Anoche vi a Dios en acción. Junto con
diez mil personas reunidas en torno a Jesucristo en el Auditorio
Nacional de la ciudad de México, pude palpar el poder transformante de
Cristo Eucaristía. Se repitió la historia del encuentro de Jesús con
Mateo, con Zaqueo, con la pecadora, con el ciego de nacimiento y con el
buen ladrón.
El evento lo organizó un grupo de matrimonios con una fuerte pasión
de amor por ayudar a los demás a través del conocimiento de Jesucristo.
¡La fuerza de los laicos se dejó ver al inicio del año de la fe! Ellos
se prestaron para ser vehículos del amor de Dios. Lo que Dios Nuestro
Señor obró anoche en muchas personas sólo Él lo conoce. Dios hizo su
obra. Y la hizo porque los laicos se prestaron. Se lanzaron con mucha
fe, sin dejar de poner todo lo que estaba de su parte y a la vez,
plenamente confiados en que en medio de mil problemas, todo saldría
bien. Se arrojaron al vacío con la certeza de que el paracaídas se
abriría.
Creo que a Dios Padre le gustó la fe de sus hijos y quiso que una vez
más del costado traspasado de Cristo crucificado salieran ríos y ríos
de gracias para tantas personas. Aquél escenario fue anoche como un
nuevo pozo de Sicar del que brotó una fuente de agua viva, un nuevo
Calvario de donde miles de personas recibían los frutos de la pasión del
Señor. Normalmente los frutos no se ven tan pronto, pero no me cabe la
menor duda de que fue tanto lo que los laicos complacieron a Dios, que
Él quiso decírselo de inmediato e hizo el milagro. Anoche, en el
Auditorio nacional de la ciudad de México, el amor de Dios se desbordó.
Sin tener el gusto de conocer a los organizadores del evento, recibí
una invitación suya a ser portador de Cristo Eucaristía y a presidir la
oración comunitaria. Se me salen ahora las lágrimas de sólo recordar los
ojos de cientos de personas que anoche se encontraron personalmente con
Jesucristo, como la hemorroísa. ¡Cuántas conversiones obró Cristo
Eucaristía en una hora! Lo vi en los ojos de aquella ancianita que
apenas podía sostenerse y que logró atraer la mirada de Jesús para
decirle: "Ahora sí ya puedes llamarme a tu presencia". Esa mujer vio el
rostro de Cristo: su puerta al cielo. Lo vi en la mirada de aquél
hombre que, profundamente arrepentido, le gritó a Jesús: "Perdóname,
Señor" y se postró en tierra. Y el otro que le suplicaba: "Sáname,
Señor. Te lo suplico: sáname". Y aquél joven que con insistencia le
repetía: "¡Te quiero, Señor, te quiero!". Y la otra: "Te alabo, ¡bendito
seas!". Muy especial fue la mirada de una joven que dos veces se
encontró con Cristo Eucaristía y sólo lloraba; era la mirada de una
enamorada: yo creo que anoche recibió el llamado de Cristo a ser su
esposa en la vida consagrada. Y así muchos más: cada mirada un
encuentro, cada encuentro una historia; así se escribe la historia de la
salvación.
Creo que en la Iglesia católica debemos organizar más momentos de
oración como éste, donde miles de fieles se reúnan para adorar a Cristo
Eucaristía, para celebrar su fe y dar testimonio de ella. ¡Grandes
encuentros de oración! Es muy bello orar en comunidad. El Espíritu Santo
se manifiesta de manera especialmente fuerte.
Los elementos que entran en juego en un espacio de oración así creo
que pueden ser los que aprendemos de la Liturgia de la Iglesia: la
Palabra, cantos, símbolos, gestos y silencios. Doy fe de que con una
comunidad orante y la ayuda de estos elementos, el Espíritu Santo
convierte aquel lugar en una tienda del encuentro.
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