Domingo trigésimo en el Ciclo “B”
27-28 de octubre 2012
Introducción
0.1.-He aquí un mensaje de esperanza (…):
lo acabamos de escuchar de la Palabra de Dios. Es el mensaje que el
Señor de la historia no se cansa de renovar para la humanidad oprimida y
sometida de cada época y de cada tierra, desde que reveló a Moisés su
voluntad sobre los israelitas esclavos en Egipto: He visto la aflicción
de mi pueblo en Egipto; he escuchado su clamor (…); conozco sus
sufrimientos. He bajado para librarlo (…) y para subirlo de esta tierra a
una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel (Ex
3,7-8). ¿Cuál es esta tierra? ¿No es el Reino de la reconciliación, de
la justicia y de la paz, al que está llamada la humanidad entera? El
designio de Dios no cambia. Es lo mismo que profetizó Jeremías, en los
magníficos oráculos denominados “Libro de la consolación”, del que está
tomada la primera lectura de hoy. Es un anuncio de esperanza para el
pueblo de Israel, postrado por la invasión del ejército de
Nabucodonosor, por la devastación del Jerusalén y del Templo, y por la
deportación a Babilonia. Un mensaje de alegría para el “resto” de los
hijos de Jacob, que anuncia un futuro para ellos, porque el Señor los
volverá a conducir a su tierra, a través de un camino recto y fácil. Las
personas necesitadas de apoyo, como el ciego y el cojo, la mujer
embarazada y la parturienta, experimentarán la fuerza y la ternura del
Señor: él es un padre para Israel, dispuesto a cuidar de él como su
primogénito (cf. Jr 31,7-9).
0.2.-El designio de Dios no cambia. A
través de los siglos y de las vicisitudes de la historia, apunta siempre
a la misma meta: el Reino de la libertad y de la paz para todos. Y esto
implica su predilección por cuantos están privados de libertad y de
paz, por cuantos han visto violada su dignidad de personas humanas.
Pensamos en particular en los hermanos y hermanas que sufren pobreza,
enfermedades, injusticias, guerras y violencias, y emigraciones
forzadas. (…) Estos hijos predilectos del Padre celestial son como el
ciego del Evangelio, Bartimeo, que mendigaba sentado junto al camino (Mc
10,46) a las puertas de Jericó. Precisamente por ese camino pasa Jesús
Nazareno. Es el camino que lleva a Jerusalén, donde se consumará la
Pascua, su Pascua sacrificial, a la que se encamina el Mesías por
nosotros. Es el camino de su éxodo que es también el nuestro: el único
camino que lleva a la tierra de la reconciliación, de la justicia y de
la paz. En ese camino el Señor encuentra a Bartimeo, que ha perdido la
vista. Sus caminos se cruzan, se convierten en un único camino. ¡Hijo de
David, Jesús, ten compasión de mí!, grita el ciego con confianza.
Replica Jesús: ¡Llámenlo!, y añade: ¿Qué quieres que te haga? Dios es
luz y creador de la luz. El hombre es hijo de la luz, está hecho para
ver la luz, pero ha perdido la vista, y se ve obligado a mendigar. Junto
a él pasa el Señor, que se ha hecho mendigo por nosotros: sediento de
nuestra fe y de nuestro amor. “¿Qué quieres que te haga?”. Dios lo sabe,
pero pregunta; quiere que sea el hombre quien hable. Quiere que el
hombre se ponga de pie, que encuentre el valor de pedir lo que le
corresponde por su dignidad. El Padre quiere oír de la voz misma de su
hijo la libre voluntad de ver de nuevo la luz, la luz para la que lo ha
creado. Rabbuní, ¡que vea! Y Jesús le dice:Vete, tu fe te ha salvado.
(Mc 10, 51-52)1.
Comentario Bíblico
Primera Lectura:
Jeremías 31,7-9
1.1.- En el libro del profeta Jeremías
los capítulos 30 al 33 constituyen un mini “libro de la consolación”, en
el que se hallan reunidos oráculos pronunciados en diversas
circunstancias, leídos desde una perspectiva única y unificadora, como
anuncio de la restauración de todo Israel (de ambos reinos, el del Norte
y el del Sur); no se trata de un mero retorno al pasado, sino de la
creación de algo nuevo. Los pocos versículos elegidos para la lectura
litúrgica, son una invitación al gozo y la alegría, ya que el Señor no
ha dejado de realizar su designio salvador.
1.2.- Para nosotros, y nuestra lectura
creyente y orante de la Palabra, no reviste demasiada importancia
dilucidar si Jeremías dijo este oráculo en los comienzos de su
ministerio profético (en tiempos del rey Josías y de su reforma
religiosa) dirigido al reino del Norte (Efraín, Israel), lo que es lo
más probable, o si su discurso también lo dirige a Judá, como suele
hacerlo. Lo esencial es que el profeta de Anatot descubre, guiado por la
fe, el progreso y avance de la salvación de Dios bajo la forma del
retorno en masa de los israelitas dispersados y exiliados. A pesar de
las intrincadas y dolorosas vivencias históricas, bajo cuyo peso y
empuje pareciera que Israel estuviera a punto de desaparecer,
disolviéndose en la nada, Dios persiste en sus propósitos de fidelidad
hacia su pueblo, manteniéndole su status especial de primogénito entre
las naciones: Yo soy un padre para Israel y Efraín es mi primogénito (v.
9). Es importante recordar que en Israel el hijo primogénito gozaba de
una posición del todo especial entre los demás hijos (leer Gen 27; Ex
4,22-23; 13,11-16). Israel sigue siendola primera entre las naciones (v.
7). No obstante todas las apariencias contrarias,- vale decir el
exilio, con la consiguiente dispersión y el haberse visto diezmados y
reducidos a dura servidumbre-, todas las promesas de Dios siguen
intactas.
Es cierto que el actuar salvífico de Dios
no sólo no excluye, sino que pasa a través de una dolorosa
purificación, ya que los que vuelven a la tierra prometida son apenas un
puñadito (un resto)2.
Dicha experiencia, que por algo es comparada con la purificación por el
fuego en el crisol (leer 9,6), tuvo la virtud de eliminar toda
pretensión de orgullosa presunción, llevando al resto de Israel a una
nueva profundización en su fe. Justamente por eso mismo la relación con
Dios no sólo no ha quedado abolida, sino que se radicaliza hasta el
punto de hablar de que llegarán los días -oráculo del Señor- en que
estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá.
No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los
tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto… Esta es la
Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días
-oráculo del Señor-: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en
sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no tendrán
que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: “Conozcan al
Señor”. Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande
-oráculo del Señor (31,31-34).
1.3.-Israel ya no dirá más a un pedazo de
madera: tú eres mi padre, o a una piedra: tú me has dado a luz (ver
2,27); y la invocación: “¡padre mío”, tú eres el amigo de mi
juventud!, ya no vendrá acompañada por una obstinada práctica de
idolátrica infidelidad, que el lenguaje profético equipara con la
prostitución (3,4; leer también 3,19). Por fin Dios podrá exclamar con
toda verdad: Yo soy un padre para Israel (31,9). Ante una confianza de
esta índole, tan humilde y consciente, Dios responde haciendo que el
retorno a la tierra prometida sea pacífico, tranquilo, tan sin
obstáculos que será muy llevadero hasta para ciegos y lisiados, mujeres
embarazadas y parturientas (31,8).
El designio de Dios no se frena ni
descansa: avanza y se profundiza constantemente, no hay obstáculo que lo
detenga, ¡al contrario, éstos lo potencian!
Estamos llamados a profundizar y a vivir
más y mejor la experiencia de la paternidad de Dios, que nos libera de
cualquier dependencia idolátrica, llevándonos a descubrir nuestra
verdadera identidad: la de ser sus hijos amados. Descubrimiento que se
realiza a través del despojo de cualquier pretensión de poseer “derechos
adquiridos” al gozo de la paternal protección de Dios, nuestro Padre:
cuanto mayor sea nuestra apertura y disposición para recibir dicha
“humillación”, tanto más fuerte e intempestiva será la intervención del
Señor quitando cualquier obstáculo que se cruce por el camino. Esta
fue,- ¡y lo sigue siendo! -, la experiencia del Pueblo de Dios, y es la
experiencia paradigmática de Jesús, Jefe y Cabeza del Cuerpo de la nueva
humanidad, del Primogénito entre los resucitados (Col 1,18).
Salmo Responsorial:
Salmo 125[126],1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6
2.1.-Al escuchar las palabras del Salmo
125 se tiene la impresión de ver desarrollarse ante los ojos el
acontecimiento que se canta en la segunda parte del Libro de Isaías: el
“nuevo éxodo”. Es el regreso de Israel desde el exilio de Babilonia a la
tierra de los padres, tras el edicto del rey persa Ciro, en el año 538
a.C. Entonces se repitió la experiencia gozosa del primer éxodo, cuando
el pueblo judío fue liberado de la esclavitud de Egipto.
Este salmo asumía un significado particular cuando se cantaba en los días en los que Israel se sentía amenazado y experimentaba el miedo, pues estaba sometido de nuevo a la prueba. El salmo incluye, de hecho, una oración por el regreso de los prisioneros de ese momento (v. 4). De este modo, se convertía en una oración del pueblo de Dios en su itinerario histórico, lleno de peligros y pruebas, pero siempre abierto a la confianza en Dios, salvador y liberador, apoyo de los débiles y de los oprimidos.
Este salmo asumía un significado particular cuando se cantaba en los días en los que Israel se sentía amenazado y experimentaba el miedo, pues estaba sometido de nuevo a la prueba. El salmo incluye, de hecho, una oración por el regreso de los prisioneros de ese momento (v. 4). De este modo, se convertía en una oración del pueblo de Dios en su itinerario histórico, lleno de peligros y pruebas, pero siempre abierto a la confianza en Dios, salvador y liberador, apoyo de los débiles y de los oprimidos.
2.2.- El salmo introduce en una atmósfera
de júbilo: hay sonrisas, fiesta, por la libertad lograda, de los labios
salen cantos de alegría (vv. 1-2).
La reacción ante la libertad recuperada es doble. Por un lado, las naciones paganas reconocen la grandeza del Dios de Israel: «El Señor ha estado grande con ellos» (versículo 2). La salvación del pueblo elegido se convierte en una prueba límpida de la existencia eficaz y poderosa de Dios, presente y activo en la historia. Por otro lado, el pueblo de Dios profesa su fe en el Señor que salva: «El Señor ha estado grande con nosotros» (versículo 3).
La reacción ante la libertad recuperada es doble. Por un lado, las naciones paganas reconocen la grandeza del Dios de Israel: «El Señor ha estado grande con ellos» (versículo 2). La salvación del pueblo elegido se convierte en una prueba límpida de la existencia eficaz y poderosa de Dios, presente y activo en la historia. Por otro lado, el pueblo de Dios profesa su fe en el Señor que salva: «El Señor ha estado grande con nosotros» (versículo 3).
2.3.- El pensamiento se dirige después al
pasado, revivido con un escalofrío de miedo y amargura. Queremos
prestar atención a la imagen agrícola que utiliza el salmista: Los que
sembraban con lágrimas cosechan entre cantares (v. 5). Bajo el peso del
trabajo, a veces el rostro se riega de lágrimas: se siembra con una
fatiga que podría acabar quizá en la inutilidad y el fracaso. Pero
cuando llega la cosecha abundante y gozosa, se descubre que ese dolor ha
sido fecundo. En este versículo del salmo se condensa la gran lección
sobre el misterio de fecundidad y de vida que puede albergar el
sufrimiento. Precisamente, como había dicho Jesús en los umbrales de su
pasión y muerte: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda
infecundo; pero si muere, da mucho fruto (Juan 12, 24).
2.4.- El horizonte del salmo se abre de
este modo a la festiva cosecha, símbolo de la alegría producida por la
libertad, por la paz y la prosperidad, que son fruto de la bendición
divina. Esta oración es, entonces, un canto de esperanza, al que se
puede recurrir cuando se está sumergido en el momento de la prueba, del
miedo, de la amenaza exterior y de la opresión interior.
Pero puede convertirse también en un llamamiento más general a vivir los propios días y a cumplir las propias opciones en un clima de fidelidad. La esperanza en el bien, aunque sea incomprendida y suscite oposición, al final llega siempre a una meta de luz, de fecundidad, de paz. Es lo que recordaba san Pablo a los Gálatas: El que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien, que a su tiempo nos vendrá la cosecha, si no desfallecemos (Gal 6,8-9)3.
Pero puede convertirse también en un llamamiento más general a vivir los propios días y a cumplir las propias opciones en un clima de fidelidad. La esperanza en el bien, aunque sea incomprendida y suscite oposición, al final llega siempre a una meta de luz, de fecundidad, de paz. Es lo que recordaba san Pablo a los Gálatas: El que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien, que a su tiempo nos vendrá la cosecha, si no desfallecemos (Gal 6,8-9)3.
2.5.-La resurrección de Cristo, aunque
anunciada, no se esperaba. Cuando el resucitado se presenta, provoca esa
mezcla de susto y alegría del que no acaba de creer tanta
dicha: Con miedo, pero con mucha alegría, semarcharon ellas (Mt 28,8).
El final original de Marcos subraya el aspecto de susto y desconcierto
ante lo inesperado: Salieron huyendo del sepulcro, del temblor y
desconcierto que les entró, y no dijeron nada a nadie, del miedo que
tenían (Me 16,8).
Lucas habla del susto de las mujeres y la
incredulidad de los apóstoles: Ellos lo tomaron por un delirio y se
negaban a creerlas (…) Se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un
fantasma (…) Palpadme, miradme, un fantasma no tiene carne ni huesos,
como veis que yo tengo (…) Como todavía no acababan de creer, de pura
alegría, y no salían de su asombro (Lc 24,11. 37. 39. 41)
Los Hechos de los apóstoles cuentan la
liberación de Pedro de la prisión: Pedro salió detrás, sin saber si lo
que hacía el ángel era real, pues aquello le parecía una visión… Al
final de la calle, de pronto lo dejó el ángel. Pedro recapacitó y dijo:
Pues era verdad (Hch 12,9-11).
La imagen de sembrar y cosechar nos trae
al recuerdo dos pasajes. En el diálogo con los apóstoles, después de
hablar con la samaritana, Jesús les dice: El que siega cobra ya salario y
recoge cosecha para una vida sin término; así se alegran los dos, el
que siembra y el que siega, porque en eso tiene razón el refrán, que uno
siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis labrado;
fueron otros los que labraron, y vosotros habéis entrado en su
labor. (Jn 4,36-38).
En el discurso de la cena, Jesús utiliza
la imagen agraria para sugerir el misterio de la muerte y
resurrección: Si el grano de trigo cae en tierra y no muere, queda
infecundo; en cambio, si muere, da fruto abundante. Esta sentencia
prepara una lectura anagógica o escatológica del Sal 126 en la Iglesia4.
Segunda Lectura:
Carta a los Hebreos 5,1-65
3.1.- En el Primer Testamento hay
numerosas historias de vocación o llamamiento de Dios, pero ninguna de
ellas habla de vocación al sacerdocio. En Israel se era sacerdote por
nacimiento, por descendencia de una de las familias que desde antiguo
habían cuidado del culto divino. Evidentemente, se creía que los
antiguos cabezas de dichas familias habían sido originariamente
instituidos por Dios en su función, pero una vocación, un llamamiento
inmediato por parte de Dios no se refiere ni siquiera en el caso de
Aarón (Ex 28,1). No se puede decir lo mismo de los profetas. A éstos se
dirigió la palabra de Dios de repente y en forma imprevista. Dios los
llamó a su servicio cuando, donde y como bien le pareció. ¿Por qué,
pues, el autor de la carta a los Hebreos no se refirió a Moisés, Isaías,
Jeremías o Ezequiel, los relatos de cuyas vocaciones ocupan tan
destacado lugar en el P. Testamento, y en cambio se fija en la figura
tan pálida de Aarón? La respuesta es sencilla.
Porque de hecho “Cristo” fue investido de
su ministerio celestial a la manera de los sacerdotes y no a la manera
de los profetas. Lo heredó en cierta manera de Dios, que lo engendró
como Hijo suyo (cf. 1,4.5)6.
3.2.-El recurso lleno de confianza a
Cristo sumo sacerdote (Heb 4,16), viene justificado por una reflexión en
torno al sacerdocio y a su actualización en Cristo. La exposición se
divide claramente en dos partes: 1) Definición de sumo sacerdote
(5,1-4), y 2) Aplicación a Cristo (5,5-10). El autor insiste en la
solidaridad entre Cristo y los hombres, tema ya tratado en 2,17-18 y
4,15-16. Por primera vez en la Carta a los Hebreos encontramos aquí el
verbo “ofrecer”, y lo encontramos tres veces (5,1. 3. 7)… El autor pone
en relación sacrificio y solidaridad.
3.2.1.-La definición de sumo sacerdote se
articula en tres pasos sucesivos: definición general (5,1), explicación
de la relación con los hombres pecadores (5,2-3), explicación de la
relación con Dios (5,4).
3.2.2.-La definición general pone al sumo
sacerdote como “mediador” (5,1a) especificando que es a fin de
ofrecer oblaciones (Leccionario: dones) y sacrificios por los
pecados (5,1b). Entre las diversas funciones del sacerdote el autor
conserva aquí solamente el ministerio sacrificial, especificando su
sentido de expiación. (…) ¿Por qué el autor elige solamente el aspecto
sacrificial? Porque es importante en sí mismo y porque luego le va a
permitir insistir en la perspectiva de solidaridad. (…) La tarea más
importante del sacerdote es, pues, el sacrificio por los pecados. Del
buen éxito de esta función dependen todos los otros aspectos de la
mediación. (…)
3.2.3.-El autor de Hebreos alude (5,3) a
las leyes que prescriben al sumo sacerdote sacrificios por los propios
pecados (Lev 4,3-12 en condicional y Lev 9,7). De modo similar en la
ceremonia del Kippur (día del perdón), el primer sacrificio prescrito es
para expiar el pecado del sumo sacerdote (Lev 16,6. 11). En un segundo
tiempo debe hacerse un sacrificio por el pecado del pueblo (Lev 16,16).
Hebreos toma y subraya el aspecto de la solidaridad basada en una
debilidad común.
3.2.4.-El tercer punto es la explicación
de la relación con Dios. Este punto ya fue expuesto en Heb 3,1-6, pero
el autor no se repite, ya que allí se subrayaba el aspecto de “gloria y
autoridad” del sacerdote, aquí, por el contrario subraya el aspecto de
la “humildad” necesaria para entrar en esta relación (Heb 5,4). Humildad
que sirve de fundamento al carácter de solidaridad entre el sumo
sacerdote y todos los hombres. (…)
3.3.-Después de la definición viene
la aplicación de la misma a Cristo; el nexo se ha realizado con
elegancia entre el fin de 5,4, que menciona a Aarón y el principio de
5,5, que empieza con la mención de Cristo. (…) Al igual que la
definición, la aplicación se articula en tres momentos sucesivos:
relación con Dios (5,5-6, con los que concluye el texto leído en este
domingo); situación humana y ofrenda (5,7-8); conclusión general
(5,9-10).
El autor aplica de inmediato a Cristo el
último punto de la definición, esto es, la exigencia de la humildad. El
aspecto glorioso no es ignorado, pero al autor le interesa subrayar la
voluntaria humillación de Cristo como camino hacia su Sacerdocio7.
Evangelio: san Marcos 10, 46-52
4.1.- Así como la curación del ciego de
Betsaida (8,22-26) actuaba de preludio para la “iluminada” confesión de
fe de Pedro en Cesaréa (8,27-30), del mismo modo la iluminación del hijo
de Timeo, el cieguito de Jericó, oficia de preludio de la aclamación
mesiánica de Jesús por parte de la multitud en su entrada en Jerusalén
(11,1-10). Pareciera que Marcos quisiera advertirnos: si junto con los
discípulos acompañas a Jesús en los acontecimientos que dentro de muy
poco tendrán lugar en la Ciudad Santa, tienes que ver claro y estar
iluminado por la fe, de lo contrario sólo verás acontecimientos tristes y
escandalosos ante los cuales abandonarás al Maestro y saldrás huyendo
(leer Mc 14,528).
Rodeado por sus discípulos y por una gran
multitud, Jesús está saliendo de Jericó, que es el punto de entrada a
la tierra prometida (Josué 2 y 6), y he ahí que el hijo de Timeo
-Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al
enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno9,
se puso a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!”. Estamos
ante un obstinada súplica pidiendo compasión y misericordia, que no se
deja intimidar por los reproches de cuantos le ordenan que se calle, y,
al mismo tiempo nos topamos con una inmensa confesión de fe que proclama
a Jesús Hijo de David, es decir, el Cristo, el Rey-Mesías, tan deseado y
por largo tiempo esperado por Israel y enviado por Dios para instaurar
su reino de paz y de justicia (Leer 2Sam 7,8-17; Is 11,1-9). El ciego
Bartimeo repite, con otras palabras, lo que había afirmado
Pedro: Túeres el Mesías-el Cristo (8,29); él sabía que el Mesías abriría
los ojos a los ciegos, cumpliendo también en esto la Escritura (leer Is
35,5; 42,7).
4.2.- Jesús, por su parte, no reacciona
intimándolo a callarse, como hasta ese momento lo había hecho, al
contrario, manda llamarlo. Bartimeo responde sin demora a la
llamada-vocación de Jesús: y el ciego, arrojando su manto, se puso de
pie de un salto y fue hacia él. El ciego al arrojar su manto, que es
propiedad inalienable del pobre, ya que es su único abrigo para la noche
(leer Dt 24,13), se despoja hasta de esa pequeña ‘cobertura’ y de un
salto se presenta ante Jesús, el Hijo de David e Hijo de Dios (Mc 1,1 y
15,39).
Jesús le hace una pregunta,- ¡la misma
pregunta que poco antes había hecho a los hijos de Zebedeo! -: ¿Qué
quieres que haga por ti? Bartimeo no exige para sí puestos de honor,
sino que con toda franqueza pide:¡Rabbuni10,
Maestro, que yo pueda ver! Tal y como se lo había dicho antes a aquella
mujer curada de sus hemorragias (Mc 5,34) Jesús exclama: ¡vete, tu fe
te ha salvado! El verdadero milagro es el de la fe, una fe capaz de ver
lo invisible (Por la fe, Moisés huyó de Egipto, sin temer la furia del
rey, y se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible: Heb
11,27) y de esperar lo que parece imposible. En seguida comenzó a ver y
empezó a seguirlo por el camino. El creyente, el discípulo (= el que
sigue a…), experimenta la salvación no tanto como un refugio (un manto…)
en el cual instalarse, sino como un camino de seguimiento perseverante
en pos de Jesús, en una relación cotidiana con Él. Esta es la razón por
la que Bartimeo, como discípulo curado de su ceguera, sigue a Jesús en
su camino hacia Jerusalén, ese camino que lo llevará a la pasión y a la
muerte. En el ciego,- ¡y con el ciego! -, de Jericó han sido librados de
su ceguera aquellos que llamados por Jesús a seguirlo, habían estado
espiritualmente ciegos: Pedro, que había contradicho la profecía de la
pasión; los Doce que querían establecer quién de entre ellos era el más
importante; Santiago y Juan que habían pedido para ellos los mejores
lugares.
4.3.- Las exigencias del seguimiento de Jesús podemos resumirlas en el siguiente cuadro:
CURACIÓN DE UN CIEGO: 8,22-26Llamada a la fe |
Tú eres el Mesías
8,27-30Llamada a la esperanza
La Transfiguración
9,1-13
La curación de un endemoniado
9,14-29Llamada a la caridad
El matrimonio fiel
10,1-12
Recibir a los pequeños
10,13-16
Vender sus bienes y dárselos a los pobres
10,17-31Primera profecía de la Pasión: 8,31Segunda profecía de la Pasión:
9,30-31Tercera profecía de la Pasión:
10,32-34Incomprensión de los discípulos
Reproche de Pedro: 8,32-33Incomprensión de los discípulos
¿Quién es el más grande:
9,32-34Incomprensión de los discípulos
Pedido de Santiago y Juan:
10,35-40Seguir a Jesús
A la Cruz: 8,34-38Seguir a Jesús
En el abajamiento: 9,35-50Seguir a Jesús
En el servicio : 10,41-45
CURACIÓN DE UN CIEGO: 10,46-52
Los Padres de la Iglesia nos iluminan
En un sermón reciente les recordé que
Dios es nuestra herencia y que nosotros somos la heredad de Dios (cf.
Sal 72,26). Escucha ahora: Él es la riqueza de esta tierra; escucha,
escucha entonces lo que sigue: Sea el Señor tu delicia. Es como si le
preguntases y le dijeses: Manifiéstame las riquezas de la tierra en la
cual me ordenas habitar, te responde: Sea el Señor tu delicia y Él te
dará lo que anhela tu corazón. Discierne con la mayor claridad los
anhelos de tu corazón. Distingue los anhelos de tu corazón de los deseos
de la carne; distingüelos todo cuanto puedas. No en vano se afirma en
otro salmo: Dios de mi corazón. Salmo que continúa y dice: Y la porción
de mi corazón es mi Dios eternamente. Veámoslo con un ejemplo: un ciego
en el cuerpo ruega a fin de recobrar la vista. Pida con confianza estas
cosas, ya que igualmente es Dios quien las realiza, y es Dios quien las
da; pero cosas como estas las piden por igual tanto malos como buenos.
Esta petición es un deseo de la carne. Alguien se enfermó y pide ser
sanado, ¡y queda sanado quien terminará muriendo! Esta y otras
peticiones semejantes son carnales. ¿Cuál es la petición del corazón?
Ciertamente es una petición carnal este deseo de recobrar la vista, ya
que se encamina a la contemplación de una luz que puede verse con los
ojos (de la carne); en cambio la petición del corazón se refiere a otra
luz: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. (Por
eso), sea el Señor tu delicia y Él te dará lo que anhela tu corazón.
Este es mi deseo; pido, quiero, ¿lo
otorgaré yo? No. ¿Quién, entonces? Encomienda tu camino al Señor y
espera en Él, y Él actuará… Muéstrale tu sufrimiento, indícale lo que
deseas. ¿Qué padeces? La carne combate contra el espíritu, y el espíritu
contra la carne (Gal 5,17) ¿Qué quieres? ¡Pobre de mí! ¿Quién me
librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a
Dios por Jesucristo nuestro Señor! ¿Sabes cómo obrará Él cuando le
descubras tu vida? Escucha entonces lo que sigue: ¡Gracias sean dadas a
Dios por Jesucristo nuestro Señor! (Rom 7,24-25) ¿Qué debo hacer, ya que
se dijo Encomienda tu camino al Señor y espera en Él, y Él actuará? ¿Y
qué hará? Hará tu justicia como el amanecer. Ahora tu justicia se halla
oculta, escondida en la fe, aún no es patente. Ahora crees y obras en
consecuencia, pero aun no ves lo que crees. Cuando empieces a ver lo que
creíste, entonces saldrá a la luz tu justicia, porque tu justicia
quedaba de manifiesto por tu fe (cf. Hab 2,4), porque el justo vive de
la fe (Rom 1,17).
Hará tu justicia como el amanecer, y tu
juicio como el mediodía, esto es, a plena luz. Era poco haber dicho como
el amanecer. Pues decimos que ya hay luz cuando comienza a amanecer,
también decimos que hay luz cuando nace el sol; pero jamás es más
luminosa la luz que al mediodía. Luego no sólo hará tu justicia como el
amanecer, sino que también tu juicio quedará patente como el mediodía11.
1 Benedicto XVI, Homilía en la Eucaristía de clausura del sínodo para África, 25 de octubre 2009. Extractada y adaptada.
2 “Jeremías aporta a la doctrina del resto una profundización decisiva. Como sus predecesores, sigue dando el nombre de resto a un pequeño grupo de habitantes de Judá, que han escapado a la deportación y viven en tierra santa (Jer 40, 11; 42,15; 44,12; cf. Am 5,15; Is 37,4; Sof 2,7; Jer 6,9; 15,9). Pero los herederos y depositarios de las esperanzas mesiánicas son los deportados (24,1-10). No se los llama “resto” e incluso se los opone a éste (24,8); el lenguaje se mantiene fiel a las costumbres antiguas. Sin embargo, el término se ofrece con toda naturalidad para evocar el futuro de gloria reservado a los deportados (23,3; 31,7). Este resto queda ya disociado de la comunidad temporal, del Estado de Judá”. Tomado de la voz ‘Resto’ en: X. Léon-Dufour, Vocabulario de Teología Bíblica, Barcelona 198814.
3 Benedicto XVI, Audiencia del miércoles 17 de agosto 2005. Adaptada y abreviada.
4 L. Alonso Schökel-C. Carniti, Salmos II (Salmos 73-150), Madrid 1993, p. 1506.
5 Tener en cuenta que el Leccionario agrega al texto de Hebreos las palabras: ‘DEL CULTO ANTIGUO’.
6 F.-J. Schierse, Carta a los Hebreos, Barcelona (NTSM 18) 19882, pp. 51. Levemente modificada y adaptada.
7 A. Vanhoye, La Cristología Sacerdotal de la Carta a los Hebreos,- Curso ofrecido a los Señores Obispos de la Conferencia Episcopal Argentina, Buenos Aires 1997, pp. 67-73. Resumida, extractada y adaptada.
8 ¡Algunos exégetas sostienen que ese joven que salió huyendo no es otro que el mismísimo Marcos!
9 Nazareno-Nazoreo, cf.: blogs.periodistadigital.com/xpikaza.php/2012/04/06/p313385 6 de abril 2012.
10 Es una lástima que nuestro Leccionario haya suprimido la palabra Rabbuni, título cariñoso, admirativo y respetuoso (etimológicamente proviene de ‘rab’ = grande) que revela una relación de admirativa cercanía (¡la otra utilización de Rabbuni [equivalente arameo del hebreo Rabbí, del cual es un diminutivo, añadiendo, quizás, un tono de afecto y familiaridad] es la de María Magdalena al reconocer al resucitado! Jn 20,16). Cuando se dirige a Jesús (Mc 11,21; 14,44-45; 10,51) Juan la traduce por ‘Maestro’ (ver 1,38). Hacia finales del siglo 1º la palabra perdió su valor vocativo-admirativo y empezó a utilizarse para designar a los doctores de la ley (de ahí su empleo actual para dirigirse a los/las rabinos). Ver X. León-Dufour, Lectura del Evangelio de Juan,- Jn 18-21, Volumen IV, Salamanca 2001, pp. 181-182, nota 67.
11 San Agustín, Sermón 1º sobre el Salmo 36, n. 4-7. Traducido de la versión latina: Enarraciones sobre los Salmos Iº (BAC XIX), Madrid 1964, pp. 582 ss. Agustín nació el 13 de noviembre del 354 en Tagaste, Numidia, hijo de un consejero municipal y modesto propietario. Estudió en Tagaste, Madaura y Cartago. Enseñó gramática en Tagaste (374) y retórica en Cartago (375-383), Roma (384) y Milán (384-386). Tras leer el Hortensio de Cicerón (373) inició su búsqueda espiritual que le llevaría primero a adoptar posturas racionalistas y, posteriormente, maniqueas. Decepcionado del maniqueísmo tras su encuentro con el obispo maniqueo Fausto, cayó en el escepticismo. Llegado a Milán, la predicación de Ambrosio le impresionó, llevándole a la convicción de que la autoridad de la fe es la Biblia, a la que la Iglesia apoya y lee. La influencia neo-platónica disipó algunos de los obstáculos que encontraba para aceptar el cristianismo, pero el impulso definitivo le vino de la lectura de la carta del apóstol Pablo a los romanos en la que descubrió a Cristo no sólo como maestro sino también como salvador. Era agosto del 386. Tras su conversión renunció a la enseñanza y también a la mujer con la que había vivido durante años y que le había dado un hijo. Tras un breve retiro en Casiciaco, regresó a Milán donde fue bautizado por Ambrosio junto con su hijo Adeodato y su amigo Alipio. Tras una breve estancia en Roma — durante su permanencia en el puerto de Ostia murió su madre, Mónica — se retiró a Tagaste donde inició un proyecto de vida monástica. En el 391 fue ordenado — no muy a su placer — sacerdote en Hipona y fundó un monasterio. En el 395 fue consagrado obispo, siendo desde el 397 titular de la sede. Aparte de la ingente tarea pastoral — que iba desde la administración económica al enfrentamiento con las autoridades políticas, pasando por las predicaciones dos veces a la semana, pero en muchos casos dos veces al día y varios días seguidos — desarrolló una fecundísima actividad teológica que le llevó a enfrentarse con maniqueos, donatistas, pelagianos, arríanos y paganos. Fue el principal protagonista de la solución del cisma donatista, aunque resulta discutible la legitimación que hizo del uso de la fuerza para combatir la herejía, así como de la controversia pelagiana. Murió en el año 430 durante el asedio de Hipona por los vándalos.
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