Esta
comida es para muchos cristianos la oración suprema, pues hay en su fondo
aspectos universales como el pan y el vino de la tierra, hay elementos de
interioridad o encuentro personal con lo divino –la Palabra Sagrada-, y sobre
todo una intensa evocación de historia; ya que en el mismo centro de su
plegaria, los cristianos recordamos a Jesús y rememoramos y actualizamos el
sacramento de su amor.
Aquel sacramento por medio del cual dio su muerte a
favor de los demás, anticipando su venida salvadora. Igualmente, en su mismo
centro, esta plegaria es comunión interhumana, descubrimiento y cultivo de la
más honda comunicación creyente.
1Cor
11,23 Yo recibí del Señor lo que os he transmitido: Que Jesús, el
Señor, en la noche que fue entregado, tomó pan, 11,24 dio
gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por
vosotros; haced esto en memoria mía". 11,25 Después
de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo: "Este cáliz es la nueva
alianza sellada con mi sangre; cada vez que la bebáis, hacedlo en memoria
mía". 11,26 Pues siempre que coméis este pan y bebéis
este cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva.
La eucaristía, considerada por muchos una comida espiritual a través de
los siglos, en su origen no fue instituida como unida a la comida social de las
personas.
En la religión hebrea la comida tiene un carácter muy relevante en
cuanto a la relación del sujeto con Dios. Existían comidas sagradas, por
ejemplo aquella en la cual se ratifico la alianza con Dios.
El texto del Éxodo
nos refiere una doble tradición: una, que describe el sacrificio como rito
esencial de la alianza, y otra que muestra la expresión de la alianza en la
comida. Respecto a esta última tradición se nos dice que los setenta ancianos
de Israel, que habían subido con Moisés al monte, contemplaron a Dios:
Éxodo
24,9 Moisés, Aarón, Nadab, Abihú y setenta ancianos de Israel
subieron 24,10 y vieron al Dios de Israel. Bajo sus pies
había como un pavimento de zafiro, semejante en claridad al mismo cielo. 24,11 No
extendió su mano contra aquellos elegidos de Israel; y ellos vieron a Dios,
comieron y bebieron.
Aquí, como en nuestra actual celebración eucarística, se interpreta la
comida como comensalía en la cual participa Dios, como manjar y como comensal;
haciendo participes a los asistentes de toda su esencia.
Si miramos estas
comidas sagradas desde el punto de vista histórico, en ellas advertimos,
estrictos rituales, un Dios implacable y temeroso y una comunidad a la cual en
muchos casos le es imposible hacer comunidad, ya que están continuamente siendo
objeto del cumplimiento de la ley, que es la que salva.
Cuando miramos estas
celebraciones desde la perspectiva instaurada por Jesús, vemos que desaparecen
las estrictas rescisiones y se da paso a una comida de amigos, sin otro
particular que la unidad como elemento que cohesiona entre Dios, Jesús y sus
hijos, por medio del compartir de su Espíritu Santo.
Aunque Jesús nunca
mencionara la expresión “eucaristos/eucaristía”, como acción de gracias, lo
deja implícito ya que la unión de los que se aman es siempre motivo de grandeza
para el Señor, pues considera cumplido su objetivo. Si aquella unión de doce
amigos fue efectivamente fraternal, Jesús nos deja dicho que espera de
nosotros, la repetición de ese “ZIKKARON”=MEMORIAL:
1Cor
11,24 “dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que
se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía".
La memoria en la concepción de los judíos –y Jesús lo era-, es la
celebración conmemorativa de un acontecimiento del pasado que se hace presente en la comunidad
celebrante, la cual toma parte en el acontecimiento y en la salvación que el
acontecimiento anuncia.
Por tanto, el “memorial” no es un mero recuerdo de lo
que pasó, sino que es la actualización del hecho que se recuerda. Y, ¿cuál era
el recuerdo de los amigos más cercanos de Jesús?. ¿Qué era aquello que
mantenían con más frescura en su retina?.
Sin lugar a dudas no podemos estar en
la mente de ellos, pero por sus enseñanzas advertimos que el acontecimiento de
la nueva economía de la salvación –te salvas porque amas y no porque cumples la
ley-, y la contemplación de un Dios que es amor de padre, fueron sin lugar a
dudas aquello con lo que quedaron marcados, ya que como judíos, no tenían esa
concepción de Dios.
Mc
12,28 Un maestro de la ley que había oído la discusión, viendo
que les había contestado bien, se le acercó y le preguntó: "¿Cuál es el
primero de todos los mandamientos?". 12,29 Jesús
respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor, Dios nuestro, es el
único Señor; 12,30 y amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. 12,31 El
segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor
que éstos". 12,32 El escriba le dijo: "Muy bien,
maestro; con razón has dicho que él es uno solo y que no hay otro fuera de él, 12,33 y
amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y
amar al prójimo como a sí mismo vale mucho más que todos los holocaustos y
sacrificios".
Por medio de esta inapelable enseñanza, se vinculan los dos rasgos
principales de la confesión cristiana: amar a Dios y amar al prójimo.
Ellos
definen la oración eucarística, que es un diálogo con Dios siendo diálogo de
amor y comunicación entre la comunidad. Por ello, al unirse con Dios, el orante
se vincula con el único proyecto de este –Dios-, en plegaria compartida.
Por
ello toda oración es, de algún modo, comunión fraterna, ya que al formar parte
activamente de la comunidad eclesial, se llevan los deseos y anhelos de esta,
allá donde estemos y aunque estemos momentáneamente solos.
Pero no debemos de olvidar el sentido de gratuidad de la celebración
eucarística, en cuanto a unión común de los que amándose, conforman el pueblo
de Dios, y ven en el compartir de los alimentos, en la escucha de la palabra y
en el abrazo de la paz –como signo de amor-, los signos visibles de la
presencia del sacramento de la fraternidad.
Tengamos en cuenta que, bien por
cultura, o por un excesivo afán de preservación del misterio eucarístico, hemos
envuelto a Dios en demasiadas capas, como para que ahora en esta etapa concreta
a muchas personas les resulte difícil romper ciertos arquetipos, para llegar al
centro de Dios, que en realidad son ellos mismos.
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