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Conceptos frecuentes en Filosofía |
La Gran Enciclopedia Rialp (GER) es una enciclopedia de carácter
general y universal y ha definido diversos conceptos filosóficos en
el diversos Tomos:
Absoluto Tomo 1, pp 66-67 Accidente Tomo 1, pp. 96-100 Acción, filosofía de
la... Tomo 1, pp.115 Actualismo Tomo 1, pp.
183-185 Afectividad Tomo 1, pp. 268-272 Agnosticismo
Tomo 1, pp. 352-356 Alma Amor
Tomo 2, páginas 107 a 110. Antinomia Tomo 2,
páginas 379 a 381 Antropología Tomo 2, páginas 430
a 432. Aprehensión ArgumentaciónTomo II, páginas 741-743
Armonía Tomo 3, páginas 13-historia de la filosofía. Asiática, filosofía Tomo III, páginas 187 y s. Asociacionismo Tomo III, páginas 233 y s. Asociación de Ideas Tomo 3, páginas 219 y
s. Atomismo Tomo 3, páginas 333 a 337. Autenticidad Tomo 3, páginas 437 y 438. Axioma
Tomo 3, páginas 530 a 532. Alemania, la
filosofia en... Tomo 1, pp. 590-594 Abstracción Tomo
1, pp. 70-75 Acción Tomo 1, pp. 100-104
Acto Tomo 1, páginas 163 a 166. Admiración Tomo 1, pp. 229-230 Aforismo Tomo
1, pp. 281 Agustín, pensamiento filosófico de San...
Tomo 1, pp. 407-411 Aristotélicos Tomo 2, páginas
774- 778 Arquetipo Tomo 3, páginas 32 y s Asociación de Ideas Tomo 3, páginas 219 y s.
Ateísmo Tomo III, páginas 293 a 295. Audacia Tomo 3, páginas 348 y 349. Autoridad
Tomo 3, páginas 469 a 471. Azar Tomo 3,
páginas 540 a 543. Alienación Tomo 1, pp. 701-702 Ambición Tomo 1, pp. 790-791 Angustia Tomo
2, pp. 278-280. Antítesis Tomo 2, página 400 Antropomorfismo Tomo 2, páginas 438 y 439 Apriorismo
Tomo 2, páginas 535 a 537 Belleza Tomo 4,
páginas 6 a 12 Carácter Tomo 5, páginas
49-51. Categorías Certeza Tomo 5, páginas 539
a 541 Civilización y Cultura Tomo 5, páginas
714 a 720. Caos Tomo 5, páginas 10 y
s. Caracterología Tomo 5, páginas 51-53. Causa Tomo 5, páginas 405 a 409
Curso de Filosofía elemental |
Este curso es un instrumento muy útil para
contrastar el valor de nuestras ideas sobre los temas más trascendentes
de la vida humana. |
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Curso de Filosofía elemental |
Prólogo Antonio Orozco-Declós
Este Curso de Filosofía elemental, del profesor Santiago
Fernández-Burillo, del Instituto S. Gili Gaya de Lérida, consta de
15 capítulos - en los que se van desarrollando los
conceptos que todos barajamos - porque todos tenemos, consciente o
inconscientemente, una filosofía- en torno al mundo, al hombre y
a Dios. Es sencillo, claro, al alcance de todos. Constituye
un instrumento muy útil para contrastar el valor de nuestras
ideas sobre los temas más trascendentes de la vida humana.
No cabe al hombre no pensar y es preciso pensar
bien. Hay muchas maneras de enfocar las cuestiones trascendentales. Caben
muy distintas opiniones y también muchas certezas asequibles a todo
el que piensa con rigor, con interés por la verdad.
Es una satisfacción presentar este Curso que introduce en el
más importante saber del hombre, a la altura del siglo
XXI.
Te invitamos a leer completo este interesante texto. Para consultarlo
sólo da un click aquí
Capítulo uno
Pensamiento
clásico y corrientes actuales I. La inspiración filosófica II.
El materialismo común III. El "culturalismo", o relativismo postmoderno
Capítulo dos Naturaleza y cultura I. Lo natural y lo artificial. II. Vida humana y cultura
Capítulo tres Ciencia y Filosofía I. Los grados del saber II. Esbozo histórico de la
filosofía III. Prioridad de la teoría IV. Apéndice
Capítulo cuatro La
lógica del discurso humano I. Que es la lógica II. Lógica del concepto III. Lógica del juicio o proposición IV. Lógica del raciocinio o silogismo V. Verdad y certeza.
Capítulo
cinco El Conocimiento I. El valor utilitario del saber II. El realismo filosófico y la cuestión crítica III. Elementos
de teoría del conocimiento
Capítulo seis Mundo, Espacio y Tiempo I. La imagen moderna del mundo II. El idealismo filosófico III. El vitalismo filosófico
Capítulo siete Filosofía Natural (2) I.
El mundo, maravilla y obstáculo II. De los “cosmólogos”
al platonismo III. La filosofía natural de Aristóteles
Capítulo ocho Los entes y el Ser. Metafísica y Teología natural (1)
I. La apertura humana a la trascendencia II. Metafísica
y Teología Los entes y el Ser. Metafísica y
Teología natural (2) III. La existencia de Dios IV.
La naturaleza divina Filosofía de la religión Los entes y
el Ser. Metafísica y Teología natural (3) Capítulo nueve Filosofía del hombre (1)
Capítulo diez Filosofía del hombre (2)
Capítulo
once El ser personal
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¿Qué es filosofía? |
Breve descripción de la Filosofía. Acerca de los grandes temas: el mundo, el hombre y Dios |
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¿Qué es filosofía? |
La Filosofía, propiamente, empezó ahora hace unos veinticinco siglos en
Grecia, en la antigua Atenas. Sucedía algo parecido a lo
nuestro, de hoy: ilusión por la libertad (estaba cerca de
la época de Pericles), por la belleza (pronto aparecerá Fidias),
por el saber, que se atribuían los que a sí
mismos se llamaban sophés, es decir, sabios.
Estos sophés se han
quedado con el nombre de sofistas, que ha venido a
significar algo así como pseudo sabios. Los primeros sofistas, ciertamente,
eran hábiles en el manejo de la palabra. Podemos decir
que ellos fueron los descubridores de la Retórica, es decir,
del arte de persuadir con la palabra. Los sofistas se
jactaban de ser capaces de persuadir a cualquiera de cualquier
cosa.
Como se puede comprender, si a la gente le demuestran
hoy que lo que ve son nabos y mañana que
coles, se genera una desconfianza fundada hacia la verdad. Todo
depende del punto de vista. Todo es relativo y el
hombre es la medida de todas las cosas, en el
sentido de que son como el hombre quiere. De hecho
los sofistas sembraron una gran desconfianza en la capacidad humana
de conocer la verdad. Los dioses se estremecían en el
Olimpo ante la amenaza de su extinción y la moral
andaba por los suelos.
Los sofistas decían que no existe el
ser; que si existiera sería incomprensible y si fuera comprensible
sería incomunicable.
En esto aparece en la agorá de Atenas un
hombre de nariz respingona y aspecto poco agraciado, retando a
los sofistas. Se llamaba Sócrates y no decía de sí
mismo que era sophés, sino philósopho, es decir, deseoso o
amante de la sabiduría. No se consideraba en posesión de
la sabiduría, sino buscador, aficionado, como quien está lejos de
lo que busca.
Filía significa amor, inclinación, deseo, afición a alguien
o a algo. Filodoxia, deseo o búsqueda de la opinión (también
gloria o fama).
Platón, gran discípulo de Sócrates, dirá que los
filósofos desean y buscan el saber, como captación de la
verdad. En cambio, los filodoxos sólo buscaban opiniones, apariencias. Kant
se lamenta de que muchos transforman la filosofía en filodoxia,
como si no pudiéramos alcanzar más que meras opiniones sobre
la realidad, y no verdaderas certezas.
Sócrates, Platón, Aristóteles, Pitágoras, eran
enamorados de la verdad. En el siglo XX, Etienne Gilson
dice que la primera pregunta que se debiera hacer a
un estudiante de Filosofía es esta: "tú, ¿realmente estás enamorado
(de la verdad)?
Ahora bien, esta verdad o sabiduría que anhela
el filósofo, ¿es mera curiosidad? Evidentemente no. Por supuesto que
hay una gran dosis de curiosidad, de asombro, de admiración
ante la existencia del cosmos. Pero si buscamos el arjé
-el principio de todas las cosas- no sólo es para
admirarlo sino para descubrir el sentido de la vida. Es
decir, se trata de un saber qué sentido tiene la
existencia para poder vivir de modo adecuado a lo que
somos.
O sea, que hace 25 siglos estaban más o menos
como hoy: con un gran número de relativistas y escépticos,
y unos cuantos que se esforzaban en conocer y difundir
la verdad de las cosas: del mundo, del hombre y
de Dios.
Estos son los grandes temas constantes a lo largo
de la Historia: el mundo, el hombre y Dios. ¿Qué
hay de verdad sobre estas cuestiones? ¿qué podemos conocer del
mundo, del hombre y de Dios? ¿cómo hemos de habérnoslas
con el mundo, con el hombre (nosotros mismos) y con
Dios?
¿Qué hay de la verdad, qué hay de la bondad,
que hay de la belleza? ¿En qué consiste la verdadera
sabiduría? ¿Y la ética? ¿cómo debe ser mi conducta para
ser "autenta", para vivir con autenticidad humana...?
Filosofía y cristianismo
Aquellos
filósofos antiguos se dieron cuenta de que los humanos somos
seres complejos, que no vivimos siempre como tales, sino que,
en muchas ocasiones, actuamos por debajo de nuestras posibilidades y
de nuestra dignidad excelsa. Advertían que no basta vivir, sino
que hay que vivir bien, no dándonos a la buena
vida, sino eligiendo una vida buena, recta, correcta, de acuerdo
con las normas éticas que la razón descubre cuando discurre
bien. Confiaban en la capacidad de la razón para conocer
la naturaleza de las cosas y remontarse al principio de
todas (arjé); y vislumbraban la libertad personal, con su correspondiente
responsabilidad.
Frente a ellos estaban los escépticos, los sofistas, los fatalistas
(materialistas), etc. Como hoy: los escépticos abundan, los sofistas son legión
y el materialismo campea a sus anchas. A pesar de
los 20 siglos de cristianismo.
La Historia no es lineal, no
avanza con regularidad, no progresa automáticamente. Se puede ir de
bien en mal, de mal en peor, y de mal
en mejor, incluso de bueno a lo óptimo.
Los griegos alcanzaron
un conocimiento natural del mundo, del hombre y de Dios,
muy elevado. El cristianismo encontró así un terreno bien abonado.
En el siglo II surgen filósofos cristianos que argumentan ante
los otros filósofos con sus mismas armas, es decir, con
la razón, en cierto modo sola, porque al hablar con
los demás no introducían argumentos sobrenaturales, sino razonamientos que todos
podían entender, porque eran lógicos. La filosofía fue un buen
instrumento para la transmisión de las ideas y los valores
cristianos a quienes estaban dispuestos a utilizar la razón de
acuerdo con sus propias leyes.
Algo parecido hemos de hacer hoy,
que vivimos en una época escéptica, agnóstica y relativista que
requiere, como insiste el Papa Juan Pablo II, una nueva
evangelización.
Para ello se requiere utilizar, como los primeros evangelizadores, todos
los medios sobrenaturales (oración, expiación), pero también todos los medios
humanos (trabajo). Es necesario afinar bien ese instrumento formidable que
es la razón para reconducir a nuestros contemporáneos al principio.
Al principio absoluto de todas las cosas (Dios), a los
principios que rigen el pensamiento correcto y a los principios
éticos, que regulan el crecimiento de la persona como tal,
libre y responsable hacia la plenitud humana y sobrenatural.
La Filosofía
no es todo, desde luego. Tenemos la fe y la
teología. Pero es menester hablar el mismo lenguaje que todos
los hombres y la Filosofía proporciona términos y conceptos que
todos lo que quieran pueden entender, porque surgen del uso
natural de la razón. No quiere decirse que todo el
mundo lo vaya a entender a la primera, pero como
no se trata de otra cosa que de razonar, es
seguro que muchos, que desean razonar bien, podrán captar nuestro
mensaje.
Además, la buena filosofía presta una inestimable ayuda a la
fe y a la teología. Porque la fe no es
un acto irracional, sino razonable; y la teología no es
otra cosa que la aplicación de las leyes lógicas de
la razón a los conocimientos que nos presta la revelación
divina (Sagrada Escritura, Tradición y Magisterio).
Cuanto mejor podamos razonar filosóficamente,
mejor podremos razonar teológicamente. El progreso en filosofía redundará en
progreso de la teología. Conoceremos mejor a Dios y, en
consecuencia, tendremos la posibilidad de amarle más.
Retengamos, pues, lo siguiente:
1.
A la Filosofía interesa la verdad, sobre todo la verdad
vital, la que afecta a la totalidad del vivir humano. 2.
La Filosofía parte de la experiencia y utiliza la razón
para avanzar en el conocimiento de la verdad. 3. La Filosofía
es búsqueda de la verdad. Por consiguiente no se opone
a ninguna verdad, ya sea la descubierta por las ciencias
particulares, ya sea la descubierta por la teología. Dios es
el autor de todos los órdenes del conocimiento y del
resto de la realidad; y no puede contradecirse.
Equívocos sobre
la Filosofía
Desde hace demasiado tiempo se enseña o se habla
de filosofía como de una especialidad curiosa, de escaso interés
y ninguna utilidad; a lo más, como un apéndice cultural
o erudito de otros estudios.
En muchas universidades la filosofía
se atiende en una especie de suburbio de la Facultad
de Letras. Y en las bibliotecas públicas y librerías los
libros de filosofía suelen disponerse junto a los que tratan
de ciencias ocultas, mitos y cosas por el estilo.
Una actividad
intelectual que tiene 25 siglos de existencia, ¿no merece una
atención mayor por parte de los intelectuales?
¿Por qué nació? ¿por
qué no ha cesado desde entonces?
La Filosofía, ciertamente, es una
de las más constantes actividades intelectuales de la Historia. No
son muchos los que se han dedicado a ella, pero
nunca han faltado algunos. La Filosofía ha pasado por muchas
crisis en estos 25 siglos y siempre que se ha
anunciado su muerte inminente parece haber recobrado una vitalidad nueva.
¿Por qué esto es así? Quizá lo vayamos comprendiendo a
medida que avancen nuestros estudios.
También tendremos que ocuparnos de los
puntos de partida de la Filosofía: cómo arranca, cómo se
pone en marcha y cómo discurre. Habremos de anunciar sus
grandes cuestiones y acercarnos a ellas sin miedo, de la
manera más sencilla y rigurosa posible, sin necesidad de abundante
erudición.
Alguna cultura previa se requiere para entender y hacer filosofía,
pero si se trata en verdad de esto que se
ha llamado "filosofía" durante más de veinticinco siglos, no tiene
por qué presentarse o pensarse de una manera difícil, críptica
o esotérica. No es tan difícil hacerse cargo de las
características del pensamiento filosófico, de su valor, relevancia, errores y
conquistas históricas.
Nos gustaría introducir a una Filosofía que no fuera
estrictamente hablando una "especialidad", sino sencillamente el saber racional que
necesita toda persona humana para saber quién es él, cuál
es su dignidad y cómo ha de comportarse para vivir
conforme a ella.
Preciso es reconocer que bastantes filósofos han contribuido,
al descrédito de la Filosofía. Se han encerrado muchas veces,
no por fuerza de la razón sino de la voluntad,
en laberintos inextricables construidos por ellos mismos, en una especie
de suicidio intelectual poco inteligente, ofreciendo a la opinión pública
un aspecto bastante penoso.
La Filosofía es un quehacer muy distinto
de lo que muchos suponen. No es asunto de gente
estrambótica y distraída hasta dar habitualmente con sus huesos en
un pozo, o con sus gafas contras las farolas. La
asociación "filósofo-tipo-raro" es corriente, y es justo reconocer que responde
a la realidad de bastantes ejemplares de esta especie humana.
También Cicerón bromeaba o se lamentaba, no lo sé bien,
diciendo que no hay absurdo corriente, por enorme que sea,
que no proceda de algún filósofo. Pero es injusto pensar
que todos sean así o que el ser así sea
consecuencia del filosofar.
En nuestra opinión es necesario recuperar la Filosofía
como una disciplina intelectual que en cierta medida debiera cultivar
toda persona de cultura media, porque, en fin de cuentas,
el conocimiento filosófico -como hemos de ver enseguida- es lo
que presta consistencia, fundamento, armazón, solidez a todo discurso o
argumento acerca de la verdad de las cosas, incluso a
todo el obrar del hombre.
Cuestiones vitales
En rigor, todos vivimos
de cierta filosofía, acertada o no, explícita o implícita, aunque
no sepamos definirla y exponerla de un modo sistemático y
claro. La Filosofía se ocupa, precisamente (como veremos más adelante),
de las cuestiones más vitales para el hombre, que no
son abordables desde ninguna ciencia experimental. En síntesis, cabe decir
que incumbe a la Filosofía ocuparse del sentido del cosmos
y del sentido de la vida humana en el cosmos.
Con otras palabras, se trata de hallar la razón de
ser de nuestro ser, de aquello que explica nuestra existencia
en cuanto a su origen y su fin (que no
es otro que Dios. Dios permanece oculto a todo método
de investigación experimental. La única manera racional de descubrirlo es
con el ejercicio de la razón sobre la experiencia en
el mundo).
A nosotros nos interesa la Filosofía justamente para descubrir
de una manera intelectual y lógica, la respuesta racional a
las grandes preguntas sobre el mundo, el hombre y Dios.
Razón
y fe
Una de las maneras de acceder a la verdad
sobre esos grandes temas, es la fe teologal. Pero la
razón humana tiene también capacidad para conocer el orden natural
creado y alcanzar incluso un conocimiento racional y verdadero de
Dios como primer principio y último fin de cuanto existe.
Sin embargo, a partir de la obra de la creación
no se puede saber más de Dios que lo que
puede conocerse de Velázquez en el Museo del Prado: se
puede conocer la existencia de Velázquez y algo de su
personalidad artística. Pero nada puede saberse de las demás facetas
de su personalidad, de su conciencia, de sus gustos literarios,
de su familia, de las relaciones con las gentes de
su entorno, etcétera. Para esto tendríamos que tener otras fuentes
de conocimiento además de sus lienzos. Para un conocimiento verdaderamente
personal de Velázquez, habríamos de encontrarnos con él cara a
cara y preguntarle y escuchar.
Para conocer a fondo a una
persona es preciso que ella nos abra libremente su alma,
su mente, su corazón y nos revele lo que ahí
acontece. Lo mismo pasa con Dios. La razón puede descubrir
que existe, a partir de la creación. Pero ¿qué es
y cómo es Dios en su vida íntima? Esto sólo
podemos conocerlo si Dios nos abre libremente su intimidad y
nos revela lo que hay en Él. Y esto sólo
puede suceder por voluntad suya (si quiere, con absoluta libertad)
y de un modo sobrenatural.
Esto es lo que ha
hecho Dios a lo largo de la Historia Sagrada, por
medio de los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento y,
finalmente por medio de Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre.
Pero
hay cosas sobre Dios que podemos conocerlas sin necesidad de
la divina revelación: que Dios es nuestro primer principio y
nuestro último fin, el gran por qué de nuestra existencia,
el fundamento y el sentido de nuestro vivir.
De otra parte,
la fe nos confirma muchas verdades de orden natural y
nos aporta muchas otras de orden sobrenatural (el misterio de
la Trinidad, de la Encarnación, de la Redención, etc.). Sabemos
mucho más de Dios por revelación sobrenatural que por sabiduría
racional.
Sin embargo, no podemos pensar: me basta con la fe
para conocer a Dios, a mí mismo y el sentido
de mi vida. La fe teologal es importantísima, sin ella
es imposible agradar a Dios (cfr. Carta a los Hebreos).
Pero no es suficiente, menos aún en los tiempos que
corren, porque la fe sola, sin el apoyo de la
razón, tiene un enemigo muy peligroso: la ignorancia.
Armonía entre
fe y razón
Con mucha ignorancia sobre la fe o sobre
la ciencia, se pretende oponer la ciencia a la religión
y en general la razón a la fe. Se presenta
la fe como mera credulidad, como un modo infantil de
afrontar la realidad de nuestra existencia. Y es preciso salir
al paso de este error. Dios no se puede contradecir:
si nos manda creer no es contra la razón. Ni
la fe se opone a la razón ni la razón
a la fe. El mismo Dios es quien nos da
la fe y la razón. No puede contradecirse. Si nos
da la luz de la razón es para que la
utilicemos del mejor modo posible para prestar el necesario punto
de apoyo racional al acto de fe sobrenatural.
Es fundamental confiar
en la capacidad de la propia razón para conocer verdades.
Si yo no confiase en la capacidad de mi razón
para conocer la verdad, tampoco podría confiar en otro, porque
si confío en ti, es porque yo confío en que
el conocimiento que tengo de ti es verdadero. Por eso,
averiguar los fundamentos de mi conocimientos, redunda en una mejor
confianza conmigo y contigo. Hay una disciplina filosófica que trata
estas cuestiones: la filosofía del conocimiento.
La Filosofía, instrumento de
comunicación
Todo esto se desarrolla a lo largo de los cursos
filosóficos. Pero vale la pena advertir desde ahora que la
filosofía, como saber racional que es, constituye un instrumento inestimable
para comunicarnos verdades de modo rigurosamente racional con cualquier persona
que admita alguna verdad y confíe en alguna certeza. Con
el escéptico absoluto nada se puede hacer si no rezar.
Pues
bien, en estos tiempos es muy necesario este instrumento de
trabajo, de apostolado y hasta de vida espiritual que es
la filosofía.
Por otra parte, la fe, en la medida de
lo posible, debe ser doctrinal, es decir, bien fundada en
sus principios sobrenaturales (los artículos de la fe) y en
sus principios racionales (los del conocimiento intelectual).
La Filosofía que aquí
queremos aprender es precisamente una filosofía que se haga cargo
de las verdades de sentido común, de las evidencias inmediatas
de la experiencia y de la razón y que a
partir de aquí desarrolle el pensamiento de una manera lógica
y natural.
La Filosofía puede ser como un idioma común con
el que, aún contando con la diversidad de opiniones entre
los mismos filósofos, cabe el diálogo, la conversación comunicadora de
conocimientos. Toda ciencia es un vehículo de comunicación de verdades,
una base sobre la que se puede hablar y entenderse.
Pues bien, la Filosofía puede ser la base sobre la
que conversar acerca de los grandes temas: el mundo, el
hombre, Dios.
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Utilidad de la Filosofía |
Sólo el pensamiento filosófico puede responder a la pregunta por el sentido de la vida. |
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Utilidad de la Filosofía |
¿Para qué sirve la Filosofía?
La FILOSOFIA (amor a la sabiduría)
responde al deseo de saber. El de saber es un
deseo que brota naturalmente del ser humano. Aristóteles decía que
el alma es deseo (orexis). No es sólo eso, desde
luego. Ni todo en la vida consiste en saber. La
vida es también praxis, acción. Y, como el ser humano
es tanto deseo de saber como deseo de praxis, un
saber que no sirva para nada no interesa nada. A
algunos filósofos les gusta repetir que la Filosofía no sirve
para nada, pero esto es falso, a no ser que
se trate de una falsa filosofía. Todo saber sirve para
mucho. Quizá no de una manera inmediata, y desde luego,
no para construir puentes, levantar edificios o descubrir nuevas fuentes
de energía.
La filosofía no pretende enseñar a hacer zapatos, pero
es capaz de descubir el más profundo por qué es
conveniente fabricar buenos zapatos. Sin filosofía no conoceríamos el "sentido"
último de la fabricación de zapatos, ni de nada. Porque
no es algo que se pueda "ver" u "oir" en
modo alguno.
¿Para qué sirven la Historia, el Latín, el Griego,
la Filosofía, la Lengua, la Literatura? Son carreras muy bonitas,
pero —algunos piensan— no sirven para nada útil. No sirven
para construir rascacielos ni para curar un cáncer, ni para
aumentar la producción de langostas. La cuestión es: ¿para qué necesitamos
un objeto que no sea útil? Bien. ¿Qué hay, por
ejemplo, en nuestra sala de estar? Objetos que sirven para
algo: sillas para sentarse, mesa, ceniceros, radiadores, etcétera. Pero también
encontramos cuadros, esculturas, fotografías de parientes y amigos. ¿Para qué
sirven todas estas cosas? ¿Qué se puede hacer con ellas?
Aparentemente nada. ¿Para qué sirven? Para decorar. Aquí nos encontramos
con un valor que no es inmediatamente útil, el decoro.
(Alejandro Llano).
El ser humano es un ser teórico-práctico: no se
puede amputar. Para que su acción le satisfaga ha de
ser fruto de una buena teoría. No hay nada más
práctico que una buena teoría, es decir, una buena ciencia
de porqués últimos. Ganar dinero es un porqué inmediato. Pero
no es un porqué último. Por eso no podemos evitar
la pregunta: ¿Por qué ganar dinero?
En definitiva, ¿por qué vivir?,
¿porqué trabajar, por qué descansar, por qué?
¿Qué es lo
que pretendo? ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿De dónde viene mi
vida? ¿A dónde va mi vida? ¿A dónde puede ir? ¿A dónde
debe ir, para ir bien? ¿Tiene una finalidad?
¿Qué hace un ente
cómo yo en un sitio cómo éste?
Si no sé contestar
satisfactoriamente a estas preguntas, aunque sepa mucha matemática, biología, medicina,
paleontología, economía, etc., no me conozco, es decir, soy un
desconocido para mí mismo; y no sé siquiera para qué
hago todo lo que hago. Necesito saber no sólo simplemente
para saber, sino saber para qué sirve el saber. ¿Qué
hago, qué voy a hacer conmigo mismo, con lo que
sé y lo que puedo hacer?
Sólo el pensamiento filosófico puede
responder a la pregunta por el sentido del vivir.
Cuando del
hombre sólo se considera la fisonomía, la bioquímica, la anatomía,
la fisiología, puede parecer que no es más que un
mono evolucionado. Sólo se ha visto una faceta del ser
humano y no se ha considerado la que más importa:
la intelectual y libre, en una palabra, la dimensión espiritual.
Es famoso un científico que después de hacer la disección
de un cadáver, declaró que el alma no existía, porque
él no la había visto. Es una manifestación de uno
de los errores más corrientes en el mundo de los
científicos: pensar que sólo es real lo que ellos perciben,
experimentan y comprueban. Pero el universo está lleno de cosas
que los científicos no pueden percibir en sus laboratorios o
bibliotecas.
Si ahora tomamos un cilindro de un metro de diámetro
y un metro de alto y lo proyectamos en dos
planos, uno horizontal y otro vertical, ¿qué resulta?
Si nos fijamos
sólo en la proyección, podemos llegar a la conclusión de
que el cilindro en realidad es un círculo, aunque también
un cuadrado. ¿Es posible que un círculo sea cuadrado? No
parece, pues ni siquiera la cuadratura del círculo ha sido
lograda hasta la fecha.
Si nos fijamos en secciones particulares del
ser humano podemos llegar a conclusiones de lo más pintorescas.
Las ciencias particulares son eso "particulares", contemplan sola una o
algunos segmentos del ser humano o de lo que se
trate. Nos pueden decir qué tiene el ser humano desde
su punto de vista (orejas, huesos, músculos, células, átomos, etc.)
Pero nunca podrán decirnos qué es el ser humano.
También se
ha dicho que en el conocimiento de las ciencias experimentales
(que -¡cuidado!- aquí no despreciamos, al contrario, lo estimamos en
todo lo que vale, ni más ni menos) sucede como
en el caso del análisis de elefante según se mire
sólo un fragmento de pata, de rabo, de oreja, etc.
Se llegaría a la conclusión de que el elefante es
una palmera, un pteridáctilo u otro ente que no tiene
nada que ver con el elefante.
Para saber lo qué son
las cosas y cuál es el sentido de su existencia
es preciso enfocarlas desde una perspectiva que pueda alcanzar su
propio ser y esencia. Lo cual podrá vislumbrarse si contemplamos
las cosas —y en particular al hombre— desde todos los
puntos de vista posibles.
Entonces, una vez considerados todos los
fenómenos (aspectos) a nuestro alcance, podremos aproximarnos al conocimiento de
su naturaleza, es decir, de su esencia. Así llegamos a
conocer al hombre con animal racional, es decir, como un
ser que tiene mucho en común con los animales, pero
que es infinitamente más que un animal irracional.
A esta conclusión
sólo puede llegar una inteligencia que no se limita a
ver, a palpar y a experimentar, sino que razona sobre
los datos de la experiencia (lo físico) y saca conclusiones
que la física no percibe, porque se refieren a realidades
meta-físicas; es decir, a realidades que son más íntimas a
las cosas que sus propiedades físicas y requieren, para ser
desveladas, la aplicación y ejercicio del intelecto. Esto es precisamente
lo que compete a la filosofía y más concretamente a
la antropología filosófica.
En filosofía hacemos mucho caso de los datos
que aportan las ciencias empíricas. Pero en todos ellos nos
preguntamos: ¿qué es esto?, ¿cuál es su causa primera? ¿cuál
es el sentido de su existencia?
Por eso cabe adelantar que
la Filosofía es lo más vital que existe. «Vivir no
es necesario, navegar sí», rezaba una inscripción en una nave
griega. Consideraban que hay algo más importante que vivir: navegar,
porque de la navegación dependía su riqueza y su poder.
También se dice: primum vivere, deinde philosophare. Sí, para filosofar
es necesario primero vivir y, por lo tanto, comer. Pero
para vivir conforme a la categoría y dignidad del ser
humano es necesario saber por qué vivir y cómo conviene
vivir dentro de las diversas opciones que se me presentan.
La
verdad del vivir, esto es, en síntesis, lo que ha
interesado e interesa al filósofo; y es, en definitiva, lo
que interesa a todo hombre que utilice con lógica el
entendimiento.
La verdad: ¿qué es la verdad?, ¿es posible conocer alguna
verdad?, ¿qué verdades es posible conocer? Son cuestiones netamente filosóficas.
Se comprende pues que la filosofía sea el quehacer intelectual
más importante para vivir conforme a la categoría y dignidad
del ser humano.
Filosofía y vida
Ciertamente hay filósofos que sólo
parecen ocuparse de problemas exclusivos de los filósofos y se
despreocupan de todo lo que preocupa al hombre corriente. Pero,
como dice Putnam, los problemas de los filósofos y los
problemas de los hombres y las mujeres están conectados, y
es parte de la tarea de una filosofía responsable hallar
la conexión.
Todos tenemos nuestra teoría de la vida y del
mundo, más o menos elaborada y definida, conforme a la
cual, las más de las veces, actuamos. Quizá hemos dedicado
muy poco tiempo a reflexionar y a construir nuestra propia
teoría de la vida, pero contamos siempre con alguna. Casi
todos los errores prácticos disponen de una filosofía (falsa, pero
filosofía) propia, con sus manuales, sus profesores y hasta su
tradición escolar.
Evidentemente, la manera que tiene la persona de tratarse
a sí misma, a los demás, a las cosas propias
y ajenas, así como los asuntos públicos, es muy distinta
si se piensa, por ejemplo, que el hombre es simplemente
un pez evolucionado que si se sabe que es un
ser personal creado por Dios a su imagen y semejanza.
La idea que cada uno se forja de "hombre" o
"persona" influye decisivamente en su estado de ánimo y comportamiento.
El hombre es un ser racional, un animal cuya actividad
más específica es razonar, hallar los porqués de las cosas
e inferir las consecuencias de unos principios adoptados, etcétera. Por
eso sólo lo razonable da paz al espíritu.
El hombre siente
la necesidad de respaldar con razones sus emociones, deseos, impulsos
y acciones; y si no las encuentra y quiere seguir
en la misma dirección de sus sentimientos, tiende a construir
alguna teoría "vero-simil", que le tranquilice o acaso narcotice. Puede
encerrarse en su subjetividad y negarse a reconocer la verdad
de las cosas. Puede abandonar la verdad de las cosas
para refugiarse en certezas meramente subjetivas, con el riesgo de
caer en la soledad de aquel poeta que escribió estos
versos: En mi soledad he visto cosas muy claras que no son verdad.
Con "su verdad" subjetiva, el hombre se exculpa y se
aquieta, al considerar que la conclusión es de una "lógica
aplastante". En todo caso se ha optado por una idea
—más o menos clara, más o menos verdadera— de hombre,
de mundo y de Dios.
En resumidas cuentas, Filosofía significa enterarse
del sentido de la vida humana. Y hay que captarlo
también filosóficamente, razonadamente.
El hombre sin metafísica, sin respuesta a la
pregunta de las preguntas, al porqué de todos los porqués,
es un ser radicalmente inseguro y agobiado. Puede incrementar sin
término su saber operativo (práctico), construir y manejar cosas, aparatos,
instrumentos,... pero ¿para qué?.
Aunque llegase a dominar al universo:
"¿para qué?". Acabaríamos preguntando, con el escepticismo de Lenin: "La
libertad, ¿para qué?"; o con el de Pilato: "la verdad,
¿qué es la verdad?"; o con el tremendo pesimismo del
ateísmo de un Jean Paul Sartre: "el hombre es una
pasión inútil, el niño es un ser vomitado al mundo,
la libertad es una condena"
La seguridad íntima, la paz interior
que ya era objeto de preocupación por parte de los
antiguos filósofos griegos, no se obtiene más que por el
conocimiento metafísico de la realidad, que no es de carácter
técnico. La técnica mantiene una elocuente amenaza a la supervivencia
de la Humanidad, lo cual es una manifestación clarísima de
su radical insuficiencia para resolver las cuestiones fundamentales de la
existencia humana. Queremos saber no sólo cómo son las cosas y
cómo se comportan, y cómo puedo aprovecharme de ellas de
un modo inmediato, sino qué sentido tienen para mí; qué
puedo esperar de ellas en último término.
Lamentablemente, la sabiduría —como
dice Carlos Cardona— ha sido sustituida por la técnica. La
filosofía —en el sentido clásico del término— ha sido declarada
inútil. Sin embargo, San Agustín afirmaba que la razón del
filosofar está precisamente en la felicidad (nulla est homini causa
philosophandi, nisi ut beatus sit). El hombre, nos atrevemos a
decir, para ser feliz necesita filosofar. Porque ¿cómo se puede
ser feliz sin saber de dónde vengo, a dónde voy,
dónde me encuentro, qué sentido tiene mi vida, que va
a ser de mí, qué caminos me pueden conducir a
alguna parte?
Contemplar el mundo intentando captarlo en su totalidad, eso
—dice Schumacher— es filosofar. Esto es indispensable para orientarme en
el mundo. Pieper dice que la característica principal de toda
pregunta filosófica es la de implicar una pregunta por el
todo. "Todas las preguntas filosóficas ponen inevitablemente en cuestión el
todo de la existencia. Y quien la quiera dsscutir habrá
de declarar y poner sobre el tapete sus convicciones más
íntimas y sus tomas de postura últimas".
Esto es inevitable también
porque las objeciones que agresivamente se oponen hoy a la
utilidad de la Filosofía implican una concepción global del mundo,
del conjunto de la realidad y de la existencia.
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El núcleo común a todas las filosofías |
La legítima diversidad de enfoques y perspectivas, hacen que se hable no sólo de Filosofía sino de "filosofías", en plural. |
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El núcleo común a todas las filosofías |
Un motivo del descrédito que padece la filosofía es el
hecho de haber muchos sistemas filosóficos contradictorios entre sí. Parece
que no hay quien pueda aclararse acerca de la verdadera
filosofía. Más aún, ni se sabe qué pueda ser eso
de «filosofía». Unos la definen de una manera, otros de
otra. Por poner un ejemplo, Nietzsche y Tomás de Aquino,
no tienen nada que ver. (¿O sí?)
Es comprensible tal confusión,
pero no irremediable. Si nos atenemos a los grandes filósofos
de la Historia, por divergentes que sean, coinciden en algo
muy significativo. El profesor Millán Puelles dice: al describir lo
que entienden por filosofía todos coinciden en rechazar la de
los demás. Esto podría desalentar a un alumno poco avisado,
pero lejos de ser motivo de desaliento constituye un dato
elocuente, sobre todo si se tiene en cuenta que los
motivos de la discrepancia entre las escuelas, también coinciden.
Todos convienen
en acusar a los otros de insuficiencia en la definición
de filosofía; dicen de la otra que es reductiva, que
no abarca la universalidad del horizonte que debiera tener; o
también que no alcanza la suficiente radicalidad (cuando hablamos de
radicalidad aquí, no estamos hablando en el sentido político, sino
etimológico de la palabra: radical viene de radix, raíz; radical
en filosofía no es el fanático o extremista, es el
que llega a la raíz de los asuntos). Por eso
-concluye Millán- todos coinciden en que:
El saber filosófico debe estar
abierto al más amplio horizonte;
Al explicar las cosas, la Filosofía
ha de hacerlo con la mayor radicalidad posible (al revés
de lo que hacen las ciencias particulares), es decir, ha
de alcanzar las raíces últimas -los porqués últimos- de la
realidad contemplada.
Hay, pues, un telón de fondo siempre presente
en la idea común de Filosofía:
No cabe reducirla a ningún
saber particular
Ni a la suma de todos los saberes particulares.
El saber filosófico se sitúa en otro nivel de profundidad
y de altura.
La filosofía ha de explicar la totalidad, el
conjunto de todos los seres desde sus más hondos o
fundamentales principios. Contemplar el mundo intentando captarlo en su totalidad,
eso es filosofar, indispensable para orientarme en el mundo. Pieper
dice que la característica principal de toda pregunta filosófica es
la de implicar una pregunta por el todo. "Todas las
preguntas filosóficas ponen inevitablemente en cuestión el todo de la
existencia. Y quien la quiera discutir habrá de declarar y
poner sobre el tapete sus convicciones más íntimas y sus
tomas de postura últimas".
Esto es inesquivable, también porque las objeciones
que agresivamente se oponen hoy a la utilidad de la
Filosofía implican una concepción global del mundo, del conjunto de
la realidad y de la existencia.
No hemos llegado así a
una definición real de Filosofía, pero sí a una definición
por su meta ideal: un saber omniabarcante, que dé razón
de todo cuanto es y acontece. ¡Casi nada!
Posibilidad de un
conocimiento global
Ahora bien, ¿cómo es posible que un entendimiento humano
conozca toda la realidad? Parece imposible. Pero advirtamos que no
se trata de conocer todas y cada una de las
cosas en todos sus detalles particulares. Esto sería imposible. Sólo
Dios conoce así toda la realidad en un único acto
de conocimiento. Nosotros podemos conocer todas las cosas en sus
determinaciones más generales, en sus principios más universales, en sus
causas últimas. Aristóteles y Tomás de Aquino dicen que la
Filosofía es anthropiké doxia, humana sabiduría; humana, pero sabiduría. ¿Y
qué hace la "sabiduría"? Abrazar todo conocimiento a la luz
de los principios más fundamentales de la razón, de los
porqués últimos (o primeros, según se mire) de la totalidad
de lo que es.
La filosofía, en efecto, estudia las causas
primeras y los fines últimos de las cosas, y, más
radicalmente, la Causa primera y Fin último del universo, que
en la realidad coinciden en Dios. La Filosofía alcanza el
ser mismo de Dios, justamente como el Ser al que
remiten todos los entes, en tanto en cuanto se muestran
como efectos suyos, como entes que de Él proceden y
a Él se encaminan.
Llegar a la Causa Suprema y volver
a mirar desde ella todas las demás cosas es la
tarea del sabio, objeto de la sabiduría. Verlo todo a
la luz del Principio primero y del Fin final, saliendo
de Dios y a Dios volviendo: esto es sabiduría: contemplación,
pero con consecuencias enormemente prácticas: porque cuando se ve el
principio y el fin del camino ya se ha visto
el sentido del caminar y entonces el caminar se hace
seguro y gustoso.
El conocimiento de los primeros principios de la
razón permite un conocimiento ordenado de la variopinta realidad; un
conocimiento unitario y, por eso mismo, sosegante.
Las demás ciencias, en
cambio, miran la realidad y la parcelan o dividen entre
ellas. Cada una mira un aspecto de la realidad física,
química, biológica, etcétera. Y hay que salir de cada una
de ellas para tener un visión universal, de conjunto, omniabarcante.
La filosofía es la ciencia que está sobre todas las
demás, porque le incumbe estudiar todas esas realidades en relación
al primer principio y último fin.
Hay pues un concepto generalmente
compartido por los filósofos: el de universalidad. El filósofo es
siempre alguien que se pregunta no por tal o cual
sector de la realidad, sino por el todo de la
realidad. Los planteamientos y las respuestas han sido y siguen
siendo con frecuencia divergentes e irreductibles entre sí, según los
distintos filósofos. Pero es posible que exista "la" Filosofía, que
cabe escribir con mayúscula: una filosofía verdadera capaz de ser
compartida por todos los que la deseen. Sin embargo, es
preciso reconocer que tanto la legítima diversidad de enfoques y
perspectivas, como la inevitable limitación de la humana inteligencia -cuando
no los errores de que somos capaces-, hacen que se
imponga hablar no sólo de Filosofía sino de "filosofías", en
plural.
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Filosofía y sentido común |
Los niveles del conocimiento humano son el sentido común, la Ciencia y la Filosofía. |
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Filosofía y sentido común |
NIVELES DEL CONOCIMIENTO HUMANO
Los niveles o modos de conocimiento
humano son, varios; al menos tres:
Sentido común
Ciencia
Filosofía (Fe)
Los tres están
al alcance de cualquier persona, puesto que son capacidades naturales
de la inteligencia humana. La fe, en sentido teológico, es
una capacidad sobrenatural que presupone un don sobrenatural, por eso
no la contamos ahora.
Son, pues, tres grados de conocimiento que
el hombre puede adquirir por medio de sus facultades: a
partir de la sensibilidad y de la inteligencia en continuidad
con la sensibilidad, en contacto con la realidad.
El conocimiento de
las cosas por sus causas últimas es el conocimiento más
alto al que podemos aspirar. "Ver" las cosas desde sus
principios constitutivos, y desde sus causas últimas, es en definitiva,
como verlas un poco desde Dios, desde su origen absoluto.
Esto
se consigue a nivel natural, en cierta medida y manera,
mediante la FILOSOFIA.
Por otra parte, Dios, amorosamente, nos ha hecho
partícipes de su sabiduría divina, externamente mediante la revelación consumada
en Jesucristo, e íntimamente mediante el don sobrenatural de la
fe. La fe, lejos de oponerse a la razón, aumenta su
capacidad de comprender. Si la razón es luz, la Fe
es una luz mucho más potente, que nos permite conocer
cosas que sólo a Dios compete conocer por naturaleza.
No hay
conflicto entre ninguno de nuestros niveles de conocimiento
El sentido común
nos enseña cómo las cosas aparecen. Y esto es un
conocimiento importante, aunque no haya de tenerse por definitivo y
completo (el fuego quema, el agua moja).
La ciencia indaga y
manifiesta las causas inmediatas de las cosas que caen bajo
nuestro radio de observación y experimentación. Es un conocimiento más
profundo (el agua está compuesta de dos moléculas de hidrógeno
y una de oxígeno).
La filosofía nos conduce al conocimiento de
las últimas causas de los entes, en cada uno de
los grados que sean irreductibles entre sí de participación del
ser (el agua y el fuego son entes finitos, compuestos
de esencia y acto de ser, de acto y potencia,
de sustancia y accidentes).
La teología aplica el dinamismo de la
razón al estudio de las verdades que Dios nos ha
revelado, para comprenderlas cada vez más y mejor, en armonía
con todos los demás conocimientos ciertos que tenemos a nuestra
disposición.
Son distintos niveles de desarrollo del conocimiento (sobre el agua
y el fuego, la vida, la inteligencia, el alma y
Dios).
Filosofía es un tercer saber, por encima del saber vulgar
y del saber científico, aunque inferior a la teología. Tiene
puntos de contacto con todos los demás, pero sin coincidir
con ninguno de ellos.
Sentido común, ciencia y filosofía nos dan
distintos niveles de la verdad de las cosas. Sin el sentido
común no tendríamos posibilidad de supervivencia; sin la ciencia no
cabría desarrollo técnico; sin filosofía no sabríamos nada sobre el
origen, el fin y el sentido de la vida.
Sentido
común y Filosofía
Normalmente llamamos sentído común al conocimiento ordinario que
todo el mundo posee por el ejercicio espontáneo de la
razón, de forma no reflexiva, es decir, precientífica.
El eterno escepticismo
se manifiesta en la filosofía contemporánea en las siguientes reducciones
del campo de conocimiento humano:
sólo cabe conocer fenómenos (Kant)
sólo podemos
conocer la mera esencia de los conceptos (Husserl)
sólo la angustiosa
y precaria existencia subjetiva (Heidegqer)
sólo las estructuras formales del lenguaje,
con sus finalidades exclusivamente prácticas (filosofía analítica)
sólo lo que esté
encerrado en el "círculo hermenéutico" (Gadamer).
Todos estos autores tiene en
común la idea de la relatividad de la cultura: todo
en la cultura del hombre sería relativo, todo sería historia;
nada habría fijo y permanente.
Sin embargo es fácil advertir que
el hecho de que las demás culturas puedan comunicar con
nosotros, de que podamos aceptar o rechazar sus teorías, indica
que podemos entendernos, y que por tanto hay una base
común de conocimientos y certezas independientes de las diferencias geográficas
y temporales. Ese conjunto de certezas naturales y universales es
lo que desde el siglo XVI le ha venido llamando
"sentido común".
Certezas del sentido común
Las certezas que componen lo que
llamamos sentido común son verdaderamente comunes a todos, hasta el
punto de que nadie carece de ellas, ni puede prescindir
de ellas en el momento de razonar.
En efecto, los mismos
que niegan el sentido común, lo utilizan, al menos en
parte, como presupuesto implícito de sus razonamientos.
Así por ejemplo, como
ya aclaró definitivamente Aristóteles, sólo puede negarse el principio de
no contradicción haciendo uso subrepticio de él.
Hay una serie de
"principios metafísicos" y de principios morales que forman parte ciertamente
del sentido común:
La idea de mundo o universo, es decir,
el conjunto ordenado de todas las cosas que se constatan
como existentes y se conjeturan como posibles. Todas ellas se
encuentran conectadas con la idea comunísima de "ser". Son cosas
que son algo, pertenecen al orden del ser.
La conciencia del
propio yo, como sujeto en relación al universo de objetos.
En
tercer lugar, la noción de "orden" entre las cosas, de
la que deriva la evidencia de un deber de ajustarse
con la propia libertad a ese orden para alcanzar el
fin final.
Finalmente, la noción de causa primera y último fin,
o sea, Dios creador y providente, legislador y remunerador.
En el
sentido común no hay más que encontrar, a no ser
las certezas que derivan de las mencionadas por simple explicitación.
Son pocas, pero absolutas y universales. No hay hombre que
hable y razone sin hacer uso de ellas como punto
de partida, como gramática de su lenguaje, como armazón lógica
de su reflexión sobre la realidad en la búsqueda de
una sabiduría de cualquier género.
Aun cuando alguien en filosofía quiera
negar alguna de esas certezas o el conjunto de todas
ellas (escepticismo), se descubre en el lenguage del que la
habla, la existencia previa de estas mismas certezas: no sólo
como un anacronismo sino como elemento actual de soporte lógico
de todo discurso.
Justamente por eso, toda filosofía que no respete
el sentido común (aunque no lo reconozca y defienda explícitamente)
es una falsa filosofía o una filosofía falsa, en la
que siempre se podrá descubrir una incoherencia lógica, una contradicción
intrínsica. Y la contradicción es la muerte de toda la
filosofía, como de cualquier pensamiento, tanto teórico como práctico. Alma
de una cultura Sin embargo el sentido común nunca se encuentra
en estado puro. Siempre se encuentra -como el alma- en
un cuerpo, en el sentido de que anima y hace
posible la existencia de un pensamiento y de una cultura,
pero no le puede ver separado de ellos.
Por eso se
ha dicho que "el sentido común es la base inexpresada
de toda expresión" (Francis Jacques).
Cuando en un discurso humano se
afirman cosas compatibles con el sentido común, se trata de
opiniones en principio aceptables; pero si no son compatibles con
aquellas verdades primarias, entonces no sirven para nada, ni para
la verdad humana ni para la recepción de la verdad
sobrenatural.
Las ciencias particulares y también la filosofía, arrancan del sentido
común -no podría ser de otro modo-, que normalmente nos
dice cómo son las cosas, y reflexiona sobre nuestros conocimientos
adquiridos de modo espontáneo, y va más allá , indaga
por qué y para qué son o suceden las cosas
en particular.
Las ciencias se distinguen o especifican por sus objetos;
dicho más llanamente, por el aspecto que le interesa de
los objetos. Cada aspecto particular, puede ser, en principio, objeto
de una ciencia particular. La medicina se ocupa de la
salud del cuerpo, la psicología de los fenómenos psíquicos, la
ecología del orden que hay o debe haber en el
medio ambiente, la geología se ocupa de la estructura de
las rocas...
Pues bien, entre las ciencias se encuentra una que
constituye una especie única, porque en lugar de interesarse por
aspectos particulares de las cosas, se interesa por la realidad
como tal. No estudia tanto esta o aquella realidad concreta,
sino que, partiendo, como es lógico de realidades concretas, se
remonta a los principios primeros o causas últimas de la
realidad.
Filosofía
Alguien ha definido la filosofía como «aquello sobre lo
que los niños preguntan hasta que los padres, hartos, les
dicen que no sean pesados o tontos». La definición no
es del todo mala. Mamá ¿dónde se ha ido el
ayer? Mamá, ¿por qué yo soy yo? Mamá, ¿los sueños
son realidad? ¿La verdad es verdadera? Y todo esto, ¿tiene
alguna importancia?
Cuenta Mariano Artigas que un día -un 15 de
noviembre- se encontraba en un tren, camino de Bilbao. Eran
casi las 10 de la noche. Subió una señora con
dos niños pequeños. Uno de ellos tendría 6 años y
no paraba de hablar en voz alta. De pronto exclamó:
«¡Mamá , cómo corre el tren!». Y enseguida añadió: «¡Y
ni se nota!». Se quedó pensativo unos instantes y preguntó:
«¿por qué no se nota?».
Esta es una buena pregunta. El
sentido común se suele extrañar de que las cosas sucedan
igual en una habitación donde todo se halla en reposo
que en un tren que se mueve a gran velocidad.
El que sabe física dirá que la explicación de este
hecho está en la inercia. (vid. Mariano Artigas, Cíencía y
sentido común). Pero ¿qué es la inercia? La respuesta quizá
sea un poco decepcionante. En Física, la inercia es un
postulado. Parece que a los físicos incumbe decirnos qué son
las cosas y por qué suceden unas y no otras.
Kant tenía una fe absoluta en la exactitud de la
física. Pero cada día que pasa, los físicos se encuentran
más perplejos a la hora de responder por las cuestiones
más radicales: qué es la realidad, por qué es así
y no más bien de otra manera.
Sobre todo desde que
se descubrió la física cuántica, los físicos han caído en
la cuenta de que cuando se acercan a la realidad
para observarla y medirla de alguna manera, ¡no hay manera
de dar un explicación objetiva!. Se dan cuenta de que
ellos mismos están implicados en la pregunta y toda respuesta
está condicionada por la subjetividad o situación del que mide.
Todo depende del punto de vista del observador.
Ya tenemos la
teoría de la relatividad que ha hecho famoso a Einstein.
Pero muy pocos saben lo que significa relatividad para Einsten.
Para muchos "todo es relativo" quiere decir que la realidad
es incognoscible de un modo objetivo, que no podemos saber
qué es verdad y qué es mentira. El bastón recto
metido en un cubo de agua, lo vemos torcido. Todo
depende del punto de vista. El físico no puede decirnos
más de lo que se manifiesta a su punto de
vista. Pero esto no es un fracaso de la Física,
ni del entendimiento humano.
La Física ya hace mucho haciendo posible
muchas cosas útiles para la civilización. No hay que pedirle
más; no hay que exigirle que además nos diga qué
son las cosas o porque son así y no de
otra manera. Si le preguntamos a un profesor de Física:
¿qué es en realidad la inercia, la gravedad, etcétera?, es
lógico que no sepa responder: no es un fracaso de
la Física, porque la pregunta "qué es" se refiere no
a lo que "aparece", sino a lo que "es" la
realidad como tal. Pero la Física se ocupa de los
fenómenos, no de lo que hay «debajo» de ellos. Para
eso está la Filosofía y, más concretamente, la Metafísica, que
parte de los fenómenos pero razona sobre ellos y procura
«leer dentro» (intus legere) para dar con el quid de
la cuestión.
Lo que no es Filosofía
No debe confundirse la
filosofía con el "pensar mucho". Muchos otros profesionales -abogados, arquitectos,
ingenieros-, necesitan pensar mucho y no es la su una
tarea filosófica.
Tampoco es pensar pensamientos (o ideas). Filosofía es pensar
a fondo sobre la realidad.
Filósofo no es el que sabe
más cosas y es capaz de ganar cualquier concurso de
TV o radio; ni es el que entiende de cualquier cosa
(electrónica, informática, setas, sellos, minerales, etcétera) sino el que entiende
más a fondo la realidad misma: -¿por qué el ser
y no más bien la nada? ¿qué son el bien,
el mal, la libertad, la felicidad, la criatura, Dios? Es curioso
que la suprema aspiración universal -absolutamente universal- que es la
de ser feliz, esté rodeada de una no menos suprema
y universal ignorancia.
Platón, uno de los primeros que comenzaron a
hablar de "filosofía" como tal, decía que los filósofos eran
los que estaban interesados en lo eterno y inmutable. Platón
y Aristóteles no reducían la filosofía a un mero análisis
lógico y lingüístico, como ha sucedido en los últimos tiempos.
Que
la Física y la Matemática, contra lo que pensaba Kant,
no sean ciencias exactas y que no nos puedan esclarecer
la esencia de las cosas y el sentido de la
realidad no debe ser motivo de escepticismo o desaliento. Lo
que hay que hacer, para conocer esas cosas, es Filosofía.
La Filosofía no nos dirá cómo es la estructura del
átomo, pero no podrá ilustrar sobre su sentido. Y lo
mismo con el universo entero.
Las grandes cuestiones filosóficas |
Los intereses y temas que tradicionalmente han ocupado a los filósofos: Fundamento del ser, la verdad, el bien. |
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Las grandes cuestiones filosóficas |
Los temas que tradicionalmente han ocupado a los filósofos son
:
1. El problema del fundamento del ser o existencia:
¿Cómo se
explica la existencia del mundo, que no es necesario en
absoluto?
¿Cuáles son los sentidos del ser?
2. El problema de
la verdad:
¿Existe la verdad?
¿Es cognoscible la verdad?
¿Qué tipo de verdades
podemos conocer?
3. ¿Qué es el bien? ¿Cómo hacerlo? ¿Cuál es
mi fin? ¿Cuál es el sentido de mi vida?
Como se ve,
se trata de cuestiones radicales, que afectan a los cimientos
mismos de la realidad y a toda la realidad.
Las cuestiones
filosóficas afectan siempre al sentido de la existencia, al por
qué y para qué existimos. ¿Cuál es nuestro origen y
cuál nuestro fin?
El filósofo se interesa por toda la realidad,
pero no en sus pormenores (como la estructura del átomo
o si es primero el huevo o la gallina) sino
en sus modos de ser más generales.
Por ejemplo, la Filosofía
no se pregunta por los innumerables tipos de sustancia que
se encuentran en el universo, sino por la substancia como
tal. ¿Qué es la sustancia? ¿y qué son los accidentes?
¿Cuántos modos de ser irreductibles entre sí hay en la
realidad? Aristóteles dirá que hay varios géneros de accidentes, inrreductibles
entre sí, : el cuánto, el cuándo, la relación, el
ubi, etc. El físico se pregunta por el color de la
una, el sabor, el tiempo de la cosecha de tal
especie... Se interesa por todas las cualidades que se pueden
medir de alguna manera y que se pueden percibir por
alguno de los sentidos o por medio de los aparatos
cada vez más sofisticados que existen.
El Filósofo (metafísico) se pregunta
en cambio por un componente que no se ve y
que sin embargo debe existir porque sustenta a todos los
accidentes. Es la sustancia. La sustancia no se ve tal
cual es, lo que se ve son sus accidentes: sabor,
color, peso...
En realidad no estamos hablando de lo mismo, el
físico y el metafísico. El físico se detiene en los
fenómenos de las cosas, es decir, en sus apariencias; y
en las causas de los cambios de esas apariencias. Son
cambios físicos (perceptibles, describibles), por ejemplo, el tabaco se convierte
en ceniza. No es un mero cambio accidental, sino un
cambio de una sustancia en otra: un cambio sustancial.
El Filósofo
se interesará no sólo por el cambio del tabaco en
ceniza, sino por el cambio de una sustancia en otra,
cualesquiera que sean esas sustancias. El filósofo se interesa por
el cambio sustancial mismo. ¿Cómo puede suceder? ¿En que condiciones?
¿Cómo deben ser las cosas para admitir ese tipo de
cambios?
La gran ventaja de la filosofía primera es que todo
lo que dice vale para todo y para siempre, precisamente
porque no se detiene en los pormenores, sino que va
a lo esencial, va a la raíz.
Si estudiamos la vida
orgánica como tal y averiguamos algunas verdades ciertas, serán ciertas
para toda vida orgánica, no sólo para algunas modalidades.
Argumentos
filosóficos
Veamos, ahora, para hacernos un idea más precisa de la
esencia de la Filosofía, un ejemplo de argumento propiamente filosófico.
El
filósofo observa la realidad inmediata. El punto de partida no
es alguna especie de elucubración o impresión meramente subjetiva. El
filósofo sano, persona normal, como casi todo el mundo, observa.
Enseguida se da cuenta de que todas las cosas que
caen bajo su experiencia se encuentran de un modo u
otro en movimiento, o lo que para el caso es
lo mismo: son cambiantes. Entonces reflexiona sobre la realidad observada,
pero no ya la de éste o aquél movimiento o
cambio particular, sino sobre la realidad del cambio o movimiento
mismo, con independencia (es lo que se llama "abstraer") de
todas sus múltiples modalidades singulares posibles. Y se pregunta por
su razón de ser: ¿Cómo se explica el cambio, cómo
es posible que algo que no era (así) llegue a
ser (así)? Más radicalmente aún (cabría decir, incluso, más filosóficamente
todavía) ¿cómo es posible que algo que no es en
absoluto llegue a ser algo, lo que sea?
El filósofo discurre,
razona sobre todo esto y descubre lo que, en principio
se nos antojaría un contrasentido: el movimiento sólo puede ser
real, efectivo, si hay una causa... ¡que realmente no se
mueva, que no cambie!, porque si cambiara nos remitiría a
una serie indefinida de motores moviéndose unos a otros, que
no explicaría nada. Se llega por ese camino a la
conclusión de un argumento que ahora hemos reducido a su
mínima expresión, pero que es riguroso; también es, si se
quiere, sorprendente, pero irrefutable: el primer y radical principio del
movimiento debe ser inmóvil; debe mover sin moverse. De otro
modo no se explicaría nada de lo que acontece. De
manera análoga se llega a descubrir que el principio del
tiempo no puede ser temporal sino eterno.
El cientifista nos respondería:
bueno, el razonamiento parece correcto, pero esto no quiere decir
que responsa a la realidad. Habéis concluído que hay un
Ser inmóvil que mueve todo lo demás, una Ser eterno
que pone en marcha al tiempo. Pero no tenemos experiencia
alguna de la inmutabilidad ni de la eternidad. No cabe
verificar el argumento en un laboratorio, no es posible verificar
experimentalmente la realidad de lo Inmóvil y Eterno. Luego no
es seguro que exista...
El fundamento
El primer tema que aparece
en el inicio del filosofar, una vez asombrados ante la
realidad verdadera del mundo que está ahí y la mía
que se corresponde con la verdad, es la cuestión del
fundamento, de lo que los griegos llamaban arjé: no significa
exactamente causa, sino principio, lo primero, aquello de donde se
genera la realidad y la sustenta actualmente: no se trata
de algo que "fue" y ya no es, sino de
lo que ahora funda la realidad actual, lo que por
tanto es lo primero actual, o por decirlo en términos
ya maduros, el acto primero, que constituye la realidad como
verdadera.
La esencia
Y luego la cuestión de la esencia, que Polo
propone llamar con palabras actuales, "meollo, "intríngulis", "busilis" (esto tiene
mucho "busilis", es muy de ponderar), lo más íntimo, lo
más profundo, porque está como escondida en el fundar, fundando,
siendo fundamento. (Herácilto decía que al fundamento le gusta ocultarse).
La
multiplicidad y las relaciones
Enseguida se ve que no hay una
sola esencia, que hay muchas; que no sólo hay verdad,
sino verdades. Además hay diferencia de rango: la esencia de
Dios es superior a la de la mosca, etc. Es
claro que no se puede admitir un monismo puro, pero
tampoco se puede caer en un pluralismo anárquico de esencias
descoyuntadas. Debe de haber conexión entre las esencias, que facilite
una visión global. La realidad tiene que estar articulada. Anaxágoras,
maestro de Sócrates se dio cuenta de esto. La solución
la aportó Platón, cuya filosofía no es sólo un saber
de esencias, sino un saber sintético. La filosofía busca un
saber global (total o universal): no hay nada suelto, inconexo.
La filosofía busca conexiones, relaciones que guardan entre sí las
esencias y las ideas. No relaciones meramente ideales, sino reales,
esenciales. A la visión sintética le llama Platón sinopsis (sin-opsis:
ver juntamente). No basta ver una idea, hay que verlas
todas juntas, lograr una visión global. Todo tiene que ver
con todo, nada puede existir aislado.
Ya tenemos dos características del
filosofar: 1) buscar esencias, el meollo 2) buscar relaciones: cómo una verdad
tiene que ver con otra (síntesis)
Quien no sabe descubrir o
buscar, interesarse por las relaciones entre las diferentes esencias no
es filósofo. Se requiere una mente sinóptica, capaz de ver
de un golpe de vista el "cosmos" (orden, palabra aristotélica).
Esto es lo que Tomás de Aquino llamaba saber universalísimo.
La visión sintética es una de las aspiraciones de la
filosofía primera. Los grandes filósofos coinciden en que sin visión
global la metafísica no es posible (al contrario de lo
que ocurre con las ciencias segundas; el planteamiento científico positivista
no permite la visión sintética). Algunos estiman que es un
ideal irrealizable o realizable en condiciones precarias. También sucede que
ciertas formulaciones sintéticas que se han propuesto son mejorables. Desde
luego, es un reto: ¿cómo todo tiene que ver con
todo?
Poner en marcha el pensar
Para averiguarlo hay que observar y
pensar, contemplar. También tendría que hacerlo de vez en cuando
el científico para no perderse y buscar lo esencial. De
lo esencial, del meollo, intríngulis o busilis, se ocupa hoy
poca gente. Por eso, como decía Ortega, lo que pasa
es que no sabemos lo que nos pasa. Hay dispersión
de saberes; hay desintegración. Por eso hoy es tan importante
la filosofía. Lo que no es lo mismo que titulados
en filosofía, sino pensadores que saben pensar como filósofo, es
decir, logrando nociones abarcantes, que relacione asuntos diversos, sabiendo que
todo lo que atañe a un punto repercute en los
demás. "La filosofía no es un monopolio profesional"(p. 55).
Ver el
mundo por un canuto y decir que eso es la
realidad, no es acertado, es perverso (dispersa, desintegra), por un
defecto de racionalidad científica. Siempre que alguien se reduce exclusivamente
al método analítico, sin síntesis, aparecen efectos perversos (ejemplo de
la FIVET). Necesitamos expertos en cuestiones globales. En cambio, el que
sintetiza, puede tomar decisiones aunando y reuniendo el parecer de
los especialistas, relacionándolo. En esto consiste la capacidad de síntesis
de la razón práctica. El organismo es el mejor ejemplo
de síntesis. La mejor manera de avanzar en el saber
es desarrollar la capacidad sintética. Bien entendido que todo esto el
filósofo lo va haciendo al modo (platónico, es decir, dialéctico)
autocrítico. Quien no someta las soluciones que aporta a autocrítica
no es filósofo, no puede ser tomado en serio.
Recapitulemos: la
filosofía se ocupa de:
- esencias, quididades (el quid de la
cuestión), ideas en sí, la verdad intrínseca a la realidad,
cuestiones clave.
- descubre que todo tiene que ver con todo y,
- busca
la visión global, síntética, universal (sinopsis.)
No se trata pues de
cuestiones de poca monta, ni de respuesta fácil. Son cuestiones
muy básicas, incluso muy elementales al comienzo, por eso un
pequeño error en sus respuestas suele derivar en enormidades tremendas
en la conducta, en la vida de las personas y
de las sociedades.
Radicalidad
Como quedó dicho, una característica del pensamiento filosófico,
bastante olvidada, es la radicalidad. Lo que distingue a la
Filosofía de otras disciplinas intelectuales no es tanto que tenga
objetos propios y que los demás les sean ajenos, sino
la manera de considerarlos. "Lo decisivo -dice Julián Marían- es
el punto de vista, la perspectiva, y por tanto el
método. El filósofo se interesa por la realidad, se entiende,
por toda la realidad".
"No es que entienda de innumerables cosas;
más bien al contrario, no es necesario que sea hombre
de muchos saberes; los diversos campos son conocidos por los
que se dedican a ellos y los investigan con los
métodos apropiados. Pero hay ciertas preguntas que las disciplinas particulares
no se hacen, porque no pertenecen a ellas, y a
las cuales el filósofo no puede renunciar. Tiene que saber
cuál es el puesto que ciertas cosas ocupan en el
conjunto de la realidad, y por tanto qué forma de
realidad les pertenece.
Sin una respuesta adecuada el hombre queda en
estado de desorientación, por muchas cosas que sepa. Esa es
precisamente la situación de nuestro tiempo, en el que se
saben más cosas que en ninguna otra época, pero la
cuestión es precisamente "quién" las sabe (quién es ese que
las sabe y cómo las sabe). Y en muchos casos
hay que contestar que nadie. Justamente porque no se sabe
dónde ponerlas, cuáles son sus conexiones, qué puesto ocupan en
una realidad que es -conste, "es", nos guste o no-
sistemática"
¿Qué es el mundo, quién soy yo, de dónde vengo,
a dónde voy, cuál es mi principio, mi fin y
mi papel en la Historia; en suma, qué sentido tiene
mi vida y todo cuanto existe?
Cuestiones de vida o
muerte
La Filosofía no deja de girar en torno a esas
eternas y excitantes cuestiones. Del modo de responder a ellas
depende el color dominante de nuestra vida: gozo, angustia, esperanza,
desesperación, hastío, indiferencia o pasión por el vivir. Grandes contrastes
presentan esos diferentes sentimientos que "las" filosofías de hecho han
suscitado a lo largo de su no corta historia. Cabe
decir, pues, que se trata de cuestiones que tocan no
sólo al modo de vivir, sino más radicalmente aún, a
la vida misma. Se trata, en una palabra, de cuestiones
de vida o muerte. No es exageración, pues filosofías hay
- por ejemplo, la de Jean Paul Sartre - que
desembocan en la náusea por la existencia; otras han propiciado
la "justificación" del nazismo, como la de Hegel; otras, los
genocidios de Stalin, como la de Karl Marx; y otras,
en fin, el asesinato de millones de niños aún no
nacidos, como propicia la filosofía hoy aún dominante, compartida más
o menos explícitamente por muchos de nuestros contemporáneos. Es decir,
hay filosofías de vida y filosofías de muerte. Hoy predominan
desgraciadamente las "filosofías de muerte". De hecho, se ha podido
escribir: "Desgraciadamente, nuestro siglo es, entre todos, el más fértil
en carnicerías; la consternación que se siente al comprobarlo no
encuentra ningún consuelo en el dato estadístico, ampliamente difundido, de
que es el más sangriento porque es también el más
poblado de la historia. Este tipo de consuelo puede quedarse
para los que han tomado el partido del mal...".
Hay filosofías
que disuelven casi sin residuo el sentido común; y otras
que, en cambio, se aprovechan de sus certezas, las tamizan
con rigurosos argumentos, y las asumen como plataforma para remontarse
al conocimiento de las verdades relativas a las trascendentales cuestiones
ya mencionadas.
Según la noción clásica, sabiduría es el saber más
elevado, porque es el que se supone que alcanza las
explicaciones más profundas y radicales de las cosas, obteniendo así
noticia cierta de los primeros principios del ser, de tal
manera que el "sabio", de algún modo, conoce todo -todas
las cosas-, aunque no en sus detalles singulares, sino en
sus principios íntimos y en sus causas últimas, esto es,
con aquellos conceptos más universales, que explican más cosas con
menos elementos.
Todos tenemos alguna experiencia de lo que esto significa
cuando comprendemos alguna cosa a partir de otra más general
y abarcante, sin detenernos en detalles innecesarios. Cada vez que
nuestra inteligencia consigue reemplazar el conocimiento de algo por alguno
de sus principios o causas más fundamentales, anda por el
camino de la sabiduría.
Cuestiones vitales
En rigor, todos vivimos de cierta
filosofía, acertada o no, explícita o implícita, aunque no sepamos
definirla y exponerla de un modo sistemático y claro. La
Filosofía se ocupa, precisamente, de las cuestiones más vitales para
el hombre, que no son abordables desde ninguna ciencia experimental.
En síntesis, cabe decir que incumbe a la Filosofía ocuparse
del sentido del cosmos y del sentido de la vida
humana en el cosmos. Con otras palabras, se trata de
hallar la razón de ser de nuestro ser, de aquello
que explica nuestra existencia en cuanto a su origen y
su fin (que no es otro que Dios. Dios permanece
oculto a todo método de investigación experimental. La única manera
racional de descubrirlo es con el ejercicio de la razón
sobre la experiencia en el mundo).
A nosotros nos interesa la
Filosofía justamente para descubrir de una manera intelectual y lógica,
la respuesta racional a las grandes preguntas sobre el mundo,
el hombre y Dios.
Razón y fe
Una de las maneras de
acceder a la verdad sobre esos grandes temas, es la
fe teologal. Pero la razón humana tiene también capacidad para
conocer el orden natural creado y alcanzar incluso un conocimiento
racional y verdadero de Dios como primer principio y último
fin de cuanto existe. Sin embargo, a partir de la
obra de la creación no se puede saber más de
Dios que lo que puede conocerse de Velázquez en el
Museo del Prado: se puede conocer la existencia de Velázquez
y algo de su personalidad artística. Pero nada puede saberse
de las demás facetas de su personalidad, de su conciencia,
de sus gustos literarios, de su familia, de las relaciones
con las gentes de su entorno, etcétera. Para esto tendríamos
que tener otras fuentes de conocimiento además de sus lienzos.
Para un conocimiento verdaderamente personal de Velázquez, habríamos de encontrarnos
con él cara a cara y preguntarle y escuchar.
Para conocer
a fondo a una persona es preciso que ella nos
abra libremente su alma, su mente, su corazón y nos
revele lo que ahí acontece. Lo mismo pasa con Dios.
La razón puede descubrir que existe, a partir de la
creación. Pero ¿qué es y cómo es Dios en su
vida íntima? Esto sólo podemos conocerlo si Dios nos abre
libremente su intimidad y nos revela lo que hay en
Él. Y esto sólo puede suceder por voluntad suya (si
quiere, con absoluta libertad) y de un modo sobrenatural. Esto
es lo que ha hecho Dios a lo largo de
la Historia Sagrada, por medio de los patriarcas y profetas
del Antiguo Testamento y, finalmente por medio de Jesucristo, perfecto
Dios y perfecto hombre.
Pero hay cosas sobre Dios que podemos
conocerlas sin necesidad de la divina revelación: que Dios es
nuestro primer principio y nuestro último fin, el gran por
qué de nuestra existencia, el fundamento y el sentido de
nuestro vivir. De otra parte, la fe nos confirma muchas verdades
de orden natural y nos aporta muchas otras de orden
sobrenatural (el misterio de la Trinidad, de la Encarnación, de
la Redención, etc.). Sabemos mucho más de Dios por revelación
sobrenatural que por sabiduría racional. Sin embargo, no podemos pensar: me
basta con la fe para conocer a Dios, a mí
mismo y el sentido de mi vida. La fe teologal
es importantísima, sin ella es imposible agradar a Dios (Hebreos).
Pero no es suficiente, menos aún en los tiempos que
corren, porque la fe sola, sin el apoyo de la
razón, tiene un enemigo muy peligroso: la ignorancia.
Armonía entre
fe y razón
Con mucha ignorancia sobre la fe o sobre
la ciencia, se pretende oponer la ciencia a la religión
y en general la razón a la fe. Se presenta
la fe como mera credulidad, como un modo infantil de
afrontar la realidad de nuestra existencia. Y es preciso salir
al paso de este error. Dios no se puede contradecir:
si nos manda creer no es contra la razón. Ni
la fe se opone a la razón ni la razón
a la fe. El mismo Dios es quien nos da
la fe y la razón. No puede contradecirse. Si nos
da la luz de la razón es para que la
utilicemos del mejor modo posible para prestar el necesario punto
de apoyo racional al acto de fe sobrenatural.
Es fundamental confiar
en la capacidad de la propia razón para conocer verdades.
Si yo no confiase en la capacidad de mi razón
para conocer la verdad, tampoco podría confiar en otro, porque
si confío en ti, es porque yo confío en que
el conocimiento que tengo de ti es verdadero. Por eso,
averiguar los fundamentos de mi conocimientos, redunda en una mejor
confianza conmigo y contigo. Hay una disciplina filosófica que trata
estas cuestiones: la filosofía del conocimiento.
La Filosofía, instrumento de
comunicación
Todo esto se desarrollará a lo largo de los cursos
filosóficos. Pero vale la pena advertir desde ahora que la
filosofía, como saber racional que es, constituye un instrumento inestimable
para comunicarnos verdades de modo rigurosamente racional con cualquier persona
que admita alguna verdad y confíe en alguna certeza. Con
el escéptico absoluto nada se puede hacer sino rezar.
Pues bien,
en estos tiempos es muy necesario este instrumento de trabajo,
de apostolado y hasta de vida espiritual que es la
filosofía.
Por otra parte, la fe, en la medida de lo
posible, debe ser doctrinal, es decir, bien fundada en sus
principios sobrenaturales (los artículos de la fe) y en sus
principios racionales (los del conocimiento intelectual).
La Filosofía que aquí queremos
aprender es precisamente una filosofía que se haga cargo de
las verdades de sentido común, de las evidencias inmediatas de
la experiencia y de la razón y que a partir
de aquí desarrolle el pensamiento de una manera lógica y
natural.
La Filosofía puede ser como un idioma común con el
que, aún contando con la diversidad de opiniones entre los
mismos filósofos, cabe el diálogo, la conversación comunicadora de conocimientos.
Toda ciencia es un vehículo de comunicación de verdades, una
base sobre la que se puede hablar y entenderse. Pues
bien, la Filosofía puede ser la base sobre la que
conversar acerca de los grandes temas: el mundo, el hombre,
Dios.
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Pensamiento filosófico de Juan Pablo II |
Toda su filosofía resulta ser una meditación de lo único necesario, un auténtico retorno a lo esencial. |
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Fe, verdad y cultura en la Filosofía |
De qué trata, en el fondo, la encíclica "Fides et
ratio" ¿Necesita la fe realmente de la filosofía, o la fe es
completamente independiente de la existencia o no existencia de una
filosofía abierta? |
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Fe, verdad y cultura en la Filosofía |
Indice
1. Las palabras, la Palabra y la verdad
2. Cultura y
verdad a) La esencia de la cultura b) La superación de las
culturas en la Biblia y en la historia de la
fe
3.- Religión, verdad y salvación a) La diferencia de las religiones
y sus peligros b) La cuestión de la salvación c) La conciencia
y la capacidad del hombre para la verdad
Reflexiones conclusivas
¿De qué
se trata, en el fondo, en la encíclica "Fides et
ratio"? ¿Es un documento sólo para especialistas, un intento de
renovar desde la perspectiva cristiana una disciplina en crisis, la
filosofía, y, por tanto, interesante sólo para filósofos, o plantea
una cuestión que nos afecta a todos?
Dicho de otra
manera: ¿necesita la fe realmente de la filosofía, o la
fe -que en palabras de San Ambrosio fue confiada a
pescadores y no a dialécticos- es completamente independiente de la
existencia o no existencia de una filosofía abierta en relación
a ella? Si se contempla la filosofía sólo como una
disciplina académica entre otras, entonces la fe es de hecho
independiente de ella.
Pero el Papa entiende la filosofía en
un sentido mucho más amplio y conforme a su origen.
La filosofía se pregunta si el hombre puede conocer la
verdad, las verdades fundamentales sobre sí mismo, sobre su origen
y su futuro, o si vive en una penumbra que
no es posible esclarecer y tiene que recluirse, a la
postre, en la cuestión de lo útil. Lo propio de
la fe cristiana en el mundo de las religiones es
que sostiene que nos dice la verdad sobre Dios, el
mundo y el hombre, y que pretende ser la "religio
vera", la religión de la verdad.
"Yo soy el Camino, la
Verdad y la Vida": en estas palabras de Cristo según
el Evangelio de Juan (14, 6) está expresada la pretensión
fundamental de la fe cristiana. De esta pretensión brota el
impulso misionero de la fe: sólo si la fe cristiana
es verdad, afecta a todos los hombres; si es sólo
una variante cultural de las experiencias religiosas del hombre, cifradas
en símbolos y nunca descifradas, entonces tiene que permanecer en
su cultura y dejar a las otras en la suya.
Pero
esto significa lo siguiente: la cuestión de la verdad es
la cuestión esencial de la fe cristiana, y, en este
sentido, la fe tiene que ver inevitablemente con la filosofía.
Si debiera caracterizar brevemente la intención última de la encíclica,
diría que ésta quisiera rehabilitar la cuestión de la verdad
en un mundo marcado por el relativismo; en la situación
de la ciencia actual, que ciertamente busca verdades pero descalifica
como no científica la cuestión de la verdad, la encíclica
quisiera hacer valer dicha cuestión como tarea racional y científica,
porque, en caso contrario, la fe pierde el aire en
que respira. La encíclica quisiera sencillamente animar de nuevo a
la aventura de la verdad. De este modo, habla de
lo que está más allá del ámbito de la fe,
pero también de lo que está en el centro del
mundo de la fe.
1. Las palabras, la Palabra y la
verdad
Hasta qué punto no es moderno preguntar por la verdad,
lo ha representado magníficamente el escritor y filósofo C. S.
Lewis en un libro de éxito aparecido en los años
cuarenta, "Cartas del diablo a su sobrino". Está compuesto por
cartas ficticias de un demonio superior, Escrutopo, que imparte enseñanzas
a un principiante sobre el arte de seducir al hombre,
sobre el modo correcto como tiene que proceder. El demonio
pequeño había expresado ante sus superiores su preocupación de que
precisamente los hombres inteligentes leyesen los libros de los sabios
antiguos y pudiesen de este modo descubrir las huellas de
la verdad. Escrutopo le tranquiliza con la aclaración de que
el punto de vista histórico del que los espíritus infernales
han conseguido afortunadamente persuadir a los eruditos del mundo occidental,
significa precisamente esto: "que la única cuestión que con seguridad
nunca se planteará es la relativa a la verdad de
lo leído; en su lugar se pregunta acerca de las
repercusiones y dependencias, del desarrollo del respectivo escritor, de la
historia de su influjos, y otras cuestiones análogas". Josef Pieper,
que reproduce este pasaje de C. S. Lewis en su
tratado sobre la interpretación, señala al respecto que las ediciones
de un Platón o un Dante por ejemplo, planificadas en
los países dominados por el comunismo, anteponían una introducción a
cada obra editada, que quiere proporcionar al lector una comprensión
histórica y así excluir la cuestión de la verdad. Una
cientificidad ejercida de este modo inmuniza frente a la verdad.
La cuestión de si lo dicho por el autor es
o no, y en qué medida, verdadero, sería una cuestión
no científica; nos sacaría del campo de lo demostrable y
verificable, nos haría recaer en la ingenuidad del mundo precrítico.
De este modo, se neutraliza también la lectura de la
Biblia: podemos explicar cuándo y bajo qué circunstancias ha surgido
un texto, y, de este modo, lo tenemos clasificado dentro
de lo histórico ("Historisch"), que a la postre no nos
afecta. En el trasfondo de este modo de interpretación histórica
hay una filosofía, una actitud apriórica ante la realidad que
nos dice: no tiene sentido preguntar sobre lo que es;
sólo podemos preguntar sobre lo que podemos hacer con las
cosas. La cuestión no es la verdad, sino la praxis,
el dominio de las cosas para nuestro provecho. Ante tal
reducción aparentemente iluminadora del pensamiento humano surge sin más la
pregunta: ¿qué es propiamente lo que nos aprovecha? Y ¿para
qué nos aprovecha? ¿Para qué existimos nosotros mismos? El observador
profundo verá en esta moderna actitud fundamental una falsa humildad
y, al mismo tiempo, una falsa soberbia: la falsa humildad,
que niega al hombre la capacidad para la verdad, y
la falsa soberbia, con la que se sitúa sobre las
cosas, sobre la verdad misma, en cuanto erige en meta
de su pensamiento la ampliación de su poder, el dominio
sobre las cosas.
Lo que en Lewis aparece en forma de
ironía, lo podemos encontrar hoy presentado científicamente en la crítica
literaria. En ella se descarta abiertamente la cuestión de la
verdad como no científica. El exégeta alemán Mario Reiser ha
llamado la atención sobre un pasaje de Umberto Eco en
su novela de éxito "El nombre de la rosa", donde
dice: "La única verdad consiste en aprender a liberarse de
la pasión enfermiza por la verdad". El fundamento para esta
renuncia inequívoca a la verdad estriba en lo que hoy
se denomina el "giro lingüístico": no se puede remontar más
allá del lenguaje y sus representaciones, la razón está condicionada
por el lenguaje y ligada al lenguaje. Ya en el
año mil novecientos uno F. Mauthner había acuñado la siguiente
frase: "lo que se denomina pensamiento es puro lenguaje". M.
Reiser comenta, en este contexto, el abandono de la convicción
de que se puede remitir con medios lingüísticos a lo
supralingüístico. El relevante exégeta protestante U. Luz afirma -totalmente en
consonancia con lo que hemos oído de Escrutopo al principio-
que la crítica histórica ha abdicado en la Edad Moderna
de la cuestión de la verdad. Él se cree obligado
a aceptar y reconocer como correcta esta capitulación: que ahora
ya no hay una verdad a buscar más allá del
texto, sino posiciones sobre la verdad que concurren entre ellas,
ofertas de verdad que hay que defender ahora con discurso
público en el mercado de las visiones del mundo.
Quien medita
sobre estos modos de ver las cosas, sentirá que le
viene casi inevitablemente a su memoria un pasaje profundo del
"Fedro", de Platón. En él Sócrates cuenta a Fedro una
historia que ha escuchado de los antiguos, los cuales tenían
conocimiento de lo verdadero. Una vez Thot, el "padre de
las letras" y el "dios del tiempo", visitó al rey
egipcio Thamus de Tebas. Instruyó al soberano sobre diversas artes
inventadas por él, y especialmente sobre el arte de escribir
por él concebido. Ponderando su propio invento, dijo al rey:
"Este conocimiento, oh rey, hará a los egipcios más sabios
y vigorizará su memoria; es el elixir de la memoria
y de la sabiduría". Pero el rey no se deja
impresionar. Él prevé lo contrario como consecuencia del conocimiento de
la escritura: "Esto producirá olvido en las almas de los
que lo aprendan por descuidar el ejercicio de la memoria,
ya que ahora, fiándose a la escritura exterior, recordarán de
un modo externo; no desde su propio interior y desde
sí mismos. Por consiguiente, tú has inventado un medio no
para el recordar, sino para el caer en la cuenta,
y de la sabiduría tú aportas a tus aprendices sólo
la representación, no la cosa misma. Pues ahora son eruditos
en muchas cosas, pero sin verdadera instrucción, y así pensarán
ser entendidos en muchas cosas, cuando en realidad no entienden
de nada, y son gente con la que es difícil
tratar, puesto que no son verdaderos sabios, sino sólo sabios
en apariencia". Quien piensa hoy en cómo programas de televisión
de todo el mundo inundan al hombre con informaciones y
le hacen así sabio en apariencia; quien piensa en las
enormes posibilidades del ordenador y de Internet, que le permiten
al que consulta, por ejemplo, tener inmediatamente a disposición todos
los textos de un Padre de la Iglesia en los
que aparece una palabra, sin haber penetrado en cambio en
su pensamiento, ése no considerará exageradas estas prevenciones. Platón no
rechaza la escritura en cuanto tal, como tampoco nosotros rechazamos
las nuevas posibilidades de la información, sino que hacemos de
ellas un uso agradecido. Pero pone una señal de aviso,
cuya seriedad está comprobada a diario por las consecuencias del
giro lingüístico, como también por muchas circunstancias que nos son
familiares a todos. H. Schade muestra el núcleo de lo
que Platón tiene que decirnos hoy cuando escribe: "Es del
predominio de un método filológico y de la pérdida de
realidad que se sigue, de lo que nos previene Platón".
Cuando
la escritura, lo escrito, se convierte en barrera frente al
contenido, entonces se vuelve un antiarte, que no hace al
hombre más sabio, sino que le extravía en una sabiduría
falsa y enferma. Por eso, frente al giro lingüístico, A.
Kreiner advierte con razón: "El abandono del convencimiento de que
se puede remitir con medios lingüísticos a contenidos extralingüísticos equivale
al abandono de un discurso de algún modo aún lleno
de sentido". Sobre la misma cuestión el Papa advierte en
la encíclica lo siguiente: "La interpretación de esta Palabra (de
Dios) no puede llevarnos de interpretación en interpretación, sin llegar
nunca a descubrir una afirmación simplemente verdadera". El hombre no
está aprisionado en el cuarto de espejos de las interpretaciones;
puede y debe buscar el acceso a lo real, que
está tras las palabras y se le muestra en las
palabras y a través de ellas.
Aquí hemos arribado al punto
central de la discusión de la fe cristiana con un
tipo determinado de la cultura moderna, que le gustaría pasar
por ser la cultura moderna sin más, pero que, afortunadamente,
es sólo una variedad de ella. Se pone de manifiesto,
por ejemplo, muy claramente en la crítica que el filósofo
italiano Paolo Flores d´Arcais ha hecho a la encíclica. Justo
porque la encíclica insiste en la necesidad de la cuestión
de la verdad, comenta él que "la cultura católica oficial
(es decir, la encíclica) no tiene ya nada que decir
a la cultura ‘en cuanto tal’...". Pero esto significa también
que la pregunta por la verdad está fuera de la
cultura "en cuanto tal". Y entonces ¿no es esta cultura
"en cuanto tal" más bien una anticultura? ¿Y no es
su presunción de ser la cultura sin más una presunción
arrogante y que desprecia al hombre?Que se trata justamente de
este punto, se pone de relieve, cuando Flores d´ Arcais
reprocha a la encíclica del Papa consecuencias mortíferas para la
democracia, e identifica su enseñanza con el tipo "fundamentalista" del
Islam. Argumenta remitiendo al hecho de que el Papa ha
calificado como carentes de validez auténticamente jurídica las leyes que
permiten el aborto y la eutanasia. Quien se opone de
este modo a un Parlamento elegido e intenta ejercer el
poder secular con pretensiones eclesiales, muestra que el sello de
un dogmatismo católico permanece esencialmente estampado en su pensamiento. Tales
afirmaciones presuponen que no puede haber ninguna otra instancia por
encima de las decisiones de una mayoría. La mayoría coyuntural
se convierte en un absoluto. Porque de hecho vuelve a
existir lo absoluto, lo inapelable. Estamos expuestos al dominio del
positivismo y a la absolutización de lo coyuntural, de lo
manipulable. Si el hombre queda fuera de la verdad, entonces
ya sólo puede dominar sobre él lo coyuntural, lo arbitrario.
Por eso no es "fundamentalismo", sino un deber de la
Humanidad proteger al hombre contra la dictadura de lo coyuntural
convertido en absoluto y devolverle su dignidad, que justamente consiste
en que ninguna instancia humana puede dominar sobre él, porque
está abierto a la verdad misma. Precisamente por su insistencia
en la capacidad del hombre para la verdad, la encíclica
es una apología sumamente necesaria de la grandeza del hombre
contra lo que pretende presentarse como la cultura "tout court".
Naturalmente
es difícil volver a dar carta de ciudadanía a la
cuestión de la verdad en el debate público, debido al
canon metodológico que se ha impuesto hoy como sello acreditativo
de la cientificidad. Por eso, es necesario un debate fundamental
sobre la esencia de la ciencia, sobre la verdad y
el método, sobre el cometido de la filosofía y sus
posibles caminos. El Papa no ha considerado que sea tarea
suya tratar en la encíclica la cuestión, totalmente práctica, de
si la verdad puede llegar a ser nuevamente científica y
cómo. Pero muestra por qué nosotros debemos acometer esta tarea.
No quería realizar él mismo la tarea de los filósofos,
pero ha cumplido la tarea de la denuncia admonitoria que
se opone a una tendencia autodestructiva de la cultura "en
cuanto tal". Justamente esta denuncia admonitoria es un acto auténticamente
filosófico, revive en el presente el origen socrático de la
filosofía y muestra con ello la potencia filosófica que se
encierra en la fe bíblica. A la esencia de la
filosofía se opone un tipo de cientificidad, que le cierra
el paso a la cuestión de la verdad, o la
hace imposible. Tal autoenclaustramiento, tal empequeñecimiento de la razón no
puede ser la norma de la filosofía, y la ciencia
en su conjunto no puede acabar haciendo imposibles las preguntas
propias del hombre, sin las que ella misma quedaría como
un activismo vacío y, a la postre, peligroso. No puede
ser tarea de la filosofía someterse a un canon metodológico,
que tiene su legitimidad en sectores particulares del pensamiento. Su
tarea tiene que ser justamente pensar la cientificidad como un
todo, concebir críticamente su esencia y, de un modo racionalmente
responsable, ir más allá de ello hacia lo que le
da sentido. La filosofía tiene que preguntarse siempre sobre el
hombre, y, por consiguiente, cuestionarse siempre sobre la vida y
la muerte, sobre Dios y la eternidad. Para ello tendrá
que servirse hoy, antes que nada, de la aporía de
aquel tipo de cientificidad que aparta al hombre de tales
cuestiones y, a partir de las aporías que nuestra sociedad
pone a la vista, intentar abrir siempre de nuevo el
camino hacia lo necesario y lo que se torna necesidad.
En la historia de la filosofía moderna no han faltado
tales tentativas, y también en el presente hay suficientes ensayos
esperanzadores, para abrir de nuevo la puerta a la cuestión
de la verdad, la puerta más allá del lenguaje que
gira sobre sí mismo. En este sentido la llamada de
la encíclica es sin duda crítica ante nuestra situación cultural
actual, pero al mismo tiempo está en una unión profunda
con elementos esenciales del esfuerzo intelectual de la Edad Moderna.
Nunca es anacrónica la confianza en buscar la verdad y
en encontrarla. Es justamente ella la que mantiene al hombre
en su dignidad, rompe los particularismos y unifica a los
hombres, más allá de los límites culturales, por su dignidad
común.
2.- Cultura y verdad
a) La esencia de la cultura
Se podría
definir lo tratado hasta ahora como la disputa entre la
fe cristiana expresada en la encíclica y un tipo concreto
de cultura moderna, por lo cual nuestras reflexiones dejaron entre
paréntesis el lado científico-técnico de la cultura. El punto de
mira estaba dirigido a lo relativo a las ciencias humanas
en nuestra cultura. No sería difícil mostrar que su desorientación
ante la cuestión de la verdad, que entre tanto se
ha convertido en ira frente a ella, descansa, en última
instancia, sobre su pretensión de alcanzar el mismo canon metodológico
y la misma clase de seguridad, que se da en
el campo empírico. La renuncia metodológica de la ciencia natural
a lo verificable se convierte en el documento acreditativo de
la cientificidad, más aún, de la racionalidad misma. Esta reducción
metodológica, que está llena de sentido, más aún, que es
necesaria en el ámbito de la ciencia empírica, se convierte
así en un muro ante la cuestión de la verdad:
en el fondo se trata del problema de la verdad
y del método, de la universalidad de un canon metodológico
estrictamente empírico. Frente a ese canon, el Papa defiende la
multiplicidad de caminos del espíritu humano, la amplitud de la
racionalidad, que tiene que conocer diversos métodos según la índole
del objeto. Lo no material no puede ser abordado con
métodos que corresponden a lo material; así podría resumirse, a
grandes rasgos, la denuncia del Papa frente a una forma
unilateral de racionalidad.
La disputa con la cultura moderna, la disputa
sobre la verdad y el método, es la primera veta
fundamental del tejido de nuestra encíclica. Pero la cuestión sobre
la verdad y la cultura se presenta aún bajo otro
aspecto, que se remite substancialmente al ámbito propiamente religioso. Hoy
se contrapone de buen grado la relatividad de las culturas
a la pretensión universal de lo cristiano, que se funda
en la universalidad de la verdad. El tema resuena ya
durante el siglo dieciocho, en Gotthold Ephraim Lessing, que presenta
las tres grandes religiones en la parábola de los tres
anillos, de los que uno tiene que ser el auténtico
y verdadero, pero cuya autenticidad ya no es verificable. La
cuestión de la verdad es irresoluble y se sustituye por
la cuestión del efecto curativo y purificador de la religión.
Luego, a comienzos de nuestro siglo, Ernst Troeltsch reflexionó expresamente
sobre la cuestión de la religión y la cultura, de
la verdad y la cultura. Al principio aún consideraba al
cristianismo como la revelación entera de la religiosidad personalista, como
la única ruptura completa con los límites y condiciones de
la religión natural. Pero, en el curso de su camino
intelectual, la determinación cultural de la religión le fue cerrando
cada vez más la mirada sobre la verdad y subordinando
todas las religiones a la relatividad de las culturas. A
la postre, la validez del cristianismo se convierte para él
en un asunto europeo: para él el cristianismo es la
forma de religión adecuada a Europa, mientras atribuye ahora al
budismo y al brahmanismo una autonomía absoluta. En la práctica
se elimina la cuestión de la verdad, y los límites
de las culturas se hacen insalvables.
Por eso, una encíclica que
está dedicada por entero a la aventura de la verdad,
debía plantear también la cuestión de la relación entre verdad
y cultura. Debía preguntar si puede darse una comunión de
las culturas en la única verdad, si puede decirse la
verdad para todos los hombres, trascendiendo las diversas formas culturales,
o si a la postre hay que presentirla sólo asintóticamente
tras formas culturales diversas e incluso opuestas.
A un concepto estático
de cultura, que presupone formas culturales fijas que a la
postre se mantienen constantes y sólo pueden coexistir unas con
otras, pero no comunicarse entre ellas, el Papa ha opuesto
en la encíclica una comprensión dinámica y comunicativa de la
cultura. Subraya que las culturas, "cuando están profundamente enraizadas en
lo humano, llevan consigo el testimonio de la apertura típica
del hombre a lo universal y a la trascendencia". Por
eso, como expresión del único ser del hombre, las culturas
están caracterizadas por la dinámica del hombre que trasciende todos
los límites. Por eso, las culturas no están fijadas de
una vez para siempre en una forma. Les es propia
la capacidad de progresar y transformarse, y también el peligro
de decadencia. Están abocadas al encuentro y fecundación mutua. Puesto
que la apertura interior del hombre a Dios las impregna
tanto más cuanto mayores y más genuinas son, por ello
llevan impresa la predisposición para la revelación de Dios. La
Revelación no les es extraña, sino que responde a una
espera interior en las culturas mismas. Theodor Haecker ha hablado,
a propósito de esto, del carácter de adviento de las
culturas precristianas, y entre tanto muchas investigaciones de historia de
las religiones han podido mostrar de manera concreta este remitir
de las culturas al Logos de Dios, que se ha
encarnado en Jesucristo. En este orden de cosas, el Papa
se vale de la tabla de las naciones contenida en
el relato pascual de los Hechos de los Apóstoles (2,
7-14), en el que se nos narra cómo es perceptible
y comunicable el testimonio de la fe en Cristo mediante
todas las lenguas y en todas las lenguas, es decir,
en todas las culturas que se expresan en la lengua.
En todas ellas la palabra humana se hace portadora del
hablar propio de Dios, de su propio Logos. La encíclica
añade: "El anuncio del Evangelio en diversas culturas, aunque exige
de cada destinatario la fe, no les impide conservar una
identidad cultural propia. Ello no crea división alguna, porque el
pueblo de los bautizados se distingue por una universalidad que
sabe acoger cada cultura, favoreciendo el proceso de lo que
en ella hay de implícito hacia su plena explicitación en
la verdad".
A partir de esto, y respecto a la relación
general de la fe cristiana con las culturas precristianas, el
Papa desarrolla modélicamente en el ejemplo de la cultura india
los principios a observar en el encuentro de estas culturas
con la fe. Llama brevemente la atención, en primer lugar,
sobre el gran auge espiritual del pensamiento indio, que lucha
por liberar el espíritu de las condiciones espacio-temporales y ejercita
así la apertura metafísica del hombre, que luego ha sido
conformada especulativamente en importantes sistemas filosóficos. Con estas indicaciones se
pone de relieve la tendencia universal de las grandes culturas,
su superación del tiempo y del espacio, y así también
su avance hacia el ser del hombre y hacia sus
supremas posibilidades. Aquí radica la capacidad de diálogo entre las
culturas, en este caso entre la cultura india y las
culturas que han crecido en el ámbito de la fe
cristiana. El primer criterio se colige por sí mismo, por
así decir, del contacto interior con la cultura india. Consiste
en la "universalidad del espíritu humano, cuyas exigencias fundamentales son
idénticas en las culturas más diversas". De él se sigue
un segundo criterio: "Cuando la Iglesia entra en contacto con
grandes culturas a las que anteriormente no había llegado, no
puede olvidar lo que ha adquirido en la inculturación en
el pensamiento grecolatino. Rechazar esta herencia sería ir en contra
del designio providencial de Dios..." Finalmente señala la encíclica un
tercer criterio, que se sigue de las reflexiones precedentes sobre
la esencia de la cultura: "Hay que evitar confundir la
legítima reivindicación de lo específico y original del pensamiento indio
con la idea de que una tradición cultural deba encerrarse
en su diferencia y afirmarse en su oposición a otras
tradiciones, lo cual es contrario a la naturaleza misma del
espíritu humano".
b) La superación de las culturas en la Biblia
y en la historia de la fe
Si el Papa insiste
en el carácter irrenunciable de la herencia cultural forjada en
el pasado, que ha llegado a ser un vehículo para
la verdad común de Dios y del hombre, entonces surge
espontáneamente la cuestión de si no se canoniza así un
eurocentrismo de la fe, que no parece superarse por el
hecho de que, a lo largo de la Historia, pueden
introducirse, o ya se han introducido, nuevas herencias en la
identidad de la fe constante y que afecta a todos.
La cuestión es insoslayable: Hasta qué punto es griega o
latina la fe, que por lo demás no ha surgido
en el mundo griego o latino, sino en el mundo
semita del antiguo Oriente, en el que estaban y están
en contacto Asia, África y Europa. La encíclica toma postura,
especialmente en su segundo capítulo, sobre el desarrollo del pensamiento
filosófico en el interior de la Biblia, y en el
cuarto capítulo, con la presentación del encuentro decisivo de esta
sabiduría de la razón desarrollada en la fe con la
sabiduría griega de la filosofía. Quisiera añadir brevemente lo siguiente:
Ya
en la Biblia se elabora un acervo de pensamiento religioso
y filosófico variado a partir de mundos culturales diversos. La
Palabra de Dios se desarrolla en un proceso de encuentros
con la búsqueda humana de una respuesta a sus últimas
preguntas. Dicha Palabra no es algo caído del cielo como
un meteorito, sino que es precisamente una síntesis de culturas.
Vista más en lo hondo, nos permite reconocer un proceso
en el que Dios lucha con el hombre y le
abre lentamente a su Palabra más profunda, a sí mismo:
al Hijo, que es el Logos. La Biblia no es
mera expresión de la cultura del pueblo de Israel, sino
que está continuamente en disputa con el intento, totalmente natural
de este pueblo, de ser él mismo e instalarse en
su propia cultura. La fe en Dios y el sí
a la voluntad de Dios le van desarraigando continuamente de
sus propias representaciones y aspiraciones. Él sale constantemente al paso
frente a la religiosidad propia de Israel y a su
propia cultura religiosa, que quería expresarse en el culto de
los lugares altos, en el culto de la diosa celeste,
en la pretensión de poder de la propia monarquía. Empezando
por la cólera de Dios y de Moisés contra el
culto al becerro de oro en el Sinaí, hasta los
últimos profetas postexílicos, de lo que siempre se trata es
de que Israel se desarraigue de su propia identidad cultural,
de que debe abandonar, por así decir, el culto a
la propia nacionalidad, el culto a la raza y a
la tierra, para inclinarse ante el Dios totalmente otro y
no apropiable, que ha creado cielo y tierra, y es
el Dios de todos los pueblos. La fe de Israel
significa una permanente autosuperación de la propia cultura en la
apertura y horizonte de la verdad común. Los libros del
Antiguo Testamento pueden parecer, desde muchos puntos de vista, menos
piadosos, menos poéticos, menos inspirados que importantes pasajes de los
libros sagrados de otros pueblos. Pero, en cambio, tienen su
singularidad en la índole combativa de la fe contra lo
propio, en este desarraigo de lo propio que comienza con
la peregrinación de Abraham. La liberación de la ley que
Pablo alcanza por su encuentro con Jesucristo resucitado, lleva esta
orientación fundamental del Antiguo Testamento hasta su consecuencia lógica: significa
la universalización plena de esta fe, que se separa del
orden nacional. Ahora son invitados todos los pueblos a entrar
en este proceso de superación de lo propio, que ha
comenzado en primer lugar en Israel; son invitados a convertirse
al Dios, que, desapropiándose de sí mismo en Jesucristo, ha
abatido "el muro de la enemistad" entre nosotros (Ef 2,
14) y nos congrega en la autoentrega de la cruz.
Así, pues, en su esencia la fe en Jesucristo es
un permanente abrirse, irrupción de Dios en el mundo humano
y apertura correspondiente del hombre a Dios, que congrega al
mismo tiempo a los hombres. Todo lo propio pertenece ahora
a todos, y todo lo ajeno llega a ser también
al mismo tiempo lo propio nuestro, y todo ello abarcado
por la palabra del padre al hijo mayor: "Todo lo
mío es tuyo" (Lc 15, 31), que vuelve a aparecer
en la oración sacerdotal de Jesús como modo de dirigirse
del Hijo al Padre: "Todo lo mío es tuyo, y
todo lo tuyo es mío" (Jn 17, 10).
Este patrón determina
también el encuentro del mensaje revelado con la cultura griega,
que, por cierto, no empieza sólo con la evangelización cristiana,
sino que se había desarrollado ya dentro de los escritos
del Antiguo Testamento, sobre todo mediante su traducción al griego
y a partir de ahí en el judaísmo primitivo. Este
encuentro era posible, porque ya se había abierto camino en
el mundo griego un acontecimiento semejante de autrotrascendencia. Los Padres
no han vertido sin más al Evangelio una cultura griega
que se mantenía en sí y se poseía a sí
misma. Ellos pudieron asumir el diálogo con la filosofía griega
y convertirla en instrumento del Evangelio allí donde en el
mundo griego se había iniciado, mediante la búsqueda de Dios,
una autocrítica de la propia cultura y del propio pensamiento.
La fe une los diversos pueblos -comenzando por los germanos
y los eslavos, que en los tiempos de la invasión
de los bárbaros entraron en contacto con el mensaje cristiano,
hasta los pueblos de Asia, África y América- no a
la cultura griega en cuanto tal, sino a su autosuperación,
que era el verdadero punto de contacto para la interpretación
del mensaje cristiano. A partir de ahí la fe los
introduce en la dinámica de la autosuperación. Hace poco Richard
Schäffler ha dicho certeramente al respecto que la predicación cristiana
ha exigido desde el principio a los pueblos de Europa
(que, por lo demás, no existía como tal antes de
la evangelización cristiana), "la renuncia a todos los respectivos "dioses"
autóctonos de los europeos, mucho antes de que entraran en
el campo de su visión las culturas extraeuropeas". A partir
de ahí hay que entender por qué la predicación cristiana
entró en contacto con la filosofía, y no con las
religiones. Cuando se intentó esto último, cuando, por ejemplo, se
quiso interpretar a Cristo como el verdadero Dionisio, Esculapio o
Hércules, tales intentos cayeron rápidamente en desuso. Que no se
entrara en contacto con las religiones, sino con la filosofía,
tiene que ver con el hecho de que no se
canonizó una cultura, sino que se podía entrar a ella
por donde había comenzado ella misma a salir de sí
misma, por donde había iniciado el camino de apertura a
la verdad común y había dejado atrás la instalación en
lo meramente propio. Esto constituye también hoy una indicación fundamental
para la cuestión de los contactos y del trasvase a
otros pueblos y culturas. Ciertamente, la fe no puede entrar
en contacto con filosofías que excluyen la cuestión de la
verdad, pero sí con movimientos que se esfuerzan por salir
de la cárcel del relativismo. Tampoco puede asumir directamente las
antiguas religiones. En cambio, las religiones pueden proporcionar formas y
creaciones de diverso tipo, pero sobre todo actitudes -el respeto,
la humildad, la abnegación, la bondad, el amor al prójimo,
la esperanza en la vida eterna. Esto me parece -
dicho entre paréntesis- que es también importante para la cuestión
del significado salvífico de las religiones. No salvan, por así
decir, en cuanto sistemas cerrados y por la fidelidad al
sistema, sino que colaboran a la salvación en la medida
en que llevan a los hombres a "preguntar por Dios"
(como lo expresa el Antiguo Testamento), "buscar su rostro", "buscar
el Reino de Dios y su justicia".
3.- Religión, verdad y
salvación
Permítanme detenerme un momento aún en este punto, porque toca
una cuestión fundamental de la existencia humana, que con razón
representa también una cuestión capital en el actual debate teológico.
Pues se trata del mismo impulso del que ha partido
la filosofía, y al que tiene que volver siempre; en
él se tocan necesariamente filosofía y teología, si éstas se
mantienen fieles a su cometido. Es la cuestión de cómo
se salva el hombre, cómo se justifica. En el pasado
se ha pensado preferentemente en la muerte y en lo
que viene después de la muerte; hoy, cuando se ve
el más allá como inseguro y por ello se lo
continúa excluyendo de las cuestiones actuales, hay que continuar buscando
lo recto y justo en el tiempo, y no puede
preterirse el problema de cómo hay que habérselas con la
muerte. Curiosamente, en el debate acerca de la relación del
cristianismo y las religiones universales el punto de discusión que
propiamente se ha mantenido es cómo se relacionan las religiones
y la salvación eterna. La cuestión de cómo puede ser
salvado el hombre, se ha planteado aún en sentido más
bien clásico. Y ahora se ha impuesto de modo bastante
general esta tesis: las religiones son todas ellas caminos de
salvación. Quizás no el camino ordinario, pero al menos sí
caminos "extraordinarios" de salvación: por todas las religiones se llega
a la salvación; esto se ha convertido en la visión
corriente.
Esta respuesta corresponde no sólo a la idea de tolerancia
y respeto del otro que hoy se nos impone. Corresponde
también a la imagen moderna de Dios: Dios no puede
rechazar a hombres sólo porque no conocen el cristianismo y,
en consecuencia, han crecido en otra religión. El aceptará su
vida religiosa lo mismo que la nuestra. Aunque esta tesis
- reforzada entre tanto con muchos otros argumentos- es clara
a primera vista, sin embargo suscita interrogantes. Pues las religiones
particulares no exigen sólo cosas distintas, sino también opuestas. Ante
el creciente número de hombres no ligados por lo religioso,
esta teoría universal de la salvación se ha extendido también
a formas de existencia no religiosas pero vividas coherentemente. Entonces
comienza a ser válido que lo contradictorio es considerado como
conducente a la misma meta; en pocas palabras: estamos nuevamente
ante la cuestión del relativismo. Se presupone subrepticiamente que en
el fondo todos los contenidos son igualmente válidos. Qué es
lo que propiamente vale, no lo sabemos. Cada uno tiene
que recorrer su camino, ser feliz a su manera, como
decía Federico II de Prusia. Así, a caballo de las
teorías de la salvación, otra vez se cuela inevitablemente el
relativismo por la puerta trasera: la cuestión de la verdad
se separa de la cuestión de las religiones y de
la salvación. La verdad es sustituida por la buena intención;
la religión se mantiene en lo subjetivo, porque no se
puede conocer lo objetivamente bueno y verdadero.
a) La diferencia de
las religiones y sus peligros
¿Nos tenemos que conformar con esto?
¿Es inevitable la alternativa entre rigorismo dogmático y relativismo humanitario?
Pienso que en las teorías reseñadas no se han pensado
suficientemente tres cosas. En primer lugar, las religiones (y entretanto
también el agnosticismo y el ateísmo) son consideradas todas ellas
como iguales. Pero precisamente esto no es así. De hecho,
hay formas religiosas degeneradas y enfermas, que no elevan al
hombre, sino que lo alienan: la crítica marxista de la
religión no carecía totalmente de base. Y también las religiones
a las que hay que reconocer una grandeza moral y
que están en camino hacia la verdad, pueden enfermar en
ciertos trechos del camino. En el hinduismo (que propiamente es
un nombre colectivo para religiones diversas) hay elementos grandiosos, pero
también aspectos negativos; el entrelazamiento con el sistema de castas,
la quema de viudas, que se había formado a partir
de representaciones inicialmente simbólicas; habría que mencionar las aberraciones del
Saktismo, por dar sólo un par de indicaciones. Pero también
el Islam, con toda la grandeza que representa, está continuamente
expuesto al peligro de perder el equilibrio, dar espacio a
la violencia y dejar que la religión se deslice hacia
lo externo y ritualista. Y naturalmente hay también, como todos
nosotros bien sabemos, formas enfermas de lo cristiano. Por ejemplo,
cuando los cruzados, en la conquista de la ciudad santa
de Jerusalén en la que Cristo murió por todos los
hombres, causaban ellos mismos un baño de sangre entre musulmanes
y judíos. Esto significa que la religión exige discernimiento, discernimiento
entre las formas de las religiones y discernimiento en el
interior de la religión misma, según la medida de su
propio nivel. Con el indiferentismo de los contenidos y de
las ideas, que todas las religiones sean distintas y sin
embargo iguales, no se puede ir adelante. El relativismo es
peligroso, concretamente para la formación del ser humano en lo
particular y en la comunidad. La renuncia a la verdad
no sana al hombre. No puede pasarse por alto cuánto
mal ha sucedido en la Historia en nombre de opiniones
e intenciones buenas.
b) La cuestión de la salvación
Con ello tocamos
ya el segundo punto que ordinariamente es desatendido. Cuando se
habla del significado salvífico de las religiones, sorprendentemente se piensa,
la mayoría de las veces, sólo en que todas posibilitan
la vida eterna, con lo cual se acaba neutralizando el
pensamiento en la vida eterna, pues uno llega de todos
modos a ella. Pero así se empequeñece inconvenientemente la cuestión
de la salvación. El cielo comienza en la tierra. La
salvación en el más allá supone la vida correspondiente en
el más acá. Uno, pues, no puede preguntarse sólo quién
va al cielo y desentenderse simultáneamente de la cuestión del
cielo. Hay que preguntar qué es el cielo y cómo
viene a la tierra. La salvación del más allá debe
reflejarse en una forma de vida, que hace aquí humano
al hombre y, de este modo, conforme a Dios. Esto
significa nuevamente que, en la cuestión de la salvación, hay
que mirar más allá de las religiones mismas y a
ese horizonte pertenecen reglas de vida recta y justa, que
no pueden ser relativizadas arbitrariamente. Yo diría, pues, que la
salvación comienza con la vida recta y justa del hombre
en este mundo, que abarca siempre los dos polos de
lo particular y de la comunidad.
Hay formas de comportamiento que
nunca pueden servir para hacer recto y justo al hombre,
y otras, que siempre pertenecen al ser recto y justo
del hombre. Esto significa que la salvación no está en
las religiones como tales, sino que depende también de hasta
qué punto llevan a los hombres, junto con ellas, al
bien, a la búsqueda de Dios, de la verdad y
del bien. Por eso, la cuestión de la salvación conlleva
siempre un elemento de crítica religiosa, aunque también puede aliarse
positivamente con las religiones. En todo caso, tiene que ver
con la unidad del bien, con la unidad de lo
verdadero, con la unidad de Dios y del hombre.
c) La
conciencia y la capacidad del hombre para la verdad
Este título
lleva al tercer punto que quería abordar aquí. La unidad
del hombre tiene un órgano: la conciencia. Fue una osadía
de san Pablo afirmar que todos los hombres tienen la
capacidad de escuchar la conciencia, separar así la cuestión de
la salvación del conocimiento y observancia de la Thorá, y
situarla sobre la exigencia común de la conciencia en la
que el único Dios habla, y dice a cada uno
lo verdaderamente esencial de la Thorá: "Cuando los gentiles, que
no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley,
sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes
muestran tener la realidad de esa ley escrita en su
corazón, atestiguando su conciencia..." (Rom 2, 14 ss). Pablo no
dice: Si los gentiles se mantienen firmes en su religión,
eso es bueno ante el juicio de Dios. Al contrario,
él condena gran parte de las prácticas religiosas de aquel
tiempo. Remite a otra fuente, a lo que todos llevan
escrito en el corazón, al único bien del único Dios.
De todos modos, aquí se enfrentan hoy dos conceptos contrarios
de conciencia, que la mayoría de las veces sencillamente se
entrometen el uno en el otro. Para Pablo la conciencia
es el órgano de la trasparencia del único Dios en
todos los hombres, que son un hombre. En cambio, actualmente
la conciencia aparece como expresión del carácter absoluto del sujeto,
sobre el que no puede haber, en el campo moral,
ninguna instancia superior. Lo bueno como tal no es cognoscible.
El Dios único no es cognoscible. En lo que afecta
a la moral y a la religión, la última instancia
es el sujeto. Esto es lógico, si la verdad como
tal es inaccesible. Así, en el concepto moderno de conciencia,
ésta es la canonización del relativismo, de la imposibilidad de
normas morales y religiosas comunes, mientras que, por el contrario,
para Pablo y la tradición cristiana había sido la garantía
para la unidad del hombre y para la cognoscibilidad de
Dios, para la obligatoriedad común del mismo y único bien.
El hecho de que en todos los tiempos ha habido
y hay santos gentiles, se basa en que en todos
lugares y en todos tiempos - aunque muchas veces con
gran esfuerzo y sólo parcialmente- era perceptible la voz del
corazón, y la Thora de Dios se nos hacía perceptible
como obligación en nosotros mismos, en nuestro ser creatural y
así se nos hacía posible superar lo meramente subjetivo, en
la relación de unos con otros y en la relación
con Dios. Y esto es salvación. Resta por saber lo
que Dios hace con los pobres fragmentos de nuestro ascenso
hacia el bien, hacia Él mismo, su misterio, que no
debíamos arrogarnos el querer controlar.
Reflexiones conclusivas
Al final de mis reflexiones
quisiera llamar nuevamente la atención sobre una indicación metodológica que
da el Papa para la relación de la teología y
la filosofía, de la fe y la razón, porque con
ella se toca la cuestión práctica de cómo podía ponerse
en marcha, en el sentido de la encíclica, una renovación
del pensamiento filosófico y teológico. La encíclica habla de un
movimiento circular entre teología y filosofía, y lo entiende en
el sentido de que la teología tiene que partir siempre
en primer lugar de la Palabra de Dios; pero, puesto
que esta Palabra es verdad, hay que ponerla en relación
con la búsqueda humana de la verdad, con la lucha
de la razón por la verdad y ponerla así en
diálogo con la filosofía. La búsqueda de la verdad por
parte del creyente se realiza, según esto, en un movimiento,
en el que siempre se están confrontando la escucha de
la Palabra proclamada y la búsqueda de la razón. De
este modo, por una parte, la fe se profundiza y
purifica, y, por otra, el pensamiento también se enriquece, porque
se le abren nuevos horizontes. Me parece que se puede
ampliar algo más esta idea de la circularidad: tampoco la
filosofía como tal debería cerrarse en lo meramente propio e
ideado por ella. Así como debe estar atenta a los
conocimientos empíricos, que maduran en las diversas ciencias, así también
debería considerar la sagrada tradición de las religiones, y en
especial el mensaje de la Biblia, como una fuente de
conocimiento del que ella se deja fecundar. De hecho, no
hay ninguna gran filosofía que no haya recibido de la
tradición religiosa luces y orientaciones, ya pensemos en la filosofía
de Grecia y de la India, o en la filosofía
que se ha desarrollado en el ámbito del cristianismo, o
también en las filosofías modernas, que estaban convencidas de la
autonomía de la razón y consideraban esta autonomía como criterio
último del pensar, pero que se mantuvieron deudoras de los
grandes temas del pensamiento que la fe cristiana había ido
dando a la filosofía: Kant, Fichte, Hegel, Schelling no serían
imaginables sin los antecedentes de la fe, e incluso Marx,
en el corazón de su radical reinterpretación, vive del horizonte
de esperanza que había asumido de la tradición judía. Cuando
la filosofía apaga totalmente este diálogo con el pensamiento de
la fe, acaba -como Jaspers formuló una vez- en una
"seriedad que se va vaciando de contenido". Al final se
ve impelida a renunciar a la cuestión de la verdad,
y esto significa darse a sí misma por perdida. Pues
una filosofía que ya no pregunta quiénes somos, para qué
somos, si existe Dios y la vida eterna, ha abdicado
como filosofía.
Quisiera concluir con la mención de un comentario a
la encíclica, que ha aparecido en el semanario alemán "Die
Zeit", en otras ocasiones más bien lejano a la Iglesia.
El comentarista Jan Ross sintetiza con mucha precisión el núcleo
de la instrucción papal, cuando dice que el destronamiento de
la teología y de la metafísica "no ha hecho al
pensamiento sólo más libre, sino también más angosto". Sí, él
no teme hablar de "entontecimiento por increencia". "Cuando la razón
se apartó de las cuestiones últimas, se hizo apática y
aburrida, dejó de ser competente para los enigmas vitales del
bien y del mal, de muerte e inmortalidad". La voz
del Papa -prosigue este comentarista- ha dado ánimo "a muchos
hombres y a pueblos enteros; en los oídos de muchos
ha sonado también dura y cortante, e incluso ha suscitado
odio, pero si enmudece, será un momento de silencio espantoso"
(fin de la cita). De hecho, si se deja de
hablar de Dios y del hombre, del pecado y la
gracia, de la muerte y la vida eterna, entonces todo
grito y todo ruido que haya será sólo un intento
inútil para hacer olvidar el enmudecerse de lo propiamente humano.
El Papa ha salido al paso ante el peligro de
tal enmudecimiento con su parresía, con la franqueza intrépida de
la fe, y ha cumplido un servicio no sólo para
la Iglesia, sino también para la Humanidad. Debemos estarle agradecidos
por ello.
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