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Pensar Con Libertad |
Índice Introducción I. La filosofía comienza con la humanidad II. Influencias negativas
sobre la capacidad filosófica III. Actitudes básicas para la filosofía IV. Desafíos
y libertad V. Una meta que abre nuevos horizontes
Introducción
“Los pensamientos son
libres”, dice una canción popular alemana. Se puede comprender que
fue prohibido cantarla en el tercer Reich. Pero el mandato
de “olvidarla”, propio de un régimen totalitario, condujo solamente a
cantarla con más entusiasmo, en la clandestinidad o, al menos,
por dentro, en el propio corazón, es decir, en aquel
lugar íntimo que no alcanzan las órdenes, y donde “los
otros” no pueden entrar.
Somos libres para pensar por cuenta propia.
Pero, ¿tenemos el valor de hacerlo de verdad? ¿O estamos
más bien acostumbrados a repetir lo que dicen los periódicos
y revistas, la televisión, la radio, lo que leemos en
internet o lo aseverado por alguna persona, más o menos
interesante, con la que nos cruzamos por la calle? Hoy
en día, en muchos países parece que ha desaparecido la
autoridad que dicta los pensamientos, la censura. Pero lo que
hallamos en realidad, es que aquella autoridad ha cambiado su
modo de obrar: no se vale de la coerción sino
tan sólo de una blanda persuasión. Se ha hecho invisible,
anónima, y se disfraza de normalidad, sentido común u opinión
pública. No pide otra cosa que hacer lo que todos
hacen.
¿Somos capaces de resistir a los tiroteos constantes de
este “enemigo invisible”? ¿Hemos aprendido a ejercer nuestra facultad para
discurrir y discernir? Pensar es, sin duda, una gran cosa;
pero es ante todo una exigencia de la naturaleza humana:
no debemos cerrar voluntariamente los ojos a la luz. ¿Estamos
dispuestos, en definitiva, a ser o llegar a ser “filósofos”,
a entusiasmarnos con la realidad y buscar el sentido último
de nuestra vida?
El Papa Juan Pablo II afirma algo que
parece atrevido a primera vista: “Cada hombre es, en cierto
modo, filósofo y posee concepciones filosóficas con las cuales orienta
su vida.” "[1] ¿Qué quiere decir esto? Un profesor de
química, un ama de casa, un taxista, una ministra, un
campesino, una artista, un futbolista, ¿todos ellos pueden ser filósofos?
I La filosofía comienza con la humanidad
Es común reclamar un
especialista siempre que se quiere tratar temas de medicina, física,
arquitectura o ingeniería. Nadie puede considerarse capaz de contestar competentemente
las preguntas que surgen en estos campos, si no tiene
una formación elemental en tales materias. Y ni siquiera intenta
hablar de estos temas durante una barbacoa o una excursión.
Pero ése es precisamente el caso de la filosofía: cualquiera
se atreve a hablar de temas filosóficos. Hasta en algunas
tascas –si el ruido lo permite– se escuchan conversaciones profundas
sobre el mundo, el sentido de la vida o lo
extraño que es que el tiempo pase tan rápido y
no se pueda conservar el momento. Por cierto, ¡cuántos no
han estado esperando en una estación delante de un reloj,
y se han convertido en filósofos! Es verdaderamente impresionante pues
fijándose un rato en la aguja, y observando cómo se
mueven el segundero, el minutero… nos preguntamos, casi sin darnos
cuenta ¿qué es el instante? ¿qué significa el presente? ¿no
me estoy moviendo ya en el futuro? ¿O aún estoy
en el pasado? “Hoy será el ayer de mañana,” dice
la gente; y también: “Al ahora... pronto me referiré con
las palabras hace poco.” Incluso San Agustín afirmó: “Yo sé
lo que es el tiempo, siempre que no me lo
preguntes.”
Es posible conversar sobre esta y otras muchas cuestiones casi
en cualquier situación, preferentemente en la naturaleza, en los montes
o a la orilla del mar. En principio, todo hombre
está capacitado para reflexionar sobre las dimensiones más profundas de
la vida. ¿Significa esto que todos los hombres somos filósofos,
en el sentido estricto de la palabra? ¿Que no es
necesario disponer de una formación especial para ejercer esta ciencia?
Nada de eso. Pero significa que la filosofía es distinta
a las demás ciencias, y que, en principio, todo hombre
capaz de razonar puede ejercer de filósofo.
Todo ser humano, tarde
o temprano, se plantea el por qué y el para
qué de su existencia, se pregunta de dónde viene y
a dónde va, quién es y lo que podría hacer
de su vida. En esto se distingue de los animales.
El animal vive de un día para otro: come, bebe,
duerme, crece, corretea, se reproduce y muere. Una vida así
es buena y normal para un animal, pero no para
una persona. Los filósofos de la Antigüedad llegaron a decir
–tal vez de una manera algo ruda– que si una
persona no se plantea las preguntas fundamentales de la vida
y solamente vive de un día para otro (de una
comida a la otra, de un telediario al otro), habrá
“fracasado” en su existencia. En lo más profundo de su
ser no habrá llegado a encontrarse a sí mismo; no
se habrá “convertido en hombre”. Dicho de manera tradicional: su
existencia no habrá sido digna de ser la de un
hombre.
¿Cuándo comienza la filosofía? Según algunos expertos, con Tales
de Mileto, en el siglo VI antes de Cristo; según
otros, nace con Homero en el siglo IX antes de
Cristo; hay personas más radicales que señalan que, antes de
los griegos, los pueblos orientales de alguna manera ya filosofaban…
Sin embargo, si es verdad que cada hombre es filósofo,
la filosofía debe comenzar con la humanidad. En las bibliotecas
alemanas se puede encontrar una obra anticuada y cubierta de
polvo, de varios tomos, escrita en el siglo XVIII, “Historia
de la Filosofía – desde los comienzos del mundo hasta
nuestra época”. La portada del primer tomo muestra un paisaje
salvaje con un gran oso y tiene por título: “La
filosofía prediluviana”. "[2] Sin embargo, es un rasgo característico de
nuestro tiempo, que no pocas personas parecen carecer de inquietudes
intelectuales. Hasta se muestran “alegres” en un cierto nihilismo práctico
que no se preocupa del porqué de la vida, ni
se formula la mera pregunta por el sentido de la
existencia. Nos encontramos frente al peligro de no vivir la
vida, sino de “dejarse llevar”. A veces, no disponemos de
la suficiente calma interior para considerar los acontecimientos con cierta
objetividad y tomar conciencia de la propia situación existencial. No
reflexionamos sobre el sentido y los objetivos del propio actuar;
en definitiva: no ejercemos como filósofos, prescindiendo así de una
dimensión esencial de la vida humana.
Durante la segunda guerra mundial,
un joven alemán, miembro de la resistencia, que se encontraba
en Rusia, escribió en su diario un diálogo ficticio con
uno de sus jefes: “El hombre ha nacido para pensar…,
¡para pensar, querido funcionario! Esta palabra se dirige directamente contra
ti, contra ti y todo el sistema que habéis montado.
Eso te sorprende porque, según dices, eres una persona que
exalta el espíritu. Es un espíritu perverso al que estás
sirviendo en esta hora de desesperación... Reflexionas sobre el perfeccionamiento
de la ametralladora, pero la pregunta más rudimentaria, más fundamental
e importante la acallaste ya en tu juventud: es la
pregunta: ¿por qué? y ¿a dónde?”."[3] En efecto, el simple
plantearse estos interrogantes es ya una primera señal de que
una persona se rebela ante la perspectiva de vivir como
un animal. Normalmente se puede filosofar, claro está, cuando las
necesidades básicas de la vida están al menos mínimamente colmadas.
Pero aunque este sea el caso, observamos una cierta “apatía”,
una cierta “abstención de pensar”, justamente en las sociedades occidentales
consumistas.
II Influencias negativas sobre la capacidad filosófica
Nuestra vida se
ha convertido, en muchos sentidos, en un ajetreo continuo. Muchas
personas sufren las consecuencias del estrés o de un cansancio
crónico. La dureza de la vida profesional, y también las
exigencias exageradas de la industria del ocio, traen consigo unas
obligaciones excesivas, así que lo único que se desea por
la noche es descansar, distraerse de los problemas cotidianos, y
no esforzarse nada más. Todo esto puede llevar a una
cierta “enajenación espiritual”, a la superficialidad de una persona que
vive sólo en el momento, para las cosas inmediatas. En
nuestra sociedad de bienestar tan saciada, con frecuencia, resulta muy
difícil detenernos a reflexionar.
A la vez, podemos observar frecuentemente
una decadencia hacia lo instintivo, lo puramente sensual. Muchas películas,
revistas, talkshows y hasta no pocas páginas web del internet
hablan un lenguaje claro. Pero una persona que se deja
absorber por el materialismo y el sensualismo, se embota y
se ciega frente a lo espiritual. Uno puede acostumbrarse a
casi todo, incluso a no utilizar su entendimiento para realizar
las críticas más elementales y necesarias.
Un exceso de información también
puede ser un impedimento. Vivimos en la era de los
medios de comunicación de masas. Recibimos una inmensa cantidad de
información. Quien intenta acceder inmediatamente a toda la información de
los cinco continentes, quien no se pierde ninguna tertulia televisiva
ni ningún comentario político, o suele ver una película tras
otra, puede convertirse en una persona muy superficial. Con frecuencia
no tenemos ni tiempo, ni fuerzas suficientes para asimilar toda
la información recibida. Además, absorbemos inconscientemente muchos miles de datos,
cuando, por ejemplo, nos paseamos por el centro de una
ciudad... Hace pensar una pequeña anécdota que se cuenta de
la escritora alemana Ida Friederike Görres. Una vez, en los
años cincuenta del siglo pasado, le preguntaron qué hacía para
tener siempre ideas tan originales y saber juzgar con tanta
claridad la situación de la sociedad. Respondió: “No leo ningún
periódico. Así puedo concentrar mis fuerzas. De lo importante ya
me enteraré de todas maneras.” Naturalmente, esta postura es muy
discutible y, en mi opinión, no es digna de imitación.
Pero sí puede invitarnos a reflexionar. Hoy, varias décadas más
tarde, se ha multiplicado enormemente el volumen de la información
que recibimos cada día, a la vez que se ha
especializado. Será difícil para una persona convertirse en un filósofo
sin una cierta “actitud distante” con respecto a los medios
de información. El escritor ruso Dostoievski afirma: “Estar solo de
vez en cuando, es más necesario para una persona normal
que comer y beber.” "[4]
A lo largo de la
historia, hubo grandes pensadores que se separaron voluntariamente del ajetreo
de la sociedad. No querían distraerse con banalidades. Un ejemplo
famoso de la Antigüedad es Diógenes, que vivía feliz en
un barril y no se dejaba molestar por nadie, según
cuenta la tradición. Un ejemplo de nuestro tiempo es el
filósofo austríaco Wittgenstein, hijo de un industrial, que regaló a
sus hermanos los millones que había heredado. Prefería la austeridad
a las riquezas. Durante largo tiempo no comía otra cosa
que pan y queso; cuando le preguntaron por la razón,
respondió sencillamente: “Me da igual lo que como; lo que
importa es que siempre sea lo mismo”. "[5] Cuando murió
en 1951, sus últimas palabras fueron: “Dígales que tuve una
vida maravillosa”. "[6]
III Actitudes básicas para la filosofía
Como
se ve, esta capacidad básica que tiene cada hombre de
preguntarse por el sentido del mundo y de su propia
existencia, puede desarrollarse a lo largo de la vida, o
puede corromperse. Vamos a considerar las actitudes básicas que se
exigen para que una persona se convierta en un filósofo.
1.- Desprenderse del mundo diario
Según el filósofo alemán Josef
Pieper, “filosofar es un acto que trasciende el mundo laboral”.
"[7] El mundo laboral es aquí sinónimo del mundo en
el que se ha de funcionar, rendir, competir. De vez
en cuando conviene distanciarse de todo eso: no fijarse solamente
en lo inmediato (y agobiarse con ello), sino mirar “en
otra dirección”.
Apartarse del mundo laboral es muy relajante. Así
se puede descansar y sacar nuevas fuerzas para la vida
diaria. No se logra sólo cuando se ejerce la filosofía.
También el poeta trasciende la cotidianidad; es capaz de olvidarse
de todo, y de cometer locuras. Lo mismo hace el
amante: su amor le impulsa a dejar atrás todo cálculo
y no dejarse comprometer por un mundo utilitario. O sea,
el filósofo se parece a un amante y a un
poeta. Él también es un amante: ama la verdad, la
ansía. Platón habla del “eros filosófico”. Dice que la filosofía
se asemeja a la locura, porque saca al hombre de
su mundillo y lo conduce hacia las estrellas. Y todo
el que sufre alguna conmoción, es invitado a transcender su
mundo cotidiano. Es lo que ocurre cuando alguien se encuentra
en una “situación límite”, por ejemplo cuando se enfrenta a
la muerte, entonces surge frecuentemente un acto filosófico – o
religioso.
La filosofía, el arte, la religión y también el amor
están relacionados en cierta manera. Se oponen al utilitarismo del
mundo laboral. No se dejan “comercializar” o utilizar para determinados
objetivos. Al hacerlo, la filosofía y la religión se transformarían
en ideologías, y el amor, en una industria del sexo.
En
cierto sentido es verdad que el filosofar “no sirve para
nada”. Es, por decirlo así, inútil. Y ahora el plato
fuerte: ¡ni puede ni debe servir para nada! Pues precisamente
quiere superar el pensar utilitario. Martin Heidegger dice: “Es completamente
correcto y así debe ser: "La filosofía es inútil"”. "[8]
Con la filosofía –como en la poesía– se trasciende lo
cotidiano. Esto a veces es necesario para “sobrevivir” en un
mundo difícil, es un modo de mantener la serenidad, si
el día a día es insoportable. Nietzsche dice que Sócrates
huyó hacia la filosofía porque tenía una mujer inaguantable, la
famosa Xantipa, que le regañaba sin parar. La tradición cuenta
que una vez Xantipa echó un cubo con agua sucia
por la ventana, cayéndole a Sócrates que estaba abajo con
sus amigos, conversando sobre temas filosóficos. Los amigos se enfadaron,
pero Sócrates quedó impasible: “En mi casa llueve cuando hay
tormenta”. Y los amigos concluyeron: “Como Sócrates sabe tratar a
Xantipa, sabe tratar a cualquier otra persona”. "[9]
Cuando una
persona trasciende el mundo cotidiano, niega la “exigencia totalitaria” del
mundo laboral: expresa que la profesión, por importante que sea,
no debe absorber completamente las facultades humanas, ni puede satisfacer
todos los deseos de su corazón; hay algo más a
lo que uno quiere dedicarse. En esto estuvieron de acuerdo
todos los filósofos, poetas y amantes de todos los tiempos.
El filósofo, pues, tiene mucho más en común con un
poeta, por ejemplo, que con un empresario; lo que no
quiere decir que también un empresario no pueda ni deba
ejercer la filosofía.
2.- Fomentar la admiración
El filósofo medieval Tomás
de Aquino afirma: “La razón por la que el filósofo
se compara con el poeta es ésta: ambos son capaces
de admirarse.” "[10] Una persona que filosofa, reconoce y admite
su propia falta de conocimientos; se abre a una verdad
mayor y se deja fascinar por ella. La admiración es,
según los antiguos, el comienzo de la filosofía. Se cuenta
que algunos grandes filósofos eran capaces de tal admiración que,
literalmente, olvidaron lo que pasaba en su alrededor. Tales de
Mileto, por ejemplo, aun estando en una batalla, se quedó
parado de repente al ocurrírsele una idea, y no vio
que el enemigo se acercaba... Y Tomás de Aquino fue
el único que estaba callado durante un solemne banquete, al
que el rey de Francia le había invitado, mientras todos
los demás estaban enfrascados en conversaciones cultas; de pronto pegó
un puñetazo a la mesa y gritó: “¡Ya lo tengo!”
Había encontrado un argumento para razonar en contra de los
maniqueos. "[11]
La filosofía tiene un carácter esencialmente no burgués.
Pues admirarse no es de “burgueses”: no es de aburguesados
insensibles que lo dan todo por supuesto. Sólo son capaces
de admirarse, cuando sucede algo muy extraordinario, como un escándalo.
Por eso la industria recreativa cada vez se vuelve más
agresiva. La necesidad de hechos sensacionales para poder conmoverse y
admirarse, es una señal segura de que una persona no
ejerce de filósofo.
El admirarse no sólo es el principio de
la filosofía en el sentido de initium, de paso preliminar
o comienzo. Es el principium, origen interior del filosofar. La
admiración no se pone entre paréntesis, ni se deja de
lado, por más avanzado que se encuentre el filósofo. Siempre
que una persona filosofa, se admira; y en la medida
en que crecen sus conocimientos, debe crecer su admiración. Tomás
de Aquino define la admiración como “desiderium sciendi”, la añoranza
y el deseo de saber cada vez más. La persona
que se admira es aquella que empieza a caminar, que
desea saber más y más e intenta llegar al fondo
de todas las cosas. Por eso afirma Goethe, el gran
escritor alemán: “Lo máximo que un hombre puede alcanzar es
la admiración” "[12] .
El filósofo se admira. Descubre, en lo
cotidiano y común, lo realmente extraordinario e insólito. Sabe entusiasmarse
con una brizna o un diente de león, tal y
como lo haría un poeta, un amante o un niño.
Tomás de Aquino dijo que no podíamos captar ni la
esencia de un mosquito. Quiere decir que hasta es posible
admirarse infinitamente ante un mosquito. (Un filósofo también es capaz
de meditar profundamente ante situaciones familiares y sociales, ante problemas
humanos de cualquier tipo...).
3.- No tener prejuicios
Filosofar significa abrir horizontes,
dirigir la mirada hacia la totalidad del mundo; nuestro espíritu
es, de alguna manera, una “fuerza para lograr lo infinito”.
"[13] Entonces, ¿tendremos que hablar siempre de todo al filosofar?
¡Por supuesto que no! No es posible; ¡y el resultado
sólo podría ser un caos! ¡Pero una persona tiene que
estar dispuesta a hablar de todo! Nunca debe perder de
vista a “Dios y al mundo”. No debe pasar nada
por alto arbitrariamente, si quiere llegar al fondo de las
cosas.
El filósofo como tal tiene que estar dispuesto a enfrentarse
con “todo”, a prestarle atención a “todo”. Esto no significa,
claro está, que se ocupe de mil pequeñeces. Como acabamos
de ver, un exceso de información puede impedir la postura
filosófica. Pero se ha de estar dispuesto a no pasar
por alto nada que en principio pueda ser esencial. Tener
una postura crítica significa para el filósofo: preocuparse de no
pasar por alto conscientemente nada. "[14]
Por supuesto, la “totalidad”
de la realidad no es idéntica a una adición lograda
por una suma que ahora contiene todo y cualquier cosa.
Aquel que entiende mucho de biología y de literatura y
de recetas de cocina y de fútbol y de política
internacional y de la vida privada de todos los artistas
y príncipes, no es por eso un filósofo. La filosofía
trata de el todo, de una comprensión “estructurada” del mundo
que posee una jerarquía: lo esencial se reconoce como esencial,
lo no esencial como no esencial.
Un filósofo auténtico trata simplemente
de no excluir o sobrepasar nada intencionadamente. Tiene amplios horizontes:
¡con él se puede hablar de todo! Para él no
existen tabúes. Ni tampoco sistematizaciones precipitadas que ignoran todo aquello
que no concuerde con el sistema, y que impidan cualquier
nueva conversación sobre ello. La filosofía no acepta limitaciones arbitrarias,
pues si lo hiciera, perdería su propia identidad, convirtiéndose en
ideología. En este sentido, Goethe juzga muy negativamente a algunos
filósofos de su tiempo, que pretenden “dominar a Dios y
al espíritu humano” y encierran todo el universo en diferentes
sistemas. "[15]
El “enfrentarse a todo” tiene más que ver
con la profundidad que con la extensión. El filósofo no
sólo mira el más allá. No sólo aparta la vista
de la vida cotidiana, transcendiendo el mundo. También sabe fijarse
exactamente en las cosas que le rodean. Pregunta por las
últimas razones. No le interesa, por ejemplo, cuál es la
forma más rápida de adquirir dinero, sino lo que es
en sí el poder de la riqueza y lo que
significa para el hombre.
Quien quiera tener una visión de “toda
la realidad”, pronto se da cuenta de que eso es
apenas posible. El mundo es mucho mayor que nuestra capacidad
de comprensión. El acto filosófico no consiste, en primer término,
en “pensar mucho”, sino en contemplar la realidad, escuchar con
atención, en callar: “escuchar tan plenamente que ese silencio atento
no sea perturbado o interrumpido por nada, ni siquiera por
una pregunta.” "[16] (La naturaleza de la pregunta encierra una
determinada orientación de la respuesta, y eso significa una limitación).
Pieper habla de la “franqueza ilimitada” con la que se
debe escuchar al mundo. El filósofo considera el mundo “bajo
cualquier aspecto concebible”, y no sólo bajo alguno en concreto,
tal y como lo hacen las ciencias particulares. "[17]
Se
sobreentiende que este silencio no guarda ninguna relación con una
pasividad neutra, antes bien, supone un máximo compromiso. Pues de
lo que se trata es, de no querer pasar nada
por alto, de considerar todos los aspectos y no dejarse
cegar por prejuicios. (En una disputa, hay que escuchar a
todos los grupos, con igual atención). Para un auténtico filósofo
no hay ni temas que se hayan de excluir, ni
“temas sensacionales”, ni “personas etiquetadas”. Pieper dice que el estar
abierto al mundo es algo así como el “distintivo” del
filósofo auténtico. "[18]
4.- Adquirir cierta independencia en los propios
juicios y reflexiones
Una persona que quiere pensar por su cuenta,
ha de estar dispuesta al inconformismo. Filosofar significa: distanciarse, no
(siempre) de lo cotidiano, pero sí de las interpretaciones comunes,
de la opinión pública o publicada, del “terror” que a
veces pueden producir los medios de comunicación. Los auténticos filósofos
siempre han ido contra corriente. Son los que ven lo
que todos ven, y se atreven a pensar lo que
quizá nadie de su entorno piensa. Los que actuaban de
este modo, a veces hasta sufrieron la muerte por esta
razón (Sócrates), pero no dejaron de oponerse a todo tipo
de regímenes totalitarios.
La filosofía reclama para sí la independencia. Tiene
que poder desplegarse sin que ninguna normativa oficial lo impida.
Pieper exige para cada comunidad humana un espacio libre en
el que sea posible el debate sin trabas de cualquier
cuestión que ocupe las mentes. "[19] Si esto no es
posible, es señal de que la sociedad tiene trazas totalitarias.
Sin
embargo, más importante aún que la libertad exterior es la
libertad interior. Significa querer incondicionalmente la verdad, y no dejarse
ni adormilar, ni manipular por nada. Las situaciones pueden estar
en favor o en contra de la libertad; pueden ser
la razón para que ésta aumente o disminuya. Pero no
intervienen esencialmente en el acto libre. Así, una persona está
condicionada, en cierto modo, por el país, la sociedad, la
familia en la que ha nacido, está condicionada por la
educación y la cultura que ha recibido, por el propio
cuerpo, por su código genético y su sistema nervioso, sus
talentos y sus límites y todas las frustraciones recibidas –pero
a pesar de esto es libre: es libre para opinar
sobre todas estas condiciones. Un hombre puede ser libre incluso
en una cárcel, como lo han mostrado Boecio, Santo Tomás
Moro, Bonhoeffer y otros muchos. “Hay algo dentro de ti
que no pueden alcanzar, que no te pueden quitar, es
tuyo;” esto dice un preso a otro preso, en un
diálogo impresionante, que sale en la película “Sueños de libertad.”
Un hombre puede ser libre también en un sistema totalitario,
aunque las amenazas y el miedo disminuyan la libertad. Puede
mantener una creencia, un deseo o un amor en el
interior del alma, aunque externamente se decrete su abolición absoluta.
Así, Sajarov no sólo fue grande como físico; sobre todo
fue grande como hombre, como apasionado luchador por la libertad
de cada persona humana. Pagó por ello el precio del
sufrimiento, que le impuso el régimen comunista, cuya mendacidad e
inhumanidad destapó ante los ojos del mundo. Otro disidente famoso
confesó públicamente: “¡Bendita prisión que me hace reflexionar, que me
hace hombre!” (Alexander Solzhenitsin).
5.-Adquirir humildad intelectual
Con todo ello, no hay
que sobreestimarse. Aunque una persona tenga una experiencia sumamente rica
y una comprensión profunda de la vida humana, no debe
perder el sentido de la realidad: el filósofo no es
“el sabio por antonomasia”, sino el que ama la verdad,
el que siente añoranza por comprender los últimos porqués del
mundo, el que se esfuerza en ver relaciones. Filosofía significa
amor a la sabiduría, a la búsqueda de la sabiduría
que nunca se llega a poseer plenamente.
La persona que se
admira es consciente de no saber nada. Es célebre la
frase de Sócrates en que admite: “Sólo sé que no
sé.” En cierta manera es aplicable a cualquier científico. Hoy
en día estamos muy sensibilizados respecto a que ninguna persona
puede “saberlo todo”, ni siquiera en una subdisciplina delimitada. Se
comienza a estudiar algo, pero no se llega a un
fin; constantemente se descubren más campos de investigación. La especialización
ha avanzado mucho: un psiquiatra no sabe casi nada de
oftalmología, un historiador que conoce a fondo el siglo XVI
apenas tiene idea del siglo XVII. Los biólogos escriben tesis
sobre el pico del petirrojo, y no conocen la cola.
Todo esto no tiene importancia, pues tenemos una mente limitada.
Sólo que hoy volvemos a ser conscientes de ello, o
al menos mucho más conscientes que durante las últimas décadas
de fe ciega en la ciencia.
¡Y Sócrates es tan actual!
No dijo sólo: “Sólo sé que no sé nada”, cosa
que podemos comprender muy bien en nuestros tiempos. También afirmó:
“Jamás he sido el maestro de nadie.” Quería indicar con
ello que no es posible dividir la humanidad en dos
“clases”: “los que saben” y “los que no saben”, el
sabio y el necio. Todos estamos buscando la verdad, ninguno
la posee completamente. Cada uno puede aprender de los demás.
Hoy
en día tenemos una sensibilidad especial para estas relaciones. El
que intente darse por alguien que lo sabe todo, queda
realmente en ridículo. Ya no puede impresionar a nadie. Nos
hemos vuelto escépticos ante las construcciones sistemáticas. Hemos visto cómo
se derrumbaron, de la noche a la mañana, sistemas ideológicos
gigantescos. Al mismo tiempo presenciamos cómo se tambalean un sinnúmero
de tradiciones fundamentales de la cultura occidental. No hace falta
deprimirse ante esta situación. Sufrir de vez en cuando algunas
conmociones fuertes, puede ser, incluso, beneficioso para una persona y
para toda una sociedad. Una crisis no es una catástrofe.
Puede servir para volver a tomar conciencia de los propios
fundamentos. Se trata de una oportunidad para transformarse más conscientemente
en alguien que busca, que adopta la actitud filosófica. Es
probable que así reconozcamos, cada vez más claramente, lo necesario
que es cambiar de forma de pensar en determinados ámbitos.
IV
Desafíos y libertad
Filosofar significa, en cierto modo, apartarse del mundo
laboral. Este paso trascendente no sólo es condicionado por el
origen, sino ante todo por la meta que consiste en
adquirir, en la mayor medida posible, conocimientos acerca del sentido
de nuestro mundo. Se basa en la creencia de que
la auténtica riqueza del hombre no está en saciar sus
necesidades cotidianas, “sino en saber ver aquello que existe.”"[20]
En
este sentido, la filosofía no está reservada a los especialistas.
Se podría decir que es un don y una tarea
para toda persona. Por consiguiente, tendría que ser lo más
normal del mundo comenzar conversaciones filosóficas, no sólo en la
Universidad, sino también en las calles y en pleno centro
de la ciudad. Pero ahí nos damos cuenta de algo
curioso que, por cierto, se puede observar en todas las
épocas y en todas las sociedades: ¡los filósofos, muy frecuentemente,
son unos marginados! En este mundo del dinero y del
éxito puede ocurrir incluso que inspiren en los demás un
sentimiento de pena o de incomprensión.
Hemos visto que la
filosofía, por su naturaleza, no es algo “comercializable”; se opone
al mundo laboral. Por eso, muchas veces, tiene el estigma
de lo raro, de ser un mero lujo intelectual, que
tal vez se pueda tolerar, pero que también es ridiculizado.
Con frecuencia, el filósofo no tiene los pies sobre la
tierra. Admira el cielo estrellado, el diente de león y
el mosquito. A veces lo hace por necesidad, por no
poder soportar el mundo de lo cotidiano. Xantipa hacía que
su hogar no fuera acogedor, y entonces Sócrates se subió
al tejado de la casa, pues mirar el cielo estrellado
era más atractivo… Pero si se mira al cielo, se
puede llegar a andar por las nubes. Es, por decirlo
de alguna manera, la “enfermedad profesional” del filósofo.
Existe, realmente, una
cierta problemática: el filósofo, con suficiente frecuencia, no ve el
mundo cotidiano. Mira al cielo –¡pero nadie puede vivir así
constantemente! No somos espíritus puros. Tenemos un cuerpo, y hemos
de comer, beber y dormir. Necesitamos un techo y una
seguridad social. Con otras palabras, no nos basta sólo el
“cielo estrellado”, sino también se requiere un espacio protegido, un
hogar. También nos hace falta un entorno familiar, lo concreto,
sentirnos acogidos y acompañados. Si todo el mundo se dedica
a mirar el cielo estrellado, la vida se vuelve inhóspita.
Cuando me duele la cabeza no quiero que nadie se
quede mirándome, sin hacer más que admirarse y filosofar sobre
“el mal de la enfermedad”; ¡deseo que me dé un
analgésico! También es cierto que, sin la base material que
hace posible la existencia física, nadie puede filosofar. Es difícil
meditar sobre el mundo en su totalidad, cuando se está
construyendo una casa, se tiene un pleito o se están
preparando unos exámenes importantes; y mucho menos, si se está
apremiado por el hambre o bajo los efectos de una
enfermedad dolorosa.
La admiración no concede habilidades ni aumenta el sentido
práctico, antes bien, admirarse significa “conmoverse”. Pero nadie puede pasarse
la vida en la pura contemplación de la verdad. Pues
el hombre no puede vivir, a la larga, tan sólo
del sentirse conmovido. De hecho, al encontrar la verdad, surge
el deseo de transmitirla; así puede nacer la figura del
profesor de filosofía o del escritor filósofo.
De los comienzos
(conocidos) de la filosofía occidental, nos es transmitida una anécdota
bastante significativa: como Tales de Mileto paseaba contemplando el cielo,
en una ocasión se cayó en un pozo. Una criada
que fue testigo del hecho, se rió a carcajadas. Platón
advierte al respecto: “El filósofo suele ser siempre de nuevo
motivo de risa, no sólo para las criadas, sino para
mucha gente, porque él, ajeno a las cosas del mundo,
se cae en un pozo y se topa con muchos
más apuros.” "[21] Este es el dilema del filósofo: vive
en un mundo en el que sus coetáneos se orientan
por aspectos pragmáticos como el dinero y el éxito; él,
en cambio, se dedica a algo que se opone diametralmente
a las ambiciones de estas personas, o al menos se
puede decir que se dedica a algo que no es
“útil”, no es “práctico”.
Lo que no es “útil”, no suele
tomarse en serio. Pero esto sólo es un aspecto (el
negativo) de la imposibilidad de ser comercializado. El lado positivo
es la libertad que supone. Por un lado, la filosofía
es inútil en el sentido de uso y aplicación directos.
Por el otro, la filosofía se opone a ser utilizada,
no está disponible para objetivos que estén fuera de ella
misma. La filosofía no es “sabiduría de funcionario”, sino –como
dijo John Henry Newman–, “sabiduría de caballero”; "[22] no es
sabiduría útil, sino sabiduría libre.
Muchos se ríen del filósofo,
pero él es libre. Por supuesto, es consciente de su
situación, pero no le importa, ya que es independiente de
lo que otros piensen de él. Platón, además, da la
vuelta a la tortilla: los demás (“los hombres del dinero”)
también se exponen al ridículo precisamente al perseguir unos objetivos
tan poco nobles. Y cuando se trata de cuestiones esenciales,
no saben qué decir, y entonces es cuando les toca
reírse a los filósofos. "[23]
El concepto de libertad significa
aquí, como hemos visto, la no disponibilidad para objetivos concretos.
El acto de filosofar es libre en la misma medida
en que no se remite a algo que esté fuera
de él. Es “un quehacer lleno de sentido en sí
mismo”. "[24] Se ve otra vez que el filósofo se
parece al amante: tampoco es posible amar a una persona
¡para conseguir algo! Necesitamos médicos para diagnosticar enfermedades, necesitamos albañiles
para construir casas, pero ¡no necesitamos filósofos para nuestras necesidades
inmediatas, y tampoco para justificar nuestras acciones! Si un estado
necesita filósofos para avalar la propia política, entonces la filosofía
será destruida. Por el contrario, sí, los necesitamos para que
nos ayuden a comprendernos a nosotros mismos, y a los
demás.
Un filósofo, por tanto, suele vivir como un inconformista, a
veces como un marginado, y puede ser considerado como un
loco. Es alguien que no se deja engatusar, ni utilizar
para unos objetivos estrechos, por ejemplo, para suministrar la ideología
adecuada a un régimen totalitario. A la vez, está lleno
de añoranza por la verdad. Su meta es captar los
fundamentos de la existencia, y sabe que sólo lo conseguirá
de manera muy imperfecta, aunque su esfuerzo sea muy grande.
No es tanto una persona que ha conseguido con éxito
elaborarse un concepto del mundo bien redondeado; es más bien
alguien que está ocupado en conservar viva cierta pregunta, la
que se refiere al último porqué de el todo de
la realidad."[25] Sin duda se podrán encontrar una serie de
respuestas provisorias a esta pregunta, pero nunca se podrá encontrar
la respuesta definitiva. Es por esto por lo que debemos
estar dispuestos a plantearnos esta pregunta constantemente y durante toda
una vida. Darse por vencido, resignarse, porque nunca se va
a encontrar la verdad en su totalidad, darse por satisfecho
con cualquier solución que sólo puede ser provisional, y desistir
de seguir preguntando, es señal de haberse convertido en un
aburguesado. Filosofar significa precisamente la experiencia de que nuestra vida
cotidiana, condicionada por objetivos existenciales directos, por supuesto es importante
y necesaria, pero no basta: se puede y se debe
conmocionar de vez en cuando por la pregunta inquietante por
el sentido del todo.
V Una meta que abre nuevos horizontes
La
capacidad de admirarse forma parte de las máximas posibilidades de
nuestra naturaleza. Nos ayuda a darnos cuenta de que el
mundo es más profundo, extenso, misterioso, bello y diverso de
lo que le parece al entendimiento cotidiano. De la admiración
nace la alegría, "[26] afirma Aristóteles. Esto expresa también el
dicho castizo “tomarse las cosas con filosofía”: no significa tomarse
las cosas con resignación, ni con gravedad, sino tomárselas alegremente.
Pieper habla de la “intrínseca esperanza de la admiración” "[27]
.
La persona que se admira no se queda encerrada en
su pequeño mundo. Boecio escribió en la cárcel, y en
aras de la muerte, su célebre libro “Consolación de la
filosofía”. El enfoque interior de la admiración mantiene vivo el
conocimiento de que la existencia es incomprensible y misteriosa, pero
que también está llena de sentido. Y en la medida
en la que se descubre el sentido de la propia
existencia, puede experimentarse una felicidad profunda.
Cuando uno se dedica a
la filosofía, se va acercando a la iluminación de la
realidad. Y, aunque se alcance la verdad sobre la existencia,
el hombre y el mundo, siempre se podrá profundizar más,
¡porque el saber cerrado y la filosofía se excluyen! (No
se dan “recetas” en filosofía). Pues mientras más profunda y
extensa se hace la comprensión, más aplasta la visión del
campo inmenso de lo que aún queda por comprender. Por
eso, el comienzo y el final de la filosofía están
caracterizadas por el escuchar a la realidad, el silencio, la
“contemplación”. El filósofo griego Anaxágoras respondió a la pregunta de
para qué estaba en la tierra con estas palabras: “Estoy
en la tierra para la contemplación del cielo y del
orden del universo”. "[28] Se puede considerar como una respuesta
religiosa.
Finalmente, la filosofía prepara y libera al hombre para la
experiencia de Dios. Le hace capaz de “trascender” nuevamente. Desemboca
en una verdad mayor, en la teología. Aristóteles no dudó
en calificar la filosofía como “ciencia divina”. "[29] Y Wittgenstein,
que tenía una cierta visión mística acerca del sentido de
la vida, pudo afirmar: “El filósofo pregunta por el sentido.
Sólo si se cree en Dios, se descubre que la
vida de hecho tiene sentido.” "[30] Se puede descubrir un
mundo cada vez más extenso y profundo. Pero tampoco entonces
se encuentran “soluciones fáciles” o “soluciones hechas” para las grandes
preguntas de la vida y, menos aún, sistematizaciones. Cuanto más
se conoce el mundo, tanto más se percibe su carácter
misterioso.
La filosofía, pues, se encuentra camino de una meta que
nunca alcanzará por sus propios medios. “Sentimos que, aunque todas
las preguntas científicas estuvieran contestadas, aún no habríamos tocado nuestros
problemas existenciales,” "[31] dice Wittgenstein. Si comparamos la filosofía con
la teología, aquélla sólo puede llegar a un conocimiento muy
limitado. “Pero este poco que se gana con ella, no
obstante pesa más que todo lo demás que se conoce
por las ciencias” "[32] , afirma Tomás de Aquino. Por
lo tanto, sólo se puede invitar a toda persona de
buena voluntad a ser un filósofo, aún ante el peligro
de ser considerado por nuestra sociedad consumista como un extraño,
un inconformista o “loco”. Al fin, nos pueden animar las
palabras de un autor contemporáneo: “Quien jamás tuvo un ataque
filosófico, pasa por la vida como si estuviera encerrado en
una cárcel: encerrado por prejuicios, las opiniones de su época
y de su nación.” "[33] Quien no piensa por su
propia cuenta, no es libre.
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Notas:
[1]. JUAN PABLO II: Encíclica
Fides et Ratio, n.30.
[2]. Cf. Jakob BRUCKER: Kritische Geschichte der
Philosophie, von der Wiege der Welt an bis zu unserem
Zeitalter, cit. en Wilhelm WEISCHEDEL: Die philosophische Hintertreppe, 25ª ed.,
München 1995, p.11.
[3]. Hans SCHOLL: Diario de Rusia, inscripción del
22.8.1942.
[4]. Feodor M. DOSTOIEVSKI, cit. en Anselm GRÜN: 50 Engel
für das Jahr, Freiburg–Basel–Wien 2000, p.53.
[5]. Ludwig WITTGENSTEIN, cit. en
Wilhelm WEISCHEDEL: Die philosophische Hintertreppe,cit., p. 293.
[6]. Ludwig WITTGENSTEIN, cit.
en Wilhelm WEISCHEDEL: Die philosophische Hintertreppe, cit., p.294.
[7]. Josef PIEPER:
Was heisst philosophieren? 4ª ed., München 1959, p. 12.
[8]. Martin
HEIDEGGER: Einführung in die Metaphysik, Frankfurt/M. 1983, p. 9. A
la vez, la filosofía es sumamente “útil” para ayudarnos a
comprender el mundo.
[9]. Wilhelm WEISCHEDEL: Die philosophische Hintertreppe, cit., p.29.
[10].
TOMÁS DE AQUINO, cit. en Josef PIEPER: Was heisst philosophieren?
cit.
[11]. Cf. Wilhelm WEISCHEDEL: Die philosophische Hintertreppe, cit., p.13 y
90.
[12]. Johann Wolfgang von GOETHE: Gespräche mit Eckermann, 18–II–1829.
[13]. TOMÁS
DE AQUINO: Summa theologiae I, q.76 a.5 ad 4.
[14]. Cf.
Josef PIEPER: Verteidigungsrede für die Philosophie, München 1966, p. 97.
[15].
Johann Wolfgang von GOETHE: Brief an Zelter, 27.10.1827.
[16]. Josef PIEPER:
Verteidigungsrede für die Philosophie, cit., p. 52.
[17]. Cf. ibid. p.53.
[18].
ibid., p. 54.
[19]. Cf. ibid., p.48.
[20]. Josef PIEPER: Was heisst
philosophieren? cit., p. 33.
[21]. PLATÓN: Theaitetos, 174.
[22]. John Henry NEWMAN:
The Idea of a University. Discourse V,5.
[23]. Cf. Wilhelm WEISCHEDEL:
Die philosophische Hintertreppe, cit., p.14.
[24]. Josef PIEPER: Verteidigungsrede für die
Philosophie, cit., p. 46.
[25]. Cf. Josef PIEPER: Philosophie. Kontemplation. Weisheit,
Einsiedeln–Freiburg 1991, p. 54.
[26]. Cf. ARISTÓTELES: Retórica 1,2.
[27]. Josef PIEPER:
Was heisst philosophieren? cit., p. 73.
[28]. Cf. ARISTÓTELES: Ética eudémica
1,5; 1216a 15.
[29]. ARISTÓTELES: Metafísica, 983a.
[30]. Ludwig WITTGENSTEIN, cit. en
Wilhelm WEISCHEDEL: Die philosophische Hintertreppe, cit., p.296.
[31]. Ludwig WITTGENSTEIN, cit.
en Wilhelm WEISCHEDEL: Die philosophische Hintertreppe, cit., p.296.
[32]. TOMÁS DE
AQUINO: Comentario a la Metafísica 1,3.
[33]. Bertrand RUSSELL, cit. en
Wilhelm WEISCHEDEL: Die philosophische Hintertreppe, cit., p.287.
[*]JUTTA BURGGRAF.
Nacida en Hildesheim (Alemania). Doctora en Pedagogía (Universidad de Köln).
Doctora en Teología (Universidad de Navarra), donde es Profesora de
Teología Dogmática. Entre sus publicaciones figuran: L’émancipation de la femme,
Paris 1990; Women’s Libertation and Feminism, New York 1991; La
mujer y la familia, Monterrey 1995; Teresa von Avila, Paderborn–München–Wien–Zürich
1996; Eine Neuentdeckung der christlichen Ehe und Familie vor dem
Hintergrund der Frauenfrage, Paderborn 1998; Als Kinder Gottes leben, Köln
1999. En España: Mujer y hombre frente a los nuevos
desafíos de la vida en común, Pamplona 1999; Vivir y
convivir en una sociedad multicultural, Pamplona 2000; Teología Fundamental: Manual
de Iniciación, Madrid 2001, 3ª ed. 2002. En Costa Rica:
Hacia una nueva comprensión de la sexualidad humana, San José
2001; Hacia un nuevo feminismo para el Siglo XXI, San
José 2001; Una perspectiva cristiana en un mundo secularizado, San
José 2001; In der Schule des Schmerzes, San José 2001;
El poder de la confianza: el beato Josemaría Escrivá de
Balaguer y las mujeres, San José 2001; ¿Qué quiere decir
género? En torno a un nuevo modo de hablar, San
José 2001; La razón de nuestra alegría, San José 2001
y Atrévete a pensar con libertad, San José 2002.
Consecuencias del Relativismo contemporáneo. |
Entrevista en la que ofrece un punto de vista
acerca de las cuestiones fundamentales de nuestra época. La Iglesia y la
tolerancia, Occidente y el Islam, la ciencia y el futuro. |
|
|
Consecuencias del Relativismo contemporáneo. |
Relativismo contemporáneo
--Usted escribió, en una ocasión, que «la
fe no ha desaparecido, sino que se ha replegado al
reino de lo subjetivo». Para la Iglesia, ¿cuáles son las
consecuencias del relativismo contemporáneo?
Desde la época de la Ilustración la
fe ya no es la misión común del mundo, como
lo era, por el contrario, en el Medievo. La ciencia
ha codificado una nueva percepción de la realidad: se considera
objetivamente fundado lo que puede ser demostrado como en un
laboratorio. Todo el resto - Dios, la moral, la vida
eterna - se ha transferido al reino de la subjetividad.
Además, pensar que pueda existir una verdad accesible a todos
en ámbito religioso implicaría una cierta intolerancia. El relativismo se
convierte así en la virtud de la democracia.
--Para la Iglesia,
¿sigue teniendo la fe cristiana un contenido objetivo?
Desde luego. Y
es precisamente el contexto cultural que acabamos de describir el
que representa nuestra mayor dificultad a la hora de anunciar
el Evangelio. Pero los límites del subjetivismo están a la
vista: aceptar incondicionalmente el relativismo, tanto en el ámbito de
la religión como en lo referente a las cuestiones morales,
lleva a la destrucción de la sociedad. El aumento progresivo
del racionalismo lleva a la destrucción de la razón misma,
instaurándose la anarquía: al convertirse cada individuo en una isla
de incomunicabilidad, las reglas fundamentales de convivencia desaparecen. Si compete
a las mayorías definir las reglas morales, una mayoría podrá
imponer mañana reglas contrarias a las de ayer. Hemos vivido
ya la experiencia del totalitarismo, en el que es el
poder quien fija autoritariamente las reglas morales. De este modo,
el relativismo total desemboca en la anarquía o en el
totalitarismo. Misionreos de ayer y de hoy
--¿Sigue considerándose misionera
la Iglesia?
Sí, yo diría: de nuevo misionera. Hoy la palabra
misión no es siempre correctamente recibida, porque se piensa en
la destrucción de las antiguas culturas por parte de los
occidentales. La realidad histórica, sin embargo, es diferente: sabemos que
los misioneros cristianos - en África, en Asia y en
la misma América Latina - fueron con frecuencia los verdaderos
defensores de la dignidad humana. Estos misioneros salvaron una parte
de las culturas antiguas transcribiendo las lenguas indígenas y redactando
diccionarios y gramáticas. Ayudaron a llevar a cabo esa gran
revolución que fue el encuentro entre Europa y estos pueblos,
integrando las tradiciones que convergían con la fe cristiana. Algunos
de los problemas que África tiene en la actualidad derivan
de que, con el racionalismo occidental, hemos destruido los antiguos
valores morales, sin ofrecer nada a cambio. Y, dado que
hemos importado la tecnología, lo que queda son las armas
y la guerra de todos contra todos. En definitiva, lo
que puede defender la edificación de las sociedades modernas es
precisamente la misión cristiana, al permitirles mantener el vínculo con
sus propias raíces.
Totalitarismo e intolerencia
--La Iglesia se declara
contra la intolerancia. Pero, ¿no es ella misma víctima de
la intolerancia?
En efecto. Ha habido, por una parte, filosofías de
corte totalitario, si bien en la actualidad el marxismo está
en crisis. Por otra parte, el racionalismo agnóstico no es
tan pacífico como podría parecer. Algunos consideran a la Iglesia
el último baluarte de la intolerancia, pero cuando combaten esta
intolerancia se vuelven a su vez intolerantes. Y entonces la
intolerancia puede convertirse en violencia.
Sexualidad
--En las polémicas contra la
Iglesia, las cuestiones relativas a la sexualidad y al libre
albedrío moral reaparecen una y otra vez. ¿A qué se
debe esta incomprensión entre el mundo moderno y la Iglesia?
Aquí
llegamos a la visión individualista del hombre. Nuestra época glorifica
el cuerpo y sus placeres, exalta la libertad sexual, pero
piensa que todo eso tiene que ver más con la
esfera de la biología que con la psicología. Se establece
una sutil separación entre lo biológico, lo corporal - factores
que se sustraen a la responsabilidad espiritual dado que se
relegan al orden de la naturaleza- y el ser humano
como tal. Desde el momento en que se considera la
sexualidad como un fenómeno puramente biológico, deja de tener sentido
una moral sexual.
La cultura contemporánea afirma una libertad absoluta, mediante
la que el hombre debe “realizarse” a sí mismo. No
existe, por tanto, una naturaleza humana que defina el bien
y el mal. Esta visión se opone no sólo a
la tradición de la Iglesia, sino a todas las concepciones
que consideran que en nuestra naturaleza se halla inscrita una
determinada línea de comportamiento, el sentido mismo de nuestro ser.La
Iglesia habla de derecho natural, de moral natural. Por el
contrario, si no somos más que productos de la evolución,
somos libres de autodefinirnos. Existe entonces, como decía Sartre, una
libertad en el sentido en que «yo no soy definido»:
en mi situación, yo debo inventar lo que es el
hombre. En la visión cristiana, por el contrario, la existencia
del hombre - del hombre y de la mujer -
es portadora de una idea de Creador, un Creador que
tiene un proyecto sobre el mundo, que expresa ideas encarnadas
en la realidad del mundo. Y la relación de fidelidad
entre el hombre y la mujer revela que están hechos
el uno para el otro, en una profunda unidad de
cuerpo y espíritu, a la que están ligadas las generaciones
futuras. La elevación de reacciones físicas al rango de realidades
vividas en el respeto de la persona es el camino
difícil, pero grande y bello, de la moral cristiana acerca
de la sexualidad.
Religión y estado. Dios y el César.
--La
Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea, adoptada
el pasado año, no ha querido hacer referencia a la
“herencia religiosa” de Europa. ¿Qué piensa usted de esta interpretación
del laicismo?
Es preciso definir bien el laicismo. En mi opinión,
existe una noción positiva de laicismo en el sentido de
que el cristianismo, fenómeno nuevo en la historia, estableció una
diferencia, al reconocer la distinción entre la religión y el
Estado.
Esta distinción entre el reino de Dios y el del
César está en el origen del concepto de libertad que
se ha desarrollado en Europa, en Occidente. Implica que la
religión ofrece al hombre una visión para toda la vida,
no sólo para la espiritual. Pero la institución religiosa no
es totalitaria, sino que se halla limitada por el Estado.
Y el Estado no puede pretender controlarlo todo porque está
a su vez limitado por la libertad religiosa. El Estado
no lo es todo y la Iglesia, en este mundo,
no lo es todo. Entendida en este sentido, la laicidad
es profundamente cristiana. La hostilidad de los nazis hacia el
cristianismo, especialmente hacia el catolicismo, se funda en esta idea
de que el Estado lo es todo.
Pero si laicismo significa
que en la vida pública no hay sitio para Dios,
entonces nos hallamos ante un grave error. Las instituciones políticas
y las instituciones religiosas poseen ámbitos que les son propios.
Sin embargo, los valores fundamentales de la fe deben manifestarse
públicamente, no por medio de la fuerza institucional de la
Iglesia, sino por medio de la fuerza de su verdad
interior. Cuando el laicismo pretende excluir la religión, obra una
mutilación del ser humano.
Islam
--¿La confrontación entre el mundo
occidental y el mundo musulmán es un choque de civilizaciones?
El
Islam no existe como un bloque único. No existe un
magisterio del Islam, ni una constitución islámica centralizada. El Corán
proporciona al mundo islámico algunas referencias comunes, pero da lugar
también a interpretaciones diferentes. El Islam se concreta en contextos
culturales muy diversos, desde Indonesia hasta la India, desde Oriente
Medio hasta África. Por tanto, el mundo islámico no es
un bloque y no cancela los temperamentos nacionales: hay países
de mayoría islámica que son muy tolerantes y otros que
excluyen en mayor o menor medida el cristianismo.
Hoy el Islam
está masivamente presente en Europa. Y puede constatarse un cierto
desprecio por parte de cuantos creen que Occidente ha perdido
su conciencia moral. Así, por ejemplo, mientras que el matrimonio
y la homosexualidad se consideran equivalentes, el ateísmo se transforma
con frecuencia en derecho a lo blasfemo, especialmente en el
arte, estos mismos hechos son horribles para los musulmanes. De
aquí la impresión tan difundida, en el mundo islámico, de
que el cristianismo agoniza, que Occidente está en decadencia, y
la percepción de que el Islam es el único que
porta la luz de la fe y de la moralidad.
Una parte de los musulmanes ve en ello una oposición
incurable entre el mundo occidental - con su relativismo moral
y religioso - y el mundo islámico.
No obstante, no me
parece incorrecto hablar de una confrontación de culturas: en el
reproche dirigido a Occidente nos encontramos de nuevo con las
consecuencias del pasado, cuando el Islam padecía la dominación de
los Países europeos. Se puede llegar, de este modo, a
formas terribles de fanatismo. Ésta es una de las caras
del Islam, pero no es todo el Islam. Existen también
musulmanes que buscan el diálogo pacífico con los cristianos. En
consecuencia, es importante juzgar los diversos aspectos de una situación
que es preocupante para todas las partes en cuestión.
Inmigración
--El
año pasado monseñor Biffi, arzobispo de Bolonia, levantó una polémica
al afirmar que la inmigración musulmana creaba problemas… La reflexión del
cardenal Biffi era más sutil. Él subrayó que existe actualmente
una migración de pueblos, pero que es evidente que cualquier
gobierno, incluso el más abierto, no puede aceptar indefinidamente a
todos los inmigrantes. Hay que distinguir, pues, entre los que
pueden llegar y los otros. ¿Con qué criterios? Ésta era
la pregunta de monseñor Biffi. Desde el momento en que
se hace inevitable llevar a cabo determinadas elecciones, hay que
aceptar ante todo - en vista de la paz civil
de nuestras sociedades europeas - a los grupos que pueden
integrarse con más facilidad, a los más cercanos a nuestra
cultura. Si se manifiesta una incompatibilidad cultural, una incomprensión, toda
la sociedad resulta afectada. Y esto no beneficia a nadie,
ni siquiera a los inmigrantes musulmanes. Definir los criterios que
permitan la unidad de un país y favorezcan su paz
social es, por tanto, interés de todos.
Progreso y razón
--El mundo moderno vivía en el culto al progreso y
la razón. Tras dos guerras mundiales, los gulag, Auschwitz, el
terrorismo, ¿ siguen teniendo sentido las nociones de progreso y
razón?
Siempre he sido escéptico respecto del concepto de progreso. Naturalmente,
se da un progreso en el número de conocimientos, en
la ciencia y en la técnica. Pero estos progresos no
implican necesariamente un progreso en los valores morales, ni en
nuestras capacidades de hacer buen uso del poder conferido por
el conocimiento. Por el contrario: el poder puede ser un
factor de destrucción. He sido siempre contrario al espíritu utópico,
a la fe en una sociedad perfecta: concebir una sociedad
perfecta de una vez por todas significa excluir la libertad
que tenemos que ejercer cada día. La prueba de que
la razón y la moral son frágiles es que una
sociedad puede siempre autodestruirse. En lo que hace falta esperar
es en la presencia de fuerzas morales suficientes capaces de
oponerse al mal.
Bioética
--Venta de órganos, manipulaciones genéticas, clonaciones: ¿hace
falta poner límites a la investigación médica y científica?
A los
oídos del hombre moderno, la idea de poner límites a
la investigación suena como una blasfemia. Existe, sin embargo, un
límite extrínseco: la dignidad del hombre. Es inaceptable cualquier forma
de progreso que tenga como precio la violación de la
dignidad humana. Si la investigación amenaza al hombre, se trata
de una desviación de la ciencia. Aunque se argumente que
una u otra vía de investigación puede abrir posibilidades para
el futuro, hay que decir “no” cuando lo que está
en juego es el hombre. La comparación es un poco
fuerte, pero quisiera recordar que ya en una ocasión alguien
llevó a cabo experimentos médicos con personas que consideraba inferiores.
¿A dónde llevará la lógica que consiste en tratar a
un feto o un embrión como una cosa?
La iglesia y
los jóvenes
--¿Qué espera la Iglesia de los jóvenes?
Que los jóvenes
no tengan los prejuicios de la generación del 68, que
alejaron a muchísimas personas - hombres de Iglesia incluídos -
de la fe. Esperamos que los jóvenes manifiesten una nueva
vitalidad, con una apertura que les permita descubrir en Cristo
a un Dios que es verdad y amor.
El próximo
pontificado
--¿Cuáles serán las grandes tareas del próximo pontificado?
¡No me
corresponde a mí establecer el programa de las mismas! Además,
el mundo cambia rápidamente: lo que ayer parecía imperativo hoy
ya no tiene la misma importancia. Creo que los problemas
más urgentes, para la Iglesia, provienen de cuanto acabamos de
decir. ¿Cómo hacer frente a la situación creada por un
mundo occidental que duda, que ya no reconoce un fundamento
racional en una fe común, un mundo abandonado, por tanto,
al subjetivismo y al relativismo? Y además, el Islam y
el budismo, los dos grandes desafíos que tendrá que afrontar
el mundo occidental: es preciso dialogar con ellos, encontrar la
posibilidad de comprenderse sin perder la gran luz que nos
viene de la figura de Jesucristo.
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Pensar con Lógica |
La lógica no trata de estados psicológicos, sino
de la corrección formal del pensamiento. Se puede digerir bien sin
necesidad de conocer las leyes de la digestión, pero es bueno conocerlas
para no ingerir sustancias indigestas y así evitar indigestiones.. |
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Pensar con Lógica |
En su obra Los cuatro amores, C. S. Lewis advierte
un tipo frecuente de pintoresco argumento que valora la mismísima
falta de prueba como una evidencia: "la falta de humo
es la prueba de que el fuego ha sido cuidadosamente
ocultado". Sí, supuesto que exista; pero primero hay que probar
que existe. De otro modo estaríamos argumentando como uno que
dijera: "Si en esa silla hubiese un gato invisible, parecería
vacía; como la silla parece vacía, luego en ella hay
un gato invisible". La creencia en gatos invisibles quizá no
se pueda refutar de un modo lógico, pero dice mucho
acerca de quienes sostienen esa creencia".
“Aquí no se ve nada.
Luego, aquí hay gato encerrado”.
“La gente es sinvergüenza. Tú eres
gente. Luego, tú eres un sinvergüenza"
“Tú dices que no tienes
secretos. Algunos dicen que los tienes. Luego si no nos
dices tus secretos es que los tienes”
Hay un refrán que,
como todos, tendrá excepciones, pero, se supone que acierta: «cree
el ladrón que todos son de su condición». Quien crea
que todos son ladrones, debe pensar una de dos: que
está enfermo o que el ladrón es él. No hay
nada que pruebe que "todos los hombres son ladrones". Por
lo mismo, nada hay que pruebe que "todos tiene algo
que ocultar", o que "todos se mueven por motivos políticos,
o por motivos económicos o por motivos egoístas". Si alguien
piensa que esto es cierto, más le valdría pensar que
él es el egoísta, y que le conviene mucho cambiar
de actitud. Las actitudes interiores, las disposiciones éticas personales, influyen
en gran medida en nuestro juicios sobre las personas y
las cosas.
Asombrosa facultad Una de las maravillas del ser humano es
su capacidad para desvelar verdades que no se ven a
simple vista. ¿Cómo no pasmarse ante el descubrimiento de la
suma de los ángulos del triángulo siempre igual a dos
rectos, cualquiera que sea su forma y tamaño? Nadie lo
diría, pero, trazando una paralela por un vértice al lado
opuesto, la claridad es meridiana. Somos capaces de obtener a
partir de dos verdades manifiestas, una verdad oculta. Las palabras
expresan el pensamiento, ese paso mágico de la mente a
lomos de la verdad. Llamamos «lógica» a la ciencia que
estudia las reglas que rigen el pensamiento correcto. Si las
observamos, obtenemos conclusiones verdaderas; y si no, no.
Si conocemos
que A igual B y B igual a C, y
atendemos a su enlace, ante nuestra mirada intelectual hace acto
de presencia una verdad quizá insospechada pero deslumbrante: ¡A es
igual a C!. ¡Impresionante!. La lógica ha hecho posible la
Ciencia y permite también hacer ciencia de verdades que parecen
escurridizas, inaferrables, como las tocantes a la ética. No todo
conocimiento ha de obtenerse mediante un razonamiento lógico, pero es
cierto que sin lógica no es posible salir de robinsones.
En cambio, con la lógica racional se puede llegar a
demostrar la existencia de Dios, la diferencia entre el bien
y el mal y elaborar una ética también racional, apta
para ser compartida por todos los seres racionales, por todas
las gentes dispuestas a pensar conforme a las reglas del
argumento lógico.
Lógica viene del griego logos que significa: a) en
sentido estricto: aserto, tratado. De ahí psicología, geología, etc.
b)
en sentido amplio: razón. De ahí que se designe con
el nombre de lógica el tratado o ciencia que versa
sobre el propio pensamiento, sobre sus formas y leyes. Más
exactamente aún: sobre el acto mismo de razonar, o sea,
el razonamiento o deducción.
La Lógica tiene un fundador: Aristóteles.
La Escolástica la desarrolla: a) como arte (ciencia práctica)
b)
como teoría: como ciencia teórica de los principios de la
razón, que nos permite progresar con orden, fácilmente y sin
error en el acto mismo de la razón.
Entiéndase bien:
se trata de descubrir las leyes del razonamiento correcto, o
sea, de la corrección del pensamiento como acto de conocer.
No se refiere a las leyes del funcionamiento del cerebro,
a semejanza de otras leyes de funcionamiento de un órgano
como puede ser el estómago en relación a la digestión.
La lógica no trata de estados psicológicos, sino de la
corrección formal del pensamiento. Se puede digerir bien sin necesidad
de conocer las leyes de la digestión, pero es bueno
conocerlas para no ingerir sustancias indigestas y así evitar indigestiones.
Se puede pensar bien o mal con dolor de cabeza,
pero el dolor de cabeza no sirve para medir la
corrección de un pensamiento. El pensamiento es correcto o incorrecto
según las leyes internas de la lógica del discurso mismo:
el justo orden de los conceptos y juicios que permiten
intuir nuevos lazos entre los diversos objetos del conocimiento. De
tal manera que cada paso del razonamiento sea claro y
esté justificado.
El logos del intelecto expresa lo que el
intelecto intus legit, lo que ve en el interior de
una verdad. Hay tantas verdades en el interior de una
pequeña verdad que no es de maravillar que el intelecto,
en ocasiones, descubra como una cascada de verdades. En una
pequeña gota de rocío se puede ver el reflejo de
todo el firmamento. En el ente más pequeño hay un
“reflejo”, aunque minúsculo, del Ser por Esencia.
Es realmente inteligente
el que sabe «leer dentro» de cada verdad su relación
con la verdad primera y con muchas (al menos, algunas)
otras. Razonar es en buena medida descubrir relaciones (conexiones). Cuando
comparamos mentalmente dos conceptos no siempre vemos la relación entre
ambos (por ejemplo, su conveniencia o su disconveniencia). Entonces se
toma un tercer concepto con el cual se comparan los
otros dos y se descubre el nexo que unía los
dos primeros.
Hay una pluralidad de lógicas según el orden
de los conceptos que se relacionen. No es lo mismo
relacionar peras que números. No es lo mismo sumar manzanas
que sumar números cincos. Cinco manzanas suman cinco manzanas, pero
cinco cincos suman veinticinco.
Por eso no es lo mismo la
lógica filosófica que la lógica matemática. Hay una lógica espontánea
común, que ordinariamente sirve para manejarse en la vida cotidiana.
Y la lógica de las diversas ciencias. Hay lógica deductiva
y lógica inductiva. Hay lógica natural y lógica sobrenatural. Hay
lógica de la creación y lógica de la salvación. Hay
lógica de la justicia y lógica de la misericordia. Hay
lógica de la paz y lógica de la guerra.
Se
distingue la lógica tradicional (Aristóteles) de lógica simbólica (Russell, Withehead) La
tadicional simboliza los sujetos y los predicados de las proposiciones
(si A es B y B es C, entonces, A
es C. Todo hombre es mortal; Juan es hombre; luego
Juan es mortal).
La lógica simbólica no se opone, continúa
la lógica aristotélica, simbolizando no sólo sujetos y predicados, sino
también cópulas. Se ocupa más de las proposiciones que de
los términos. Resalta lo puramente formal y presenta en un
solo golpe de vista grupos enteros de frases.
Lo importante es
pensar con lógica y que ésta sea la adecuada a
la naturaleza de las cosas sobre las que pensamos.
Lo
que no debe suceder es que las diversas lógicas entren
en colisión, es decir, en contradicción. Lo que no puede
hacerse con una lógican es negar los principios universales del
pensamiento.
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La Duda, la Verdad y la Certeza |
¿Qué hace bueno el diagnóstico de un médico? ¿Qué
hace buenas la decisión de un árbitro y la sentencia de un juez? Sólo
esto: la verdad. Por eso, una vida digna sólo se puede sostener sobre el
respeto a la verdad. Pero conocer la verdad no es fácil. |
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La Duda, la Verdad y la Certeza |
La duda, la opinión y la certeza
¿Qué hace bueno el
diagnóstico de un médico? ¿Qué hace buenas la decisión de
un árbitro y la sentencia de un juez? Sólo esto:
la verdad. Por eso, una vida digna sólo se puede
sostener sobre el respeto a la verdad. Pero conocer la
verdad no es fácil. De hecho, la credibilidad que otorgamos
a nuestros propios conocimientos admite tres grados: la duda, la
opinión y la certeza. En la duda fluctuamos entre la
afirmación y la negación de una determinada proposición. Por encima
de la duda está la opinión: adhesión a una proposición
sin excluir la posibilidad de que sea falsa. El hombre
se ve obligado a opinar porque la limitación de su
conocimiento le impide alcanzar a menudo la certeza: puede llover
o no llover, puedo morir antes o después de cumplir
setenta años. La libertad humana es otro claro factor de
incertidumbre: hablar sobre la configuración futura de la sociedad o
de nuestra propia vida, es entrar de lleno en el
terreno de lo opinable. Lo cual no significa que todas
las opiniones valgan lo mismo. Si así fuera, se ha
dicho maliciosamente que habría que tener muy en cuenta la
opinión de los tontos, pues son mayoría. Séneca aconsejaba que
las opiniones no debían ser contadas sino pesadas.
Llamamos escéptico al
que niega toda posibilidad de ir más allá de la
opinión. Por tanto, el escepticismo es la postura que niega
la capacidad humana para alcanzar la verdad. La palabra procede
del griego sképtomai, que significa examinar, observar detenidamente, indagar. En
sentido filosófico, escepticismo es la actitud del que reflexiona y
concluye que nada se puede afirmar con certeza, por lo
que más vale refugiarse en la abstención de todo juicio.
Por fortuna, no todo es opinable. Lo que se conoce
de forma inequívoca no es opinable sino cierto. Y no
se debe tomar lo cierto como opinable, ni viceversa: no
puedes opinar que la Tierra es mayor que la Luna,
ni asegurar con certeza que la república es la mejor
forma de gobierno.
La certeza se fundamenta en la evidencia, y
la evidencia no es otra cosa que la presencia patente
de la realidad. La evidencia es mediata cuando no se
da en la conclusión sino en los pasos que conducen
a ella: no conozco a los padres de Antonio, pero
la existencia de Antonio evidencia la de sus padres, la
hace necesaria. La existencia de Antonio, al que veo todos
los días, es para mí una certeza inmediata; la existencia
actual o pasada de sus padres, a los que nunca
he visto, también me resulta evidente, pero con una evidencia
no directa sino mediata, que me viene por medio de
su hijo.
La condición limitada del hombre hace que la mayoría
de sus conocimientos no se realicen de forma inmediata. Son
pocos los hombres que han visto las moléculas, los fondos
marinos, la estratosfera o Madagascar. La mayoría de los hombres
tampoco han visto jamás, ni verán nunca, a Julio César
o a Carlomagno. Sin embargo, conocen con certeza la existencia
de esas y otras muchas personas y realidades. Su certeza
se apoya en un tipo de evidencia mediata: la proporcionada
por un conjunto unánime de testigos. En un caso, la
comunidad científica; en otro, las imágenes de todos los medios
de comunicación; y si se trata de hechos o personajes
del pasado, los testimonios elocuentes de la historia y de
la arqueología.
Estas evidencias mediatas se apoyan no en propios razonamientos
sino en segundas o terceras personas. Si no admitiéramos su
valor, si no creyéramos a nadie, nuestros padres no podrían
educarnos, la ciencia no progresaría, no existiría la enseñanza, leer
no tendría sentido... Es decir, si sólo concediésemos valor a
lo conocido por uno mismo, la vida social, además de
estar integrada por individuos ignorantes, sería imposible. Por tanto, es
necesario y razonable dar crédito, creer.
¿Puede tener certeza quien cree?
Sabemos que la certeza nace de la evidencia. ¿Qué evidencia
se le ofrece al que cree? Sólo una: la de
la credibilidad del testigo. El que no ha estado en
América cree en los que sí han estado y atestiguan
su existencia. El que nunca ha visto a Hitler cree
a los que sí lo vieron. Y antes que Hitler,
Napoleón, el Cid o Nerón. En todos estos casos es
evidente la credibilidad de los testigos. Y entre esos casos
debemos incluir los que dan origen a algunas creencias religiosas.
Por eso, la fe -creer el testimonio de alguien- es
una exigencia racional, y su exclusión es una reducción arbitraria
de las posibilidades humanas.
52. La inclinación subjetiva
Si la verdad es
la adecuación entre el entendimiento y la realidad, depende más
de lo que son las cosas que del sujeto que
las conoce. Ese sentido tienen los versos de Antonio Machado:
¿Tu
verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.
Es
el sujeto quien debe adaptarse a la realidad, reconociéndola como
es, de forma parecida a como el guante se adapta
a la mano. Pero no siempre sucede así. El subjetivismo
surge precisamente cuando la inteligencia prefiere colorear la realidad según
sus propios gustos: entonces la verdad ya no se descubre
en las cosas sino que se inventa a partir de
ellas.
La causa más frecuente del subjetivismo son los intereses personales.
Con frecuencia, la atracción de la comodidad, de la riqueza,
del poder, de la fama, del éxito, del placer o
del amor, pueden tener más peso que la propia verdad.
Por eso, si suspendo un examen, nunca será por no
haberlo estudiado sino por mala suerte o por exigencia excesiva
del profesor. Y si el suspendido es un niño, mamá
jamás dudará de la capacidad de la criatura: antes pondrá
en duda la idoneidad del profesor o del libro de
texto, o asegurará que su hijo es listísimo aunque "algo"
vago y despistado.
El subjetivismo, además de afectar a lo más
trivial, también deforma las cuestiones más graves: el terrorista está
convencido de que su causa es justa; la mujer que
aborta quiere creer que sólo interrumpe el embarazo; el suicida
se quita la vida bajo el peso de problemas no
exactamente reales, agigantados por su enfermiza subjetividad; al antiguo defensor
de la esclavitud y al moderno racista les conviene pensar
que los hombres somos esencialmente desiguales.
Para que la verdad
sea aceptada es preciso que encuentre una persona habituada a
reconocer las cosas como son, y el que vive según
sus exclusivos intereses suele carecer de la fortaleza necesaria para
afrontar las consecuencias de la verdad. Pero al hombre no
le resulta fácil hacer o pensar lo que no debe.
Por eso, para evitar esa violencia interna, si se vive
de espaldas a la verdad se acaba en la autojustificación.
La historia humana es una historia plagada de autojustificaciones más
o menos pobres. Ya decía Hegel que todo lo malo
que ha ocurrido en el mundo, desde Adán, puede justificarse
con buenas razones. Al menos, puede intentarse.
El peso de
la mayoría
Por su identificación con la realidad, la verdad no
consiste en la opinión de la mayoría, ni el el
común denominador de las diferentes opiniones. Por eso, elegir como
criterio de conducta lo que hace o piensa la mayoría
de la gente constituye una pobre elección, y suele ser
la coartada de la propia falta de personalidad o del
propio interés. Además, invocar la mayoría como criterio de verdad
equivale a despreciar la inteligencia. En este sentido, E. Fromm
piensa que el hecho de que millones de personas compartan
los mismos vicios no convierte esos vicios en virtudes; el
hecho de que compartan muchos errores no convierte éstos en
verdades; y el hecho de que millones de personas padezcan
las mismas formas de patología mental no hace de estas
personas gente equilibrada.
Es un gran error confundir la verdad con
el hecho puro y simple de que un determinado número
de personas acepten o no una proposición. Si se acepta
esa identificación entre verdad y consenso social, cerramos el camino
a la inteligencia y la sometemos a quienes pueden crear
artificialmente ese consenso con los medios que tienen a su
alcance. Es como decir que ya no existe la verdad,
y que se debe considerar como tal aquello que decide
quien tiene poder para imponer mayoritariamente su opinión. "Por suerte,
la opinión pública todavía no se ha dado cuenta de
que opina lo que quiere la opinión privada", decía el
director de una importante empresa de comunicación.
La mentira se puede
imponer de muchas maneras, y no sólo con la complicidad
de los grandes medios de comunicación. Sin ellos, Sócrates fue
calumniado hace más de dos mil años: "Sí, atenienses, hay
que defenderse y tratar de arrancaros del ánimo, en tan
corto espacio de tiempo, una calumnia que habéis estado escuchando
tantos años de mis acusadores. Y bien quisiera conseguirlo, mas
la cosa me parece difícil y no me hago ilusiones.
Intrigantes, activos, numerosos, hablando de mí con un plan concertado
de antemano y de manera persuasiva, os han llenado los
oídos de falsedades desde hace ya mucho tiempo, y prosiguen
violentamente su campaña de calumnias" (Platón, Apología de Sócrates).
Sócrates representa
la situación del hombre aislado por defender verdades éticas fundamentales.
Pertenece a esa clase de hombres apasionados por la verdad
e indiferentes a las opiniones cambiantes de la mayoría. Hombres
que comprometieron su vida en la solución a este problema
radical: ¿es preferible equivocarse con la mayoría o tener razón
contra ella?
La pregunta de Pilatos
¿Qué es la verdad? La famosa
pregunta de Pilatos es el gran interrogante de toda la
humanidad, porque la vida humana es un laberinto que sólo
puede recorrer con seguridad quien conoce sus caminos. Con metáfora
parecida al laberinto, se nos sugiere que lo que vemos
de la realidad podría ser solamente la primera planta de
un enorme edificio con innumerables pisos por encima y bajo
tierra. No es mala imagen, pero nos gustaría un poco
más de rigor y acudimos a Stephen Hawking, uno de
los astrofísicos sucesores de Einstein, tristemente famoso por su condena
a silla de ruedas por esclerosis múltiple. Al final de
su ensayo Breve historia del tiempo, se atreve a decir
que la ciencia jamás será capaz de responder a la
última de las preguntas científicas: por qué el universo se
ha tomado la molestia de existir.
¿Eso significa que moriremos
en nuestra ignorancia? Pascal reconoce que apenas sabemos lo que
es un cuerpo vivo; menos aún lo que es un
espíritu; y no tenemos la menor idea de cómo pueden
unirse ambas incógnitas formando un sólo ser, aunque eso somos
los hombres. Otro matemático y filósofo como Pascal, Edmund Husserl,
afirma que la ciencia nada tiene que decir sobre la
angustia de nuestra vida, pues excluye por principio las cuestiones
más candentes para los hombres de nuestra desdichada época: las
cuestiones sobre el sentido o sinsentido de la existencia humana.
No
sabemos muy bien quiénes somos ni quién ha diseñado un
mundo a la medida del hombre, pero sospechamos que detrás
de esa ignorancia se esconde el fundamento de lo real.
Los grandes pensadores de todos los tiempos han sido personas
obsesionadas por esa curiosidad. Todas sus soluciones han sido siempre
provisio-nales, pero han nacido de la experiencia dolorosa de la
gran ausencia. Pues al salir al mundo y contemplarlo, se
les ha hecho patente lo que Descartes llamaba el sello
del Artista.
La ciencia nació para explicar racionalmente el mundo,
pero descubrió con sorpresa que la explicación racional del mundo
conduce muy lejos. Así surgió la filosofía, para explicar lo
que hay más allá de lo que vemos. Con otras
palabras: cuando la ciencia se asomó a las profundidades de
la realidad material, descubrió que la realidad material no era
toda la realidad: había algo más. Ese algo más se
esconde dentro y fuera de la materia. Dentro de todos
los seres aparecen dos cualidades inmateriales: el orden y la
finalidad. Pero es el ser humano quien acapara en su
interioridad el mayor número de aspectos inmateriales: sensaciones y sentimientos,
razonamientos y elecciones libres, responsabilidad y autoconciencia. El cuerpo humano
es estudiado por la Medicina y la Biología, pero la
interioridad humana exige una ciencia diferente. Fueron los griegos quienes
se plantearon por primera vez estas cuestiones de alcance metafísico.
Fuera de la materia también hay algo más, como una
tercera realidad. Lo mismo que el arqueólogo sabe que las
ruinas son huellas de espléndidas civilizaciones, cualquier hombre puede interpretar
toda la realidad como una huella: la de un artista
anterior y exterior a su obra. En ese momento empieza
a filosofar. El historiador puede preguntarse quién pulió el sílex
o escribió la Odisea. El que filosofa se pregunta algo
mucho más decisivo: quién ha diseñado el universo.
Así, el intento
de comprensión del laberinto nos lleva a Dios. El tema
de Dios quizá no esté de moda, y quizá no
sea políticamente correcto. Pero es que Dios tampoco es un
tema, y está muy por encima de las trivialidades de
la espuma política. La razón humana llega a Dios en
la medida en que pregunta por el fundamento último de
lo real. En esa misma medida podemos afirmar, como Kant,
que Dios es el ser más difícil de conocer, pero
también el más inevitable. De hecho, aunque está claro que
Dios no entra por los ojos, tenemos de Él la
misma evidencia racional que nos permite ver detrás de una
vasija al alfarero, detrás de un edificio al constructor, detrás
de una acuarela al pintor, detrás de una página escrita
al escritor. Esto lo expresa de forma magnífica San Agustín:
Pregunta
a la hermosura de la tierra, del mar, del aire
dilatado y difuso. Pregunta a la magnificencia del cielo, al
ritmo acelerado de los astros, al sol -dueño fulgurante del
día- y a la luna -señora esplendente y temperante de
la noche-. Pregunta a los animales que se mueven en
el agua, a los que moran en la tierra y
a los que vuelan en el aire. Pregunta a los
espíritus, que no ves, y a los cuerpos, que te
entran por los ojos. Pregunta al mundo visible, que necesita
de gobierno, y al invisible, que es quien gobierna. Pregúntales
a todos, y todos te responderán: "míranos; somos hermosos". Su
hermosura es una confesión. ¿Quién hizo, en efecto, estas hermosuras
mudables sino el que es la hermosura sin mudanza?
La pregunta
de Pilatos era retórica y no esperaba respuesta. Por eso
no la recibió. Pero si el gobernador romano se hubiera
tomado la molestia de informarse un poco más sobre el
acusado, quizá hubiera temblado al saber que aquel judío ya
se había pronunciado al respecto con una afirmación jamás oída
a ningún hombre: "Yo soy el Camino, la Verdad y
la Vida".
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Los fallos del razonamiento ( II ) |
El hombre fue constituido como un ser dotado de
cuerpo y de alma. La razón lo distinge del resto de los seres. Y en
consecuencia, desde el comienzo de la actividad intelectual organizada,
los hombres han trabajado en métodos que les permitan guiar el razo |
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Los fallos del razonamiento ( II ) |
Para interés de nuestros lectores, enumeraremos muy otros sofismas...
El razonamiento
en círculo:
El argumento circular es una especie de falacia de
petición de principio. Se denomina también círculo vicioso o "dialeto",
y se comete cuando hay dos proposiciones que se pretenden
demostrar recíprocamente, es decir, se pretende demostrar cada una de
ellas a partir de otra.
Ej: Sabemos que Dios existe porque
los Textos Sagrados nos lo dicen.
Y sabemos que los Textos
Sagrados son verdad porque son la palabra de Dios.
Sofismas de
cambio del asunto:
Consiste en desarrollar la argumentación que en sí
misma puede ser correcta, pero que no trata sobre el
punto que se está discutiendo y acerca del cual se
pretende producir una conclusión, sino que habla de otra cosa.
Se denomina también "sofisma de suplantación de tesis" Ej.: Cuando se
está discutiendo la autoría y culpabilidad de una persona en
relación a un delito, el abogado prueba con testigos las
condiciones personales del reo y sus calidades de buen esposo,
buen padre de familia, laborioso en su empleo, muy querido
por sus amigos, etc., y en base a estas pruebas
solicita la absolución de su defendido.
Es frecuente en los juicios
que los defensores aleguen razones sobre un punto que no
es el que se cuestiona, para desorientar a los jueces
e inclinarlos hacia la inocencia del reo.
Sofismas de lo antiguo
y sofismas de lo nuevo:
Es la afirmación o rechazo de
algo porque antes fue de una forma, o porque es
nuevo. Ej: El vino, en cantidades moderadas, es un sano estimulante
y favorece la digestión. Es una bebida saludable, pues así fue
reconocido por todos los pueblos antiguos.
Argumentos "ad hominen" (acerca del
hombre):
Una manera muy usual del sofisma por cambio de asunto
es el denominado "sofisma ad hominem". Consiste en dirigir la
discusión, no sobre la cosa en cuestión ("ad rem") sino
sobre el hombre que la sostiene, de manera que el
juicio positivo o negativo que recaiga sobre la persona, afecte
a la proposición en cuestión.
Ej: La teoría moral del filósofo
francés Rousseau es falsa porque Rousseau abandonó a sus hijos
en un orfanato.
Sofisma "ad ignorantiam" (argumento de la ignorancia ajena):
Un
modo del "argumento extraño a la cuestión" ocurre cuando se
pretende dar por probada una tesis a partir del hecho
de que no se ha podido probar la tesis contraria.
Ej:
Nadie ha demostrado que no existan los seres extraterrestres. Por
lo tanto, hay vida en otros planetas.
Falacias de procedimiento
Sofismas de
deducción:
En inferencias inmediatas: Realizar una conversión ilegítima: Todos los marxistas son ateos. Luego,
todos los ateos son marxistas. Tomar un juicio contrario como contradictorio: La
afirmación "Todos los políticos son honestos" es falsa. Luego, todos los
políticos son deshonestos.
En inferencias mediatas: La falacia por afirmación del consecuente: Si
ha llovido, entonces la tierra está mojada. La tierra está mojada. Ha
llovido. La falacia por negación del antecedente: Si ha llovido, entonces la
tierra está mojada. No ha llovido. La tierra no está mojada.
Sofismas de
inducción
Sofisma de falsa generalización:
Se parte de la afirmación de que
una propiedad es poseída por varios individuos de un conjunto,
y a partir de allí se concluye que todos los
elementos de ese conjunto poseen tal propiedad, cuando en realidad
no puede tenerse esa certeza sin poseer la información acerca
de los grupos restantes.
Ej: El hierro se combina con el
oxígeno. El níquel se combina con el oxígeno. El cobre se combina
con el oxígeno. El mercurio se combina con el oxígeno. El manganeso
se combina con el oxígeno. El hierro, el níquel, el cobre,
el plomo, el mercurio y el manganeso son metales. Todos los
metales se combinan con el oxígeno.
La falacia "de accidente":
Es una
forma muy común de sofisma de falsa generalización. Consiste en
confundir lo que es accidental con aquello que es esencial,
o también lo que es verdadero relativamente con aquello que
es verdadero absolutamente.
Ej: La técnica pedagógica "T" ha sido exitosa
en tal experiencia de enseñanza en la historia.
La técnica pedagógica
"T" ha sido exitosa en tal otra experiencia de enseñanza
de la historia.
Las técnicas pedagógicas que son exitosas deben adoptarse.
La
técnica pedagógica "T" es la que debe adoptarse para la
enseñanza de la historia.
Sofisma de analogía:
A partir del dato de
que dos cosas coinciden en algunos aspectos comprobados, se concluye
que cierto aspecto comprobado en sólo una de ellas, también
se da seguramente en la otra. Esta clase de razonamiento
se denomina "razonamiento por analogía" y es válido cuando la
conclusión se postula como probable; pero si se pretende como
cierta, tenemos un sofisma. Ej: Marte tiene un movimiento de rotación
sobre su eje, como la Tierra.
Marte tiene atmósfera, como la
Tierra. Marte tiene agua en su superficie, como la Tierra. Marte tiene
estaciones, como la Tierra. Marte tiene seres vivos, como la Tierra.
Sofisma
de falsa causa:
Este paralogismo se produce cuando de la anterioridad
de un suceso con respecto a otro se concluye que
el suceso primero es la causa del otro, o cuando
de la mera coincidencia temporal de dos hechos, se concluye
que uno de ellos es la causa del otro.
Ej: "Dado
que coincidieron en Francia una época de continuo aumento de
la criminalidad juvenil con la época en que la educación
primaria se extendió a todo el pueblo, se concluyó que
la educación primaria había sido causa del aumento de la
delincuencia juvenil en Francia. (Ejemplo que trae Desiré Mercier).
Sofismas retóricos
Sofisma
"ad misericordiam":
Se apela al sentimiento de misericordia. Esta especie de
falacia es muy común en la oratoria forense, cuando en
vez de argumentarse acerca de la inocencia del reo, el
abogado defensor busca provocar sentimiento de lástima de los jueces,
de los jurados o del público. Sofisma "ad odium": Se explota el
odio del oyente hacia una persona o cosa.
Sofisma "ad iram":
Se
aprovecha la ira que el receptor siente hacia alguien. Así,
por ejemplo, la ira que provoca en el hombre honesto
la conducta del delincuente, suele aprovecharse para persuadirlo de la
tesis de que los delincuentes capturados no merecen ninguna garantía,
como por ejemplo la garantía de que se realice el
debido juicio, que se les permita defenderse, etc.
Sofisma "ad delectationem"
(del deleite o del placer):
Se aprovecha del goce que procuran
a la sensibilidad ciertos objetos o ciertas palabras. Como ejemplo,
un aviso comercial de este tenor: "Los comprimidos M-2 son excelentes
para calmar la acidez estomacal: para saberlo basta comprobar su
delicado sabor, en sus tres variedades: menta, etc..."
Sofismas "del fulgor": Dentro
de los sofismas "ad delectationem" podemos ubicar el llamado "sofisma
del fulgor" que es aquel en que se usan palabras
que producen deleite porque son resonantes o fascinantes. Así por
ejemplo, en el discurso que se emite para apoyar un
proyecto económico se habla de la "grandeza de la Nación".
Sofisma
"ad concupiscentiam" (del deseo):
Se recurre a este sofisma cuando se
aprovechan o despiertan apetitos sensuales o ambiciones materiales (de dinero,
poder, etc.). Esto aparece a menudo en publicidad de muchas clases
de productos, en los cuales se apela al extendido deseo
de tener un automóvil, vacaciones exquisitas, una mujer bella, etc.
Sofisma
"ad verecundiam":
Se explota el sentimiento de respeto que se guarda
hacia una persona o hacia una cosa que es venerable
o digna. Por ejemplo, cuando después de afirmar una proposición
como verdadera, se añade: "... y así lo piensa XX"
(XX puede ser un escritor famoso, un científico prestigiado, etc.).
Sofisma
"ad superbiam":
Se apela al orgullo, por ejemplo, cuando se alaba
al país del otro, o a su profesión, o a
sus cualidades - reales o inexistentes -, etc. Sofisma "ad invidiam": También
suele ser eficaz la persuasión cuando se recurre al sentimiento
de envidia, es decir, a la tristeza que algunos sienten
por el bien ajeno.
Sofisma "ad metum" (argumento que recurre al
miedo):
Aquí están los usuales sofismas de peligro, tan empleados en
los parlamentos y asambleas. Se despierta el temor de una
guerra, o de perder una ayuda económica extranjera, o de
perder la estabilidad monetaria, o de perjudicar las relaciones exteriores
del país, etc., si no se adopta una medida determinada.
Recurso
a la mofa:
Mediante una oportuna observación o réplica burlona se
hace caer el ridículo sobre el adversario o sobre una
afirmación suya. Suele utilizarse por quienes quieren refutar a otro
pero carecen de todo argumento.
Argumentos "ad populum":
Estos son argumentos
dirigidos al pueblo. No son en rigor una especie distinta,
sino que se atribuye esa designación a todos los recursos
retóricos que buscan ganar el consenso popular a favor o
en contra de cierta conclusión - que no está sustentada
en pruebas valederas - por medio de la exaltación de
los sentimientos que predominan en esa multitud.
Argumento "ad baculum":
El denominado
"argumento ad baculum" o de apelación a la amenaza de
la fuerza, suele incluirse en la lista de los sofismas
retóricos. Pero en realidad no es un argumento pues no
busca convencer ni persuadir, sino que es lisa y llanamente
una amenaza más o menos disimulada de hacer uso de
la fuerza en el caso de que el receptor no
realice lo que se le pide. Ejemplo: "No es conveniente
para el futuro de su periódico que usted publique eso...
si quiere seguir gozando del crédito de nuestros bancos amigos".
Los fallos del razonamiento ( I ) |
Este artículo, basado en un trabajo de
Cristiandad, nos señala algunos de los métodos para pensar así como de
los sofismas que se usan para confundir. |
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Los fallos del razonamiento ( I ) |
El hombre fue constituido como un ser dotado de cuerpo
y de alma. La razón lo distinge del resto de
los seres. Y en consecuencia, desde el comienzo de la
actividad intelectual organizada, los hombres han trabajado en métodos que
les permitan guiar el razonamiento evitando los errores y engaños
durante el procedimiento.
Para interés de nuestros lectores, enumeraremos muy resumidamente
los métodos actualmente en uso.
La matemática y la lógica pura
utilizan, por ejemplo, el Método Axiomático. Consiste en establecer una
serie de enunciados y aplicarles un conjunto de reglas (aritméticas,
lógicas o la que convenga según la materia de estudio).
Dichos enunciados pueden ser evidentes o simplemente aceptados para los
fines del razonamiento.
Aristóteles, por otra parte, nos legó el Método
Deductivo. Este método es el propio de la Lógica. Se
basa en 16 premisas lógicas y las aplica siguiendo un
razonamiento de lo general a lo particular. Las conclusiones se
obtienen siempre sin necesidad de comprobar.
Existe otro método que si
bien es anterior a Aristóteles se atribuye a su propulsor:
John Stuart Mill. El método inductivo es un procedimiento ante
todo empírico, esto es, basado en la observación. Mill observa
una gran concentración de cuervos. Todos los que ve son
negros y recuerda haber visto siempre cuervos negros. Concluye, por
lo tanto que los cuervos son negros aunque no afirma
que siempre y en todo lugar son negros. Contrario al
método anterior, este dirige el proceso desde lo particular a
lo general. Tiene el grave peligro de la generalización y
es el mecanismo habitual del prejuicio.
El método deductivo es el
propio de las ciencias empíricas. Todas ellas trabajan con objetos
reales. Se dan ciertas premisas (hipótesis) y se aplican las
reglas de procedimiento científico. Estas hipótesis son aceptadas bajo la
condición de ser luego comprobadas Desde pequeños utilizamos el método experimental,
es decir, de ensayo y error. Aquí se procede de
manera tal que se pueda verificar, contrastar y comprobar como
cierta una hipótesis. En astronomía, por ejemplo, se utiliza la
observación. En las ciencias sociales se utiliza, en la medida
de lo posible, la inducción. Un buen ejemplo de esto
es el trabajo de investigación y análisis social en que
se formula una hipótesis y se somete a prueba en
un grupo de personas o en una encuesta.
En cambio, las
ciencias formales (que trabajan con cosas del pensamiento) trabajan con
el método de la demostración. Tiene sus reglas propias y
son muy conocidas por todos. Por ejemplo, el recurso de
reducción al absurdo o el mecanismo por el cual comprobamos
como cierta una resta o una división matemática.
Hacemos un alto
en este punto ya que podríamos hacer una larguísima lista
de métodos posibles. Sabemos que con la breve enunciación el
lector comprenderá que para cada objeto teórico de estudio se
corresponde un método particular.
Con lo arriba expuesto queremos demostrar dos
cosas: en primer lugar que en materia de pensamiento y
análisis existen métodos fiables para concluir cosas verdaderas y disminuir
al máximo el error si se actúa con buena voluntad.
Segundo, recordar que un principio clásico - el lema de
la Crítica de la Razón Pura kantiana - aconseja omitir
lo que a sí mismo concierne: DE NOBIS IPSIS SILEMUS.
Es decir, dejar fuera del análisis lo que a nosotros
corresponde como ´sujetos´, es decir, sentimientos, impresiones, deseos, anhelos, prejuicios
etc. Así trabajaremos desde la honestidad intelectual, no tratando de
demostrar que tenemos razón sino analizando objetivamente las cosas.
Quienes somos
para hablar de algo, por ejemplo, poco importa si lo
que decimos es verdadero y correcto. El poder no interesa
para determinar la veracidad o el error de algo. Pretender
desautorizar una afirmación desautorizando al sujeto es un error que
más abajo trabajaremos. Es un sofisma. Lo que importa no
es quien lo dice sino lo que se dice.
Por parecernos
de interés de muchos, desarrollamos muy resumidamente una ´caja de
herramientas lógicas´ imprescindible para cualquier persona que desee pensar correctamente,
desmontar un error o analizar con seguridad lo que desee
(incluso sus propios pensamientos)
Decíamos arriba que la lógica es la
ciencia por la cual conocemos las leyes que deben cumplirse
para que los razonamientos sean correctos. Todos los procesos discursivos
que contrarían tales leyes constituyen razonamientos inválidos, algunos de los
cuales, sin embargo, exhiben un aspecto de un raciocinio correcto,
y en tal caso se denominan falacias. El estudio de
la Lógica, entonces, para ser completo, debe incluir la teoría
sobre las falacias, o sea una teoría acerca de cómo
los hombres se equivocan cuando discurren, y también de cómo
los hombres pueden confundir a los demás cuando quieren persuadir.
Algunas
veces se expresan argumentos con plena consciencia de la falencia
lógica, pero también suele incurrirse en ellos involuntariamente. Al respecto,
es usual la distinción terminológica entre el paralogismo, que ocurre
cuando alguien emite una falsa inferencia obrando de buena fe
- es decir sin la intención de engañar a otro
- y el sofisma o argucia, que es el argumento
incorrecto empleado con el deliberado propósito de engañar a otro.
Un
razonamiento puede fallar:
a. Porque se parte de afirmaciones falsas o
inciertas, como si fuesen afirmaciones verdaderas y ciertas (falla en
las premisas), o
b. Porque el procedimiento es inferencia es incorrecto
(falla en el procedimiento). Claro está que pueden ocurrir las
dos clases de defectos en una misma argumentación.
Es necesario aclarar
que no todos los razonamientos inválidos se llaman falacias, sino
solamente aquellos que tienen cierta apariencia de razonamiento válido, y
que precisamente por ello son capaces de producir engaño. Las
falacias son entonces los argumentos inválidos que están revestidos de
una apariencia capciosa.
Se llama refutación al razonamiento que intenta destruir
la tesis del adversario, o que se propone poner al
descubierto la falacia o falacias presentes en el argumento del
adversario.
Pasemos a dar unos cuantos ejemplos:
Sofismas de homonimia
Sofismas de equivocidad:
Cuando dentro de un mismo razonamiento un término se toma
una vez con un significado y otra vez con otro
significado, puede resultar un paralogismo.
Ej: El fin de las cosas
es su perfección La muerte es el fin de la vida La
muerte es la perfección de la vida
Sofismas de distinta suposición:
Dentro
de los sofismas por homonimia están aquellos que provienen de
distinta "suposición" que en cada premisa tiene un término común.
La falla consiste en razonar como si el término mantuviese
contante su suposición, cuando en realidad ella varía.
Ej: Mozart es
músico Músico es palabra esdrújula Mozart es palabra esdrújula
Sofismas de anfibología:
Cuando la
ambigüedad no está encerrada en un término determinado, sino que
afecta a toda una proposición, el paralogismo que de allí
puede resultar se llama "falacia de anfibología".
Ej: Puedo caminar y
no caminar Pero caminar y no caminar es imposible Puedo lo imposible
Sofismas
del asunto o extralingüísticos:
Se puede llegar al error de varios
modos: raciocinando mal desde premisas ciertas, o raciocinando bien, pero
a partir de premisas falsas, o también partiendo de una
premisa que nada tiene que ver con la conclusión a
la cual se pretende llegar, o también poniendo directamente como
premisa aquello que se pretende obtener como conclusión. De aquí
resulta la primera gran subdivisión de los sofismas extralingüísticos:
a. Sofismas
de premisa falsa o dudosa
b. Sofismas con premisa no atinente
a la conclusión
c. Sofismas que fallan en el procedimiento
d. Sofismas
en los cuales la supuesta conclusión ya se admitió en
la premisa ("petición de principio")
Sofismas de premisa falsa o dudosa:
Consisten
en tomar como premisa cierta para un razonamiento una proposición
que en realidad es falsa, o que no ha sido
suficientemente demostrada.
Se denominan también "sofismas a priori", porque el defecto
está en el comienzo, antes de empezar a razonar.
Ej: Sólo
las ciencias útiles deben ser estudiadas por los jóvenes La historia,
la filosofía y las humanidades no son ciencias útiles La historia,
la filosofía y las humanidades no deben ser estudiadas por
los jóvenes
Sofismas de observación:
Son aquellos en que la premisa consiste
en un hecho empírico, y el error se ha producido
en la interpretación del hecho cuando se lo hubo observado.
Los sentidos (vista, oído, etc.) nunca yerran, pero sí suele
errar la inteligencia del hombre cuando emite un juicio con
respecto al hecho percibido por los sentidos. Así, por ejemplo,
si alguno está muy convencido de la existencia de seres
extraterrestres puede ocurrir que juzgue que es un plato volador,
con la forma de tal cosa, algo que en realidad
es nada más que una luz ordinaria y que no
tiene precisamente tal forma.
La más frecuente causa del error en
esta etapa de la observación es la opinión preconcebida, es
decir, el prejuicio.
Sofisma de antecedente incompleto:
Consiste en reducir una cosa
a solamente un aspecto o algunos aspectos de ella, omitiendo
otro aspecto relevante que puede ser decisivo para el asunto.
Ej:
Si una decisión atañe al cuerpo de una persona, esta
persona tiene el derecho de tomar esa decisión.
La interrupción del
embarazo es una decisión que atañe al cuerpo de la
mujer. La mujer tiene derecho de decidir la interrupción del embarazo La
segunda premisa, en este caso, tiene el antecedente incompleto, pues
la interrupción de la gestación es algo que atañe al
cuerpo de la mujer, pero también y principalmente atañe a
la vida de la persona por nacer.
Sofisma de falsa disyunción:
Es
el argumento en que se toma como premisa una disyunción
excluyente que se presupone completa, cuando en realidad es incompleta
y por ello mismo, falsa. Es una sub-especie del sofisma
anterior.
Ej: O el maestro es autoritario, o debe permitir la
mayor libertad de los niños en la escuela El maestro no
debe ser autoritario El maestro debe permitir la mayor libertad a
sus alumnos
Como puede advertirse, la primera premisa afirma una disyunción
excluyente que no es verdadera, porque cabe una tercera alternativa
entre las dos mencionadas.
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Recuperar el sentido de la vida |
Creer sin ver es lo razonable, lo que tiene sentido y da sentido al humano vivir |
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Recuperar el sentido de la vida |
Es lógico que al cruzar el umbral de un
nuevo milenio se analice la situación de la humanidad en
contraste con otras épocas, con la esperanza de hallar signos
de avance, pues si las cosas van mejor, cabe esperar
que progresarán más en el próximo futuro. El progreso tecnológico
y científico no ofrece duda. Pero ¿cómo andamos en humanidad,
en humanismo? Grave cuestión, que los pensadores más solventes no
suelen responder en términos del todo positivos. Más bien se
considera al hombre contemporáneo, en contraste con el de tiempos
pasados, como profundamente marcado por el problema del sentido, más
aún, por la pérdida del sentido. Si fuera preciso decirlo
de un brochazo, generalizando mucho, pero no sin cierta razón,
se diría que el hombre contemporáneo es alguien que «no
sabe, no responde» o que responde en términos de nihilismo
materialista.
Nihilismo, como se sabe, es una palabra derivada de
la latina nihil, que significa «nada». No tratamos aquí de
las elaboraciones filosóficas de autores como Nietzsche, Heidegger, o Sartre,
que merecerían un tratamiento más especializado, sino del nihilismo materialista
corriente. Muchos millones de personas no son nihilistas, pero también
hay muchos millones que sí lo son, más o menos
explícitamente, porque, en el fondo piensan que el hombre viene
de la nada y vuelve a la nada. Entre nada
y nada tenemos la materia y nada más. Esta creencia
es un virus bastante contagioso y conviene rebatirlo, porque hunde
al hombre en pesimismos u optimismos infundados, lejos de la
alegría profunda para la que hemos sido creados; y le
acercan en cambio a las distintas formas de violencia que
invaden el planeta: violencia física, moral, verbal, psicológica, masoquista, profesional,
familiar, política, etc.
El hombre se comporta como lo que
cree que es. Y si se cree un mero producto
de la materia y nada más, desconoce su propia dignidad
y la de los demás y, seguramente, atentará de alguna
manera contra la dignidad propia o ajena. De ahí que
muchas esperanzas se cifren en vivir el mayor tiempo posible
lo más cómodamente posible, caiga quien caiga; comamos y bebamos,
yazgamos, que mañana moriremos... Esta «filosofía» tan difundida se suele
interpretar como una negación de la fe, o al menos
como carencia de fe. La fe en que hay algo
más que materia y tiempo, sería una postura no científica,
gratuita, propia de épocas pretéritas, característica del hombre ingenuo, inmaduro,
supersticioso, etcétera.
¿EL NIHILISMO MATERIALISTA SE OPONE REALMENTE A LA
FE? Cabe preguntarse si el nihilismo se opone realmente a
la fe; mejor, si el nihilista es una persona sin
fe. El nihilismo niega el más allá, el espíritu inmortal
y en suma, a Dios, porque no se ve; no
son objeto de experimentación, no se pueden observar ni reproducir
ni diseccionar en un laboratorio, ni medir, como las magnitudes
físico matemáticas.
Ahora bien, ¿quedamos así eximidos de averiguar si
hay algo que no se vea pero que exista? En
aras de la razón científica nos sentimos obligados a preguntar:
¿la nada se ve? ¿Cómo afirmar que el principio y
el destino de cuanto existe es la nada, si la
nada no es experimentable, si carece de toda magnitud, dimensión,
en una palabra, de existencia? ¿Cómo afirmar la existencia de
la nada sin contradicción? ¿Cómo afirmar que el destino del
hombre es la nada, si la nada, nada es; si
no se puede saber nada de ella?
FE NIHILISTA Y
FE CRISTIANA La nada ha sido objeto de múltiples reflexiones
a lo largo de los siglos, al menos y en
serio, desde Parménides (en Aristóteles se encuentra ya la solución
del problema). Las reflexiones que solemos hacer sobre la nada
no versan sobre la nada, porque cuando comenzamos a pensar
en la nada comenzamos al mismo tiempo a pensar en
otra cosa, en algún fantasma elaborado por la imaginación, pero
no en algo real; estamos mareando una perdiz inexistente, sumergiéndonos
quizá en un mundo onírico sin correspondencia real alguna.
Que
la nada no existe, que de «nada» no hay, me
parece un axioma irrebatible. La nada ni se ve ni
se toca. Ahora bien, sostener que algo viene o va
a la nada, «sin verla», sin experimentarla, sin diseccionarla, esto
no es incredulidad, es cabalmente un acto de fe colosal.
Es, por decirlo de algún modo, tener una dosis de
fe muchísimo mayor que la que tiene el cristiano.
CREACIÓN
«DE LA NADA» Los autores cristianos suelen decir que Dios
crea «de la nada». Pero hay que advertir que ésta
es una expresión del acto creador abreviada (la completa es:
ex nihilo sui et subiecti). Dios no toma una poción
de «nada» y le infunde el ser o la existencia.
El acto creador es una maravilla de poder y generosidad.
Crear es donar el ser (o la existencia, si se
prefiere) que no había. No es dar el ser a
algo preexistente. Es darlo del todo, porque antes de ser
creada, la creatura «no es», a no ser de un
modo ideal en el pensamiento de Dios. Antes de ser
creada, la criatura no era la nada, ni una porción
de la nada. Creación es donación total del ser. Precisamente
porque la nada es nada, las cosas existentes -que no
pueden venir de la nada- postulan la existencia de Dios
(que es Él que es). La creación tampoco se ve
en sí misma, pero se ven sus resultados, las criaturas.
Esto tiene sentido y desvela el sentido de la existencia.
El cristiano cree, por ejemplo, en la resurrección de Jesucristo,
porque hay hombres y mujeres que, después de verlo morir
en una cruz, lo vieron y tocaron vivo. Esta fe
tiene sentido. Si se averigua que los testigos son fiables,
es de lo más razonable del mundo. Cabe decir que
es hasta científico: hay un cierto conocimiento experimental al comienzo
del discurso que culmina en la fe cristiana. Es una
fe con raíz histórica, empírica y racional.
En cambio, el
nihilismo es una fe sin fundamento. Sólo en cuentos como
La historia interminable, la nada se presenta en lucha con
la existencia, devorando, engullendo todo cuanto existe. Pero ¿qué puede
engullir o devorar la nada si nada es, si no
existe?
SEÑALES POR TODAS PARTES Lo que no era y
llega a ser, supone necesariamente un ser previo que explique
su existencia. Asimismo, un ser compuesto de elementos que no
existieron y ahora existen, necesariamente ha de estar precedido por
un ser previo. El universo tiene todas las trazas de
estar compuesto de elementos que no existieron. Así podríamos seguir
discurriendo y descubriendo por todas partes señales indicativas de que
además del ser de los entes del universo, existe el
Ser que eternamente es «todo», sin que haya nada que
no proceda de él. Tampoco, antes de la creación, hubo
además de Dios, «algo» que pudiéramos llamar «nada». Aunque no
se lograra mostrar con absoluta evidencia la existencia de ese
Ser al que todos llamamos Dios - a nuestro juicio,
sí se ha conseguido muchas veces -, la fe en
Dios, en la inmortalidad del alma, etcétera, tiene un fundamento
evidente: tiene sentido, es racional, se trata de una fe
razonable, que implica eso sí, un ejercicio de la razón,
una madurez intelectual, que viene a confirmar la tendencia espontánea
hacia los valores del espíritu, el anhelo de inmortalidad, la
intuición de la dignidad personal, la existencia de una verdad
primera y fontal, de una bondad suma, de una belleza
sublime... Es decir, Dios.
LA FE EN LA MATERIA Se
podrá replicar: bueno, yo no creo en la nada pero
sí en la materia, en el maravilloso poder de la
materia, como Carl Sagan. Venimos del polvo y nos convertimos
en polvo. Esto incluso suena a Biblia. No es fe
en la nada sino en la materia, que se ve
y se toca. Ciertamente se ve y se toca la
mesa, el papel, la casa, el árbol... Todo esto es
material. Pero, ¿lo que vemos es propiamente la materia? A
pesar de los formidables avances de las ciencias, los físicos
profesionales dicen que no se puede decir qué es la
materia o qué es la energía. La materia tampoco se
«ve» en los laboratorios. Las teorías sobre las partículas elementales
se suceden unas a otras y ninguna se considera definitiva.
La electricidad no se puede definir. ¿Cómo afirmar que todo
viene de la materia, cuando no se conocen su estructura
ni sus fronteras? En fin, creer en la materia es
eso: «creer», no «ver». No es carencia de fe, es
un acto de fe.
Ciertamente no «vemos» el alma inmortal.
Pero, indudablemente, conocemos sus manifestaciones sensibles (algo análogo al caso
de la electricidad). Tenemos experiencia íntima de nuestra libertad, a
pesar de todos los condicionamientos materiales. Conocemos que conocemos. El
ojo -órgano material- ve; pero no ve que ve. El
que ve que ve, soy yo, que no soy un
órgano material. Y si conozco que conozco y no sólo
quiero sino que quiero querer, es que en mi conciencia
realizo una reflexión, una vuelta sobre mí mismo que ninguna
cosa material puede realizar: ninguna mesa se puede poner encima
de sí misma, pero tampoco puede hacer algo semejante la
célula o el átomo.
El ser humano tiene cuerpo, pero
es más que materia. El ser humano es creativo; ningún
ser inferior lo es. El ser humano - y nadie
más de este mundo- introduce novedades en el universo. Las
abejas hacen unos hexágonos perfectos, pero nada más. No han
introducido novedad alguna desde el comienzo de su «historia». El
simio no puede engendrar al hombre. La evolución puede explicar
nuestras semejanzas con él, pero en modo alguno explica nuestras
enormes desemejanzas. Es necesario tener mucha «fe» en el simio
para creer que el hombre proviene enteramente del simio. Conviene
pues no hablar del materialismo, del nihilismo, del evolucionismo, etcétera,
como carencia o superación de la fe. Es más, constituyen
una fe desorbitada que a menudo incurre en superstición (John
Eccles, premio Nobel de Medicina). La fe cristiana es propiamente
«fe», porque cree en verdades que no vemos por nosotros
mismos, pero las han visto otros. En la primera Carta
de san Juan, se lee: «Lo que existía desde el
principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que hemos contemplado y tocaron nuestras manos
acerca de la Palabra de vida -pues la vida se
ha manifestado: nosotros la hemos visto y damos testimonio y
os anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre
y que se nos ha manifestado-, lo que hemos visto
y oído, os lo anunciamos para que también vosotros estéis
en comunión con nosotros» (1 Jn 1, 1-3).
Esto podrá
creerse o no, pero tiene sentido, es inteligible y tiene
fundamento: la autoridad de un testigo - al que se
suman los demás apóstoles y primeros discípulos - que no
da muestras de locura, fanatismo o superstición, sino todo lo
contrario. La fe cristiana versa sobre realidades sobrenaturales, que no
contradicen a la razón humana, sino que la superan; y
ofrece respuestas inteligibles, con sentido, a las preguntas que el
hombre se formula necesariamente sobre su origen y sobre su
destino. Ciertamente, creer en la vida eterna tal como se
entiende en la Sagrada Escritura, en la Tradición apostólica y
en el Magisterio de la Iglesia, es ir más allá
del alcance de la razón, pero es la misma razón
la que va más allá, potenciada y guiada por el
don divino de la fe.
«¿Por qué el ser más
bien que la nada?», se preguntaba Leibniz (antes que Heidegger).
En el fondo, la pregunta equivale a «¿por qué Dios
y no nada?». La respuesta podría ser ésta: porque Dios
es respuesta - la respuesta -; la nada es nada.
¿POR QUÉ DEBO CREER A OTROS? ¿Por qué tengo que
creer en lo que me dicen otros y no he
visto con mis ojos? Porque la persona humana no es
una ostra; es un «ser-con-otros». Por eso es natural que
baste que algunos sean testigos oculares, para que todos los
que de alguna manera les conocen, se den por enterados.
Es como si lo viéramos todos.
Cuando Cristo resucitado se
presenta ante el Colegio apostólico, incluido Tomás - que no
quiso creer sin ver-, le dijo: «"Trae aquí tu dedo
y mira mis manos, y trae tu mano y métela
en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente. Respondió
Tomás y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús
contestó: Porque me has visto has creído; bienaventurados los que
sin haber visto han creído» (Jn 20, 27-29). No dice
Jesús: tranquilo, Tomás; es natural que no creyeras sin haber
visto... Jesús elogia a los que creen sin ver, porque
les basta un testimonio fiable. Esto es lo razonable, lo
que tiene sentido y da sentido al humano vivir.
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La verdad en el relativismo |
El criterio que garantice la objetividad y universalidad de la verdad. |
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La verdad en el relativismo |
El hombre es la medida de todas las cosas....
Hace
unos días, estando en una reunión de amigos, salió a
la conversación el famoso y trillado tema del aborto. La
discusión nos involucró cada vez más a todos. Hubo todo
tipo de argumentos y posiciones encontradas: por un lado, el
que decía que el aborto es un derecho de la
mujer sobre su cuerpo; otros opinaron que la pobreza en
nuestro país es tan dramática, que había que practicar el
aborto en zonas marginadas (para que no vinieran más niños
al mundo a sufrir); unos más argumentaban que el feto
no es una persona, sino sólo un conjunto de células;
y no faltó el que alegó que desde el momento
de la concepción el feto posee toda la información genética
propia de un ser humano, y que por tanto tiene
derecho a vivir. Posiciones, me parece, con las que
nos hemos encontrado todos algún día.
Sin embargo, en un
momento de mayor acaloramiento, hubo uno que creyéndose un poco
más listo que los demás -y por supuesto más “moderno”-,
nos dijo a todos lo siguiente: Pero... ¿por qué discutir?,
Ximena tiene su propia verdad sobre el aborto y Pedro
la suya; lo más importante en esta vida es ser
“tolerante”, porque la verdad es “relativa”. Y con esto pretendió
dar fin a la conversación... Paradójicamente mi amigo tratando de
mostrar una actitud abierta, plural y moderna, no hizo sino
afirmar un criterio que planteaba como absoluto y no discutible.
Al decir que “la verdad es relativa”, nos ofrecía una
“verdad” que nadie podía relativizar ni refutar.
Por otro lado,
he de decirle a mi amigo que su actitud “moderna”
ante la verdad, no lo es tanto, pues no tiene
sus raíces en este siglo, sino en el muy lejano
siglo V A.C., cuando Protágoras postulaba la siguiente tesis: “El
hombre es la medida de todas las cosas...” , y
con ello dio inicio al relativismo intelectual en donde no
son las cosas -la realidad- la que posee su propia
“medida”, su propio ser; sino que es el hombre el
que determina dicha medida y verdad. Por tanto, para que
el conocimiento del hombre sea verdadero –según Protágoras-, éste no
debe someterse a la realidad, al ser y “medida” de
cada cosa, sino que es el intelecto del hombre el
que determinará la medida para cada ser.
Ante dicha tesis,
podemos preguntarnos: ¿Dónde queda para Protágoras -al igual que para
el hombre moderno-, el criterio que garantice la objetividad y
universalidad de la verdad? Ese criterio que nos lleva a
poder entendernos con el lenguaje, ya que somos capaces de
denominar con un mismo nombre al mismo ser, de determinar
sus características esenciales y de hacer un concepto universal del
mismo. Si cada cual tuviera una percepción diversa y determinara
arbitrariamente el ser y “medida” de la realidad, ¿acaso seríamos
capaces de comunicarnos los hombres?
A la tesis de Protágoras “el
hombre es la medida de todas las cosas...”, responde Platón
a manera de crítica: “si el hombre es la medida
de todas las cosas, en consecuencia, como a mí me
parezca que son las cosas, tales serán para mí, y
como a ti te parece que son las cosas, tales
son para ti”; de tal modo que, si a Juan
le parece que todos los hombres necesitan respirar para vivir,
y a Pedro le parece que no es necesario que
el hombre respire para que pueda vivir, en efecto, cada
uno tendrá una percepción y una “medida” diversa de la
realidad, pero también unas consecuencias diferentes.
La pregunta es si la
percepción de Pedro o de Juan ¿cambiarán en algo el
hecho real de que el ser humano, “todo ser humano”,
necesite de respirar para mantenerse vivo?, Y más aun, ¿qué
consecuencias concretas se sucederían si Pedro fuera coherente con su
percepción y “medida”?
Para Protágoras “el conocimiento es algo del sujeto,
algo que se da en su mente, por lo que
el hombre puede crearlo y presentarlo como mejor le acomode;
es cuestión de habilidad”. Pierde entonces la dimensión objetiva, trascendente
y universal de la verdad, al pretender que el hombre
sea medida de la misma. No hay entonces criterio alguno
de verdad, la medida será arbitraria y, al depender del
hombre, de cada sujeto, habrá una pluralidad de verdades tan
infinita como la pluralidad de hombres existentes (tal y como
pretendía mi amigo con su actitud “moderna”).
Según la filosofía realista,
la verdad es “la conformación entre el entendimiento y
la cosa (o realidad)”, de tal manera que la
verdad está en el intelecto, en el sujeto –y en
este sentido se dice que es subjetiva-; pero sólo una
idea o concepto tendrá la categoría de verdad, cuando ésta
se adecue a la realidad del objeto –y es en
este otro sentido que podemos afirmar que la verdad es
objetiva-. Es decir, la verdad efectivamente radica en la inteligencia
del hombre, pero sólo podemos decir que alguien posee un
conocimiento verdadero, por ejemplo sobre el agua, cuando el juicio
de la inteligencia acepta que el agua es un compuesto
de H2O. Si la inteligencia de Luis nos dice que
el agua es un compuesto de H3O, entonces decimos que
la proposición que Luis afirma es falsa y no verdadera,
porque no se adecua a la “realidad” del agua.
A
diferencia de Protágoras -y en general de los relativistas-, observamos
que Tomás de Aquino pone hincapié en que la objetividad
de la verdad sólo puede fundamentarse en la res o
cosa, en la realidad misma. De tal manera que afirma
que si la verdad es la adecuación de la inteligencia
con la realidad, “resulta entonces que la cosa misma es
la medida de nuestro entendimiento (res enim est mensura intellectus
nostri)”.
En conclusión decimos que, sí hay un parámetro o
criterio objetivo de verdad, y que éste hace referencia a
la naturaleza misma de las cosas, a lo que las
cosas son, y no a lo que arbitrariamente pretende el
hombre individual –cada hombre- que sean.
Protágoras, precursor como hemos
visto del relativismo, no hizo sino crear una falacia sobre
la cual se fundamenta uno de los tipos de relativismo:
el relativismo individualista. La tesis: “el hombre es la medida
de todas las cosas...”, no hace sino expresar “aquella forma
de relativismo para la cual el elemento condicionante de la
verdad del juicio será el sujeto cognoscente individual, es decir,
todos y cada uno de los hombres. La estructura de
cada sujeto humano determinará la verdad del juicio”.
Esta forma de relativismo llamada individualista, propicia una postura arbitraria
del hombre ante la verdad, ante el conocimiento de la
realidad que; llevada al extremo, va creando en el hombre
no sólo una actitud ante la verdad como algo abstracto,
sino ante la verdad concreta sobre el hombre y el
cosmos, lo cual puede tener serias implicaciones para la convivencia
entre los hombres y de los hombres con el cosmos.
Por ejemplo: si un individuo ha determinado en su juicio
“personal” (en su propia medida de la realidad) que el
incendio de bosques es una actividad divertida, y lo pone
en práctica, está destruyendo un bien objetivo que pertenece a
todos los hombres, y que no podemos permitirlo, aunque a
la persona en cuestión le parezca divertido y recreativo en
“su medida y en su personal juicio”.
De igual manera pasa
con los juicios de valor moral: si la moral es
la ciencia que estudia la bondad o maldad de los
actos humanos, decimos que debe existir una verdad sobre los
mismos, y que es el hombre el que debe adecuarse
a esa verdad y no pretender adecuar la verdad a
su “medida” o conveniencia.
Pero, ¿qué tipo de verdad podemos
conocer sobre la actuación libre del hombre, sobre la bondad
o maldad de sus actos? La verdad que nos aporta
el conocimiento de la naturaleza humana. Sabemos que la bondad
hace relación al bien del hombre, por lo que, para
determinar objetivamente que algo es bueno, tenemos que demostrar que
efectivamente es bueno para el hombre, esto quiere decir que
lo perfecciona, desarrolla, plenifica -como un ser inteligente, libre, capaz
de amar y trascender-, y que, por consecuencia, lo lleva
a la felicidad como a su fin propio. Por el
contrario, algo es malo cuando corrompe, destruye y/o limita al
hombre y por consecuencia lo hace infeliz. Este criterio nos
ayuda a determinar de manera objetiva la moralidad de la
acción humana, pues está basado en la naturaleza o ser
del hombre y no en una medida o criterio subjetivo.
Como podemos ver, es fundamental el concepto de hombre que
tengamos. Hay que aspirar a un conocimiento de la persona
humana que sea integral y veraz, ya que, si mi
concepto de hombre es falso, limitado o parcial, la moralidad
de las acciones será juzgada también con falsedad o parcialidad.
Concebir al hombre como pura materia y negar, “porque esa
ha sido mi medida sobre el hombre”, la dimensión espiritual,
libre y trascendente del hombre, me llevará a dar un
juicio de valor positivo sólo a aquellas acciones que desarrollen
al hombre materialmente (ya sea en su dimensión corporal, económica
o de capacidad de gozo y placer). Por el contrario,
si mi concepto de hombre es únicamente de un ser
espiritual, daré un juicio de valor positivo sólo a las
acciones que lo desarrollen espiritualmente (en su dimensión religiosa, trascendente,
intelectual, volitiva...), tratándolo tal vez como un ángel y no
como quien es.
Ninguna de estas visiones sobre el hombre se
adecua a la realidad del mismo, ya que analizando el
ser y el actuar del hombre, observamos que éste realiza
actos sensitivos (materiales) como el moverse, comer, respirar..., pero también
realiza actos de tipo intelectual (espirituales o inmateriales) como pensar,
amar, elegir... Por tanto, el hombre es un ser tanto
material como espiritual, es corporal, pero tiene inteligencia y libertad,
por lo que necesita, para su pleno desarrollo, de la
adquisición de bienes de índole material, pero también de índole
espiritual. Y como lo que regula la conducta del hombre
es su inteligencia y voluntad (capacidades superiores en el hombre),
todos los bienes que el hombre adquiere deben ser ordenados
por su inteligencia. Cuando el hombre adquiere un bien de
manera desordenada, ese bien se convierte en un mal para
él, porque no lo perfecciona sino que, por el contrario,
lo corrompe o aniquila. Por ejemplo, si Lucía utiliza una
droga como medicamento, esa droga es un bien, porque está
ordenada a la mejora y salud de Lucía, pero si
Lucía utiliza una droga para experimentar los efectos de placer
que trae consigo, esa droga no sólo no le ayuda
en su mejora personal, sino que le es dañina y
destructiva.
Podemos concluir que: si un hombre decide inventar criterios de
moralidad alejados de la naturaleza humana, de su perfeccionamiento, finalidad,
y del bien que le corresponde de suyo, esos criterios
-aunque “medidos y determinados” por un hombre concreto-, no dejarán
de ser erróneos y de lastimar y dañar su naturaleza.
Por otro lado, si rechazamos como fundamento de la moralidad
a la naturaleza humana, sucede que la moralidad entera se
nos desmorona, ya que la moralidad quedará al acecho de
una voluntad egocéntrica que busca fijar sus propios principios de
actuación aunque se dañe a sí misma, a sus semejantes
o a otros seres de la naturaleza. Lo importante para
esa voluntad será únicamente “ser la medida” y no someterse
a una medida ya dada.
Pensemos y reflexionemos por unos
minutos sobre nuestra realidad más cotidiana... ¿No es verdad que
la mayoría de las veces en que negamos la verdad
de un criterio moral, es en el fondo porque buscamos
justificar una conducta inmoral? No es extraño ver que quien
ha mantenido relaciones sexuales con una persona que no es
su cónyuge, y no “quiera” dejar o romper con dicha
relación por el placer o adicción que le provoca, acabe
por buscar argumentos que justifiquen su actuación, al punto muchas
veces de llegar a negar que la fidelidad sea un
criterio verdadero y bueno para el matrimonio.
Si negamos que
la verdad es universal y tiene como fundamento la naturaleza
de cada ser, nos podemos preguntar: ¿dónde se fundamentan y
encuentran su cimiento los derechos humanos, esos derechos universales y
válidos para todos los hombres...?
Vivimos en una época en
donde el hombre, buscando ser “la medida de todas las
cosas”, pretende ser el árbitro y medida incluso de los
derechos humanos, esos derechos inalienables que nos corresponden a todos
los hombres por el hecho de serlo (es decir, por
naturaleza). Tal es el caso de la negación del primer
y fundamental derecho: el derecho a la vida. ¿Por qué
hemos cuestionado este derecho? ¿Por qué en tantas legislaciones
observamos que el derecho a la vida ha quedado desprotegido,
despenalizando el aborto o la eutanasia? ¿Por qué buscamos tantos
argumentos falsos que justifiquen quitarle la vida a otro?
Hemos
permitido que “el hombre sea la medida de todas las
cosas...”, incluso de los demás hombres. Un grupo de personas
deciden y pactan en una legislación que los niños que
tienen alguna malformación genética “No tienen derecho a vivir”, ¿acaso
no es éste el mismo crimen que cometió Hitler al
determinar y decidir que los judíos no tenían derecho a
vivir? En ambos casos, el (o los) hombres han pretendido
ser “LA MEDIDA”, la medida que determine quién tiene derecho
y dignidad de persona y quién no.
Las normas éticas
no son producto de condicionamientos sociales o culturales, tampoco son
el resultado de la llamada “evolución histórica”, y mucho menos
de una suma de voluntades o de una única voluntad
caprichosa. O las normas éticas se fundamentan en la naturaleza
humana, en lo que es el hombre, en la dignidad
que tiene por sí mismo, en su finalidad intrínseca –ser
feliz y trascender-, o no tienen fundamento alguno. Y
si acabamos con las normas éticas y con los derechos
humanos, seamos honestos, vamos en camino de acabarnos los unos
a los otros.
Ahora bien, las leyes morales, objetivas y universales,
sólo pueden ser descubiertas por el hombre analizando con profundidad
al hombre mismo. Este es el reto, descubrir la verdad
sobre el hombre y adecuarse a esa realidad y medida.
Si el hombre busca a toda costa imponer su propia
medida, va en camino de destruir lo que le rodea
y de destruirse a sí mismo; ésta es la triste
consecuencia que nos espera.
Como vemos, el relativismo no es sólo
una actitud teórica y abstracta, es una realidad que permea
nuestra vida cotidiana. Por eso me pregunto ¿no será acaso
esa actitud de vida que hemos asumido, esa falta de
compromiso leal con la verdad, lo que ha llevado al
hombre al vacío existencial en el que vive, a no
encontrar su plenitud y verdadera felicidad?
El hombre no es
feliz siguiendo caprichosamente su propio placer e imponiendo su propia
y egoísta medida a las cosas; no es feliz con
una actitud relativa ante el mundo, los demás y él
mismo. La experiencia y la vida diaria nos indican que
el hombre sólo es feliz cuando conoce la verdad y
actúa en consecuencia, cuando busca y se compromete con el
auténtico bien, en definitiva, cuando se dirige al fin al
que por naturaleza tiende.
No nos engañemos: el hombre sí
es capaz de conocer la verdad y de seguir el
bien. La postura relativista no es sino una antigua postura
que busca hacer del hombre el centro del universo y
pretende adaptar la verdad a la conveniencia del momento. Sin
embargo -como hemos visto-, esta postura no tiene fundamento alguno
y es en sí misma contradictoria. La propuesta es tener
una actitud sencilla y leal para con la verdad, y
ser valiente en la elección del bien. Este es el
camino que lleva al hombre a encontrarse consigo mismo, a
relacionarse con los demás y a respetar la naturaleza, en
definitiva sólo esta actitud de lealtad y compromiso con la
verdad lleva a la auténtica felicidad, a la felicidad profunda
y duradera.
BIBLIOGRAFÍA:
1. Oliveros F. Otero, Educación y Manipulación, Editorial
Minos, 1987. 2. Gevaert Joseph, El Problema del Hombre, Ediciones Sígueme,
Salamanca 1993. 3. Damm Arnal Arturo, Falacias Filosóficas, Editorial Minos, México
DF, 1991. 4. Yepes Stork Ricardo, Fundamentos de Antropología, EUNSA, 1996. 5.
ATT, Gran Enciclopedia Rialp, Tomo XIX, Editorial Rialp, Madrid España,
1973. 6. Gambra Rafael, Historia Sencilla de la Filosofía, Editorial Minos,
México DF, 1986. 7. Gómez Pérez Rafael, Problemas Morales de la
Existencia Humana, Editorial Magisterio Español, España 1980. 8. Llano Alejandro, Gnoseología,
EUNSA, Pamplona España, 1984.
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¿Quién se encuentra más próximo al ideal democrático, el relativista o el cristiano? |
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Se cuenta que, en cierta ocasión, descendía Einstein de
un avión y al pie de la escalerilla una de
las personas que le recibían le preguntó: —Por favor, Mr. Einstein,
explíquenos en pocas palabras su teoría de la relatividad. —Señora,
replicó el genial científico, para explicarle a usted mi teoría
de la relatividad necesitaría disponer de lo que usted entiende
por eternidad. El mismo grado de ignorancia manifiestan quienes creen que
Einstein estableció definitivamente el relativismo, como si hubiese demostrado que
toda verdad fuese relativa, que no hubiera ninguna verdad absoluta,
es decir con vigor y vigencia universal. En otros términos,
que no habría verdad que fuera tal (verdad) en todos
los lados y todos los tiempos. Por lo que toca
al conocimiento la pretensión relativista es que nada puede afirmarse
sino es en el contexto de una cultura o de
otras circunstancias específicas o individuales del interesado. La versión popular
del «todo es relativo» se expresa con la bien conocida
copla: En este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es
del mismo color del cristal con que se mira. Seguramente
un buen relativista borraría lo de «traidor». Nos quedaríamos sin
rima, pero permanecería el criterio esencial: todo es del color
del cristal... De entrada, cabría objetar que no todo lo que
conozco es el color del cristal, porque siguiendo con la
metáfora, hay algo que obviamente conozco independientemente del color; por
ejemplo, el cristal. El cristal no es un color ni
su naturaleza depende de color alguno. Y ciertamente conozco bastante
bien el cristal (aunque no de modo exhaustivo), y lo
conocería en sus propiedades esenciales aunque padeciera de daltonismo. Lo que
pretende el relativismo no es que un objeto que por
un lado se ve cóncavo, pueda verse por el otro
lado convexo. Esto no es relativismo, es realismo. Lo que
quiere decir el relativista, si tiene algún sentido, sin salirnos
del mismo ejemplo, es que una cosa puede ser cóncava
y también convexa ¡por el mismo lado! en función de
los condicionamientos que sufran los observadores. Seguramente pocos relativistas considerarían oportuno
este ejemplo y quizá lo tomarían como un golpe bajo.
Ahora bien, si no lo admiten, ya no son estrictos
relativistas, porque están reconociendo, aunque sea con la boca pequeña,
que hay verdades objetivas y que como tales las podemos
conocer. En todo caso, el relativismo de que hablamos existe
en abundancia. Una consecuencia de su tesis es que 2
+ 2 son 4 para una cultura, época o civilización,
pero podrían no serlo en otra época, civilización o cultura
(no se sabe). EL CASO DEL ABORTOPor poner
un ejemplo cercano y que mantiene en casi todo el
mundo las espadas en alto, tomemos la polémica sobre el
aborto. La biología enseña que el embrión humano es humano.
La consecuencia que saca inmediatamente una persona realista es la
siguiente: luego el aborto es un crimen injustificable. El relativista
replicará: ¡Ah, no! A usted puede parecerle un crimen el
aborto, pero esto se debe a sus condicionamientos individuales o
culturales; pero para otros el aborto es cosa perfectamente justificable
y hay que respetarles. O sea, que una misma acción
y bajo el mismo ángulo (acabar con la vida de
un ser humano) para unos es un crimen y para
otros una bendición. ¿Ambos tienen razón? El relativista tiene complicada
la respuesta. Si dice que sí, incurre en una contradicción
demasiado evidente. Si dice que no, tendrá que reconocer el
derecho a defender la vida contra el aborto. Pero al
relativista le parece que el asunto del aborto es relativo
y, paradójicamente, por ello mismo no está dispuesto a conceder
que sea malo. Lo que suele hacer en semejante tesitura
es tachar de fanáticos a quienes defienden el valor sagrado
de la vida humana. Me exige que yo respete su
postura, se niega a aceptar la posibilidad de que yo
tenga razón y en modo alguno detendrá su propósito de
aborto. Uno se acuerda de la ley del embudo, para
mí lo ancho, para ti lo agudo. El relativista implícitamente
niega lo mismo que explícitamente afirma. Además, para él, todo
lo que no es relativista es fanatismo y antidemocracia. Conviene
pues profundizar en cada una de las posturas, la del
fanático y la del relativista. Son muy de agradecer, por
cierto, análisis como los que nos ofrece el profesor Antonio
Millán Puelles, en un reciente libro titulado El interés por
la verdad (verdaderamente interesante). Nos inspiramos ahora en algunos aspectos
de su análisis del relativismo (Cfr. Millán Puelles, El interés
por la verdad, Rialp, Madrid 1998, pp 143 y ss.)
EL FANÁTICOComencemos, pues, por definir al fanático, tanto para cuando
nos llamen así como cuando estemos a punto de llamarlo
a otros. Como es sabido, «fanático» viene de «fan», de
donde proviene también «fanal». Fanático es quien se siente «iluminado»
por la verdad y a la vez «profeta» con derecho
a imponer la verdad a todo el mundo y a
cualquier precio, por cualquier medio. Es claro que la característica
del fanático no es precisamente el amor a la verdad
(para lo cual se necesita no ser fanático) sino la
carencia de la virtud moral de la tolerancia. En consecuencia
no se arredra ante el uso de la violencia física
o moral. Para el fanático —explica Millán—, ser tolerante es hacer
traición a la verdad. Pensando de esta manera, el fanático
ignora que la tolerancia no supone aceptar por verdadero lo
falso. El fanático, con razón, considera que la falsedad es
un mal, pero de esta verdad saca una falsa consecuencia:
que tolerar equivale a aprobar o aplaudir. El fanático acierta
al mantener incólume la distinción entre la verdad y la
falsedad. Acierta también en reconocer que la verdad tiene un
valor absoluto (no es preciso ser fanático para reconocerlo) y
que lo falso en tanto que falso es objetiva y
absolutamente inválido. Se equivoca al menos en la pretensión de
comunicar la verdad —o lo que él tiene por tal—
mediante la violencia física o moral. EL RELATIVISTAPor su parte, el
relativista, de entrada, tiene la apariencia de la mayor humildad:
yo no soy capaz de conocer verdades absolutas. Sostiene (frente
al escepticismo radical) que el hombre puede conocer la verdad,
pero a la vez afirma que ninguna verdad posee valor
absoluto. Una verdad sólo podrá serlo dentro de un espacio
o lugar y tiempo o época, o cultura, determinados. En
otras palabras, ninguna verdad es válida universalmente, sino en función
de la peculiar constitución (bien específica, bien individual) del sujeto
que se las representa. Parece que no cabe mayor humildad
en el aprecio de la propia capacidad de conocer, por
lo que, el relativista, parece hallarse en óptimas condiciones para
vivir la virtud moral de la tolerancia. De hecho —dice
Millán—, la apología que actualmente se hace de la tolerancia
es, en numerosas ocasiones, una profesión de fe relativista. Hay
renombrados políticos, juristas, y hasta algún que otro moralista adepto
del progresismo, que se empeñan en repetir que si no
se es relativista no cabe ser tolerante. Ahora bien, quienes
piensan de esta manera no resultan en el fondo tan
humildes como en la superficie lo parecen. Se atribuyen el
monopolio de la virtud moral de la tolerancia, negándola en
absoluto —no de una manera relativa— a quienes discrepan de
ellos. No tienen la humildad de tolerar que puedan considerarse
tolerantes quienes no aprueban el relativismo. Y en realidad tampoco
son relativistas. No pueden serlo porque su afirmación de la
tesis relativista es absoluta, no relativa a su vez. Con otras
términos, el relativista implícitamente afirma lo que explícitamente niega: la
existencia de verdades universalmente válidas. Millán Puelles concluye que el
único relativismo humanamente posible es el relativismo inconsecuente, es decir,
el que se expresa de una manera absoluta, o el
que relativismo irreflexivo (que advierte que se contradice al expresarse
pero no le importa). El relativista ha de reconocer que, desde
su punto de vista, no existe fundamento objetivo para entender
y sostener la virtud de la tolerancia como preferible al
fanatismo. ¿Por qué hemos de preferir la tolerancia al fanatismo?
El relativista carece de respuesta satisfactoria, porque la respuesta habría
de ser: «depende...». La tolerancia, ¿cuenta o no cuenta con un
fundamento razonable, o sea, con una razón objetiva? Si la
respuesta es rotundamente sí, se ha descalificado el relativismo; si
la respuesta es no, entonces el relativismo carece de fundamento
racional para afirmar el valor de la tolerancia. Sólo le
queda el recurso de decir algo así: «es que obviamente
es preferible». Pero teniendo en cuenta que el fanático no
lo ve nada claro, la postura relativista se muestra arbitraria,
voluntarista y dogmática. En resumidas cuentas, es en sí mismo
contradictorio. Lo cual explica que haya tan pocos relativistas consecuentes.
En rigor, es que es imposible ser consecuente con el
relativismo, como no se puede ser consecuente sobre la base
de que dos más dos sean a la vez tres
y medio, cuatro y cinco. EL CRISTIANOPor el contrario, la doctrina
cristiana enseña, por una parte, que lo falso no tiene
nunca derecho a presentarse como verdadero; y por otra, que
«la verdad debe presentarse amable, no agria, ni molesta, ni
impuesta a la fuerza o con violencia, pues de otro
modo se haría imposible la paz entre los individuos y
los pueblos, cuando el Hijo mismo encarnado, Príncipe de la
paz, por su cruz reconcilió a todos los hombres en
Dios...» (Concilio Ecuménico Vaticano II, Gaudium et spes, n. 78). Para
el relativista la tolerancia es una actitud carente de fundamento
racional. En cambio, para el cristiano como tal, la tolerancia
es una virtud moral necesaria y opuesta al vicio de
la intolerancia. Si un cristiano es intolerante —lo que ha
sucedido más de una vez—, siempre se le podrá argumentar:
usted actúa contrariamente a su fe; ahonde un poco más
en los contenidos de su credo, sobre todo en lo
afirmado por su Maestro: es preciso amar no sólo a
los amigos, sino también a los enemigos. Es posible que
se convierta a la tolerancia. Razones hay para ello. En cambio,
el relativista carece de fundamento para convencer a nadie de
la necesidad de la tolerancia. No podrá invocar con éxito
el credo relativista, precisamente porque éste consiste en la negación
de todo fundamento absoluto respecto a la verdad y al
bien. Él mismo se encontrará en momentos de crisis difíciles
de superar, porque ser tolerante siempre, en una larga vida,
es sin duda bastante arduo. ¿Quién está, pues, más inclinado al
respeto al discrepante y a las minorías? ¿quién se encuentra
más próximo al ideal democrático, el relativista o el cristiano? Cabe
añadir que «el verdadero y buen cristiano ha de entender
que dondequiera que se encuentre la verdad, es cosa propia
de su Señor» (San Agustín, De Doctrina christiana, cap. XVIII,
núm. 28). En consecuencia, si el discrepante manifiesta estar en
posesión de una verdad hasta entonces desconocida por el cristiano,
éste debe entender que se encuentra con algo así como
un mensajero divino —aun pudiendo ser éste un relativista en
desliz—, portador de algo cuyo copy right eterno resulta ser...
del Espíritu Santo.
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Pensamiento, imaginación y lenguaje |
Para entender las cosas espirituales o sobrenaturales, es necesario comprender las relaciones entre estos tres puntos. |
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Pensamiento, imaginación y lenguaje |
Es de suma importancia, para entender en lo
posible las cosas espirituales o sobrenaturales, comprender las relaciones entre
pensamiento, imaginación y lenguaje.
Pensar es una cosa, imaginar es otra.
Lo que pensamos y decimos puede ser, y a menudo
es, totalmente distinto de lo que imaginamos o de la
representación mental que lo acompaña.
Lo que indicamos puede ser verdadero
mientras que la pintura imaginativa es completamente falsa, y lo
sabemos. La imagen mental no sólo es diferente a la
realidad, sino que es reconocida como inadecuada, al menos después
de alguna reflexión.
Cuando digo "se me parte el corazón cuando
te veo llorar", ni yo ni nadie piensa que se
me está partiendo físicamente esa víscera que tenemos entre pecho
y espalda.
Si me nombran Madrid, sin más, automáticamente me represento
sencillamente el Museo del Prado, la Puerta de Alcalá o
el paseo de Castellana invadida por innumerables coches dispuestos a
atropellarme. Pero yo sé que Madrid no es eso. Pero
es la imagen que acompaña y facilita mi pensamiento. Y
sé que Madrid es mucho más que lo representado.
Cuenta C.S.
Lewis (en Los milagros) que en cierta ocasión una madre
dijo a su hija pequeña que si tomaba unas tabletas
de aspirina se moriría. -¿Por qué? No es veneno. -¿Cómo sabes
que no es veneno? -Porque cuando partes las aspirinas no salen
aquellas horribles cosas rojas
La niña, cuando pensaba en veneno, pensaba
en una terribles cosas rojas, porque seguramente la primera vez
que su madre le habló del veneno que mata se
refirió a alguna cosa de color rojo. La niña asociaba veneno
a cierta cosa roja y no distinguía lo pensado de
la imagen. La diferencia con mi caso (la imagen del
madrileño paseo de la Castellana como amenaza de mis seguridad
vital), está en que mi imagen no es adecuada y
lo sé; en cambio, la niña no sabía que el
veneno y la imagen de "cosa roja" no se corresponden
necesariamente. Pero no es que fuera falso o sin sentido
todo lo que pensaba o dijera la niña sobre el
veneno. Conocía muy bien que todo lo que era veneno
podía matar o causar una grave enfermedad.
Si la niña advirtiera
a una visita: no beba esto, porque mamá dice que
es veneno, y la visita se riera porque "esa niña
tiene una idea primitiva del veneno, que mi conocimiento científico
ha superado (¡el veneno no es una cosa roja!)", el
que cometería un grave error no sería la niña sino
el visitante.
Por
tanto: 1. Nuestro pensamiento puede ser correcto aunque la imagen que
la acompaña sea inconscientemente falsa. 2. El pensamiento puede ser correcto
en ciertos aspectos, a la vez que la imagen que
lo acompaña no sólo sea falsa, sino tenida erróneamente como
verdadera.
PENSAMIENTO Y LENGUAJE: LAS METÁFORAS
Siempre que pensamos en cosas
que no se pueden ver, oír, tocar, en una palabra,
percibir (sensorialmente), no podemos evitar hablar de ellas como si
pudieran verse, oírse o percibirse de algún modo. Lo cual
nos sucede muy a menudo. Por ejemplo, cuando hablamos del
"corazón" como sede de nuestros afectos. Todos hemos visto unas
pegatinas que ponen "Yo (el dibujo esquemático de un corazón)
Valladolid".
La Sagrada Escritura utiliza la palabra corazón para
expresar la sede de los de los afectos, decisiones, buenos
y malos pensamientos, etc. El corazón suele indicar la persona.
Todos sabemos que el corazón es una víscera musculosa, que
no puede hacer nada de eso. Sin embargo lo utilizamos
como imagen que nos facilita expresar lo más profundo de
nuestra personalidad. Se trata de una metáfora.
Otro ejemplo, para referirnos
a nuestra actividad mental: -"Ya he cogido la fuerza de
tu razonamiento". El verbo coger aquí es metafórico. Los razonamientos
no se "cogen" como las cerezas o una pistola. Se
coge lo que sea con las manos. Sin embargo en
ningún momento hemos pensado que el razonamiento pueda empuñarse como
una pistola ni que nuestra inteligencia tenga manos .
Para evitar
el verbo coger, podemos utilizar en verbo "ver", o "seguir
el razonamiento". Pero no nos imaginamos que vamos andamos detrás
del interlocutor a lo largo de un camino. A estos
procedimientos lingüísticos tan familiares, los gramáticos los llaman metáforas. Lo
utilizan con profusión los poetas y oradores. Pero sería un
grave error pensar que son un mero elemento decorativo del
que se pueda prescindir fuera de la poesía y de
la retórica. Si hablamos de cosas no perceptibles por los
sentidos, forzosamente debemos emplear metáforas. Los libros sobre psicología, economía
o política están llenos de metáforas. Cualquier filólogo está convencido
de que no hay otra manera de expresarse.
C. S. Lewis deduce unos
principios orientadores:
1. El pensamiento siempre va acompañado de imágenes.
2. No
es lo mismo el pensamiento que la imagen que lo
acompaña
3. El pensamiento puede ser correcto en lo fundamental, aún
cuando las imágenes que lo acompañan sean tomadas como verdaderas
por el sujeto pensante (lo sean o no).
4. Todo aquel
que quiera hablar de cosas que no pueden ser percibidas
por los sentidos (vistas, oídas, tocadas), inevitablemente tiene que hablar
como si de hecho pudieran ser vistas, oídas o tocadas.
5.
La mera presencia de imágenes mentales, por sí misma, no
dice nada sobre lo razonable o absurdo de los pensamientos
que los acompañan. (Si las imágenes absurdas supusieran pensamientos absurdos,
todos estaríamos pensando insensateces de continuo)
6. Las imágenes no deben
ser identificadas con aquello que se piensa.
7. Por tanto tampoco
deben ser identificadas sin más, con aquello que se cree.
Todo esto es preciso tenerlo en cuenta cuando se habla
de las cosas de Dios, que nos enseña la Sagrada
Escritura, la Tradición, el Magisterio de la Iglesia.
Se puede representar
a Dios Padre como un anciano con largas barbas blancas,
para significar la eternidad. Pero es una imagen absolutamente falsa.
Sin embargo, el pensamiento de que Dios es anterior al
universo es verdadera. San Agustín dice que Dios es el
más joven de todos.
Que Jesucristo está sentado a la derecha
del Padre es una imagen que acompaña nuestra idea del
poder que comparte el Hijo con el Padre. Es una
imagen falsa, porque el Padre es puro espíritu, no tiene
brazos ni manos, ni derecha ni izquierda.
No se puede identificar
la fe, ni juzgarla sobre la base de las imágenes
que utilizamos para utilizar lo que no se ve ni
se percibe. C.S. Lewis se pregunta: ¿No sería mejor cortar
por lo sano de una vez todas esas imágenes mentales
y el lenguaje que las fomenta? Y responde que esto
no es posible. Quienes lo pretenden no advierten que cuanto
intentan evitar esas imágenes humanizadas de Dios (antropomórficas), lo único
que logran es sustituirlas por imágenes de otro género.
"Bajar a
la tierra", "subir al cielo", son imágenes de movimiento vertical,
pueden tener un sentido metafórico. Pero sería ridículo sustituirlas con
imágenes de movimiento horizontal. «Podríamos hacer nuestro lenguaje más aburrido,
pero no más literal» (Lewis).
En la Sagrada Escritura encontramos a
Dios como viviendo en las alturas «en el excelso y
santo lugar»; aparece como habitando localmente en el cielo, pero
a la vez nos dice que Él «lo hizo» (Gen
1,1).
Dios aparece «en la semejanza y como la apariencia de
un hombre» (Ez 1, 26). Y también nos encontramos la
advertencia: «tened mucho cuidado de vosotros mismos; puesto que no
visteis figura alguna el día que Yahawé os habló en
el Horeb de en medio del fuego, no vayáis a
prevaricar y os hagáis alguna escultura de cualquier representación que
sea» (Deut 4, 15-16).
"Yo no creo en un Dios personal",
dicen algunos. Esto es un antropomorfismo, una proyección en Dios
de lo que yo soy; pero Dios es totalmente distinto
de mí. Yo creo en una gran fuerza espiritual. Ya
han introducido una imagen de vientos, oleajes, electricidad, gravitación, etc.
"Yo creo que todos somos partes de un gran Ser
que actúa y trabaja a través de todos nosotros". Éste
se ha limitado a cambiar al imagen de un hombre
paternal y majestuoso por la imagen de un gas o
fluido que se extiende indefinidamente. "Yo creo que Dios es
la sustancia perfecta". Pero alguno se imaginaba la sustancia perfecta
como un inmenso pastel de tapioca. Y para mayor inri,
aborrecía la tapioca.
Las imágenes que utilizadas por la
Sagrada Escritura a más de uno pueden parecer absurdas, pero
más absurdas son las que utiliza el panteísmo, o el
materialismo cuando imagina la materia como un gran animal viviente
en evolución. Las imágenes de nieblas informes y fuerzas irracionales
que cautivan la mente cuando se piensa que nos estamos
elevando a la concepción de un Ser absoluto e impersonal
son mucho más falsas.
El antropomorfismo es mucho más acertado
que el impersonalismo. Al fin y al cabo el hombre
ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Y
aunque sabemos que Dios es más desemejante a nosotros que
semejante, alguna semejanza existe entre Dios y el hombre. Y
por eso el Verbo pudo hacerse hombre y no cualquier
otra criatura de este mundo.
Lewis considera demostrado que las palabras
no comenzaron por referencia a objetos físicos y después se
extendieron metafóricamente a emociones, estados de la mente y cosas
semejantes. Por el contrario, los que llamamos ahora significados «literal
y metafórico», se han desgajado ambos de una antigua unidad
de significado que no correspondía a ninguno de los dos.
Por eso es un error pensar que el hombre comenzó
pensando en un Dios o un cielo material y gradualmente
los espiritualizó. No pudo haber comenzado por algo "material", porque
esto "material", tal como nosotros lo entendemos, llega a concebirse
sólo por contraste con lo "inmaterial", y ambos lados del
contraste avanzaron a la misma velocidad. Se comenzó por algo
que no era ninguno de los dos, y que era
los dos al mismo tiempo. EL SENTIDO METAFÓRICO
Muchos, cuando se
dice que una cosa tiene sentido metafórico», concluyen que en
realidad no tiene en absoluto el sentido expresado.
"El que quiera
venir en pos de mí, cargue con su cruz y
sígame". La "cruz" aquí tiene sentido metafórico, lo cual no
quiere decir que signifique simplemente llevar una vida honrada y
suscribirse con aportación moderada a alguna obra de caridad.
El "fuego
del infierno" es metafórico. Cierto. Pero sería un error pensar
que el infierno se reduce a "remordimiento", a la nada,
o cualquier cosa menos horrible que el fuego.
Lo que decimos
del Ser de Dios es siempre metafórico. En cambio, cuando
hablamos de acontecimientos históricos, que se vieron o tocaron, estamos
hablado en sentido literal: Jesús convirtió el agua en vino;
Cristo, el Hijo de Dios, murió en la cruz. Resucitó.
Todo esto tiene sentido literal, se vio y se tocó,
como dice San Juan. Son afirmaciones de algo que ocurrió
a la vista de muchos.
"Decimos que Dios es «infinito», en
el sentido de que su conocimiento y su poder se
extiende no a algunas cosas sino a todo; más aún,
que no hay perfección que no se encuentre en Dios,
en grado sumo, de tal modo que hay y siempre
habrá una diferencia "infinita" entre las perfecciones (o, mejor dicho
aún, «la» perfección de Dios) y las perfecciones de las
criaturas. «Pero si por usar la palabra infinito nos lanzáramos
a pensar en Él como un conjunto informe de todas
las cosas, sobre el que nada en particular y todo
en general es verdad, entonces sería mejor abandonar esta palabra
por completo" (Lewis, Los Mil. 143)
Dios es «el» Ser absoluto,
en el sentido de que sólo Él existe por sí
mismo y no depende en su ser y en su
obrar de nada que no sea Él mismo. Pero esto
no quiere decir que sólo Dios sea. Ciertamente todo lo
que es, es creado por Dios, y Dios no se
identifica con la criatura. Por tanto, Dios no es ninguna
de las criaturas ni parte alguna de ellas. «Yo soy
el que soy» = «Yo soy el Yo soy». Porque
sólo Él es por sí mismo. Todo lo demás -
desde las partículas más pequeñas de materia hasta los arcángeles,
son gracias a Él. Las criaturas no tienen el ser
por sí mismas; por eso, cabe decir que comparadas con
Dios a duras penas se puede decir que «son» porque
no tienen en sí mismas el principio de su existencia.
Pero
esto no quiere decir que sea un ser indefinido, el
"ser en general". Un ser indefinido es una abstracción. Lo
que existe es concreto y singular, con una precisa "definición",
aunque en muchas casos nosotros no sepamos formularla. No es
un ente abstracto ni una generalización sin rasgos característicos que
no se puedan nombrar. Es lo más concreto e individual
que existe.
Si no podemos dar una definición de Dios no
es porque no sea definible, sino porque lo es demasiado
para nosotros; por ser demasiado definido para la inevitable vaguedad
de nuestro lenguaje.
Las palabras "incorporal" e "inconmensurable" son equívocas, porque
sugieren que Dios carece de algo que nosotros poseemos. Sería
más seguro llamarle "transcorporal" o "transmensurable". "Inmaterial" nos suele sugerir
una imagen vaga, etérea, de cosa inconsistente. Sin embargo el
ser espiritual es mucho más consiste que el material. Las
representaciones materiales de Dios son falsas no por ser demasiado
consistentes, sino por serlo demasiado poco.
Las cosas que decimos de
Dios son gramaticalmente metafóricas, pero en un sentido más profundo
dice Lewis, lo que son pobres metáforas de la Vida
divina son nuestras energías físicas y psíquicas.
Los truenos
y relámpagos con que Dios se manifiesta en el Sinaí
--que nos transmiten la idea de vida poderosísima- no deberíamos
abandonarlas por ser demasiado fuertes, sino, acaso, por ser demasiado
débiles.
Si rechazamos la viejas imágenes para hacer más justicia
a los atributos morales de Dios, hemos de andar con
sumo cuidado, para no interpretar los atributos morales de Dios
en términos abstractos.
Si predicamos de Dios, las perfecciones puras que
vemos en las criaturas, siempre hemos de entenderlas en concreto.
Sabiendo que son más concretas en Él que en nosotros.
Incluso, dice Lewis, nuestra sexualidad debería considerarse como una transposición
en clave menor del gozo creativo que en Dios es
incesante.
Dios es, por ejemplo, "el Señor", es Creador, es omnipotente,
etc. Y por tanto, "no es" lo contrario. En este
sentido podríamos decir que Dios tiene "límites", que son la
"frontera" (metáfora)" de todo lo que no es ni podrá
ser nunca Él. Por eso cabe afirmar y negar cosas
de Dios. Y se nos exhorta a que conozcamos al
Señor, a que crezcamos en el conocimiento de Dios. Dios es
infinito = no finito, en el sentido de que es
plenitud de perfección, de ser, de vida; no en el
sentido de que no tenga límites. Dios no tiene límites
ni deja de tenerlos, porque no tiene nada que ver
con el espacio o el tiempo. Dios no tiene cantidad
dimensiva.
¿Cómo precisar entonces "lo que" es Dios? ¿Cómo hablar de
Él?
En primer lugar diciendo que ES, en un sentido sumamente
concreto, singular, existente. Que su Esencia es lo mismo que
su Ser. Esto equivale a decir que es el Ser
en plenitud. Nada le sobra, nada le falta.
Enseguida hemos de
negar que «sea» en el mismo sentido en que «es»
la criatura. Porque Dios es el «Ser por sí mismo»
y la criatura «es» porque ha recibido el ser, de
otro. Ya tenemos una primera pista: la diferencia inconmensurable (infinita)
entre el Ser de Dios y el ser de la
criatura.
En Dios hemos de negar toda imperfección, todo lo que
no esté per-fecto, plenamente "hecho" acabado; como si algo le
faltase.
Como el movimiento y el cambio, de cualquier signo, que
vemos en las criaturas, siempre supone imperfección, no podemos predicarlos
de Dios. Por eso decimos que Dios es inmutable (no
mudable). Pero si imaginamos la inmutabilidad de Dios como el
reposo o quietud de lo inerte, entonces incurrimos en grave
error. Porque Dios es Vida en plenitud. No hay movimiento
en Dios porque su Ser y su obrar carecen de
tiempo.
Dios no se mueve, está exento de movimiento porque, en
cierto sentido, "es" movimiento. O si se prefiere, Acción; o
si se prefiere, Acto puro de Ser, de Vida: Él
"es" la Vida: la Vida en plenitud eterna. Imaginarse a
Dios como una inmensidad en reposo total es utilizar una
imagen equívoca. La quietud y el silencio que encuentran los
santos en la unión con Dios, es el polo opuesto
de la dormición o el ensueño. Se van asemejando a
Él. Los silencios en el mundo material se dan en
espacios vacíos. Pero la Paz eterna es silenciosa por su
misma densidad vida.
Decimos que Dios está exento de pasiones. Es
verdad, porque las pasiones implican pasividad e intermitencia. Entre nosotros,
un amor que no es apasionado, es un amor inferior.
El amor es una pasión, que se disfruta, pero que
en cierto modo se padece e incluso no pocas veces
hace sufrir.
Pero la mayor revelación de Dios es la que
nos ofrece San Juan: «Dios es Amor». Esto no es
una metáfora. Pero hemos de purificar nuestro concepto de amor,
a la hora de aplicarlo a Dios. En Dios el
amor no es una pasión, porque no lo padece: lo
es. No es que no sea una pasión porque le
falte vigor, sino porque es todo el vigor: Él es
Amor, sin pasividad, sin intermitencia, pura actividad.
Dios está exento
de pasión, de igual modo que el agua está exenta
de mojarse. Dios no se apasiona por la misma razón
por la que el agua no se moja. Ella es
la que moja. «Dios no puede ser afectado por el
amor, porque Él «es» amor. El imaginar este amor como
algo menos torrencial o menos agudo que nuestras advenedizas y
derivadas "pasiones" es la más desastrosa de las fantasías.
El amor
de Dios es tan pleno que no sólo está exento
de pasividad sino que es literalmente creativo: Dios crea lo
que ama y como lo ama. Si Dios es inmutable no
es por falta de movimiento, sino por posesión plena de
toda perfección que cualquier movimiento podría alcanzar.
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Verdad, ideologías, sentimiento |
Quizá sea el miedo lo que frene el pensamiento |
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Verdad, ideologías, sentimiento |
El pensamiento acerca de la verdad de las cosas
ha sido sustituido por ideologías que hacen agua apenas nacen.
De otra parte, lo que parece interesar más en la
actualidad es no el pensamiento sino lo que alguien ha
llamado con humor y acierto, "sensamiento". Se presta mucha atención
a lo que "se siente", si lo siento o si
no lo siento, si lo siento mucho o lo siento
poco. Es un modo de vivir sobre fundamentos inconsistentes e
inestables; un modo de discurrir un tanto irracional, porque procede
de vacíos del alma y se desarrolla en la epidermis
de la existencia, o en los espacios etéreos de la
ficción o del formalismo verbal y la logomaquia.
No se piensa
en lo que hay y en lo que son en
el fondo las cosas. No se piensa por ejemplo si
esto o aquello es "medio" o "fin". Se renuncia a
proseguir aquella tarea emprendida con tanto entusiasmo cuando éramos niños:
averiguar hasta el último porqué de las cosas.
¿No es cierto
-como escribió el científico José María Albareda- que ¿"hay algo
en las cosas que las convierte en cautivadora estancia del
pensar"?. Sin embargo, sigue siendo verdad lo que dijo Anselmo
de Canterbury: "sólo unos pocos piensan en la verdad de
las cosas". Parece ser esto una constante histórica.
Quizá suceda así
porque conviene de vez en cuando pararse y pensar, tratando
de pensar correctamente. Alejandro Llano lo resume así: "pensar, enseñar
a pensar, aprender a pensar, es la triple obligación de
la inteligencia". Se trata sin duda de una obligación verdaderamente
moral, pues la razón es la facultad que Dios nos
ha dado para descubrir el bien y regir toda nuestra
conducta.
Quizá sea el miedo lo que frene el pensamiento. A
menudo aparece el miedo ante la urgencia de pensar, miedo
a la luz y a la libertad del pensador auténtico.
Quizá porque cualquier rayo de luz nos guía hacia el
sol, y no siempre el hombre se encuentra dispuesto a
interesarse por la fuente de la luz y de la
vida, que puede saciar su más profunda sed.
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