Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, Señor, para que te acuerdes de él, el hijo de Adán, para que te ocupes de él?
Lo hiciste poco menos que Dios, lo coronaste de gloria y dignidad; le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies [Salmo 8]
Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?, ¿qué los hijos de Adán para que pienses en ellos? El hombre es igual que un soplo…[1] [Salmo 143(144)]
-Aquel día, el de la inauguración primera, cuando la creación andaba de estreno, Dios nuestro Padre nos había concedido el mando sobre las obras de sus manos, cual vi-reyes suyos, ya que todo quedaba sometido a nuestros pies. ¿Qué ocurrió para que los hijos de Adán y Eva nos viéramos convertidos en un soplo, apenas una sombra que pasa?
–Aparecieron la rivalidad, la envidia, la
sed de dominio, de poder… ‘Soplo’ en la lengua materna de Jesús suena
‘Hebel’, nombre dado a Abel, el hijo de Adán y Eva, cuya sangre fuera
derramada por su hermano Caín, que transformó su vida en un ‘soplo’, apenas una sombra, una nada.
-Comprendo: en lugar de ponernos
contentos con el regalo que nos había hecho el Señor al ponerlo todo en
nuestras manos, se nos fue todo de las manos cuando quisimos adueñarnos
de lo gratuitamente recibido.
–¡Lamentablemente así es! La historia se
transformó desde entonces en una serie de crímenes y violencias donde
cada reyezuelo, cada manda más, urde intrigas y conspiraciones,
llegando, si se hace necesario, a derramar sangre con tal de mantenerse a
flote. Orgullo construido sobre la humillación, aplastando y
pisoteándolo todo y a todos.
-¿Entonces la realeza de Jesús, el Nazareno, no es como las demás?
–¡Clarísimo! ¡Imagínate! ¡Por algo
prefirió derramar la propia sangre en beneficio de los demás para ir
edificando su Reino de justica, amor y paz!
-¡Ahora comprendo por qué uno de los nombres que san Pablo le da a Jesús es el de Abel!
–¡La verdad que en mi Biblia jamás tropecé con semejante afirmación!
-Cómo que no: acaso no dice Pablo, en el
conocido himno de la carta a los filipenses, que el misterio de Jesús
estuvo en no haber pretendido retener celosamente su igualdad con el
Padre, sino que al revés de Adán, se anonado, se hizo una nada, un
soplo, siendo en realidad más Abel que Abel.
–¡Realeza más rara y paradojal la de Jesús que vino a servir y no a ser servido!
-Sólo un amor extremoso y estremecedor hace cosas semejantes, por eso antes
de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de
pasar de este mundo al Padre, Él, que había amado a los suyos que
quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena,…, sabiendo Jesús que
el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y
volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una
toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó
a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que
tenía en la cintura.
–Entonces, si Jesús se inclina ante nosotros, para lavarnos los pies, tú, yo, nosotros ¿somos reyes?
-Sólo si comprendimos que en cristiano
“servir es reinar y reinar es servir”. Lo decisivo está en vivir la
realeza al estilo Jesús…, sirviendo, dándose, derramándose y no
acumulando, aplastando, usufructuando del sudor, lágrimas o sangre de
quienes nos rodean…
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