiese sido menester. Y lo es en cierto modo. Ha sufrido lo equivalente, y moralmente muchísimo más.

    ¿Qué quiere decir «vale la pena»? Que hay pena, pero por grande que sea, lleva consigo una compensación sobrada: «Por eso, no desmayamos antes bien, aunque nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando de día en día. Porque la leve tribulación de un instante se convierte para nosotros, incomparablemente, en una gloria eterna y consistente, a cuantos no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles, pues las visibles son pasajeras, en cambio las invisibles, eternas» (2 Cor 4, 16-18). Pues bien, si «una leve tribulación» se ve compensada de tal modo, ¿qué sucederá con una tribulación mediana o extrema?


    INVASIÓN DEL AMOR

    El poeta exclama: «sucede que me canso de ser hombre». El Verbo proclama: ¡vale la pena ser hombre! ¡vale la pena cansarse! ¡vale la pena estar harto! ¡vale la pena haber de exclamar: «¡Oh generación incrédula y perversa, ¿hasta cuándo he de estar entre vosotros y soportaros?» (Lc 9, 41). Porque con la muerte –con Cristo, por Él y en Él- llega la Vida: eterna, para siempre. He ahí la gran compensación: la invasión de Amor infinito que es Dios Uno y Trino. El Verbo se ha hecho hombre; ha corrido nuestra misma suerte, para que nosotros corramos la suya, para que viviendo con Él, por Él y en Él seamos consortes de la divina naturaleza (2 P 1, 4), es decir, para que con Él resucitemos y con Él nos sentemos a la derecha de Dios Padre, compartiendo la plenitud de gloria eterna.

    Vale la pena ser hombres, procrearlos, educarlos, respetarlos, amarlos. A todos. Que no falte ni uno en la lista de los llamados desde la eternidad a la eternidad.

    Que ninguna deficiencia disminuya a nuestros ojos su valor. Que al Padre Dios no le falte ningún hijo por no haber llegado a la existencia o por alguna otra suerte de irresponsabilidad.

    «La encarnación del Hijo de Dios permite ver realizada la síntesis definitiva que la mente humana, partiendo de sí misma, ni tan siquiera hubiera podido imaginar: el Eterno entra en el tiempo, el Todo se esconde en la parte y Dios asume el rostro del hombre. Dice San Agustín que lo más bello que existe en este mundo es: Verbum caro factum est. Si al Verbo le vale la pena compartir la vida del hombre, ¿qué pena no valdrá al hombre compartir la vida del Verbo? En Él se halla la compensación de todas las penas, porque «Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es» (1 Jn 3,2)
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