martes, 16 de octubre de 2012

Sacramento de la Eucaristía.

La Eucaristía como sacramento
Bajo las especies de pan y vino, Jesucristo se halla verdadera, real y substancialmente presente, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad.
 
La Eucaristía como sacramento
La Eucaristía como sacramento


Sentido de la Eucaristía como Sacramento:

Naturaleza

La eucaristía es el sacramento en el cual bajo las especies de pan y vino, Jesucristo se halla verdadera, real y substancialmente presente, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad.

Se le llama el “sacramento por excelencia”, porque en él se encuentra Cristo presente, quien es fuente de todas las gracias. Además, todos los demás sacramentos tienden o tienen como fin la Eucaristía, ayudando al alma para recibirlo mejor y en la mayoría de las veces, tienen lugar dentro de la Eucaristía.

A este sacramento se le denomina de muchas maneras dada su riqueza infinita. La palabra Eucaristía quiere decir acción de gracias, es uno de los nombres más antiguos y correcto porque en esta celebración damos gracias al Padre, por medio de su Hijo, Jesucristo, en el Espíritu y recuerda las bendiciones judías que hacen referencia a la creación, la redención y la santificación. (Cfr. Lc. 22, 19)

  • Es el Banquete del Señor porque es la Cena que Cristo celebró con sus apóstoles justo antes de comenzar la pasión. (Cfr. 1 Col 11, 20).

  • Fracción del pan porque este rito fue el que utilizó Jesús cuando bendecía y distribuía el pan, sobre todo en la Última Cena. Los discípulos de Emaús lo reconocieron – después de la resurrección – por este gesto y los primeros cristianos llamaron de esta manera a sus asambleas eucarísticas. (Cfr. Mt. 26, 25; Lc. 24, 13-35; Hech. 2, 42-46).

  • También, se le dice asamblea eucarística porque se celebra en la asamblea –reunión - de los fieles.

  • Santo sacrificio, porque se actualiza el sacrificio de Cristo. Es memorial de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

  • Comunión, porque es la unión íntima con Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre.

  • Didaché, es el sentido primero de la “comunión de los santos” que se menciona en el símbolo de los Apóstoles.

  • Misa, posee un sentido de misión, llevar a los demás lo que se ha recibido de Dios en el sacramento. Usada desde el siglo VI, tomada de las últimas palabras “ite missa est".



    Institución

    En el Antiguo Testamento encontramos varias prefiguracones de este sacramento, como son:
  • El maná, con que se alimentó el pueblo de Israel durante su peregrinar por el desierto. (Cfr. Ex. 16,) .
  • El sacrificio de Mequisedec, sacerdote que en acción de gracias por la victoria de Abraham, ofrece pan y vino. (Cfr. Gen. 14, 18).
  • El mismo sacrificio de Abraham, que está dispuesto a ofrecer la vida de su hijo Isaac. (Cfr. Gen. 22, 10).
  • Así como, el sacrificio del cordero pascual, que libró de la muerte al pueblo de Israel, en Egipto. (Cfr. Ex. 12).

    Igualmente, la Eucaristía fue mencionada - a manera de profecías – en el Antiguo Testamento por Salomón en el libro de los Proverbios, donde le ordena a los criados a ir para comer y beber el vino que les había preparado. (Cfr. Prov. 9,1). El profeta Zacarías habla del trigo de los elegidos y del vino que purifica.

    El mismo Cristo – después de la multiplicación de los panes – profetiza su presencia real, corporal y sustancial, en Cafarnaúm, cuando dice: “Yo soy el pan de vida …… Si uno come de este pan vivirá para siempre, pues el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”. (Jn. 6, 32-34;51)

    Cristo, sabiendo que había llegado su “hora”, después de lavar los pies a sus apóstoles y de darles el mandamiento del amor, instituye este sacramento el Jueves Santo, en la Última Cena (Mt. 26, 26 -28; Mc. 14, 22 -25; Lc. 22, 19 - 20). Todo esto con el fin de quedarse entre los hombres, de nunca separarse de los suyos y hacerlos partícipes de su Pasión. El sacramento de la Eucaristía surge del infinito amor de Jesucristo por el hombre.

    El Concilio de Trento declaró como verdad de fe, que la Eucaristía es verdadero y propio sacramento porque en él están presente los elementos esenciales de los sacramentos: el signo externo; materia (pan y vino) y forma; confiere la gracia; y fue instituido por Cristo.

    Cristo deja el mandato de celebrar el Sacramento de la Eucaristía e insiste, como se puede constatar en el Evangelio, en la necesidad de recibirlo. Dice que hay que comer y beber su sangre para poder salvarnos. (Jn. 6, 54).

    La Iglesia siempre ha sido fiel a la orden de Nuestro Señor. Los primeros cristianos se reunían en las sinagogas, donde leían unas Lecturas del Antiguo Testamento y luego se daba lugar a lo que llamaban “fracción del pan”, cuando fueron expulsados de las sinagogas, seguían reuniéndose en algún lugar una vez a la semana para distribuir el pan, cumpliendo así el mandato que Cristo les dejó a los Apóstoles.

    Poco a poco se le fueron añadiendo nuevas lecturas, oraciones, etc. hasta que en 1570 San Pío V determinó como debería ser el rito de la Misa, mismo que se mantuvo hasta el Concilio Vaticano II.


  • Cristo vivo presente en la Eucaristía
    Por este sacramento, se produce una conversión de toda la substancia del pan en el Cuerpo de Cristo, y de toda la substancia del vino en la Sangre.
     


    Presencia Real de Jesucristo

    Para entender bien el sentido de la celebración eucarística es necesario tener en cuenta la presencia de Cristo y Su acción en la misma.

    Al pronunciar el sacerdote las palabras de la consagración, su fuerza es tal, que Cristo se hace presente tal cual, bajo las substancias del pan y del vino. Es decir, vivo, real y substancialmente. En Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, por lo tanto, donde está su Cuerpo, está su Sangre, su Alma y su Divinidad. Él está presente en todas las hostias consagradas del mundo y aún en la partícula más pequeña que podamos encontrar. Así, Cristo se encuentra en todas las hostias guardadas en el Sagrarios, mientras que el pan, signo sensible, no se corrompa.

    Está presencia real de Cristo, es uno de los dogmas más importantes de nuestra fe. (Cfr. Catec. n. 1373 –1381). Como los dogmas, la razón no los puede entender, es necesario reflexionar y estudiar para, cuando menos, entenderlo mejor.

    Han existido muchas herejías sobre esta presencia real de Cristo, bajo las especies de pan y vino. Entre ellas encontramos: los gnósticos, los maniqueos que decían que Cristo sólo tuvo un cuerpo aparente, por lo tanto, no había presencia real.

    Entre los protestantes, algunos la niegan y otros la aceptan, pero con errores. Unos niegan la presencia real, otros dicen que la Eucaristía, solamente, es una“figura” de Cristo. Calvino decía que “Cristo está en la Eucaristía porque actúa por medio de ella, pero que su presencia no es substancial”. Los protestantes liberales, mencionan que Cristo está presente por la fe, son los creyentes quienes ponen a Cristo en la Eucaristía.

    Lutero, equivocadamente, lo explicaba así: “En la Eucaristía están al mismo tiempo el pan y el vino y el cuerpo y la sangre de Cristo".

    Pero, la presencia real y substancial de Cristo en la Eucaristía, fue revelada por Él mismo en Cafarnaúm. No hay otro dogma más manifestado y explicado claramente que este en la Biblia. Sabemos que lo que prometió en Cafarnaúm, lo realizó en la Última Cena, el Jueves Santo, basta con leer los relatos de los evangelistas. (Cfr. Mt. 22, 19-20; Lc. 22, 19 –20; Mc. 14, 22-24).

    El mandato de Cristo de: “Hacer esto en memoria mía” fue tan contundente, que desde los inicios, los primeros cristianos se reunían para celebrar “la fracción del pan”. Y, pasó a hacer parte, junto con el Bautismo, del rito propio de los cristianos. Ellos nunca dudaron de la presencia real de Cristo en el pan.


    La Transubstanciación

    Hemos dicho que la presencia de Cristo es real y substancial, esto nos ha sido revelado, por lo que, no es evidente a la razón, como dogma que es, resulta incomprensible. Sin embargo, trataremos de dar una explicación de lo que sucede.

    La Iglesia nos dice que “por el sacramento de la Eucaristía se produce una singular y maravillosa conversión de toda la substancia del pan en el Cuerpo de Cristo, y de toda la substancia del vino en la Sangre; conversión que la Iglesia llama transubstansiación”(Cfr. Catec. n. 1376).

    El dogma de la Transubstansiación significa el cambio que sucede al pronunciar las palabras de la Consagración en la Misa, por las cuales el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, quedando sólo la apariencia de pan y vino. Hay cambio de substancia, pero no de accidentes (pan y vino), la presencia real de Cristo no la podemos ver, sólo vemos los accidentes. Esto es posible, únicamente, por una intervención especialísima de Dios.


    La Eucaristía como sacrificio
    Es sacrificio porque se ofrece a Dios en oblación.
     
    La Eucaristía como sacrificio

    A pesar de que el sacramento y el sacrificio se llevan a cabo en la misma consagración, hay que distinguirlos. La Eucaristía es sacramento porque Cristo se nos da como alimento para el alma, y es sacrificio porque se ofrece a Dios en oblación.

    En el sacramento la santificación del hombre es el fin, pues se le da como alimento y en el sacrificio el fin es darle gloria a Dios, es a Él a quien va dirigido. Así mismo, la Eucaristía es sacrificio de la Iglesia – Cuerpo Místico de Cristo – que se une a Él y se ofrece a Dios.

    Desde el principio de la creación, el sacrificio es el principal acto de culto de las diferentes religiones, siempre se le han rendido a Dios homenajes. El sacrificio es un ofrecimiento a Dios, donde existe una cosa sensible que se inmola o se destruye (víctima), llevándolo a cabo un ministro legítimo, en reconocimiento del poder de Dios sobre todo lo creado.


    El sacrificio de la Misa

    La Misa es el mismo sacrificio de la cruz, con todo su valor infinito. En él se cumplen todas las características del sacrificio, el sacerdote, y la víctima son el mismo Cristo, quien se inmola con el fin de darle gloria de Dios. No es una representación, sino una renovación, del sacrificio de la cruz. En cada una se repite el sacrificio de la cruz, la única diferencia es que se realiza de forma incruenta, sin derramamiento de sangre. La Misa es el perfecto sacrificio porque la víctima es perfecta.

    La esencia misma de la Misa como sacrificio es la doble consagración del pan y del vino, no es la palabra, como tampoco lo es, la sola comunión.

    La Santa Misa tiene dos elementos: Cristo ofrece su vida para rescatarnos del pecado, pues con su muerte espía nuestros pecados y es Cristo mismo quién se ofrece al Padre y une a su sacrificio al nuestro.

    Por la Misa podemos ofrecer un sacrificio digno de Dios, además sí ofrecemos nuestros propios sacrificios por pequeños que sean al sacrificio de Cristo, estos adquieren el valor de Redención al ser incorporados al propio sacrificio de Cristo.

    Cristo está presente en el sacerdote, quién representa a Cristo como mediador universal en la acción sacramental. Está presente en los fieles, que se unen y participan con el sacerdote y con Cristo en la Eucaristía. Nosotros nos unimos a su sacrificio y lo ofrecemos con Él. Así mismo, Cristo está presente en la palabra de Dios. Él es la Palabra del Padre que nos revela los misterios divinos y el sentido de la liturgia. En la Misa, por medio de la Comunión, nos unimos física y espiritualmente, formando un sólo Cuerpo. La Comunión es el gran don de Cristo que anticipa la vida eterna.


    Fines y efectos de la Eucaristía como sacrificio:

    La Santa Misa como reproducción que es del sacrificio redentor de la cruz, tiene los mismos fines y produce los mismos efectos:

  • Adoración: el sacrificio de la Misa rinde a Dios una adoración absolutamente digna de Él. Con una Misa le damos a Dios todo el honor que se le debe. Glorificación al Padre: con Cristo, en Cristo y por Cristo. Este es el fin latréutico.
  • Reparación: fin propiciatorio, reparación por los pecados .
  • Petición: fin impetratorio. Pedir gracias y favores, pues la Misa tiene eficacia infinita de la oración del mismo Cristo.

    Nos alcanza, si no le ponemos obstáculos la gracia actual necesaria para el arrepentimiento de los pecados. Nada puede hacerse más eficaz para obtener de Dios la conversión de un pecador como ofrecer por esa intención el Santo Sacrificio de la Misa, rogando al mismo tiempo al Señor que quite del corazón del pecador los obstáculos para la obtención infalible de esa gracia.

    Remite infaliblemente, si no hay obstáculos, parte de la pena temporal.

    A través de la Santa Misa recibe Dios, de modo infinito y sobreabundante, méritos remisorios de los pecados de vivos y difuntos.


  • Características de la Eucaristía
    Debe ser profunda, vital, con una confianza ilimitada y tener hambre y sed de comulgar.
     


    Características de la participación en la Eucaristía

    Cuando vamos a participar en la Eucaristía debemos prepararnos adecuadamente para poder participar con las debidas características y disposiciones. Estas deben ser:
  • Externas: para el sacerdote consistirán en el perfecto cumplimiento de las rúbricas y ceremonias que la Iglesia señala. Para los fieles respeto, modestia y atención para participar activamente.
  • Internas: Identificarse con Cristo. Ofrecerle al Padre y ofrecerse a sí mismo en Él, con Él y por Él.
  • Profunda: entrega total.
  • Vital - Existencial: no de palabras solamente, sino de todos y cada uno de mis actos de mi vida.
  • Confianza ilimitada: tener confianza en la Bondad y Misericordia de Dios.
  • Hambre y sed de comulgar: Esta es la que más afecta a la eficacia santificadora de la gracia, ensancha nuestra capacidad del alma y la dispone a recibir la gracia sacramental en proporciones enormes. La cantidad de agua que se coge de la fuente depende del tamaño de la vasija.


    Para recibir a Jesús

    Cuántas veces nos acercamos a comulgar, sin siquiera habernos preparado!, o lo que es peor ¡sin poner atención!

    Esta meditación nos puede ayudar a lograr una verdadera preparación, haz click

    Meditación para recibir el Santísimo Sacramento


  • Los efectos y frutos de la Eucaristía
    Los efectos que produce la Eucaristía en el alma son consecuencia de la unión con Cristo.
     
    Efectos

    Cuando recibimos la Eucaristía, son varios los efectos que se producen en nuestra alma. Estos efectos son consecuencia de la unión íntima con Cristo. Él se ofrece en la Misa al Padre para obtenernos por su sacrificio todas las gracias necesarias para los hombres, pero la efectividad de esas gracias se mide por el grado de las disposiciones de quienes lo reciben, y pueden llegar a frustrarse al poner obstáculos voluntarios al recibir el sacramento.

    Por medio de este sacramento, se nos aumenta la gracia santificante. Para poder comulgar, ya debemos de estar en gracia, no podemos estar en estado de pecado grave, y al recibir la comunión esta gracia se nos acrecienta, toma mayor vitalidad. Nos hace más santos y nos une más con Cristo. Todo esto es posible porque se recibe a Cristo mismo, que es el autor de la gracia.

    Nos otorga la gracia sacramental propia de este sacramento, llamada nutritiva, porque es el alimento de nuestra alma que conforta y vigoriza en ella la vida sobrenatural.

    Por otro lado, nos otorga el perdón de los pecados veniales. Se nos perdonan los pecados veniales, lo que hace que el alma se aleje de la debilidad espiritual.


    Necesidad

    Para todos los bautizados que hayan llegado al uso de razón este sacramento es indispensable. Sería ilógico, que alguien que quiera obtener la salvación, que es alcanzar la verdadera unión íntima con Cristo, no tuviera cuando menos el deseo de obtener aquí en la tierra esa unión que se logra por medio de la Eucaristía.

    Es por esto que la Iglesia nos manda a recibir este sacramento cuando menos una vez al año como preparación para la vida eterna. Aunque, este mandato es lo menos que podemos hacer, se recomienda comulgar con mucha frecuencia, si es posible diariamente.



    Ministro y Sujeto

    Únicamente el sacerdote ordenado puede consagrar, convertir el pan el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sólo él está autorizado para actuar en nombre de Cristo. Fue a los Apóstoles a quienes Cristo les dió el mandato de “Hacer esto en memoria mía”, no se lo dió a todos los discípulos. (Cfr. Lc. 22,).

    Esto fue declarado en el Concilio de Letrán, en respuesta a la herejía de los valdenses que no aceptaban la jerarquía y pensaban que todos los fieles tenían los mismos poderes. Fue reiterado en Trento, al condenar la doctrina protestante que no hacía ninguna diferencia entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio de los fieles.

    Los que han sido ordenados diáconos, entre sus funciones, está la de distribuir las hostias consagradas, pero no pueden consagrar. Actualmente, por la escasez de sacerdotes, la Iglesia ha visto la necesidad de que existan los llamados, ministros extraordinarios de la Eucaristía. La función de estos ministros es de ayudar a los sacerdotes a llevar la comunión a los enfermos y a distribuir la comunión en la Misa.

    Todo bautizado puede recibir la Eucaristía, siempre que se encuentre en estado de gracia, es decir, sin pecado mortal. Haya tenido la preparación necesaria y tenga una recta intención, que no es otra cosa que, tener el deseo de entrar en unión con Cristo, no comulgar por rutina, vanidad, compromiso, sino por agradar a Dios.

    Los pecados veniales no son un impedimento para recibir la Eucaristía. Ahora bien, es conveniente tomar conciencia de ellos y arrepentirse. Si es a Cristo al que vamos a recibir, debemos tener la delicadeza de estar lo más limpios posibles.

    En virtud de que la gracia producida, “ex opere operato”, depende de las disposiciones del sujeto que la va a recibir, es necesaria una buena preparación antes de la comunión y una acción de gracias después de haberla recibido. Además del ayuno eucarístico, una hora antes de comulgar, la manera de vestir, la postura, etc. en señal de respeto a lo que va a suceder.

    Frutos de la Eucaristía

    El sacramento de la Eucaristía, como todo sacramento, es eficaz. Al recibirlo hay cambios reales en la persona que lo recibe y en toda la Iglesia aunque los cambios no se puedan palpar:

    Acrecienta nuestra unión con Jesucristo.
    Al comulgar recibimos a Jesucristo de una manera real y substancial. Es una unión real, no es un buen deseo o un símbolo. El sacramento de la Eucaristía es una unión íntima con Dios que nos llena de su Gracia.

    "Quien come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él"
    (Jn, 6,56).

    Nos perdona los pecados veniales.
    Para recibir a Jesús, es indispensable estar en estado de gracia y al recibirlo, la presencia de Dios dentro de nosotros hace que se borren las pequeñas faltas que hayamos tenido contra Él y recibimos la gracia para alejarnos del pecado mortal.

    Fortalece la caridad, que en la vida diaria tiende a debilitarse.
    El pecado debilita la caridad y puede hacernos creer que vivir el amor como Jesús nos lo pide es muy difícil, casi inalcanzable.

    Sin embargo, Jesús ya sabía que nos costaría trabajo y que nos sentiríamos sin fuerzas para lograrlo, por eso quiso quedarse con nosotros en la Eucaristía para alimentarnos y ayudarnos fortaleciendo nuestra caridad.

    La Eucaristía, siendo el mayor ejemplo de amor que podemos tener, transforma el corazón llenándolo de amor, de tal manera que quien la recibe es capaz de vivir la caridad en cada momento de su vida.

    "Que nunca os falte, queridos jóvenes, el Pan eucarístico en las mesas de vuestra existencia. ¡De este pan podréis sacar fuerza para dar testimonio de vuestra fe!"
    (Juan Pablo II. Queridísimos jóvenes)

    Nos preserva de futuros pecados mortales.
    Una persona que vive de acuerdo a la caridad, difícilmente cometerá faltas graves de amor a Dios.

    Da unidad al Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia.
    Cada persona que recibe a Jesús en la Eucaristía se une íntimamente a Él, que es la cabeza de su Cuerpo Místico del que todos los cristianos formamos parte.
    De esta manera, el cristiano que se une a Cristo en la Eucaristía, se une al mismo tiempo al resto de los cristianos miembros de su Cuerpo Místico. Por ésta razón, a la recepción de la hostia consagrada se le llama comunión, que significa común-unión o unión de toda la comunidad.

    "Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado. Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros".
    (Juan 17, 21-22.)


    Fortalece a toda la Iglesia.
    Por la misma unidad de los cristianos en el Cuerpo Místico de Cristo sucede que al fortalecerse uno de sus miembros con las gracias de la Eucaristía, se fortalece la Iglesia entera.

    Entraña un compromiso en favor de los demás.
    Al estar más unido al Cuerpo Místico de Cristo, aquél que recibe la Eucaristía, se hará más consciente de las necesidades de los otros miembros. Se identificará con los intereses de Cristo, sentirá el compromiso de ser apóstol, de llevar a Cristo a todos los hombres sin distinción y de ayudar en sus necesidades espirituales y materiales a los pobres, los enfermos y todos los que sufren.


    El signo, ministros y sujetos de la Eucaristía
    El pan y el vino son los signos externos, unido a las palabras pronunciadas por el ministro.
     

    Signo: Materia y Forma

    Como en todos los sacramentos, la Eucaristía, también, tiene un signo externo que unido a las palabras pronunciadas por el ministro, confiere la gracia. Cristo en la Última Cena utilizó dos elementos muy sencillos, pan y vino. Estos dos elementos son los que constituyen la materia. El pan debe de ser de trigo y el vino de la vid, esto fue declarado en Trento, ya que existe la seguridad que fueron estos los elementos utilizados por Cristo. (Cfr. CIC n. 924, 2-3).

    Para que el sacramento sea tiene que ser de trigo y no puede estar amasado con otra cosa que no sea agua natural y cocido al fuego. Dicho de otra manera, no se puede utilizar aceite, mantequilla o cualquier otra sustancia para amasarlo, ni el pan puede ser de cebada, de arroz, u otro tipo de pan, pues entonces la materia sería inválida. El vino tiene que ser del que se obtiene de uvas machacadas y fermentado naturalmente, no se puede utilizar vinagre, ni un vino elaborado a base de químicos. (Cfr. CIC 924)

    En cuanto a la licitud, el pan debe ser ázimo, es decir, sin levadura, sin fermentar También debe haber sido hecho recientemente, para evitar cualquier posibilidad de corrupción y al vino se le deben de añadir unas gotas de agua, pues al ser esta una práctica judía, se puede suponer que fue lo que Cristo hizo. (Cfr. CIC 924; 926;

    La forma son las palabras que utilizó Cristo al instituir el sacramento: “Esto es mi Cuerpo ….. Esta es mi Sangre”.


    La Misa, la oración suprema del cristiano
    Libro. Es la oración más importante, es Cristo quien nos espera.
     
    La Misa, la oración suprema del cristiano
    La Misa, la oración suprema del cristiano

    ¿Qué es, por tanto, la Eucaristía? El amor de Cristo hasta el extremo, para ti, para mí, durante toda la vida. Porque la Eucaristía significa poner a tu disposición toda la omnipotencia, toda la bondad, todo el amor y la misericordia de Dios, todos los días, todas las horas, de tu vida. Y así, en cada Sagrario del mundo, en cada Misa, se está, por así decir, creando un incendio, una hoguera de amor; pero, ¿quién se calienta?, ¿quién se quema?, el que se acerca.

    Él dijo: ‘Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo’. La Eucaristía es ese lugar, es esa manera misteriosa pero real, con la que Cristo se queda a lo largo de toda nuestra vida, con cada uno de nosotros.

    Y el decir: ‘con vosotros’, es decir contigo. Les pongo un ejemplo que nos puede ayudar en este caso: Si un día de sol, tú eres la única persona que sales a tomar ese sol, puedes decir: ‘Todo el sol fue para mí esta mañana’. Si salen dos personas, no se reparten el sol, sino que las dos pueden decir: ‘Todos sus rayos, toda su luz, la disfruté yo solo’. Pero, si sale un millón de personas al sol, o dos millones, nuevamente no se reparte el sol, sino que cada uno dice: ‘Todo el sol fue para mí’, y es cierto; el hecho de que esté solo, o haya millones, no disminuye el sol. La Eucaristía es como el sol: aunque participen en Ella millones, ese sol, esa Eucaristía, ese amor de Dios, es para mí solo; en realidad, si yo fuera la única persona que comulgo, que voy a Misa, no recibiría más de lo que recibo yendo con otros.

    Ahí está, pues, Cristo, medicina de mis males, el gran amigo, en todos los Sagrarios, en todas las Misas. Si yo me reconozco enfermo, necesitado de redención, no hace falta recordarme que tengo que ir, de la misma manera que cuando a uno le duele una muela, piensa en el dentista; cuando a uno le duele otra parte del cuerpo, enseguida: hospital, medicinas, tengo que curarme porque estoy enfermo..... ¡Qué lástima que no sintamos eso mismo hacia la Eucaristía, que es el remedio de todos nuestros males espirituales! Ahí está, a todas horas, para ti, el único Bien verdadero, subrayándolo, el único Bien perdurable, que dura toda la vida; el único Amigo sincero, el único Amigo fiel que nos tiende la mano, y que nos ama en la juventud, en la edad adulta, en la ancianidad, en la tumba, y en la eternidad.

    INDICE

    Capítulo 1 La oración más importante

    Capítulo 2 De qué forma Jesucristo está en la Eucaristía

    Capítulo 3 1a. Presencia: Cristo se nos da como víctima

    Capítulo 4 2a. Presencia: Cristo se nos da como Pan de Vida

    Capítulo 5 3a. Presencia: Cristo se nos da como compañero de camino

    Capítulo 6 En Resúmen


    La Santa Misa
    Explicación detallada de las partes de la Misa.
     
    La Santa Misa
    La Santa Misa

    Cuando se asiste a Misa, lo primero que se hace es, la Reunión, que significa IGLESIA - ECLESIA - del griego = Asamblea Reunida. Todos se reúnen. Antiguamente, la preparación para la reunión de todos los que se congregaban para una celebración, se hacía con una procesión solemne.


    La Santa Misa es la celebración dentro de la cual se lleva a cabo el sacramento de la Eucaristía.

    Su origen se remonta a los primeros tiempos de la Iglesia, en donde los apóstoles y los primeros discípulos se reunían el primer día de la semana, recordando la Resurrección de Cristo, para estudiar las Escrituras y compartir el pan de la Eucaristía.

    En la Misa nos reunimos para celebrar recordando y viviendo la Última Cena y el sacrificio de Jesús en la cruz. Nosotros debemos escuchar con atención lo que Dios nos quiere decir cada domingo en la Misa.

    En ésta podemos participar en Jesucristo de la siguiente manera: podemos ofrecer a Dios nuestra vida, nuestras obras, pedir perdón por nuestros pecados y unimos a Jesús por medio de la Comunión.

    En la Misa va a suceder un milagro: Dios se va a hacer presente y se va a quedar con nosotros.

    El nombre de “Misa” se debe a que al terminar la celebración, el sacerdote nos dice que vayamos a cumplir con la “misión” de ser testigos de Cristo ante los hombres.

    ¿Cómo debemos vivir la Misa?
    En la Misa debemos poner atención durante las lecturas y la homilía; devoción y adoración durante la consagración; y disposición a cumplir la voluntad de Dios durante el Ofertorio y la Comunión.

    ¿Qué posturas debemos tener en la Misa?
    En la Misa tenemos tres posturas diferentes: sentados, de pie y de rodillas. Cuando estamos sentados estamos en actitud de escuchar con atención, como lo hacían los amigos de Jesús. Cuando estamos de pie estamos en actitud de estar listos y disponibles para la llamada de Dios. Cuando estamos de rodillas estamos en actitud de adoración a nuestro Dios y Salvador.

    Cuando vivimos la Misa correctamente obtenemos varios frutos: Entendemos la palabra de Dios, crecemos en nuestra fe para reconocer a Jesús, nos llenamos de alegría y paz interior; tenemos a Jesús presente en nuestra alma y las fuerzas necesarias para cumplir con nuestra misión.


    Explicación detallada de la Misa

    Entrada del sacerdote: Entra el sacerdote quién hace unos gestos que pasan desapercibidos; tales como, una genuflexión y un beso ante el altar. Estos gestos tienen un sentido muy importante y relevante. La Misa se celebra en un altar = alto, presidido por un crucifijo que es imprescindible, ya que ahí se va a llevar a cabo el sacrificio incruento de la Cruz, por lo tanto, es un recordatorio para el sacerdote y los fieles, de lo que ahí va a suceder. La inclinación del sacerdote es el primer acto de adoración y reverencia. El beso al altar significa el beso a la Iglesia.

    Rito introductorio: La misa comienza con la señal de la cruz, símbolo del cristiano que indica nuestra fe en la Trinidad, la cual debe de ir acompañada internamente de la deliberada y consciente confesión de nuestra fe. Después, el sacerdote abre los brazos en señal de saludo, con uno saluda a Dios y con otro al pueblo. Las frases que pronuncia significan la unión entre el sacerdote y el pueblo: “El Señor .... Y con tu espíritu”.

    Actos penitenciales: El sacerdote junta las manos en señal de humildad, se hace el primer silencio de la Misa, silencio de reflexión ante la invitación del sacerdote a arrepentirnos. Estos actos concluyen después de haber manifestado una actitud de humildad, un reconocimiento de nuestra condición de pecadores y de haber pedido misericordia con la absolución del sacerdote, pero, no para pecados graves. Sigue el Gloria, canto de alabanza todos los domingos excepto los de la Cuaresma y Adviento. Además de los días señalados como fiestas.

    Oración colecta: Petición a Dios. Antes de rezarla se hace el segundo silencio, silencio de petición comunitaria. Oración principal de la Misa y dirigida al Padre, donde se pide un bien espiritual, se acomoda a los tiempos litúrgicos y finaliza con una invocación a la Santísima Trinidad. Con esto, termina el rito introductorio.

    La primera parte esencial de la Misa:

    La Liturgia de la Palabra: Se lleva a cabo en el ambón. Es una de las partes más importantes de la Misa. En la Misa diaria, hay una sola lectura. Los domingos y días de fiestas hay dos lecturas, siendo la primera, generalmente, del Antiguo Testamento, la segunda, es tomada generalmente, de Hechos, Cartas, Nuevo Testamento.

    Entre la primera y la segunda, se recita el Salmo Responsorial, parte de canto y parte de meditación. La respuesta al Salmo es para favorecer la meditación. En esta parte, los fieles permanecen sentados con una actitud de atención, para que la Palabra los alimente y fortalezca. Dios habla, hay que escuchar con veneración.

    Sigue el Aleluya, canto de alegría, preparación para el Evangelio; hay movimiento en el altar, el sacerdote va al ambón.

    La Misa continúa con el Evangelio. Antes de su lectura, el sacerdote junta las manos y con gran recogimiento, dice: “Purifica Señor mi corazón y mis labios para que pueda anunciar dignamente tu Evangelio”. Éste debe ser leído por el ministro, en caso de que sea un diácono quien lo lea, debe pedirle su bendición al sacerdote. Un sacerdote no le pide la bendición a otro, sólo al Obispo. Si se escucha con atención y con las debidas disposiciones: humildad, atención y piedad, se depositará en el interior de cada fiel, una nueva semilla, sin importar cuántas veces se ha escuchado el mismo Evangelio, siempre habrá algo nuevo. Al finalizar el sacerdote dice: “Esta es Palabra de Dios” y besa el Evangelio diciendo: “Por lo leído se purifiquen nuestros pecados”.

    La Homilía, momento muy importante para la vida práctica de los fieles; no se puede omitir en domingos y días festivos. En la lectura de la Sagrada Escritura, habla Dios; en la Homilía, habla la Iglesia, depositaria de la Revelación, con la asistencia del Espíritu Santo para que se interprete rectamente la Escritura. Hay que escuchar con una actitud activa lo que la Iglesia quiere decir por medio del sacerdote, no hay que juzgarlo. La Homilía es una catequesis, no debe hablarse de otros temas que no sean referentes a la fe y a la salvación. Si no hay homilía, debe haber un silencio meditativo después del Evangelio. El Obispo predica sentado con báculo y mitra.

    El Credo, nuestra profesión de fe. Se profesan doce artículos, manifestando la fe en Dios, Sólo se reza en domingos y días festivos. En Navidad y en el día de la Encarnación, se arrodilla cuando se dice: “... Se encarnó de María, la Virgen”.

    La Oración de los fieles: Todas estas oraciones son de petición. Los fieles ofrecen sus peticiones al Señor. Pueden ser hechas por los fieles. Su finalidad es pedir a Dios por las necesidades de la Iglesia:

  • Una debe ser por toda la Iglesia Universal.
  • Otra por la jerarquía, el Papa y los Obispos.
  • Por los gobernantes.

  • Por los pobres y necesitados.

  • Por la Iglesia particular o local.

  • Pueden haber más, pero no demasiadas. La introducción y la conclusión debe hacerla el sacerdote.


  • La preparación de las Ofrendas: Se llevan las ofrendas al altar, lo más conveniente es que los fieles las lleven. Estas son el vino y el pan. Se recoge la limosna, la cual es también una ofrenda. El sacerdote prepara el altar, extiende el corporal, si tiene copón lo destapa. El sacerdote recibe las ofrendas del pueblo. Con las ofrendas, la asamblea no sólo ofrece lo material, sino que simboliza la entrega del cristiano, su total disponibilidad a lo que Dios le tiene señalado. Se entregan los dones que Dios ha dado a cada quien, todo se pone a su disposición.

    Ofrecimiento del pan y del vino: El pan y el vino se ofrecen por separado. El vino es preparado por el sacerdote que le añade unas gotas de agua diciendo: “Que así como el agua se mezcla con el vino, participemos de la divinidad de Aquél, que quizó compartir nuestra humanidad”. Existe un simbolismo entre el pan y el trabajo, además de que, en el pan hay muchos granos de trigo. Y como dice San Pablo: “Porque el pan es uno, somos muchos un sólo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan” (1 Cor 10, 17). El vino se obtiene de la vid, machacando y pisando, símbolo de dolor, de sufrimiento y se ofrece para convertirlo en la Sangre de Cristo por un deseo de expiación. Con el pan y el vino se ofrece el trabajo, el descanso, las alegrías, las contrariedades; pero sobre todo, el deseo de que Dios acepte a cada quien con sus miserias, y los transforme con su Gracia hasta asemejarlos a su Hijo.

    El lavatorio de manos: Con este gesto el sacerdote, una vez más, expresa su deseo de purificación y limpieza interior. Esta acción indica que se debe estar puro de todo pecado, lava las manos para purificarlas. El sacerdote dice: “Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado”.

    Oración sobre las ofrendas: El sacerdote abre los brazos y dice: ”Orad hermanos...”, recordando a los fieles que también ellos ofrecen junto con él, el sacrificio, que no deben ni pueden quedar al margen. Se lee la oración de las ofrendas que expresan a Dios, de modo oficial, los sentimientos y deseos de los fieles, de la Iglesia en relación a las ofrendas, suplicando que las reciba y después de santificarlas, conceda los bienes espirituales que emanan del sacrificio.

    La segunda parte esencial de la Misa:

    Liturgia Eucarística: Suele llamarse canon = regla. Comienza con el Prefacio, que es un canto. Hay diferentes prefacios, unos provienen de la Iglesia oriental, otros de la romana, esto es con el fin de unificar a la Iglesia. Es una exhortación a elevar los corazones dejando todo lo mundano porque en unos momentos Dios se va a hacer presente. Se agradece a Dios su preocupación por los fieles, dando gracias según la fiesta. No se da gracias por cosas materiales en este momento, sino porque fortaleció la debilidad humana y porque con la muerte no se pierde la vida. Luego, el sacerdote nos invita a alabar (Hosanna), junto con los ángeles y arcángeles, y a dar la bienvenida a Cristo que está por venir.

    Sigue con la Anámnesis, para recordar la conmemoración del misterio pascual. Ofrecimiento de la Víctima Divina. Después viene la invocación del Espíritu Santo o Epíclesis, al poner el sacerdote las manos sobre el cáliz, es el momento para que los fieles se arrodillen. Narración de la institución de la Eucaristía: El canon puede variar, pero, las palabras no varían en la narración. Al terminar la narración, y antes de formular las palabras de la Consagración, el sacerdote se inclina sobre el altar con el fin de separar lo que era una narración y lo que ahí va a suceder.

    El sacerdote eleva primero el pan diciendo las palabras de la Consagración, hace una genuflexión, eleva el vino diciendo las palabras correspondientes y vuelve a hacer una genuflexión. La Consagración es el punto central de la Misa, la parte más importante, porque se vuelve a celebrar el sacrificio incruento de la Cruz. Al terminar el sacerdote dice: “Este es el misterio de nuestra fe”, como invitación a los fieles a que se adhieran conscientemente al misterio de la Iglesia. En esta parte se pide por los vivos, por los santos, se conmemoran a los difuntos y el sacerdote hace su petición personal. El rito de la consagración termina con las palabras: “Por Él, con Él y en Él, al Padre en unidad con el Espíritu Santo, todo honor y toda Gloria por los siglos de los siglos”, es la glorificación de la Trinidad (doxología). Si se analiza éste es el objeto de la creación: la Gloria de Dios.

    Rito de la Comunión o Plegaria Eucarística: La consumación del sacrificio, el banquete. Comienza con el Padre Nuestro. La oración por excelencia que nos enseñó Jesús. Sus siete peticiones toman un sentido especial cuando se recita, poder sentirse hijos de Dios, contiene todo lo que se da en el sacrificio de la Misa.

    Oraciones por la paz: Se pide la paz en la oración que enlaza con el Padre Nuestro y la que enseguida se dirige a Cristo. No se pide una paz externa, sino interna. Una paz que exige valor, que es una lucha contra el pecado. Se puede resumir en el encuentro de la Salvación. Cuando se da la paz, se debe de tener una verdadera disposición a ello, ninguna palabra mencionada en la Misa es formulario.

    La Fracción del pan: el sacerdote parte la hostia consagrada en tres. La más pequeña la junta con las demás. Se invoca al Cordero de Dios, que es el que quita el pecado, lo destruye y que por su sacrificio es el que da la posibilidad del desprendimiento de los pecados. El sacerdote dice una oración con sentimiento de humildad, pidiendo que lo libre de cualquier falta y que cumpla sus mandamientos.

    La recepción del sacramento,la Comunión: Si no hubiera comunión, la Misa sería incompleta, no hay que olvidar que Cristo, en la Última Cena, nos exhorta a ello. El sacerdote comulga primero, luego la distribuye a los fieles, quienes deben de estar conscientes de lo que van a hacer.

    Rito de purificación: Luego de haber distribuido la Comunión, se limpian o purifican los objetos sagrados, con el fin de que el cuerpo y la sangre de Cristo no sean mal utilizados o sin la reverencia que se merecen.

    La acción de gracias: Es elemental detenerse un momento para dar gracias a Dios, que está dentro de los que lo han recibido, y agradecerle todo los beneficios recibidos. Debe de haber una postura de recogimiento.

    La oración post comunión: Se recita y relaciona la liturgia con la Comunión. Luego, el sacerdote despide a los fieles y les da su bendición, indicándoles, que han de seguir viviendo la Misa.

    La alegría de asistir a Misa
    Breve y motivante explicación de las diferentes partes de la Misa
     


    LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA


    Introducción

    La intención de dar una breve y motivante explicación de las diferentes partes de la Misa es lograr que al menos algunos de los que lean comprendan, se sientan profundamente motivados a asistir a la celebración eucarística de los domingos y fiestas y que no vuelvan a decir: “Me aburro en Misa”.

    La Celebración Eucarística tiene en su textura una introducción que va desde el inicio hasta la primera oración hecha por el sacerdote. Luego siguen las dos partes principales:

    Primera: La Liturgia de la Palabra, que comienza con la primera lectura y concluye con la oración universal de los fieles.

    Segunda: La Liturgia Eucarística que comienza desde el ofrecimiento del pan y el vino hasta la oración que dirige el sacerdote después de la comunión.

    Por último una conclusión que consiste en el último saludo, bendición y despedida.
    Me propongo como metodología el ir explicando parte por parte de la Celebración Eucarística:


    INTRODUCCIÓN

    Consta de las siguientes partes:

  • Saludo
  • Rito penitencial
  • Gloria y primera oración.
  • Oración

    Se comienza todo con estas solemnes palabras: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
    Algo muy importante va a ser, pues se realiza en el nombre de la Santísima Trinidad.
    Efectivamente la Celebración Eucarística es la actualización sacramental de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, consiste en hacer presente la Última Cena y la pasión, muerte y resurrección de Jesús en forma sacramental, es decir de una manera representada por signos y señales, y al mismo tiempo realizada de verdad.

    La redención que Jesús realizó en Calvario y el domingo de Pascua con la resurrección se repite, se actualiza en cada Eucaristía.

    Jesús dijo a los apóstoles en la última cena: “Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Éste es el cáliz de mi sangre derramada por vosotros y por todos los hombres.” Y añadió: “haced esto en memoria mía, en recuerdo mío”. Entonces, cada sacerdote, cuando celebra, repite lo que Jesús hizo en la Última Cena: convertir el pan en su cuerpo, cuerpo que se sigue entregando por los hombres, y el vino en su sangre, sangre derramada por los hombres. Y esto en obediencia al mandato de Cristo: “Haced esto en memoria mía.” Al mismo tiempo que les ordenaba repetir lo que Él acababa de hacer, les daba el poder de realizarlo, convirtiéndolos en sacerdotes de la Nueva y Eterna Alanza. Jesús, en efecto, dijo: “Éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la Nueva y Eterna Alianza”.

    Con esto queda claro que nosotros no inventamos la Misa, sino Jesús mismo, y Él quiso con su poder divino que sus sacerdotes realizaran la misma consagración del pan y del vino que Él había hecho. Por eso el pan consagrado y el vino consagrado contienen el Cuerpo y la sangre de Jesús, contienen a Jesús mismo. Por eso, adorar la Eucaristía es un acto de amor y reverencia debidos a Dios. Nosotros adoramos, no las especies de pan y vino sino al Dios que está presente en ellas.

    Suele leerse o cantarse la antífona de entrada, que es una píldora breve de lo que va a ser la misa.

    Saludo

    “La gracia de Nuestro señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros”

    Es un saludo muy cordial, pero muy profundo, nada superficial. No es el simple ¡Hola, ¿cómo están?! Significa que estén con cada uno estas tres cosas

    - La gracia de nuestro Señor Jesucristo: Que vivas en gracia, con todos los elementos maravillosos que conlleva: ser hijo de Dios, heredero del cielo, capaz de ganar méritos etc.

    - El amor del Padre : Que tengas, que sientas el amor del Padre, como hijo, hija de Dios. Según la expresión hermosa de san Juan: “Ved qué amor nos ha tenido el Padre que no sólo nos llamamos sino que somos hijos de Dios”.

    - Y la comunión del Espíritu Santo. Que el Espíritu santo viva en ti como en su templo.

    La respuesta: “Y con tu espíritu”. Que también tú, sacerdote del Señor, lo tengas.


    Acto penitencial

    ¿Por qué un rito penitencial, de arrepentimiento de los pecados? Porque vamos a asistir al sacramento, a la actividad litúrgica que realiza nuestra redención; la liberación de nuestros pecados. Debemos reconocerlos. Pero, además, de forma pública. En voz alta digo y aseguro que soy un pecador. Por eso me arrepiento de mis pecados también públicamente.

    Igual que si alguien va a un hospital o al doctor es porque está enfermo y quiere curarse, vamos a la misa como pecadores que necesitamos ser perdonados. La fórmula que se utiliza es la siguiente:

    -Yo (se podría decir Fulanito de Tal)
    -confieso (declaro, acepto)
    -ante Dios todopoderoso (reconozco ser un hijo pródigo ante Él)
    -y ante vosotros, hermanos (fíjate en lo que vas a decir y delante de quién, delante de todos los que asisten a la Celebración Eucarística)
    -que he pecado mucho (aquellas personas que piensan y dicen que comente pecadillos y faltas chiquitas no saben lo que dicen. Podrían ser de la clase del fariseo que rezaba así: “Te doy gracias, porque no soy como los demás hombres: adúlteros, ladrones…”)
    -de pensamiento, palabra, obra y omisión (se especifica en qué soy un gran pecador. Si uno pudiera ver, medir y pesar todo lo que ha pecado en su vida con el pensamiento, la lengua y las obras, quedaría abrumado. Se añade: Y de omisión. Antiguamente no salía esta expresión. Pero se vio la necesidad de añadirla porque por la omisión cometemos miles de faltas y pecados. Omisión es igual a no hacer lo que debo. Omitir actos de cariadad, de bondad, omitir hacer apostolado, omitir el buen ejemplo a los hijos, omitir tantas y tantas cosas.)
    -Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa
    (Tres veces y en ascenso “mi gran culpa”. Y golpeándose el pecho en señal de arrepentimiento. Ya sólo falta decir la clase de pecados que he hecho. Imagínate que dices esto en un supermercado…Bien no lo dices en el supermercado, pero lo dices…en la Iglesia.)
    -Por eso ruego… (que interceda por mí)
    -a Santa María siempre Virgen (que ruegue por mí a Dios. Cierto que lo hará con mucho gusto por tratarse de su hijo)
    -A los ángeles (a nuestro ángel de la guarda, a los arcángeles, como san Miguel, san Gabriel y san Rafael y a todos los ángeles que son muchos y muy buenos.)
    -A los santos (a todos, a tu santo patrón o patrona y a todos: A san Pablo, san, Pedro, san Pío, santa María Madgdalena…)
    -Y a vosotros, hermanos (estoy solicitando muy en serio, porque la necesito, la oración de mis hermanos...A todos los que están en la Iglesia)
    -Que intercedáis por mí ante Dios nuestro Señor (cuando uno pide sólo por sí, su oración des de corto alcance. Pero cuando todos piden por todos esa plegaria es infinitamente más rica)


    Como conclusión. El sacerdote refuerza este acto de penitencia, con estas palabras. Pide tres cosas:

    Que Dios Todopoderoso:

    Primero: Tenga misericordia de nosotros, según la petición de Jesús: "Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen.

    Segundo: Que perdone nuestros pecados. Esos muchos pecados que he cometido por mi gran culpa.

    Tercero: y nos lleve a la vida eterna.

    En realidad a eso venimos a la celebración Eucarística. No a fijarnos en cómo va vestida tal persona, no a murmurar de algo que no salió tan bien, ni siquiera a poner peros p.e. a la predicación del sacerdote. Yo no voy a eso a la misa. Tengo tanto de qué arrepentirme que no me animo a tirar piedras a mi prójimo, como un fariseo más.
    Sí vengo a esto, a pedir misericordia a Dios, a que me perdone mis pecados y los de mi familia y a que me lleve y nos lleve a la vida eterna.

    Claro, no asistir a la Celebración Eucarística casi nunca o enojarse si alguien amablemente te invita, significaría que no me interesa mi salvación eterna, que me vale, que ni el cielo me apasiona ni el infierno me asusta.

    Se termina el acto penitencial diciendo en voz alta, tres veces, alternando con el sacerdote:

    “Señor, ten piedad”
    “Cristo, ten piedad”
    “Señor, ten piedad”

    Tres gritos del corazón dirigidos a Cristo, el Señor. Deberíamos decirlos con la emoción con que se lo decían lo pobres enfermos y pecadores del Evangelio, Como el ciego Bartimeo: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí” Como la sirofenicia, como el leproso, como Jairo, porque estamos ciegos, leprosos, enfermos del alma.


    El gloria a Dios en el cielo

    Se suele decir o cantar (Si se canta mucho mejor) En realidad está hecho para cantarse. Y ojalá que no sólo por un coro, sino por todo el pueblo o alternando coro y pueblo porque es un himno muy hermoso y muy rico. Es oración de alabanza, de agradecimiento, de petición de perdón y de petición de gracias. Tenemos que recordar que hay cuatro clases o formas de hacer oración: En el gloria se dan las cuatro:

    - Alabanza: Gloria a Dios en el cielo
    - Pedir perdón: Ten piedad de nosotros.
    - Acción de gracias: Te damos gracias…
    - Petición de dones: Atiende a nuestra súplica.

    El inicio del gloria lo cantaron los ángeles en el nacimiento de Jesús, cuando se aparecieron a los pastores, cuando se daba el inicio de la redención con el nacimiento del Redentor. El gloria, por tanto, nos recuerda la encarnación y el nacimiento de Jesús. Si en la misa se realiza la redención, viene al caso ese recuerdo del momento en que el Verbo se hizo carne y nació en Belén.

    ¿Cómo hay que cantarlo? Con el mismo entusiasmo y amor con que los ángeles lo cantaron la primera vez.
    Digresión: ¿Aburrirse en misa? Si uno llega a tiempo y vive profundamente estos primeros momentos, comprenderá que no es posible aburrirse.
    El gloria suele cantarse en los domingos, fiestas. Se omite en las épocas de penitencia como Cuaresma y Adviento.


    Oración

    Sigue la primera oración formal, que reza el sacerdote. Hay tres oraciones especiales, con el mismo esquema: Una invocación al Padre, una petición, una conclusión: Por nuestro Señor Jesucristo….

    ¿Qué es lo que se pide? Casi siempre es lo mismo: Lo único necesario, la salvación eterna o cosas relacionadas con ella. También se pueden pedir cosas humanas necesarias: la lluvia, la fidelidad al amor humano, la salud, la paz etc.
    Las tres oraciones tienen lugar ahora, justo antes de la primera lectura antes del prefacio y antes de la bendición final. Las tres se dirigen casi siempre al Padre, pocas a Jesucristo o al Espíritu Santo.
    Concluye casi siempre así: Por nuestro Señor Jesucristo, Por Cristo Nuestro Señor”. No es por casualidad. Estamos pidiendo al Padre que nos obtenga la redención, el perdón de los pecados, el cielo. ¿Quién nos ha conseguido la redención? Jesús. Lo lógico es, pues, pedirla al Padre por medio de Jesucristo, su Hijo muy amado en quien tiene todas sus complacencias.



    LITURGIA DE LA PALABRA

    Suelen ser tres lecturas en los domingos y fiestas. Las dos primeras del antiguo y del nuevo testamento y la tercera del Evangelio.
    Conviene leerlas con claridad y entonación, pero sin rebuscamiento. En señal de respeto y aceptación.

    La intervención de la gente: El pueblo interviene en el salmo responsorial que es alternado por un lector y la gente. Se debe intervenir con la palabra y el corazón. Es una oración, no un rollo. El salmo responsorial es como una respuesta a la palabra de Dios: una frase de alabanza, de petición, de acción de gracias..
    Aleluya: Alegría. Decirlo, cantarlo con su pequeño texto.

    Aquí como en otras oraciones podemos hablar o cantar distraídos o enriquecer el alma; hablar y cantar con el corazón.

    Lecturas

    Esas lecturas narran algún pasaje de la Escritura o también ofrecen algún texto explicativo o de la palabra de Dios en sus más variadas formas. Hay que leerlo como parte de una carta larga, hermosa, escrita con amor por Dios para cada uno de nosotros, pues eso es la Biblia.

    Evangelio

    El Evangelio es leído por el diácono o por el sacerdote para darle realce. De hecho el Libro de los Evangelios es llevado en procesión por un diácono o por un seglar elegido en la procesión de entrada. Y el sacerdote o diácono lo lleva del altar al ambón antes de leerlo. La parte más importante de la Biblia son los cuatro Evangelios. ¿Por qué? Porque nos cuentan los hechos y enseñanzas del Hijo de Dios, de Jesucristo.

    Homilía

    Ojalá que siga una buena homilía, una buena explicación, clara, jugosa, motivante, aplicada a la vida de los fieles, de esa palabra de Dios.

    Credo

    Los domingos y fiestas suele decirse o cantarse el credo. Es el resumen de nuestra fe. Se está de pie en señal de aceptación. ¿Cómo se debe rezar? Con la mente y el corazón, es decir con atención y adhesión.

    Oración universal de los fieles

    Sobre todo en domingos y fiestas. Ningún momento mejor que la Misa para orar por el mundo y por todas las necesidades de la Iglesia. Es una oración universal, prevalece, por tanto las peticiones generales por la Iglesia y el mundo: Papa, familias, vocaciones, los enfermos, inmigrantes, gobernantes… Pedir con el corazón.


    LITURGIA EUCARÍSTICA

    Consiste en
  • La ofrenda del pan y el vino
  • La plegaria eucarística: Desde el prefacio hasta antes del padre nuestro
  • Rito de la comunión


    Ofrecimiento del pan y el vino
  • Se ofrecen pan y vino que se convertirán en el cuerpo y sangre de Jesucristo.

    La gota de agua unida al vino: representa nuestra participación, nuestra ofrenda. Sola no sirve de nada. Unida a la ofrenda de Cristo, sí vale.

    Debemos colaborar con nuestro ofrecimiento: la vida, los buenos propósitos, los sacrificios, oraciones, actos de caridad..." Lo que falta a la Pasión de Cristo."

    El sacerdote, inclinado, dice en privado : “Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia”.
  • Lava las manos, diciendo en secreto: “Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado”. Todos deberían tener esta misma actitud.
    Por eso, el sacerdote invita al pueblo con estas palabras: “Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre Todopoderoso”.
    Respuesta: El Señor reciba de tus manos…”
  • Oración sobre las ofrendas: Es la segunda oración formal que se hace. Se pide específicamente que Dios Padre acepte las ofrendas: pan y vino y nuestras oraciones, sacrificios…
    Por Cristo, Nuestro Señor. Dios lo acepta sin duda. “Este es mi hijo muy amado en quien tengo todas mis complacencias”.


    La Plegaria Eucarística
  • El prefacio: Es un himno de alabanza con un inicio y una conclusión dialogada del pueblo con el sacerdote.
    Hace alusión a la fiesta o al tiempo litúrgico: cuaresma, Pascua, adviento etc.
    Termina con el Sanctus: un pequeño himno de alabanza al tres veces Santo.
  • Recuerdo de la última Cena
    Y consagración del pan y el vino. Con las mismas palabras de Jesús. Es lo más importante. La esencia de la Misa.
    “Tomad y comed todos”: Debieran todos. Pero no hay que tomarlo en otro sentido: Como Dios N. S. manda a todos, voy a comulgar. Debe uno preguntarse humildemente: ¿Estoy preparado, en gracia de Dios?

    Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros: Donación, regalo; entrega en forma de alimento del alma.
    Será entregado a la muerte, al dolor, a la cruz por amor a cada uno de nosotros. La Eucaristía es el darse de Dios a cada hombre.

    “Tomad y bebed todos”: El hecho de que se dé materialmente a beber el cáliz no es necesario. Porque en cualquiera de las dos especies está Cristo entero. El que comulga bajo las dos especies no recibe más a Cristo que el que lo recibe sólo bajo una.
    Sangre derramada: Sangre que será extraída violentamente de su cauce normal: las venas. Implica desangramiento, tortura, muerte.
    Por vosotros: Por cada uno. Por mí. Por ti. “Cristo me amó y se entregó a la muerte por mí”.

    Razón: Para el perdón de los pecados. Derramar la sangre es una acción impresionantepara borrar los pecados.
  • Este es el sacramento de nuestra fe. Recalcar ente el pueblo qué es lo que se está realizando en el altar: la pasión, muerte y resurrección de Jesús de forma incruenta.
    Por eso, asistir a Misa es asistir a lo esencial de la religión católica, a lo más importante.

    Respuesta: Sí lo sabemos “Anunciamos tu muerte… proclamamos tu resurrección…Ven, Señor, Jesús. Ven, Señor Jesús, A mi vida, a mi familia…” No es necesario decir en voz alta “Señor y Dios mío”, pero sí con el corazón; con la fuerza del primero que lo dijo: Santo Tomás. Contarlo…
  • Luego se ofrece al Padre el cuerpo y la sangre de Cristo: Te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación. En plural: lo ofrece toda la Iglesia: sacerdote y pueblo de Dios.

    Se piden cosas muy importantes
    - La unidad de todos los que comen y beben la Eucaristía. Hermanos separados. “Que todos sean uno”.
    - Se pide por toda la Iglesia, hoy tan necesitada: Unidad, fe, fidelidad, obediencia, vocaciones, santidad, almas apóstoles…
    - Por el Papa. Ha pedido oración por él mismo. Por el obispo del lugar y por todos los demás obispos y sacerdotes.
    - Se pide que la Iglesia vida la caridad, la esencia del cristianismo, el mandato de Cristo. Estas peticiones están en la narración de la Ultima Cena por san Juan.
    - Se pide por la Iglesia purgante, por los difuntos que están en el purgatorio en espera de ir al cielo.
    - Por último, se pide por nosotros. Ten misericordia de todos nosotros…Por intercesión de María, los apóstoles y todos los santos, pero sobre todo por medio de Jesucristo, la vida eterna.
  • Se levanta la patena con la hostia y el cáliz diciendo esto:

    Por Cristo
    Con Cristo
    En Cristo

    Y en la unidad del Espíritu Santo todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Por siempre.

    Respuesta: Amén. Sí. Responde todo el pueblo.


    Rito de la comunión

    Se introduce la oración de Jesús
    Enséñanos a orar, Padre nuestro.
    El sacerdote y los fieles lo recitan juntos. Hay la costumbre de extender las manos, de juntar las manos. Creo que puede ayudar este gesto si se hace con devoción.
    - Padre nuestro: (No padre mío. Sin dejar de ser mi padre, es también tu padre y de todos los hermanos.
    En ese momento todos deberían sentirse eso, hermanos, y rezar juntos a nuestro Padre celestial como nos enseñó nuestro Hermano mayor, Jesús.)

    - Santificado sea tu nombre: (El nombre es la persona misma. Él ya es santo. Significado: Que todos los hombres reconozcan, acepten y alaben tu santidad, te alaben a Ti, Dios santísimo.)
    - Venga a nosotros tu Reino: (Venga a mi corazón, a mi alma tu gracia, tu vida divina, los frutos de tu Pasión y resurrección. Sé nuestro Rey y nosotros tus soldados, por la gracia, y tus apóstoles.)
    - Hágase tu voluntad: (En el cielo, perfecto
    En la tierra no tanto. En mi vida cristiana ¡quién sabe! Lo más importante que tenemos que hacer es cumplir la voluntad de Dios)

    -Danos hoy nuestro pan de cada día.
    (Con el pan, todo lo humano y material: sustento, casa, vestido, transporte, salud, etc.…)
    -Perdona nuestras ofensas así como…: (Ésta es la expresión más difícil.)
    - No nos dejes caer en la tentación
    (Tentaciones tendremos y tenemos. Son necesarias, útiles. Que no caigamos. No es lo mismo sentir que consentir.)
    - Y líbranos del mal: (Todo mal: físico, sobre todo moral. El pecado. Y líbranos del padre de la mentira.)


    Sigue una oración que amplía la petición de “Líbranos del mal”. Y aprovechando el momento se pide por la paz y unidad en la Iglesia.
  • Y en este contexto se desea la paz a los presentes. “La paz del Señor” esté siempre con vosotros”…Daos fraternalmente la paz.
    Sin aspavientos, de forma sencilla y sincera. Sabiendo que nadie da lo que no tiene.
    Tampoco es necesario querer dar la paz a todo el mundo: a los de mi alrededor es suficiente.
  • Se parte un pedacito de la hostia en el cáliz. Significado: la resurrección.
  • Cordero de Dios: Un acto de humildad repetido tres veces. No somos dignos.

    El sacerdote hace en privado una oración humilde de preparación. Luego levanta la Hostia y hace la invitación de San Juan Bautista a sus discípulos, en particular a Andrés y a Juan Evangelista. Y lo siguieron. Dichosos los invitados. Son todos. Pero dichosos los que pueden recibirlo. Debería doler tanto… que todos entonces irían a la misa confesados, en gracia de Dios.

    Señor, yo no soy digno…
    ¿Quién dijo estas hermosas palabras? Un pagano, un centurión romano que tenía tanta fe que Jesús dijo de Él: “No he encontrado tanta fe en Israel”.

    Comulga primero el sacerdote. Luego el sacerdote y diácono dan la comunión. Si es mucha gente, y de ordinario suele estar llena la Iglesia, es muy conveniente que ayuden algunos ministros extraordinarios de la Eucaristía. Mientras se canta o se lee la antífona de la comunión que es una píldora breve sobre la Eucaristía.

    “El cuerpo de Cristo”. Amén.: Creo.
    ¿En la boca o en la mano? Según lo determine el obispo del lugar. Ambos están permitidos. No importa si es en la boca o es en las manos. Lo que importa es el respeto y el amor.
  • Tercera oración: Alude a la misa celebrada, a la comunión recibida y pide que mantengamos los frutos para el futuro.


    Rito de conclusión

    El Señor esté con vosotros: Un saludo final, semejante al del principio.
    Y se da la bendición en nombre de la santísima Trinidad.
    Se cierra esta acción litúrgica con solemnidad: Como si uno entrara a través de un gran arco a la Misa y saliera por otro arco hermoso.

    Podéis ir en paz.

    Ojalá sea cierto. Razones tienen porque han estado en una convivencia de hermanos, han escuchado la palabra de Dios, han recibido a Dios mismo en su alma. Han rezado y cantado juntos las alabanzas de Dios. Debieran salir con otra cara y otra alma de aquella que con la que entraron.


  • Sentido de la Misa del domingo
    ¿Qué pasa en la Misa, que sea tan importante? Catequesis y explicación acerca de la Misa.
     
    Sentido de la Misa del domingo


    La gente va menos a Misa que hace unos años. ¿Por qué? "Creo que depende mucho de la experiencia y tradición familiar y social de la que participa cada persona", dice una mujer que comenzó a ir con sus padres a Misa y que después, al profundizar en la fe, vio que "empezaba a tener otro sentido, un sentido de compromiso, me sentí más implicada... descubrí el valor de la Eucaristía como un encuentro con Cristo..."

    En nuestra sociedad, cuando ya no hay quien controle quien va a Misa y quien no, la asistencia a Misa: ¿depende de la costumbre del entorno familiar, o de estas motivaciones de fe? Lo cierto es que, al no ir a Misa las familias, los hijos pierden la oportunidad de participar en estas motivaciones de fe. Y, cuando se asiste a Misa -en acontecimientos sociales o fiestas principales- al no saber "qué pasa ahí" se convierte en algo que se ve desde fuera, no se ahonda en su sentido profundo de memorial de Jesús resucitado, la fiesta de los cristianos, y entonces la gente se viste de fiesta sin saber celebrar la fiesta, así como no puede saborear un plato exquisito quien tiene el gusto estragado, al no poder gustar del misterio cristiano no puede desearlo y amarlo.

    Por eso, no puede participar en la Misa plenamente quien no sabe realmente que por la fe tenemos una relación viva y personal, maravillosa, con Jesús. Qué lástima, ver a tantos y tantos que escuchan palabras y cantos, prueban emociones estéticas en la música o en la belleza de alguna de las celebraciones, pero se quedan en unos signos externos, no viven la esencia de la Misa y de la comunión...


    a) Hemos de conocer lo esencial de la vida.

    Muchas veces vamos por la vida buscando la felicidad, y no la encontramos... más tarde, nos damos cuenta de que estaba allí al lado, en las cosas pequeñas de cada día, en las cosas obvias (que son las que olvidamos más facilmente, y así nos va...) como el sentido religioso, su sentido trascendente (olvidamos las cosas que no tienen sentido de beneficio práctico con la excusa de que "no sirven para nada", cuando son las que más sirven). Cuentan de una araña que se dejó caer por uno de sus hilos desde un árbol, para echar los soportes alrededor de un árbol y tejer su telaraña, esa malla que va engrandeciéndose con sucesivas vueltas, hasta completar su obra. Entonces, paseándose por su territorio, orgullosa de su realización, mira el hilo de arriba y dice: "éste es feo, vamos a cortarlo", olvidando que era el hilo por donde empezó todo, el que sustentaba todo. Al cortarlo, la araña desmemoriada cayó enredada en su red, prisionera de su obra. Así nosotros, encerrados en la obra de nuestra inteligencia o en el cuidado de tantas cosas... podemos olvidar la esencial, cuando cortamos el hilo de soporte. ¡No prescindamos de Dios! Es el soporte de todo lo invisible que son los valores de amor y respeto a los demás, en definitiva de felicidad. Esta dimensión invisible de la vida.


    b) La necesidad de dar culto a Dios está en lo más profundo de nuestro interior

    Cuando no le damos salida religiosa, se proyecta en formas de supersticiones varias, idolatrías de todo tipo, sectas variopintas pero peligrosas algunas de ellas, o una apatía brutal por la que no se ve sentido a nada...). Estamos en una época de "complejidad", en la que hay avances técnicos de todo tipo (nuclear, genético, informática...) y en medio del estado de bienestar, muchos de nuestros compañeros de viaje están prisioneros de la angustia ante el futuro, tienen miedos, incluso miedo a vivir. ¿Por qué tanta inseguridad? Porque todo el bienestar no da respuesta al sentido de la vida, se pierden en un "todo es relativo" que impide volar hacia arriba, mirar el cielo, en su horizonte no hay Dios; el gran ausente (todo ello causa el sentimiento de "insoportable ligereza del ser", en medio del pensamiento moderno, con un sentido de frustración y un deseo de búsqueda de Dios, de ahí las profecías del siglo XXI como "místico" porque es la única forma de recuperar el norte).

    ¿Cómo recuperar a Dios, en esta "lucha por la religión" del mundo de hoy? Cultos e ignorantes, enfermos y sanos, pobres y ricos... para hallar a Dios hay que tratarle, darle culto (pero no externo, sino que implique la conciencia, un trato de corazón a corazón, fruto del amor y no de la costumbre, creando un "espacio interior" en nuestra conciencia, solos ante el espejo de la cual encontramos el sentido de la vida, la seguridad que nos falta).

    La religión pertenece a las cosas importantes de la vida. Cuentan de un barquero que llevaba gente de un lado a otro de un gran río, y un día subió un sabiondo que empezó a increparle diciéndole: "¿conoces las matemáticas?" -"no", contestó el barquero. -"Has perdido una cuarta parte de tu vida. ¿Y la astronomía?" -"¿Esto se come o que?", contestó el pobre. "-Has perdido dos cuartas partes de tu vida". -"¿Y la astrología?" -"Tampoco", dijo el barquero. "-¡Desgraciado, has perdido tres cuartas partes de tu vida!". En aquel momento la barca se hundió, y viéndolo que se lo llevaba la corriente, le dijo el barquero: -"¡Eh, sabio!, ¿sabes nadar?" -"¡No!", contestó desesperado. -"Pues has perdido las cuatro cuartas partes de tu vida, ¡toda tu vida!" Pues para quien va por un río, lo importante no es saber tantas cosas sino saber nadar. Así las cosas esenciales de la vida, muchas veces olvidadas, son saber quién soy, de donde vengo y a donde voy, y descubrir el sentido religioso y -como dice el viejo refrán- al final de la vida el que se salva sabe y el que no no sabe nada. Los peces se ahogan sin agua y los hombres se asfixian sin aire, así nuestra alma sufre asfixia si no tiene saciada esta sed de Dios, pues el corazón del hombre está inquieto y sin paz hasta que reposa en Él.

    Siendo la religión una experiencia personal -de la que no podemos prescindir, es una necesidad-, también es social, constituye una de las tradiciones no sólo culturales sino también basilares de la misma familia (la familia que reza unida permanece unida, reza el refrán), y ante una crisis familiar (por no resistir ante las dificultades, muchas familias quedan deshechas, por no ver el cielo, por dejarse desanimar por los problemas) es especialmente importante recordar el sentido divino del contemplar el cielo. La Biblia, al relatarnos el Génesis, nos dice que Dios creó el mundo (sentido del trabajo) y luego descansó (con una mirada llena de gozosa complacencia). La celebración de este día del Señor ayuda a tener la mirada contemplativa, luz sobre todas las cosas (si nuestra mirada está sin esta luz, todo nuestro ser anda entre tinieblas). Jesús nos hace ver que ese día "se hizo para el hombre", no es un peso el descanso dominical, sino que perfecciona la persona, lo necesitamos, es recordar la necesidad de humanizar el descanso, de hacer fiesta, de libertad.

    Parte esencial de este "hacer fiesta" es el culto a Dios que desde los primeros hombres se ha dado al creador (ofreciéndole sacrificios, para mostrar la dependencia de creaturas, como reconociendo agradecimiento por los favores recibidos o pidiendo perdón). Como vemos en el relato de Caín y Abel (y nos cuentan los historiadores de los primeros pueblos) a veces quemaban parte de la cosecha, o algún animal, y con esto dedicaban a Dios una cosa, la hacían "sagrada". Pero Dios dijo que no deseaba tanto estos sacrificios como algo externo sino venido de un corazón que ama y pide perdón (que tiene misericordia). De ahí surgen las ceremonias, y el "domingo" significa "el día del Señor" porque es por excelencia el día de esta relación con Dios en la que el hombre dedica un tiempo explícito a cantar esta adoración.


    c) Redescubrir el domingo es algo vital

    Una educación que para muchos viene desde la infancia: "para mí, ir a Misa es una cosa tan natural como el respirar o el querer. Desde pequeños nos acostumbramos, y la Misa del domingo formaba parte de nuestra vida. Unos días íbamos más a gusto y otros no, pero no lo dejábamos". Mucho más teniendo en cuenta que la "motivación sociológica" cuenta mucho, y se encontrarán los hijos en una sociedad en la que hay unas modas -verdaderas dictaduras culturales- en la que ir a Misa "no está bien visto", y el adolescente queda coaccionado por el "qué dirán", "no van los jóvenes".

    Las motivaciones han de ser profundas, para no actuar por lo que hacen muchos sino conforme a la conciencia. Es cierto que en los años de adolescencia puede haber una ruptura (una decisión personal del hijo de dejar de ir a Misa), pero lo que se ha sembrado vivificará más tarde, como muchas veces pasa con la vuelta a la responsabilidad al ser padres: "vinieron los hijos... y todo fue cambiando. Siempre fui una persona inquieta, y me iba preguntando: ¿me escuchará el Señor?" y quizá cuando los hijos se preparan para hacer la primera comunión -en la edad que formulan a los padres las grandes preguntas- sienten la llamada a volver, "a través de la catequesis de padres pude expresar los sentimientos que tenía guardados durante algunos años..." y hay esta vuelta a los sacramentos, con la seguridad que esto conlleva: "he pasado momentos difíciles en mi vida, pero entre mi fe cristiana y la Misa del domingo he encontrado la fuerza para seguir adelante. Ahora entiendo mucho mejor el Evangelio...".

    Y otro: "fue cuando mi hijo comenzó a frecuentar la catequesis cuando volví a ir a la parroquia. Hice la catequesis con los otros padres y a través de todo esto me incorporé nuevamente en la Iglesia". En otros casos, esta vuelta es cuando los padres -las madres, más- tienen ya colocados los hijos y tienen menos obligaciones. Estos testimonios pueden recordarnos esos momentos que bien conocemos, cuando más que una obligación el trato con Dios se convierte en una necesidad, pues ya no podemos más, estamos "ahogados" y queremos "hacer algo".

    Pero todo ello se pierde si no hay una experiencia previa de ir a Misa, si no hay un "antes", pues entonces ya no se trata de "volver" sino de "descubrir". En cualquier caso, lo que está claro es que, a las puertas del tercer milenio, la celebración del domingo cristiano, por los significados que evoca y las dimensiones que implica en relación con los fundamentos mismos de la fe, continúa siendo un elemento característico de la identidad cristiana.

    Veamos las pegas: "La Misa es aburrida", "no me dice nada", "siempre se hace lo mismo", "no voy porque no siento la necesidad, y para hacer una cosa que no siento mejor no hacerla..." son algunas de las que hemos oído y que dirigen nuestra mirada hacia el "¿qué pasa en la Misa, que sea tan importante?" Preguntemos al chico que el día de Sant Jordi lleva la rosa a la chica que ama, si encuentra aburrido este gesto repetido año tras año; o a los que se aman si se cansan de ver las mismas caras.

    En la Misa disfrutamos saboreando una y otra vez antiguas palabras con las que han rezado tantas generaciones de cristianos, y pronunciadas por primera vez por Jesús. No hay rutina si hay amor. Nuestra vida es como una canción, que tiene letra y música. La letra consiste en todo lo que hacemos, nuestras acciones, y la música es la voz del corazón, el amor que ponemos en todo. De manera que la vida es aburrida o entusiasmante, dependiendo del amor que ponemos. ¿Aburrido?: te falta amor.

    ¿Procuras entusiasmarte haciendo las cosas porque te da la gana (aunque en algún momento no tengas ganas? Entonces lo quieres de verdad, hay amor. La Misa es sumergirse en una corriente de vida y de amor. Si hay aburrimiento puede que no hayamos conseguido aún una conexión con Él: sólo el sentimiento de la persona viva del Señor asegura una participación madura, a prueba de los diversos talantes de los celebrantes, de los cambios en los gustos musicales, del adormecimiento o de la euforia del ambiente. "Ven conmigo", nos dice Jesús. Es fácil de entender y aceptar, y con los años nos vamos dando cuenta del contenido profundo y totalizante de esta invitación. Jesús poco a poco va radicalizando su propuesta, y nos pide más. Lo descubrimos como un maestro bueno, justo y merecedor de toda nuestra confianza, y nos pide un paso más: renunciar a nosotros mismos, como Él, darnos a los demás.


    1. La Misa: fiesta del amor

    2. ¿Por qué ir a Misa?

    3. ¿Qué es la Misa?

    4. Cómo vivir mejor la Misa

    5. Conclusión: el domingo, la gran fiesta



    La Hora que da sentido a mi día
    El objetivo de la HORA SANTA es fomentar un encuentro personal y profundo con Jesucristo.
     


    En el día de mi Ordenación, tomé dos decisiones:


    1. Que ofrecería la Sagrada Eucaristía todos los sábados, en honor a la Santa Madre, para implorar su protección sobre mi sacerdocio. (La Epístola a los Hebreos ordena al sacerdote ofrecer sacrificios no sólo por los demás, sino también por sí mismo, ya que sus pecados son mayores debido a la dignidad de su oficio).

    2. Resolví también que todos los días pasaría una HORA SANTA en presencia de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento.

    He mantenido ambas decisiones en el curso de mi sacerdocio. La HORA SANTA se originó en una práctica que desarrollé un año antes de ser ordenado. La capilla grande del Seminario de San Pablo cerraba a las seis de la tarde; todavía había capillas privadas disponibles para devociones privadas y oraciones nocturnas. Esa tarde en particular, durante el recreo, caminé durante casi una hora, de un lado a otro, por la parte de afuera de la capilla mayor. Un pensamiento me surgió –¿Por qué no hacer una HORA SANTA de adoración en presencia del Santísimo Sacramento?- Empecé al día siguiente, hoy la práctica ya lleva más de sesenta años.

    Expondré brevemente algunas razones por las que he mantenido esta práctica, y por lo que la he fomentado en los demás.

  • Primero, LA HORA SANTA NO ES UNA DEVOCIÓN; es una participación en la obra de la Redención.

    En el Evangelio de san Juan, Nuestro Santísimo Señor usó las palabras hora y día en dos connotaciones totalmente diferentes. Día pertenece a Dios; la hora pertenece al maligno. Siete veces en el Evangelio de san Juan, se usa la palabra hora, y en cada instancia se refiere al demonio, y a los momentos en los que Cristo ya no está en las Manos del Padre, sino en las manos de los hombres. En el huerto de Getsemaní, Nuestro Señor contrastó dos horas –una era la hora del mal esta es vuestra hora– con la que Judas pudo apagar las luces del mundo. En contraste, Nuestro Señor preguntó: ¿No pueden velar una hora Conmigo? En otras palabras, Él pidió una hora de reparación para combatir la hora del mal; una hora de unión víctima con la Cruz para sobreponernos al anti-amor del pecado.
  • En segundo lugar, la única vez que Nuestro Señor les pidió algo a sus Apóstoles, fue la noche de su agonía. No se lo pidió a todos... tal vez porque sabía que no podía contar con su fidelidad. Pero al menos esperaba que tres le fueran fieles, Pedro, Santiago y Juan. Desde ese momento, y muy seguido en la historia de la Iglesia, el mal está despierto, pero los discípulos están durmiendo. Es por eso que de Su angustiado y solitario Corazón salió el suspiro:
    ¿No pueden velar tan solo una hora Conmigo?.

    ÉL NO ROGABA POR UNA HORA DE ACTIVIDAD, SINO POR UNA HORA DE COMPAÑÍA.
  • La tercera razón por la que mantengo la HORA SANTA es para crecer más y más a semejanza de Él. Como lo plantea san Pablo: Nos transformamos en aquello en lo que fijamos nuestra mirada. Al contemplar el atardecer, la cara toma un resplandor dorado. Al contemplar al Señor Eucarístico una hora, transforma el corazón de un modo misterioso, así como el rostro de Moisés se transformó luego de Su compañía con Dios en la montaña. Nos pasa algo parecido a lo que les pasó a los discípulos de Emaus, el domingo de Pascua por la tarde, cuando el Señor los encontró. Él les preguntó por qué estaban tan tristes, y después de pasar algún tiempo en Su presencia, y oír nuevamente el secreto de la espiritualidad –El Hijo del Hombre debe sufrir para entrar en Su Gloria– el tiempo de estar con Él terminó, y sus corazones ardían.

    La HORA SANTA ¿Es difícil? Algunas veces parecería ser difícil; podría significar tener que sacrificar un compromiso social, o levantarse una hora más temprano, pero en el fondo nunca ha sido una carga, sólo una alegría. No quiero decir que todas las HORAS SANTAS hayan sido edificantes como, por ejemplo, aquella en la Iglesia de San Roch en París. Entré en la Iglesia alrededor de las tres de la tarde, sabiendo que tenía que tomar un tren a Lourdes dos horas más tarde. Sólo hay unos diez días al año en los que puedo dormir durante el día; y este era uno de esos. Me arrodillé, y recé una oración de adoración, y luego me senté a meditar e inmediatamente me quedé dormido. Al despertar le dije al Buen Señor:¿Habré hecho una HORA SANTA? Pensé que Su ángel me decía: Bueno, esa es la forma en la que los Apóstoles hicieron su primera HORA SANTA en el huerto de Getsemaní, pero no lo hagas otra vez.

    Una HORA SANTA difícil que recuerdo fue cuando tomé un tren de Jerusalén a El Cairo. El tren partió a las cuatro de la mañana; eso significó levantarse muy temprano. En otra ocasión en Chicago, una tarde a las siete, le pedí permiso al párroco para entrar a su iglesia para hacer una HORA SANTA, ya que la iglesia estaba cerrada. Más tarde él se olvidó de que me había dejado entrar, y me pasé alrededor de dos horas tratando de encontrar una manera de escapar. Finalmente salté por una pequeña ventana y aterricé en la carbonera. Esto asustó al casero, que vino en mi auxilio.

    Al principio de mi sacerdocio hacía la HORA SANTA durante el día o a la tarde. Al acumularse los años, me volví más ocupado, y hacía la Hora temprano a la mañana, generalmente antes de la Santa Misa. Los sacerdotes, como todas las personas, se dividen en dos clases: gallos y búhos. Algunos trabajan mejor por la mañana, otros durante la noche.

    El objetivo de la HORA SANTA es fomentar un encuentro personal y profundo con Jesucristo. El santo y glorioso Dios nos invita constantemente a acercarnos a Él, conversar con Él, para pedirle las cosas que necesitamos y para experimentar la bendición de la amistad con Él. Cuando recién nos ordenamos, es fácil darnos por entero a Cristo, porque el Señor nos llena entonces de dulzura, de la misma manera en que una madre le da un caramelo a su bebe para animar su primer paso. El entusiasmo, sin embargo, no dura mucho; rápidamente aprendemos el costo del apostolado, que significa dejar redes y barcos, y contar mesas. La luna de miel termina pronto, como también el engreimiento de oír por primera vez aquel estimulante título de Padre.

    El amor sensible o amor humano disminuye con el tiempo, pero el Amor Divino no. El primero concierne al cuerpo, que responde cada vez menos a los estímulos, pero en el orden de la gracia, la respuesta de lo Divino, a lo pequeño, los actos humanos de amor se intensifican.

    NI EL CONOCIMIENTO TEOLÓGICO, NI LA ACCIÓN SOCIAL SOLA, SON SUFICIENTES PARA MANTENERNOS EN AMOR CON JESUCRISTO, A MENOS QUE AMBOS ESTÉN PRECEDIDOS POR UN ENCUENTRO PERSONAL CON ÉL.

    Moisés vio la zarza ardiendo en el desierto que no se alimentaba de ningún combustible. La llama, sin alimentarse de nada visible, continuaba existiendo sin destruir la madera. Una dedicación tan personal a Cristo no deforma ninguno de nuestros dones naturales, disposiciones o carácter; sólo renueva sin matar. Como la madera se transforma en fuego, y el fuego perdura, así nos transformamos en Cristo y Cristo perdura.

    He descubierto que lleva algún tiempo enfervorizarse rezando. Esta ha sido una de las ventajas de la Hora diaria. No es tan corta como para no permitir al alma abismarse, y sacudirse las múltiples distracciones del mundo. Sentarse ante Su Presencia es como exponer el cuerpo al sol para absorber sus rayos. El silencio en la HORA es como un tête-à-tête con el Señor. En esos momentos, uno no saca tanto oraciones escritas, sino que escucha más. No decimos: Oye, Señor, porque Tu siervo habla, sino Habla, Señor, que Tu siervo escucha.

    He buscado muchas veces una manera de explicar el hecho de que nosotros los sacerdotes debemos conocer más a Jesucristo, que más sobre Jesucristo. Muchas traducciones de la Biblia usan la palabra conocer para indicar la unión carnal de dos-en-uno. Por ejemplo: Salomón no la conocía, lo que significaba que no había tenido relaciones carnales con ella. La Santa Madre le dijo al Ángel en la Anunciación: No conozco ningún hombre. San Pablo exhorta a los maridos a poseer a sus mujeres en conocimiento. La palabra conocer aquí indica unidad carnal de dos-en-uno. La cercanía de esa identidad proviene de la cercanía de la mente con cualquier objeto que conozca. Ningún cuchillo podría separar mi mente de la idea que ella tiene de una manzana. La unión extática de marido y mujer descrita como conocimiento debe ser el fundamento de ese Amor por el cual el sacerdote ama a Cristo.

    Intimidad es... apertura sin reservas, que no guarda ningún secreto, y revela el corazón abierto a Cristo. Demasiadas veces los amigos son sólo dos barcos que pasan en la noche. El amor carnal, a pesar de que parece íntimo, a menudo puede ser un intercambio de egoísmos. El ego se proyecta en la otra persona, y lo que se ama no es la otra persona, sino el placer que la otra persona brinda. He notado a lo largo de mi vida que cuando yo retrocedía ante las demandas que el encuentro me había impuesto, me volvía más ocupado, y más preocupado con actividades. Esto me daba una excusa para decir: No tengo tiempo, como un marido que puede absorberse en el trabajo, y olvidarse del amor de su mujer.

    Es imposible para mí explicar lo útil que fue la HORA SANTA para preservar mi vocación. La Escritura brinda una considerable evidencia para probar que un sacerdote comienza a fallar en su sacerdocio cuando falla en el amor a la Eucaristía. Demasiado seguido se asume que Judas cayó porque amaba el dinero. La avaricia es rara vez el principio del error, y la caída de un embajador. La historia de la Iglesia prueba que hay muchos con dinero que se han quedado en ella. El principio de la caída de Judas, y el fin de Judas, ambos giran en torno a la Eucaristía. La primera vez que se menciona que Nuestro Señor sabía quién era el que lo iba a traicionar, es al final del capítulo seis de san Juan, que es la anunciación de la Eucaristía. La caída de Judas llegó la noche que Nuestro Señor instituyó la Eucaristía, la noche de la Ultima Cena.

    La Eucaristía es tan esencial para nuestra unión con Cristo, que ni bien Nuestro Señor la anunció en el Evangelio, comenzó a ser la prueba de fidelidad de Sus seguidores. Primero, perdió las masas, porque era muy duro en sus palabras, y ya no lo siguieron. En segundo lugar, perdió algunos de sus discípulos: Ellos ya no caminaron más con Él. Tercero, dividió su grupo de apóstoles, ya que aquí, Judas es anunciado como el traidor.

    Por lo tanto, la HORA SANTA, más allá de sus beneficios espirituales, previno mis pies de deambular muy lejos. Estar atado a un Sagrario, la propia soga no es tan larga para encontrar otras pasturas. Esa tenue lámpara del tabernáculo, aunque pálida y difusa, tiene una misteriosa luminosidad para oscurecer el brillo de las luces brillantes. La HORA SANTA se volvió como un tanque de oxígeno para revivir el soplo del Espíritu Santo en el medio de la sucia y hedionda atmósfera del mundo. Aún cuando parecía tan poco provechoso, y carente de intimidad espiritual, todavía tenía la sensación de ser al menos como un perro en la puerta de su amo, listo en caso de que me llamase.

    La Hora, también, se volvió un magisterio, y una maestra, ya que aunque antes de amar a alguien debemos conocer a esa persona, sin embargo, después sabemos, que es el Amor el que aumenta el conocimiento. Las convicciones teológicas no sólo se obtienen de las dos coberturas de un libro formal, sino de dos rodillas sobre un reclinatorio ante un Sagrario.

    Finalmente, haciendo una HORA SANTA cada día constituía para mí un área de la vida en la que podía predicar lo que practicaba. Muy pocas veces en mi vida prediqué ayunar en una manera muy rigurosa, ya que siempre el ayuno me pareció extremadamente difícil; pero podía pedirle a otros que hagan la Hora Santa, porque yo lo hacía.

    Algunas veces me hubiera gustado haber llevado un registro de las miles de cartas que he recibido de sacerdotes y laicos contándome cómo había sido la práctica de la HORA SANTA. Cada retiro para sacerdotes que predicaba tenía la HORA SANTA como resolución práctica. Demasiadas veces los retiros son como las conferencias sobre salud. Hay un acuerdo general sobre la necesidad de salud, pero falta una recomendación específica sobre cómo ser saludable. La HORA SANTA se transformó en un desafío para los sacerdotes del retiro, y después cuando los videos de mis retiros estaban disponibles para los laicos, era edificante leer sobre los que respondían a la gracia, cumpliendo una hora diaria frente al Señor. Un monseñor, por debilidad ante el alcohol, y el consecuente escándalo, se le ordena dejar su parroquia, y fue puesto a prueba en otra diócesis, de donde vino a mi retiro. Respondiendo a la Gracia de Dios, dejó el alcohol, fue restituido efectivamente en su sacerdocio, siguió haciendo la HORA SANTA todos los días, y murió en Presencia del Santísimo Sacramento.

    Como ejemplo de la gran amplitud de efectos de la HORA SANTA, una vez recibí una carta de un sacerdote en Inglaterra que decía, son sus propias palabras:“Dejé el sacerdocio, y caí en un estado de degradación.” Un sacerdote amigo lo invitó a oír el cassette sobre la HORA SANTA de un retiro que había predicado. Respondiendo a la Gracia, fue restituido nuevamente al sacerdocio, y se le confió el cuidado de una parroquia. La Divina Misericordia produjo en él, un cambio, y recibí esta carta:

    La semana pasada tuvimos nuestra Solemne Exposición anual del Santísimo Sacramento. Animé a bastantes personas a venir y velar todo el día, y todos los días, y así no teníamos que reservar el Santísimo Sacramento por la falta de personas para velar. La ultima tarde,organicé una procesión con los Primeros Comulgantes, tirando pétalos de rosas delante del Señor. Los hombres de la parroquia formaron una Guardia de Honor. El resultado fue sorprendente: había más de 250 personas presentes para la procesión fina, y la HORA SANTA. Estoy convencido de que nuestra gente está buscando muchas de las viejas devociones que muchas de las parroquias han sacado, y esto pasa porque nosotros los sacerdotes no podemos ser molestados con incomodidades. El año que viene espero que la Exposición Solemne sea aun con más cantidad de gente ya que ahora se está conociendo la noticia. El último par de semanas he empezado un grupo de estudio de la Biblia; esto es para animar a nuestra gente a leer la Palabra de Dios. Comienzo con la lectura de las Escrituras que meditamos esa tarde; luego tenemos una breve exposición del Santísimo Sacramento, y meditación hasta el momento de la Bendición. He empezado también a recorrer las calles alrededor de la parroquia, y rezo Misa cada semana en una casa de cada cuadra, e invito a toda la gente de esa calle a venir y participar. La respuesta ha sido bastante buena, teniendo en cuenta que recién empiezo. No me quiero convertir en un sacerdote activista, así que me levanto temprano hago mi HORA SANTA. Aun tengo mis problemas personales para controlar, pero he tomado coraje de sus palabras: tendrás que combatir muchas batallas, pero no te preocupes porque al final ganarás la guerra ante el Santísimo Sacramento.

    Muchos laicos que han leído los libros u oído los casettes, también están haciendo la HORA SANTA.

    Otro de los frutos de la HORA SANTA es la sensibilidad a la Presencia Eucarística de Nuestro Divino Señor. Me acuerdo de haber leído en Lacordaire, el famoso orador de la Catedral de Notre Dame en París: dame un joven que pueda atesorar por días, semanas y años, el regalo de una rosa, o el apretón de la mano de un amigo.

    Viendo al principio de mi sacerdocio que cuando la sensibilidad y la delicadeza se pierden, los matrimonios se destruyen y los amigos se separan, tome varias medidas para conservar esa responsabilidad. Recién ordenado, y como estudiante en la Universidad Católica de Washington, nunca entraba a clase, sin antes subir la escalera hasta la capilla en Caldwell Hall para hacer un pequeño acto de amor a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento. Mas tarde en la Universidad de Louvain en Bélgica, entraba a visitar a Nuestro Santísimo Señor en cada una de las iglesias por las que pasaba para llegar a clase. Cuando seguí el trabajo de graduación en Roma, y fui a la Angelicum y Gregoriana, visitaba cada iglesia en el camino desde la zona del Trastevere donde vivía. Esto no es nada fácil en Roma, porque hay iglesias en casi todas las esquinas. Fred Allen dijo una vez que Roma tiene una iglesia en una esquina, para que se pueda rezar antes de cruzar la calle, y la iglesia en la otra esquina, para agradecer a Dios de haberlo logrado.


    Tiempo después como profesor en la Universidad Católica en Washington, arreglé para poner una capilla al frente de mi casa. Esto es para que siempre pudiera, antes y después de salir, ver la lámpara del Sagrario como una señal para ir a adorar el Corazón de Jesucristo por lo menos por unos pocos segundos. He tratado de ser fiel a esta practica durante toda mi vida, y aun ahora, en el departamento en New York donde vivo, la capilla está entre mi estudio y mi dormitorio. Esto quiere decir que no me puedo mover de un área, de mi pequeño departamento, a la otra sin al menos una genuflexión, y una pequeña jaculatoria a nuestro Señor en el Santísimo Sacramento.

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    El 3 de Octubre de 1979 fue un momento muy especial para el arzobispo Fulton J. Sheen. El Papa Juan Pablo II lo abrazó en la Catedral de San Patricio, New York, y le dijo:
    “¡Has escrito y hablado bien de nuestro Señor Jesucristo. Eres un hijo leal de la Iglesia!".

    Tres meses más tarde, el 9 de diciembre de 1979, el Señor se llevó al buen obispo al cielo.

    Su único deseo desde entonces sería, atraer el mundo al Corazón ardiente de Jesús en el Santísimo Sacramento. La pequeña le enseñó el verdadero valor y celo que se debe tener por la Eucaristía; como la fe puede sobreponerse a todo miedo, y como el verdadero amor a Jesús en la Eucaristía debe trascender a la vida misma. Lo que se esconde en la Hostia Sagrada es la gloria de Su Amor. Todo lo creado es un reflejo de la realidad suprema que es Jesucristo. El sol en el cielo es tan solo un símbolo del Hijo de Dios en el Santísimo Sacramento. Por eso es que muchas custodias imitan los rayos de sol. Como el sol es la fuente natural de toda energía, el Santísimo Sacramento es la fuente sobrenatural de toda gracia y amor.

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    Unos meses antes de su muerte el arzobispo Fulton J. Sheen fue entrevistado por la televisión: "Su Eminencia, usted ha inspirado a millones de personas en todo el mundo. ¿Quien lo inspiró a usted? ¿Fue acaso un Papa?".

    Monseñor Sheen respondió que su mayor inspiración no fue un Papa, ni un Cardenal, ni otro obispo, ni siquiera fue un sacerdote o monja.

    Fue una niña china de once años de edad. Explicó que cuando los comunistas se apoderaron de China, encarcelaron a un sacerdote en su propia rectoría cerca de la Iglesia. El sacerdote observó aterrado desde su ventana como los comunistas penetraban en el templo y se dirigían al Sagrario. Profanaron el tabernáculo, tomaron el copón y lo tiraron al piso, esparciendo las hostias consagradas. Eran tiempos de persecución y el sacerdote sabía exactamente cuantas hostias contenía el copón: treinta y dos. Cuando los comunistas se retiraron, tal vez no se dieron cuenta, o no prestaron atención a una niñita que rezaba en la parte de atrás de la iglesia, la cual vio todo lo sucedido. Esa noche la pequeña regresó y, evadiendo la guardia apostada en la rectoría, entró al templo. Allí hizo una hora santa de oración, un acto de amor para reparar. Después de su hora santa, entró en el santuario, se arrodilló, e inclinándose hacia delante, con su
    recibió a Jesús en la Sagrada Comunión. (En aquel tiempo no se permitía a los laicos tocar la Eucaristía con sus manos). La pequeña continuó regresando cada noche, haciendo su hora santa y recibiendo a Jesús Eucarístico en su lengua. En la trigésima segunda noche, después de haber consumido la última hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al guardia. Este corrió detrás de ella, la agarró, y la golpeó hasta matarla con la culata de su rifle. Este acto de martirio heroico fue presenciado por el sacerdote mientras, sumamente abatido, miraba desde la ventana de su cuarto convertido en celda.
    Cuando Fulton Sheen escuchó el relato, se inspiró a tal grado que prometió a Dios que haría una hora santa frente a Jesús Sacramentado todos los días por el resto de su vida.
    Si aquella pequeña pudo dar testimonio con su vida de la real Presencia de su Salvador en el Santísimo Sacramento, entonces el obispo se veía obligado a lo mismo.


  • La Santa Misa
    Explicación de la misa. Carta del Cardenal Norberto Rivera.
     

    Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio. Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda (I Corintios 9, 16-19).

    Estas frases de san Pablo podrían aplicarse a toda la Iglesia. Esto es lo que ha hecho la Iglesia desde sus orígenes: proclamar el Evangelio. Siendo libre, se ha hecho esclava de muchos, servidora abnegada, para ganar para el Evangelio a la mayoría, a los más que ha podido y puede, para entregarles la revelación de Jesucristo que nos descubre el amor y nos abre las puertas de la salvación. El Evangelio es el centro de la primera parte de la Misa: la liturgia de la palabra. La Iglesia proclama solemnemente la Buena Nueva (Eu-angelion: Evangelio) de Jesucristo en la liturgia eucarística.

    La Eucaristía es el misterio de la fe y, por tanto, es necesario que la asamblea cristiana de los fieles alimente su fe escuchando la palabra de Dios antes de acercarse a su mesa. Seguimos así una tradición que nace con la Iglesia (Cf Hechos 20, 7-11). El mismo Jesús en la Última Cena enseñó el mandamiento del amor antes de partir el pan con sus apóstoles (Cf Juan 13) o leyó y explicó la palabra de Dios en la Sinagoga (Cf Lucas 4, 16), tal como hacemos hoy en todas las misas del mundo. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña:

    La liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura fundamental que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica:

    - la reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración universal;
    - la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la comunión.

    Liturgia de la Palabra y liturgia eucarística constituyen juntas "un solo acto de culto" (Cf Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium 56); en efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor (Cf Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Dei Verbum 21) (Catecismo de la Iglesia Católica 1346).

    La liturgia de la Palabra comprende "los escritos de los profetas", es decir, el Antiguo Testamento, y "las memorias de los apóstoles", es decir, sus cartas y los Evangelios; después, la homilía que exhorta a acoger esta palabra como lo que "es verdaderamente, Palabra de Dios" (I Tesalonicenses 2,13), y a ponerla en práctica; vienen luego las intercesiones por todos los hombres, según la palabra del apóstol: "Ante todo, recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constitui-dos en autoridad" (I Timoteo 2,1-2).
    (Catecismo de la Iglesia Católica 1349).

    La lectura se hace desde un lugar destacado, el “ambón”, un puesto algo elevado y bien visible. Cualquier bautizado puede realizar este ministerio litúrgico, pero debe prepararse para hacerlo digna y eficazmente.

    La primera lectura casi siempre se toma del Antiguo Testamento. Puede ser un libro histórico, de la ley, de los profetas o de los escritros sapienciales. La Iglesia ha distribuido los principales textos del Antiguo Testamento a lo largo de todo el Año Litúrgico estableciendo así un ciclo catequético que ayuda a conocer a fondo las Sagradas Escrituras. El salmo responsorial, tomado del libro bíblico de los Salmos, reaviva en nosotros sentimientos del salmista y ofrece un versículo que repite toda la asamblea y que, generalmente, ofrece la interpretación cristiana del salmo. Desde la venida de Jesucristo, leemos el Antiguo Testamento a la luz de Cristo, como una profecía ya cumplida. Con el Salmo Responsorial se cierra lo que nos refiere San Lucas en su evangelio: Después les dijo: “Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito acerca de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos’.” Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras (Lucas 24, 44-45). El Nuevo Testamento que vamos a leer a continuación nos va a mostrar el cumplimiento de todo lo anunciado en el Antiguo. Jesucristo, en la liturgia, vuelve a abrir nuestras inteligencias para que comprendamos desde el amor las Sagradas Escrituras. La actitud del cristiano debe ser la de poner atención a las lecturas para captar y penetrar las luces y gracias que el Espíritu Santo le quiere ofrecer en la escucha atenta de la palabra de Dios. Por eso, hay que dar lugar en nuestras vidas a la meditación de las lecturas de la liturgia, siguiendo el ejemplo de la Santísima Virgen que “conservaba todas las cosas en su corazón” (Cf Lucas 2, 19; 2, 51).

    Con la lectura del Nuevo Testamento entramos en contacto con la doctrina de los Apóstoles que construyeron los cimientos de la Iglesia, siempre fieles a lo que habían visto y escuchado del Señor. Por tanto, son el vehículo más autorizado para entrar en contacto con la vida y las enseñanzas del Maestro. Por eso, en el tiempo Pascual, los cincuenta días después de la Solemnidad de la Resurrección, la primera lectura se toma del Apocalipsis o de los Hechos de los Apóstoles en lugar del Antiguo Testamento; así se acentúa la importancia determinante que tuvo en la vida de la Iglesia lo que los apóstoles hacían y enseñaban después de la Resurrección de Jesucristo. Las lecturas de las cartas de los apóstoles nos enseñan cómo su doctrina sigue guiando a la Iglesia a través de los tiempos y continúa siendo punto de referen-cia obligado para todo el que quiera ser un buen seguidor de Jesucristo. Los apóstoles son los pilares de la Iglesia y, por ello, decimos que la Iglesia es apostólica (Cf Efesios 2, 20; Apocalipsis 21, 14). El Catecismo de la Iglesia Católica lo explica en el número 857:

    La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:
    - Fue y permanece edificada sobre "el fundamento de los apósto-les" (Ef 2,20), testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo.
    - Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza, el buen depósito, las sanas palabras oídas a los apóstoles.
    - Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, "a los que asisten los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia": “Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos pastores, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio” (Misal Romano)
    .

    El segundo sentido de la apostolicidad que anuncia este número del Catecismo tiene un cumplimiento especial en la lectura de las epístolas apostólicas durante la liturgia eucarística: la liturgia guarda y transmite la enseñanza de los apóstoles.

    El “Aleluya” es la aclamación de la ciudad futura, Jerusalén (Cf Tobías 13, 16-17), con la que se saluda a Cristo como vencedor de la antigua Babel (Cf Apocalipsis 19, 1-9). El “aleluya” resuena en el rito cristiano mientras el Evangeliario (libro de los santos Evangelios) es llevado al ambón acompañado de los cirios y el incienso. En ese momento, la asamblea se levanta y saluda al Señor que se dirige a nosotros, a cada uno en particular y a toda la Iglesia, con las palabras del Evangelio. El aleluya suele ser cantado, no desde el ambón, como el Salmo, y es repetido por toda la asamblea. Después se canta el versículo señalado por el leccionario y luego se repite el “alelu-ya”. Después de la lectura del Evangelio se puede repetir el “aleluya” cantado por toda la asamblea. Durante la Cuaresma, la Iglesia, peregrina en el desierto en prepara-ción para la Pascua del Señor, renuncia al “aleluya”, canto de la tierra prometida, y entona antes del Evangelio otra alabanza a Cristo adecuada al momento. El día de Pascua, la Iglesia saluda de nuevo con el “aleluya” la resurrección del Señor.

    La proclamación del Evangelio. Este momento es uno de los ejes centrales de la Misa, el culmen de la liturgia de la palabra y, por ello, se reviste con una solemnidad especial. El lector del Evangelio, un diácono o un presbítero, se preparan de distinta forma para leer el Evangelio: el presbítero con una oración en secreto que dice mientras hace una reverencia al altar: “purifica, Señor, mis labios y mi corazón, para que anuncie dignamente el Evangelio”; el diácono, sin embargo, recibe la bendición del celebrante principal y se dirige en procesión hasta el ambón. Desde allí proclama el Evangelio, que es siempre un texto (en griego, “perícopa”) tomado de uno de los cuatro evangelios. Comienza con el saludo a la asamblea: “el Señor esté con ustedes” que hace patente la presencia de Cristo en la palabra del Evangelio. Todo el pueblo se pone de pie mirando hacia el ambón. Después, el lector del Evangelio hace la señal de la cruz sobre el Evangelio, la mente, la boca y el corazón. La asamblea se signa con la cruz triple. Al final de la lectura, después de la aclamación a Cristo de todo el pueblo presente (“Gloria a ti, Señor Jesús”), besa el libro en señal de reverencia, igual que se besa el altar al inicio y al final de la Misa.

    La homilía. La homilía busca explicar y actualizar los textos sagrados durante la liturgia, pero el hecho de que sea explicación o actualización no quita que lleve una fuerte carga de motivación y de persuasión buscando guiar a los fieles en el mejor seguimiento de Cristo. La deben decir sólo los obispos, los sacerdotes o los diáconos, que son ministros ordenados y, por tanto, representan oficialmente a Cristo presente entre nosotros. Ellos presiden la Liturgia de la Palabra en la Misa. Es obligatoria en todas las misas de domingo y de días festivos y en todas las celebraciones del Bautismo, la Confirmación, el Matrimonio y las Sagradas Órdenes. Se recomienda en los días feriales del tiempo de Adviento, de Cuaresma y de Pascua. Debe ayudar a profundizar la liturgia y, por ello, no puede ser superficial ni quedarse en aspectos puramente sociológicos o políticos. No hay que olvidar que la homilía está incluida en un acto litúrgico, de culto, de oración, y por tanto, no hay que perder ese ambiente espiritual de diálogo con Dios sobre lo que el sacerdote nos está diciendo.

    La profesión de fe. Los domingos o los días de las grandes solemnidades, toda la asamblea reunida para celebrar la Eucaristía recita o canta el Credo como profesión de fe después de la homilía. Decir el Credo es renovar el Bautismo, gracias al cual podemos presentarnos ante el altar para participar en el sacrificio eucarístico. El rezo del Credo representa la comunión de fe que existe entre todos los miembros de la Iglesia, todos participan en la Eucaristía porque creen en la misma revelación de Jesucristo. Esta comunión de fe es, al mismo tiempo, comunión con todos los miem-bros del mismo cuerpo.

    La oración de los fieles u oración universal cierra la Liturgia de la Palabra. Siguiendo las enseñanzas de san Pablo: Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad (I Timoteo 2, 1-4). La asamblea reunida ora por toda la humanidad, por todos los que gobiernan y tienen autoridad, por la paz en el mundo y por las necesidades de la Iglesia. Es un momento importante de la liturgia en que todos los presentes se hacen solidarios con los hombres que padecen necesidad. La oración de los fieles es introducida y concluida por el sacerdote, mientras que las peticiones pueden ser leídas por los miembros de la asamblea. El orden normal de las peticiones suele ser el siguiente: primero se pide por las intenciones de la Iglesia, luego por los gobernan-tes y por la salvación del mundo, después por las personas que tienen especiales necesidades y, finalmente, por la comunidad local reunida en asamblea. En algunas ocasiones especiales, como en los matrimonios, las primeras comuniones, las confir-maciones o las ordenaciones sacerdotales, es aconsejable que los que reciben los sacramentos preparen las peticiones incluyendo en ellas las intenciones que lleven en su corazón sin dejar de lado las intenciones universales. Siempre son oraciones, no interpelaciones morales o momentos de diálogo. La asamblea eucarística siempre acoge las peticiones como un acto de culto pronunciando alguna invocación como: “escúchanos, Señor”, “te rogamos, óyenos”, “Señor, ten piedad de nosotros”, etc.

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