lunes, 29 de octubre de 2012

Año litúrgico

¿Qué es el Año Litúrgico?
La Iglesia celebra entero el misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta su última y definitiva venida.
 
¿Qué es el Año Litúrgico?
¿Qué es el Año Litúrgico?

Se llama Año Litúrgico o año cristiano al tiempo que media entre las primeras vísperas de Adviento y la hora nona de la última semana del tiempo ordinario, durante el cual la Iglesia celebra el entero misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta su última y definitiva venida, llamada la Parusía. Por tanto, el año litúrgico es una realidad salvífica, es decir, recorriéndolo con fe y amor, Dios sale a nuestro paso ofreciéndonos la salvación a través de su Hijo Jesucristo, único Mediador entre Dios y los hombres.

En la carta apostólica del papa Juan Pablo II con motivo del cuadragésimo aniversario de la constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia, del 4 de diciembre de 2003, nos dice que el año litúrgico es “camino a través del cual la Iglesia hace memoria del misterio pascual de Cristo y lo revive” (n.3).


El Año Litúrgico tiene dos funciones o finalidades:

a) Una finalidad catequética: quiere enseñarnos los varios misterios de Cristo: Navidad, Epifanía, Muerte, Resurrección, Ascensión, etc. El año litúrgico celebra el misterio de la salvación en las sucesivas etapas del misterio del amor de Dios, cumplido en Cristo.

b) Una finalidad salvífica: es decir, en cada momento del año litúrgico se nos otorga la gracia especifica de ese misterio que vivimos: la gracia de la esperanza cristiana y la conversión del corazón para el Adviento; la gracia del gozo íntimo de la salvación en la Navidad; la gracia de la penitencia y la conversión en la Cuaresma; el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte en la Pascua; el coraje y la valentía el día de Pentecostés para salir a evangelizar, la gracia de la esperanza serena, de la honestidad en la vida de cada día y la donación al prójimo en el Tiempo Ordinario, etc. Nos apropiamos los frutos que nos trae aquí y ahora Cristo para nuestra salvación y progreso en la santidad y nos prepara para su venida gloriosa o Parusía.

En lenguaje más simple: el Año Litúrgico honra religiosamente los aniversarios de los hechos históricos de nuestra salvación, ofrecidos por Dios, para actualizarlos y convertirlos, bajo la acción del Espíritu Santo, en fuente de gracia divina, aliento y fuerza para nosotros:


En Navidad Se conmemora el nacimiento de Jesús en la Iglesia, en el mundo y en nuestro corazón, trayéndonos una vez más la salvación, la paz, el amor que trajo hace más de dos mil años. Nos apropiamos de los mismos efectos salvíficos, en la fe y desde la fe. Basta tener el alma bien limpia y purificada, como nos recomendaba san Juan Bautista durante el Adviento.

En la Pascua Se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesús, sacándonos de las tinieblas del pecado a la claridad de la luz. Y nosotros mismos morimos junto con Él, para resucitar a una nueva vida, llena de entusiasmo y gozo, de fe y confianza, comprometida en el apostolado.

En Pentecostés Se conmemora la venida del Espíritu Santo, para santificar, guiar y fortalecer a su Iglesia y a cada uno de nosotros. Vuelva a renovar en nosotros el ansia misionera y nos lanza a llevar el mensaje de Cristo con la valentía y arrojo de los primeros apóstoles y discípulos de Jesús.


Gracias al Año Litúrgico, las aguas de la redención nos cubren, nos limpian, nos refrescan, nos sanan, nos curan, aquí y ahora. Continuamente nos estamos bañando en las fuentes de la salvación. Y esto se logra a través de los sacramentos. Es en ellos donde celebramos y actualizamos el misterio de Cristo. Los sacramentos son los canales, a través de los cuales Dios nos da a sorber el agua viva y refrescante de la salvación que brota del costado abierto de Cristo.

Podemos decir en verdad que cada día, cada semana, cada mes vienen santificados con las celebraciones del Año Litúrgico. De esta manera los días y meses de un cristiano no pueden ser tristes, monótonos, anodinos, como si no pasara nada. Al contrario, cada día pasa la corriente de agua viva que mana del costado abierto del Salvador. Quien se acerca y bebe, recibe la salvación y la vida divina, y la alegría y el júbilo de la verdadera liberación interior.


El Año Litúrgico, ¿cuántos ciclos tiene?

Tiene dos:

  • Ciclo temporal cristológico: en torno a Cristo.
  • Ciclo santoral: dedicado a la Virgen y los santos.


    A su vez, el ciclo temporal cristológico tiene dos ciclos:
  • El ciclo de Navidad, que comienza con el tiempo de Adviento y culmina con la Epifanía.
  • El ciclo Pascual, que se inicia con el miércoles de ceniza, Cuaresma, Semana Santa, Triduo Pascual y culmina con el domingo de Pentecostés.


    El ciclo de Navidad: comienza a finales de noviembre o principio de diciembre, y comprende: Adviento, Navidad, Epifanía.
  • Adviento: tiempo de alegre espera, pues llega el Señor. Las grandes figuras del Adviento son: Isaías, Juan el Bautista y María. Isaías nos llena de esperanza en la venida de Cristo, que nos traerá la paz y la salvación. San Juan Bautista nos invita a la penitencia y al cambio de vida para poder recibir en el alma, ya purificada y limpia, al Salvador. Y María, que espera, prepara y realiza el Adviento, y es para nosotros ejemplo de esa fe, esperanza y disponibilidad al plan de Dios en la vida. En el hemisferio sur sintoniza bien el Adviento, pues el trabajador espera el aguinaldo, el estudiante espera los buenos resultados de su año escolar, la familia espera las vacaciones, el comerciante espera el balance, todos esperamos el año nuevo... es tiempo y mes de espera. Y además, estamos en pleno mes de María. ¿Qué color se usa en el Adviento? Morado, color austero, contenido, que invita a la reflexión y a la meditación del misterio que celebraremos en la Navidad. No se dice ni se canta el Gloria, estamos en expectación, no en tiempo de júbilo. Durante el Adviento se confecciona una corona de Adviento; corona de ramos de pino, símbolo de vida, con cuatro velas (los cuatro domingos de Adviento), que simbolizan nuestro caminar hacia el pesebre, donde está la Luz, que es Cristo; indica también nuestro crecimiento en la fe, luz de nuestros corazones; y con la luz crece la alegría y el calor por la venida de Cristo, Luz y Amor.
  • Navidad: comienza el 24 de diciembre en la noche, con la misa de Gallo y dura hasta el Bautismo de Jesús inclusive. En Navidad todo es alegría, júbilo; por eso el color que usa el sacerdote es el blanco o dorado, de fiesta y de alegría. Jesús niño sonríe y bendice a la humanidad, y conmueve a los Reyes y a las naciones. Sin embargo, ya desde su nacimiento, Jesús está marcado por la cruz, pues es perseguido; Herodes manda matar a los niños inocentes, la familia de Jesús tiene que huir a Egipto. Pero Él sigue siendo la luz verdadera que ilumina a todo hombre.
  • Epifanía: el día de Reyes es la fiesta de la manifestación y revelación de Dios como luz de todos los pueblos, en la persona de esos reyes de Oriente. Cristo ha venido para todos: Oriente y Occidente, Norte y Sur, Este y Oeste; pobres y ricos; adultos y niños; enfermos y sanos, sabios e ignorantes.


    El ciclo Pascual comprende Cuaresma, Semana Santa, Triduo Pascual, y Tiempo Pascual.
  • Cuaresma: es tiempo de conversión, de oración, de penitencia y de limosna. No se dice ni se canta el Gloria ni el Aleluya. Estos himnos de alegría quedan guardados en el corazón para el tiempo pascual. Se aconseja rezar el Via Crucis cada día o, al menos, los viernes, para unirnos a la pasión del Señor y en reparación de los pecados.
  • Semana Santa y Triduo Pascual: tiempo para acompañar y unirnos a Cristo sufriente que sube a Jerusalén para ser condenado y morir por nosotros. Es tiempo para leer la pasión de Cristo, descrita por los Evangelios, y así ir sintonizando con los mismos sentimientos de Cristo Jesús, adentrarnos en su corazón y acompañarle en su dolor, pidiéndole perdón por nuestros pecados. Estos días no son días para ir a playas ni a diversiones mundanas. Es una Semana Santa para vivirla en nuestras iglesias, junto a la comunidad cristiana, participando de los oficios divinos, rezando y meditando los misterios de nuestra salvación: Cristo sufre, padece y muere por nosotros para salvarnos y reconciliarnos con su Padre y así ganarnos el cielo que estaba cerrado, por culpa del pecado, de nuestro pecado.
  • Tiempo Pascual: tiempo para celebrar con gozo y alegría profunda la resurrección y el tiempo del Señor. Es la victoria de Cristo sobre la muerte, el odio, el pecado. Dura siete semanas; dentro de este tiempo se celebra la Ascensión, donde regresa Cristo a la casa del Padre, para dar cuenta de su misión cumplida y recibir del Padre el premio de su fidelidad. En Pentecostés, la Iglesia sale y se hace misionera, llevando el mensaje de Cristo por todo el mundo.


    El ciclo Santoral está dedicado a la Virgen y a los santos:

    Cada uno de los Santos es una obra maestra de la gracia del Espíritu Santo. Así dijo el papa Juan XXIII en la alocución del 5 de junio de 1960. Por eso, celebrar a un santo es celebrar el poder y el amor de Dios, manifestados en esa creatura.

    Los santos ya consiguieron lo que nosotros deseamos. Este culto es grato a Dios, pues reconocemos lo que Él ha hecho con estos hombres y mujeres que se prestaron a su gracia. “Los santos, –dirá san Atanasio- mientras vivían en este mundo, estaban siempre alegres, como si siempre estuvieran celebrando la Pascua” (Carta 14).

    Este culto también es útil a nosotros, pues serán intercesores nuestros en el cielo, para implorar los beneficios de Dios por Cristo. Son bienhechores, amigos y coherederos del Cielo. Así lo expresó san Bernardo: “Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. La veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso que, al pensar en ellos, se enciende en mí un fuerte deseo” (Sermón 2).

    Tenemos que venerarlos, amarlos y agradecer a Dios lo que por ellos nos viene de Dios. Son para nosotros modelos a imitar. Si ellos han podido, ¿por qué nosotros no vamos a poder, con la ayuda de Dios?

    Sobre todos los santos sobresale la Virgen, a quien tenemos que honrar con culto de especial veneración, por ser la Madre de Dios. Ella es la que mejor ha imitado a su Hijo Jesucristo. Además, Cristo, antes de morir en la cruz, nos la ha regalado como Madre.


  • Tiempos del Año Litúrgico
    Pascua, Navidad y Tiempo ordinario. Conjunto de solemnidades y fiestas del Señor, de la Virgen María y de los Santos.
     
    El año litúrgico es un tiempo simbólico, un signo de salvación que recorre el círculo completo de las estaciones del año solar, siendo portador de una significación y de un poder de salvación, que no es otro que el misterio de Cristo, centro y culmen de toda realidad simbólica cristiana.

    El año litúrgico tiene una estructura que distribuye y articula las celebraciones de la comunidad cristiana, siguiendo unos períodos de tiempos variables según su situación en el año o ligados a determinadas fechas del calendario; es decir, propio del Tiempo y Santoral.

    El año litúrgico consta de tres ciclos temporales: Pascua, Navidad y Tiempo ordinario, y de un conjunto de solemnidades y de fiestas del Señor, de la Virgen María y de los Santos.



    1. CICLO PASCUAL

    El ciclo pascual consta de:

    -El Triduo pascual
    -El Tiempo de Pascua
    -El Tiempo de Cuaresma

    a) El Triduo Pascual

    La Iglesia celebra cada año los grandes misterios de la redención de los hombres desde la Misa vespertina del jueves "en la Cena del Señor" hasta las Vísperas del domingo de Resurrección.

    Este período de tiempo se denomina "Triduo pascual", porque con su celebración se hace presente y, se realiza el misterio de la Pascua, es decir, el tránsito del Señor de este mundo al Padre.

    El Jueves Santo

    Con el Jueves Santo termina la cuaresma y se inicia el Triduo pascual.

    La misa, "en la Cena del Señor" evoca la última cena en la cual el Señor, habiendo amado hasta el extremo a los suyos que estaban en el mundo, ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y de vino y los entregó a los Apóstoles para que los consumiesen, mandándoles que ellos y sus sucesores también lo ofreciesen.

    La celebración vespertina está centrada en la institución de la Eucaristía y del Orden sacerdotal, y en el mandamiento nuevo del Señor.

    El Viernes Santo

    En este día, en que "ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo", la iglesia, meditando sobre la Pasión de su Señor y adorando la Cruz, conmemora su nacimiento
    del costado de Cristo dormido en la Cruz e intercede por la salvación de todo el mundo.

    La Iglesia, siguiendo una antiquísima tradición, en este día no celebra la Eucaristía. Se distribuye la Comunión solamente durante la celebración.

    El tono triunfal y victorioso de toda la liturgia de este día es reflejo de la teología de San Juan, que presenta la cruz como el momento de la glorificación de Jesús.

    El Sábado Santo

    Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, su descenso a los infiernos, y esperando su resurrección. En este día no se celebra la Eucaristía.

    La Vigilia Pascual y el Domingo de Pascua

    Según una antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor. Es la "madre de todas las santas Vigilias". Durante la Vigilia Pascual, la Iglesia espera la resurrección del Señor y celebra los sacramentos de la iniciación cristiana.

    El Domingo de Resurrección es el tercer día del Triduo. Es el domingo de los domingos.


    La Vigilia Pascual

    La Vigilia consta de las siguientes partes:

  • Los ritos iniciales están constituidos por el Lucernario, que nos ofrece el simbolismo de la luz;
  • La Liturgia de la Palabra presenta la historia de la salvación convertida en anuncio de la Pascua del Señor, que culmina en el evangelio;
  • La Liturgia Bautismal es doble: el rito bautismal y la renovación de las promesas bautismales;
  • La Liturgia Eucarística: la celebración eucarística tiene una fuerza especial: es la Eucaristía más importante del año litúrgico.



    b) El Tiempo Pascual, experiencia del Resucitado

    La celebración de la Pascua se continúa durante ei tiempo pascual. Los 50 días que van del Domingo de Resurrección al de Pentecostés se celebran con alegría, como un solo día festivo, más aún, como el "gran domingo".

    El tiempo pascual es el tiempo de la presencia y de la experiencia del Señor Resucitado entre los suyos.

    El domingo de Pentecostés es el colofón de Pascua. No es una pascua paralela a la de Resurrección, sino el culmen pascual en el que se da el don del Espíritu y nace la Iglesia.



    c) El Tiempo de Cuaresma

    Los grandes temas que nos ofrecen las lecturas y los textos eucológicos de este tiempo pueden reducirse a la Pascua, los sacramentos, el desierto, la Alianza y la conversión. No son los únicos, pero sí los que tienen el valor aglutinador. La cuaresma es un camino hacia la Pascua. Cristo, por el misterio pascual, ha hecho la Alianza eterna con el pueblo; los sacramentos de la iniciación cristiana que exigen una conversión constante, nos introducen progresivamente en el misterio de Cristo muerto y resucitado.

    El tiempo de cuaresma está ordenado á la preparación de la celebración de la Pascua. Prepara tanto a los catecúmenos como a los fieles a celebrar el misterio pascual.

    Los catecúmenos se encaminan hacia los sacramentos de la iniciación cristiana, tanto por la "elección" y los "escrutinios", como por la catequesis. Los fieles, por su parte, dedicándose con más asiduidad a escuchar la Palabra de Dios y a la oración, y mediante la penitencia, se preparan a renovar sus promesas bautismales.



    2. CICLO DE NAVIDAD

    Navidad y Epifanía están inseparablemente unidas. Podemos decir que celebran dos aspectos del mismo misterio. La Navidad surgió en Occidente. La Epifanía, en Oriente. Pero ambas fueron aceptadas y celebradas complementariamente.

    En la Navidad es el misterio del nacimiento del Mesías, el Hijo de Dios, el que se acentúa y celebra. En la Epifanía celebramos la manifestación de su divinidad, su carácter de Salvador a los Magos, al pueblo judío en el Jordán y en el milagro de Caná.

    La Navidad es el encuentro de lo "divino con lo humano y lo humano con lo divino". Navidad es cercanía. Epifanía es la visibilidad gloriosa de su divinidad. Es el misterio de un Dios que viene, que está y que se manifiesta.

    El misterio de la Venida no se celebra como un recuerdo, aniversario entrañable, sino que es una realidad actual. Navidad es nacimiento y venida y aparición "hoy". El misterio se nos hace presente y se nos comunica en la celebración litúrgica. El "Dios con-nosotros" quiere en cada Navidad hacer de los cristianos "nosotros-con-Dios": hijos, partícipes de su nuevo nacimiento y de su vida.

    El ciclo natalicio comprende también un tiempo de preparación que se denomina Adviento, que comienza en las vísperas del domingo más próximo al 30 de noviembre y termina en las vísperas del día 24 de diciembre.

    En el tiempo de Adviento distinguimos una doble perspectiva: una existencial y otra cultual o litúrgica. Ambas perspectivas no sólo no se oponen, sino que se complementan y enriquecen mutuamente. La espera cultual, que se consuma en la celebración de la fiesta de Navidad, se transforma en esperanza escatológica proyectada hacia la Parusía final, dotando de este modo nuestra experiencia religiosa cristiana de una fuerza peculiar y de un dinamismo lleno de eficacia. Por estas razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre.

    Todo el misterio de la esperanza cristiana se resume en el Adviento, Al mismo tiempo, es preciso afirmar que la espera del Adviento invade toda nuestra experiencia cristiana, la envuelve y encuentra en ella una dimensión nueva.

    Las primeras semanas del Adviento subrayan el aspecto escatológico de la espera abriéndose hacia la Parusía final; en la última semana, en cambio, a partir del 17 de diciembre, la Liturgia del Adviento centra su atención en torno al acontecimiento histórico del nacimiento del Señor, actualizado sacramentalmente en la fiesta.



    3. EL TIEMPO ORDINARIO

    Además de los tiempos que tienen un carácter propio, quedan 33 ó 34 semanas en el curso del año, en las que no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo, sino más bien se recuerda el mismo misterio de Cristo en su plenitud, principalmente los domingos. Este período de tiempo recibe el nombre de Tiempo Ordinario.

    Para algunos cristianos el Tiempo Ordinario puede resultar un "tiempo un poco incoloro", a pesar de las inmensas riquezas espirituales con las que la reforma litúrgica lo ha dotado, ofreciendo un doble ritmo dominical y ferial. Es un Tiempo todavía poco conocido en su estructura, contenido y expresión de fe.

    La importancia de este Tiempo se centra en conseguir la progresiva asimilación del misterio de Cristo por parte de los fieles, porque semana tras semana y día tras día se presenta toda la vida histórica de Jesús, vista siempre a la luz del misterio pascual.

    Este tiempo nos ofrece igualmente, la dinámica interna del crecimiento y la realización del Reino de Dios en este mundo. Los domingos y semanas anteriores al bloque de Cuaresma-Pascua sirven para introducirnos en la predicación y actualización del Reino de Dios por parte del Jesús histórico. Mientras que los domingos y semanas posteriores, sirven para centrarnos en la experiencia que del Reino de Dios ha de hacer la Iglesia pospascual de los tiempos.

    El Tiempo Ordinario comienza el lunes que sigue al domingo posterior al 6 de enero y se extiende hasta el martes antes de Cuaresma inclusive: de nuevo se reanuda si lunes después del domingo de Pentecostés y termina antes de las primeras Vísperas del domingo de Adviento.


  • Las fiestas del Año Litúrico
    El calendario litúrgico. Solemnidades, fiestas y memorias.
     
    El tiempo celebrativo

    La fiesta como espacio cronológico y marco de la celebración, hace posible la inserción plena del acontecimiento celebrado en la vida de los hombres. El clima que se palpa en la celebración hace que ese tiempo de celebrar sea distinto del tiempo ordinario y común, en el que no sucede nada. El hombre vive el tiempo festivo como una inclusión de la eternidad en nuestro presente fugaz e inexorable. Por eso encuentra este tiempo feliz y gratificante.

    A estas notas humanas se añaden las específicamente cristianas del tiempo celebrativo de la liturgia, un tiempo que se convierte en acto de culto y en oportunidad de salvación presidido por la eucaristía.

    Las notas características de la fiesta cristiana podemos sintetizarlas de la siguiente manera:

    La fiesta es símbolo de la presencia del Señor en medio de los suyos.

    Tiene un valor escatológico como figura, prenda y anticipo de lo que está por venir: la vida eterna.

    El culmen de toda fiesta cristiana por excelencia es el domingo, anterior a cualquier fiesta o tiempo litúrgico. Las diversas fiestas y tiempos litúrgicos, organizados posteriormente descansan sobre los domingos.

    Los dos factores que determinan el tiempo de la celebración son el factor cósmico y el factor histórico.

    En el examen de las fiestas cristianas encontramos una relación constante entre las estaciones del año y las fiestas litúrgicas.

    Es claro que en la constitución del domingo como fiesta cristiana prima el hecho histórico: la muerte y la resurrección de Cristo. Pero el hecho cósmico no está ausente.

    Se impone el ritmo repetitivo semanal, como criterio para elegir y señalar el día de reunión de los cristianos para celebrar su fiesta. Y el ritmo semanal es claramente un ritmo lunar: es la fracción del período mensual determinado por los ciclos de la luna.

    Junto a esta celebración semanal pronto aparece la celebración anual: La Pascua. También aquí encontramos una síntesis entre el tiempo histórico y el cósmico. El año es el resultado del ciclo solar con sus cuatro estaciones.

    Siguiendo la tradición Judía, los cristianos elegirán para la fiesta anual de la resurrección, el equinoccio de primavera: punto de equilibrio entre el día y la noche, momento de resurgimiento de la vida nueva en la naturaleza, de renacimiento de la vida. A ésto se añadirá un simbolismo complementario: la luna llena, la plenitud de la luz.

    La liturgia elegirá otro momento del año para celebrar las fiestas de la fe: el solsticio de invierno, el tiempo que los días empiezan a crecer y parece que el sol renace. Este contexto servirá para celebrar el otro hecho histórico de nuestra fe: el nacimiento de Cristo, verdadero Sol que vence la tiniebla. Tenemos el tiempo de Navidad.

    Alrededor de estos dos ejes del año, Pascua y Navidad, se articulan otras fechas festivas: los dias natales de los seguidores más inmediatos de Cristo: María, los apóstoles, los mártires, etc.

    El retorno regular de estas fiestas constituye los ciclos de la celebración cristiana, sus ritmos y cadencias, la liturgia llama a esta estructuración de los tiempos celebrativos año litúrgico y considera a éste como el marco y la entraña de su fiesta, como las auras de la eternidad del Reino.

    Es por todo esto que decimos que las principales solemndades son "moviles"


    El calendario litúrgico

    El tiempo está dividido en períodos que marcan la vida, las actividades y las fiestas de los hombres. Los cristianos tienen también una distribución del tiempo en el que celebran los misterios de Cristo y expresan su fe. Es el calendario litúrgico. Tiene su propio ritmo, una sucesión de fiestas y una alternancia de tiempos.

    La liturgia cristiana ha establecido divisiones en el tiempo para distribuir en ellas las distintas celebraciones del misterio de Cristo. El calendario litúrgico se establece conforme a estos ritmos:

  • Diario: cada día es santificado por las celebraciones del pueblo de Dios, principalmente por la Eucaristía y la liturgia de las Horas.
  • Semanal: gira entorno al domingo, día del Señor y fiesta primordial de los cristianos.
  • Anual: cuenta con 52 semanas y a través de ellas se desarrolla todo el misterio salvífíco de Cristo, cuya fiesta principal es el Triduo Pascual.



    Solemnidades, fiestas y memorias

  • Solemnidad: Es la máxima clasificación de una celebración (fiesta muy importante). Su celebración comienza en las primeras vísperas del día precedente.
  • Fiesta: Es una celebración importante que sale del común del tiempo ordinario, a través de él se celebran los misterios de nuestra salvación.
  • Memoria: Es la celebración que conmemora de manera libre u obligada a un santo.
  • Feria: Se denomina así a los días de la semana que siguen al domingo. En ella no hay oficio propio, ni memoria de algún santo. Son privilegiadas las ferias del miércoles de ceniza y de semana santa y las ferias de adviento del 17-24 diciembre.



    Solemnidades y fiestas del Señor

    Forman parte de la memoria y de la celebración que la Iglesia hace del misterio de Cristo a lo largo del año y están relacionadas con los tiempos litúrgicos específicos más cercanos:
  • Están relacionadas con la Navidad: la Presentación y la Anunciación.
  • Están relacionadas con Pascua: Trinidad, Corpus, el Corazón de Jesús, la Transfiguración, la Exaltación de la Cruz, etc.
  • La Solemnidad de Cristo, Rey, que abre y prepara el Adviento y es recuerdo de la última venida del Señor, se relaciona con los dos ciclos y hace de enlace entre un año que termina y otro que comienza.



    Solemnidades y fiestas de la Virgen Santísima

    En el culto a la Virgen la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención, en la que ella tuvo activa participación.

    A lo largo de todo el año, aunque estas solemnidades y fiestas están en el Santoral, deben contemplarse en especial conexión con el Año Litúrgico. Sus relaciones son:
  • Se relacionan con Adviento: la Inmaculada, la Anunciación, la Visitación.
  • Se relacionan con Navidad-Epifanía: Madre de Dios, Natividad de María, Sagrada Familia, Presentación de María.
  • Se relacionan con Pascua; Asunción, Dolores, Corazón de María, Carmen y muchas otras advocaciones con que el pueblo cristiano venera a la Virgen María.



    Los Santos en el Año Litúrgico

    La santidad es un atributo de Dios y de su Hijo, es también un don de Dios a su pueblo, el don de Cristo a su Iglesia y a cada uno de sus miembros.

    El título de santo se atribuye a aquellos cristianos que han vivido con mayor plenitud su pertenencia a Crisfo. Celebrar a un santo es celebrar a Dios, darle gracias, reconocer su presencia en nuestra historia. Los santos son en verdad un don de Dios a la humanidad y a la Iglesia. Son los que nos enseñan a escuchar la Palabra divina, a asimilar las bienaventuranzas, a vivir el estilo de la vida nueva que Cristo nos ha comunicado. Los santos son una prueba de que Cristo Jesús sigue presente en su Iglesia con su santidad radical y nos muestran que es posible cumplir el evangelio.

    Los santos, habiendo llegado a ta patria y estando en presencia del Señor, no cesan de interceder por El, con El y en El a favor nuestro ante el Padre (cf. LG 49).

    El día de su muerte o nacimiento para la vida futura se considera el día más propio para recordarlos, y así lo hace la Iglesia en su Liturgia.

    Las celebraciones del Tiempo Ordinario y del Santoral van completando, a lo largo del año, el recuerdo y la actualización del Misterio pascual, tanto en la evocación de la vida histórica de Jesús como en su cumplimiento en la vida de la Madre de Dios y de los que se distinguieron como los más fieles testigos de la fe y del evangelio.


  • Liturgia de la Cuaresma
    Sentido tradicional y actual. Contenidos de la Celebración Eucarística. Estructura de la Cuaresma.
     
    Liturgia de la Cuaresma
    Liturgia de la Cuaresma
    A mediados del siglo II se fijó un domingo como Pascua anual, aniversario de la Pasión de Cristo. Se relacionó con la Pascua judía, pero sin coincidir en el mismo día, ya que el Papa Víctor (189-198), después de una intensa controversia, fijó la Pascua cristiana en el domingo siguiente al 14 de Nisán, fiesta de la Pascua judía.


    I. SÍNTESIS HISTÓRICA

    La Cuaresma comenzó, embrionariamente, con un ayuno comunitario de dos días de duración: Viernes y Sábado Santos (días de ayuno), que con el Domingo formaron el “triduo”. Era un ayuno más sacramental que ascético; es decir, tenía un sentido pascual (participación en la muerte y resurrección de Cristo) y escatológico (espera de la vuelta de Cristo Esposo, arrebatado momentáneamente por la muerte).

    Poco después la Didascalía habla de una preparación que dura una semana en la que se ayuna, si bien el ayuno tiene ya también un sentido ascético, es decir, de ayuno, abstinencia, sacrificio, mortificación.

    A mediados del siglo III, el ayuno se extendió a las tres semanas antecedentes, tiempo que coincidió con la preparación de los catecúmenos para el bautismo en la noche pascual. Era un ayuno de reparación de tres semanas. Se ayunaba todos los días, excepto el sábado y el domingo.

    A finales del siglo IV se extendió el triduo primitivo al Jueves, día de reconciliación de penitentes (al que más tarde se añadió la Cena Eucarística), y se contaron cuarenta días de ayuno, que comenzaban el domingo primero de la Cuaresma. Como la reconciliación de penitentes se hacía el Jueves Santo, se determinó, al objeto de que fueran cuarenta días de ayuno, comenzar la Cuaresma el Miércoles de ceniza, ya que los domingos no se consideraban días de ayuno. Así, la preparación pascual se alargó en Roma a seis semanas –también con ayuno diario, excepto los días indicados, es decir, sábados y domingos-, de las que quedaban excluidos el viernes y sábado últimos, pertenecientes al Triduo Sacro

    Pero a finales del siglo V, los ayunos tradicionales del miércoles y viernes anteriores a ese domingo primero de cuaresma cobraron tal relieve, que se convirtieron en una preparación al ayuno pascual.

    Durante los siglos VI-VII varió el cómputo del ayuno. De este modo, se pasó de una Cuadragésima (cuarenta días: del primer domingo de cuaresma hasta el Jueves Santo, incluido), a una Quinquagésima (cincuenta días, contados desde el domingo anterior al primero de Cuaresma hasta el de Pascua), a una Sexagésima (sesenta días, que retroceden un domingo más y terminan el miércoles de la octava de Pascua) y a una Septuagésima (setenta días, ganando un domingo más y concluyendo el segundo domingo de Pascua). Este periodo tenía carácter ascético y debió introducirse por influjos orientales.

    Esta evolución cuantitativa se extendió también a las celebraciones. En efecto, la Cuaresma más antigua en Roma sólo tenía como días litúrgicos los miércoles y los viernes; en ellos, reunida la comunidad, se hacía la “statio” cada día en una iglesia diferente. En tiempos de san León (440-461), se añadieron los lunes. Posteriormente, los martes y los sábados. El jueves vendría a completar la semana, durante el pontificado de Gregorio II (715-731).

    Al desaparecer la penitencia pública, se expandió por toda la cristiandad, desde finales del siglo XI, la costumbre de imponer la ceniza a todos los fieles como señal de penitencia.

    Por tanto, la Cuaresma como preparación de la Pascua cristiana se desarrolló poco a poco, como resultado de un proceso en el que intervinieron tres componentes: la preparación de los catecúmenos para el bautismo de la Vigilia Pascual, la reconciliación de los penitentes públicos para vivir con la comunidad el Triduo Pascual, y la preparación de toda la comunidad para la gran fiesta de la Pascua.

    Como consecuencia de la desaparición del catecumenado (o bautismo de adultos) y del itinerario penitencial (o de la reconciliación pública de los pecadores notorios), la Cuaresma se desvió de su espíritu sacramental y comunitario, llegando a ser sustituida por innumerables devociones y siendo ocasión de “misiones populares” o de predicaciones extraordinarias para el cumplimiento pascual, en las que –dentro de una atmósfera de renuncia y sacrificio- se ponía el énfasis en el ayuno y la abstinencia.

    Con la reforma litúrgica, después del Concilio Vaticano II (1960-1965), se ha hecho resaltar el sentido bautismal y de conversión de este tiempo litúrgico, pero sin perder la orientación del ayuno, la abstinencia y las obras de misericordia.


    II. SENTIDO TRADICIONAL DE LA CUARESMA ROMANA

    La Cuaresma Romana tradicional tuvo un triple componente: la preparación pascual de la comunidad cristiana, el catecumenado y la penitencia canónica.


    1. Primero, la preparación pascual de la comunidad cristiana.

    Según san León, la Cuaresma es “un retiro colectivo de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia, proponiendo a sus fieles el ejemplo que le dio Cristo en su retiro al desierto, se prepara para la celebración de las solemnidades pascuales con la purificación del corazón y una práctica perfecta de la vida cristiana”. Se trataba, por tanto, de un tiempo –introducido por imitación de Cristo y de Moisés- en el que la comunidad cristiana se esforzaba en realizar una profunda renovación interior. Los variados ejercicios ascéticos que ponía en práctica tenían esta finalidad última y no eran fines en sí mismos.


    2. Segundo, el catecumenado.

    Según la Tradición Apostólica, el catecumenado comprendía tres años, durante los cuales el grupo de los audientes recibía una profunda formación doctrinal y se iniciaba en la vida cristiana. Unos días antes de la Vigilia Pascual, el grupo de los elegidos para recibir en ella el Bautismo, se sometía a una serie de ritos litúrgicos, entre los que tenía especial solemnidad el del sábado por la mañana. Es el catecumenado simple.

    Más tarde, la Iglesia desplazó su preocupación por los audientes a los electi. Estos se inscribían como candidatos al bautismo al principio de la Cuaresma. En ella recibían una preparación minuciosa e inmediata.

    Pero a principios del siglo VI desapareció el catecumenado simple, se hicieron raros los bautismos de adultos, y los niños que presentaban para ser bautizados procedían de medios cristianos. Todo ello provocó una reorganización prebautismal.

    Al principio había tres escrutinios, que consistían en exorcismos e instrucciones. En la segunda mitad del siglo VI son ya siete. Unos y otros estaban relacionados con la misa. Primitivamente los tres escrutinios se celebraban los domingos tercero, cuarto y quinto de cuaresma. Después se desplazaron a otros días de la semana. En esos escrutinios se preguntaba sobre la preparación de los catecúmenos.

    Desde esta perspectiva, es fácil comprender que la preparación de los catecúmenos y su organización modelase tanto la liturgia como el espíritu de la Cuaresma. De hecho, los temas relacionados con el bautismo permearon la liturgia cuaresmal. De otra parte, la comunidad cristiana, aunque ayunaba sin olvidar a los penitentes, lo hacía pensando sobre todo en los catecúmenos.

    La evolución posterior de la preparación bautismal trajo consigo que los escrutinios se desligasen completamente de la liturgia cuaresmal, provocando una nueva reorganización. Sin embargo, el mayor cambio afectó a la cuaresma misma, que pasó a ser el tiempo en que todos los cristianos se dedicaban a una revisión profunda de su vida cristiana y a prepararse, mediante una auténtica conversión, a celebrar el misterio de la Pascua. Quedó clausurada la perspectiva abierta por la institución penitencial y el catecumenado, con menoscabo de la teología bautismal.


    3. Tercero, la penitencia canónica.

    La reconciliación de los penitentes sometidos a la penitencia canónica se asoció al Jueves Santo. Por este motivo, los penitentes se inscribían como tales el domingo primero de Cuaresma. A lo largo del período cuaresmal recorrían el último tramo de su itinerario penitencial entregados a severas penitencias corporales y oraciones muy intensas, con las que ultimaban el proceso de su conversión. La comunidad cristiana les acompañaba con sus oraciones y ayunos. Como quiera que los penitentes participaban parcialmente en la liturgia, es lógico que en ésta quedara reflejada la situación de los penitentes.

    La imposición de la ceniza es, por ejemplo, uno de esos testimonios penitenciales de la liturgia cuaresmal.


    III. SENTIDO DE LA CUARESMA ACTUAL

    La Constitución “Sacrosanctum Concilium” (nn. 109-110) considera a la Cuaresma como el tiempo litúrgico en el que los cristianos se preparan a celebrar el misterio pascual, mediante una verdadera conversión interior, el recuerdo o celebración del bautismo y la participación en el sacramento de la Reconciliación.

    A facilitar y conseguir estos objetivos tienden las diversas prácticas a las que se entrega más intensamente la comunidad cristiana y cada fiel, tales como la escucha y meditación de la Palabra de Dios, la oración personal y comunitaria, y otros medios ascéticos, tradicionales, como la abstinencia, el ayuno y la limosna.

    La celebración de la Pascua es, por tanto, la meta a la que tiende toda la Cuaresma, el núcleo en el que se convergen todas las intenciones y el elemento que regula su dinamismo. La Iglesia quiere que durante este tiempo los cristianos tomen más conciencia de las exigencias vitales que derivan de hacer de la Pascua de Cristo centro de su fe y de su esperanza.

    No se trata, por tanto, de preparar una celebración histórica (drama) o meramente ritual de la Pascua de Cristo, sino de disponerse a participar en su misterio; es decir, en la muerte y resurrección del Señor. Esta participación se realiza mediante el bautismo –recibido o actualizado-, la penitencia –como muerte al hombre viejo e incorporación al hombre nuevo-, la Eucaristía –reactualización mistérica de la muerte y resurrección de Cristo-, y por todo lo que contribuye a que estos sacramentos sean mejor participados y vividos.


    IV. LOS CONTENIDOS DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

    Veamos primero el leccionario, después las oraciones y, finalmente, los prefacios.

    1. El leccionario

    Es doble: del dominical y el ferial. El dominical tiene tres ciclos: A, B, C; el ferial, en cambio, repite todos los años las mismas lecturas.

    En los domingos primero y segundo de todos los ciclos se han conservado las narraciones de las tentaciones y de la transfiguración, si bien se leen según los tres sinópticos. En los domingos siguientes se siguen estas narraciones:

    Ciclo A: samaritana (tercer domingo: agua viva), ciego de nacimiento (cuarto domingo: la luz) y la resurrección de Lázaro (quinto domingo: la vida) , con clara resonancia bautismal. No aparecen como hechos pasados sino como realidades presentes. Lo que se prefiguró en el A.T. se actualizó en el N.T. con Cristo.

    La primera lectura está muy relacionada con el evangelio, donde aparecen los grandes temas de la historia salvífica: la creación del hombre (primer domingo), la vocación de Abraham (segundo domingo), el agua en el desierto (tercer domingo), la elección y consagración de David (cuarto domingo) y la visión de la resurrección de Daniel (quinto domingo).

    La segunda lectura aporta una contribución específica de cara a una pedagogía teológica sobre la conversión y el camino hacia el misterio de la pascua. Supuesta la obra salvífica de Cristo, el paso primero y decisivo que cada hombre ha de dar es elegir entre Cristo y las potencias del mal (primer domingo). Una respuesta positiva la encontramos en la aceptación de Abraham a la propuesta divina de abandonar su patria (segundo domingo). También nosotros hemos recibido esa llamada en y por Jesucristo, que ha muerto por nosotros. Esto ha de provocar la conversión y adhesión a Cristo, temática desarrollada en los últimos domingos.

    Ciclo B: la expulsión de los vendedores del templo (tercer domingo), “tanto amó Dios al mundo” (cuarto domingo), “Si el grano de trigo...” (quinto domingo), con clara resonancia pascual: morir para resucitar. Este ciclo ofrece una buena catequesis sacramental. El evangelio del primer domingo relata la tentación de Cristo en el desierto, pero pone el acento en la presencia del reino, que exige una conversión sin dilaciones: la buena noticia se dirige a nosotros (primer domingo). Elegido el camino de la conversión, somos llevados, como Cristo, a la transfiguración (segundo domingo). De este modo entramos en las tres semanas inmediatamente anteriores a la Pascua. El anuncio de la muerte y resurrección es proclamado por el mismo Señor desde el tercer domingo, en el signo del templo, destruido y reconstruido en tres días. El cuarto domingo presenta un tema sacramental: el de la serpiente de bronce, signo de Cristo en la Cruz, que con su muerte y resurrección se convierte en triunfo y vida para quienes creen en Él. Ese Cristo muerto y resucitado marca el punto culminante del misterio pascual: la reconstrucción del hombre y del mundo (quinto domingo).

    Las orientaciones de la primera lectura son fundamentales: alianza con Noé, que encuentra su plena realización en Cristo (primer domingo) y alianza con Abraham, que inaugura el verdadero sacrificio, consistente en cumplir, con Cristo, la voluntad del Padre (segundo domingo). El tema de la Alianza continúa en los siguientes domingos. Esta se concreta en el don de la ley, sobre todo en la ley del amor (tercer domingo). Al don divino de la ley debe corresponder el pueblo, aceptando su palabra y cumpliendo su mensaje (cuarto domingo). La alianza ha de ser aceptada sobre todo en el corazón, pues se trata de que el Padre pueda decir “yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (quinto domingo). La teología de estas lecturas es la de la Alianza, que será reiterada y realizada plenamente en el misterio pascual.

    La segunda lectura son concreciones morales que se derivan de esta alianza que Dios ha hecho con nosotros: llevar una vida digna, propia de un cristiano.

    Ciclo C: Es una llamada a la conversión a Dios. Los domingos primero y segundo presentan también las tentaciones y la transfiguración. Los otros domingos desarrollan el tema de la paciencia y del perdón de Dios: el Señor es paciente y sabe esperar (tercer domingo: “Si no os convertís, todos pereceréis”), aguarda nuestro retorno con los mismos anhelos y actitudes que el padre del hijo pródigo (cuarto domingo) y nos acoge si nos convertimos; basta con que ese arrepentimiento sea sincero y no queramos pecar más (quinto domingo: la mujer adúltera). Todos estos domingos están orientados, por tanto, en la misma dirección: la conversión, la paciencia divina y el perdón, concedido a quienes, sintiéndose culpables, se esfuerzan por cambiar de vida.

    La primera y la segunda lectura están muy unidas entre sí en todos los domingos. El Señor, por tanto, nos salva si elevamos a Él nuestro grito (primera lectura del primer domingo), que es el grito de la fe (segunda lectura del primer domingo). Como Él quiere realmente salvarnos, toma la iniciativa de la alianza con los hombres (primera lectura del segundo domingo), la cual realiza en Cristo, y con tal perfección que somos ciudadanos del cielo y aguardamos la transformación de nuestro cuerpo a semejanza del suyo (segunda lectura del segundo domingo). Para realizar la salvación, Dios quiere estar presente en medio de su pueblo y manifestarse a Moisés en la zarza ardiente (primera lectura del tercer domingo). Pero esa presencia es insuficiente: se requiere una respuesta de fe y de fidelidad (segunda lectura del tercer domingo). Llegamos así a un punto importante de la historia de la salvación: el Pueblo de Dios celebra la Pascua en la tierra prometida (primer lectura del cuarto domingo). También el bautizado se encuentra en una tierra prometida: el mundo nuevo, redimido por la muerte y resurrección de Jesucristo, mundo que él debe reconciliar realmente con Dios (segunda lectura del cuarto domingo). Sin embargo, mientras dura su peregrinación en el desierto de este mundo (primera lectura del quinto domingo), el bautizado ha de sentir, con progresiva intensidad, la fuerza de la resurrección de Cristo y entrar en comunión con los sufrimientos de su pasión, reproduciendo en sí mismo la muerte de Cristo, con la esperanza de una resurrección gloriosa (segunda lectura del quinto domingo).

    El domingo de Ramos se lee la Pasión del Señor de los tres sinópticos.

    Las lecturas del Antiguo Testamento se refieren, como dijimos, a la historia de la salvación, que es uno de los temas específicos y clásicos de la catequesis cuaresmal. Los textos varían cada año, pero siempre recogen los principales momentos de esta historia, desde el principio hasta la promesa de la Nueva Alianza.

    Las lecturas del apóstol han sido seleccionadas con este criterio: que estén relacionadas con las del evangelio y las del A.T. y, en cuanto sea posible, tengan una adecuada conexión con ellas.

    En cuanto a las lectura feriales, de los días de semana se han seleccionado de modo que tengan una mutua relación y tratan una serie de temas propios de la catequesis cuaresmal, acomodados al significado espiritual de este tiempo. A partir del lunes de la cuarta semana se lee, en forma semicontinua el evangelio de san Juan, donde aparecen los textos de este evangelio que mejor responden a las peculiaridades de la Cuaresma.

    Podemos sintetizar así las lecturas feriales:

  • El bautismo es una purificación (curación de Naamán, el hijo del centurión, la piscina de Betsaida).
  • Para que las aguas bautismales sean activas y podamos participar en la resurrección bautismal, se requiere la fe, cuyo modelo es la fe de Abraham.
  • Pero estamos en camino hacia la pascua: somos salvados en la muerte y resurrección de Cristo. Por eso, el episodio de José, vendido por sus hermanos, la parábola de los viñadores homicidas, las conspiraciones contra el justo y las tentativas de apresar a Jesús –el cordero conducido al matadero-, las agitaciones contra Jesús, la serpiente de bronce y Cristo levantado en la cruz, evocan la pasión inminente del Señor, en la cual radica nuestra liberación.

    Junto a esta tipología bautismal (bautismo, fe, pascua) se inserta la penitencial, pues la acción de Dios exige la cooperación del hombre. Unidos con ella están los temas de la conversión, el perdón, el amor al prójimo, y los medios que a ellos conducen: la gracia, la oración, la renuncia personal (humildad, ayuno, limosna, etc.).


    2. Las oraciones

    La temática de las oraciones cuaresmales es muy rica. Se ha cuidado mucho que reflejen el tema principal de la Pascua, ya que la cuaresma es, sobre todo, una preparación a la misma. Varias oraciones hablan del sentido escatológico de la cuaresma y de la pascua.

    Otras oraciones se refieren al bautismo, bien como nuevo nacimiento, bien como sacramento de la fe. Sin embargo, el elemento bautismal es menos rico que en el leccionario.

    Tampoco faltan textos relativos al tema del ayuno, contemplado en una perspectiva más amplia que la mera abstención de alimentos, aunque este aspecto también está acentuado. Tanto el ayuno como las otras obras penitenciales tienen que ayudar a la conversión del corazón y a una verdadera renovación espiritual (ayuno, oración, limosna). También hay oraciones referidas a la penitencia, desde un aspecto positivo. Otras hablan de la necesidad de alimentarse de la Palabra de Dios.

    Y en las oraciones de poscomunión los temas son los de la purificación del mal, del pecado, de las malas costumbres; y los que se refieren al crecimiento en el bien y en la vida cristiana. Es decir, a los aspectos positivos y negativos de la salvación.


    3. Los prefacios.

    Son nueve prefacios. El más rico es el primero, que presenta una síntesis completa de la cuaresma: preparación a la celebración de la pascua por medio de la purificación en la alegría del Espíritu, que la convierten por ello en tiempo ascético fuerte –caracterizado por la oración y la caridad-, y en tiempo sacramental, por la actualización y renovación de los sacramentos pascuales, en los que la Pascua nos hace plenamente partícipes.

    Los otros tres se refieren a la penitencia del espíritu, a los frutos de la abstinencia y a los frutos del ayuno, respectivamente.

    Los prefacios dominicales expresan en su embolismo los temas de las lecturas evangélicas.


    V. ESTRUCTURA DE LA CUARESMA

    En la Cuaresma actual pueden distinguirse las siguientes partes: miércoles de ceniza, los domingos I-II y III-V, las ferias de las semanas I-V, el domingo VI, las ferias II-IV de la semana santa y la misa crismal. Centremos la atención en el miércoles de ceniza.


    Miércoles de ceniza

    La ceniza es un signo de penitencia muy fuerte en la Biblia (cf. Jn 3, 6; Jdt 4, 11; Jer 6, 26). Recuerda una antigua tradición del pueblo hebreo, que cuando se sabían en pecado o cuando se querían preparar para una fiesta importante en la que debían estar purificados se cubrían de cenizas y vestían con un saco de tela áspera. De esta forma nos reconocemos pequeños, pecadores y con necesidad de perdón de Dios, sabiendo que del polvo venimos y que al polvo vamos.

    Siguiendo esta tradición, en la Iglesia primitiva eran rociados con cenizas los penitentes “públicos” como parte del rito de reconciliación, que recibirían al final de la cuaresma, el Jueves Santo, a las puertas de la Pascua. Vestidos con hábito penitencial y con la ceniza que ellos mismos se imponían en la cabeza, se presentaban ante la comunidad y expresaban así su conversión. Al desaparecer la penitencia “pública” allá en el siglo XI, la Iglesia conservó este gesto penitencial para todos los cristianos, que se reconocían pecadores y dispuestos a emprender el camino de la conversión cuaresmal.

    El Pueblo de Dios tiene un particular aprecio por el miércoles de ceniza: sabe que ese día comienza la Cuaresma. Y participando del rito de la ceniza –acompañado del ayuno y la abstinencia- manifiesta el propósito de caminar decididamente hacia la Pascua. Ese recorrido pasa por la conversión y la penitencia, el cambio de vida, de mentalidad, de corazón.

    La ceniza está hecha con ramos de olivos y otros árboles, bendecidos el año precedente en el domingo de Ramos, siguiendo una costumbre muy antigua (siglo XII). El domingo de Ramos eran ramas que agitábamos en señal de victoria y triunfo. ¿Y ahora? Esas mismas ramas se han quemado y son ceniza: lo que fue signo de victoria y de vida, ramas de olivo, se ha convertido pronto en ceniza. Así es todo lo creado: polvo, ceniza, nada.

    Se bendice con una fórmula que se refiere a la situación pecadora de quienes van a recibirla, a la conversión y al inicio de la Cuaresma; a la vez que pide la gracia necesaria para que los cristianos, siendo fieles a la práctica cuaresmal, se preparan dignamente a la celebración del misterio pascual de Jesucristo.

    El rito es muy sencillo: el sacerdote impone la ceniza a cuantos se acercan a recibirla, mientras dice una de estas dos fórmulas: “Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás” o “Conviértete y cree en el Evangelio”. La primera es la clásica y está inspirada en Gn 3, 19; la segunda es de nueva creación y se inspira en Mc 1, 15. Las dos se complementan, pues mientras la una recuerda la caducidad humana –simbolizada en el polvo y la ceniza-, la otra apunta a la actitud de conversión interior a Cristo y a su evangelio, actitud específica de la Cuaresma.


    El simbolismo
  • La condición débil y caduca del hombre, que marcha inexorablemente hacia la muerte, lo cual provoca pensamientos de honda meditación y humildad, y da a la vida cristiana seriedad en los planteamientos y compromisos. La ceniza es la combustión por el fuego de las cosas o de las personas. Este símbolo ya se emplea en la primera página de la Biblia cuando se nos cuenta que “Dios formó al hombre con polvo de la tierra” (Gn 2, 7). Eso es lo que significa el nombre de “Adán”. Y se le recuerda enseguida que ése es precisamente su fin: “hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho” (Gn 3, 19). Por extensión representa la conciencia de la nada, de la nulidad de la creatura con respecto al Creador, según las palabras de Abraham: “Aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a hablar a mi Señor” (Gn 18, 27). Esto nos lleva a todos a asumir una actitud de humildad (humildad viene de humus, tierra): polvo y ceniza son los hombres (Si 17, 32), “todos caminan hacia una misma meta: todos han salido del polvo y al polvo retornan (Sal 104, 29). Por tanto, la ceniza significa también el sufrimiento, el luto, el arrepentimiento. En Job (42, 6) es explícitamente signo de dolor y de penitencia. De aquí se desprendió la costumbre, por largo tiempo conservada en los monasterios, de extender a los moribundos en el suelo recubierto con ceniza dispuesta en forma de cruz. La ceniza se mezcla a veces con los alimentos de los ascetas y la ceniza bendita se utiliza en ritos como la consagración de una iglesia.
  • La condición pecadora del hombre y la penitencia interior, la necesidad de conversión, la tristeza por el mal que habita en el corazón humano, la actitud de liberación de cuanto contradice la condición bautismal, y la decisión firme de emprender el camino que conduce a participar en la Muerte y Resurrección de Cristo. Además de caducos (primer significado), somos pecadores. Las lecturas del miércoles de ceniza (Jl 2, 2 Cor 5 y Mt 6) son llamadas apremiantes a la conversión: “Conviértanse de todo corazón...déjense reconciliar con Dios”. Se trata de iniciar un “combate cristiano contra las fuerzas del mal” (colecta). Y todos tenemos experiencia de ese mal. Por eso tienen sentido “estas cenizas que vamos a imponer sobre nuestras cabezas en señal de penitencia” (monición inicial). En la Biblia el gesto simbólico de la ceniza es uno de los más usados, como dijimos, para expresar la actitud de penitencia interior. Las malas noticias (la muerte de Elí, la de Saúl) las traen mensajeros con vestidos rotos y cubierta de polvo la cabeza (cf. 1 S 2, 12; 2 Sa 1, 2); las calamidades se afrontan con el mismo gesto: “Cuando Mardoqueo supo lo que pasaba (la amenaza contra el pueblo) rasgó sus vestidos, se vistió de saco y ceniza y salió por la ciudad lanzando grandes gemidos” (Estimado en Cristo, padre 4, 1): “Josué desgarró sus vestidos, se postró rostro en tierra y todos esparacieron polvo sobre sus cabezas y oraban a Yavé” (Jos 7, 6). Israel llora su mal con saco y ceniza, hay duelo, porque viene el saqueador sobre nosotros” (Jr 6, 26). La penitencia se manifiesta así: “retracto mis palabras, me arrepiento en el polvo y las cenizas” (Jb 42, 6). El ejemplo típico es el de Nínive ante la predicación de Jonás: “Los ninivitas creyeron en Dios, ordenaron un ayuno y se vistieron de saco, y el rey se sentó en la ceniza” (Jon 3, 5-6).
  • La oración (al estilo de Judit 9, 1, o de los hombres de Macabeo en 2 Mac 10, 25), la súplica ardiente al Señor para que venga en nuestro auxilio. Otras veces aparece la ceniza en la Biblia como expresión de una plegaria intensa, con la que se quiere pedir la salvación de Dios. Judit pide la liberación de su pueblo: “rostro en tierra, echó ceniza sobre su cabeza, dejó ver el saco que tenía puesto y clamó al Señor en alta voz” (Jdt 9, 1). Todo el pueblo se postró también ante Dios, “se cubrieron de ceniza sus cabezas y extendieron las manos ante el Señor” (Jdt 4, 11). “Los hombres del Macabeo, en rogativas a Dios, cubrieron de polvo su cabeza y ciñeron de saco su cintura, y pedían a Dios” (2 M 10, 25). Cuando la comunidad cristiana quiere empezar la “subida a Jerusalén”, unida a Cristo, y anhela verse liberada del mal y llena de la vida de la Pascua, es bueno que intensifique su oración con gestos como éste, que es a la vez acto de humildad, de conversión y de súplica ardiente ante el que todo lo puede, incluso llenar de vida nueva nuestra existencia.
  • La resurrección, dado que las cenizas de este día recuerdan no sólo que el hombre es polvo, sino también que está destinado a participar en el triunfo de Cristo. A través de la renuncia, de la cruz y de la muerte, Dios convierte la ceniza en trigo que cae en la tierra y produce fruto abundante: muriendo con Cristo al pecado, resucitaremos con Él a la nueva vida. Venimos del polvo, es cierto, y nuestro cuerpo mortal tornará al polvo. Pero eso no es toda nuestra historia ni todo nuestro destino. Nuestra ceniza tiene ya el germen de la vida nueva. Es ceniza pascual. Nos recuerda que la vida es cruz, muerte, renuncia, pero a la vez nos asegura que el programa pascual es dejarse alcanzar por la Vida Nueva y gloriosa del Señor Jesús. Como el barro de Adán, por el soplo de Dios, se convirtió en ser viviente, nuestro barro de hoy, por la fuerza del Espíritu que resucitó a Jesús está destinado también a la vida de Pascua. De las cenizas Dios saca vida. Como el grano de trigo que se hunde en la tierra. A través de la cruz, Cristo fue exaltado a la vida definitiva. A través de la cruz, el cristiano es también incorporado a la corriente de la vida pascual de Cristo. Por eso, Pablo nos anuncia que hoy es “un día de gracia y salvación” (segunda lectura).
  • La Pascua, pues la ceniza del comienzo de la cuaresma se encontrará con el agua purificadora en la Vigilia Pascual: lo que es signo de muerte y destrucción, se trocará en fuente de vida en la Vigilia Pascual, gracias a las aguas regeneradoras del Bautismo. La Cuaresma se convierte, desde su primer momento de ceniza en “sacramento de la Pascua”, en signo pedagógico y eficaz de un éxodo, de un “tránsito” de la muerte a la vida. La ceniza es el símbolo de que participamos en la cruz de Cristo, de que “el hombre es llamado a tomar parte en el dolor de Dios hasta la muerte del Hijo eterno el Viernes Santo” (Juan Pablo II, cuaresma de 1982), para con el pasar a la vida podamos llegar con el corazón limpio a la celebración del misterio pascual de Cristo, y alcanzar la imagen de Cristo resucitado.

    Por tanto, el miércoles de ceniza es una llamada a la conversión, como comunidad cristiana y como Iglesia. La Cuaresma es el gran tiempo de preparación a la Pascua. La Iglesia nos invita a aprovechar este “tiempo favorable” y a prepararnos para la celebración del Misterio Pascual de Jesucristo. Por eso, la Cuaresma debería ser como un “gran retiro espiritual” vivido por toda la Iglesia, porque es un itinerario penitencial, bautismal y pascual. La Cuaresma es también el tiempo propicio para la oración personal y comunitaria, alimentada por la Palabra de Dios y propuesta cotidianamente en la liturgia.

    Desde el Miércoles de ceniza, se nos ofrece una serie de medios para llevar a cabo esta purificación y renovación interior: la limosna, la oración, el ayuno, la escucha de la Palabra de Dios, el sacramento de la Reconciliación y la conversión.


    CONCLUSIÓN

    Comencemos nuestro camino por el desierto con buen ánimo, y así llegaremos a la tierra prometida de la Pascua. Volvamos a la casa del Padre llevando en el corazón la confesión de nuestras culpas, como ese hijo pródigo.

    La Cuaresma es tiempo de oración intensa y alabanza prolongada; es tiempo de penitencia y ayuna. Es tiempo de obras de misericordia. Pero todo esto comienza por un profundo cambio de mentalidad y, más radicalmente, por la conversión del corazón.

    Oh, Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme, para que la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal.


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