¿Cómo hacer
para acercarse a esa experiencia de vivir en la presencia de Dios o a
ese estado en el cual se percibe lo sagrado en lo cotidiano?
Antes de
percibir la divina presencia en todo, es necesario advertirse a uno
mismo en el momento actual. Darse cuenta de la propia presencia.
La atención
es la herramienta que recomiendan ya los padres del desierto desde
antiguo y que uno mismo puede comprobar como esencial a poco de iniciar
estos trabajos.
Así como sin
la gracia no se puede nada; en lo que concierne a la participación
personal en estas tareas de elevación del alma, sin atención no hay
ningún avance.
Se utilice
un método u otro de oración, más allá de las variaciones en la ascesis
personal o de la situación de vida, la atención es el aporte que podemos
hacer y está en nuestra mano para facilitar y abrirnos a la llegada del
Espíritu.
Si tú me
preguntas por dónde empezar, te digo que por un hacer muy particular.
Aquél al que nos referíamos en su oportunidad en la 3° carta sobre la oración de Jesús.
Hacer bien
algo, cualquier cosa de que se trate. Para efectuar con corrección una
tarea determinada es imprescindible estar presente uno mismo. Ser
consciente de lo que se está haciendo. Es decir un estarse en eso y no
con el ansia en otra parte o en el momento que sigue.
Es un modo
de tomar a la acción como oración. Un ponerse en particular disposición a
fin de efectuar un trabajo impecable, sin error o con el mínimo error
posible, ya que sabemos que a nuestra naturaleza le resulta esquiva la
perfección.
Cuando uno
era joven e iba a salir en plan de divertirse, todos recordaremos, había
una preparación muy especial que se efectuaba, más allá de cuestiones
de género. Toda una tarea de ponerse lo mejor posible. Uno se duchaba,
se cambiaba, se perfumaba… a estas alturas da risa, pero es la verdad.
Un deportista antes de la competencia actúa de modo similar. Realiza
tareas pre competitivas, se pone en posición, entrena los movimientos
etc.
A mí me ha
servido eso muy especialmente, ese prepararse previamente a una acción
determinada, como acercamiento a la experiencia de percepción de la
presencia.
Por especial
recomendación de Padre Valentín, escogía una actividad y la
transformaba en ceremonia y ofrenda. Me conectaba mediante ella a un
sentimiento de unción y reverencia.
Sin duda que
la iconografía, la cerámica, tareas de precisión o artísticas sirven y
facilitan esta conexión, pero cualquier menester permite introducir esta
especie de “valor agregado” que surge mediante la atención y se consuma
en la actitud de oración.
Pues si
barres el cuarto, lo harás sin dejar rincón descuidado. Tratarás de
estar en buena postura mientras te mueves, procurarás no levantar
tierra en el ambiente, recoger bien lo barrido… hacer sin prisa,
estando en aquello en lo que estamos. No con la mente en otro sitio,
como si hubiera en algún lugar algo de mayor preferencia.
La prisa
siempre indica la falta de atención a uno mismo y a lo que lo rodea y
por lo tanto es imposible que en esa situación mental nos demos cuenta
del aliento sagrado que mana y vive en todo y en cada instante.
La mejor
recomendación que puedo dar para que quién se siente ajeno a la
experiencia de Dios en lo cotidiano se aproxime a ella, es esta: Olvide
todo y dispóngase a hacer algo lo mejor posible, sin apuro, con el mayor
amor que encuentre en sí mismo, con una completa dedicación al instante
de la tarea.
Esto es
poner toda la atención en ese momento. Implica una postura corporal
correcta y adecuada a la actividad de que se trate; una respiración
profunda y tranquila; una actitud sosegada sin ansia de terminar, ha de
tomarse a la actividad como un fin en sí misma. En la mente, nada que no
sea la tarea o, si la índole de esta lo permite, la oración de Jesús
como fondo en el cual hacemos lo que hacemos.
No importa
en ese momento como juzgue la marcha de mi vida. No importan mis
fracasos, ni los errores o caídas, ni tampoco existe aquella cosa que me
preocupa de un futuro que imagino con temor. Importa la ofrenda que
ahora voy a hacerte Señor, de una actividad sin mancha. O, en todo caso,
este intento que te doy anhelando el bien hacer.
Dios se
percibe más fácilmente cuando uno se entrega. Y si hay divagación no hay
entrega. Cada vez que divago me doy cuenta de que no estoy con la
atención dispuesta y confiada. Debo volver a ella. Porque si no estoy
atento, no percibo la presencia que busco.
Lo divino
está en nosotros y fuera de nosotros, pero nosotros estamos en otro
lado, por lo general en secundariedades. No es extraño entonces que nos
pasemos buscando a Dios de un lado para el otro, sin nunca estar
satisfechos del todo.
Él nos es
más cercano e íntimo que nuestro propio corazón, pero nosotros estamos
convencidos de que encontraremos la felicidad en aquello o en eso otro, o
en lo de más allá; tenemos tremenda fe de que cuando consigamos
estabilizar tal situación, o comprar tal cosa, o modificar tal otra,
allí si nos será posible algún otro tipo de experiencia. Vivimos
ilusionados con espejismos vanos.
¿Dónde está Dios? Allí donde no están tus divagaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario