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Reflexión de la Encíclica "Ecclesia de Eucharistia" |
La eucaristía es fuente de toda la vida cristiana. El
Concilio Vaticano II dice “la eucaristía contiene todo el bien
espiritual de la Iglesia”. ¿Quién es el bien espiritual de
la Iglesia? No son los cuadros de arte, ni las
catedrales, no los copones de oro, ni las vestimentas bordadas...
El bien espiritual es “Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan
de Vida, que da la vida a los hombres por
medio del Espíritu Santo” (Concilio Vaticano II, Presbyterorum Ordinis, n.
5).
Una Iglesia, podría tener todo el arte sacro más bello
del mundo, pero si no tiene la presencia viva de
Cristo eucaristía, ¿de qué sirve ese arte? El arte sacro
está al servicio y para gloria de Cristo eucaristía, como
ya dijimos en la segunda parte de este libro al
hablar de los elementos artísticos de la liturgia.
Una Iglesia podría
carecer de estatuas, vítraux, órgano... pero si tiene la presencia
viva de Cristo Eucaristía, lo tiene todo, pues las estatuas,
el vitraux, el órgano, deben estar siempre al servicio y
para gloria de Cristo Eucaristía.
¡Oh, la eucaristía!: “Sacramento de piedad,
signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el
cual Cristo es nuestra comida, el alma se llena de
gracia futura” (Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 47).
Volvamos
a la encíclica del papa Juan Pablo II. Consta de
62 números y está dividida así:
Introducción: Valor de la eucaristía
(n. 1-10).
Capitulo I: La eucaristía misterio de fe (n. 11-20).
Capitulo
II: La eucaristía edifica la Iglesia (n. 21-25).
Capitulo III: Apostolicidad
de la eucaristía y la Iglesia (n. 26-33).
Capitulo IV: Eucaristía
y Comunión eclesial (n. 34-46).
Capitulo V: Decoro de la celebración
eucarística (n. 47-52).
Capitulo VI: En la escuela de María, mujer
eucarística (n. 53-58).
Conclusión: n. 60-62.
Antes de comenzar a desglosar
la encíclica de Juan Pablo II, recomiendo mucho leer y
meditar los siguientes documentos, para ahondar en este gran misterio:
Del
Vaticano II: Sacrosanctum Concilium. Cap. II
De Pablo
VI: La encíclica “Mysterium fidei” 1965.
Instrucción “Eucharisticum Mysterium” de la
Sagrada Congregación de Ritos, de 1967.
De Juan Pablo II: Carta
“Dominicae Cenae”, sobre el misterio y el culto de la
eucaristía de 1980.
Del tema de la eucaristía se podría decir
lo mismo que de María, en frase de San Bernardo:
“Acerca de María, nunca es suficiente”. En nuestro caso: “Acerca
de la eucaristía nunca es suficiente”.
¿Qué queremos decir cuando
hablamos de la Eucaristía?
Estamos hablando del Sacramento que nos regaló
Cristo en la Última Cena, al querer quedarse con nosotros
para siempre, dándonos su Cuerpo y Sangre, alma y divinidad,
para alimentarnos, unirse a nosotros, entregarnos su vida divina, entrar
en comunión con nosotros, acompañarnos durante está peregrinación terrena hacia
la Patria Celestial, donde le disfrutaremos cara a cara sin
los velos del pan y del vino. También cuando hablamos de
la eucaristía, estamos invitando a nuestros deberes para con este
admirable y sublime Sacramento, es decir el culto que se
merece Cristo eucaristía, Dios que se ofrece, se inmola, se
sacrifica por nuestra salvación, y nos da a comer de
su Cuerpo y a beber su Sangre, para que tengamos
vida eterna. Este culto trae consigo:
La asistencia y la participación
atenta, consciente y fervorosa a la Santa Misa, cada domingo
y si es posible, todos los días. ¡Dios nos salva
en cada Misa!
La adoración a Cristo eucaristía, solemnemente expuesto
sobre el Altar, en Horas Santas, momentos de oración.
La
visita eucarística que deberíamos hacer durante el día, entrando en
una iglesia y dialogando con ese Dios Compañero y Amigo
que quiso quedarse en los Sagrarios para ser confidente del
hombre.
El respeto, el decoro a cuanto rodea este misterio:
templo, cálices, copones, manteles, nuestra manera de vestir en la
iglesia, nuestra manera de estar, de rezar de leer las
lecturas de la Misa, de guiar, de servir como ministros
de la Sagrada Comunión, de celebrar la Santa Misa por
parte del sacerdote.
Y en la catequesis, este tema de
la eucaristía debe ser prioritario, explicado con unción, con amor,
con fervor y extensamente. La eucaristía es el Sacramento más
sublime, porque en él no sólo recibimos la gracia de
Cristo, sino al autor de la gracia, en Cuerpo y
Sangre, Alma y Divinidad.
¡Qué hermosa la oración que la Iglesia
viene rezando ya desde hace siglos!:
- ¡Oh Sagrado convivio, en
que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de
su Pasión, el alma se llena de gracia y se
nos da la prenda de la gloria futura! - Les diste
Pan del cielo. - Que contiene en sí todo deleite.
Finalmente, cuando hablamos
de la eucaristía, estamos lanzando un gran compromiso a todos.
No sólo a estar agradecidos eternamente por este incomparable regalo
de la eucaristía, preludio y pregustación del cielo, sino sobre
todo, a hacernos también nosotros eucaristía, es decir, inmolación y
sacrificio; alimento y nutrición; presencia y compañía para todos aquellos
hermanos nuestros que caminan en esta vida desfallecidos, con la
mirada baja y triste, desesperanzados y desilusionados. Debemos hacernos pan,
repartir el pan de nuestra fe, esperanza y caridad, y
lograr con ellos una fraternidad hasta lograr la paz, la
unión y la armonía en el mundo.
A todo esto nos
compromete la eucaristía. Pidamos a Cristo Eucaristía que nos acreciente
la fe en este gran misterio, para que nunca nos
acostumbremos al asombro eucarístico, sino que caigamos siempre de rodillas
ante él, agradeciendo, adorando, amando.
"Ecclesia de Eucharistia"
Encíclica completa del Papa Juan Pablo II sobre la Eucaristía.
Introducción
Capítulo 1 Misterio de
fe
Capítulo 2 La Eucaristía edifica la Iglesia
Capítulo 3 Apostolicidad de la Eucaristía y de
la Iglesia
Capítulo 4 Eucaristía y comunión eclesial
Capítulo 5 Decoro de la Celebración Eucarística
Capítulo 6 En la Escuela de María, mujer esucarística
Conclusión
El porqué de la Eucaristía |
“Existen interrogantes que únicamente encuentran respuesta en un contacto personal con Cristo". (Juan Pablo II) |
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El porqué de la Eucaristía |
“¿Por qué, Señor, te quedaste en la Eucaristía?”
“Te amo, Señor,
por tu Eucaristía, por el gran don de Ti mismo. Cuando no
tenías nada más que ofrecer nos dejaste tu cuerpo para amarnos
hasta el fin, con una prueba de amor abrumadora, que hace temblar
nuestro corazón de amor, de gratitud y de respeto” .
Llevamos veinte
siglos de cristianismo, por todas las latitudes, celebrando lo que
Jesús encomendó a sus apóstoles en la noche de la
Cena: “Haced esto en conmemoración mía”.
Los nombres de
la Eucaristía
Es de tal profundidad y belleza la eucaristía que
en el transcurso de los tiempos a este misterio eucarístico
se le ha llamado con varios nombres:
Fracción del pan, donde
se parte, se reparte y se comparte el pan del
cielo, como alimento de inmortalidad.
Santo Sacrificio de la Misa,
donde Cristo se sacrifica y muere para salvarnos y darnos
vida a nosotros.
Eucaristía, porque es la acción de gracias por
antonomasia que ofrece Jesús a su Padre celestial, en nombre
nuestro y de toda la Iglesia.
Celebración Eucarística, porque celebramos en
comunidad esta acción divina.
La Santa Misa, porque la eucaristía acaba
en envío, en misión, donde nos comprometemos a llevar a
los demás esa salvación que hemos recibido.
Misterio Eucarístico, porque ante
nuestros ojos se realiza el gran misterio de la fe.
Antes
de empezar a hablar de este misterio hay que preguntarse
el porqué de la eucaristía, por qué quiso Jesús instituir
este sacramento admirable, por qué quiso quedarse entre nosotros, con
nosotros, para nosotros, en nosotros; qué le movió a hacer
este asombroso milagro al que no podemos ni debemos acostumbrarnos.
¡Oh, asombroso misterio de fe!
¿Por qué quiso Jesús hacer presente
el sacrificio de la Cruz, como si no hubiera bastado
para salvarnos ese Viernes Santo en que nos dio toda
su sangre y nos consiguió todas las gracias necesarias para
salvarnos?
La respuesta a esta pregunta sólo Jesús la sabe.
Nosotros podemos solamente vislumbrar algunas intuiciones y atisbos.
Se quedó por
amor excesivo a nosotros, diríamos por locura de amor. No
quiso dejarnos solos, por eso se hizo nuestro compañero de
camino. Nos vio con hambre espiritual, y Cristo se nos
dio bajo la especie de pan que al tiempo que
colma y calma, también abre el hambre de Dios, porque
estimula el apetito para una vida nueva: la vida de
Dios en nosotros. Nos vio tan desalentados, que quiso animarnos,
como a Elías: “Levántate y come, porque todavía te queda
mucho por caminar” (1 Re 19, 7).
Actitudes ante la
Eucaristía
Ante este regalo espléndido del Corazón de Jesús a la
humanidad, sólo caben estas actitudes:
1. Agradecimiento profundo. 2. Admiración y asombro
constantes. 3. Amor íntimo. 4. Ansias de recibirlo digna y frecuentemente. 5. Adoración
continua.
La eucaristía prolonga la encarnación. Es más, la eucaristía es
la venida continua de Cristo sobre los altares del mundo.
Y la Iglesia viene a ser la cuna en la
que María coloca a Jesús todos los días en cada
misa y lo entrega a la adoración y contemplación de
todos, envuelto ese Jesús en los pañales visibles del pan
y del vino, pero que, después de la consagración, se
convierten milagrosamente y por la fuerza del Espíritu Santo en
el Cuerpo y la Sangre del Señor. Y así la
eucaristía llega a ser nuestro alimento de inmortalidad y nuestra
fuerza y vigor espiritual.
Hace dos mil años lo entregó a
la adoración de los pastores y de los reyes de
Oriente. Hoy María lo entrega a la Iglesia en cada
eucaristía, en cada misa bajo unos pañales sumamente sencillos y
humildes: pan y vino. ¡Así es Dios! ¿Pudo ser más
asequible, más sencillo?
El valor y la importancia de la Eucaristía
La
eucaristía es la más sorprendente invención de Dios. Es una
invención en la que se manifiesta la genialidad de una
Sabiduría que es simultáneamente locura de Amor.
Admiramos la genialidad de
muchos inventos humanos, en los que se reflejan cualidades excepcionales
de inteligencia y habilidad: fax, correo electrónico, agenda electrónica, pararrayos,
radio, televisión, video, etc.
Pues mucho más genial es la eucaristía:
que todo un Dios esté ahí realmente presente, bajo las
especies de pan y vino; pero ya no es pan
ni es vino, sino el Cuerpo y la Sangre de
Cristo. ¿No es esto sorprendente y admirable? Pero es posible,
porque Dios es omnipotente. Y es genial, porque Dios es
Amor.
La eucaristía no es simplemente uno de los siete sacramentos.
Y aunque no hace sombra ni al bautismo, ni a
la confirmación, ni a la confesión, sin embargo, posee una
excelencia única, pues no sólo se nos da la gracia
sino al Autor de la gracia: Jesucristo. Recibimos a
Cristo mismo. ¿No es admirable y grandiosa y genial esta
verdad?
¿Cómo no ser sorprendidos por las palabras “esto es Mi
cuerpo, esta es Mi sangre”? ¡Qué mayor realismo! ¿Cómo
no sorprendernos al saber que es el mismo Creador el
que alimenta, como divino pelícano, a sus mismas criaturas humanas
con su mismo cuerpo y sangre? ¿Cómo no sorprendernos al
ver tal abajamiento y tan gran humildad que nos confunden?
Dios, con ropaje de pan y gotas de vino...¡Dios
mío!
Nos sorprende su amor extremo, amor de locura. Por eso
hay que profundizar una y otra vez en el significado
que Cristo quiso dar a la eucaristía, ayudados del evangelio
y de la doctrina de la Iglesia. Nos sorprende que
a pesar de la indiferencia y la frialdad, Él sigue
ahí fiel y firme, derramando su amor a todos y
a todas horas.
¡Cuánto necesitamos de la eucaristía!
Necesitamos la eucaristía para
el crecimiento de la comunidad cristiana, pues ella nos nutre
continuamente, da fuerzas a los débiles para enfrentar las dificultades,
da alegría a quienes están sufriendo, da coraje para ser
mártires, engendra vírgenes y forja apóstoles.
La eucaristía anima con la
embriaguez espiritual, con vistas a un compromiso apostólico a aquellos
que pudieran estar tentados de encerrarse en sí mismos. ¡Nos
lanza al apostolado!
La eucaristía nos transforma, nos diviniza, va sembrando
en nosotros el germen de la inmortalidad.
Necesitamos la eucaristía porque
el camino de la vida es arduo y largo y
como Elías, también nosotros sentiremos deseos de desistir, de tirar
la toalla, de deprimirnos y bajar los brazos. “Ven, come
y camina”.
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Eucaristía: el Misterio de Fe |
Es un Pan que se ofrece, una Sangre que se derrama y limpia, una Presencia que conforta y consuela. |
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Eucaristía: el Misterio de Fe |
¿Por qué llamamos a la eucaristía Misterio de Fe?
Porque la
Eucaristía requiere y presupone la fe.
Se nos dice que
es Cristo quien celebra la Eucaristía, y vemos a un
hombre subir las gradas del altar, y oímos una voz
humana, y vemos un rostro humano y unas facciones humanas.
¡Qué fe!
Se nos dice que asistimos al Calvario, al Viernes
Santo, y vemos unas paredes frías, unos bancos o sillas.
¡Qué fe!
Se nos dice que Dios nos habla en las
lecturas, y escuchamos una voz humana, a veces femenina, a
veces masculina. ¡Qué fe!
Se nos dice que todos los ángeles
asisten absortos y comparten nuestra misa, alrededor del altar, y
nosotros sólo vemos unas velas, un mantel y unos monaguillos,
y gente de carne y hueso. ¿Dónde se han escondido
los ángeles? ¡Qué fe!
Se nos dice que Dios está real
y sacramentalmente ahí presente, bajo las especies del pan y
vino, y nuestros ojos no ven nada, sólo oímos una
voz humana, a veces entrecortada por sollozos o por algún
ruido de niños. ¡Qué fe!
Se nos dice que, después de
la consagración, ese trozo de pan que vemos es el
Cuerpo de Cristo, y nos sabe a pan, y sólo
a pan, y vemos pan, sólo pan. Y sin
embargo, ¡es verdaderamente el cuerpo de Cristo! ¡Qué fe!
Se nos
dice que somos una comunidad de hermanos, y vemos a
veces a gente extraña, que ni siquiera conocemos y con
la que no siempre estamos en plena comunión. ¡Qué
fe!
Se nos dice que la Misa termina en misión, y
resulta que yo termino igual, vuelvo a casa a hacer
lo mismo de siempre, a la rutina de siempre, a
las penas de siempre, a los sufrimientos de siempre.
Sí, la
eucaristía es un misterio de fe. Y sólo quien tiene
fe, podrá entrar en esa tercera dimensión que se requiere
para vivirla y disfrutarla.
¿Cómo preparó Cristo a sus discípulos para
la eucaristía, misterio de fe?
Primero en Cafarnaúm les hizo la
promesa. Después en Jerusalén, en el Cenáculo, la institución. Allí
hizo realidad la gran promesa.
Lo veían día a día entregado
a los demás. Se hacía pan tierno para los niños,
consuelo para los tristes, consejo para los suyos, médico para
los enfermos. Jesús vivía a diario las exigencias de la
eucaristía. Donación y banquete que alimenta, sacrificio que se ofrece,
presencia que consuela.
La Eucaristía no son ideas bonitas, no
son discursos demostrativos. Es un Pan que se ofrece, una
Sangre que se derrama y limpia, una Presencia que conforta
y consuela. Y esto fue Cristo durante su vida aquí,
en la tierra, y hoy, en la eucaristía, en cada
Sagrario. Y, mañana, en el cielo.
Llegó el día de la
gran promesa que narra San Juan en el capítulo 6
de su evangelio: Yo soy el Pan vivo; quien me
come, vivirá. El pan que les daré es mi carne,
para la vida del mundo. Sonaba duro: comer su carne,
beber su sangre, no estaban acostumbrados a ese lenguaje.
¿Cuál
fue la repuesta de los oyentes?
La incredulidad. Muchos le
abandonaron, les parecía un escándalo, les parecía una irracionalidad, les
parecía un canibalismo. ¡Esto es insoportable! Este rechazo fue ciertamente
una profunda desilusión para Jesús.
Miró a sus Apóstoles, esperando
encontrar en ellos la fe, la adhesión, el afecto: ¿También
vosotros queréis marcharos?. Jesús estaba dispuesto a dejarlos irse si
no creían en la eucaristía, que acababa de anunciarles. Es
que no es posible seguir a Cristo sin creer en
la eucaristía.
Afortunadamente, la confesión de Pedro, en nombre de
todos, permitió a los apóstoles continuar en el seguimiento del
Maestro. Jesús siempre exigió la fe en la eucaristía. Sólo
con la fe y desde la fe, comulgando obtendremos los
frutos que Él nos quiere dar. Si no, sólo recibimos
un trozo de pan, pero sin ningún fruto.
La Eucaristía requiere
un impulso de fe siempre renovado. Hay que dar un
gran salto, de lo visible a lo invisible. Esto se
da en cada Sacramento. Ese salto es la fe.
Jesús
pidió fe a sus primeros seguidores. ¿Acaso queréis iros? Renovemos
nuestra fe cada vez que vivamos la eucaristía. Señor, creemos,
pero aumenta nuestra credulidad. Creemos, pero queremos crecer en nuestra
fe.
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Eucaristía y caridad |
¡El amor es entrega y donación! Y en la Eucaristía, Dios se entrega y se dona completamente a nosotros. |
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Eucaristía y caridad |
También la eucaristía es un gesto de amor. Es más,
es el gesto de amor más sublime que nos dejó
Jesús aquí en la Tierra. A la eucaristía se la
ha llamado “el Sacramento del amor” por antonomasia.
¿Qué le movió
a quedarse con nosotros? ¿Qué le movió a darnos su
cuerpo? ¿Qué le movió a hacerse pan tan sencillo? ¿A
encerrarse en esa cárcel, que es cada Sagrario? ¿A dejar
el Cielo, tranquilo y limpio, y bajar a la Tierra,
que es un valle de lágrimas y sufrimientos sin fin?
¿A dejar el calor de su Padre Celestial y venir
a esta tierra tibia, a veces gélida, y experimentar la
soledad en tantos Sagrarios? ¿A despojarse de sus privilegios divinos
y dejarlos a un lado para revestirse de ropaje humilde,
sencillo, pobre, como es el ropaje del pan y vino?
¿Qué
modelos humanos nos sirven para explicar el misterio de la
eucaristía como gesto de amor?
Veamos el ejemplo de una
madre. Primero, alimenta a su hijo en su seno, con
su sangre, durante esos nueve meses de embarazo. Luego, ya
nacido, le da el pecho. ¿Han visto ustedes algo más
conmovedor, más lindo, más tierno, más amoroso que una madre
amamantando a su propio hijo de sus mismos pechos, dándole
su misma vida, su mismo ser?
Así como una madre alimenta
a su propio hijo con su misma vida, de su
mismo cuerpo y con su misma sangre, así también Dios
nos alimenta con el cuerpo y la sangre de su
mismo Hijo Jesucristo, para que tengamos vida de Dios, y
la tengamos en abundancia. Y al igual que esa madre
no se ahorra nada al amamantar a su hijo “no
sea que me quede sin nada”, así también Dios no
se ahorra nada y nos da todo: cuerpo, alma, sangre
y divinidad de su Hijo en la eucaristía.
¡El amor es
entrega y donación! Y en la Eucaristía, Dios se entrega
y se dona completamente a nosotros.
¡Cuántos gestos de amor nos
demuestra Cristo en la eucaristía!
Fuimos invitados al banquete: “Vengan, está
todo preparado. El Rey ha mandado matar el mejor cordero
que tenía. Vengan y entren”. Cuando a uno lo invitan
a una boda, a una fiesta, a un banquete, es
por un gesto de amor.
Ya en el banquete, formamos una
comunidad, una familia, donde reina un clima de cordialidad, de
acogida. No estamos aislados, ni en compartimentos estancos. Nos vemos,
nos saludamos, nos deseamos la paz. ¡Es el gesto del
amor fraterno!
El gesto de limpiarnos y purificarnos antes de comenzar
el banquete, con el acto penitencial: “Yo confieso”, pone de
manifiesto que el Señor lava nuestra alma y nuestro corazón,
como a los suyos les lavó los pies. ¡Qué amor
delicado! Después, en la liturgia de la Palabra, Dios nos
explica su Palabra. Se da su tiempo de charla amena,
seria, provechosa y enriquecedora. ¡Qué amor atento!
Más tarde, en el
momento de la presentación de las ofrendas, Dios nos acepta
lo poco que nosotros hemos traído al banquete: ese trozo
de pan y esas gotitas de vino y ese poco
de agua. El resto lo pone Él. ¡Que amor generoso!
Nos introduce a la intimidad de la consagración, donde se
realiza la suprema locura de amor: manda su Espíritu para
transformar ese pan y ese vino en el Cuerpo y
Sangre de su Hijo. Y se queda ahí para nosotros
real y sacramentalmente, bajo las especies del pan y del
vino. ¡Pero es Él! ¡Qué amor omnipotente, qué amor humilde!
No tiene reparos en quedarse reducido a esas simples dimensiones.
Y baja para todos, en todos los lugares y continentes,
en todas las estaciones. Independientemente de que se le espere
o no, que se le anhele o no, que se
le vaya a corresponder o no. El amor no se
mide, no calcula. El amor se da, se ofrece.
Y, finalmente,
en el momento de la Comunión se hospeda en nuestra
alma y se hace uno con nosotros. No es Él
quien se transforma en nosotros; sino nosotros en Él. ¡Qué
misterio de amor! ¡Qué diálogos de amor podemos entablar con
Él!
Amor con amor se paga.
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Sí, la Eucaristía es prenda y fuente de esperanza. |
Mientras haya una Hostia que brille en la custodia, la esperanza sigue viva, todavía Dios mira a esta tierra. |
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Sí, la Eucaristía es prenda y fuente de esperanza. |
Hoy se está perdiendo mucho la esperanza, esa virtud que
nos da alegría, optimismo, ánimo, que nos hace tender la
vista hacia el cielo, donde se realizarán todas las promesas.
La esperanza es la virtud del caminante.
¡La esperanza!
La esperanza causa
en nosotros el deseo del cielo y de la posesión
de Dios. Pero el deseo comunica al alma el ansia,
el impulso, el ardor necesario para aspirar a ese bien
deseado y sostiene las energías hasta que alcanzamos lo que
deseamos.
Además acrecienta nuestras fuerzas con la consideración del premio que
excederá con mucho a nuestros trabajos. Si las gentes trabajan
con tanto ardor para conseguir riquezas que mueren y perecen;
si los atletas se obligan voluntariamente a practicar ejercicios tan
trabajosos de entrenamiento, si hacen desesperados esfuerzos para alcanzar una
medalla o corona corruptible, ¿cuánto más no deberíamos trabajar y
sufrir nosotros por algo inmortal?
La esperanza nos da el ánimo
y la constancia que aseguran el triunfo. Así como no
hay cosa que más desaliente que el luchar sin esperanza
de conseguir la victoria, tampoco hay cosa que multiplique las
fuerzas tanto como la seguridad del triunfo. Esta certeza nos
da la esperanza.
Esta esperanza es atacada por dos enemigos:
Presunción:
consiste en esperar de Dios el cielo y todas las
gracias necesarias para llegar a Él sin poner de nuestra
parte los medios que nos ha mandado. Se dice “Dios
es demasiado bueno para condenarme” y descuidamos el cumplimiento de
los Mandamientos. Olvidamos que además de bueno, es serio, justo
y santo. Presumimos también de nuestras propias fuerzas, por soberbia,
y nos ponemos en medio de los peligros y ocasiones
de pecado. Sí, el Señor nos promete la victoria, pero
con la condición de que hemos de velar y orar
y poner todos los medios de nuestra parte.
Desaliento y
desesperación: Harto tentados y a veces vencidos en la lucha,
o atormentados por los escrúpulos, algunos se desaniman, y piensan
que jamás podrán enmendarse y comienzan a desesperar de su
salvación. “Yo ya no puedo”.
La esperanza es una de
las características de la Iglesia, como pueblo de Dios que
camina hacia la Jerusalén celestial. Todo el Antiguo Testamento está
centrado en la espera del Mesías. Vivían en continua espera.
¡Cuántas frases podríamos entresacar de la Biblia! “Dichoso el que
confía en el Señor, y cuya esperanza es el Señor...Dios
mío confío en Ti...No dejes confundida mi esperanza...Tú eres mi
esperanza, Tú eres mi refugio, en tu Palabra espero...No quedará
frustrada la esperanza del necesitado...Mi alma espera en el Señor,
como el centinela la aurora”.
También el Nuevo Testamento es un
mensaje de esperanza. Cristo mismo es nuestra esperanza. Él es
la garantía plena para alcanzar los bienes prometidos. La promesa
que Él nos hizo fue ésta “quien me coma vivirá
para siempre, tendrá la Vida Eterna”.
¿Cómo unir esperanza y Eucaristía?
La
eucaristía es un adelanto de esos bienes del cielo, que
poseeremos después de esta vida, pues la Eucaristía es el
Pan bajado del cielo. No esperó a nuestra ansia, Él
bajó. No esperó a nuestro deseo, Él bajó a satisfacerlo
ya. Es verdad que en el cielo quedaremos saciados completamente.
La
Eucaristía se nos da para fortalecer nuestra esperanza, para despertar
nuestro recuerdo, para acompañar nuestra soledad, para socorrer nuestras necesidades
y como testimonio de nuestra salvación y de las promesas
contenidas en el Nuevo Testamento.
Mientras haya una Iglesia abierta con
el Santísimo, hay ilusión, amistad. Mientras haya un sacerdote que
celebre misa, la esperanza sigue viva. Mientras haya una Hostia
que brille en la custodia, todavía Dios mira a esta
tierra.
Dijimos que los dos grandes errores contra la esperanza
son la presunción y la desesperación. A estos dos errores
responde también la eucaristía.
¿Qué tiene que decir la eucaristía a
la presunción?
“Sin mi pan, no podrás caminar, sin mi
fuerza no podrás hacer el bien, sin mi sostén caerás
en los lazos de engaños del enemigo. Tú decías que
podías todo. ¿Seguro? ¿Cómo podrías hacer el bien sin Mí,
que soy el Bien supremo? Y a Mí se me
recibe en la eucaristía. ¿Cómo podrías adquirir las virtudes tú
solo, sin Mí, que doy el empuje a la santidad?
Quien come mi carne irá raudo y veloz por el
camino de la santidad”.
¿Y qué tiene que decir la eucaristía
a la desesperación?
“¿Por qué desesperas, si estoy a tu
lado como Amigo, Compañero? ¿Por qué desesperas si Yo estaré
contigo hasta el fin de los tiempos? ¿Por qué desesperas
a causa de tus males y desgracias, si yo
te daré la fuerza?”.
El cardenal Nguyen van Thuan, obispo que
pasó trece años en las cárceles del Vietnam, nueve de
ellos en régimen de aislamiento, nos cuenta su experiencia de
la eucaristía en la cárcel. De ella sacaba la fuerza
de su esperanza.
Estas son sus palabras: “He pasado nueve
años aislado. Durante ese tiempo celebro la misa todos los
días hacia las tres de la tarde, la hora en
que Jesús estaba agonizando en el cruz. Estoy solo, puedo
cantar mi misa como quiera, en latín, francés, vietnamita...Llevo siempre
conmigo la bolsita que contiene el Santísimo Sacramento: “Tú en
mí, y yo en Ti”. Han sido las misas más
bellas de mi vida. Por la noche, entre las nueve
y las diez, realizo una hora de adoración...a pesar del
ruido del altavoz que dura desde las cinco de la
mañana hasta las once y media de la noche. Siento
una singular paz de espíritu y de corazón, el gozo
y la serenidad de la compañía de Jesús, de María
y de José”.
Y le eleva esta oración hermosa a
Dios: “Amadísimo Jesús, esta noche, en el fondo de mi
celda, sin luz, sin ventana, calentísima, pienso con intensa nostalgia
en mi vida pastoral. Ocho años de obispo, en esa
residencia a sólo dos kilómetros de mi celda de prisión,
en la misma calle, en la misma playa...Oigo las olas
del Pacífico, las campanas de la catedral. Antes celebraba con
patena y cáliz dorados; ahora tu sangre está en la
palma de mi mano. Antes recorría el mundo dando conferencias
y reuniones; ahora estoy recluido en una celda estrecha, sin
ventana. Antes iba a visitarte al Sagrario; ahora te llevo
conmigo, día y noche, en mi bolsillo. Antes celebraba la
misa ante miles de fieles; ahora, en la oscuridad de
la noche, dando la comunión por debajo de los mosquiteros.
Antes predicaba ejercicios espirituales a sacerdotes, a religiosos, a laicos...;
ahora un sacerdote, también él prisionero, me predica los Ejercicios
de san Ignacio a través de las grietas de la
madera. Antes daba la bendición solemne con el Santísimo en
la catedral; ahora hago la adoración eucarística cada noche a
las nueve, en silencio, cantando en voz baja el Tantum
Ergo, la Salve Regina, y concluyendo con esta breve oración:
“Señor, ahora soy feliz de aceptar todo de tus manos:
todas las tristezas, los sufrimientos, las angustias, hasta mi misma
muerte. Amén” .
Sí, la Eucaristía es prenda y fuente de
esperanza.
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Eucaristía y humildad |
El pan es la comida del humilde y del pobre. Es un pan que se da, se parte, se comparte, se reparte. |
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Eucaristía y humildad |
“Conviene que Él crezca y yo mengüe”
¿Qué es la humildad?
La
humildad es la virtud que modera el apetito que tenemos
de la propia excelencia, del propio valer. Es una
virtud que nos lleva a reconocer la grandeza de Dios
y, al mismo tiempo, al conocimiento exacto de nosotros mismos,
procurando para nosotros la oscuridad y el justo aprecio por
amor a Cristo.
Es una virtud que no conocieron los paganos
griegos o romanos. Ellos buscaban siempre la excelencia en todo,
y para ello usaban de todas las tretas, sean lícitas
y buenas, o no tan buenas. No sabían reconocer sus
límites ni sus defectos. Es más, buscaban inmortalizar su gloria
y su honor, que buscaban con frenesí. Para ellos, la
humildad era un defecto, una debilidad.
La humildad la trajo Jesús
del cielo, pues no se encontraba entre los mortales. Y
la trajo, encarnándola Él mismo en su ser. Él es
la Humildad misma.
Para nosotros, ¿qué es la humildad?
La humildad
es una virtud que sabe reconocer lo bueno que hay
en nosotros, para agradecer a Dios de quien viene todo
lo bueno que somos y tenemos, sin apropiarnos nada. Sabe
reconocer los propios límites y defectos, no para desanimarse, sino
para superarlos con la ayuda de Dios.
Por ejemplo, ¿qué dirían
ustedes de aquél que alaba un cuadro? ¿a quién debería
alabar: al cuadro o al pintor de ese cuadro? “No
niegues tus cualidades ni los éxitos que logres. El Señor
se sirve de ti, lo mismo que el artista utiliza
un pincel barato” .
La humildad es una virtud que
sabe abajarse para servir a los demás, a quienes aprecia
e incluso considera mejor que él mismo. Es más, se
alegra que los demás sean más amados, preferidos, consultados, alabados
que él.
¿Qué relación hay entre eucaristía y humildad?
La eucaristía es
el sacramento del abajamiento, del ocultamiento. Más no podía bajar
Dios. Él, que podría manifestarse en el esplendor de su
gloria divina, se hace presente del modo más humilde. Se
pone al servicio de la humanidad, siendo Él el Señor.
No
se consideró más que los demás, no vino a despreciar
a nadie, no vino a hacer sombra a nadie, no
vino a desplazar a nadie, no vino a considerarse el
mejor, el más santo, el más perfecto.
Se hace el más
humilde de todos. El pan es la comida del humilde
y del pobre. Es un pan que se da, se
parte, se comparte, se reparte. ¡Cuántos gestos de amor humilde!
Jesús
Eucaristía está aquí escondido, aún más que en el pesebre,
aún más que en el calvario. En el pesebre y
en la cruz se escondía solo la divinidad, aquí en
la eucaristía también esconde la humanidad. Y sin embargo, desde
el fondo del Tabernáculo es la causa primera y principal
de todo el bien que se hace en el mundo.
Él inspira, conforta, consuela a los misioneros, a los mártires,
a las vírgenes. Él quiere estar escondido y hacer el
bien a escondidas, en silencio, sin llamar la atención.
¿Y cuántas
afrentas e insultos, profanaciones, distracciones, soledad, desatenciones, no recibe este
Sacramento del amor? Y en vez de quejarse, protestar, cerrar
su Sagrario, dice “Venid a Mí . . . todos”.
¡Cuántas
veces vamos a comulgar no con las debidas disposiciones, ni
con el fervor que deberíamos, ni con la atención suficiente!
Y no sé cuántos de los que comulgan en la
mano la tienen limpia, aseada, y hacen de su mano
realmente un verdadero trono decente y puro para recibir al
Señor. ¡Hasta ahí se rebaja! Podemos hacer con Él lo
que queramos. No se resiste, no se altera, no echa
en cara. Todo lo aguanta, lo tolera.
¿Cuál es el compromiso
que adquirimos al comulgar, al acercarnos y vivir la eucaristía?
Ser humildes. Quien comulga a Cristo Eucaristía se hace fuerte
para vivir esta virtud difícil y recia, la humildad.
La humildad
es la llave que nos abre los tesoros de la
gracia. “A los humildes Dios da su gracia”. A los
soberbios Dios los resiste, pues éstos buscan solo su provecho.
Dios, a los humildes les da a conocer los misterios,
a los soberbios se los oculta.
La humildad es el fundamento
de todas las virtudes. Sin la humildad, las demás virtudes
quedan flojas.
La humildad es el nuevo orden de cosas que
trajo Jesús a la tierra. “Los más grandes son los
que sirven, los más altos son los que se abajan”.
Pregunta
San Agustín: “¿Quieres ser grande? Comienza por hacerte pequeño. ¿Piensas
construir un edificio de colosal altura? Dedícate primero al cimiento
bajo. Y cuánto más elevado sea el edificio que quieras
levantar, tanto más honda debes preparar su base. Los edificios
antes de llegar a las alturas se humillan”.
La humildad consiste
esencialmente en la conciencia del puesto que ocupamos frente a
Dios y a los hombres, y en la sabia moderación
de nuestros deseos de gloria.
La humildad no nos prohíbe tener
conciencia de los talentos recibidos, ni disfrutarlos plenamente con corazón
recto; sólo nos prohíbe el desorden de jactarnos de ellos
y presumir de nosotros mismos. Todo lo bueno que existe
en nosotros, pertenece a Dios.
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La Eucaristía es fuente de alegría |
Festeja la Alianza que hizo Jesús con nosotros,
porque es imagen del banquete celestial, porque da sentido a nuestros
dolores ofrecidos al Señor. |
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La Eucaristía es fuente de alegría |
¿Qué es la alegría? Es ese sentimiento o efecto del
amor, dice santo Tomás. Pero hay tantas clases de alegría
como clases de amor, unas más profundas, otras más superficiales.
Está
la alegría de quien ganó la lotería; la alegría de
haber encontrado algo perdido, la alegría de tener un hijo,
la alegría de una curación, la alegría de volver a
ver a alguien querido, la alegría de haber recobrado la
gracia y la amistad con Dios, la alegría de haber
aprobado un examen, la alegría de estar enamorado, la alegría
del casamiento, la alegría de una ordenación sacerdotal.
El Evangelio
está lleno de manifestaciones de alegría: La alegría por haberse
encontrado con Jesús, la alegría de los pastores al ver
al Niño, la alegría de Simeón, la alegría de los
Magos, la alegría en el Tabor al ver a Jesús,
la alegría de María Magdalena, la alegría de los discípulos
de Emaús, la alegría de María: “Mi alma canta...”.
Pero hay
una alegría secreta e íntima en la eucaristía. Es fracción
del pan, banquete. Nos encontramos en comunidad. La comida
produce euforia. Quien participa de la misa debería experimentar esa
euforia y alegría espiritual. Es el clima de la vida
cristiana. ¡Nunca nos faltará!
Por eso Jesús escogió el signo del
vino y el vino alegra el corazón.
Caná es el primer
anuncio del Nuevo Testamento de la eucaristía: el agua se
convirtió en vino. El vino alegra el corazón del hombre,
dice la Sagrada Escritura. La parábola del festín es otro
anuncio: “Venid y comed”. Cuando uno come está satisfecho y
feliz. A un banquete va la gente feliz y risueña.
La
eucaristía es fuente de alegría porque festeja la Alianza que
hizo Jesús con nosotros, porque es imagen del banquete celestial,
porque da sentido a nuestros dolores ofrecidos al Señor. “Vuestra
tristeza se convertirá en alegría” (Jn. 16, 20).
Es una alegría
que se abre a los demás, para compartir con ellos
un gozo superior a los demás.
“¿No tienes dinero? ¿No tienes
nada para regalar? ¡Qué importa! No olvides que puedes ofrecer
tu alegría, que puedes regalar esa paz que el mundo
no puede dar en tu lugar. Tus reservas de alegría
deberían ser inagotables”.
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Eucaristía y compromiso de caridad |
El cuerpo de Cristo en la Eucaristía se identifica con el cuerpo necesitado de nuestros hermanos. |
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Eucaristía y compromiso de caridad |
La eucaristía tiene que ser fuente de caridad para con
nuestros hermanos. Es decir, la eucaristía nos tiene que lanzar
a todos a practicar la caridad con nuestros hermanos. Y
esto por varios motivos.
¿Cuándo nos mandó Jesús “amaos los unos
a los otros”, es decir, cuándo nos dejó su mandamiento
nuevo, en qué contexto? En la Última Cena, cuando nos
estaba dejando la eucaristía. Por tanto, tiene que haber una
estrecha relación entre eucaristía y el compromiso de caridad.
En ese
ámbito cálido del Cenáculo, mientras estaban cenando en intimidad y
Jesús sacó de su corazón este hermoso regalo de la
eucaristía, en ese ambiente fue cuando Jesús nos pidió amarnos.
Esto quiere decir que la eucaristía nos une en fraternidad,
nos congrega en una misma familia donde tiene que reinar
la caridad.
Hay otro motivo de unión entre eucaristía y caridad.
¿Qué nos pide Jesús antes de poner nuestra ofrenda sobre
el altar, es decir, antes de venir a la eucaristía
y comulgar el Cuerpo del Señor? “Si te acuerdas allí
mismo que tu hermano tiene una queja contra ti, deja
allí tu ofrenda, ante el altar, y vete primero a
reconciliarte con tu hermano, y después vuelve y presenta tu
ofrenda” (Mt 5, 23-24).
Esto nos habla de la seriedad y
la disposición interior con las que tenemos que acercarnos a
la eucaristía. Con un corazón limpio, perdonador, lleno de misericordia
y caridad. Aquí entra todo el campo de las injusticias,
atropellos, calumnias, maltratos, rencores, malquerencias, resquemores, odios, murmuraciones. Antes de
acercarnos a la eucaristía tenemos que limpiarnos interiormente en la
confesión. Asegurarnos que nuestro corazón no debe nada a nadie
en todos los sentidos.
En este motivo hay algo más que
llama la atención. Jesús nos dice que aún en el
caso en que el otro tuviera toda la culpa del
desacuerdo, soy yo quien debo emprender el proceso de reconciliación.
Es decir, soy yo quien debo acercarme para ofrecerle mi
perdón.
¿Por qué este motivo?
Mi ofrenda, la ofrenda que cada
uno de nosotros debe presentar en cada misa (peticiones, intenciones,
problemas, preocupaciones, etc.) no tendría valor a los ojos de
Dios, no la escucharía Dios si es presentada con un
corazón torcido, impuro, resentido, lleno de odio.
Ahora bien, si
presentamos la ofrenda teniendo en el corazón esta voluntad de
armonía, será aceptada por Dios como la ofrenda de Abel
y no la de Caín. Éste era agricultor, y le
ofrecía a Dios su ofrenda con corazón desviado y lleno
de envidia y resentimiento al ver que su hermano Abel
era más generoso y agradable a Dios, pues le presentaba
generosamente las primicias de su ganado.
Y hay otro motivo de
unión entre eucaristía y compromiso de caridad. En el discurso
escatológico, es decir cuando Jesús habló de las realidades últimas
de nuestra vida: muerte, juicio, infierno y cielo, habló muy
claro de nuestro compromiso con los más pobres.
Jesús en
la eucaristía nos dice “Esto es mi Cuerpo que será
entregado por vosotros”. Y aquí, en este discurso solemne, nos
pide que ese cuerpo se iguale con el prójimo más
pobre, y por eso mismo es un cuerpo de Jesús
necesitado que tenemos que alimentar, saciar, vestir, cuidar, respetar, socorrer,
proteger, instruir, aconsejar, perdonar, limpiar, atender.
San Juan Crisóstomo tiene unas
palabras impresionantes: “¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No permitas
que Él esté desnudo y no lo honres sólo en
la Iglesia con telas de seda, para después tolerar, fuera
de aquí, que ese mismo cuerpo muera de frío y
de desnudez”.
Él que ha dicho “Esto es mi cuerpo”, ha
dicho también “me habéis visto con hambre y no me
habéis dado de comer” y “lo que no habéis hecho
a uno de estos pequeños, no me lo habéis hecho
a Mí”.
Te dejo unas líneas para tu reflexión: “Pasé hambre
por ti, y ahora la padezco otra vez. Tuve sed
por ti en la Cruz y ahora me abrasa en
los labios de mis pobres, para que, por aquella o
por esta sed, traerte a mí y por tu bien
hacerte caritativo. Por los mil beneficios de que te he
colmado, ¡dame algo!...No te digo: arréglame mi vida y sácame
de la miseria, entrégame tus bienes, aun cuando yo me
vea pobre por tu amor. Sólo te imploro pan y
vestido y un poco de alivio para mi hambre. Estoy
preso. No te ruego que me libres. Sólo quiero que,
por tu propio bien, me hagas una visita. Con eso
me bastará y por eso te regalaré el cielo. Yo
te libré a ti de una prisión mil veces más
dura. Pero me contento con que me vengas a ver
de cuando en cuando. Pudiera, es verdad, darte tu corona
sin nada de esto, pero quiero estarte agradecido y que
vengas después de recibir tu premio confiadamente. Por eso, yo,
que puedo alimentarme por mí mismo, prefiero dar vueltas a
tu alrededor, pidiendo, y extender mi mano a tu puerta.
Mi amor llegó a tanto que quiero que tú me
alimentes. Por eso prefiero, como amigo, tu mesa; de eso
me glorío y te muestro ante todo el mundo como
mi bienhechor” (San Juan Crisóstomo, Homilía 15 sobre la epístola
a los Romanos).
Estas palabras son muy profundas. Este cuerpo
de Cristo en la eucaristía se iguala, se identifica con
el cuerpo necesitado de nuestros hermanos. Y si nos acercamos
con devoción y respeto al cuerpo de Cristo en la
eucaristía, mucho más debemos acercarnos a ese cuerpo de Cristo
que está detrás de cada uno de nuestros hermanos más
necesitados.
Quiera el Señor que comprendamos y vivamos este gran compromiso
de la caridad para que así la eucaristía se haga
vida de nuestra vida.
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Eucaristía y apostolado |
Cada Eucaristía debe traernos, espiritualmente a nuestro lado, a todos aquellos que vamos encontrando en nuestro camino. |
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Eucaristía y apostolado |
¿Cómo iban creciendo los primeros cristianos? A través de la
fracción del pan y la predicación.
No sé si todos nosotros
sentimos el mismo aguijón de San Pablo: “Ay de mí,
si no evangelizo . . .” (1 Cor. 9,16). Urge
el apostolado. El papa en la encíclica sobre “La misión
del Redentor” nos dice: “La misión de Cristo Redentor, confiada
a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales
del segundo milenio después de su venida, una mirada global
a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía
en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras
energías en su servicio” (n.1).
¿Qué es el apostolado? El apostolado es
precisamente ese comprometernos con todas nuestras energías a llevar el
mensaje de Cristo por todos los continentes. Jesús al irse
al cielo no nos dijo: “Id y rezad”; sino que
dijo clarísimamente: “Id y anunciad”.
Esto es el apostolado: anunciar
a Cristo.
Para san Juan , el apostolado es dar
a los demás lo contemplado, escuchado, vivido, comido, experimentado con
Jesús. Eso es el apostolado. Apostolado es llevar el buen
olor de Cristo (2 Cor. 2,15). Es llevar la sangre
de Cristo, y esa sangre se derrama en cada eucaristía.
Es llevar el mensaje de Cristo, y ese mensaje se
proclama en cada eucaristía. Es salvar las almas, y esas
almas son redimidas en cada eucaristía.
¿Para qué hacemos apostolado? Para
que Cristo sea anunciado, conocido, amado, imitado y predicado. En
la eucaristía hemos escuchado, comido y contemplado a Jesús.
¿Dónde
hacer apostolado? En la familia, la calle, la profesión, los
medios de comunicación social, la facultad. En todas partes encontramos
púlpitos, auditorios, escenarios, estrados y areópagos desde donde predicar a
Cristo, con valentía y sin miedo.
¿Cómo hacer apostolado? Con
humildad, ilusión, alegría, voluntad, ánimo, caridad. La caridad es el
alma de todo apostolado y nos urge. No imponemos con
la fuerza, sólo proponemos con el bálsamo del amor y
del respeto.
El apostolado es, pues, llevar el mensaje de Cristo
a nuestro alrededor, dando razón de nuestra fe. En cada
eucaristía Jesús nos entrega su mensaje, vivo en la Liturgia
de la Palabra y en la Comunión. Es el derramamiento
al exterior de nuestra vida espiritual e interior. En cada
eucaristía Jesús nos llena de su gracia y amor y
vamos al apostolado a dar de beber esas gracias a
todos los sedientos. Es poner a las personas delante de
Jesús para que él las ilumine, las cure, las consuele,
como hicieron aquellos con el paralítico que llevaron en una
camilla. El encuentro con Jesús en la eucaristía nos debería
comprometer a ir trayendo a las personas a este encuentro
con Jesús.
La misa acaba con este imperativo latino: “ite, missa
est”. Es una invitación al apostolado. Missus quiere decir “enviado”.
El apostolado debe ser el fruto de la eucaristía, el
fruto de la liturgia. Es como si se dijera: “id,
sois enviados, vuestra misión comienza”.
El apostolado debe brotar de la
misa y a ella debe retornar. Es decir, debemos salir
de cada eucaristía con ansias de proclamar lo que hemos
visto, oído, sentido, experimentado, para que quienes nos vean y
escuchen estén en comunión con nosotros y ellos se acerquen
a la eucaristía. Y al mismo tiempo debemos volver después
a la eucaristía para hablar a Dios, traer aquí todas
las alegrías y gozos, angustias, problemas y preocupaciones de todas
aquellas gentes que hemos misionado.
Todos sabemos que el fin último
del apostolado es la glorificación de Dios y la santificación
de los hombres. Este fin es el mismo que el
fin de la liturgia y de la eucaristía o misa,
que es el sol y el corazón de la liturgia.
Si
esto es así, la misa nunca termina, sino que se
prolonga ininterrumpidamente. El apostolado hace que la misa se prolongue.
Porque en todas partes, durante las 24 horas del día
se está celebrando una misa. Ese Sol de la eucaristía
nunca experimenta el ocaso. Ese Corazón de la eucaristía nunca
duerme, siempre está vigilando y palpita de amor por todos
nosotros.
¿Cómo vivir entonces cada eucaristía?
Con muchas ansias de alimentarnos
para tener fuerza para el camino de nuestro apostolado; con
mucha atención para escuchar el mensaje de Dios a través
de la lectura, para después comunicarlo en el apostolado; con
espíritu apostólico, pues cada misa debe traernos, si no en
persona, al menos espiritualmente a nuestro lado, a todos aquellos
que vamos encontrando en nuestro camino.
Por tanto, ya en
cada misa estamos haciendo apostolado. Colocamos a esas personas en
la patena del sacerdote, las encomendamos en la Consagración y
pedimos por ellas en la Comunión. A ellas, Cristo les
hará llegar los frutos de su Redención eterna.
Pidamos la misma
pasión por la almas de san Pablo, de san Francisco
Javier, que no nos deje tranquilos hasta ver a todos
los hombres conquistados para Cristo, y valoremos la misa como
medio para salvar almas y prepararnos para el apostolado e
incendiar este mundo. ¡Incendiemos no sólo el Oriente, sino también
el Occidente, el Norte y el Sur, el Este y
el Oeste!
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Eucaristía y Sagrado Corazón |
Visitando al Santísimo Sacramento, vivo en cada Iglesia, el Sagrado Corazón de Jesús recibe adoración y amor de nuestra parte. |
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Eucaristía y Sagrado Corazón |
La Eucaristía fue el regalo más hermoso y valioso del
Sagrado Corazón de Jesús. La Eucaristía nos introduce directamente en
el Corazón de Jesús y nos hace gustar sus delicias
espirituales. En la eucaristía, como en la cruz, está el
Corazón de Jesús abierto, dejando caer sobre nosotros torrentes de
gracia y de amor.
En la Eucaristía está vivo el
Corazón de Cristo y en una débil y blanca Hostia,
parece dormir el sueño de la impotencia, pero su Corazón
vela. Vela tanto si pensamos como si no pensamos en
Él. No reposa. Día y noche vela por nosotros en
todos los Sagrarios del mundo. Está pidiendo por nosotros, está
pendiente de nosotros, nos espera a nosotros para consolarnos, para
hacernos compañía, para intimar con nosotros.
Hay por lo tanto una
relación estrechísima entre la eucaristía y el Sagrado Corazón. ¿Cuál
es el mejor culto, la mejor satisfacción, la mejor devoción
que podemos dar al Sagrado Corazón?
Participando en la Eucaristía, Jesús
recibe de nosotros el más noble culto de adoración, acción
de gracias, reparación, expiación e impetración.
Visitando al Santísimo Sacramento, vivo
en cada Iglesia, el Sagrado Corazón de Jesús recibe adoración
y amor de nuestra parte. Por eso está encendida la
lamparita, símbolo de la presencia viva de ese Corazón que
palpita de amor por todos.
Damos culto al Corazón de Jesús,
haciendo la comunión espiritual, ya sea que estemos en el
trabajo, en el estudio, en la calle. Es ese recuerdo,
que es deseo profundo de querer recibir a Cristo con
aquella pureza, aquella humildad y devoción con que lo recibió
la Santísima Virgen. Con el mismo espíritu y fervor de
los santos.
Haciendo Hora Santa, Jesús recibe también reparación. Cada pecado
nuestro le va destrozando e hiriendo su divino corazón. Con
la Hora Santa vamos reparando nuestros pecados y los pecados
de la humanidad. Así se lo pidió Cristo a santa
Margarita María de Alacoque en 1673 en Paray-Le-Monial (Francia).
También
los primeros viernes de cada mes son ocasión maravillosa para
reparar a ese corazón que tanto ha amado a los
suyos y que no recibe de ellos sino ingratitudes y
desprecios.
El culto al Sagrado Corazón de Jesús es la respuesta
del hombre y de cada uno de nosotros al infinito
amor de Cristo que quiso quedarse en la eucaristía para
siempre. Que mientras exista uno de nosotros no vuelva Jesús
a quejarse: “He aquí el Corazón que tanto ha amado
y ama al hombre y en respuesta no recibo sino
olvido e ingratitud”.
Este culto eucarístico es la respuesta de correspondencia
nuestra al amor del Corazón de Jesús, pues es en
la eucaristía donde ese corazón palpita de amor por nosotros.
El próximo viernes
15 de Junio celebramos el Sagrado Corazón de Jesús, podamos
prepararnos demostrando nuestro amor a Jesús rezando una Novena
al Sagrado Corazón
¡Oh Corazón de Jesús! Pongo toda mi
confianza en Ti. De mi debilidad todo lo temo, pero todo lo
espero de tu bondad. A tu Corazón confío... (petición). ¡Jesús mío!, yo
cuento contigo, me fío de Ti, descanso en Ti. ¡Estoy seguro
en tu Corazón!
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Eucaristía y generosidad |
Es el sacramento de la máxima generosidad de Dios, que nos llama e invita a nuestra generosidad con Él y con el prójimo. |
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Eucaristía y generosidad |
La generosidad es la virtud de las almas grandes, que
encuentran la satisfacción y la alegría en el dar más
que en el recibir. La persona generosa sabe dar ayuda
material con cariño y comprensión, y no busca a cambio
que la quieran, la comprendan y la ayuden. Da y
se olvida que ha dado.
El dar ensancha el corazón y
lo hace más joven, con mayor capacidad de amar. Cuanto
más damos, más nos enriquecemos interiormente.
¿Con quién tenemos que ser
generosos? Con todos. Con Dios. Con los demás, sobre todo
con los más necesitados.
Manifestaciones de una persona generosa.
Sabe olvidar
con prontitud los pequeños agravios.
Tiene comprensión y no juzga
a los demás.
Se adelanta a los servicios menos agradables
del trabajo y de la convivencia.
Perdona con prontitud todo
y siempre.
Acepta a los demás como son.
Da, sin
mirar a quién.
Da hasta que duela.
Da sin esperar.
Hagamos
ahora la relación eucaristía y generosidad.
Generosidad, primero, por parte
de Dios.
Generoso es Dios que nos ofrece este banquete de
la eucaristía y nos sirve, no cualquier alimento, sino el
mejor alimento: su propio Hijo. Generoso es Dios porque no
se reserva nada para Él.
Generoso es Dios en su
misericordia al inicio de la misa, que nos recibe a
todos arrepentidos y con el alma necesitada. Generoso es Dios
cuando nos ofrece su mensaje en la liturgia y lo
va haciendo a lo largo del ciclo litúrgico.
Generoso es
Dios cuando considera fruto de nuestro trabajo lo que en
realidad nos ha dado Él; pan, vino, productos de nuestro
esfuerzo. Generoso es Dios cuando no mira la pequeñez y
mezquindad de nuestro corazón al entregarle esa poca cosa, y
Él la ennoblece y diviniza convirtiéndola en el cuerpo y
la sangre de su querido Hijo.
Generoso es Dios que
nos manda el Espíritu Santo para que realice ese milagro
portentoso. El Espíritu Santo es el don de los dones.
Generoso es Dios cuando acoge y recibe todas nuestras intenciones,
sin pedir pago ni recompensa. Generoso es Dios cuando nos
ofrece su paz, sin nosotros merecerla.
Generoso es Dios cuando
se ofrece en la Comunión a los pobres y ricos,
cultos e ignorantes, pequeños, jóvenes, adultos y ancianos. Y se
ofrece a todos en el Sagrario como fuente de gracia.
Generoso es Dios, que va al lecho de ese enfermo
como viático o como Comunión, para consolarlo y fortalecerlo. Generoso
es Dios que está día y noche en el Sagrario,
velando, cuidándonos, sin importarle nuestra indiferencia, nuestras disposiciones, nuestra falta
de amor.
Generoso es Dios que se reparte y se
comparte en esos trozos de Hostia y podemos partirlo para
que alcance a cuántos vienen a comulgar. Es todo el
símbolo de darse sin medida, sin cuenta, y en cada
trozo está todo Él entero. Generoso es Dios que no
se reserva nada en la eucaristía.
Y en todas partes,
latitudes, continentes, países, ciudades, pueblos, villas que se esté celebrando
una misa, Él, omnipotente, se da a todos y todo
Él. Y no por ser un pequeño pueblito escondido en
las sierras deja de darse completamente. ¿Puede haber alguien más
generoso que Dios?
Segundo, generosidad por parte de nosotros.
Aquí, a
la Eucaristía, hemos venido trayendo también nuestra vida, con todo
lo que tiene de luces y sombras, y se la
queremos dar toda entera a Dios. Le hemos dado nuestro
tiempo, nuestro cansancio, nuestro amor, nuestros cinco panes y dos
pescados, como el niño del evangelio. Es poco, pero es
lo que somos y tenemos.
Hemos venido con espíritu generoso para
dar, en el momento de las lecturas, toda nuestra atención,
reverencia, docilidad, obediencia, respeto. En el momento del ofertorio hemos
puesto en esa patena todas nuestras ilusiones, sueños, alegrías, problemas,
tristezas. En el momento de la colecta se nos ofrece
una oportunidad para ser generosos. En el momento de la
paz se nos ofrece una oportunidad para saludar a quien
tal vez está a nuestro lado y hace tiempo que
no saludamos. Salimos con las manos llenas para repartir estos
dones de la eucaristía.
En fin, la Eucaristía es el sacramento
de la máxima generosidad de Dios, que nos llama e
invita a nuestra generosidad con Él y con el prójimo.
Jesús eucaristía, abre nuestro corazón a la generosidad.
Eucaristía y diversos errores doctrinales |
A lo largo de la historia de la Iglesia ha habido quienes negaron este misterio de la transubstanciación por falta de fe. |
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Eucaristía y diversos errores doctrinales |
En la Eucaristía ocurre el misterio de la transubstanciación,
es decir, el cambio sustancial del pan y del vino
en el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo.
Este misterio sólo se acepta por la fe teologal, que
se apoya en el mismo Dios que no puede engañarse
ni engañar; en su poder infinito que puede cambiar las
realidades terrenas con el mismo poder con que las creó
de la nada.
Pero a lo largo de la historia de
la Iglesia ha habido quienes negaron este misterio de la
transubstanciación por falta de fe. Hasta el Siglo XI no
hubo crisis de fe en el misterio eucarístico.
Fue Berengario de
Tours el primero que se atrevió a negar la conversión
eucarística en 1046.
El Sínodo de Pistoia, siglo XVII calificaba de
“cuestión meramente escolástica” y pedía descartarla de la catequesis. Ciertamente
este sínodo no fue aprobado por el Papa.
En el Siglo
XX surgió una sutil opinión de los modernistas que defendían
que los sacramentos estaban dirigidos solamente a despertar en la
mente del hombre la presencia siempre benéfica del Creador. Pero
así no sólo se negaba la transubstanciación sino también la
misma presencia real de Cristo en la eucaristía. Fue Pío
X en 1907 quien corrigió este error modernista en su
Decreto “Lamentabili”.
Otros quieren ver sólo un símbolo y signo de
la presencia espiritual (no real) de Cristo. Pío XII corrigió
este error en su Encíclica “Humani Generis” en 1950.
Hay quienes
creen que se trata de una simple cena ritual, no
de una presencia real. Es un simple símbolo. Y dan
un paso más. Hay opiniones provenientes de teólogos de
los Países Bajos, Alemania y Austria que hablan de transfinalización,
es decir, después de las palabras de la consagración, sólo
habría un pan con un fin distinto, y de transignificación,
es decir que después de la consagración habría un pan
con significado distinto.
Fue Pablo VI, en 1968, quien hizo frente
a estos errores y escribió la bellísima encíclica sobre la
eucaristía titulada “Mysterium Fidei”. Y en esta encíclica volvió a
recordar Pablo VI la doctrina tradicional de la eucaristía: la
transubstanciación.
Tratando de resumir los errores sobre la eucaristía diríamos:
Es
comida de pan solamente. No se acepta que haya habido
un verdadero milagro: la transubstanciación. Nosotros, por el contrario, decimos
con fe: la eucaristía es el verdadero Pan del cielo,
es el cuerpo y la sangre de Cristo, realmente presentes.
No
se acepta que Cristo esté realmente presente en la eucaristía,
en los Sagrarios. Se prefiere decir que es un símbolo
o un signo, tal como la bandera es signo de
la patria, pero no es la patria, o la balanza
es signo de la justicia, pero no es la justicia.
Nosotros proclamamos con fe: Cristo está realmente presente, humanidad y
divinidad, en cada Sagrario donde esté ese Pan consagrado, reservado
para los enfermos y para compañía de todos nosotros.
Se prefiere
decir que es presencia espiritual, no real. Sólo recibimos un
efecto espiritual pero no recibimos al mismo Dios. Es un
pan más, una cena ritual, pero no el verdadero banquete.
Nosotros afirmamos claramente: en la eucaristía recibimos al mismo Jesucristo
y Él nos asimila a nosotros y nosotros lo asimilamos
a Él, en una perfecta simbiosis.
Otro de los errores
comunes de la eucaristía es negar el carácter sacrificial de
la santa misa, es decir, negar que el pan y
el vino se transforman substancialmente en el cuerpo “ofrecido” y
en la sangre “derramada” por Cristo, no sólo en el
cuerpo y sangre. Se prefiere hacer hincapié en el aspecto
de banquete festivo. La Iglesia, y Juan Pablo II en
su encíclica sobre la eucaristía ha vuelto a resaltar el
carácter sacrificial de la Eucaristía. Es banquete, sí, pero banquete
sacrificial. Dice el papa en esta encíclica: “Privado de su
valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado
y valor que el de un encuentro convival fraterno” (n.
10).
Es cierto que sin fe en la omnipotencia de Dios,
en el poder de Dios, en Dios mismo, no se
entiende la eucaristía. Si Él lo ha dicho, esto es
un milagro, es verdad, aunque nuestros sentidos nos engañen.
Pidamos entonces fe. Y cantemos el famosísimo himno “Adoro devote”:
“Te
adoro devotamente, oculta Verdad, que bajo estas formas estás en
verdad escondida, a ti se someta todo mi corazón pues,
al contemplarte, todo él desfallece.
La vista, el gusto y el
tacto en ti se engañan: sólo el oído es verdaderamente
digno de fe; creo cuanto ha dicho el Hijo de
Dios, porque nada hay más verdadero que la palabra de
la verdad.
Señor Jesús, misericordioso pelícano, a mí, inmundo, límpiame con
tu sangre, pues una sola gota de ella podría salvar al mundo
entero de todo pecado.
Oh Jesús, a quien contemplo ahora oculto, ¡cuándo
se realizará lo que tanto deseo!: que, viéndote con el rostro
descubierto, sea dichoso al contemplar tu gloria. Amén”.
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Eucaristía y silencio |
Es condición indispensable para escuchar y encontrarnos con Dios. El encuentro con Dios se da en el silencio del alma. |
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Eucaristía y silencio |
La vida crece silenciosamente en el oscuro seno de la
tierra y en el seno silencioso de la madre. La
primavera es una inmensa explosión, pero una explosión silenciosa.
Dios fue
silencioso durante muchos siglos, y en ese silencio se gestaba
la comunicación más entrañable: el diálogo entre Padre, Hijo y
Espíritu Santo.
¿Qué es el silencio?
Es esa capacidad interior de saber
estar reposado, calmado, controlando y encauzando los sentidos internos y
externos. Es esa capacidad de callar, de escuchar, de recogerse.
Es esa capacidad de cerrar la boca en momentos oportunos,
de calmar las olas interiores, de sentirse dueño de sí
mismo y no dominado o esclavo de sus alborotos.
Uno de
los males de la actualidad es el aburrimiento, que se
origina de la incapacidad del hombre de estar a solas
consigo mismo. El hombre de la era atómica no soporta
la soledad y el silencio, y para combatirlos echa mano
de un cigarrillo, una radio, la televisión, y para evadirse
del silencio se echa ciegamente en brazos de la dispersión,
la distracción y la diversión.
¿Para qué sirve el silencio?
Es muy
útil para reponer fuerzas, energías espirituales, calmarse, para encontrarnos con
nosotros mismos, para conocernos mejor, más profundamente.
Es imprescindible para ser
creativos. Todo artista, científico, pensador, necesita desplegar en su interior
un gran silencio para poder generar percepciones, ideas, creaciones. Los
grandes genios del arte y de la literatura fueron hombres
que dedicaban mucho tiempo al silencio. Y de esos momentos
de silencio brotaron las grandes obras. Es lo que llamamos
el silencio creador, fecundo, productivo.
Es condición indispensable para escuchar y
encontrarnos con Dios. Jamás le escucharemos si estamos sumergidos en
el oleaje de la palabrería, dispersión, agitación. El encuentro con
Dios se da en el silencio del alma. Así lo
dice santa Teresa de Jesús: “Pues hagamos cuenta que dentro
de nosotros está un palacio de grandísima riqueza, todo su
edificio de oro y piedras preciosas –en fin, como para
tal Señor-, y que sois vos parte de que aqueste
edificio sea tal, como a la verdad lo es (que
es ansí, que no hay edificio y de tanta hermosura
como un alma limjpia y llena de virtudes, y mientras
mayores, más resplandecen las piedras), y que en este palacio
está este gran Rey y que ha tenido por bien
ser vuestro Padre y que está en un trono de
grandísimo precio, que es vuestro corazón” (Camino de perfección, 28,
9).
Y san Juan de la Cruz nos susurra al oído:
“El alma que le quiere encontrar ha de salir de
todas las cosas con la afición y la voluntad, y
entrar dentro de sí mismo con sumo recogimiento. Las cosas
han de ser para ella como si no existiesen...Dios, pues,
está escondido en el alma y ahí le ha de
buscar con amor el buen contemplativo, diciendo: ¿A dónde te
escondiste?” (Cántico espiritual, 1, 6).
¡El valor del silencio!
Las grandes decisiones
en la vida nacieron de momentos de silencio.
Necesitamos del silencio
para una mayor unificación personal. La mucha distracción produce desintegración
y ésta acaba por engendrar desasosiego, tristeza, angustia.
Hay diversas clases
de silencio.
Jesús nos dijo: “cierra las puertas”. Cerrar las puertas
y ventanas de madera es fácil. Pero aquí se trata
de unas ventanas más sutiles, para conseguir ese silencio.
Está, primero,
el silencio exterior, que es más fácil de conseguir: silencio
de la lengua, de puertas, de cosas y de personas.
Es fácil. Basta subirse a un cerro, internarse en un
bosque, entrar en una capilla solitaria, y con eso se
consigue silencio exterior.
Pero está, después, el silencio interior: silencio de
la mente, recuerdos, fantasías, imaginaciones., memoria, preocupaciones, inquietudes, sentimientos, corazón,
afectos. Este silencio interior es más difícil, pero imprescindible para
oír a Dios e intimar con Él.
Los enemigos del silencio
son la dispersión, el desorden, la distracción, la diversión, la
palabrería, la excesiva juerga, risotadas, la velocidad, el frenesí, el
ruido.
¿Qué relación hay entre eucaristía y silencio?
El mayor milagro se
realiza en el silencio de la eucaristía. Las más íntimas
amistades se fraguan en el silencio de la eucaristía. Las
más duras batallas se vencen en el silencio de la
eucaristía, frente al Sagrario. La lectura de la Palabra que
se tiene en la misa debe hacerse en el silencio
del alma, si es que queremos oír y entender. El
momento de la Consagración tiene que ser un momento fuerte
de silencio contemplativo y de adoración. Cuando recibimos en la
Comunión a Jesús ¡qué silencio deberíamos hacer en el alma
para unirnos a Él! Nadie debería romper ese silencio.
Las decisiones
más importantes se han tomado al pie del silencio, junto
a Cristo eucaristía. ¡Cuántas lágrimas secretas derramamos en el silencio!
Juan Pablo II cuando era Obispo de Cracovia pasaba grandes
momentos de silencio en su capillita y allí escribía sus
discursos y documentos. ¡Fecundo silencio del Sagrario!
Así lo narra Juan
Pablo II en su libro “¡Levantaos! ¡Vamos!”: “En la capilla
privada no solamente rezaba, sino que me sentaba allí y
escribía...Estoy convencido de que la capilla es un lugar del
que proviene una especial inspiración. Es un enorme privilegio poder
vivir y trabajar al amparo de este Presencia. Una Presencia
que atrae como un poderoso imán...” .
Preguntemos a María
si el silencio es importante. El silencio de la Virgen
no es un silencio de tartamudez e impotencia, sino de
luz y arrobo...Todos hablan en la infancia de Jesús: los
ángeles, los pastores, los magos, los reyes, Simeón, Ana la
Profetisa...pero María permanece en su reposo y sagrado silencio. María
ofrece, da, recibe y lleva a su Hijo en silencio.
Tanta fuerza e impresión secreta ejerce el silencio de Jesús
en el espíritu y corazón de la Virgen que la
tiene poderosamente y divinamente ocupada y arrebatada en silencio.
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Eucaristía y la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús |
La eucaristía ha brotado del Corazón de Jesús. Es el mayor regalo del Corazón de Jesús en la Última Cena. |
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Eucaristía y la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús |
La Eucaristía ha brotado del Corazón de Jesús. Es el
mayor regalo del Corazón de Jesús en la Última Cena.
La eucaristía tiene su centro en el amor, y el
amor proviene del corazón.
En la Eucaristía se encuentra palpitante el
Corazón de Cristo, que ama intensamente al Padre y a
los redimidos por su muerte y resurrección. La eucaristía es
el corazón vigilante, atento y amoroso de Jesús, que nos
ve, escucha, atiende, espera, ama, consuela, anima y alimenta.
La gran
promesa: “A quienes comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos,
mi Corazón no los abandonará en el último momento”.
Todas las
revelaciones a Santa Margarita María de Alacoque, la devota del
Sagrado Corazón, a la que Jesús encomendó esta devoción, se
las concedió el Señor en la capilla, en la eucaristía.
Es más, Santa Margarita vivía ansiosa de la eucaristía.
Estas
son sus palabras: “Mi más grande alegría de dejar el
mundo era pensar que podría comulgar a menudo, ya que
no se me permitía sino de vez en cuando. Yo
me habría considerado la más dichosa del mundo si lo
hubiera podido hacer frecuentemente y poder pasar muchas noches sola
delante del Santo Sacramento de la Eucaristía. Me sentía ante
Él absolutamente segura, que aún siendo miedosísima, ni me acordaba
del miedo, estando en el lugar de mis mayores delicias.
La víspera de comulgar me sentía abismada en un profundo
silencio y no podía hablar sino haciéndome violencia, pensando en
la grandeza de lo que había de acontecer al día
siguiente. Y cuando ya había comulgado, no hubiera querido ni
beber, ni comer, ni hablar de tanta paz y consuelo
como sentía. Me ocultaba lo más posible para aprender a
amar a mi Bien Soberano, que tan fuertemente me obligaba
a devolverle amor por amor”.
Y cuando entró al Convento
de la Visitación, a los 23 años, su madre priora
le dijo: “Hija, id a poneros delante de Nuestro Señor
en la Eucaristía como una tela preparada delante de un
pintor”. Y Santa Margarita no entendió, pero no se atrevió
a preguntarle a su superiora. Pero escuchó dentro de ella
“Ven, hija, Yo te lo enseñaré”. Era Jesús, que la
invitaba a la eucaristía para enseñarle todo. Para Margarita María,
el Sagrario era su refugio ordinario. ¡Y sabemos cómo sufrió
en vida esta gran santa!
El corazón, sabemos, tiene dos movimientos:
Sístole, contracción del músculo cardíaco que provoca la circulación de
la sangre, y diástole, movimiento de dilatación del corazón y
arterias.
También el Corazón de Cristo tiene estos dos movimientos.
Sístole:
se contrae, se recoge para unirnos a Él, a su
amistad, provocando en nosotros la circulación de la sangre espiritual
que Él nos ha inyectado. Nos alimenta, nos nutre, y
esto lo hace desde la eucaristía, en la eucaristía. Esta
contracción del Corazón de Cristo es una invitación a su
amistad, a formar el grupo de sus íntimos. Es la
invitación a acercarnos a la eucaristía, a disfrutar de su
amor, a conocer sus secretos más íntimos. ¡Qué bienaventurados aquellos
que tienen la suerte de ser arropados en ese movimiento
de sístole o contracción del Corazón dulcísimo de Cristo!
Diástole:
Es la dilatación de ese Corazón de Jesús, que se
abre a todos, sin excepción, con el anhelo de hacer
llegar a todos su sangre preciosísima, que con una sola
gota de ella salva a quienes se dejan lavar por
ella. Este movimiento de diástole quiere abrazar a todos, y
por eso se sirve de nosotros para que vayamos al
apostolado y llevemos su amor para atraerlos a su Divino
Corazón.
La eucaristía nos invita a nosotros a estos dos movimientos:
Sístole:
a acudir con más frecuencia a la eucaristía, a entrar
dentro de ese Corazón Sacratísimo de Jesús, escuchar sus latidos
de amor, sus gemidos de dolor, sus anhelos de salvar
a la humanidad. A entrar, a intimar con Él, consolarlo,
animarlo, repararlo, y al mismo tiempo a contarle nuestros problemas,
angustias y proyectos.
Diástole: es decir, a salir de la eucaristía
con la sonrisa en los labios, con el amor en
el corazón, con la servicialidad en las manos, con la
prontitud en los pies y hacer llegar esos latidos del
Corazón de Jesús que nosotros hemos escuchado en nuestros momentos
de intimidad.
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Eucaristía y amistad |
Jesús en la eucaristía tiene todos los rasgos de un verdadero amigo. |
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Eucaristía y amistad |
La amistad es crear lazos de unión con alguien. Y
los lazos no se rompen. Unen de tal manera que
ambos forman una sola unidad de corazones. Un amigo debe
ser la mitad de nuestra alma. Si nos faltara nos
moriríamos, pues nos han quitado algo de nosotros mismos.
La amistad
es un afecto personal, puro y desinteresado, ordinariamente recíproco, que
nace y se fortalece con el trato.
La amistad tiene sus
frutos. En la amistad encontramos refugio y apoyo, la amistad
enriquece, fortalece y ensancha el corazón del hombre y
le hace invencible ante la adversidad; la amistad dignifica y
alegra nuestra existencia.
La amistad se apoya sobre estos cimientos: sinceridad,
generosidad, afecto mutuo. Una amistad cimentada sobre la simulación, el
engaño, el egoísmo estaría siempre condenada al fracaso.
¿Por qué hay
personas sin amigos?
Varias son las causas:
Nuestra extrema timidez, por
temor a que los demás no nos acepten y porque
en los primeros años de la vida nuestros padres y
educadores no nos entrenaron para la vida social.
Nos sentimos
inferiores, nuestra autoestima está baja y creemos que los demás
no van a encontrar en nosotros nada digno de aprecio,
y esto nos hace meternos en nuestro enclaustramiento y nos
impide desbordarnos en forma afectuosa y confiada sobre los demás.
Por egoísmo, mezquindad. Sólo buscamos recibir sin dar, y cuando
damos, lo hacemos a cuentagotas.
Por soberbia, orgullo, altanería, quisquillosidad.
Por todo esto, hay personas que con su actitud, sus
modales, su lenguaje, sus gestos, repelen y los demás los
esquivan.
¿Qué cosa favorece una buena amistad?
Una personalidad comunicativa y amable;
temperamento jovial, alegría contagiosa, bondad y sinceridad, deseo de hacer
el bien, preocuparse por los problemas de los demás, la
generosidad, cortesía, cordialidad, respeto, reciprocidad en afectos y sentimientos.
La amistad
no es lo mismo que compañerismo, simpatía y camaradería. Es
respeto al amigo, permitiéndole ser él mismo y procurar su
bien, como si de nosotros mismos se tratara.
Martín Descalzo dice
que en la amistad hay que dar el uno al
otro lo que se tiene, lo que se hace, lo
que se es.
Por eso ser un buen amigo y encontrar
un buen amigo son las dos cosas más difíciles del
mundo, porque supone la conversión de dos egoísmos en la
suma de dos generosidades.
Cristo en la eucaristía es nuestro mejor
amigo, y hay que hacer esta experiencia. ¿Cómo? Visitándolo, estando
ratos cortos y largos con Él, contándole nuestras vidas con
sus luces y sombras, abriéndole nuestro corazón, escuchando sus palabras
en el silencio de la intimidad.
Por eso debemos insistir mucho
en las visitas a Cristo en las iglesias. Ojalá también
pasemos junto a Él momentos de intimidad en las noches
de oración, noches heroicas, adoraciones, Horas Santas, pues son momentos
para crecer en nuestra amistad con Jesús.
Jesús en la eucaristía
tiene todos los rasgos de un verdadero amigo. Nos respeta
tal como somos. No pretende adueñarse de nuestra voluntad. Respeta
nuestra libertad. Es sincero y franco. Nos dice todo sin
rodeos, sin doblez, sin mentira, sin traición. Es generoso, se
dona completamente, no se reserva nada. Está siempre y a
todas horas para sus amigos. No tiene horarios de atención.
Acepta nuestros fallos, defectos, limitaciones, sabiendo disculpar y perdonar. Quiere
dar y recibir.
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Eucaristía y sufrimiento |
¿Cuáles son los sufrimientos que experimenta Cristo en la eucaristía? |
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Eucaristía y sufrimiento |
Jesús ha sido, es y será el varón de los
dolores: rechazado, perseguido, incomprendido, criticado, atacado.
¿Cuáles son los sufrimientos que
experimenta Cristo en la eucaristía?
El abandono de muchos que no
vienen, que no lo visitan, que no lo reciben en
la comunión.
La profanación brutal de quienes entraron en las Iglesias,
saquearon, rompieron, abrieron Sagrarios, tiraron y pisotearon las Hostias consagradas.
Los
sacrilegios de quienes comulgaron sin las debidas disposiciones del alma,
es decir, estando en pecado grave.
Las distracciones de tantos cristianos
que vienen a misa y están mirando quién entra,
quién sale, quién pasa.
La falta de unción, delicadeza de los
sacerdotes que no celebran la misa con fervor, con atención,
pues la celebran con prisa, rápidamente, tal vez omitiendo una
lectura, el sermón.
Iglesias destartaladas, llenas de polvo, manteles sucios, cálices
en mal estado.
Comuniones en manos sucias, partículas consagradas que se
pierden, donde está también todo entero Jesús Eucaristía.
Gente que habla
durante la misa o en alguna otra ceremonia litúrgica.
Sufrimientos porque
no hay sacerdotes que puedan celebrar la eucaristía en tantos
pueblos.
Burlas, risas, carcajadas de gente sin fe, sin respeto, irreverentes.
¡Lo
que no ha sufrido Jesús a lo largo de estos
veintiún siglos! ¡Cómo le gustaría a Él salir, airearse, gritar
que nos ama! Y sin embargo está encerrado, en silencio,
como el eterno prisionero.
¿Cómo sufre Jesús estos atropellos?
Con paciencia y
en silencio, al igual que cuando Judas en la pasión
llegó y lo besó con beso traicionero y los enemigos
lo atacaron, lo escupieron, lo golpearon. Él nada dijo, calló
y sufrió en silencio. Así también ahora en la eucaristía
sufre todas estas ofensas con gran paciencia, esperando que algún
día valoremos y respetemos en su justa medida este Sacramento
del Altar.
Sufre también con amor. Quiere ganarnos a base de
amor, atrayéndonos con lazos de amistad. Este amor es un
amor de entrega, de sacrificio.
Y con dolor. Sufre una vez
más su pasión y muerte.
¿Por qué y para qué sufrir?
El
problema está en sufrir sin sentido. Y es este sufrimiento
sin sentido el que escuece y levanta las rebeldías, a
veces hasta las alturas de la exageración. Y hay quienes
se cierran a cal y canto, y reaccionan ciegamente en
medio de un resentimiento total y estéril en que acaban
por quemarse por completo.
¿Qué hacemos con el dolor?
Está la actitud
de quienes lo quieren eliminar. De hecho, la medicina busca
este objetivo. El sufrimiento físico que se pueda eliminar, no
está mal.
Asimilarlo. Para participar con Cristo en la redención. “Sufro
en mi carne lo que falta a los sufrimientos de
Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia”. Como Job,
que después de todas las luchas, ya no formula preguntas,
ni defiende su inocencia, sino que queda en silencio, dobla
las rodillas y se postra en el suelo hasta tocar
su frente con el polvo, y adora: “Sé que eres
poderoso, he hablado como un hombre ignorante. Por eso retracto
mis palabras, me arrepiento en el polvo y la ceniza”
(Job 42, 1-6).
Está claro: adorando, todo se entiende. Cuando las
rodillas se doblan, el corazón se inclina, la mente se
calla ante enigmas que nos sobrepasan definitivamente, entonces las rebeldías
se las lleva el viento, las angustias se evaporan y
la paz llena todos los espacios de nuestra alma.
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Culto a la Eucaristía |
El culto público y culto privado o personal. |
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Culto a la Eucaristía |
Culto significa devoción. A la eucaristía, donde Jesús está realmente
presente, debemos dar culto de adoración, porque es Dios quien
se esconde detrás de las especies de pan. Pero es
el mismo Cuerpo de Cristo.
Hay un culto público:
a) Solemnidad y
procesión del Corpus. Se introdujo en la Iglesia en el
siglo XIII, por revelación privada del Señor a la beata
Juliana de Cornillón. Y fue el papa Urbano IV quien
aprobó esta fiesta en el mismo siglo XIII. En esta
fiesta damos culto de adoración a la presencia real de
Cristo.
b) Congresos Eucarísticos. Tuvieron su origen en Francia en el siglo
XIX, siglo duro, donde el laicismo, quiso quitar a Dios
de la vida, e hizo sus estragos. Fue San Pedro
Julián Eymard el iniciador de los congresos con el lema:
“Salvar al mundo por la Eucaristía”. León XIII aprobó este
proyecto y el Primer Congreso Eucarístico Internacional se tuvo en
Lille en 1881, Francia. Hasta ahora se han celebrado 46
Congresos Internacionales. El último en Roma en Junio de 2000
y el anterior en Polonia en 1997. El próximo será
en México, en octubre de 2004. Merece destacarse el 32º
Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Buenos Aires del 7 al
14 de Octubre de 1934, por la repercusión espiritual que
tuvo. Fue presidido por el Cardenal Eugenio Pacelli, secretario de
Estado de Pío XI. Cada 10 años la Iglesia en
Argentina recuerda este Congreso Internacional. El último se celebró en
Santiago del Estero en 1994. León XIII proclamó en 1897
a San Pascual Baylón patrono de los Congresos Eucarísticos por
su vida y predicación centrada en la eucaristía.
c) La exposición del
Santísimo Sacramento, para la devoción y culto a la presencia
real de Cristo. Esta práctica aparece por primera vez en
la vida de Santa Dorotea en 1394. La custodia nació
del deseo de los fieles de ver la Hostia Consagrada.
Tuvo origen en la Edad Media como reacción ante los
errores de Berengario de Tours, quien negaba, entre otras cosas,
la presencia real de Cristo en la eucaristía. Esta devoción
se incrementó en los siglos XVI y XVII. Aparece la
práctica de la adoración perpetua y la exposición de todos
los jueves. Al final de la exposición, se da la
bendición con el Santísimo Sacramento.
Hay también un culto privado, personal.
a) Visita
Eucarística. La Iglesia recomienda la oración personal ante el Santísimo
Sacramento por medio de visitas al Sagrario de nuestras iglesias,
capillas y oratorios en donde está presente Nuestro Señor Jesucristo.
Aquí se disfruta de un trato íntimo; abrimos nuestro corazón
pidiendo por nosotros y por todos los demás, rogamos la
paz y la salvación, se crece en la amistad, en
las virtudes y sobre todo adoramos y agradecemos.
b) Comunión espiritual a
lo largo del día. Como expresión de gratitud por la
comunión sacramental recibida y como preparación para recibir con fervor
la Comunión Sacramental. Es el termómetro de la sincera amistad
con Jesús y la expresión más genuina y exacta de
la verdadera e íntima comunión con Jesús: “donde está tu
tesoro, allí estará también tu corazón”. Estas comuniones espirituales las
podemos hacer caminando, trabajando, estudiando...Basta elevar nuestro pensamiento a Cristo
Eucaristía y anhelar su presencia sacramental.
El Corpus Christi es la
fiesta pública a Cristo Eucaristía, a quien paseamos por las
plazas, dándole nuestro tributo y homenaje de adoración. ¡Viva Jesús
Sacramentado! Pidamos que nunca falte este culto dedicado al Santísimo
Sacramento.
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Eucaristía y soledad |
¡No dejemos solo a Jesús en la Eucaristía! Que siempre tengamos la delicadeza con Él de visitarlo durante el día. |
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Eucaristía y soledad |
Solemos pensar que la soledad es una situación humana dolorosa
y triste de la que hay que huir a como
dé lugar. Sin embargo, el hombre puede convertirla en una
situación fecunda para el alma. Así la soledad no se
convertirá en un oscuro túnel, sino en una oportunidad bella
para el encuentro con Dios.
Hay varios tipos de soledad.
Soledad física,
la ausencia total de compañía humana que puede sufrir una
persona en determinadas circunstancias, o la ausencia momentánea o definitiva
por haber muerto determinada persona que nos resultaba muy querida.
¡Cuántas veces Jesús aquí, en la eucaristía, sufre esta soledad
física, cuando nadie lo visita! Pienso en aquellas iglesias cerradas,
o en las abiertas, donde apenas entra un vivo.
Ya Jesús en su vida terrena sufrió esta soledad en
Getsemaní y en el Calvario. María también experimentó esta soledad
física al perder a su Hijo en el templo, y
después en la Cruz.
¡No dejemos solo a Jesús en
la eucaristía! Que siempre tengamos la delicadeza con Él de
visitarlo durante el día. Él sufre y experimenta esta soledad
y yo puedo hacerle más llevadero ese sentimiento humano. Podemos
llenar esta soledad de Cristo con nuestra compañía íntima.
Existe también
la soledad psicológica, que consiste en sentir o percibir que
las personas que nos rodean no están de acuerdo con
nosotros o no nos acompañan con su espíritu. ¡Cuántas veces
Jesús aquí, en la eucaristía, sufre también esta soledad! Percibe
que alguno de nosotros no está de acuerdo con su
mensaje, hace lo contrario de lo que Él enseña, en
su Evangelio. O están sí, pero fríos, inactivos, inconscientes, distraídos,
dispersos. Por lo mismo están en otra cosa.
Ya en
su vida terrena Jesús sufrió esta terrible soledad psicológica. ¡Cuántos
de los que lo acompañaban no estaban de acuerdo con
Él y discutían: fariseos, saduceos, jefes. O incluso sus mismos
apóstoles no lo acompañaban en todo. Tenían otros anhelos y
ambiciones muy distintas a los de Jesús.
María también experimentó
esta soledad psicológica, sobre todo en la pasión y muerte
de su Hijo. Se daba cuenta de que la mayoría
no había captado como Ella la necesidad de la muerte
de Jesús. ¿Dónde están los curados? ¿Dónde están los frutos
de la predicación de mi Hijo? ¡Ni siquiera los Apóstoles
captaron el sentido de la misión de su Hijo! Hagamos
más suave esta soledad de Jesús teniendo en nuestro corazón
esos mismos sentimientos.
Está también la soledad espiritual, que es la
que experimenta el alma frente a las propias responsabilidades en
las relaciones con Dios. Es la soledad que uno siente
frente a Dios; es la soledad de quien sabe que
sólo él y nadie más que él debe responder un
“sí” o un “no” libres ante Dios.
Aquí en la
eucaristía Jesús sufre también esta soledad. Solo Él sabe que
debe quedarse aquí para siempre. Debe afrontar solo Él todos
los agravios, sacrilegios, profanaciones. Él sabe y sólo Él, quien
debe estar vigilante las veinticuatro horas del día, los treinta
días del mes, los doce meses del año. ¡Él tiene
que responder!, nadie puede sustituirlo. Independientemente que le hagamos caso
o no. En su vida terrena Jesús experimentó esta soledad
espiritual. Hasta parecía que su mismo Padre lo dejó solo.
Y María misma sufrió esta soledad.
Aunque es verdad que a
veces la situación de soledad puede dar la impresión de
tristeza o sufrimiento, tengamos la seguridad de que dicha soledad
está llena de Dios, si la unimos a la soledad
de Cristo.
¿Cómo deberíamos vivir esta soledad?
Con amor y confianza. Dios
es nuestra compañía segura; con serenidad. No tiene que ser
soledad angustiosa, turbada, sino serena.
Debemos vivir la soledad también con
reflexión. Es un momento para reflexionar más, rezar más. Nos
capacitaría para después salir con más riqueza y repartirla a
los demás.
Oración
Jesucristo Eucaristía, no queremos dejarte solo aquí en el
Sagrario. Queremos hacer de tu Sagrario, nuestro lugar de recreación,
de gozo profundo, de compañía íntima. Queremos llenar tu soledad
con la música deliciosa y serena de nuestro corazón.
¡Qué pobres
serían nuestras vidas sin tu compañía!
Treinta días de oración a la Reina del
Cielo. A lo largo del mes de mayo, tengamos a
María presente en nuestro corazón y en nuestros hogares, entregándole
un ramo de Rosas de oración.
Eucaristía y María Santísima |
La presencia de María es una presencia espiritual que sentimos en el alma. |
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Eucaristía y María Santísima |
El padre capuchino llamado Miguel de Cosenza, en el Siglo
XVII, llamó a María con el título “Nuestra Señora del
Santísimo Sacramento”. Y dos siglos más tarde, San Julián Eymard,
fundador de los Sacramentinos y apóstol de la eucaristía y
de María, dejaba a sus hijos el título y la
devoción a Nuestra Señora del Santísimo Sacramento.
¿Qué relación hay, pues,
entre eucaristía y María Santísima? ¿Podemos en justicia llamar a
María “Nuestra Señora del Santísimo Sacramento”?
María fue el primer Sagrario
en el que Cristo puso su morada, recibiendo de su
madre la primera adoración como Hijo de Dios que asume
la naturaleza humana para redimir al hombre. Imaginémonos cómo trató
a Jesús en su seno, qué diálogos de amor con
ese Dios al que alimentaba y al mismo tiempo del
que Ella misma se alimentaba día y noche. Imaginémonos la
delicadeza para con ese Hijo, cuando iba y venía, trabajaba
o cocinaba, o iba a la fuente. Pondría su mano
sobre el vientre y sentiría moverse a ese hijo suyo
que era también, y sobre todo, Hijo de Dios.
María durante
esos nueve meses fue viviendo las virtudes teologales.
Vivía la fe.
Creía profundamente que ese Hijo que crecía en sus entrañas
era Dios Encarnado. Y ella le dio ese trozo de
carne y su latido humano. Vivía la esperanza; esa esperanza
en el Mesías prometido ya estaba por cumplirse y Ella
era la portadora de esa esperanza hecha ya realidad. Vivía
el amor; un amor hecho entrega a su Hijo. María
entregaba su cuerpo a su Hijo y derramaba e infundía
su sangre a su Hijo. Si no hay sangre derramada,
el amor es incompleto. Sólo con sangre y sacrificio el
amor se autentifica, se aquilata.
Cristo en la eucaristía es su
Cuerpo que se entrega y es su Sangre que se
derrama para alimento y salvación de todos los hombres. Pero,
¿quién dio a Jesús ese cuerpo humano y esa sangre
humana? ¡María!
Por tanto, el mismo cuerpo que recibimos en la
Comunión es la misma carne que le dio María para
que Jesús se encarnara y se hiciese hombre. Gustemos, valoremos,
disfrutemos en la Comunión no sólo el Cuerpo de Cristo
sino ese cuerpo que María le dio. Por tanto, tiene
todo el encanto, el sabor, la pureza del cuerpo de
María. Pero bajo las apariencias del pan y vino. ¡Es
la fe, nuestra fe, que ve más allá de ese
pan!
María llevó toda su vida una vida eucaristizada, es decir,
vivía en continua acción de gracias a Dios por haber
sido elegida para ser la Madre de Dios, vivía intercediendo
por nosotros, los hijos de Eva, que vivíamos en el
exilio, esperando la venida del Mesías y la liberación verdadera.
Y como dijo el papa en su encíclica sobre la
eucaristía, María es mujer eucaristizada porque vivió la actitudes de
toda eucaristía: es mujer de fe, es mujer sacrificada y
su presencia reconforta. ¿No es la eucaristía misterio de fe,
sacrificio y presencia?
Vivía en continuo sufrimiento, Getsemaní y Calvario. También
Ella, como Jesús, fue triturada, como el grano de trigo
y como la uva pisoteada, de donde brotará ese pan
que se hará Cuerpo de Jesús que nos alimentará y
ese mosto que será bebida de salvación.
La eucaristía que vivía
María era misteriosa, espiritual, pero real. Su vida fue marcada
por la entrega a su Hijo y a los hombres.
¿Por
qué en algunos de las apariciones, María pide la comunión?
Porque eucaristía y María están estrechamente unidas.
Por lo tanto, Cristo
en la eucaristía es sacrificio, alimento, presencia, y María en
la eucaristía experimenta:
El sacrificio de su Hijo una vez más,
pues cada misa es vivir el Calvario, y María estuvo
al pie del Calvario.
En la eucaristía María nos vuelve a
dar a su Hijo para alimentarnos.
En la eucaristía, junto al
Corazón de su Hijo, palpita el corazón de la Madre.
Por tanto en cada misa experimentamos la presencia de Cristo
y de María.
No es ciertamente la presencia de María en
la eucaristía una presencia como la de Cristo, real, sustancial.
Es más bien una presencia espiritual que sentimos en el
alma. Es María quien nos ofrece el Cuerpo de su
Hijo, pues en cada misa nace, muere y resucita su
Hijo por la salvación de los hombres y la glorificación
de su Padre.
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Eucaristía y martirio |
El efecto número uno de la eucaristía es la capacidad de sufrir cualquier cosa por Cristo. |
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Eucaristía y martirio |
Uno de los objetivos del Año Santo fue el recuerdo
de los mártires. ¿Cuántos han sido mártires de la eucaristía?
Todos
conocemos al niño Tarsicio. Es el año 302, en plena
persecución del emperador Diocleciano. En Roma, un niño, de nombre
Tarsicio, asiste a la eucaristía en las catacumbas de San
Calixto. El papa de entonces le entrega el Pan Consagrado
y envuelto en un lino blanco, para que lo lleve
a los cristianos que están en la cárcel (¡era para
esa ocasión ministro extraordinario de la Comunión!) que esperan dar
pronto su vida por Dios. ¡La eucaristía engendra mártires!
Tarsicio oculta
cuidadosamente el Pan Eucarístico sobre su pecho. Solícito se encamina
hacia las cárceles. En el camino encuentra a algunos compañeros
no cristianos que juegan y se divierten. Al verlo tan
serio sospechan que algo importante está guardando. Al descubrir que
Tarsicio lleva los “misterios”, el odio estalla en sus corazones
y en todos los miembros de sus cuerpos. Con puñetazos,
puntapiés y pedradas esos muchachos paganos tratan de arrebatarle lo
que él aprieta contra su corazón. Aún herido de muerte
no suelta la eucaristía.
Providencialmente pasa por el lugar un soldado
cristiano llamado Cuadrato y lo rescata. Lo toma en sus
fuertes brazos y lo lleva de regreso a la comunidad
cristiana. Allí, ya en agonía, Tarsicio abre sus brazos y
devuelve la eucaristía al papa que se la había entregado.
Tarsicio muere feliz, pues le ha demostrado a Cristo su
propia fidelidad hasta la muerte. ¡La eucaristía engendra mártires!
Para los
primeros cristianos la eucaristía estaba unida a la capacidad de
martirio. Tanto para Tarsicio como para esos cristianos ya encarcelados,
la eucaristía les daba fuerzas para soportar todo dolor y
sufrimiento.
Es de todos conocido el ejemplo de san Ignacio de
Antioquía que decía a sus hermanos cristianos: ”Dejadme ser pan
molido para las fieras”. Y así murió, devorado por las
fieras. ¡La eucaristía engendra mártires!
Tenemos también a los famosos mártires
de 1934, fusilados en el norte de España, entre ellos
san Héctor Valdivielso, argentino. Después de la misa los apresan
y los conducen a la cárcel, y a los tres
o cuatro días los fusilan.
En México muchos sacerdotes en tiempo
de la Guerra Cristera de 1926 a 1929, murieron mártires,
entre ellos el padre Agustín Pro, porque no obedecieron la
orden masónica del presidente Plutarco Elías Calles: “prohibido celebrar la
eucaristía y todo culto católico, bajo pena de muerte”. Y
estos sacerdotes desafiaron esta inhumana y atea orden, porque sentían
el deber sagrado de honrar a la eucaristía y fortalecer
al pueblo. No podían vivir sin la eucaristía. Y murieron
mártires.
El beato Karl Leisner, ordenado sacerdote en el campo
de concentración de Dachau en Alemania, fue apresado y encarcelado.
Tenía como lema “Cristo, tú eres mi pasión”. Celebró su
primera y única misa en un barracón del campo de
concentración. Sus últimas palabras fueron “Amor, perdón, oh Dios, bendice
a mis enemigos”. ¡La eucaristía engendra mártires!
¿Por qué la eucaristía
da fuerzas para el martirio? Porque en la eucaristía
recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que murió
mártir, y que nos llena de bravura, de fuerza para
afrontar cualquier situación adversa. Quien comulga con frecuencia tendrá en
sus venas la misma Sangre de Cristo, siempre dispuesta a
entregarla y derramarla cuando sea necesario por la salvación del
mundo.
Si hoy claudican tantos cristianos, si hay tanto miedo en
demostrar que somos cristianos, si hay tanto cálculo, miramiento, cobardía
en la defensa de la propia fe, si hoy se
pierde con relativa facilidad la propia fe y se duda
de ella o se pasa a sectas, ¿no será porque
nos falta recibir con más conciencia, fervor y alma pura
la eucaristía?
El efecto número uno de la eucaristía es la
capacidad de sufrir cualquier cosa por Cristo.
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Eucaristía y unión solidaria |
Manos que se unen en su esfuerzo para hacer
posible ese pan; sudores y fatigas se esconden detrás de esos racimos de
uva que producen vino suave. |
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Eucaristía y unión solidaria |
¿Cuántos granos de trigo se esconden detrás de ese
pan que traemos para que sea consagrado y convertido en
el Cuerpo de Jesús? ¿Cuántos sudores y fatigas se esconden
detrás de ese pan ya blanco? El que sembró el
grano, el que lo regó, lo escardó, lo limpió, lo
segó, lo llevó al molino, lo molió, lo volvió a
limpiar, lo preparó, lo metió en el horno, lo hizo
cocer. ¡Cuántas fatigas, cuántas manos solidarias para hacer posible ese
pan que se convertirá en el Cuerpo Sacratísimo de Jesús.
La
eucaristía invoca la unión solidaria de manos que se unen
en su esfuerzo para hacer posible ese pan.
¿Cuántos racimos de
uvas se esconden detrás de ese poco de vino que
acercamos al altar para que sea consagrado y convertido en
la Sangre de Jesús? ¿Cuántos sudores y fatigas se esconden
detrás de esos racimos de uva que producen vino suave,
dulce, oloroso, consistente, espeso? El que injertó la parra, limpió
los sarmientos, vendimió, los pisó en el lagar, esperó pacientemente
la fermentación, la conversión del mosto en vino, con todo
lo que esto supuso. ¡Cuántas fatigas, cuántas manos solidarias, y
cuántos pies pisaron esos racimos para hacer posible ese vino
que se convertirá en la Sangre Preciosísima de Cristo en
el Sacramento de la Eucaristía!
Manos juntas, manos solidarias, manos unidas
que hacen posible la realidad del pan y del vino.
Sudores y trabajos, soles tostadores, fríos inclementes. Pero al fin
pan y vino para la mesa del altar, que se
convertirán en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
¿Qué relación
hay, pues, entre eucaristía y la unión solidaria?
En la eucaristía
sucede también lo mismo. Todos venimos a la eucaristía, a
la santa misa, y traemos nuestros granos de trigo y
nuestros racimos de uva, que son nuestras ilusiones, fatigas, proyectos,
problemas, pruebas, sufrimientos. Y todo eso lo colocamos, unidos, en
la patena que sería como el molino que tritura y
une los granos de trigo de diferentes espigas o como
la prensa que exprime esos racimos de parras distintas. Juntos
hacemos la eucaristía. Sin la aportación de todos, no se
hace el pan y el vino que necesitamos para la
eucaristía. Como tampoco, sin la unión de esos granos se
obtiene ese pan, o sin la unión de esos racimos
se obtiene ese vino.
Por eso la eucaristía nos tiene que
comprometer a vivir esa unión solidaria entre todos los hermanos
que venimos a la eucaristía. No trae cada quien su
propio pedazo de pan y sus racimitos para comérselos a
solas. Sólo si juntamos los pedazos de pan y los
racimos de los demás hermanos, se hará posible el milagro
de la eucaristía en nuestra vida.
Esto supondrá prescindir ya sea
de nuestra altanería presumida “he traído el mejor pedazo de
pan y el mejor racimo de uva,¡ que se me
reconozca!”. ¡Es ridícula esa actitud!
Pero también debemos prescindir de ese
pesimismo depresivo: “mi pedazo de pan es el más pequeño
y mi racimo el más minúsculo y raquítico, ¿para qué
sirve?”. ¡Ni aquella ni esta actitud es la que Cristo
quiere, cuando venimos a la eucaristía!, sino la de
unir y compartir lo que uno tiene y es, con
generosidad, con desprendimiento, con alegría.
El niño traerá a la eucaristía
su inocencia y su mundo de ensueño y de juguetes,
sus amigos, papás y maestros. El adolescente traerá a la
eucaristía sus rebeliones, sus dudas, sus complejos. El joven traerá
a la eucaristía sus ansias de amar y ser amado,
tal vez su desconcierto, sus luchas en la vida, sus
tropiezos, su fe tal vez rota.
Esa pareja de casados
traerá sus alegrías y tristezas, sus crisis y desajustes propios
del matrimonio. Esos ancianos traerán el otoño de su vida
ya agotada, pero también dorada. Esos enfermos traerán su queja
en los labios, pero hecha oración. Esos ricos, sus deseos
sinceros de compartir su riqueza. Esos pobres, su paciencia, su
abandono en la Providencia. Ese obispo, sacerdote, misionero, religiosa, sus
deseos de salvar almas, sus éxitos y fracasos, su anhelo
de darse totalmente a Cristo en el prójimo.
Y todo se
hará uno en la eucaristía. Todo servirá para dorar ese
pan que recibiremos y para templar ese vino.
Si vinimos con
todo lo que somos y traemos, podemos participar de esa
eucaristía que se está realizando en cualquier lugar del planeta
y saborear nosotros también los frutos suculentos y espirituales de
esa eucaristía. Y al mismo tiempo, haremos participar de lo
nuestro a otros, que se beneficiarán de nuestra entrega y
generosidad en la eucaristía.
Invitemos a María a nuestro Banquete. Ella
trae también una vez más su mejor pan y su
mejor vino: la disponibilidad de su fe y de su
entrega, para que vuelva a realizarse una vez más, hoy,
aquí, el mejor milagro del mundo: la venida de su
Hijo Jesús a los altares, que Ella nos entrega envuelto
en unos pañales muy sencillos y humildes, un poco de
pan y unas gotas de vino.
María, ¡gracias por darnos a
tu Hijo de nuevo en cada misa!
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Eucaristía y peregrinación |
Jesús es el eterno peregrino del Padre que viene al encuentro del hombre que también peregrina hacia Dios. |
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Eucaristía y peregrinación |
Jesús nos ha dejado este Sacramento para nosotros que
peregrinamos a la Patria del cielo.
El camino es largo y
fatigoso. Jesús lo hace más suave y amable porque lo
camina con nosotros. El camino es arriesgado y peligroso. Por
momentos aparecen las tentaciones, las dudas, el enemigo. Jesús es
refugio y defensa. El camino es, a veces, oscuro y
con nubarrones. Jesús Eucaristía lo ilumina con su sol espléndido.
En el camino nos puede invadir, a veces, la tristeza,
la desesperanza, el desencanto, como les pasó a los discípulos
de Emaús. Pero Jesús Eucaristía hará arder nuestro corazón.
Jesús
Eucaristía se quiere arrimar a nosotros, se hace también Él
peregrino y se pone a caminar junto a nosotros, alentándonos,
abriéndonos su corazón, explicándonos las Escrituras. ¡Qué calor nos infunde!
En el camino nos amenaza la tarde, se hace tarde,
se oscurece la vida. Y Jesús enciende la luz de
su eucaristía y nuestras pupilas se abren, se dilatan
en Emaús.
Con Jesús nunca es tarde, nunca anochece, siempre
es eterna primavera, es mediodía. En el camino no vemos
el momento de sentarnos a descansar a la vera, o
entrar a una casa para reponer fuerzas, y Jesús
Eucaristía es ese descanso del peregrino.
En el camino sentimos hambre
y sed. Por eso Cristo Eucaristía se hace comida y
bebida para el peregrino. En el camino experimentamos el deseo
de hablar con alguien, que nos haga agradable la subida,
la monotonía de ese camino. Y Jesús Eucaristía quiere entablar
con nosotros diálogos de amistad.
En este camino hacia la
Patria Celestial nos pesa nuestra vida pasada, nuestros pecados gravan
sobre nuestra conciencia y ponen plomo sobre nuestros pies,
hasta el punto de inmovilizarlos. Y Jesús Eucaristía nos abre
su corazón misericordioso, como a esa mujer de Samaria o
como a ese Zaqueo de Jericó, y nuestros pecados se
derriten y Él nos da alas ligeras para volar por
ese camino.
Dios mismo se ha hecho peregrino en su Hijo
Jesús. Ha atravesado el umbral de su trascendencia, se ha
echado a las calles de los hombres y lo ha
hecho a través de la eucaristía. Jesús es el eterno
peregrino del Padre que viene al encuentro del hombre que
también peregrina hacia Dios. Entonces resulta que ya no sólo
nosotros somos peregrinos hacia Dios sino que el mismo Dios
en Jesús peregrina hacia nosotros haciéndose Él mismo el camino
de esta peregrinación y el alimento para el camino y
la compañía.
¿Cómo viene Jesús peregrino hacia nosotros?
Con un inmenso amor
de hermano y ternura, con una entrañable compasión por nosotros
y, sobre todo, con el corazón de Buen Pastor para
subirnos y ponernos en sus hombros, contento y feliz, y
darnos su alimento.
Y todo esto lo hace a través de
su eucaristía. En la eucaristía Jesús es Pastor, que con
sus silbos amorosos nos despierta de nuestros sueños, es Hermano
mayor, que nos comprende y nos acoge como somos; es
Vianda, que nos alimenta y fortalece.
Ahora entendemos por qué, cuando
nos llega el momento de nuestra muerte, el sacerdote, junto
con la unción de los enfermos, nos da la comunión
como Viático para el camino al Padre, después de nuestra
muerte.
¿Qué cosas no hay que hacer durante la peregrinación al
Padre?
No debemos detenernos con las bagatelas del borde del camino,
que nos atrasarían mucho el encuentro con Jesús. No debemos
sestear en la pereza y comodidad de nuestros caprichos. No
debemos desistir de caminar y volver atrás, desviándonos del camino
recto, para volver al Egipto seductor que me ofrece sus
cebollas, a la plaza de los placeres, a la vida
libertina. No debemos echarnos a un lado y encerrarnos en
nuestra propia tienda de campaña, en nuestra bolsa de dormir,
despreciando la compañía de nuestros hermanos que nos animan con
sus cantos.
Hagamos de la eucaristía nuestra parada técnica durante la
peregrinación para reponer fuerzas, cambiar las llantas, descansar, alimentarnos. Sí,
la eucaristía es solaz, es refugio, es hostal, es puesto
de socorro y de primeros auxilios para todos los que
peregrinan hacia la Patria del Padre Celestial.
Eucaristía y visitas eucarísticas |
Cuando te encuentres cerca de un Sagrario, piensa “ahí está Jesús”. Y desde ahí te ve, te oye, te llama, te ama. |
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Eucaristía y visitas eucarísticas |
En una Iglesia de España entraron unos estudiantes de arte
y le preguntaron al cura párroco:
- ¿Qué es lo que
hay de más valor en esta Iglesia, digno de visitar? -
¡Vengan!,- les respondió el cura.
Algunos de los chicos iban exclamando:
¡qué linda iglesia! ¡qué columnas! ¡fijaos qué rosetones! ¡qué capiteles!
Cuando
el sacerdote llegó al presbiterio saludó al Señor con una
genuflexión.
- Aquí tienen. Esto es lo de más valor que
tenemos en la Iglesia. ¡Aquí está el Señor y Dios!
Esos
chicos tardaron unos segundos en reaccionar. No sé si les
parecía que el cura les tomaba el pelo, el caso
es que se fueron arrodillando uno tras otro. Después el
sacerdote les explicó otros valores artísticos de la iglesia. Junto
a la lección de arte, aquellos turistas recibieron una sencilla
y maravillosa lección de fe y piedad.
De aquella visita eucarística,
este buen sacerdote se sirvió para inculcarles el respeto y
veneración ante lo sagrado y para descubrirles, de un
modo gráfico, que en un templo católico a quien hay
que darle la primacía es al Señor en el Sagrario.
Cuando
te encuentres cerca de un Sagrario, piensa “ahí está Jesús”.
Y desde ahí te ve, te oye, te llama, te
ama.
El arte debe estar en función de la belleza de
Dios y de la presencia real de Cristo. Por eso,
para un cristiano, la visita a una iglesia no debería
ser nunca ni exclusiva ni principalmente “artística”. Primero hay que
visitar y saludar al Señor de la casa, y
secundariamente se podrán visitar las muestras de arte, hechas con
cariño por generaciones de cristianos que han dejado allí signos
de su amor y de su adoración.
Por eso la costumbre
de los cristianos, tan recomendada hoy y siempre por la
iglesia, de visitar a Jesús en el Sagrario, es una
finura de amor que contrasta con la actitud irreverente que
algunos adoptan ante el Santísimo. Incomprensión, ¡no saben quién está
ahí! Indiferencia, ¡no les importa! Irreverencia, ¡hablando, riendo, comiendo en
la iglesia!
Si nos fijamos, por ejemplo, en cómo se comportan
los fieles que acuden a una iglesia, ya sea en
el modo de vestir, de estar, de sentarse, de hacer
la genuflexión, podemos deducir en buena medida el grado de
fe de esas personas, aunque a veces sólo es falta
de la mínima cultura religiosa. No se sabe responder. Se
ponen de pie cuando hay que arrodillarse. Están con la
gorrita en la cabeza. Distracciones. Se habla durante la misa.
Novios que se están besando, abrazando, tocando, mirando. ¡Qué desubicados!
¿De
qué tenemos que hablar en esas visitas eucarísticas?
Abrir el corazón.
Dejarnos quemar, calentar por los rayos de Cristo. Hablarle de
nuestras cosas. Encomendar tantas necesidades. Pedirle fuerzas. Alabarlo. Adorarlo. Darle
gracias.
¿Cómo tenemos que hablarle?
Con sencillez, sin palabras rebuscadas: “Él me
mira y yo le miro”. Con la humildad del publicano,
reconociendo su grandeza y nuestra miseria. Con la confianza de
un amigo. Con la fe del centurión, de la hemorroisa.
Con mucha atención, sin distracciones.
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Eucaristía y Sagrario |
Dios está en el Sagrario para nosotros, para hacer compañía, fortalecer, iluminar, consolar y para llenar la vida. |
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Eucaristía y Sagrario |
El Sagrario es como un imán.
¿Han visto ustedes un
imán? ¿Qué hace un imán? Atrae el hierro. Pues así
como el imán atrae al hierro, así el Sagrario atrae
los corazones de quienes aman a Jesús. Y es una
atracción tan fuerte que se hace irresistible. No se puede
vivir sin Cristo eucaristía.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando un imán
no atrae al hierro? ¿De quién es la culpa, del
imán o del hierro? Del imán ciertamente no.
San Francisco de
Sales lo explicaba así: “cuando un alma no es atraída
por el imán de Dios se debe a tres causas:
o porque ese hierro está muy lejos; o porque se
interpone entre el imán y el hierro un objeto duro,
por ejemplo una piedra, que impide la atracción; o porque
ese pedazo de hierro está lleno de grasa que también
impide la atracción”.
Y continúa explicando San Francisco de Sales:
- “Estar
lejos del imán significa llevar una vida de pecado y
de vicio muy arraigada”. - “La piedra sería la soberbia. Un
alma soberbia nunca saborea a Dios. Impide la atracción”. - “La
grasa sería cuando esa alma está rebajada, desesperada, por culpa
de los pecados carnales y de la impureza”.
Y da la
solución:
- “Que el alma alejada haga el esfuerzo del hijo
pródigo: que vuelva a Dios, que dé el primer paso
a la Iglesia, que se acerque a los Sacramentos y
verá cómo sentirá la atracción de Dios, que es misericordia”. -
“Que el alma soberbia aparte esa piedra de su camino,
y verá cómo sentirá la atracción de Dios, que es
dulzura y bondad”. - “Que el alma sensual se levante de
su degradación y se limpie de la grasa carnal y
verá cómo sentirá la atracción de Dios, que es pureza
y santidad”.
Así es también Cristo eucaristía: un fuerte imán para
las almas que lo aman. Es una atracción llena de
amor, de cariño, de bondad, de comprensión, de misericordia. Pero
también es una atracción llena de respeto, de finura, de
sinceridad. No te atrae para explotarte, para abusar de ti,
para narcotizarte, embelesarte, dormirte, jugar con tus sentimientos. Te atrae
para abrirte su corazón de amigo, de médico, de pastor,
de hermano, de maestro. Si fuésemos almas enamoradas, siempre estaríamos
en actitud de buscar Sagrarios y quedarnos con ese amigo
largos ratos, a solas.
Si fuésemos almas enamoradas, no dejaríamos tan
solo a Jesús eucaristía. Las iglesias no estarían tan vacías,
tan solas, tan frías, tan desamparadas. Serían como un continuo
hormigueo de amigos que entran y salen.
Tengamos la costumbre de
asaltar los Sagrarios, como dice san Josemaría Escrivá. Es
tan fuerte la atracción que no podemos resistir en entrar
y dialogar con el amigo Jesús que se encuentra en
cada Sagrario.
Y para los que trabajan en la iglesia, pienso
en los sacristanes, esta atracción por Jesús Eucaristía les lleva
a poner cariño en el cuidado material de todo lo
que se refiere a la eucaristía: Limpieza, pulcritud, brillantez, gusto
artístico, orden, piedad, manteles pulcros, vinajeras limpias, purificadores relucientes, corporales
almidonados, pisos como espejos, nada de polvo, telarañas o suciedades.
Estas delicadezas son detalles de alguien que ama y cree
en Jesús eucaristía.
Pero, ¿por qué a veces el Sagrario, que
es imán, no atrae a algunos? Siguen vigentes las tres
posibilidades ya enunciadas por san Francisco de Sales, y yo
añadiría algunas otras.
No atrae Cristo eucaristía porque tal vez hemos
sido atraídos por otros imanes que atraen nuestros sentidos y
no tanto nuestra alma. Pongo como ejemplo la televisión, el
cine, los bailes, las candilejas de la fama, o alguna
criatura en especial, una chica, un chico. Lógicamente, estos imanes
atraen los sentidos y cada uno quiere apresar su tajada
y saciarse hasta hartarse. Y los sentidos ya satisfechos embotan
la mente y ya no se piensa ni se reflexiona,
y no se tiene gusto por las cosas espirituales.
A otros
no atrae este imán por ignorancia. No saben quién está
en el Sagrario, por qué está ahí, para qué está
ahí. Si supieran que está Dios, el Rey de los
cielos y la Tierra, el Todopoderoso, el Rey de los
corazones. Si supieran que en el Sagrario está Cristo vivo,
tal como existe – glorioso y triunfante – en el
Cielo; el mismo que sació a la samaritana, que curó
a Zaqueo de su ambición, el mismo que dio de
comer a cinco mil hombres....todos irían corriendo a visitarlo en
el Sagrario.
Naturalmente echamos de menos su palabra humana, su forma
de actuar, de mirar, de sonreír, de acariciar a los
niños. Nos gustaría volver a mirarle de cerca, sentado junto
al pozo de Jacob cansado del largo camino, nos gustaría
verlo llorar por Lázaro, o cuando oraba largamente. Pero ahora
tenemos que ejercitar la fe: creemos y sabemos por la
fe que Jesús permanece siempre junto a nosotros. Y lo
hace de modo silencioso, humilde, oculto, más bien esperando a
que lo busquemos.
Se esconde precisamente para que avivemos más
nuestra fe en Él, para que no dejemos de buscarlo
y tratarlo. ¡Que abajamiento el suyo! ¡Qué profundo silencio de
Dios! Está escondido, oculto, callado. ¡Más humillación y más anonadamiento
que en el establo, que en Nazaret, que en la
Cruz!
Señor, aumenta nuestra fe en tu eucaristía. Que nos acostumbremos
a visitarte en el Sagrario. Que seas Tú ese imán
que nos atraiga siempre y en todo momento. Quítanos todo
aquello que pudiera impedirnos esta atracción divina: soberbia, apego al
mundo, placeres, rutina, inconsciencia e indiferencia.
¡El Sagrario!
“El Maestro está aquí
y te llama”, le dice Marta a su hermana.
Nuestra ciudad
está rodeada de la presencia Sacramental del Señor. Tomen en
sus manos un mapa de la ciudad y vean cuántas
iglesias tienen, señaladas con una cruz. Esas cruces están señalando
que ahí está el Señor, son como luceros o como
constelaciones de luz, visibles sólo a los ángeles y a
los creyentes, diría Pablo VI.
¡Seamos más sensibles, menos indiferentes! ¡Visitemos
más a Cristo Eucaristía en las iglesias cuando vamos de
camino al trabajo o regresamos! Asomemos la cabeza para decirle
a Jesús: ¡hola! Dejemos al pie del Sagrario nuestras alegrías
y tristezas, nuestras miserias y progresos.
Imaginen unos novios que se
aman. Trabajan los dos. El trabajo de uno está a
dos calles del otro. ¿Qué no haría el amado para
buscar ocasiones para ver a la amada, llamarla por teléfono,
saludarla, aún cuando fuera a distancia?
¿Pequeñeces? Son cosas que solamente
entienden los enamorados. Con el Señor hemos de hacer lo
mismo. Si hace falta, caminamos dos, tres o más calles
para pasar cerca de Él y tener ocasión de saludarlo
y decirle algo. Con una persona conocida, pasamos y la
saludamos brevemente. Es cortesía. ¿Y con el Señor no?
En cada
Sagrario se podría poner un rótulo “Dios está aquí” o
“Dios te llama”. Es el Rey, que nos concede audiencia
cuando nosotros lo deseamos. Abandonó su magnífico palacio del Cielo,
al que tú ni yo podíamos llegar, y bajó a
la tierra y se queda en el Sagrario y ahí
nos espera, paciente y amorosamente.
El mismo que caminó por los
senderos de Palestina, el que curó, el que fundó la
iglesia, es el mismo que está en el Sagrario.
¿Para quién
y para qué está ahí? Para nosotros, para hacer compañía
al solo, para fortalecer al débil, para iluminar al que
duda, para consolar al triste, para llenar la vida de
jugo, de alegría, de sentido.
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Eucaristía y sacerdote |
El Sagrario es escuela para el sacerdote. Ahí aprende de Jesús a inmolarse en silencio, a esconderse, a ser humilde. |
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Eucaristía y sacerdote |
El cura de Ars es ejemplo de amor a la
eucaristía. Se llamaba Juan María Vianney, nacido en Francia en
1786. Le tocó vivir toda la borrasca revolucionaria francesa y
la epopeya de Napoleón. Entró al seminario y le costaron
mucho sus estudios, pero la gracia de Dios hizo el
resto. A los 29 años fue ordenado sacerdote.
Lo destinaron a
Ars, un pueblito de 230 habitantes, pobres y decaídos, pues
llevaban muchos años sin sacerdote, y unos salones de baile
hacían sus estragos.
Llegó confiado en Dios y comenzó a rezar,
a celebrar la santa misa, a pasarse largos ratos ante
el Sagrario. Después de diez años, Ars estaba completamente transformada.
Pobre,
sufrido, asceta, piadoso, mortificado y probado por la furia de
Satanás, al ver que su confesonario era un imán para
muchos pecadores que venían de varias partes de Europa. Se
pasaba quince horas diarias confesando.
Murió a los 63 años de
edad, agotado por su intenso trabajo pastoral. Fue canonizado 76
años después de su muerte por Pío XI.
Se pueden destacar
varias virtudes del Cura de Ars, que Juan XXIII en
1959 recoge en una maravillosa encíclica llamada “Sacerdotii nostri primordia”,
al festejar el centenario del Cura de Ars. El papa
presenta al cura de Ars como modelo de ascesis, oración
y celo pastoral. Quiero detenerme aquí sólo en su oración
eucarística.
Sus últimos treinta años de vida los pasó en la
Iglesia, junto al Sagrario. Su devoción a Cristo eucaristía era
realmente extraordinaria. Decía él: “Está allí aquél que nos ama
tanto, ¿por qué no le hemos de amar nosotros igual?”.
El
Cura de Ars amaba tanto a Cristo eucaristía y se
sentía irresistiblemente atraído hacia el tabernáculo. “No es necesario hablar
mucho, se sabe que el buen Dios está ahí en
el Sagrario, se le abre el corazón, nos alegramos de
su presencia. Y esta es la mejor oración”.
No había ocasión
en que no inculcase a los fieles el respeto y
el amor a la divina presencia eucarística, invitándolos a aproximarse
con frecuencia a la Comunión, y él mismo daba ejemplo
de esta profunda piedad. “Para convencerse de ello - refieren
los testigos – bastaba verle celebrar la Santa Misa o
hacer la genuflexión cuando pasaba ante el Sagrario”.
El ejemplo
admirable del Cura de Ars conserva hoy todo su valor.
Nada puede sustituir en la vida de un sacerdote, la
oración silenciosa y prolongada ante el Sagrario.
En el Sagrario el
sacerdote encuentra la luz para sus sermones y homilías. En
el Sagrario el sacerdote encuentra la compañía que necesita para
su corazón. ¿A dónde irá a consolar su corazón el
sacerdote, si no es en el Sagrario? Cuando tiene que
tomar alguna decisión importante, o afrontar algún problema, nada mejor
que el Sagrario. Ahí lleva sus alegrías, sus penas, su
familia, sus almas.
El Sagrario es para el sacerdote su lugar
de descanso. Vive del Sagrario, de ahí saca la fuerza,
el coraje, la decisión, la perseverancia en su vocación. El
Sagrario es su punto de referencia para todo. “Él me
mira y yo le miro”, como decía ese viejecito en
Ars cuando se le preguntó que hacía tanto tiempo frente
al Sagrario.
Eucaristía y perdón |
Jesús nos pide, para recibir el fruto de la eucaristía, tener un corazón lleno de perdón, reconciliado, compasivo. |
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Eucaristía y perdón |
Recordemos que uno de los fines de la eucaristía y
de la misa es el propiciatorio, es decir, el de
pedirle perdón por nuestros pecados. La misa es el sacrificio
de Jesús que se inmola por nosotros y así nos
logra la remisión de nuestros pecados y las penas debidas
por los pecados, concediéndonos la gracia de la penitencia, de
acuerdo al grado de disposición de cada uno. Es Sangre
derramada para remisión de los pecados, es Cuerpo entregado para
saldar la deuda que teníamos.
Mateo 18, 21-55 nos evidencia la
gran deuda que el Señor nos ha perdonado, sin mérito
alguno por nuestra parte, y sólo porque nosotros le pedimos
perdón. Y Él generosamente nos lo concedió: “El Señor tuvo
lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la
deuda”. Así es Dios, perdonador, misericordioso, clemente, compasivo. Es el
atributo más hermoso de Dios. Ya en el Antiguo Testamento
hay atisbos de esa misericordia de Dios, pero en general
regía la ley del Talión: ojo por ojo y diente
por diente.
Se compadece de su pueblo y forma un pacto
con él. Se compadece de su pueblo y lo libra
de la esclavitud. Se compadece de su pueblo y le
da el maná, y es columna de fuego que lo
protege durante la noche. Se compadece y envía a su
Hijo Único como Mesías salvador de nuestros pecados. Y Dios,
en Jesús, se compadece de nosotros y nos da su
perdón, no sólo en la confesión sino también en la
eucaristía.
¿Qué nos perdona Dios en la eucaristía?
Nuestros pecados veniales. Nuestras
distracciones, rutinas, desidias, irreverencias, faltas de respeto. Él aguanta y
tolera el que no valoremos suficientemente este Santísimo Sacramento.
En
la misma misa comenzamos con un acto de misericordia, el
acto penitencial (“Reconozcamos nuestros pecados”). En el Gloria: “Tú que
quitas el pecado del mundo...”. Después del Evangelio dice el
sacerdote: “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados...”. En el
Credo, decimos todos: “Creo en el perdón de los pecados...”.
Después de las ofrendas y durante el lavatorio el sacerdote
dice en secreto: “lava del todo mi delito, Señor, limpia
mis pecados”. En la Consagración, “...para el perdón de los
pecados”. “Ten misericordia de todos nosotros . . .” En
el Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas . . .”. “Este es
el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo
. . .”.
Por tanto, la misa está permeada de espíritu
de perdón y contrición.
La eucaristía nos invita a nosotros al
perdón, a ofrecer el perdón a nuestros hermanos. La escena
del Evangelio (cf Mt. 18, 21-55) es penosa: el siervo
perdonado tan generosamente por el amo, no supo perdonar a
un siervo que le debía cien denarios, cuando él debía
cien mil.
El perdón es difícil. Tenemos una naturaleza humana inclinada
a vengarnos, a guardar rencores, a juzgar duramente a los
demás, a ver la pajita en el ojo del hermano
y a no ver la traba que tenemos en nuestros
ojos. Perdonar es la lección que no nos da ni
el Antiguo Testamento no las civilizaciones más espléndidas que han
existido y que han determinado nuestra cultura: la civilización grecolatina.
Sólo Jesús nos ha enseñado y nos ha pedido perdonar.
¿Cómo
debe ser nuestro perdón a los demás?
Rápido, si no se
pudre el corazón. Universal, a todos. Generoso, sin ser mezquino
y darlo a cuentagotas. De corazón, de dentro. Ilimitado.
No olvidemos
que Dios nos perdonará en la medida en que nosotros
perdonamos. Si perdonamos poco, Él nos perdonará poco. Si no
perdonamos, Él tampoco nos perdonará. Si perdonamos mucho, Él nos
perdonará mucho.
Vayamos a la eucaristía y pidamos a Jesús que
nos abra el corazón y ponga en él una gran
capacidad de perdonar. María, llena de misericordia, ruega por nosotros.
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Eucaristía y matrimonio |
El matrimonio se fortalecerá en fidelidad, si ambos cónyuges se alimentan de la eucaristía. |
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Eucaristía y matrimonio |
Antes de dar la relación entre ambos sacramentos, repasemos un
poco la maravilla del matrimonio.
Es Dios mismo quien pone en
esa mujer y en ese hombre el anhelo de la
unión mutua, que en el matrimonio llegará a ser alianza,
consorcio de toda la vida, ordenado por la misma índole
natural al bien de los cónyuges y a la generación
y educación de los hijos.
El matrimonio no es una institución
puramente humana. Responde, sí, al orden natural querido por Dios.
Pero es Dios mismo quien, al crear al hombre y
la mujer, a su imagen y semejanza, les confiere la
misión noble de procrear y continuar la especie humana.
El matrimonio,
de origen divino por derecho natural, es elevado por Cristo
al orden sobrenatural. Es decir, con el Sacramento del Matrimonio
instituido por Cristo, los cónyuges reciben gracias especiales para cumplir
sus deberes de esposos y padres de familia.
Por tanto, el
Sacramento del Matrimonio o, como se dice, el “casarse por
Iglesia” hace que esa comunidad de vida y de amor
sea una comunidad donde la gracia divina es compartida.
Por su
misma institución y naturaleza, se desprende que el matrimonio tiene
dos propiedades esenciales: la unidad e indisolubilidad. Unidad, es decir,
es uno con una. Indisolubilidad, es decir, no puede ser
disuelto por ninguno. El pacto matrimonial es irrevocable: “Hasta que
la muerte los separe”.
No olvidemos que los ministros del Sacramento
son los mismos contrayentes. El sacerdote sólo recibe y bendice
el consentimiento.
¿Qué relación tiene el Sacramento de la eucaristía con
el del Matrimonio?
La eucaristía es sacrificio, comunión, presencia. Es el
sacrificio del cuerpo entregado, de la sangre derramada. Todo Él
se da: Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad. Es la comunión,
el cuerpo que hay que comer y la sangre que
hay que beber. Y comiendo y bebiendo esta comida celestial,
tendremos vida eterna. Es la presencia que se queda en
los Sagrarios para ser consuelo y aliento.
El matrimonio también es
sacrificio, comunión y presencia. Es el sacrificio en que ambos
se dan completamente, en cuerpo, sangre, alma y afectos. Y
si no hay sacrificio y donación completa, no hay matrimonio
sino egoísmo.
El matrimonio es comunión, ambos forman una común unión,
son una sola cosa, igual que cuando comulgamos. Jesús forma
conmigo una común unión tan fuerte y tan íntima, que
nadie puede romperla.
El matrimonio, al igual que la eucaristía, también
es presencia continua del amor de Dios con su pueblo.
El
amor es esencialmente darnos a los demás. Lejos de ser
una inclinación, el amor es una decisión consciente de nuestra
voluntad de acercarnos a los demás. Para ser capaces de
amar de verdad es necesario desprenderse cada uno de muchas
cosas, sobre todo de nosotros mismos, para darnos sin esperar
que nos agradezcan, para amar hasta el final. Este despojarse
de uno mismo es la fuente del equilibrio, el secreto
de la felicidad.
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|
Una autoridad vaticana opina sobre la comunión en la mano |
La Sagrada Comunión es el acto de recibir a
Jesucristo con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, bajo las
especies del pan y del vino. |
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|
Una autoridad vaticana opina sobre la comunión en la mano |
Roma (Italia), 12 Mar. 08 (AICA)
El Secretario de la Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos,
monseñor Albert Malcolm Ranjith, aseveró que al recibir la Comunión
en la mano se produce "un creciente debilitamiento de una
conducta devota frente al Santísimo". En su opinión la Iglesia
debería reconsiderar el permiso para recibirla de esta forma.
Según el sitio web: www.Kath.net el Prelado
hizo pública esta propuesta en el prólogo del libro "Dominus
est: Pensamientos de un Obispo de Asia Central sobre la
Sagrada Eucaristía", escrito por el Obispo Auxiliar de Karaganda, monseñor
Athanasius Schneider, y editado por la librería del Vaticano en
enero de este año.
El arzobispo
Ranjith recalcó que la Sagrada Eucaristía debe ser recibida "con
reverencia y actitud de devota adoración", y recordó que la
práctica de recibir la comunión en la mano fue "introducida
de manera abusiva y precipitada en algunos ámbitos" y posteriormente
reconocida por la Santa Sede. Además afirmó que en el
Concilio Vaticano II nunca se legitimó esta práctica.
Aquí no se trata de argumentos capciosos,
recalcó monseñor Ranjith, "creo que ha llegado la hora de
evaluar esta práctica y reconsiderarla y, cuando sea necesario, dejarla",
acotó.+
Articulos relacionados
Notificación acerca de la Comunión en la
mano
La Sagrada Comunión
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Ceremonias de la misa rezada según el Rito Romano en su forma extraordinaria. |
Para los sacerdotes que deseen beneficiarse con la
posibilidad de celebrar la misa según el rito romano, de acuerdo con lo
establecido por S.S. Benedicto XVI. |
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Ceremonias de la misa rezada según el Rito Romano en su forma extraordinaria. |
CEREMONIAS DE LA MISA REZADA SEGUN EL RITO ROMANO en su
FORMA EXTRAORDINARIA POR UN SACERDOTE DE LA FRATERNIDAD SACERDOTAL SAN PEDRO
(FSSP) [con notas de UVA – Una Voce Argentina]
CUM PERMISSU SUPERIORUM Datum
ex aedibus Fraternitatis Sacerdotalis Sancti Petri Friburgi Helvetiae, die 19 mensis
Septembris, A.D. 2007 Dr. Patrick du FAY de CHOISINET Vicarius generalis
INTRODUCCIÓN DEL
AUTOR
(Nota de UVA: INDISPENSABLE SU LECTURA PREVIA)
Omnia autem honeste et
secundum ordinem fiant ( I Cor. 14, 40 )
La celebración de
la santa Misa según el rito romano en su forma
extraordinaria no es algo que pueda improvisarse. Si se ha
alabado con frecuencia el enriquecimiento aportado al misal romano por
la reforma de Paulo VI en lo que concierne al
número de lecturas y oraciones, también es cierto que el
misal romano anterior a dicha reforma es mucho más rico
en lo que concierne a los gestos rituales, determinados en
lo esencial tanto por el ritus servandus in celebratione Missae
como por el Ordo Missae contenidos en dicho misal.
Para aquellos
sacerdotes que deseen beneficiar de la posibilidad de celebrar según
dicha forma del rito romano, de acuerdo con lo establecido
por S.S. el Papa Benedicto XVI en el motu proprio
Summorum Pontificum, se impone pues un aprendizaje y un “entrenamiento”
si quieren celebrar con el mayor fruto posible.
Las páginas que
siguen se dirigen por tanto, de manera principal, a los
sacerdotes de lengua española que desean disponer de una “guía”
para prepararse convenientemente a la celebración litúrgica. Espero, sin embargo,
que ellas sean útiles también a los fieles laicos interesados
en la práctica litúrgica así como a aquellos que, en
los seminarios, se preparan para llegar al sacerdocio.
La finalidad que
he perseguido redactando éste texto ha sido la de ofrecer
un compendio de reglas eminentemente prácticas. Es evidente que cada
uno de los ritos y cada una de las oraciones
que vamos a enumerar en las páginas que siguen, tienen
una interesantísima historia, la mayor parte de las veces más
que milenaria, y una profunda significación mística y espiritual. Sin
embargo es obvio que el carácter y la extensión de
éste trabajo me impiden adentrarme por esos horizontes casi infinitos.
No
se desanime el lector si una primera lectura le deja
la impresión de quedar abrumado por tantas reglas y tantos
detalles. La mejor manera de sacar fruto de este texto
es la de irlo leyendo por partes, tratando cada vez
de comprender y retener todos los detalles para, inmediatamente después,
ponerlos en práctica. No dude pues el sacerdote en «ensayar»
las diferentes partes de la misa. A fuerza de repetir
los mismos movimientos, un hábito termina por crearse, un cierto
“automatismo” que hará que los movimientos y los gestos que
al principio parecían complicados y arduos de aprender terminen siendo
como naturales. En efecto, la naturalidad en la celebración es
la finalidad de todo el aprendizaje. “Hay que conocer perfectamente
las rúbricas para poder desembarazarse de ellas”. Así expresaba un
sacerdote, de forma “castiza”, la misma idea.
La naturalidad en la
celebración se opone a la improvisación. El sacerdote que llega
ante el altar sin preparación práctica corre el riesgo de
sentirse tremendamente embarazado. Cosas que a primera vista parecen evidentes
no lo son tanto cuando se ven más de cerca.
¿Cómo pongo las manos? ¿Donde pongo el cáliz? ¿Qué hago
con el corporal? etc. Un previo entrenamiento teórico y práctico
(sobre todo si puede hacerse bajo la dirección de alguien
experimentado) aportará al sacerdote la pericia necesaria para ejecutar las
ceremonias del culto sin embarazo ni improvisación. Tengamos en cuenta
que las reglas litúrgicas son en su gran mayoría el
fruto de la experiencia centenaria e incluso milenaria de las
generaciones que nos precedieron. ¿Porqué no aprovechar un tal tesoro
de experiencia, que la Iglesia ha atesorado durante siglos y
que ahora nos ofrece?
Escritas con algo de prisa, en la
intención de difundirlas con ocasión de la entrada en vigor
del motu proprio Summorum Pontificum, es bien probable que encierren
estas páginas errores u omisiones, por los cuales me disculpo
de antemano y pido al amable lector de ponerme al
corriente de ellos, si buenamente puede.
El autor.
* * * *
* * * * * * * * NOTA Lo esencial de
este trabajo proviene del Ritus servandus y del Ordo Missae
del Missale Romanum edición de 1962 así como de múltiples
decretos de la S.C. de ritos. Sin embargo, cantidad de
precisiones y de detalles han sido extraídos de las obras
de eminentes rubricistas como Baldeschi, Merati, de Herdt, Mach-Ferreres, Haegy
y otros. No he citado las fuentes en cada ocasión
para no volver la lectura demasiado trabajosa y porque además
este trabajo no tiene ninguna pretensión “científica”.
CEREMONIAS DE LA MISA
REZADA SEGUN EL RITO ROMANO en su FORMA EXTRAORDINARIA
ÍNDICE
I. LAS CEREMONIAS
DE LA MISA REZADA
Objetos necesarios
Preparación y vestición de ornamentos
Llegada del sacerdote al altar.
Introito
Oración colecta
Epístola y Evangelio
Ofertorio
Canon de la misa hasta la consagración
Canon de la misa después de la
consagración.
Padre Nuestro y comunión.
Después de la comunión.
II. PARTICULARIDADES DE LA MISA DE
REQUIEM
Misa de Requiem
III. MODO DE SERVIR
(AYUDAR) LA MISA REZADA
Ayudar en
la Misa
notas generales
Para descargar el documento completo da clic aquí
Nota: Este
texto ha sido editado para su distribución electrónica y en
papel por la Asociación Una Voce Sevilla, con permiso expreso
del autor. Se prohíbe la modificación en cualquiera de sus
partes de este documento, así como su reproducción sin la
autorización de la mencionada asociación, que tiene su sede en
la ciudad de Sevilla (España). Sólo se permiten citas del
presente trabajo, citando fuente y procedencia.
Empero, hemos recibido plena autorización
de Una Voce Sevilla para reproducir este texto en nuestro
sitio y divulgarlo entre todos los sacerdotes interesados, quienes podrán
imprimirlo libremente para su estudio.
¡Que puedan aprovecharlo lo mejor posible!
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