jueves, 22 de noviembre de 2012

No hay grito humano que no sea escuchado por Dios, dice Benedicto XVI


 
  Que la oración se convierta en el aliento cotidiano de nuestra alma

Ciudad del Vaticano

El Papa nos  explica en su discurso  que la oración es fundamentalmente la obra de Dios en cada uno, que permite el diálogo profundo e íntimo con el Señor a través del Espíritu Santo.

"En la oración, nosotros experimentamos, más que en otras dimensiones de la existencia, nuestra debilidad, nuestra pobreza, nuestro ser criaturas, porque nos encontramos ante la omnipotencia y la trascendencia de Dios".

El Papa subraya que "cuanto más avanzamos en la escucha y en diálogo con Dios, para que la oración se convierta en el aliento cotidiano de nuestra alma, tanto más se percibe también el sentido de nuestras limitaciones, no sólo frente a las situaciones concretas de cada día, sino también en nuestra propia relación con el Señor".

Según señala la nota de Radio Vaticano, el Papa ha explicado tres consecuencias en la vida cristiana cuando "dejamos que obre en nosotros no el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Cristo como principio interior de todas nuestras acciones".

"En primer lugar, con la oración animada por el Espíritu se nos da la posibilidad de abandonar y de superar toda forma de miedo o de esclavitud, viviendo la auténtica libertad de los hijos de Dios", dijo el Papa.

"Sin la oración que alimenta cada día nuestro estar en Cristo, en una intimidad que crece progresivamente, nos encontramos en la condición descrita por San Pablo, en la Carta a los Romanos: no hacemos el bien que queremos, sino el mal que no queremos".

El Papa ha dicho que "la libertad del Espíritu -añade san Pablo - nunca se identifica ni con el libertinaje, ni con la posibilidad de elegir el mal, sino con ´el fruto del Espíritu que es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia´".

La segunda consecuencia es "que la misma relación con Dios llega a ser tan profunda, que nunca se ve afectada por cualquier hecho o situación. Entonces comprendemos que con la oración no quedamos liberados de pruebas o de sufrimientos, sino que podemos vivirlos en unión con Cristo, con sus sufrimientos, con la perspectiva de participar también en su gloria".

"Muchas veces, en nuestra oración, le pedimos a Dios que nos libere del dolor físico y espiritual y lo hacemos con gran confianza. Sin embargo, a menudo tenemos la impresión de no ser escuchados, por lo que corremos el riesgo de desalentarnos y de no perseverar. En realidad, no hay ningún grito humano que no sea escuchado por Dios".

Benedicto XVI resalta que "la oración no nos exime de la prueba y del sufrimiento, aún más -dice San Pablo- que ´gemimos interiormente aguardando la adopción como hijos y anhelando que se realice la redención de nuestro cuerpo´".

"Por medio de la cruz y de la muerte, Dios ha respondido con la resurrección del Hijo y con la vida nueva. La oración animada por el Espíritu Santo nos lleva también a nosotros a vivir cada día el camino de la vida, con sus pruebas y sufrimientos, con plena esperanza y confianza en Dios, que nos responde como le respondió al Hijo", aseguró.

La tercera consecuencia, dice el Papa Benedicto, "es que la oración del creyente se abre también a las dimensiones de la humanidad y de la creación entera, haciéndose cargo de que ´en efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios´".

"Esto significa que la oración, sostenida por el Espíritu de Cristo que habla en lo más profundo de nosotros mismos, nunca se queda encerrada en sí misma -nunca es sólo rezar por mí- sino que se abre al compartir los sufrimientos de nuestro tiempo y de los demás".

De esa forma, explicó el Pontífice, la oración "se vuelve intercesión por los demás, y, por lo tanto, liberación de mí mismo, canal de esperanza para toda la creación, expresión de ese amor de Dios que se derrama en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado".

"Y precisamente ello es un signo de verdadera oración, que nunca se finaliza sobre mi mismo yo, sino que se abre a los demás. De forma que me libera y ayuda a redimir al mundo".

"San Pablo nos enseña que en nuestra oración, tenemos que abrirnos a la presencia del Espíritu Santo, que ora en nosotros con gemidos inefables, para llevarnos a adherirnos a Dios con todo nuestro corazón y con todo nuestro ser".

Así, prosigue Benedicto XVI, "el Espíritu de Cristo se vuelve la fuerza de nuestra oración ´débil´, la luz de nuestra oración, ´apagada´, el fuego de nuestra oración ´árida´, donándonos la verdadera libertad interior, enseñándonos a vivir afrontando las pruebas de la existencia, con la certeza de que no estamos solos, y abriéndonos a los horizontes de la humanidad y de la creación que ´gime y sufre dolores de parto´".

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