1. Nuestras catequesis sobre Dios, Creador del mundo, no
podían concluirse sin dedicar una atención adecuada a un contenido
concreto de la revelación divina: la creación de los seres puramente
espirituales, que la Sagrada Escritura llama 'ángeles'. Tal creación
aparece claramente en los Símbolos de la Fe, especialmente en el Símbolo
niceno-constantinopolitano: Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas (esto es, entes o
seres) 'visibles e invisibles'. Sabemos que el hombre goza, dentro de
la creación, de una posición singular: gracias a su cuerpo pertenece al
mundo visible, mientras que, por el alma espiritual, que vivifica el
cuerpo, se halla casi en el confín entre la creación visible y la
invisible. A esta última, según el Credo que la Iglesia profesa a la luz
de la Revelación, pertenecen otros seres, puramente espirituales, por
consiguiente no propios del mundo visible, aunque están presentes y
actuantes en él. Ellos constituyen un mundo específico.
2. Hoy, igual que en tiempos pasados, se discute con
mayor o menor sabiduría acerca de estos seres espirituales. Es preciso
reconocer que, a veces, la confusión es grande, con el consiguiente
riesgo de hacer pasar como fe de la Iglesia respecto a los ángeles
cosas que no pertenecen a la fe o, viceversa, de dejar de lado algún
aspecto importante de la verdad revelada.La existencia de los seres
espirituales que la Sagrada Escritura, habitualmente, llama 'ángeles',
era negada ya en tiempos de Cristo por los saduceos (Cfr. Hech 23, 8).
La niegan también los materialistas y racionalistas de todos los
tiempos. Y sin embargo, como agudamente observa un teólogo moderno, 'si
quisiéramos desembarazarnos de los ángeles, se debería revisar
radicalmente la misma Sagrada Escritura y con ella toda la historia de
la salvación' (.). Toda la Tradición es unánime sobre esta cuestión. El
Credo de la Iglesia, en el fondo, es un eco de cuanto Pablo escribe a
los Colosenses: 'Porque en El (Cristo) fueron creadas todas las cosas
del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos,
las dominaciones, los principados, las potestades; todo fue creado por
El y para El' (Col 1, 16). O sea, Cristo que, como Hijo-Verbo eterno y
consubstancial al Padre, es 'primogénito de toda criatura' (Col 1, 15),
está en el centro del universo como razón y quicio de toda la
creación, como ya hemos visto en las catequesis precedentes y como
todavía veremos cuando hablemos más directamente de El.
3. La referencia al primado de Cristo nos ayuda a
comprender que la verdad acerca de la existencia y acción de los ángeles
(buenos y malos) no constituyen el contenido central de la Palabra de
Dios.En la Revelación, Dios habla en primer lugar 'a los hombres. y
pasa con ellos el tiempo para invitarlos y admitirlos a la comunión con
El', según leemos en la Cons. 'Dei Verbum' del Conc. Vaticano II
(n.2). De este modo 'las profunda verdad, tanto de Dios como de la
salvación de los hombres', es el contenido central de la Revelación que
'resplandece ' más plenamente en la persona de Cristo (Cfr. Dei Verbum
2).La verdad sobre los ángeles es, en cierto sentido, 'colateral', y,
no obstante, inseparable de la Revelación central que es la
existencia, la majestad y la gloria del Creador que brillan en toda la
creación ('visible' e 'invisible') y en la acción salvífica de Dios en
la historia del hombre. Los ángeles no son, criaturas de primer plano
en la realidad de la Revelación, y, sin embargo, pertenecen a ella
plenamente, tanto que en algunos momentos les vemos cumplir misiones
fundamentales en nombre del mismo Dios.
4. Todo esto que pertenece a la creación entra, según la
Revelación, en el misterio de la Providencia Divina. Lo afirma de
modo ejemplarmente conciso el Vaticano I, que hemos citado ya muchas
veces: 'Todo lo creado Dios lo conserva y lo dirige con su Providencia
extendiéndose de un confín al otro con fuerza y gobernando con bondad
todas las cosas. "Todas las cosas están desnudas y manifiestas a sus
ojos", hasta aquello que tendrá lugar por libre iniciativa de las
criaturas'. La Providencia abraza, por tanto, también el mundo de los
espíritus puros, que aun más plenamente que los hombres son seres
racionales y libres. En la Sagrada Escritura encontramos preciosas
indicaciones que les conciernen.Hay la revelación de un drama
misterioso, pero real, que afectó a estas criaturas angélicas, sin que
nada escapase a la eterna Sabiduría, la cual con fuerza (fortiter) y al
mismo tiempo con bondad (suaviter) todo lo lleva al cumplimiento en el
reino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
5. Reconozcamos ante todo que la Providencia, como
amorosa Sabiduría de Dios, se ha manifestado precisamente al crear seres
puramente espirituales, por los cuales se expresa mejor la semejanza
de Dios en ellos, que supera en mucho todo lo que ha sido creado en el
mundo visible junto con el hombre, también él, imborrable imagen de
Dios. Dios, que es Espíritu absolutamente perfecto, se refleja sobre
todo en los seres espirituales que, por naturaleza, esto es, a causa de
su espiritualidad, están mucho más cerca de El que las criaturas
materiales y que constituyen casi el 'ambiente' más cercano al
Creador.La Sagrada Escritura ofrece un testimonio bastante explícito de
esta máxima cercanía a Dios de los ángeles, de los cuales habla, con
lenguaje figurado, como del 'trono' de Dios, de sus 'ejércitos', de su
'cielo'. Ella ha inspirado la poesía y el arte de los siglos cristianos
que nos presentan a los ángeles como la 'corte de Dios'.
1. Proseguimos hoy nuestra catequesis sobre los ángeles,
cuya existencia, querida por un acto del amor eterno de Dios,
profesamos (.).En la perfección de su naturaleza espiritual, los
ángeles están llamados desde el principio, en razón de su inteligencia,
a conocer la verdad y a amar el bien que conocen en la verdad de modo
mucho más pleno y perfecto que cuanto es posible al hombre. Este amor
es el acto de una voluntad libre, por lo cual también para los ángeles
la libertad significa posibilidad de hacer una elección en favor o en
contra del Bien que ellos conocen, esto es, Dios mismo.Hay que repetir
aquí lo que ya hemos recordado a su debido tiempo a propósito del
hombre: creando a los seres libres, Dios quiere que en el mundo se
realice aquel amor verdadero que sólo es posible sobre la base de la
libertad. El quiso, pues, que la criatura, constituida a imagen y
semejanza de su Creador, pudiera de la forma más plena posible,
volverse semejante a El: Dios, que 'es amor'. Creando a los espíritus
puros, como seres libres, Dios, en su Providencia, no podía no prever
también la posibilidad del pecado de los ángeles. Pero precisamente
porque la Providencia es eterna sabiduría que ama, Dios supo sacar de
la historia de este pecado, incomparablemente más radical, en cuanto
pecado de un espíritu puro, el definitivo bien de todo el cosmos creado.
2. De hecho, como dice claramente la Revelación, el
mundo de los espíritus puros aparece dividido en buenos y malos. Pues
bien, esta división no se obró por la creación de Dios, sino en base a
la propia libertad de la naturaleza espiritual de cada uno de ellos. Se
realizó mediante la elección que para los seres puramente espirituales
posee un carácter incomparablemente más radical que la del hombre y es
irreversible, dado el grado de intuición y de penetración del bien,
del que está dotada su inteligencia.A este respecto se debe decir
también que los espíritus puros han sido sometidos a una prueba de
Carácter moral. Fue una opción decisiva, concerniente ante todo a Dios
mismo, un Dios conocido de modo más esencial y directo que lo que es
posible al hombre, un Dios que había hecho a estos seres espirituales
el don, antes que al hombre, de participar en su naturaleza divina.
3. En el caso de los espíritus puros la elección
decisiva concernía ante todo a Dios mismo, primero y sumo Bien,
aceptado y rechazado de un modo más esencial y directo del que pueda
acontecer en el radio de acción de la libre voluntad del hombre. Los
espíritus puros tienen un conocimiento de Dios incomparablemente más
perfecto que el hombre, porque con el poder de su inteligencia, no
condicionada ni limitada por la mediación del conocimiento sensible,
ven hasta el fondo la grandeza del Ser infinito, de la primera Verdad,
del sumo Bien. A esta sublime capacidad de conocimiento de los
espíritus puros Dios ofreció el misterio de su divinidad haciéndoles
participes, mediante la gracia, de su infinita gloria.Precisamente en
su condición de seres de naturaliza espiritual, había en su
inteligencia la capacidad, el deseo de esta elevación sobrenatural a la
que Dios les había llamado, para hacer de ellos, mucho antes que del
hombre, 'partícipes de la naturaleza divina', partícipes de la vida
íntima de Aquel que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, de Aquel que, en
la comunión de las tres Divinas Personas, 'es Amor'.Dios había admitido
a todos los espíritus puros, antes y en mayor grado que al hombre, a
la eterna comunión de Amor.
4. La opción realizada sobre la base de la verdad de
Dios, conocida deforma superior dada la lucidez de sus inteligencias,
ha dividido también el mundo de los espíritus puros en buenos y
malos.Los buenos han elegido a Dios como Bien supremo y definitivo,
conocido a la luz de la inteligencia iluminada por la Revelación. Haber
escogido a Dios significa que se han vuelto a El con toda la fuerza
interior de su libertad, fuerza que es amor. Dios se ha convertido en
el objetivo total y definitivo de su existencia espiritual.Los otros,
en cambio, han vuelto la espalda a Dios contra la verdad del
conocimiento que señalaba en Él el Bien total y definitivo. Han hecho
una elección contra la revelación del misterio de Dios, contra su
gracia, que los hacía partícipes de la Trinidad y de la eterna
amistad con Dios, en la comunión con El mediante el amor. Basándose en
su libertad creada, han realizado una opción radical e irreversible, al
igual que la de los ángeles buenos, pero diametralmente opuesta: en
lugar de una aceptación de Dios, plena de amor, le han opuesto un
rechazo inspirado por un falso sentido de autosuficiencia, de aversión y
hasta de odio, que se ha convertido en rebelión.
5. Cómo comprender esta oposición y rebelión a Dios en
seres dotados de una inteligencia tan viva y enriquecidos con tanta luz?
¿Cuál puede ser el motivo de esta radical e irreversible opción contra
Dios, de un odio tan profundo que puede aparecer como fruto de la
locura?.Los Padres de la Iglesia y los teólogos no dudan en hablar de
'ceguera', producida por la supervaloración de la perfección del propio
ser, impulsada hasta el punto develar la supremacía de Dios que
exigía, en cambio, un acto de dócil y obediente sumisión. Todo esto
parece expresado de modo conciso en las palabras '"No te servir !2,
20), que manifiestan el radical e irreversible rechazo de tomar parte
en la edificación del reino de Dios en el mundo creado. 'Satanás', el
espíritu rebelde, quiere su propio reino, no el de Dios, y se yergue
como el primer 'adversario' del Creador, como opositor de la
providencia, como antagonista de la amorosa sabiduría de Dios.De la
rebelión y del pecado de Satanás, como también del pecado del hombre,
debemos concluir acogiendo la sabia experiencia de la Escritura, que
afirma: 'En el orgullo está la perdición' (Tob 4, 14).
1. Según la Sagrada Escritura, los ángeles, en cuanto
criaturas puramente espirituales, se presentan a la reflexión de nuestra
mente como una especial realización de la 'imagen de Dios', Espíritu
perfectísimo, como Jesús recuerda a la mujer samaritana con las
palabras; 'Dios es espíritu' (Jn 4, 24).Los ángeles son, desde este
punto de vista, las criaturas más cercanas al modelo divino. El nombre
que la Sagrada Escritura les atribuye indica que lo que más cuenta en
la Revelación es la verdad sobre las tareas de los ángeles respecto a
los hombres: ángel (angelus) quiere decir, en efecto, 'mensajero'. El
término hebreo 'malak' -mélk-, usado en el Antiguo Testamento,
significa más propiamente 'delegado' o 'embajador'.Los ángeles,
criaturas espirituales, tienen función de mediación y de ministerio en
las relaciones entre Dios y los hombres. Bajo este aspecto la Carta a
los Hebreos dirá que a Cristo se le ha dado un 'nombre', y por tanto un
ministerio de mediación, muy superior al de los ángeles (Cfr. Heb 1,
4).
2. El Antiguo Testamento subraya sobre todo la especial
participación de los ángeles en la celebración de la gloria que el
Creador recibe como tributo de alabanza por parte del mundo creado.Los
Salmos de modo especial se hacen intérpretes de esa voz cuando
proclaman, p.e.: 'Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo
alto. Alabadlo, todos sus ángeles.' (Sal 148, 1-2).De modo semejante en
el Salmo 102: 'Bendecid a Yahvéh vosotros sus ángeles, que sois
poderosos y cumplís sus órdenes, prontos a la voz de su palabra' (Sal
102, 20). Este último versículo del Salmo 102 indica que los ángeles
toman parte, a su manera, en el gobierno de Dios sobre la creación,
como 'poderosos ejecutores de sus órdenes' según el plan establecido por
la Divina Providencia.A los ángeles está confiado en particular un
cuidado y solicitud especiales por los hombres, en favor de los cuales
presentan a Dios sus peticiones y oraciones, como nos recuerda, p.e.,
el Libro de Tobías (Cfr. especialmente Tob 3, 17 y 12, 12), mientras el
Salmo 90 proclama: 'a sus ángeles ha dado órdenes. te llevarán en sus
palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra'(Cfr. Sal 90, 1-12).
Siguiendo el libro de Daniel, se puede afirmar que las funciones de los
ángeles como embajadores del Dios vivo se extienden no sólo a cada uno
de los hombres y a aquellos que tienen funciones especiales, sino
también a enteras naciones (Dan 10, 13-21).
3. El Nuevo Testamento puso de relieve las tareas de los
ángeles respecto a la misión de Cristo como Mesías y, ante todo, con
relación al misterio de la encarnación del Hijo de Dios, como
constatamos en la narración de la anunciación del nacimiento de Juan
Bautista (Cfr. Lc 1, 11), de Cristo mismo (Cfr. Lc 1, 26), en las
explicaciones y disposiciones dadas a María y José (Cfr. Lc 1, 30-37;
Mt 1, 20-21), en las indicaciones dadas a los pastores la noche del
nacimiento del Señor (Cfr. Lc 2, 9-15), en la protección del recién
nacido ante el peligro de la persecución de Herodes (Cfr. Mt 2, 13).Más
adelante los Evangelios hablan de la presencia de los ángeles durante
el ayuno de Jesús en el desierto a lo largo de 40 días (Cfr. Mt 4, 11) y
durante la oración en Getsemaní (Cfr. Lc 22, 43). Después de la
resurrección de Cristo será también un ángel, que se aparece en forma
de un joven, quien dirá a las mujeres que habían acudido al sepulcro y
estaban sorprendidas por el hecho de encontrarlo vacío: 'No os
asustéis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado; ha resucitado, no
está aquí. Pero id a decir a sus discípulos. '(Mc 16, 6-7). María
Magdalena, que se ve privilegiada por una aparición personal de Jesús,
ve también a dos ángeles (Jn 20, 12-17; cfr. también Lc 24, 4). Los
ángeles 'se presentan' a los Apóstoles después de la desaparición de
Cristo para decirles: 'Hombres de Galilea, ¿qué estáis mirando al
cielo?. Ese Jesús que ha sido arrebatado de entre vosotros al cielo,
vendrá como le habéis visto ir al cielo' (Hech 1, 11).Son los ángeles
de la vida, de la pasión y de la gloria de Cristo. Los ángeles de Aquel
que, como escribe San Pedro, 'está a la diestra de Dios, después de
haber ido al cielo, una vez sometidos a El ángeles, potestades y
poderes' (1 Pe 3, 22).
4. Si pasamos a la nueva venida de Cristo, es decir, a
la 'parusía', hallamos que todos los sinópticos hacen notar que 'el
Hijo del hombre. vendrá en la gloria de su Padre con los santos
ángeles' (así Mc 8, 38, Mt 16, 27 y 25, 31, en la descripción del
juicio final; y Lc 9, 26; cfr. también San Pablo, 2 Tes 1, 7).Se puede,
por tanto, decir que los ángeles, como espíritus puros, no sólo
participan en el modo que les es propio de la santidad del mismo Dios,
sino que en los momentos clave, rodean a Cristo y lo acompañan en el
cumplimiento de su misión salvífica respecto a los hombres. De igual
modo también toda la Tradición y el Magisterio ordinario de la
Iglesia ha atribuido a lo largo de los siglos a los ángeles este
carácter particular y esta función de ministerio mesiánico.
1. En las últimas catequesis hemos visto cómo la
Iglesia, iluminada por la luz que proviene de la Sagrada Escritura,
ha profesado a lo largo de los siglos la verdad sobre la existencia de
los ángeles como seres puramente espirituales, creados por Dios. Lo ha
hecho desde el comienzo con el Símbolo niceno-constantinopolitano y lo
ha confirmado en el Conc. Lateranense IV (1215), cuya formulación ha
tomado el Conc. Vaticano I en el contexto de la doctrina sobre la
creación: Dios 'creó de la nada juntamente al principio del tiempo,
ambas clases de criaturas: las espirituales y las corporales, es decir,
el mundo angélico y el mundo terrestre; y después, la criatura humana
que, compuesta de espíritu y cuerpo, los abraza, en cierto modo, a los
dos' (Cons. Dei Filius).O sea: Dios creó desde el principio ambas
realidades: la espiritual y la corporal, el mundo terreno y el
angélico. Todo lo que El creó juntamente('simuél') en orden a la
creación del hombre, constituido de espíritu y de materia y colocado
según la narración bíblica en el cuadro de un mundo ya establecido
según sus leyes y ya medido por el tiempo ('deinde').
2. Juntamente con la existencia, le fe de la Iglesia
reconoce ciertos rasgos distintivos de la naturaleza de los ángeles. Su
realidad puramente espiritual implica ante todo su no materialidad y
su inmortalidad. los ángeles no tienen 'cuerpo' (si bien en
determinadas circunstancias se manifiestan bajo formas visibles a causa
de su misión en favor de los hombres), y por tanto no están sometidos a
la ley de la corruptibilidad que une todo el mundo material. Jesús
mismo, refiriéndose a la condición angélica, dirá que en la vida futura
los resucitados '(no) pueden morir y son semejantes a los ángeles' (Lc
20, 36).
3. En cuanto criaturas de naturaleza espiritual los
ángeles están dotados de inteligencia y de libre voluntad, como el
hombre pero en grado superior a él, si bien siempre finito, por el
límite que es inherente a todas las criaturas. Los ángeles son también
seres personales y, en cuanto tales, son también ellos, 'imagen y
semejanza' de Dios.La sagrada Escritura se refiere a los ángeles
utilizando también apelativos no sólo personales (como los nombre
propios de Rafael, Gabriel, Miguel), sino también 'colectivos' (como las
calificaciones de: Serafines, Querubines, Tronos, Potestades,
Dominaciones, Principados), así como realiza una distinción entre
Ángeles y Arcángeles. Aun teniendo en cuenta el lenguaje analógico y
representativo del texto sacro, podemos deducir que estos
seres-personas, casi agrupados en sociedad, se subdividen en órdenes y
grados, correspondientes a la medida de su perfección y a las tareas
que se les confía. Los autores antiguos y la misma liturgia hablan de
los coros angélicos (nueve, según Dionisio el Aeropagita).La teología,
especialmente la patrística y medieval, no ha rechazado estas
representaciones tratando en cambio de darles una explicación
doctrinal y mística, pero sin atribuirles un valor absoluto. Santo
Tomás ha preferido profundizar las investigaciones sobre la condición
ontológica, sobre la actividad cognoscitiva y volitiva y sobre la
elevación espiritual de estas criaturas puramente espirituales, tanto
por su dignidad en la escala de los seres, como porque en ellos podía
profundizar mejor las capacidades y actividades propias del espíritu
en grado puro, sacando de ello no poca luz para iluminar los problemas
de fondo que desde siempre agitan y estimulan el pensamiento humano:
el conocimiento, el amor, la libertad, la docilidad a Dios, la
consecución de su reino.
4. El tema a que hemos aludido podrá parecer 'lejano' o
'menos vital' a la mentalidad del hombre moderno. Y sin embargo la
Iglesia, proponiendo con franqueza toda la verdad sobre Dios creador
incluso de los ángeles, cree prestar un gran servicio al hombre.El
hombre tiene la convicción de que en Cristo, Hombre-Dios, en él (y no
en los ángeles) es en quien se halla el centro de la Divina
Revelación. Pues bien, el encuentro religioso con el mundo de los
seres puramente espirituales se convierte en preciosa revelación de su
ser no sólo como cuerpo, sino también espíritu, y de su pertenencia a
un proyecto de salvación verdaderamente grande y eficaz dentro de una
comunidad de seres personales que para el hombre y con el hombre
sirven al designio providencial de Dios.
5. Notamos que la Sagrada Escritura y la Tradición
llaman propiamente ángeles a aquellos espíritus puros que en la prueba
fundamental de libertad han elegido a Dios, su gloria y su reino.
Ellos están unidos a Dios mediante el amor consumado que brota de la
visión beatificante, cara a cara, de la Santísima Trinidad. Lo dice
Jesús mismo: 'Sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi
Padre, que está en los cielos' (Mt 18, 10). Ese 'ver de continuo la
faz del Padre' es la manifestación más alta de la adoración de Dios.Se
puede decir que constituye esa 'liturgia celeste', realizada en nombre
de todo el universo, a la cual se asocia incesantemente la liturgia
terrena de la Iglesia, especialmente en sus momentos culminantes.
Baste recordar aquí el acto con el que la Iglesia, cada día y cada
hora, en el mundo entero, antes de dar comienzo a la plegaria
eucarística en el corazón de la Santa Misa, se apela 'a los Ángeles y a
los Arcángeles' para cantar la gloria de Dios tres veces santo,
uniéndose así a aquellos primeros adoradores de Dios, en su culto y en
el amoroso conocimiento del misterio inefable de su santidad.
6. También según la Revelación, los ángeles, que
participan en la vida de la Trinidad en la luz de la gloria, están
también llamados a tener su parte en la historia de la salvación de
los hombres, en los momentos establecidos por el designio de la
Providencia Divina. 'No son todos ellos espíritus administradores,
enviados para servicio a favor de los que han de heredar la salud?',
pregunta el autor de la Carta a los Hebreos (1, 14). Y esto cree y
enseña la Iglesia, basándose en la Sagrada Escritura por la cual sabemos
que la tarea de los ángeles buenos es la protección de los hombres y
la solicitud por su salvación.Hallamos estas expresiones en diversos
pasajes de la Sagrada Escritura, como por ejemplo en el Salmo 90,
citado ya repetidas veces: 'Pues te encomendará a sus ángeles para que
te guarde en todos tus caminos, y ellos te levantarán en sus palmas
para que tus pies no tropiecen en las piedras' (90, 11-12). Jesús
mismo, hablando de los niños y amonestando a no escandalizarlos, se
apela a 'sus ángeles' (Mt 18, 10). Además, atribuye a los ángeles la
función de testigos en el supremo juicio divino sobre la suerte del
quien ha reconocido o renegado a Cristo: 'A quien me confesare delante
de los hombres, el Hijo del hombre le confesará delante de los ángeles
de Dios. El que me negare delante de los hombres, será negado ante
los ángeles de Dios' (Lc 12, 8-9; cfr. Ap. 3,5). Estas palabras son
significativas porque si los ángeles toman parte en el juicio de Dios,
están interesados en la vida del hombre. Interés y participación que
parecen recibir una acentuación en el discurso escatológico, en el que
Jesús hace intervenir a los ángeles en la parusía, o sea, en la
venida definitiva de Cristo al final de la historia (Cfr. Mt 24, 31;
25, 31. 41).
7. Entre los libros del Nuevo Testamento, los Hechos de
los Apóstoles nos hacen conocer especialmente algunos episodios que
testimonian la solicitud de los ángeles por el hombre y su salvación.
Así, cuando el ángel de Dios libera a los Apóstoles de la prisión
(Cfr. Hech 5, 18-20), y ante todo a Pedro, que estaba amenazado de
muerte por la mano de Herodes (Cfr. Hech 12, 5-10). O cuando guía la
actividad de Pedro respecto al centurión Cornelio, el primer pagano
convertido (Cfr. Hech 10, 3-8; 11, 12©13), y análogamente la actividad
del diácono Felipe en el camino de Jerusalén a Gaza (Hech 8, 26-29).De
estos pocos hechos citados a título de ejemplo, se comprende cómo en
la conciencia de la Iglesia se ha podido formar la persuasión sobre el
ministerio confiado a los ángeles en favor de los hombres. Por ello,
la Iglesia confiesa su fe en los ángeles custodios, venerándolos en la
liturgia con una fiesta especial, y recomendando el recurso a su
protección con una oración frecuente, como en la invocación del 'Ángel
de Dios'. Esta oración parece atesorar las bellas palabras de San
Basilio: 'Todo fiel tiene junto a sí un ángel como tutor y pastor,
para llevarlo a la vida' (Cfr. San Basilio, Adv. Eunomium, III, 1;
véase también Santo Tomás, S.Th. I, q.11, a.3).
8. Finalmente es oportuno notar que la Iglesia honra con
culto litúrgico a tres figuras de ángeles, que en la Sagrada
Escritura se les llama con un nombre.El primero es Miguel Arcángel
(Cfr. Dan 10, 13.20; Ap 12, 7; Jdt. 9). Su nombre expresa
sintéticamente la actitud esencial de los espíritus buenos: 'Mica-El'
significa, en efecto: '¿quien como Dios?'. En este nombre se halla
expresada, pues, la elección salvífica gracias a la cual los ángeles
'ven la faz del Padre' que está en los cielos.El segundo es Gabriel:
figura vinculada sobre todo al misterio de la Encarnación del Hijo de
Dios (Cfr. Lc 1, 19. 26). Su nombre significa: 'Mi poder es Dios' o
'Poder de Dios', como para decir que en el culmen de la creación, la
Encarnación es el signo supremo del Padre omnipotente.Finalmente el
tercer arcángel se llama Rafael. "Rafa-El' significa: 'Dios cura', El
se ha hecho conocer por la historia de Tobías en el antiguo Testamento
(Cfr. Tob 12, 50. 20, etc.), tan significativa en el hecho de confiar
a los ángeles los pequeños hijos de Dios, siempre necesitados de
Custodia, cuidado y protección.Reflexionando bien se ve que cada una
de estas tres figuras: Mica-El, Gabri-El, Rafa-El reflejan de modo
particular la verdad contenida en la pregunta planteada por el autor
de la Carta a los Hebreos: '¿No son todos ellos espíritus
administradores, enviados para servicio en favor de los que han de
heredar la salvación?' (1, 14).
1. Continuando el tema de las precedentes catequesis
dedicadas al artículo de fe referente a los ángeles, criaturas de
Dios, vamos a explorar el misterio de la libertad que algunos de ellos
utilizaron contra Dios y contra su plan de salvación respecto a los
hombres.Como testimonia el Evangelista Lucas en el momento, en el que
los discípulos se reunían de nuevo con el Maestro llenos de alegría
por los frutos recogidos en sus primeras tareas misioneras, Jesús
pronuncia una frase que hace pensar: 'veía yo a Satanás caer del cielo
como un rayo' (Lc 10, 18).Con estas palabras el Señor afirma que el
anuncio del reino de Dios es siempre una victoria sobre el diablo,
pero al mismo tiempo revela también que la edificación del reino está
continuamente expuesta a las insidias del espíritu del mal.
Interesarse por esto, como tratamos de hacer con nuestra catequesis de
hoy, quiere decir prepararse al estado de lucha que es propio de la
vida de la Iglesia en este tiempo final de la historia de la salvación
(como afirma el libro del Apocalipsis. Cfr. 12, 7). Por otra parte,
esto ayuda a aclarar la recta fe de la Iglesia frente a aquellos que
la alteran exagerando la importancia del diablo o de quienes niegan o
minimizan su poder maligno.Las precedentes catequesis sobre los
ángeles nos han preparado para comprender la verdad, que la Iglesia ha
transmitido, sobre Satanás, es decir, sobre el ángel caído, el
espíritu maligno, llamado también diablo o demonio.
2. Esta 'caída', que presenta la forma de rechazo de
Dios con el consiguiente estado de 'condena', consiste en la libre
elección hecha por aquellos espíritus creados, los cuales radical y
irrevocablemente han rechazado a Dios y su reino, usurpando sus
derechos soberanos y tratando de trastornarla economía de la salvación
y el ordenamiento mismo de toda la creación.Un reflejo de esta
actitud se encuentra en las palabras del tentador a los progenitores:
'Seréis como Dios' o 'como dioses' (Cfr. Gen 3, 5). Así el espíritu
maligno trata de transplantar en el hombre la actitud de rivalidad, de
insubordinación a Dios y su oposición a Dios que ha venido a
convertirse en la motivación de toda su existencia.
3. En el Antiguo Testamento, la narración de la caída
del hombre, recogida en el libro del Génesis, contiene una referencia a
la actitud de antagonismo que Satanás quiere comunicar al hombre para
inducirlo a la transgresión (Cfr. Gen 3, 5). También en el libro de
Job (Cfr. Job 1, 11; 2,5.7), vemos que satanás trata de provocar la
rebelión en el hombre que sufre. En el libro de la Sabiduría (Cfr. Sab
2, 24), satanás es presentado como el artífice de la muerte que entra
en la historia del hombre juntamente con el pecado.
4. La Iglesia, en el Conc. Lateranense IV (1215), enseña
que el diablo (satanás) y los otros demonios 'han sido creados buenos
por Dios pero se han hecho malos por su propia voluntad'.
Efectivamente, leemos en la Carta de San Judas: . a los ángeles que no
guardaron su principado y abandonaron su propio domicilio los reservó
con vínculos eternos bajo las tinieblas para el juicio del gran día'
(Jds 6). Así también en la segunda Carta de San Pedro se habla de
'ángeles que pecaron' y que Dios 'no perdonó. sino que, precipitados en
el tártaro, los entregó a las cavernas tenebrosas, reservándolos para
el juicio' (2, 4).Está claro que si Dios 'no perdonó' el pecado de los
ángeles, lo hace para que ellos permanezcan en su pecado, porque
están eternamente 'en las cadenas' de esa opción que han hecho al
comienzo, rechazando a Dios, contra la verdad del bien supremo y
definitivo que es Dios mismo. En este sentido escribe San Juan que:
'el diablo desde el principio peca' (1 Jn 3, 3). Y ' él es homicida
desde el principio y no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no
estaba en él' (Jn 8, 44).
5. Estos textos nos ayudan a comprender la naturaleza y
la dimensión del pecado de satanás, consistente en el rechazo de la
verdad sobre Dios, conocido a la luz de la inteligencia y de la
revelación como Bien infinito, amor, y santidad subsistente.El pecado
ha sido tanto más grande cuanto mayor era la perfección espiritual y
la perspicacia cognoscitiva del entendimiento angélico, cuanto mayor
era su libertad y su cercanía a Dios. Rechazando la verdad conocida
sobre Dios con un acto de la libre voluntad, satanás se convierte en
'mentiroso cósmico' y 'padre de la mentira' (Jn 8, 44). Por esto vive
la radical e irreversible negación de Dios y trata de imponer a la
creación, a los otros seres creados a imagen de Dios, y en particular a
los hombres, su trágica 'mentira sobre el Bien' que es Dios. En el
libro del Génesis encontramos una descripción precisa de esa mentira y
falsificación de la verdad sobre Dios, que satanás (bajo la forma de
serpiente) intenta transmitir a los primeros representantes del género
humano: Dios sería celoso de sus prerrogativas e impondría por ello
limitaciones al hombre (Cfr. Gen 3, 5). Satanás invita al hombre a
liberarse de la imposición de este juego, haciéndose 'como Dios'.
6. En esta condición de mentira existencial satanás se
convierte -según San Juan- también en homicida, es decir, destructor
de la vida sobrenatural que Dios había injertado desde el comienzo en
él y en las criaturas 'hechas a imagen de Dios': los otros espíritus
puros y los hombres; satanás quiere destruir la vida según la verdad,
la vida en la plenitud del bien, la vida sobrenatural de gracia y de
amor. El autor del libro de la Sabiduría escribe:. por envidia del
diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le
pertenecen' (Sab 2, 24). En el Evangelio Jesucristo amonesta: . temed
más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehena' (Mt
10,28).
7. Como efecto del pecado de los progenitores, este
ángel caído ha conquistado en cierta medida el dominio sobre el
hombre.Esta es la doctrina constantemente confesada y anunciada por la
Iglesia, y que el Concilio de Trento ha confirmado en el tratado
sobre el pecado original (.): Dicha doctrina encuentra dramática
expresión en la liturgia del bautismo, cuando se pide al catecúmeno
que renuncie al demonio y a sus seducciones.Sobre este influjo en el
hombre y en las disposiciones de su espíritu (y del cuerpo) encontramos
varias indicaciones en la Sagrada Escritura, en las cuales satanás es
llamado 'el príncipe de este mundo' (Cfr. Jn 12, 31; 14, 30;16, 11) e
incluso 'el Dios del siglo' (2 Cor 4, 4). Encontramos muchos otros
nombres que describen sus nefastas relaciones con el hombre: 'Belcebú'
o 'Belial', 'espíritu inmundo', 'tentador', 'maligno' y finalmente
'anticristo' (1 Jn 4, 3). Se le compara a un 'león' (1 Pe 5, 8), a un
'dragón' (en el Apocalipsis) ya una 'serpiente' (Gen 3). Muy
frecuentemente para nombrarlo se ha usado el nombre de 'diablo' del
griego 'diaballein' -diaballein- (del cual 'diabolos'),que quiere
decir: causar la destrucción, dividir, calumniar, engañar. Y a decir
verdad, todo esto sucede desde el comienzo por obra del espíritu
maligno que es presentado en la Sagrada Escritura como una persona,
aunque se afirma que no está solo: 'somos muchos', gritaban los
diablos a Jesús en la región de las gerasenos (Mc 5, 9); 'el diablo y
sus ángeles', dice Jesús en la descripción del juicio final (Cfr. Mt 25,
41).
8. Según la Sagrada Escritura, y especialmente el Nuevo
Testamento, el dominio y el influjo de Satanás y de los demás
espíritus malignos se extiende al mundo entero. Pensemos en la
parábola de Cristo sobre el campo (que es el mundo), sobre la buena
semilla y sobre la mala semilla que el diablo siembra en medio del
grano tratando de arrancar de los corazones el bien que ha sido
'sembrado' en ellos (Cfr. Mt 13, 38-39). Pensemos en las numerosas
exhortaciones a la vigilancia (Cfr. Mt 26, 41; 1 Pe 5, 8), a la oración y
al ayuno (Cfr. Mt 17, 21). Pensemos en esta fuerte invitación del
Señor: 'Esta especie (de demonios) no puede ser expulsada por ningún
medio sino es por la oración' (Mc 9, 29).La acción de Satanás consiste
ante todo en tentar a los hombres para el mal, influyendo sobre su
imaginación y sobre las facultades superiores para poder situarlos en
dirección contraria a la ley de Dios. Satanás pone a prueba incluso a
Jesús (Cfr. Lc 4, 3-13) en la tentativa extrema de C contrastar las
exigencias de la economía de la salvación tal como Dios le ha
preordenado.No se excluye que en ciertos casos el espíritu maligno
llegue incluso a ejercitar su influjo no sólo sobre las cosas
materiales, sino también sobre el cuerpo del hombre, por lo que se
habla de 'posesiones diabólicas' (Cfr. Mc 5,2-9). No resulta siempre
fácil discernir lo que hay de preternatural en estos casos, ni la
Iglesia condesciende o secunda fácilmente la tendencia a atribuir
muchos hechos e intervenciones directas al demonio; pero en línea de
principio no se puede negar que, en su afán de dañar y conducir al mal,
Satanás pueda llegar a esta extrema manifestación de su superioridad.
9. Debemos finalmente añadir que las impresionantes
palabras del Apóstol Juan: 'El mundo todo está bajo el maligno' (1 Jn
5, 19), aluden también a la presencia de Satanás en la historia de la
humanidad, una presencia que se hace más fuerte a medida que el hombre
y la sociedad se alejan de Dios. El influjo del espíritu maligno
puede 'ocultarse' de forma más profunda y eficaz: pasar inadvertido
corresponde a sus 'intereses': La habilidad de Satanás en el mundo es
la de inducir a los hombres a negar su existencia en nombre del
racionalismo y de cualquier otro sistema de pensamiento que busca todas
las escapatorias con tal de no admitir la obra del diablo.Sin embargo,
no presupone la eliminación de la libre voluntad y de la
responsabilidad del hombre y menos aún la frustración de la acción
salvífica de Cristo. Se trata más bien de un conflicto entre las
fuerzas oscuras del mal y las de la redención. Resultan elocuentes a
este propósito las palabras que Jesús dirigió a Pedro al comienzo de
la pasión: . Simón, Satanás os busca para ahecharos como trigo; pero yo
he rogado por ti para que no desfallezca tu fe' (Lc
22,31).Comprendemos así por que Jesús en la plegaria que nos ha
enseñado, el 'Padrenuestro', que es la plegaria del reino de Dios,
termina casi bruscamente, a diferencia de tantas otras oraciones de su
tiempo, recordándonos nuestra condición de expuestos a las insidias
del Maligno.El cristiano, dirigiéndose al Padre con el espíritu de
Jesús e invocando su reino, grita con la fuerza de la fe: no nos dejes
caer en la tentación, líbranos del Mal, del Maligno. Haz, oh Señor,
que no cedamos ante la infidelidad a la cual nos seduce aquel que ha
sido infiel desde el principio.
1. Nuestras catequesis sobre Dios, Creador de las cosas
'visibles e invisibles', nos ha llevado a iluminar y vigorizar nuestra
fe por lo que respecta a la verdad sobre el maligno o Satanás, no
ciertamente querido por Dios, sumo Amor y Santidad, cuya Providencia
sapiente y fuerte sabe conducir nuestra existencia a la victoria sobre
el príncipe de las tinieblas.Efectivamente, la fe de la Iglesia nos
enseña que la potencia de Satanás no es infinita. El sólo es una
criatura, potente en cuanto espíritu puro, pero siempre una criatura,
con los límites de la criatura, subordinada al querer y al dominio de
Dios. Si Satanás obra en el mundo por su odio a Dios y su reino, ello
es permitido por la Divina Providencia que con potencia y bondad
('fortiter et suaviter') dirige la historia del hombre y del mundo. Si
la acción de Satanás ciertamente causa muchos daños -de naturaleza
espiritual- e indirectamente de naturaleza también física a los
individuos y a la sociedad, él no puede, sin embargo, anular la
finalidad definitiva a la que tienden el hombre y toda la creación, el
bien. El no puede obstaculizar la edificación del reino de Dios en el
cual se tendrá, al final, la plena actuación de la justicia y del
amor del Padre hacia las criaturas eternamente 'predestinadas' en el
Hijo-Verbo, Jesucristo. Más aún, podemos decir con San Pablo que la
obra del maligno concurre para el bien y sirve para edificar la gloria
de los 'elegidos' (Cfr. 2 Tim 2, 10).
2. Así toda la historia de la humanidad se puede
considerar en función de la salvación total, en la cual está inscrita
la victoria de Cristo sobre 'el príncipe de este mundo' (Jn 12, 31;
14, 30; 16, 11). 'Al Señor tu Dios adorarás y a El sólo servirás' (Lc
4, 8), dice terminantemente Cristo a Satanás.En un momento dramático
de su ministerio, a quienes lo acusaban de manera descarada de
expulsar los demonios porque estaba aliado de Belcebú, jefe de los
demonios, Jesús responde aquellas palabras severas y confortantes a la
vez :'Todo reino en sí dividido será desolado y toda ciudad o casa en
sí dividida no subsistirá. Si Satanás arroja a Satanás, está dividido
contra sí: ¿cómo, pues, subsistirá su reino?. Mas si yo arrojo a los
demonios con el poder del espíritu de Dios, entonces es que ha llegado
a vosotros el reino de Dios' (Mt 12, 25-26. 28). 'Cuando un hombre
fuerte bien armado guarda su palacio, seguros están sus bienes; pero
si llega uno más fuerte que él, le vencerá, le quitará las armas en
que confiaba y repartirá sus despojos' (Lc 11, 21-22). Las palabras
pronunciadas por Cristo a propósito del tentador encuentran su
cumplimiento histórico en la cruz y en la resurrección del Redentor.
Como leemos en la Carta a los Hebreos, Cristo se ha hecho partícipe de
la humanidad hasta la cruz 'para destruir por la muerte al que tenía
el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a aquellos que
estaban toda la vida sujetos a servidumbre' (Heb 2, 14-15). Esta es la
gran certeza de la fe cristiana: 'El príncipe de este mundo ya está
juzgado' (Jn 16, 11); 'Y para esto apareció el Hijo de Dios, para
destruir las obras del diablo' (1 Jn 3, 8), como nos atestigua San Juan.
Así, pues, Cristo crucificado y resucitado se ha revelado como el
'más fuerte' que ha vencido 'al hombre fuerte', el diablo, y lo ha
destronado.De la victoria de Cristo sobre el diablo participa la
Iglesia: Cristo, en efecto, ha dado a sus discípulos el poder de
arrojar los demonios (Cfr. Mt 10,1, y paral.; Mc 16, 17). La Iglesia
ejercita tal poder victorioso mediante la fe en Cristo y la oración
(Cfr. Mc 9, 29; Mt 17, 19 ss.), que en casos específicos puede asumir la
forma de exorcismo.
3. En esta fase histórica de la victoria de Cristo se
inscribe el anuncio y el inicio de la victoria final, la parusía, la
segunda y definitiva venida de Cristo al final de la historia, venida
hacia la cual está proyectada la vida del cristiano. También si es
verdad que la historia terrena continúa desarrollándose bajo el
influjo de 'aquel espíritu que -como dice San Pablo- ahora actúa en
los que son rebeldes' (Ef 2, 2), los creyentes saben que están
llamados a luchar para el definitivo triunfo del bien: 'No es nuestra
lucha contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra
las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso,
contra los espíritus malos de los aires' (Ef 6, 12).
4. La lucha, a medida que se avecina el final, se hace
en cierto sentido siempre más violenta, como pone de relieve
especialmente el Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento
(Cfr. Ap 12, 7-9). Pero precisamente este libro acentúa la certeza que
nos es dada por toda la Revelación divina: es decir, que la lucha se
concluirá con la definitiva victoria del bien. En aquella victoria,
precontenida en el misterio pascual de Cristo, se cumplirá
definitivamente el primer anuncio del Génesis, que con un término
significativo es llamado proto-Evangelio, con el que Dios amonesta a
la serpiente: 'Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer' (Gen 3,
15). En aquella fase definitiva, completando el misterio de su paterna
Providencia, 'liberará del poder de las tinieblas' a aquellos que
eternamente ha 'predestinado en Cristo' y les 'transferirá al reino de
su Hijo predilecto' (Cfr. Col 1, 13-14). Entonces el Hijo someterá al
Padre también el universo, para que 'sea Dios en todas las cosas' (1
Cor 15, 28).
5. Con ésta se concluyen las catequesis sobre Dios
Creador de las 'cosas visibles e invisibles', unidas en nuestro
planteamiento con la verdad sobre la Divina Providencia. Aparece claro
a los ojos del creyente que el misterio del comienzo del mundo y de
la historia se une indisolublemente con el misterio del final, en el
cual la finalidad de todo lo creado llega a su cumplimiento. El Credo,
que une así orgánicamente tantas verdades, es verdaderamente la
catedral armoniosa de la fe.De manera progresiva y orgánica hemos
podido admirar estupefactos el gran misterio de la inteligencia y del
amor de Dios, en su acción creadora, hacia el cosmos, hacia el hombre,
hacia el mundo de los espíritus puros. De tal acción hemos
considerado la matriz trinitaria, su sapiente finalidad relacionada
con la vida del hombre, verdadera 'imagen de Dios', a su vez llamado a
volver a encontrar plenamente su dignidad en la contemplación de la
gloria de Dios. Hemos recibido luz sobre uno de los máximos problemas
que inquietan al hombre e invaden su búsqueda de la verdad: el
problema del sufrimiento y del mal. En la raíz no está una decisión
errada o mala de Dios, sino su opción, y en cierto modo su riesgo, de
crearnos libres para tenernos como amigos. De la libertad ha nacido
también el mal. Pero Dios no se rinde, y con su sabiduría
transcendente, predestinándonos a ser sus hijos en Cristo, todo lo
dirige con fortaleza y suavidad, para que el bien no sea vencido por
el mal.
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