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El sacerdote en la celebración del Triduo Pascual |
ROMA, viernes 26 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- Ante la
proximidad de la Semana santa, Nicola Bux, profesor de Liturgia
Oriental y Consultor de diversos Dicasterios de la Santa Sede,
propone una enjundiosa meditación litúrgica sobre los principales momentos y
símbolos de las celebraciones propias del Domingo de Ramos y
y del Santo Triduo. Las reflexiones de Bux representan una
ayuda válida – ofrecida tanto a los sacerdotes como a
los demás fieles, en particular a los cooperadores en la
pastoral litúrgica – para acercarnos a los divinos Misterios, que
serán celebrados en los próximos días, con espíritu de fe
contemplativa y de oración de adoración, y no de mero
pragmatismo organizativo. Aprovechamos la ocasión para augurar a nuestros lectores
una Santa Pascua, que lleve frutos de alegría interior y
de conversión (Mauro Gagliardi).
* * * Por Nicola Bux La Carta a
los Hebreos es el único texto del Nuevo Testamento que
atribuye a nuestro Señor Jesucristo los títulos de “sacerdote”, “sumo
sacerdote” y “mediador de la Nueva Alianza”, gracias a la
ofrenda del sacrificio de su cuerpo, anticipado en la Cena
mística del Jueves Santo, consumado sobre la Cruz y presentado
al Padre con la resurrección y la ascensión al cielo
(cf. Hb 9,11-15). Este texto es meditado en la Liturgia
de las Horas de la quinta semana de Cuaresma –
o de Pasión, como en el calendario litúrgico de la
forma extraordinaria del Rito Romano – y en la Semana
Santa.
Nosotros sacerdotes católicos debemos mirar siempre a Jesucristo y tener
los mismos sentimientos suyos, hasta en ensimismamiento con Él; esta
ascesis sucede con la conversión permanente. ¿Cómo se realiza la
conversión en nosotros sacerdotes? En el rito de la ordenación
se nos pide enseñar la fe católica, no nuestras ideas,
“celebrar con devoción y fidelidad los misterios de Cristo –
es decir, la liturgia y los sacramentos – según la
tradición de la Iglesia” y no según nuestro gusto; sobre
todo, “estar cada vez más unidos a Cristo sumo sacerdote,
que como víctima pura se ofreció al Padre por nosotros”,
es decir, conformar nuestra vida al misterio de la cruz.
La
Santa Iglesia honra al sacerdote y el sacerdote debe honrar
a la Iglesia con la santidad de su vida –
se proponía en el día de su ordenación san Alfonso
María de Ligorio – con el celo, con el trabajo
y con el decoro. Él ofrece a Jesucristo al Eterno
Padre, por ello debe estar revestido de las virtudes de
Jesucristo para prepararse a encontrarse con el Santo de los
Santos. ¡Qué importante es la preparación interior y exterior a
la sagrada Liturgia, a la Santa Misa! Se trata de
glorificar al sumo y eterno sacerdote Jesucristo.
Ahora bien, todo esto
se realiza al máximo grado en la Semana Santa, la
Grande y Santa Semana como dicen los Orientales. Veamos algunos
actos principales de ella en base al Pontifical de los
obispos.
1. El Domingo de Ramos, el sacerdote entra con Jesús
en Jerusalén en la alegría. La Iglesia celebra en este
domingo el triunfo del Salvador y anticipa el gozo por
la victoria del Resucitado. La procesión solemne en honor de
Cristo Rey es el rito más característico de la jornada:
recuerda el cortejo triunfal que acompañó a Jesús a su
entrada en Jerusalén, expresa el encuentro actual de la Iglesia
en los santos misterios y representa, anticipadamente, la entrada de
los elegidos en la ciudad celestial, según dice el Apóstol:
“ya que sufrimos con él, para ser también con él
glorificados” (Rm 8,17).
La liturgia de Ramos nos orienta, por tanto,
hacia la Presencia definitiva del Señor, en griego parousía. No
se trata solo de conmemorar la entrada del Señor en
la Jerusalén celeste sino que, acercándonos al banquete eucarístico, donde
será fraccionado el Pan, de anunciar simbólicamente lo que se
realizará realmente en el fin del mundo. Entonces la Cruz
del Señor abrirá la entrada de la Jerusalén celeste a
esa “muchedumbre inmensa” que san Juan contempló en la visión
profética, “de toda nación, razas, pueblos y lenguas..., vestidos con
vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con
fuerte voz: La salvación es de nuestro Dios, que está
sentado en el trono, y del Cordero" (Ap 7, 9-10).
2.
Con la Missa in Cena Domini del Jueves Santo, el
sacerdote entra en los principales misterios, la institución de la
Santísima Eucaristía y del sacerdocio ministerial, como también del mandamiento
del amor fraterno, significado por el lavamiento de los pies,
gesto que la liturgia copta realiza ordinariamente cada domingo. Nada
mejor que el canto Ubi caritas lo expresa. Tras la
comunión, el sacerdote, llevando el paño humeral, sube al altar,
hace la genuflexión y, ayudado por el diácono, toma la
píxide con las manos cubiertas por el paño humeral. ¡Es
el símbolo de la necesidad e manos y corazones puros
para acercarse a los Divinos Misterios y tocar al Señor!
3.
El Viernes Santo in Passione Domini, el sacerdote está llamado
a subir al Calvario. A las tres de la tarde,
o poco más tarde, tiene lugar la celebración de la
Pasión del Señor, en tres momentos: la Palabra, la Cruz,
la Comunión. Se dirige en procesión y en silencio al
altar. Tras haber reverenciado el altar, que representa a Cristo
en la austera desnudez del Calvario, se postra en tierra:
es la proskýnesis, como en el día de la ordenación.
Así expresa la convicción de no ser nada ante la
Majestad divina, y el arrepentimiento de haberse atrevido a medirse,
por medio del pecado, con el Omnipotente. Como el Hijo
que se anuló a sí mismo, el sacerdote reconoce su
nada, y tiene inicio su mediación sacerdotal entre Dios y
el pueblo, que culmina en la oración universal solemne.
Después tiene
lugar la ostensión y la adoración de la Santa Cruz:
el sacerdote va hacia el altar con los diáconos y
allí, estando en pie, la recibe y la descubre en
tres momentos sucesivos, o la muestra ya descubierta, e invita
cada vez a los fieles a la adoración con las
palabras: Mirad el árbol de la Cruz. En su descarnada
solemnidad, aquí, en el corazón del año litúrgico, la tradición
ha resistido tenazmente más que en otros momentos del año.
El sacerdote, tras haber depositado la casulla, si es posible
con los pies descalzos, se acerca el primero a la
Cruz, se arrodilla ante ella y la besa. La teología
católica no teme dar aquí a la palabra adoración su
verdadero significado. La verdadera Cruz, bañada con la sangre del
Redentor se hace, por así decirlo, una sola cosa con
Cristo y recibe la adoración. Por ello, postrándonos ante el
sagrado leño, nos dirigimos al Señor: “Te adoramos, oh Cristo,
y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al
mundo”.
4. La Pascua del Reino de Dios se ha realizado
en Jesús: ofrecida y consumida la Cena, “en la noche
en que fue traicionado”; inmolada sobre el Calvario el Viernes
Santo, cuando “la tierra se quedó a oscuras”, una vez
más de noche recibe la consagración de la aprobación divina,
en la resurrección de Cristo Señor: por Juan sabemos que
María de Magdala se acercó al sepulcro “mientras estaba aún
oscuro”; por tanto, sucedió en las últimas horas de la
noche tras el sábado pascual.
En el Novus Ordo el sacerdote,
desde el inicio de la Vigilia, lleva las vestiduras de
color blanco como para la Misa. Bendice el fuego y
enciende el cirio pascual al nuevo fuego, si procede, tras
haber clavado, como en la liturgia antigua, una cruz. Después
traza sobre el lado vertical de la cruz la letra
griega alfa y debajo, en cambio, la letra omega; entre
los brazos de la cruz traza cuatro cifras para indicar
el año corriente, diciendo: Cristo ayer y hoy. Después, hecha
la incisión de la cruz y los demás signos, puede
clavar en el cirio cinco granos de incienso, diciendo: Por
medio de sus santas llagas. Después, cantando el Lumen Christi,
guía la procesión hacia la iglesia. El sacerdote está a
la cabeza del pueblo de los fieles aquí en la
tierra, para poderlo guiar al cielo.
Es sacerdote el que
entona solemnemente el Aleluya. Lo canta tres veces elevando gradualmente
el tono de la voz: el pueblo, tras cava vez,
lo repite en el mismo tono.
En la liturgia bautismal,
el sacerdote, estando de pie ante la fuente, bendice el
agua cantando la oración: Oh Dio, por medio de los
signos sacramentales; mientras invoca: Descienda, Padre, sobre este agua, puede
meter en ella el cirio pascual, una o tres veces.
El significado es profundo: el sacerdote es el órgano fecundador
del seno eclesial, simbolizado por la piscina bautismal. Verdaderamente en
la persona de Cristo Cabeza engendra hijos que, como padre,
fortifica con el crisma y nutre con la Eucaristía. También
en razón de estas funciones maritales hacia la Iglesia esposa,
el sacerdote no puede sino ser hombre. Todo el sentido
místico de la Pascua se manifiesta en la identidad sacerdotal,
llegando a la plenitud, el plếroma, como dice Oriente. Con
él la iniciación sacramental llega al culmen y la vida
cristiana el centro.
Por tanto, el sacerdote, subido con Jesús sobre
la cruz el Viernes y bajado a su sepulcro el
Sábado Santo, el Domingo de Pascua puede afirmar realmente con
la secuencia: “Sabemos que Cristo verdaderamente ha resucitado de entre
los muertos”.
Los cambios en la liturgia pontificia introducidos por Benedicto XVI |
Entrevista a Mauro Gagliardi, consultor de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas |
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Los cambios en la liturgia pontificia introducidos por Benedicto XVI |
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 25 de diciembre de 2009 (ZENIT.org).-
Los fieles de todo el mundo han podido constatar en
directo por la televisión los cambios producidos en la liturgia
pontificia bajo Benedicto XVI.
Hemos conversado sobre esto con el sacerdote
Mauro Gagliardi, ordinario de la Facultad de Teología del Ateneo
Pontificio "Regina Apostolorum" de Roma y consultor de la Oficina
de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice. Se ocupa además de
la firma de teología litúrgica "Espíritu de la liturgia", que
ZENIT pública cada quince días.
--Leyendo el artículo de Luigi Accattoli
Il rito del silenzio secondo papa Ratzinger [El rito del
silencio según el Papa Ratzinger] (Liberal, 1 de diciembre de
2009, p. 10), emerge la idea de un cierto trabajo,
solicitado por el mismo Santo Padre, para poner a la
liturgia papal más en línea con la tradición. Como nos
acercamos a las solemnes celebraciones de las fiestas navideñas, que
serán presididas en San Pedro por Benedicto XVI, queremos aprovechar
la ocasión para hablar con usted sobre estos cambios.
--Mauro Gagliardi:
El artículo de Accattoli presenta una eficaz panorámica de algunas
de las más visibles, entre las recientes decisiones en materia
de liturgia pontificia, aunque hay otras, probablemente no mencionadas por
brevedad o por ser de más difícil comprensión para el
gran público.
El destacado y apreciado vaticanista subraya varias veces
que estos cambios están inspirados por el mismo Santo Padre
quien, como todos saben, es experto en liturgia.
--Accattoli empieza su
reconstrucción mencionando las vestimentas papales que habían caído en desuso
en las últimas décadas: el camauro, el saturno rojo, la
muceta con piel de armiño. También mencionan los cambios producidos
respecto al palio.
--Mauro Gagliardi: Se trata de elementos de las
vestiduras propias del pontífice, como el color rojo de los
zapatos, no recordado explícitamente por el articulista.
Si bien es
cierto que en las últimas décadas los sumos pontífices han
elegido no utilizar estos elementos, o cambiar su forma, también
es verdad que nunca han sido abolidos y, por tanto,
todo Papa los puede utilizar.
No hay que olvidar que,
como la mayoría de los elementos visibles de la liturgia,
también las vestiduras de uso extralitúrgico responden tanto a necesidades
prácticas como simbólicas.
Recuerdo que cuando el Papa Benedicto utilizó
por primera vez el camauro --un tocado de invierno que
protege bien del frío--, un conocido semanario italiano publicó el
rostro sonriente del Santo Padre, que llevaba el camauro, y
bajo la foto se leía un pie de foto que
decía: "¡Ha hecho bien!", refiriéndose al hecho de que también
el Papa tiene derecho a resguardarse del frío.
Pero no
son sólo razones prácticas. No debemos olvidar quién es y
qué función desempeña la persona que usa esas vestimentas: por
eso, tienen también un valor simbólico, que se expresa con
su belleza y su particular decoro.
Distinto es el caso del
palio, que es en cambio una prenda litúrgica. Juan Pablo
II utilizaba uno igual al que llevan los arzobispos metropolitanos.
Al inicio del pontificado de Benedicto XVI, se había preparado
uno con forma distinta, que retomaba usos antiguos y que
el Santo Padre utilizó durante algún tiempo.
Después de estudios atentos,
se advirtió que era preferible volver a la forma usada
por Juan Pablo II, aunque se han introducido pequeñas modificaciones
que resaltan claramente la diferencia entre el palio de los
metropolitanos -que les impone el Papa- y el palio del
sumo pontífice.
Puede encontrarse más información sobre esto en la entrevista
a monseñor Guido Marini, maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias,
publicada en "L´Osservatore Romano" del 26 de junio de 2008.
-
¿Qué puede decirse de la férula escogida por Benedicto XVI
en lugar del crucifijo del escultor Scorzelli, utilizado por Pablo
VI y por los dos Juan Pablo, hasta la primera
parte del pontificado del mismo Papa Benedicto?
- Mauro Gagliardi: Se
podría decir que también aquí vale el mismo principio. Se
puede mencionar una razón práctica: el actual pastoral de Benedicto
XVI, que él utiliza desde el inicio del presente año
litúrgico, pesa 590 gramos menos respecto al crucifijo de Scorzelli,
por tanto más de medio kilo de diferencia, que no
es poco. En cuanto al aspecto histórico, el pastoral con
forma de cruz responde más fielmente a la forma del
pastoral típico de la tradición romana, o bien al utilizado
por los sumos pontífices, que siempre ha sido con forma
de cruz y sin crucifijo.
También aquí se podrían añadir
otras reflexiones desde el punto de vista simbólico y estético.
--Accattoli
cita también otros cambios, que podríamos definir como más de
sustancia: la preocupación por los momentos de silencio, la celebración
orientada hacia el crucifijo y de espaldas a la asamblea
y la comunión distribuida a los fieles de rodillas y
en la lengua.
--Mauro Gagliardi: Se trata de elementos de gran
significado, que obviamente no puedo analizar aquí de modo detallado,
sino sólo brevemente. La Institutio Generalis del Misal Romano publicado
por Pablo VI prescribe en diversos lugares observar el sacro
silencio.
La atención en la liturgia papal a este aspecto, por
tanto, no hace más que poner en práctica las normas
establecidas.
En lo que se refiere a la celebración orientada hacia
el crucifijo, vemos que, como norma, el Santo Padre está
manteniendo la posición del altar considerada "hacia el pueblo", tanto
en San Pedro como en otros lugares.
Ha celebrado sólo unas
pocas veces hacia el crucifijo: en particular, en la Capilla
Sixtina y en la Capilla Paulina, restaurada recientemente. Como toda celebración
de la Misa, cualquiera que sea la posición física del
celebrante, es una celebración dirigida al Padre a través de
Cristo en el Espíritu Santo y no dirigida "al pueblo"
o a la asamblea, excepto en los pocos momentos dialogados,
no es extraño que quien celebra la Eucaristía pueda disponerse
también físicamente "hacia el Señor".
Particularmente en lugares como la Capilla
Sixtina, donde el altar está adosado a la pared, es
algo natural y fiel a las normas celebrar sobre el
altar fijo y dedicado, dirigido por tanto hacia el crucifijo,
en lugar de añadir un altar móvil para la ocasión.
Finalmente,
en lo que respecta a la manera de distribuir la
Santa Comunión a los fieles, es necesario distinguir el aspecto
de recibirla de rodillas del de recibirla en la lengua. En
la actual forma ordinaria del rito romano (o Misa de
Pablo VI), los fieles tienen derecho a recibir la Comunión
estando de pie o de rodillas. Si el Santo Padre ha
decidido dar la comunión de rodillas, pienso --obviamente ésta es
sólo una opinión personal-- que considera esta manera más adecuada
para expresar el sentido de adoración que debemos siempre cultivar
ante el don de la Eucaristía.
Es una ayuda que el
Papa da a los que reciben la comunión de sus
manos, una ayuda para considerar atentamente a quién es Aquel
al que se va a recibir en la santísima Eucaristía. Por
otra parte, en la Sacramentum Caritatis, citando a san Agustín,
el Santo Padre había recordado que al recibir el Pan
eucarístico debemos adorarlo, porque pecaríamos recibiéndolo sin adoración.
Antes de
comulgar, el mismo sacerdote se arrodilla ante la Hostia, ¿por
qué no ayudar a los fieles a cultivar el sentido
de adoración propiamente a través de ese gesto?
En lo referente,
en cambio, a recibir la Comunión en la mano, se
recuerda que esto es hoy posible en muchos lugares (posible,
no obligatorio), pero que sigue siendo una concesión, una derogación
a la norma ordinaria que afirma afirma que la Comunión
se recibe sólo en la lengua. Esta concesión se les
ha hecho a las Conferencias Episcopales que la han pedido
y no es la Santa Sede quien la sugiere o
promueve.
Y, por supuesto, ningún obispo miembro de la Conferencia Episcopal
que ha pedido y obtenido el indulto está obligado a
aplicarlo en su diócesis: todo obispo puede siempre decidir que
en su diócesis se aplique la norma universal, que está
vigente a pesar de todos los indultos concedidos, norma que
establece que los fieles deben recibir la Santa Comunión en
la lengua.
Si ningún obispo del mundo está obligado a aplicar
el indulto, ¿cómo podría estarlo el Papa? Es importante, en
efecto, que propiamente el Santo Padre mantenga la regla tradicional,
confirmada ya una vez por Pablo VI, que veta a
los fieles recibir la comunión en la mano. -
En conclusión, según usted, que forma parte del equipo de
consultores de monseñor Guido Marini, ¿qué sentido ve en las
novedades introducidas en la liturgia papal bajo Benedicto XVI?
- Mauro
Gagliardi: Naturalmente sólo puedo hablar a título personal, sin tener
mi opinión ningún carácter de posición oficial de la Oficina
de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice. Me parece que lo
que se está intentando hacer es conjugar con sabiduría lo
antiguo y lo nuevo, actuar en el espíritu y en
la letra, en la medida de lo posible, según las
indicaciones del Vaticano II y hacerlo de manera que las
celebraciones pontificias sean ejemplares bajo todos los aspectos.
Quien asiste a
la liturgia papal debe poder decir: "¡Eso es, así se
hace! ¡Así debemos hacer también nosotros en nuestra diócesis, en
nuestra parroquia!".
Querría, por último, destacar que esta "novedad", como la
define usted, no se introduce simplemente de manera autoritaria.
Habrá
notado que a menudo las novedades son explicadas, por ejemplo
a través de entrevistas que el maestro de las Celebraciones
Litúrgicas Pontificias concede a "L´Osservatore Romano" o de otras comunicaciones
periodísticas.
También nosotros los consultores de vez en cuando publicamos artículos
en el diario de la Santa Sede para explicar el
sentido histórico y teológico de las decisiones que se toman.
Para
usar una palabra que está de moda, diré que es
un modo "democrático" de proceder, entendiendo con esto, no que
las decisiones se tomen por mayoría, sino que se intenta
hacer entender el motivo profundo de estos cambios, que es
siempre un motivo histórico, teológico y litúrgico y no puramente
estético, y menos ideológico.
Podríamos decir que nos esforzamos por dar
a entender la ratio legis y me parece que también
este hecho representa una "novedad" de cierta importancia.
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