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María Purísima de la Cruz Salvat y Romero, Beata |
Religiosa
En Sevilla, España, Beata María Purísima de la Cruz
(en el siglo Isabel Salvat y Romero), quien fuera
superiora general de la congregación de las hermanas de
la Compañía de la Cruz. († 1998)
Fecha de beatificación: 18
de septiembre de 2010, durante el pontificado de S.S. Benedicto
XVI.
La Sierva de
Dios nació el 20 de febrero de 1926 en Madrid
en el seno de una familia acomodada. Al día siguiente,
fue llevada a la fuente bautismal en la parroquia de
Nuestra Señora de la Concepción, recibiendo el nombre de María
Isabel. En su ambiente familiar, fuertemente motivado en sentido religioso,
junto con la primera educación asimiló también los valores cristianos,
que profundizó con creciente conocimiento frecuentando desde niña el colegio
madrileño de la Virgen María, gestionado por las Religiosas Irlandesas.
En el ámbito de su itinerario formativo, recibió la Primera
Comunión, la Confirmación y completó el currículo normal de los
estudios. En el 1936, al estallar la guerra civil, la
familia se trasladó a Portugal; pero, después de dos años,
regresó a la patria, escogiendo como residencia, en un primer
momento, la ciudad vasca de San Sebastián y luego nuevamente
Madrid.
A lo largo de estos años Maria Isabel fue madurando
en todas las cualidades personales y culturales para poder proyectar
una vida social llena de satisfacciones, revalorizada posteriormente por su
procedencia alto burguesa. Ella, sin embargo, comenzó a percibir con
mucha claridad la vocación a la vida religiosa, de manera
que, una vez presentada la solicitud, en el 1944 fue
acogida como postulante en el Instituto de las Hermanas de
la Compañía de la Cruz de Sevilla. Al año siguiente
recibió el hábito religioso, asumiendo el nombre de Sor María
de la Purísima de la Cruz, y fue admitida al
noviciado.
Ya durante este periodo de formación, la Sierva de Dios
se distinguió por su compromiso, espíritu de sacrificio y ejemplaridad.
De modo particular se manifiestan en ella, con admirable sencillez,
el amor a la pobreza, un comportamiento humilde y un
espíritu de obediencia desinteresada y convencida. En el 1947 emitió
los votos temporales. Reconociendo en ella la preparación humana y
espiritual, a la joven hermana se le confió la dirección
del colegio de Lopera, cerca de Jaén, compromiso al que
siguieron otros cargos de responsabilidad en Valladolid y Estepa. En
1966 fue llamada a la Casa Madre de Sevilla, primero
como auxiliar del Noviciado, luego como Maestra de novicias. Dos
años más tarde fue nombrada Provincial, luego Consejera General, después
aún Superiora de la comunidad de Villanueva del Río y
Minas (Sevilla) y en el 1977 fue elegida Madre General
del Instituto. Sería reelegida, con permiso de la Santa Sede,
otras tres veces para este oneroso cargo, particularmente delicado en
los difíciles años que siguieron al Concilio Vaticano II y
que vieron a la Sierva de Dios comprometida en la
actualización de las Constituciones del Instituto dentro de la óptica
de la salvaguardia y de la revalorización del carisma original,
a través de una renovada fidelidad al Evangelio y al
Magisterio eclesial, una intensa dimensión eucarística y mariana, una inteligente
adaptación de la tradición a las nuevas perspectivas de la
Iglesia y de la sociedad. Su actitud fundamental fue de
un equilibrio dinámico: Sor María no vivió la fidelidad como
una cansada repetición de fórmulas ensayadas, sino como un deseo
de creatividad para ir al encuentro de las exigencias que
el Señor le iba haciendo comprender. En cada circunstancia miró
a Santa Ángela de la Cruz, Fundadora de la Congregación,
como a un manantial perenne de continuidad coherente dentro de
la necesaria renovación.
Tuvo una solicitud particular por la formación
permanente de las Hermanas, sobre todo por las que atravesaban
momentos de crisis y de desorientación, de modo que en
aquellos años de experiencias y de no pocas incertidumbres su
testimonio de vida constituyó un punto seguro de referencia para
muchas de ellas. Cuidó con amor la animación vocacional, cuyos
frutos maduraron incluso de modo visible, hasta el punto de
que la Sierva de Dios tuvo que dedicarse a abrir
nuevas casas religiosas en otras ciudades de España, como Puertollano,
Huelva, Cádiz, Lugo, Linares, Alcázar de S. Juan. Incluso en
Reggio Calabria, en Italia, en el 1984 realizó la fundación
de una casa. Su personalidad serena y jovial contribuía a
crear un clima de confianza y de comunión, pero era
sobre todo su sólida espiritualidad la que motivaba sus intenciones
y sus acciones. En ella, efectivamente, se pone de manifiesto
una intensa experiencia religiosa, vivida con clara conciencia de la
presencia de Dios y en la constante búsqueda de su
voluntad, y alimentada en las fuentes de la oración y
de la contemplación; una sincera disponibilidad a las exigencias del
prójimo, de manera particular para con los más necesitados, y
una sagaz apertura hacia los problemas contemporáneos; una tendencia hacia
la perfección, hasta llegar a conseguir un asiduo y fervoroso
ejercicio de las virtudes humanas e cristianas.
En el 1994
le diagnosticaron un tumor, por el que tuvo que ser
operada. Afrontó la enfermedad con gran docilidad a la voluntad
de Dios y con fortaleza de ánimo y durante cuatro
años continuó generosamente con su actividad. En los últimos días
de vida, cuando el sufrimiento fue más doloroso, renovó su
confianza en la bondad de Dios, preparándose para el momento
del encuentro con el Esposo.
El 31 de octubre 1998
se durmió piadosamente en la Casa Madre de Sevilla. En
su funeral participaron numerosos sacerdotes y religiosas, junto con un
grandísima asistencia de fieles, testimonio de una fama de santidad
que ya en vida había acompañado a la Sierva de
Dios.
El sábado 27 de marzo de 2010, S.S. Benedicto XVI
firmó el decreto referente a un milagro atribuido a la
intercesión de la venerable María Purísima de la Cruz Salvat.
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