Padre nuestro.
Morir para vivir, perder para vencer, luchar para triunfar.
Estimados hermanos y amigos:
Nuestra vida es semejante a un viaje caracterizado por momentos de placer y el aprendizaje constante a superar pérdidas de muy diversa índole. Con el paso de los años, perdemos el vigor de la juventud, se nos debilita la salud, perdemos oportunidades de mantener relaciones y de trabajar, -unas veces porque no sabemos aprovecharlas, y en otras ocasiones, porque no faltan quienes quieren impedir que nuestra vida sea exitosa-, y, finalmente, nos sorprende la muerte, que es un estado del que muchos no quieren hablar, porque les sucede lo mismo que a los romanos que no mencionaban las crucifixiones, porque consideraban desagradable el hecho de hablar de las mismas, y pensaban que eran dignas de gente de mala reputación, que era privada de la vida, en pago por sus injusticias, y que eran útiles para escarmentar a quienes pensaran en seguir sus caminos.
Si la muerte es el fin de nuestra vida, pueden crearse situaciones que pueden matarnos lentamente, privándonos de crecer a los niveles espiritual y material. No podemos vivir sin dinero y ciertos bienes materiales, pero necesitamos depositar nuestra confianza en Dios, en alguien a quien amemos mucho, o en alguna actividad, que haga placentera nuestra existencia en esta tierra, que mucha gente considera un valle de lágrimas, porque medita más sobre el sufrimiento, que sobre las oportunidades que tiene, de sentirse feliz.
En cierta ocasión, cuando le preguntaron al Mahatma (Alma Grande) Gandhi cuales son los factores que destruyen al ser humano, pronunció las siguientes palabras:
"La política sin principios, el placer sin compromiso, la riqueza sin trabajo, la sabiduría sin carácter, los negocios sin moral, la ciencia sin humanidad y la oración sin caridad.
La vida me ha enseñado que la gente es amable, si yo soy amable; que las personas están tristes, si estoy triste; que todos me quieren, si yo los quiero; que todos son malos, si yo los odio; que hay caras sonrientes, si les sonrío; que hay caras amargas, si estoy amargado; que el mundo está feliz, si yo soy feliz; que la gente es enojona, si yo soy enojón; que las personas son agradecidas, si yo soy agradecido.
La vida es como un espejo: Si sonrío, el espejo me devuelve la sonrisa. La actitud que tome frente a la vida, es la misma que la vida tomará ante mí. El que quiera ser amado, que ame".
Nuestra forma de afrontar las dificultades que podamos tener, hace posible que nos sintamos felices si es optimista, o que pensemos que somos fracasados, si es pesimista.
No podemos alcanzar la plenitud de la dicha, si pensamos que la misma consiste en mantener nuestras relaciones con nuestros familiares y amigos mientras vivimos, no tener que superar dificultades, y no carecer nunca de bienes materiales, pero, si nuestras relaciones no se interrumpen por causa de diversos problemas, o por efecto de la muerte, probablemente, no aprenderemos a valorarlas, si no tenemos dificultades que superar, perdemos la experiencia de aprender a superarnos a nosotros mismos, y, si no conocemos la pobreza, desconoceremos el valor de las posesiones que tenemos.
Curiosamente, las mismas dificultades que podemos tener para relacionarnos con Dios, nos pueden afectar, a la hora de establecer relaciones humanas.
Hay quienes quieren convertir tanto a Dios como a la gente con que se relacionan, en posesiones particulares. Las relaciones no pueden ser plenas si se basan en la esclavitud de quienes son débiles de carácter por parte de quienes se consideran superiores a los demás. Si no somos capaces de relacionarnos con otras personas haciendonos querer por las mismas, desconoceremos el significado de sentirnos queridos y valorados.
Ni Dios ni nuestros prójimos los hombres son solucionadores de problemas. No valoremos las relaciones que mantenemos pensando en el provecho material que podemos obtener de las mismas. Hay quienes se sienten felices viviendo aislados, pero la compañía y el afecto humanos, no son despreciables.
Nuestras relaciones no deben basarse en la búsqueda de consuelo cuando tenemos dificultades, para extinguirse cuando nos sentimos felices. Si siempre nos mostramos tristes y enfadados, llegará el día en que no nos soportaremos ni nosotros mismos, pero, si nos mostramos felices aunque no sintamos que lo somos, y ayudamos a otras personas a superar sus dificultades, cuando necesitemos ser consolados, difícilmente nos faltará quien nos tienda la mano, para ayudarnos a superar nuestros problemas.
No olvidemos que dar y recibir tienen la misma importancia en esta vida. Si damos y nos negamos a recibir, ello puede ser visto como una muestra de orgullo y desconfianza, y como falta de aprecio. Si recibimos y no estamos dispuestos a dar, puede sucedernos que nos encontremos solos, en momentos de necesidad. Dios espera que imitemos su conducta, y la humanidad debe recibir de nosotros más de lo que nos da, para que el mundo nunca deje de ser mejor.
La visión de los cristianos de la muerte es muy positiva, aunque, paradójicamente, muchos creyentes en Dios tienen miedo con respecto a la misma, por el desconocimiento de la fe que dicen profesar, que les impide realizarse plenamente, como seguidores de Jesucristo. El Cristianismo, más que una ideología, es una manera de vivir.
El Cristianismo es una manera de vivir plenamente para quienes no tienen que afrontar dificultades, y para quienes, -como se indica en el título del presente trabajo-, tienen que morir para vivir, perder para vencer, y luchar para triunfar, -es decir, morir a una vida de dificultades para vivir la vida plena de la gracia, conocer las pérdidas y el fracaso para valorar la felicidad que Dios les ha prometido a sus fieles en muchos textos bíblicos, y afrontar sus problemas y buscar nuevas oportunidades, para sentirse plenamente realizados, en el campo espiritual y en el terreno material-.
La vida de cada cristiano que se amolda al cumplimiento de la voluntad de Dios, y de cada no creyente que comprende que la humanidad es una cadena en la que todos dependemos unos de otros para seguir progresando, forma parte de una obra consistente en convertir el mundo en el Reino de Dios, que fue iniciada por el Dios Uno y Trino, y solo podrá ser acabada cuando, el citado Reino, sea plenamente instaurado entre nosotros. Hay quienes, independientemente de que sean cristianos, consideran que la muerte forma parte de la vida, -o que es un estado que tenemos que vivir-, y, cuando pierden a sus familiares y amigos queridos, asumen ese hecho, e intentan superar su tristeza natural, para no ser víctimas de la depresión, pero no faltan quienes ven la muerte como un terrible drama, y, consecuentemente, cuando fallecen sus familiares y amigos queridos, necesitan ser ayudados, para superar las citadas circunstancias, que tanto les hacen sufrir.
Dado que las postrimerías cristianas son muy conocidas tanto por los creyentes como por quienes no profesan la fe cristiana, un año más, deseo hablaros de cómo podemos superar la muerte de nuestros seres queridos, ya que, el año 2011, escribí mi meditación correspondiente a la Conmemoración de los Fieles Difuntos, haciendo referencia, a la esperanza que tenemos, de que Dios cumpla sus promesas.
Frecuentemente nos sucede que, cuando mueren nuestros familiares o los parientes de nuestros amigos, no sabemos cómo consolar a los más allegados a los difuntos. Dado que a veces podemos considerar que lo peor que podemos hacer en tales casos es quedarnos callados, recurrimos a un repertorio de frases hechas, que, además de empeorar el estado de los dolientes, pueden hacernos quedar muy mal con ellos, porque podemos darles la impresión, de que no comprendemos su dolor.
Veamos algunas de las frases hechas que podemos tener la tentación de utilizar, cuando queremos consolar a quienes sufren, a causa de la muerte de sus familiares o amigos queridos.
-"Tienes que intentar olvidar, porque no vas a ganar nada entristeciéndote y llorando”. Pongámonos en el lugar de quienes sufren la muerte de quienes aman, e intentemos reaccionar como ellos lo harían, cuando se les dice que no piensen, ni en la muerte de sus seres queridos, ni en sus recuerdos de los mismos. ¿Es razonable pretender que quienes sufren por la muerte de quienes tanto han amado olviden a sus difuntos, y más cuando los mismos acaban de morir?
Quienes hemos vivido la experiencia de la muerte de familiares y amigos queridos, tenemos que aprender a recordar a quienes no podemos olvidar, dándole gracias a Dios o a la vida, -depende de nuestras creencias-, por habernos dado la oportunidad de disfrutar de quienes fueron ejemplos a imitar por nosotros, y supieron hacernos felices. Compartamos recuerdos de los difuntos, para que quienes los aman acepten su fallecimiento con naturalidad. Si los recuerdos no son evocados muchas veces, se dificultará el proceso de recuperación de los dolientes. Esto no es difícil de conseguir para los cristianos que inspiran su vida en la práctica de su fe, porque los tales creen que, algún día, volverán a vivir con quienes partieron antes que ellos a la Casa del Padre, superando las diferencias que tuvieron con algunos de ellos, que no pudieron solventar en esta vida, porque quizás no encontraron el medio más adecuado, para lograr lo que tanto desean.
Recuerdo el caso de una señora que, cuando vivió la experiencia del fallecimiento de su marido, una de sus amigas, -con la intención de consolarla-, le dijo:
-"Carlos ya no sufre. No sufras tú tampoco".
Dicha señora, le dijo a su interlocutora: "¿Crees que es fácil dejar de sufrir por un hombre que ha vivido cuarenta años conmigo, con quien he tenido tres hijos, y con quien he superado miles de dificultades?".
Aunque muchos creen que guardar silencio cuando están con los dolientes es algo inútil y quizás hasta ridículo, esa es, precisamente, una de las formas más útiles que existen, de consolar a quienes sufren, a causa del fallecimiento de quienes tanto han amado. Es conveniente dejar que los tales hablen de lo que quieran, dejarles llorar, acompañarles y ayudarles a realizar todos los trámites, relacionados con el fallecimiento de sus familiares. Hay ocasiones en que los gestos afectivos y la compañía, son el mejor consuelo que podemos ofrecerles, a quienes lamentan la muerte de sus seres queridos.
-"Es ley de vida". Esas palabras que podemos utilizar para consolar a los dolientes, tienen el efecto de hacerles sentir impotentes, y, consiguientemente, de hacerles pensar más, en la pérdida de quienes recuerdan con mucha tristeza, haciéndose preguntas, como las que siguen: . ¿Por qué tiene que acaecer la muerte de sus familiares en ese tiempo? ¿Por qué no se les da unos años más de vida? ¿Por qué mueren muchos niños cuando están empezando a vivir?...
-"El tiempo cura todas las heridas". Aunque esta frase pretende significar: Verás cómo superarás el estado tan doloroso en que te encuentras, obtiene la siguiente respuesta: Yo no quiero superar la muerte de mi familiar y/o amigo, sino tenerlo conmigo.
-"Mantente fuerte por los familiares que te quedan". Esta frase puede ser interpretada, de la siguiente manera: ¿Cómo me voy a mantener fuerte, si el dolor que siento es más fuerte que yo? No intentemos quitarle importancia a la muerte de los familiares de quienes consolamos, haciéndoles ver que aún les quedan familiares vivos.
-"Tu familiar murió porque Dios ha querido llevárselo". Esta frase, puede suscitar interrogantes, con respecto a cómo Dios, -si verdaderamente existe-, nos provoca dolores tan profundos, como la pérdida de quienes amamos, más que a nosotros mismos.
Cuando ayudemos a quienes pierden a sus familiares queridos, no pensemos que tenemos que aconsejarles y levantarles el ánimo constantemente. Bástenos escucharles, dejarles hablar y llorar. Ellos mismos, con el paso del tiempo, razonarán, y se sobrepondrán, a medida que acepten la muerte de sus seres queridos. Los dolientes, más que palabras de ánimo que pretendan consolarlos y tranquilizarlos, necesitan que los escuchemos.
-No les digamos a los dolientes que comprendemos su situación, si no hemos vivido una experiencia semejante a la suya.
-No intentemos justificar la muerte de nadie. No sirve de nada culpar a Dios, a los vivos ni a los difuntos, de lo que ya es inevitable, y solo sirve para causarles dolor a quienes perdieron a sus seres queridos.
-No intentemos que los dolientes valoren cómo será su vida sin sus familiares o amigos recién fallecidos, pues ya lo harán ellos, a medida que acepten lo que les acaba de suceder. Ya tendremos tiempo de ayudarles, si nos mostramos cercanos a ellos, brindándoles amistad y apoyo, y si nos piden ayuda. No cometamos el error de adelantar acontecimientos, y dejemos que acepten lo que les acaba de suceder.
-Cometen un grave error quienes no dejan que los dolientes lloren y expresen su rabia, tristeza, miedo, dolor, e impotencia, creyendo que ello solo servirá para empeorar su estado. Desgraciadamente, algunos están tan obsesionados con evitar las conversaciones referentes al sufrimiento y la muerte, que impiden que, quienes necesitan ser escuchados, puedan desahogarse. Hay momentos en que los placeres mundanos no pueden hacernos evitar la tristeza, y, en esos momentos, lo más razonable que podemos hacer, es desahogarnos, o dejar que hablen y lloren quienes necesitan ser escuchados, sin obsesionarnos por encontrar las palabras exactas para consolarlos, porque, más que palabras alentadoras, necesitan aceptación y comprensión.
-No pensemos que ayudar a quienes lloran por la muerte de quienes aman consiste en hablarles hasta el cansancio o en inventar ocupaciones para evitarles pensar en su dolor.
-No temamos hablar de los difuntos, ni emocionarnos hasta llegar a llorar con los dolientes, porque ello puede hacerles sentir nuestra cercanía, aceptación y comprensión. Si nos identificamos con su dolor, y captan que compartimos su sufrimiento, tendrán una gran facilidad para desahogarse.
No dejemos solos a quienes sufren por la muerte de sus familiares y amigos cuando los sepultan. Ellos necesitan nuestra compañía, afecto y comprensión, para poder superar el estado que les hace sufrir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario