viernes, 2 de noviembre de 2012

Martín de Porres, Santo


Religioso dominico, noviembre 3
 
Martín de Porres, Santo
Martín de Porres, Santo

Religioso dominico, peruano



El racismo, esa distinción que hacemos los hombres distinguiendo a nuestros semejantes por el color de la piel es algo tan sinsentido como distinguirlos por la estatura o por el volumen de la masa muscular. Y lo peor no es la distinción que está ahí sino que ésta lleve consigo una minusvaloración de las personas -necesariamente distintas- para el desempeño de oficios, trabajos, remuneraciones y estima en la sociedad. Un mulato hizo mayor bien que todos los blancos juntos a la sociedad limeña de la primera mitad del siglo XVII.

Fue hijo bastardo del ilustre hidalgo -hábito de Alcántara- don Juan de Porres, que estuvo breve tiempo en la ciudad de Lima. Bien se aprecia que los españoles allá no hicieron muchos feos a la población autóctona y confiemos que el Buen Dios haga rebaja al juzgar algunos aspectos morales cuando llegue el día del juicio, aunque en este caso sólo sea por haber sacado del mal mucho bien. Tuvo don Juan dos hijos, Martín y Juana, con la mulata Ana Vázquez. Martín nació mulato y con cuerpo de atleta el 9 de diciembre de 1579 y lo bautizaron, en la parroquia de San Sebastián, en la misma pila que Rosa de Lima.

La madre lo educó como pudo, más bien con estrecheces, porque los importantes trabajos de su padre le impedían atenderlo como debía. De hecho, reconoció a sus hijos sólo tardíamente; los llevó a Guayaquil, dejando a su madre acomodada en Lima, con buena familia, y les puso maestro particular.

Martín regresó a Lima, cuando a su padre lo nombraron gobernador de Panamá. Comenzó a familiarizarse con el bien retribuido oficio de barbero, que en aquella época era bastante más que sacar dientes, extraer muelas o hacer sangrías; también comprendía el oficio disponer de yerbas para hacer emplastos y poder curar dolores y neuralgias; además, era preciso un determinado uso del bisturí para abrir hinchazones y tumores. Martín supo hacerse un experto por pasar como ayudante de un excelente médico español. De ello comenzó a vivir y su trabajo le permitió ayudar de modo eficaz a los pobres que no podían pagarle. Por su barbería pasarán igual labriegos que soldados, irán a buscar alivio tanto caballeros como corregidores.

Pero lo que hace ejemplar a su vida no es sólo la repercusión social de un trabajo humanitario bien hecho. Más es el ejercicio heroico y continuado de la caridad que dimana del amor a Jesucristo, a Santa María. Como su persona y nombre imponía respeto, tuvo que intervenir en arreglos de matrimonios irregulares, en dirimir contiendas, fallar en pleitos y reconciliar familias. Con clarísimo criterio aconsejó en más de una ocasión al Virrey y al arzobispo en cuestiones delicadas.

Alguna vez, quienes espiaban sus costumbres por considerarlas extrañas, lo pudieron ver en éxtasis, elevado sobre el suelo, durante sus largas oraciones nocturnas ante el santo Cristo, despreciando la natural necesidad del sueño. Llamaba profundamente la atención su devoción permanente por la Eucaristía, donde está el verdadero Cristo, sin perdonarse la asistencia diaria a la Misa al rayar el alba.

Por el ejercicio de su trabajo y por su sensibilidad hacia la religión tuvo contacto con los monjes del convento dominico del Rosario donde pidió la admisión como donado, ocupando la ínfima escala entre los frailes. Allí vivían en extrema pobreza hasta el punto de tener que vender cuadros de algún valor artístico para sobrevivir. Pero a él no le asusta la pobreza, la ama. A pesar de tener en su celda un armario bien dotado de yerbas, vendas y el instrumental de su trabajo, sólo dispone de tablas y jergón como cama.

Llenó de pobres el convento, la casa de su hermana y el hospital. Todos le buscan porque les cura aplicando los remedios conocidos por su trabajo profesional; en otras ocasiones, se corren las voces de que la oración logró lo improbable y hay enfermos que consiguieron recuperar la salud sólo con el toque de su mano y de un modo instantáneo.

Revolvió la tranquila y ordenada vida de los buenos frailes, porque en alguna ocasión resolvió la necesidad de un pobre enfermo entrándolo en su misma celda y, al corregirlo alguno de los conventuales por motivos de clausura, se le ocurrió exponer en voz alta su pensamiento anteponiendo a la disciplina los motivos dimanantes de la caridad, porque "la caridad tiene siempre las puertas abiertas, y los enfermos no tienen clausura".

Pero entendió que no era prudente dejar las cosas a la improvisación de momento. La vista de golfos y desatendidos le come el alma por ver la figura del Maestro en cada uno de ellos. ¡Hay que hacer algo! Con la ayuda del arzobispo y del Virrey funda un Asilo donde poder atenderles, curarles y enseñarles la doctrina cristiana, como hizo con los indios dedicados a cultivar la tierra en Limatombo. También los dineros de don Mateo Pastor y Francisca Vélez sirvieron para abrir las Escuelas de Huérfanos de Santa Cruz, donde los niños recibían atención y conocían a Jesucristo.

No se sabe cómo, pero varias veces estuvo curando en distintos sitios y a diversos enfermos al mismo tiempo, con una bilocación sobrenatural.

El contemplativo Porres recibía disciplinas hasta derramar sangre haciéndose azotar por el indio inca por sus muchos pecados. Como otro pobre de Asís, se mostró también amigo de perros cojos abandonados que curaba, de mulos dispuestos para el matadero y hasta lo vieron reñir a los ratones que se comían los lienzos de la sacristía. Se ve que no puso límite en la creación al ejercicio de la caridad y la transportó al orden cósmico.

Murió el día previsto para su muerte que había conocido con anticipación. Fue el 3 de noviembre de 1639 y causada por una simple fiebre; pidiendo perdón a los religiosos reunidos por sus malos ejemplos, se marchó. El Virrey, Conde de Chinchón, Feliciano de la Vega -arzobispo- y más personajes limeños se mezclaron con los incontables mulatos y con los indios pobres que recortaban tantos trozos de su hábito que hubo de cambiarse varias veces.

Lo canonizó en papa Juan XXIII en 1962.

Desde luego, está claro que la santidad no entiende de colores de piel; sólo hace falta querer sin límite.


¿Qué nos enseña su vida?

La vida de San Martín nos enseña:
  • A servir a los demás, a los necesitados. San Martín no se cansó de atender a los pobres y enfermos y lo hacía prontamente. Demos un buen servicio a los que nos rodean, en el momento que lo necesitan. Hagamos ese servicio por amor a Dios y viendo a Dios en las demás personas.

  • A ser humildes. San Martín fue una persona que vivió esta virtud. Siempre se preocupó por los demás antes que por él mismo. Veía las necesidades de los demás y no las propias. Se ponía en el último lugar.
    A llevar una vida de oración profunda. La oración debe ser el cimiento de nuestra vida. Para poder servir a los demás y ser humildes, necesitamos de la oración. Debemos tener una relación intima con Dios

  • A ser sencillos. San Martín vivió la virtud de la sencillez. Vivió la vida de cara a Dios, sin complicaciones. Vivamos la vida con espíritu sencillo.

  • A tratar con amabilidad a los que nos rodean. Los detalles y el trato amable y cariñoso es muy importante en nuestra vida. Los demás se lo merecen por ser hijos amados por Dios.

  • A alcanzar la santidad en nuestra vidas. Por alcanzar esta santidad, luchemos...

  • A llevar una vida de penitencia por amor a Dios. Ofrezcamos sacrificios a Dios.


  • San Martín de Porres se distinguió por su humildad y espíritu de servicio, valores que en nuestra sociedad actual no se les considera importantes. Se les da mayor importancia a valores de tipo material que no alcanzan en el hombre la felicidad y paz de espíritu. La humildad y el espíritu de servicio producen en el hombre paz y felicidad.

    Oración
    Virgen María y San Martín de Porres, ayúdenme este día a ser más servicial con las personas que me rodean y así crecer en la verdadera santidad.
     
     
    San Martín de Porres
    SAN MARTIN DE PORRES

    Religioso dominico, peruano.
    Fiesta: 3 de noviembre
    «Martín de la caridad» -Homilía de S.S. Juan XXIII en su canonización

    San Martín de Porres-Vida de los Santos de BUTLER. Adaptada por el Padre Jordi Rivero
    SAN MARTIN DE PORRES fue un mulato, nacido en Lima, capital del Perú, en el 9 de diciembre de 1579. En el libro de bautismo fue inscrito como "hijo de padre desconocido". Era hijo natural del caballero español Juan de Porres (o Porras según algunos) y de una india panameña libre, llamada Ana Velásquez. Martín heredó los rasgos y el color de la piel de su madre, lo cual vio don Juan de Porres como una humillación
    Vivió pobremente hasta los ocho años en compañía de la madre y de una hermanita que nació dos años después.  Estuvo un breve tiempo con su padre en el Ecuador ya que este llegó a reconocerlo y también a la hermanita.  Nuevamente quedó separado del padre le mandaba lo necesario para hacerle terminar los estudios.
    Martín era inteligente y tenía inclinación por la medicina. Había aprendido las primeras nociones en la droguería-ambulatorio de dos vecinos de casa. La profesión de barbero en aquella época estaba ligada con la medicina.  Así adquirió conocimientos de medicina y durante algún tiempo, ejerció esta doble carrera.
    Sintiendo grandes deseos de perfección, pidió ser admitido como donado en el convento de los dominicos del Rosario en Lima. Su misma madre apoyó la petición del santo y éste consiguió lo que deseaba cuando tenía unos quince años de edad.
    En el convento su vida de heroica virtud fue pronto conocida de muchos. Fue admitido sólo como "donado", es decir, como terciario y le confiaron los trabajos más humildes de la comunidad. Martín es recordado con la escoba, símbolo de su humilde servicio.  Su humildad era tan ejemplar, que se alegraba de las injurias que recibía, incluso alguna vez de parte de otros religiosos dominicos, como uno que, enfermo e irritado, lo trató de perro mulato. En una ocasión, cuando el convento estaba en situación económica muy apurada, Fray Martín, espontáneamente se ofreció al Padre Prior para ser vendido como esclavo, ya que era mulato, a fin de remediar la situación.
    Advirtiendo los superiores de Fray Martín su índole mansa y su mucha caridad, le confiaron, junto con otros oficios, el de enfermero, en una comunidad que solía contar con doscientos religiosos, sin tomar en consideración a los criados del convento ni a los religiosos de otras casas que, informados de la habilidad del hermano, acudían a curarse a Lima.
    Bastante trabajo tenía el joven hermano, pero no por eso limitaba su compasión a los de su orden, sino que atendía a muchos enfermos pobres de la ciudad. El día 2 de junio de 1603, después de nueve años de servir a la orden como donado, le fue concedida la profesión religiosa y pronunció los votos de pobreza, obediencia y castidad.
    Juntaba a su abnegada vida una penitencia austerísima, se maltrataba con dormir debajo de una escalera unas cuantas horas y con apenas comer lo indispensable. Pasaba la mitad de la noche rezando a un crucifijo grande que había en su convento iba y le contaba sus penas y sus problemas, y ante el Santísimo Sacramento y arrodillado ante la imagen de la Virgen María pasaba largos tiempos rezando con fervor. Añadía a esto un espíritu de oración y unión con Dios que lo asemejaba a otros grandes contemplativos.
    Dios quiso que su santidad se conociera fuera de las paredes del monasterio, por los extraordinarios carismas con que lo había enriquecido, entre ellos, la profecía, éxtasis y la bilocación. Sin salir de Lima, fue visto en África, en China y en Japón, animando a los misioneros que se encontraban en dificultad.  Mientras permanecía encerrado en su celda lo veían llegar junto a la cama de ciertos moribundos a consolarlos.  En ocasiones salía del convento a atender a un enfermo grave, y volvía luego a entrar sin tener llave de la puerta y sin que nadie le abriera. Preguntado cómo lo hacía, respondía: "Yo tengo mis modos de entrar y salir".
    Se le vio repetidas veces en éxtasis y, algunas levantado en el aire muy cerca de un gran crucifijo que había en el convento. A el acudían teólogos, obispos y autoridades civiles en busca de consejo. Más de una vez el mismo virrey tuvo que esperar ante su celda porque Martín estaba en éxtasis.
    Llegaron los enemigos a su habitación a hacerle daño y él pidió a Dios que lo volviera invisible y los otros no lo vieron.
    Durante la epidemia de peste, curó a cuantos acudían a él, y curó milagrosamente a los sesenta cohermanos. Los frailes se quejaban de que Fray Martín quería hacer del convento un hospital, porque a todo enfermo que encontraba lo socorría y hasta llevaba a algunos más graves y pestilentes a recostarlos en su propia cama cuando no tenía más donde se los recibieran.
    Con la ayuda de varios ricos de la ciudad fundó el Asilo de Santa Cruz para reunir a todos los vagos, huérfanos y limosneros y ayudarles a salir de su penosa situación.
    Sorprendió a muchos con sus curaciones instantáneas, como la del novicio Fray Luis Gutiérrez que se había cortado un dedo casi hasta desprendérselo; a los tres días tenía hinchados la mano y el brazo, por lo que acudió al hermano Martín, quien le puso unas hierbas machacadas en la herida. Al día siguiente, el dedo estaba unido de nuevo y el brazo enteramente sano. En cierta ocasión, el arzobispo Feliciano Vega, que iba a tomar posesión de la sede de México, enfermó de algo que parece haber sido pulmonía y mandó llamar a Fray Martín. Al llegar éste a la presencia del prelado enfermo, se arrodilló, mas él le dijo: "levántese y ponga su mano aquí, donde me duele". ¿Para qué quiere un príncipe la mano de un pobre mulato?, preguntó el santo. Sin embargo, durante un buen rato puso la mano donde lo indicó el enfermo y, poco después, el arzobispo estaba curado.
    Otras veces, a la curación añadía la prontitud con que acudía al enfermo, pues bastaba que éste tuviera deseo de que el santo llegara, para que éste se presentase a cualquier hora. Muchas veces, entraba por las puertas cerradas con llave, como pudo comprobarlo el maestro de novicios, quien personalmente guardaba la llave del noviciado, pues, habiendo estado Fray Martín atendiendo a un enfermo, salió del noviciado y volvió a entrar sin abrir las puertas. El asombrado maestro comprobó que estaban perfectamente cerradas. Alguien le preguntó: "¿Cómo ha podido entrar?" El santo respondió: "Yo tengo modo de entrar y salir".
    El enfermero al mismo tiempo que hortelano herbolario, cultivaba las plantas medicinales de que se valía para sus obras de caridad y también desempeñaba el oficio de distribuidor de las limosnas que algunas veces recogía, en cantidades asombrosas, parte para socorrer a sus propios hermanos en religión y parte para los menesterosos de toda clase que había en la ciudad.
    Su amabilidad se extendía hasta los animales; hay en su biografía escenas semejantes a las que se narran de San Francisco y de San Antonio de Padua. Por ejemplo, cuando después de disciplinarse, los mosquitos lo atormentaban con sus picaduras e iba a que Juan Vázquez lo curase, éste le decía: "Vámonos a nuestro convento, que allí no hay mosquitos". Y Fray Martín respondía: "¿Cómo hemos de merecer, si no damos de comer al hambriento?" __"¡Pero hermano, estos son mosquitos y no gente!__ "Sin embargo, se les debe dar de comer, que son criaturas de Dios", respondió el humilde fraile.
    Es típico el caso de los ratones que infestaban la ropería y dañaban el vestuario. El remedio no fue ponerles trampas, sino decirles: "Hermanos, idos a la huerta, que allí hallaréis comida". Los ratones obedecieron puntualmente, y Fray Martín cuidaba de echarles los desperdicios de la comida. Y si alguno volvía a la ropería, el santo lo tomaba por la cola y lo echaba a la huerta, diciendo: "Vete adonde no hagas mal".  Loa animales le seguían en fila muy obedientes. En una misma cacerola hacía comer al mismo tiempo a un gato, un perro y varios ratones.
    Sus conocimientos no eran pocos para su época y, cuando asistía a los enfermos, solía decirles: "Yo te curo y Dios te sana".  Todas las maravillas en la vida del santo hay que entenderlas asociadas con el profundo amor a Dios y al prójimo que lo caracterizaban.
    Se sabe que Fray Martín y Santa Rosa de Lima, terciaria dominica, se conocieron y trataron algunas veces, aunque no se tienen detalles históricamente comprobados de sus entrevistas.
    A los sesenta años, después de haber pasado 45 en religión, Fray Martín se sintió enfermo y claramente dijo que de esa enfermedad moriría. La conmoción en Lima fue general y el mismo virrey, conde de Chichón, se acercó al pobre lecho para besar la mano de aquél que se llamaba a sí mismo perro mulato. Mientras se le rezaba el Credo, Fray Martín, al oír las palabras "Et homo factus est", besando el crucifijo expiró plácidamente.
    Murió el 3 de noviembre de 1639. Toda la ciudad acudió a su entierro y los milagros por su intercesión se multiplicaron.
    Fue beatificado en 1837 por Gregorio XVI y canonizado el 6 de mayo de 1962 por el Papa Juan XXIII. En 1966 Pablo VI lo proclamó patrono de los peluqueros de Italia, porque en su juventud aprendió el oficio de barbero-cirujano, que luego, al ingresar en la Orden de Predicadores, ejerció ampliamente en favor de los pobres.
    En la actualidad todavía se lo invoca contra la invasión de los ratones.
    Notas: ……….El Beato Martín es, en los Estados Unidos y en otros países, el patrono de las obras que promueven la armonía entre las razas y la justicia interracial; por ello existen varias biografías de tipo popular,……….
    BIBLIOGRAFÍAButler; Vida de los SantosSálesman, Eliecer, Vidas de Santos 4 Sgarbossa, Mario y Luigi Giovannini; Un Santo Para Cada Día
    TODO EL QUE SE HUMILLA SERA ENALTECIDO
     
     
     

    San Martín de Porres
    Año 1639

    Dijo Jesús: Todo el que se
    humilla será enaltecido.
    San Martín de PorresEn Sudamérica es muy popular San Martín de Porres y hasta se han filmado hermosas películas acerca de su vida y milagros. Es un santo muy simpático y milagroso.
    Nació en Lima, Perú, hijo de un blanco español y de una negra africana. Por el color de su piel, su padre no lo quiso reconocer y en la partida de bautismo figura como "de padre desconocido". Su infancia no fue demasiado feliz, pues por ser mulato (mitad blanco y mitad negro, pero más negro que blanco) era despreciado en la sociedad.
    Aprendió muy bien los oficios de peluquero y de enfermero, y aprovechaba sus dos profesiones para hacer muchos favores gratuitamente a los más pobres.
    A los 15 años pidió ser admitido en la comunidad de Padres Dominicos. Como a los mulatos les tenían mucha desconfianza, fue admitido solamente como "donado", o sea un servicial de la comunidad. Así vivió 9 años, practicando los oficios más humildes y siendo el último de todos.
    Al fin fue admitido como hermano religioso en la comunidad y le dieron el oficio de peluquero y de enfermero. Y entonces sí que empezó a hacer obras de caridad a manos llenas. Los frailes se quejaban de que Fray Martín quería hacer del convento un hospital, porque a todo enfermo que encontraba lo socorría y hasta llevaba a algunos más graves y pestilentes a recostarlos en su propia cama cuando no tenía más donde se los recibieran.
    Con la ayuda de varios ricos de la ciudad fundó el Asilo de Santa Cruz para reunir a todos los vagos, huérfanos y limosneros y ayudarles a salir de su penosa situación.
    Aunque él trataba de ocultarse, sin embargo su fama de santo crecía día por día. Lo consultaban hasta altas personalidades. Muchos enfermos lo primero que pedían cuando se sentían graves era: "Que venga el santo hermano Martín". Y él nunca negaba un favor a quien podía hacerlo. Pasaba la mitad de la noche rezando. A un crucifijo grande que había en su convento iba y le contaba sus penas y sus problemas, y ante el Santísimo Sacramento y arrodillado ante la imagen de la Virgen María pasaba largos tiempos rezando con fervor.
    Sin moverse de Lima, fue visto sin embargo en China y en Japón animando a los misioneros que estaban desanimados. Sin que saliera del convento lo veían llegar junto a la cama de ciertos moribundos a consolarlos. A los ratones que invadían la sacristía los invitaba a irse a la huerta y lo seguían en fila muy obedientes. En una misma cacerola hacía comer al mismo tiempo a un gato, un perro y varios ratones. Llegaron los enemigos a su habitación a hacerle daño y él pidió a Dios que lo volviera invisible y los otros no lo vieron.
    Cuando oraba con mucha devoción se levantaba por los aires y no veía ni escuchaba a la gente. A veces el mismo virrey que iba a consultarle (siendo Martín tan de pocos estudios) tenía que aguardar un buen rato en la puerta de su habitación, esperando a que terminara su éxtasis. En ocasiones salía del convento a atender a un enfermo grave, y volvía luego a entrar sin tener llave de la puerta y sin que nadie le abriera. Preguntado cómo lo hacía, respondía: "Yo tengo mis modos de entrar y salir".
    El Arzobispo se enfermó gravemente y mandó llamar al hermano Martín para que le consiguiera la curación para sus graves dolores. Él le dijo: ¿Cómo se le ocurre a su excelencia invitar a un pobre mulato? Pero luego le colocó la mano sobre el sitio donde sufría los fuertes dolores, rezó con fe, y el arzobispo se mejoró en seguida.
    Recogía limosnas en cantidades asombrosas y repartía todo lo que recogía. Miles de menesterosos llegaban a pedirle ayuda.
    A los 60 años, después de haber pasado 45 años en la comunidad, mientras le rezaban el Credo y besando un crucifijo, murió el 3 de noviembre de 1639. Toda la ciudad acudió a su entierro y los milagros empezaron a obtenerse a montones por su intercesión.
     

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