martes, 23 de octubre de 2012

Liturgia

El sacerdote en la celebración del Triduo Pascual
Una ayuda válida para acercarnos a los divinos Misterios, que serán celebrados en los próximos días, con espíritu de fe contemplativa y de oración de adoración
 
El sacerdote en la celebración del Triduo Pascual
El sacerdote en la celebración del Triduo Pascual




ROMA, viernes 26 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- Ante la proximidad de la Semana santa, Nicola Bux, profesor de Liturgia Oriental y Consultor de diversos Dicasterios de la Santa Sede, propone una enjundiosa meditación litúrgica sobre los principales momentos y símbolos de las celebraciones propias del Domingo de Ramos y y del Santo Triduo. Las reflexiones de Bux representan una ayuda válida – ofrecida tanto a los sacerdotes como a los demás fieles, en particular a los cooperadores en la pastoral litúrgica – para acercarnos a los divinos Misterios, que serán celebrados en los próximos días, con espíritu de fe contemplativa y de oración de adoración, y no de mero pragmatismo organizativo. Aprovechamos la ocasión para augurar a nuestros lectores una Santa Pascua, que lleve frutos de alegría interior y de conversión (Mauro Gagliardi).


* * *
Por Nicola Bux
La Carta a los Hebreos es el único texto del Nuevo Testamento que atribuye a nuestro Señor Jesucristo los títulos de “sacerdote”, “sumo sacerdote” y “mediador de la Nueva Alianza”, gracias a la ofrenda del sacrificio de su cuerpo, anticipado en la Cena mística del Jueves Santo, consumado sobre la Cruz y presentado al Padre con la resurrección y la ascensión al cielo (cf. Hb 9,11-15). Este texto es meditado en la Liturgia de las Horas de la quinta semana de Cuaresma – o de Pasión, como en el calendario litúrgico de la forma extraordinaria del Rito Romano – y en la Semana Santa.

Nosotros sacerdotes católicos debemos mirar siempre a Jesucristo y tener los mismos sentimientos suyos, hasta en ensimismamiento con Él; esta ascesis sucede con la conversión permanente. ¿Cómo se realiza la conversión en nosotros sacerdotes? En el rito de la ordenación se nos pide enseñar la fe católica, no nuestras ideas, “celebrar con devoción y fidelidad los misterios de Cristo – es decir, la liturgia y los sacramentos – según la tradición de la Iglesia” y no según nuestro gusto; sobre todo, “estar cada vez más unidos a Cristo sumo sacerdote, que como víctima pura se ofreció al Padre por nosotros”, es decir, conformar nuestra vida al misterio de la cruz.

La Santa Iglesia honra al sacerdote y el sacerdote debe honrar a la Iglesia con la santidad de su vida – se proponía en el día de su ordenación san Alfonso María de Ligorio – con el celo, con el trabajo y con el decoro. Él ofrece a Jesucristo al Eterno Padre, por ello debe estar revestido de las virtudes de Jesucristo para prepararse a encontrarse con el Santo de los Santos. ¡Qué importante es la preparación interior y exterior a la sagrada Liturgia, a la Santa Misa! Se trata de glorificar al sumo y eterno sacerdote Jesucristo.

Ahora bien, todo esto se realiza al máximo grado en la Semana Santa, la Grande y Santa Semana como dicen los Orientales. Veamos algunos actos principales de ella en base al Pontifical de los obispos.

1. El Domingo de Ramos, el sacerdote entra con Jesús en Jerusalén en la alegría. La Iglesia celebra en este domingo el triunfo del Salvador y anticipa el gozo por la victoria del Resucitado. La procesión solemne en honor de Cristo Rey es el rito más característico de la jornada: recuerda el cortejo triunfal que acompañó a Jesús a su entrada en Jerusalén, expresa el encuentro actual de la Iglesia en los santos misterios y representa, anticipadamente, la entrada de los elegidos en la ciudad celestial, según dice el Apóstol: “ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados” (Rm 8,17).

La liturgia de Ramos nos orienta, por tanto, hacia la Presencia definitiva del Señor, en griego parousía. No se trata solo de conmemorar la entrada del Señor en la Jerusalén celeste sino que, acercándonos al banquete eucarístico, donde será fraccionado el Pan, de anunciar simbólicamente lo que se realizará realmente en el fin del mundo. Entonces la Cruz del Señor abrirá la entrada de la Jerusalén celeste a esa “muchedumbre inmensa” que san Juan contempló en la visión profética, “de toda nación, razas, pueblos y lenguas..., vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.
Y gritan con fuerte voz: La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero" (Ap 7, 9-10).

2. Con la Missa in Cena Domini del Jueves Santo, el sacerdote entra en los principales misterios, la institución de la Santísima Eucaristía y del sacerdocio ministerial, como también del mandamiento del amor fraterno, significado por el lavamiento de los pies, gesto que la liturgia copta realiza ordinariamente cada domingo. Nada mejor que el canto Ubi caritas lo expresa. Tras la comunión, el sacerdote, llevando el paño humeral, sube al altar, hace la genuflexión y, ayudado por el diácono, toma la píxide con las manos cubiertas por el paño humeral. ¡Es el símbolo de la necesidad e manos y corazones puros para acercarse a los Divinos Misterios y tocar al Señor!

3. El Viernes Santo in Passione Domini, el sacerdote está llamado a subir al Calvario. A las tres de la tarde, o poco más tarde, tiene lugar la celebración de la Pasión del Señor, en tres momentos: la Palabra, la Cruz, la Comunión. Se dirige en procesión y en silencio al altar. Tras haber reverenciado el altar, que representa a Cristo en la austera desnudez del Calvario, se postra en tierra: es la proskýnesis, como en el día de la ordenación. Así expresa la convicción de no ser nada ante la Majestad divina, y el arrepentimiento de haberse atrevido a medirse, por medio del pecado, con el Omnipotente. Como el Hijo que se anuló a sí mismo, el sacerdote reconoce su nada, y tiene inicio su mediación sacerdotal entre Dios y el pueblo, que culmina en la oración universal solemne.

Después tiene lugar la ostensión y la adoración de la Santa Cruz: el sacerdote va hacia el altar con los diáconos y allí, estando en pie, la recibe y la descubre en tres momentos sucesivos, o la muestra ya descubierta, e invita cada vez a los fieles a la adoración con las palabras: Mirad el árbol de la Cruz. En su descarnada solemnidad, aquí, en el corazón del año litúrgico, la tradición ha resistido tenazmente más que en otros momentos del año. El sacerdote, tras haber depositado la casulla, si es posible con los pies descalzos, se acerca el primero a la Cruz, se arrodilla ante ella y la besa. La teología católica no teme dar aquí a la palabra adoración su verdadero significado. La verdadera Cruz, bañada con la sangre del Redentor se hace, por así decirlo, una sola cosa con Cristo y recibe la adoración. Por ello, postrándonos ante el sagrado leño, nos dirigimos al Señor: “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo”.

4. La Pascua del Reino de Dios se ha realizado en Jesús: ofrecida y consumida la Cena, “en la noche en que fue traicionado”; inmolada sobre el Calvario el Viernes Santo, cuando “la tierra se quedó a oscuras”, una vez más de noche recibe la consagración de la aprobación divina, en la resurrección de Cristo Señor: por Juan sabemos que María de Magdala se acercó al sepulcro “mientras estaba aún oscuro”; por tanto, sucedió en las últimas horas de la noche tras el sábado pascual.

En el Novus Ordo el sacerdote, desde el inicio de la Vigilia, lleva las vestiduras de color blanco como para la Misa. Bendice el fuego y enciende el cirio pascual al nuevo fuego, si procede, tras haber clavado, como en la liturgia antigua, una cruz. Después traza sobre el lado vertical de la cruz la letra griega alfa y debajo, en cambio, la letra omega; entre los brazos de la cruz traza cuatro cifras para indicar el año corriente, diciendo: Cristo ayer y hoy. Después, hecha la incisión de la cruz y los demás signos, puede clavar en el cirio cinco granos de incienso, diciendo: Por medio de sus santas llagas. Después, cantando el Lumen Christi, guía la procesión hacia la iglesia. El sacerdote está a la cabeza del pueblo de los fieles aquí en la tierra, para poderlo guiar al cielo.

Es sacerdote el que entona solemnemente el Aleluya. Lo canta tres veces elevando gradualmente el tono de la voz: el pueblo, tras cava vez, lo repite en el mismo tono.

En la liturgia bautismal, el sacerdote, estando de pie ante la fuente, bendice el agua cantando la oración: Oh Dio, por medio de los signos sacramentales; mientras invoca: Descienda, Padre, sobre este agua, puede meter en ella el cirio pascual, una o tres veces. El significado es profundo: el sacerdote es el órgano fecundador del seno eclesial, simbolizado por la piscina bautismal. Verdaderamente en la persona de Cristo Cabeza engendra hijos que, como padre, fortifica con el crisma y nutre con la Eucaristía. También en razón de estas funciones maritales hacia la Iglesia esposa, el sacerdote no puede sino ser hombre. Todo el sentido místico de la Pascua se manifiesta en la identidad sacerdotal, llegando a la plenitud, el plếroma, como dice Oriente. Con él la iniciación sacramental llega al culmen y la vida cristiana el centro.

Por tanto, el sacerdote, subido con Jesús sobre la cruz el Viernes y bajado a su sepulcro el Sábado Santo, el Domingo de Pascua puede afirmar realmente con la secuencia: “Sabemos que Cristo verdaderamente ha resucitado de entre los muertos”.


Los cambios en la liturgia pontificia introducidos por Benedicto XVI
Entrevista a Mauro Gagliardi, consultor de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas
 
Los cambios en la liturgia pontificia introducidos por Benedicto XVI
Los cambios en la liturgia pontificia introducidos por Benedicto XVI
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 25 de diciembre de 2009 (ZENIT.org).- Los fieles de todo el mundo han podido constatar en directo por la televisión los cambios producidos en la liturgia pontificia bajo Benedicto XVI.

Hemos conversado sobre esto con el sacerdote Mauro Gagliardi, ordinario de la Facultad de Teología del Ateneo Pontificio "Regina Apostolorum" de Roma y consultor de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.
Se ocupa además de la firma de teología litúrgica "Espíritu de la liturgia", que ZENIT pública cada quince días.

--Leyendo el artículo de Luigi Accattoli Il rito del silenzio secondo papa Ratzinger [El rito del silencio según el Papa Ratzinger] (Liberal, 1 de diciembre de 2009, p. 10), emerge la idea de un cierto trabajo, solicitado por el mismo Santo Padre, para poner a la liturgia papal más en línea con la tradición. Como nos acercamos a las solemnes celebraciones de las fiestas navideñas, que serán presididas en San Pedro por Benedicto XVI, queremos aprovechar la ocasión para hablar con usted sobre estos cambios.

--Mauro Gagliardi: El artículo de Accattoli presenta una eficaz panorámica de algunas de las más visibles, entre las recientes decisiones en materia de liturgia pontificia, aunque hay otras, probablemente no mencionadas por brevedad o por ser de más difícil comprensión para el gran público.

El destacado y apreciado vaticanista subraya varias veces que estos cambios están inspirados por el mismo Santo Padre quien, como todos saben, es experto en liturgia.

--Accattoli empieza su reconstrucción mencionando las vestimentas papales que habían caído en desuso en las últimas décadas: el camauro, el saturno rojo, la muceta con piel de armiño. También mencionan los cambios producidos respecto al palio.

--Mauro Gagliardi: Se trata de elementos de las vestiduras propias del pontífice, como el color rojo de los zapatos, no recordado explícitamente por el articulista.

Si bien es cierto que en las últimas décadas los sumos pontífices han elegido no utilizar estos elementos, o cambiar su forma, también es verdad que nunca han sido abolidos y, por tanto, todo Papa los puede utilizar.

No hay que olvidar que, como la mayoría de los elementos visibles de la liturgia, también las vestiduras de uso extralitúrgico responden tanto a necesidades prácticas como simbólicas.

Recuerdo que cuando el Papa Benedicto utilizó por primera vez el camauro --un tocado de invierno que protege bien del frío--, un conocido semanario italiano publicó el rostro sonriente del Santo Padre, que llevaba el camauro, y bajo la foto se leía un pie de foto que decía: "¡Ha hecho bien!", refiriéndose al hecho de que también el Papa tiene derecho a resguardarse del frío.

Pero no son sólo razones prácticas. No debemos olvidar quién es y qué función desempeña la persona que usa esas vestimentas: por eso, tienen también un valor simbólico, que se expresa con su belleza y su particular decoro.

Distinto es el caso del palio, que es en cambio una prenda litúrgica. Juan Pablo II utilizaba uno igual al que llevan los arzobispos metropolitanos.

Al inicio del pontificado de Benedicto XVI, se había preparado uno con forma distinta, que retomaba usos antiguos y que el Santo Padre utilizó durante algún tiempo.

Después de estudios atentos, se advirtió que era preferible volver a la forma usada por Juan Pablo II, aunque se han introducido pequeñas modificaciones que resaltan claramente la diferencia entre el palio de los metropolitanos -que les impone el Papa- y el palio del sumo pontífice.

Puede encontrarse más información sobre esto en la entrevista a monseñor Guido Marini, maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, publicada en "L´Osservatore Romano" del 26 de junio de 2008.

- ¿Qué puede decirse de la férula escogida por Benedicto XVI en lugar del crucifijo del escultor Scorzelli, utilizado por Pablo VI y por los dos Juan Pablo, hasta la primera parte del pontificado del mismo Papa Benedicto?

- Mauro Gagliardi: Se podría decir que también aquí vale el mismo principio. Se puede mencionar una razón práctica: el actual pastoral de Benedicto XVI, que él utiliza desde el inicio del presente año litúrgico, pesa 590 gramos menos respecto al crucifijo de Scorzelli, por tanto más de medio kilo de diferencia, que no es poco.
En cuanto al aspecto histórico, el pastoral con forma de cruz responde más fielmente a la forma del pastoral típico de la tradición romana, o bien al utilizado por los sumos pontífices, que siempre ha sido con forma de cruz y sin crucifijo.

También aquí se podrían añadir otras reflexiones desde el punto de vista simbólico y estético.

--Accattoli cita también otros cambios, que podríamos definir como más de sustancia: la preocupación por los momentos de silencio, la celebración orientada hacia el crucifijo y de espaldas a la asamblea y la comunión distribuida a los fieles de rodillas y en la lengua.

--Mauro Gagliardi: Se trata de elementos de gran significado, que obviamente no puedo analizar aquí de modo detallado, sino sólo brevemente. La Institutio Generalis del Misal Romano publicado por Pablo VI prescribe en diversos lugares observar el sacro silencio.

La atención en la liturgia papal a este aspecto, por tanto, no hace más que poner en práctica las normas establecidas.

En lo que se refiere a la celebración orientada hacia el crucifijo, vemos que, como norma, el Santo Padre está manteniendo la posición del altar considerada "hacia el pueblo", tanto en San Pedro como en otros lugares.

Ha celebrado sólo unas pocas veces hacia el crucifijo: en particular, en la Capilla Sixtina y en la Capilla Paulina, restaurada recientemente.
Como toda celebración de la Misa, cualquiera que sea la posición física del celebrante, es una celebración dirigida al Padre a través de Cristo en el Espíritu Santo y no dirigida "al pueblo" o a la asamblea, excepto en los pocos momentos dialogados, no es extraño que quien celebra la Eucaristía pueda disponerse también físicamente "hacia el Señor".

Particularmente en lugares como la Capilla Sixtina, donde el altar está adosado a la pared, es algo natural y fiel a las normas celebrar sobre el altar fijo y dedicado, dirigido por tanto hacia el crucifijo, en lugar de añadir un altar móvil para la ocasión.

Finalmente, en lo que respecta a la manera de distribuir la Santa Comunión a los fieles, es necesario distinguir el aspecto de recibirla de rodillas del de recibirla en la lengua.
En la actual forma ordinaria del rito romano (o Misa de Pablo VI), los fieles tienen derecho a recibir la Comunión estando de pie o de rodillas.
Si el Santo Padre ha decidido dar la comunión de rodillas, pienso --obviamente ésta es sólo una opinión personal-- que considera esta manera más adecuada para expresar el sentido de adoración que debemos siempre cultivar ante el don de la Eucaristía.

Es una ayuda que el Papa da a los que reciben la comunión de sus manos, una ayuda para considerar atentamente a quién es Aquel al que se va a recibir en la santísima Eucaristía.
Por otra parte, en la Sacramentum Caritatis, citando a san Agustín, el Santo Padre había recordado que al recibir el Pan eucarístico debemos adorarlo, porque pecaríamos recibiéndolo sin adoración.

Antes de comulgar, el mismo sacerdote se arrodilla ante la Hostia, ¿por qué no ayudar a los fieles a cultivar el sentido de adoración propiamente a través de ese gesto?

En lo referente, en cambio, a recibir la Comunión en la mano, se recuerda que esto es hoy posible en muchos lugares (posible, no obligatorio), pero que sigue siendo una concesión, una derogación a la norma ordinaria que afirma afirma que la Comunión se recibe sólo en la lengua. Esta concesión se les ha hecho a las Conferencias Episcopales que la han pedido y no es la Santa Sede quien la sugiere o promueve.

Y, por supuesto, ningún obispo miembro de la Conferencia Episcopal que ha pedido y obtenido el indulto está obligado a aplicarlo en su diócesis: todo obispo puede siempre decidir que en su diócesis se aplique la norma universal, que está vigente a pesar de todos los indultos concedidos, norma que establece que los fieles deben recibir la Santa Comunión en la lengua.

Si ningún obispo del mundo está obligado a aplicar el indulto, ¿cómo podría estarlo el Papa? Es importante, en efecto, que propiamente el Santo Padre mantenga la regla tradicional, confirmada ya una vez por Pablo VI, que veta a los fieles recibir la comunión en la mano.

- En conclusión, según usted, que forma parte del equipo de consultores de monseñor Guido Marini, ¿qué sentido ve en las novedades introducidas en la liturgia papal bajo Benedicto XVI?

- Mauro Gagliardi: Naturalmente sólo puedo hablar a título personal, sin tener mi opinión ningún carácter de posición oficial de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.
Me parece que lo que se está intentando hacer es conjugar con sabiduría lo antiguo y lo nuevo, actuar en el espíritu y en la letra, en la medida de lo posible, según las indicaciones del Vaticano II y hacerlo de manera que las celebraciones pontificias sean ejemplares bajo todos los aspectos.

Quien asiste a la liturgia papal debe poder decir: "¡Eso es, así se hace! ¡Así debemos hacer también nosotros en nuestra diócesis, en nuestra parroquia!".

Querría, por último, destacar que esta "novedad", como la define usted, no se introduce simplemente de manera autoritaria.

Habrá notado que a menudo las novedades son explicadas, por ejemplo a través de entrevistas que el maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias concede a "L´Osservatore Romano" o de otras comunicaciones periodísticas.

También nosotros los consultores de vez en cuando publicamos artículos en el diario de la Santa Sede para explicar el sentido histórico y teológico de las decisiones que se toman.

Para usar una palabra que está de moda, diré que es un modo "democrático" de proceder, entendiendo con esto, no que las decisiones se tomen por mayoría, sino que se intenta hacer entender el motivo profundo de estos cambios, que es siempre un motivo histórico, teológico y litúrgico y no puramente estético, y menos ideológico.

Podríamos decir que nos esforzamos por dar a entender la ratio legis y me parece que también este hecho representa una "novedad" de cierta importancia.



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