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Los sacramentos en la liturgia |
Los sacramentos son los canales a través de los cuales
Dios nos ofrece la salvación de su Hijo Jesucristo, a
través de la Iglesia.
Es más, el principal sacramento de
Dios es Jesús. Decimos esto porque en Jesús, Dios se
manifestó plenamente, tal como Él es. Conociendo a Jesús, conocemos
a Dios mismo. Jesús es signo de Dios.
Después de
la resurrección de Jesús y su ascensión a los cielos,
Él desaparece de manera física entre los hombres. Sin embargo,
quiso prolongarse y vivir en una pequeña comunidad de creyentes,
que lo reconocen como el único Señor y se reúnen
en su Nombre para glorificar a Dios. Esa comunidad se
consolida el día de Pentecostés. Esta comunidad es la que
hoy llamamos Iglesia, palabra que significa asamblea.
La Iglesia llega
a ser también signo, sacramento de la presencia de Jesús
en el mundo de hoy, como Salvador de los hombres.
Es decir, la Iglesia es el signo visible e histórico
a través del cual Jesús sigue ofreciendo y obrando con
su presencia gloriosa la salvación de los hombres. Todo lo
que hace y dice la Iglesia no tiene otro fin
que el de significar y realizar, directa o indirectamente, la
salvación de Cristo.
Pero, ¿cómo lleva a cabo la Iglesia
esta maravillosa obra de salvación?
La Iglesia echa mano de
ciertas acciones, signos, a través de los cuales Jesús sigue
haciéndose presente en medio de nosotros. Se les ha llamado
sacramentos. Son signos y gestos que dan al hombre la
oportunidad de encontrarse con Jesucristo, desde el nacimiento hasta su
muerte.
Los siete sacramentos aparecen en siete momentos que representan
la totalidad de la vida humana; y en esos momentos
es cuando Jesús quiere entrar en el hombre a través
de los siete sacramentos.
Cada uno de estos momentos en
los cuales Jesús se hace presente, son vividos por nosotros
como una verdadera fiesta; siendo los momentos cruciales de nuestra
vida, Él se hace presente. Pero no hay fiesta, cuando
uno está solo. En una fiesta no hay lugar para
“el cada uno para sí”. Tampoco en los sacramentos. Éstos
son signos de vida, de amor, de unidad. Son signos
comunitarios; en ellos se expresa toda la comunidad de creyentes
como en una realidad: un pueblo salvado que se une
con alegría a su Señor en la fe, la esperanza
y el amor.
Así definiríamos los sacramentos: son signos sensibles
y eficaces de la gracia, instituidos por Nuestro Señor Jesucristo
para santificar nuestras almas, y confiados a la Iglesia para
su administración.
Cuáles son los sacramentos
Son siete:
1) Bautismo: Dios nos
da su vida divina, la entrada a la Iglesia católica
y nos hace partícipes de Cristo Profeta, Rey y Sacerdote,
y herederos del cielo.
2) Confirmación: Dios nos confiere la madurez
espiritual para la lucha y nos capacita para ser apóstoles
de Cristo y testigos de su palabra.
3) Comunión: Dios nos
alimenta con el Cuerpo y la Sangre de su Hijo
Jesucristo y nos hace crecer en la caridad.
4) Penitencia: Dios
nos perdona, por intermedio del sacerdote, nuestros pecados y nos
ayuda a vencer las tentaciones.
5)Unción de enfermos: Dios nos ofrece
este sacramento para prepararnos a afrontar con confianza el momento
de la enfermedad y de la muerte, confortándonos en el
sufrimiento y sosteniéndonos en las tentaciones finales, y así prepararnos
para mirar con gozo la eternidad.
6) Orden Sacerdotal: Dios ofrece
este sacramento a hombres varones a quienes Él ha elegido
para servir a la comunidad creyente, como ministros sagrados y
administradores de sus misterios.
7) Matrimonio: Dios regala este sacramento a
hombres y mujeres que sienten la llamada a formar una
familia y así perpetuar la especie humana. El sacramento del
matrimonio es signo eficaz del amor esponsal que Cristo tiene
hacia su Iglesia.
Santo Tomás de Aquino resume así la
necesidad de que sean siete los sacramentos por analogía de
la vida sobrenatural del alma con la vida natural del
cuerpo: por el bautismo se nace a la vida espiritual;
por la confirmación crece y se fortifica esa vida; por
la eucaristía se alimenta; por la penitencia se curan sus
enfermedades; la unción de los enfermos prepara a la muerte,
y por medio de los dos sacramentos sociales –orden sagrado
y santo matrimonio- es regida la sociedad eclesiástica y se
conserva y acrecienta tanto en su cuerpo como en su
espíritu.
Los sacramentos se han dividido así
Sacramentos de iniciación cristiana:
bautismo, confirmación y comunión.
Sacramentos de sanación: penitencia y unción
de enfermos.
Sacramentos al servicio de la comunidad: orden sacerdotal y
matrimonio.
Rito litúrgico de cada uno de los sacramentos |
Ritual actual de cada uno de los sacramentos |
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Sacramento del Bautismo
Ritos introductorios
Diálogo inicial del sacerdote con los padres
y padrinos del niño.
Pregunta a los padres y padrinos: “¿Qué
quieren para su hijo?”. La respuesta es hermosísima: “El don
del Bautismo....La vida eterna...La santidad de Dios para nuestro hijo”.
Acogida y signación en la frente del niño.
Liturgia de la
Palabra
Lecturas.
Salmo responsorial.
Homilía.
Oración en silencio
Oración de los
fieles.
Exorcismo.
Unción en el pecho del niño.
Liturgia sacramental
Bendición del agua.
Renuncias.
Profesión de
fe.
Petición del bautismo.
Ablución más la fórmula: “Yo te bautizo en
el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo”.
Crismación en la cabeza.
Vestidura.
Entrega del cirio.
Efetá (opcional)
Ritos conclusivos
Padrenuestro.
Bendiciones varias.
Cántico de
acción de gracias.
Presentación del recién bautizado a la Virgen.
Sacramento de
la Confirmación
Cuando la confirmación es dentro de la misa se
sigue esta estructura:
Ritos introductorios
Liturgia de la Palabra
Sacramento de la confirmación
Presentación
de los confirmandos.
Homilía.
Renovación de las promesas del bautismo.
Imposición de manos.
Monición.
Oración.
Momentos de silencio.
Oración con las manos extendidas sobre los confirmandos.
Crismación
en la frente con la fórmula: N, recibe por esta
señal el don del Espíritu Santo.
Oración de los fieles
Liturgia eucarística
Rito
de conclusión
Cuando la confirmación tiene lugar fuera de la misa,
la estructura es así:
Rito de entrada: canto, procesión de entrada,
reverencia al altar, saludo del obispo, oración.
Liturgia de la Palabra.
Liturgia
del sacramento
Presentación de los confirmandos.
Homilía.
Renovación de las promesas del bautismo.
Imposición
de manos. Monición.
Oración.
Instantes de silencio.
Oración con las manos extendidas sobre
los confirmandos.
Crismación en la frente con la fórmula: N, recibe
por esta señal el don del Espíritu Santo.
Oración de los
fieles
Recitación de la oración dominical: Padrenuestro.
Rito de despedida: fórmula especial
de bendición solemne o la oración sobre el pueblo, canto.
Sacramento
de la Eucaristía
Ritos introductorios
Canto de entrada.
Inclinación al altar.
Beso al altar.
Incensación, si es solemnidad.
Saludo.
Acto penitencial.
Kyrie.
Gloria.
Oración colecta.
Liturgia de la Palabra
Primera lectura.
Salmo
responsorial
Segunda lectura.
Alleluia.
Evangelio.
Homilía.
Credo.
Oración de fieles
Liturgia de la Eucaristía
Preparación y presentación de
los dones.
Incensación, si es solemnidad.
Lavatorio de las manos
Oración sobre las
ofrendas.
Plegaria eucarística
Rito de la comunión
Ritos conclusivos
Saludo
Bendición.
Despedida final.
Sacramento de la
Penitencia
Acogida del penitente: “En el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo. Amén”. El penitente tiene que
experimentar, desde que entra en el confesonario, la ternura de
Dios y la alegría de poderle abrazar a su Padre
Dios, lleno de misericordia.
Lectura de la Palabra de Dios: puede
leerse un texto evangélico; puede hacerse dentro de la confesión
o, mejor, antes de entrar a la confesión, para no
retrasar a otros penitentes que están ya esperando.
Confesión de
los pecados del penitente: “Estos son mis pecados:...”. Contarlos con
sencillez, humildad y sinceridad, sin poner excusas, sin enrollarse, ni
ocultar circunstancias importantes que agraven el pecado.
Manifestación del dolor por
parte del penitente: “Yo confieso; o Pésame; o Señor mío
Jesucristo...”. Este dolor es por haber ofendido a Dios nuestro
Padre lleno de amor y de ternura. Este dolor está
unido a un propósito firmísimo de enmienda, sin el cual
la confesión no tiene efecto.
Absolución sacramental por parte del confesor:
“Dios Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la
muerte y resurrección de su Hijo, y derramó el Espíritu
Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por
el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz,
Y YO TE ABSUELVO DE TUS PECADOS EN EL NOMBRE
DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO”. En
cada confesión experimentamos en nuestra alma toda la sangre redentora
de Cristo que nos limpia, nos purifica, nos perdona y
nos santifica. Cada confesión es una auténtica y renovada Pascua.
Alabanza a Dios: - “Da gracias al Señor porque es
bueno” - ”Porque es eterna su misericordia”.
Despedida del sacerdote: “Vete en
paz, y anuncia a los hombres las maravillas de Dios
que te ha salvado”. Salimos felices para proclamar la gran
misericordia de Dios en nuestras vidas.
Sacramento de la Unción
de enfermos
Ritos de entrada:
Saludo.
Acto penitencial.
Liturgia de la Palabra:
Se lee
un texto del evangelio referido a un enfermo.
Letanías
Liturgia del sacramento:
santa unción. Así es la hermosa fórmula que dice el
sacerdote: “Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia,
te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo”.
El enfermo responde: Amén. “Para que, libre de tus pecados,
te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad”.
El enfermo responde: Amén. Acto seguido el sacerdote dice esta
oración: “Te rogamos, Redentor nuestro, que, con la gracia del
Espíritu Santo, cures la debilidad de este enfermo, sanes sus
heridas y perdones sus pecados. Aparta de él todo cuanto
pueda afligir su alma y su cuerpo; por tu misericordia
devuélvele la perfecta salud espiritual y corporal, para que, restablecido
por tu bondad, pueda volver al cumplimiento de sus acostumbrados
deberes. Tú que vives y reinas por los siglos de
los siglos”. El enfermo responde: Amén.
Ritos conclusivos: Padrenuestro y bendición
final.
Sacramento del Orden Sacerdotal
Me centraré sólo en el presbiterado, que
es el segundo grado del Orden sacerdotal. El primer grado
es el diaconado y el tercero es el episcopado.
El sacerdocio
es un don que Dios da al que quiere. Dicho
don lo otorgó sólo a varones, porque Él quiso, era
su plan. No es discriminación ni falta de atención a
la mujer. Son diferentes funciones dentro de la Iglesia. A
la mujer le tenía Dios preparada otras funciones y ministerios,
que las vive y las cumple con toda su ternura
y delicadeza.
Dios elige a esos hombres que harán las
veces de Cristo Maestro, Sacerdote y Pastor, y así su
cuerpo, que es la Iglesia, se edifique y crezca como
Pueblo de Dios y templo del Espíritu Santo.
Al asemejarse
a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y al unirse al
sacerdocio de los obispos, ellos quedarán consagrados como auténticos sacerdotes
del Nuevo Testamento, para anunciar el Evangelio, apacentar al pueblo
de Dios y celebrar el culto divino, especialmente en el
sacrificio del Señor.
El obispo el día de la ordenación
le dice al nuevo sacerdote:
“Por eso, vosotros, queridos hijos,
que ahora seréis consagrados presbíteros, debéis cumplir el ministerio de
enseñar en nombre de Cristo, el Maestro. Anunciad a todos
los hombres la palabra de Dios que vosotros mismos habéis
recibido con alegría. Meditad la ley del Señor, creed lo
que leéis, enseñad lo que creéis y practicad lo que
enseñáis. Que vuestra doctrina sea un alimento sustancioso para el
pueblo de Dios; que la fragancia espiritual de vuestra vida
sea motivo de regocijo para todos los cristianos, a fin
de que con la palabra y el ejemplo construyáis ese
edificio viviente que es la Iglesia de Dios.
Os corresponderá también
la función de santificar en nombre de Cristo. Por medio
de vuestro ministerio, el sacrificio espiritual de los fieles alcanzará
su perfección al unirse al sacrificio del Señor, que por
vuestras manos se ofrecerá incruentamente sobre el altar, en la
celebración de la Eucaristía. Tened conciencia de lo que hacéis
e imitad lo que conmemoráis. Por tanto, al celebrar el
misterio de la muerte y la resurrección del Señor, procurad
morir vosotros mismos al pecado y vivir una vida realmente
nueva.
Al introducir a los hombres en el pueblo de Dios
por medio del bautismo, al perdonar los pecados en nombre
de Cristo y de la Iglesia por medio del sacramento
de la penitencia, al confortar a los enfermos con la
santa unción, y en todas las celebraciones litúrgicas, así como
también al ofrecer durante el día la alabanza, la acción
de gracias y la súplica por el pueblo de Dios
y por el mundo entero, recordad que habéis sido elegidos
de entre los hombres y puestos al servicio de los
hombres en las cosas que se refieren a Dios.
Con permanente
alegría y verdadera caridad continuad la misión de Cristo Sacerdote,
no buscando vuestros intereses sino los de Jesucristo.
Finalmente, al participar
de la función de Cristo, Cabeza y Pastor de la
Iglesia, permaneced unidos y obedientes al obispo. Procurad congregar a
los fieles en una sola familia, animada por el Espíritu
Santo, conduciéndolos a Dios por medio de Cristo. Tened siempre
presente el ejemplo del Buen Pastor que no vino a
ser servido sino a servir y a buscar y salvar
lo que estaba perdido”.
Después de la lectura del evangelio:
Presentación
de los ordenandos por parte del rector del seminario.
Homilía del
obispo.
Se examina a los candidatos sobre sus disposiciones respecto al
ministerio que van a recibir, y la promesa de obediencia
al propio obispo y sucesores .
Letanías de los santos con
la oración “Exaudi nos” del Veronense. Terminan las letanías con
este hermosa oración del obispo: “Escúchanos, Señor, Dios nuestro: derrama
sobre este tu servidor la bendición del Espíritu Santo y
la virtud de la gracia sacerdotal, para que la abundancia
de tus dones acompañe siempre al que ahora te presentamos
para ser consagrado. Por Cristo nuestro Señor. Amén”.
Imposición
de las manos en silencio por parte del obispo sobre
la cabeza de los candidatos; lo mismo hacen los presbíteros
que participan en el rito.
La oración consecratoria es la del
Veronense, que pasó a todos los Pontificales, con algunas modificaciones.
Lo principal de la oración dice así: “Te pedimos, Padre
todopoderoso, que confieras a este siervo tuyo la dignidad del
presbiterado; renueva en su corazón el Espíritu de santidad; reciba
de ti el sacerdocio de segundo grado y sea, con
su conducta, ejemplo de vida...”.
Después algunos presbíteros colocan la
estola en sentido presbiteral a cada uno de los ordenados
y les revisten con la casulla.
Luego, el obispo unge
con el Santo Crisma las manos de los ordenados: “Jesucristo,
el Señor, a quien el Padre ungió con la fuerza
del Espíritu Santo, te auxilie para santificar al pueblo cristiano
y para ofrecer a Dios el sacrificio”.
Sigue la
entrega a cada ordenado de la patena con pan y
del cáliz con vino y un poco de agua, mientras
dice: “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a
Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras,
y conforma tu vida con el misterio de la cruz
de Cristo”.
Finalmente, el obispo da la paz a cada uno
de los ordenados: “La paz esté contigo”.Y el nuevo sacerdote
responde: “Y con tu espíritu”.
Acto seguido, continúa la celebración de
la Eucaristía: el obispo ordenante con los recién ordenados. Es
la primera misa que celebran los nuevos sacerdotes.
Sacramento del Matrimonio
En
este sacramento, Jesús viene a bendecir ese amor que se
profesan el esposo y la esposa, y que fue una
participación del mismo Dios. Viene elevado a sacramento lo que
es de derecho natural; se convierte en fuente de gracia
divina y en reflejo del amor fiel que tiene Cristo
con su Iglesia.
Ambos se convierten en sagrados, el uno
para el otro. Reciben la gracia de estado para cumplir
su tarea de esposos y de padres, ser fieles hasta
la muerte y educar a los hijos cristianamente. Cada matrimonio
por la Iglesia es matrimonio en Dios y por Dios,
es vivir la experiencia de la primera boda de Caná,
donde Jesús convierte nuestra agua en vino oloroso y perfumado,
el vino del amor matrimonial, con todos los aditivos para
que no se corrompa ni se avinagre.
¿Cómo es el rito
del sacramento del matrimonio?
Rito de entrada.
Liturgia de la Palabra.
Liturgia del
sacramento:
El escrutinio: “N y N, ¿sois plenamente libres para contraer
matrimonio? Responden: – Sí lo somos. Pregunta el sacerdote: ¿Os
comprometéis a amaros y respetaros durante toda vuestra vida? Responden:
- Sí, nos comprometemos. Pregunta el sacerdote: ¿Os comprometéis
también a colaborar en la obra creadora de Dios, asumiendo
vuestra responsabilidad en la comunicación de la vida y
en la educación de los hijos de acuerdo con la
ley de Cristo y de la Iglesia? Responden: – Sí,
nos comprometemos.
El consentimiento: “Manifestad entonces vuestra decisión de contraer matrimonio
estrechándoos la mano derecha y expresad ante Dios y su
Iglesia vuestro consentimiento matrimonial”. Cada uno dice: “- Yo, N.,
te recibo a ti como esposa/o y prometo serte fiel
tanto en la prosperidad como en la adversidad, en la
salud como en la enfermedad, amándote y respetándote durante toda
mi vida”. Y el sacerdote confirma el consentimiento: “El Señor
confirme el consentimiento que habéis manifestado delante de la Iglesia
y realice en vosotros lo que su bendición os promete.
Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”.
Bendición
e imposición de los anillos:“El Señor bendiga estos anillos que
os entregaréis el uno al otro, como signo de amor
y de fidelidad”. Y ellos: “N, recibe este anillo como
signo de mi amor y fidelidad. En el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Bendición y
entrega de las arras: es un rito opcional. Las arras
son unas monedas. La bendición que da el sacerdote es
ésta: “Bendice, Señor, estas arras, que pone N. En manos
de N. Y derrama sobre ellos la abundancia de tus
bienes”. El esposo toma las arras y las entrega a
la esposa diciéndole: “N., recibe estas arras como prenda de
la bendición de Dios y signo de los bienes que
vamos a compartir”.
La bendición de los esposos .
Comunión, si
los esposos quieren recibirla y están en estado de gracia.
Bendición
final.
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Los sacramentales |
Diferencia entre sacramentos y sacramentales. Profesión religiosa. Exequias. Procesiones. Peregrinaciones. Jubileos. |
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Diferencia entre Sacramentos y Sacramentales
Nos contesta el concilio Vaticano II
en su constitución sobre la Sagrada Liturgia en el número
60: “La Santa Madre Iglesia instituyó, además, los sacramentales. Estos
son signos sagrados creados según el modelo de los sacramentos,
por medio de los cuales se significan efectos, sobre todo
de carácter espiritual, obtenidos por la intercesión de la Iglesia.
Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto
principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias
de la vida”. El nombre de “sacramentales” nos trae a la
memoria el de “sacramentos” y manifiesta una íntima relación entre
unos y otros. Los sacramentales ayudan a los hombres para
que se dispongan a recibir mejor los efectos de los
sacramentos, efectos que el Concilio llama principales.
¿En qué se
diferencian los sacramentales de los sacramentos?
Mientras los sacramentos son de
institución divina, pues los ha instituido el mismo Jesucristo, los
sacramentales son de institución eclesiástica, es decir, los ha creado
la Iglesia.
Además, en cuanto a los efectos también hay
diferencias. Los sacramentos producen la gracia “ex opere operato”, o
sea, todo sacramento obra, tiene eficacia por el hecho de
ser un acto del mismo Jesucristo; no obtiene su eficacia
o valor esencial ni del fervor ni de los merecimientos
ni de la actividad del ministro o del sujeto que
recibe el sacramento. En cambio, los sacramentales obran “ex opere
operantis Ecclesiae”, es decir, que reciben su eficacia de la
misión mediadora que posee la Iglesia, por la fuerza de
intercesión que tiene la Iglesia ante Cristo que es su
Cabeza. Los sacramentales producen sus efectos por la fuerza impetratoria
de la Santa Iglesia.
Semejanzas entre los sacramentos y los sacramentales
Está
ante todo la finalidad. Tanto los sacramentos cuanto los sacramentales
tienden al mismo término: la santidad. Los sacramentos producen esa
santidad de modo inmediato y directo; los sacramentales la conceden
de modo dispositivo. “Disponen”, dice el número que antes citamos
del Concilio Vaticano II; o sea, preparan, abren camino para
recibir la santidad.
También, sacramentos y sacramentales son semejantes en
cuanto que unos y otros tienen valor de signo: significan,
simbolizan los efectos que mediante ellos se producen. Sacramentos y
sacramentales buscan santificar las diversas circunstancias de la vida humana,
haciendo de cada una de ellas ocasión para un encuentro
del hombre con Dios. Encuentro en que el hombre le
tribute culto y reciba la salvación.
Son, pues, los sacramentales
una manera por la cual la Santa Iglesia hace llegar
los beneficios de la Redención a todos los ámbitos de
la vida cotidiana, aún a los más modestos, y contribuye
así a realizar la consagración del mundo. Constituyen el lazo
entre la vida cotidiana y el ámbito de la Redención.
Extienden a la creación entera la irradiación de los sacramentos
como un testimonio de la dimensión cósmica del misterio pascual.
Cubren un amplísimo campo de la vida litúrgica de la
Iglesia.
En pocas palabras, así como los sacramentos se ubican
en esos momentos resaltantes de la vida humana, los sacramentales
invaden los momentos cotidianos, humildes, múltiples de esa misma vida
del hombre.
Resumamos las diferencias:
Los sacramentos son de institución divina,
los sacramentales son de institución eclesiástica.
Los sacramentos actúan “ex opere
operato” (por sí mismos), los sacramentales “ex impetratione Ecclesiae” (por
impetración de la Iglesia).
Los sacramentos son signos de la gracia,
los sacramentales son signos de la oración de la Iglesia.
Los
sacramentos tienen como fin producir la gracia que significan, los
sacramentales sólo disponen para recibir la gracia (consiguen gracias actuales)
y obtienen otros efectos espirituales.
Los sacramentos son necesarios para
la salvación; los sacramentales, no.
Son las múltiples ceremonias de
bendiciones y consagraciones que figuran en el Ritual y en
el Pontifical Romano. Citemos algunas: bendición de las personas, de
cosas (medallas, casas, automóviles, alimentos, etc.), el agua bendita, los
exorcismos, la consagración de vírgenes, dedicación del altar, del templo,
de las campanas, etc.
Los sacramentales ocupan un gran lugar
en la actividad religiosa de la santa Iglesia y la
gente acude con frecuencia a solicitarlos. Por ejemplo, las bendiciones
para determinados momentos de la vida: mujer que va a
dar a luz, viajes prolongados, procesiones, una bendición para un
enfermo, etc.
Ahora se entiende lo que dice la constitución sobre
la Sagrada Liturgia, en el número 61: “La liturgia de
los sacramentos y de los sacramentales hace que los fieles
bien dispuestos sean santificados en casi todos los actos de
la vida, por la gracia divina que emana del misterio
pascual...Y hace también que el uso honesto de las cosas
materiales pueda ordenarse a la santificación del hombre y a
la alabanza de Dios”.
Y en el número 79 se
nos dice: “Revísense los sacramentales, teniendo en cuenta la norma
fundamental de la participación constante, activa y fácil de los
fieles y atendiendo a las necesidades de nuestros tiempos. En
la revisión de los Rituales se pueden añadir también nuevos
sacramentales, según lo pida la necesidad...Prevéase, además, que ciertos sacramentales,
al menos en circunstancias particulares y a juicio del obispo
del lugar, puedan ser administrados por laicos que tengan las
cualidades convenientes”.
De entre los sacramentales, quiero detenerme en
éstos: el de la profesión religiosa, el de las exequias
y el de las procesiones, peregrinaciones y jubileos.
a)El sacramental de
la profesión religiosa
Me refiero a la ceremonia con la cual
aquellos bautizados que responden a un llamado especial de Dios
renuncian al mundo y se consagran definitivamente y exclusivamente al
Reino de Dios, por amor a Jesucristo, en la profesión
de los tres consejos evangélicos que, en forma de votos
o compromisos de diversa índole, se comprometen a cumplir: pobreza,
castidad y obediencia.
La constitución conciliar “Lumen Gentium”, en el número
43 nos dice: “Este estado (el de los religiosos), si
se atiende a la constitución divina y jerárquica de la
Iglesia, no es intermedio entre el de los clérigos y
el de los laicos; sino que, de uno y otro,
algunos cristianos son llamados por Dios para poseer un don
particular en la vida de la Iglesia y para que
contribuyan a la misión salvífica de ésta, cada uno según
su modo”.
Este sacramental de la profesión religiosa es como una
extensión del sacramento del bautismo. En efecto, la vocación religiosa
“de especial consagración”, como suele denominarse ahora, se ubica en
una línea que prolonga los compromisos bautismales.
Esto lo corrobora
el mismo concilio Vaticano II, en el número 44 de
la constitución “Lumen Gentium”: “...Ya por el bautismo (el cristiano)
había muerto al pecado y estaba consagrado a Dios; sin
embargo, para obtener de la gracia bautismal fruto copioso pretende,
por la profesión de los consejos evangélicos, liberarse de los
impedimentos que podrían apartarle del fervor de la caridad y
de la perfección del culto divino, y se consagra más
íntimamente al servicio de Dios”.
También lo confirma, después, el
decreto “Perfectae Caritatis”, del mismo concilio y que está dedicado
a la vida religiosa: “Los religiosos entregaron su vida entera
al servicio de Dios, lo cual constituye una peculiar consagración,
que radica íntimamente en la consagración del bautismo y la
expresa con mayor plenitud” (n. 5).
Por tanto, este sacramental
de la vida religiosa, prolonga y busca plenificar, por la
impetración de la Iglesia, la consagración realizada en el bautismo,
en aquellos que recibieron tal vocación.
b)El sacramental de las
exequias
La Iglesia tiene clara conciencia de que su estado actual
de peregrinación no interrumpe los lazos con aquellos miembros suyos
que, traspasado el umbral de la muerte, o bien gozan
ya de la visión de Dios o bien se preparan
a gozarla; es decir, con sus miembros difuntos que están
ya en el cielo, ya en el purgatorio.
Así lo
dice la constitución del concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n.
49: “La unión de los viadores con los hermanos que
se durmieron en la paz del Señor de ninguna manera
se interrumpe. Más bien, según la constante fe de la
Iglesia, se robustece con la comunicación de bienes espirituales. Por
eso, la Iglesia guardó con gran piedad la memoria de
los difuntos y ofreció sufragios por ellos, porque santo y
saludable es el pensamiento de orar por los difuntos, para
que queden libres de sus pecados”.
Así, como concreción de
estos sufragios, surgieron distintos sacramentales relacionados con los ritos exequiales.
Entre ellos, principalmente los “responsos” y las procesiones a los
cementerios.
Acerca de estos sacramentales relacionados con los difuntos que
están purificándose todavía después de la muerte, dice la constitución
sobre la Sagrada Liturgia: “El rito de exequias debe expresar
más claramente el sentido pascual de la muerte cristiana y
debe responder mejor a las circunstancias y tradiciones de cada
país, aún en lo referente al color litúrgico”(n. 81).
Esta
revisión se hacía necesaria porque, por diversas circunstancias, los ritos
exequiales codificados por el Ritual Romano del año 1614 no
mostraban nítidamente el sentido pascual de la muerte cristiana; ese
sentido que tan hermosamente describe san Pablo en 1 Tesalonicenses
4, 13-18.
¿Cuál es, pues, el sentido de las exequias
cristianas?
La Iglesia celebra en ellas el misterio pascual para que
quienes fueron incorporados a Cristo, muerto y resucitado por el
bautismo, pasen con Él a la vida, sean purificados y
recibidos en el cielo, y aguarden el triunfo definitivo de
Cristo y la resurrección de los muertos (cf Sacrosanctum Concilium,
n. 82).
Esto explica que la esperanza de la resurrección
sea un tema central en las exequias. A ella se
refieren constantemente las lecturas, las antífonas y las oraciones. La
Iglesia, consciente de esta esperanza cristiana, intercede por los difuntos
para que el Señor perdone sus pecados, los libre de
la condenación eterna, los purifique totalmente, los haga partícipes de
la eterna bienaventuranza y los resucite gloriosamente al final de
los tiempos. La eficacia de este intercesión se funda en
los méritos de Jesucristo, no en los sufragios mismos.
En
estas exequias ve también la Iglesia la veneración del cuerpo
del difunto. El cristianismo no considera el cuerpo como la
cárcel del alma, como decía el platonismo; ni tampoco ve
en el cuerpo algo intrínsecamente malo, como proclamó el maniqueísmo;
y menos aún admite el materialismo ateo para quien sólo
existe lo material, a lo que considera indefectiblemente perecedero y
despreciable.
La Iglesia siempre ha defendido la unidad vital cuerpo-alma,
y por lo mismo, ambos elementos son objeto de salvación;
uno y otro serán glorificados o condenados.
Las exequias son
una magnífica ocasión para que la comunidad cristiana reflexione y
ahonde en el significado profundo de la vida y de
la muerte; y para que los pastores de almas realicen
una eficaz acción evangelizadora, potenciada por las disposiciones positivas de
los familiares, la participación en la misa exequial de muchos
cristianos alejados y la presencia amistosa de personas indiferentes, incrédulas
e incluso ateas.
Conviene anotar de paso algunas cuestiones particulares
sobre las exequias.
El agua bendita que el sacerdote derrama sobre
el cadáver alude al bautismo, y la incensación, a la
resurrección. Son, pues, gestos pascuales.
El color litúrgico de las exequias
de adultos es el morado; el de los niños, el
blanco.
Los elogios fúnebres o exposiciones retóricas y alabanzas de las
virtudes del difunto no deben sustituir nunca a la homilía.
Se puede aludir brevemente al testimonio de vida cristiana de
esa persona difunta, cuando constituye motivo de edificación o acción
de gracias.
En la liturgia de las exequias no se
debe hacer acepción de personas por razón de su posición
económica, cultural, social, etc., pues todos los cristianos son igualmente
hijos de Dios y de la Iglesia y poseen la
misma dignidad bautismal. Sin embargo, está permitido realzar la solemnidad
de las exequias de las personas que tienen autoridad civil
o poseen el orden sagrado, ya que la distinción se
refiere a lo que significan esas personas, no a las
mismas personas. Pero siempre hay que hacerlo con moderación.
¿A
quién denegar la sepultura eclesiástica? El nuevo Código de Derecho
Canónico establece en los números 1184 y 1185 lo siguiente:
“Se han de negar las exequias eclesiásticas, a no ser
que antes de la muerte hubieran dado alguna señal de
arrepentimiento: 1) a los notoriamente apóstatas, herejes o cismáticos; 2)
a los que pidieron la cremación de su cadáver por
razones contrarias a la fe cristiana; 3) a los demás
pecadores manifiestos, a quienes no pueden concederse las exequias eclesiásticas
sin escándalo público de los fieles. En el caso de
que surja alguna duda, hay que consultar al Ordinario del
lugar, y atenerse a sus disposiciones. Sigue diciendo el Código
que a quien ha sido excluido de las exequias eclesiásticas
se negará también cualquier misa exequial. Sin embargo, en este
caso también se pueden decir misas privadas en sufragio de
su alma, apelando a la infinita misericordia de Dios.
¿Qué
decir de la cremación? El Ritual de exequias introduce la
normativa de la Instrucción de la Congregación del Santo Oficio
de agosto de 1963, estableciendo que “no hay que negar
los ritos exequiales cristianos a los que eligieron la cremación
de su propio cadáver a no ser que conste claramente
que lo hicieron por razones anticristianas”. El nuevo Código de
Derecho Canónico explica la mente completa de la Iglesia en
el canon 1176: “La Iglesia aconseja vivamente que se conserve
la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos;
sin embargo, no prohíbe la cremación, a no ser que
haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana”.
La cremación no es algo simplemente tolerado, puesto que
no es intrínsecamente mala, ni se exige causa justa para
elegirla; pero la Iglesia prefiere la inhumación.
c)Otros sacramentales: procesiones,
peregrinaciones y jubileos.
¿Qué decir de las procesiones?
Las únicas procesiones
de que trata el nuevo Ritual son las eucarísticas y
las del traslado de las reliquias.
Sobre las eucarísticas indica
que son expresiones con las que el pueblo cristiano da
testimonio público de su fe y de su piedad hacia
el Santísimo Sacramento, sobre todo si se lleva el Santísimo
Sacramento por las calles entre cantos y en medio de
un ambiente solemne. Es ya tradicional la procesión del Corpus
Christi. Dicha procesión se celebra a continuación de la misa,
en la que se consagra la Hostia que ha de
trasladarse en la procesión. Sin embargo, nada impide que ésta
se haga después de una adoración pública prolongada que siga
a la misa.
En estas procesiones eucarísticas se deben usar
los ornamentos utilizados durante la misa o la capa pluvial
de color blanco. Han de utilizarse cirios, incienso y palio,
bajo el que marchará el sacerdote que lleva el Sacramento,
según los usos de la región.
Al final de la
procesión se imparte la bendición con el Santísimo Sacramento y
se reserva.
Sobre las reliquias
Se deben colocar debajo del
altar, después de haberlas llevado procesionalmente.
Las peregrinaciones
Las peregrinaciones se
asemejan a las procesiones, pero su recorrido es mucho más
largo. Las primeras manifestaciones conocidas de estos actos de piedad
se encuentran en las visitas a Palestina para venerar los
lugares donde ocurrieron hechos insignes del Salvador y de siervos
de Dios tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
¿Qué
simbolizan las peregrinaciones?
La vida del cristiano en este mundo
es una especie de peregrinación y destierro. Vamos camino a
la eternidad.
¿Qué decir de los jubileos?
Recibe el nombre
de jubileo, un año, cada veinticinco, en el que el
papa concede a los peregrinos que vayan a Roma, y
a los que allí viven, una indulgencia plenaria de eficacia
muy particular.
También se concede una indulgencia similar en el
año jacobeo a quienes visiten el sepulcro de Santiago de
Compostela todos los años en que la fiesta del santo
apóstol coincida en domingo.
Por extensión, se conceden jubileos a
determinados santuarios en circunstancias especiales.
El término jubileo (año de
jubileo) tiene su origen en la palabra hebrea “yobel”, que
significa carnero y, por extensión, cuerno de carnero. Se empleaba
en la Biblia para designar las trompetas que invitaban al
pueblo israelita a acercarse al Sinaí y las que sonaban
al dar vueltas alrededor de las murallas de Jericó. Al
son de dichas trompetas se anuncia el año jubilar entre
los judíos, año de gracia y de libertad.
El primer
jubileo cristiano conocido se celebró el año 1300 y fue
promulgado por el papa Bonifacio VIII. En la basílica de
san Juan de Letrán, junto a la puerta principal, hay
una pintura muy antigua que recuerda este hecho. Los Años
Santos de Roma sufrieron diversas transformaciones.
Al principio se estableció
que el año santo jubilar se celebraría cada cien años
y habrían de visitarse las basílicas de los santos apóstoles
Pedro y Pablo. Clemente VI declaró año santo jubilar el
año 1350, añadiendo la visita a la basílica de san
Juan de Letrán. Urbano VI declaró en 1389 que el
año santo jubilar había de celebrarse cada 33 años en
recuerdo de los años de Jesucristo, y extendió el número
de basílicas a la de santa María la Mayor.
Otro
jubileo fue decretado por el papa Martín V en 1423.
Pero Nicolás V, en 1450, estableció que se celebrasen de
nuevo cada 50 años. Finalmente, en 1470, el papa Paulo
II dispuso que en adelante el año santo jubilar tuviera
lugar cada 25 años.
Así continúa en la actualidad, exceptuados
algunos jubileos extraordinarios, como el promulgado por Pío XI en
1934 (año jubilar de la redención), y el año mariano
de 1987, convocado por Juan Pablo II.
En la ceremonia
del Año Santo destaca la apertura y el cierre de
la Puerta Santa en las cuatro basílicas romanas antes citadas.
Su origen se remonta al siglo XV y se abren
en la tarde de Navidad anterior al Año Santo y
se cierran el día de Navidad de ese año. La
apertura de la Puerta Santa simboliza la apertura del Paraíso,
debido a la indulgencia plenaria concedida. Las condiciones para obtener
esa indulgencia se exponen en la Bula de promulgación.
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