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Beatriz de Ornacieux, Beata |
Monja
Martirologio Romano: En la región de Valence, en la Galia,
beata Beatriz de Ornacieux, virgen de la Orden Cartujana, insigne
por el amor a la Cruz, que vivió y murió
con pobreza extrema en el monasterio de Eymeu, fundado por
ella (1303/ 1309).
Etimología: Beatriz = Aquella que enriquece o gratifica,
viene del latín
Beatriz nació en la segunda mitad del siglo
XIII en el solar feudal de la noble familia de
los Ornacieux, en los confines del Delfinado y de la
Saboya (Sudeste de Francia).
Recibió una rica educación cristiana que la
llevaría, con apenas 13 años, a abandonar para siempre el
mundo para entrar en la cartuja del Monte de Santa
María, en el desierto de Parménie (Isére, Francia ).
Margarita d’Oygnt,
monja cartuja que la conoció, nos dejó escrita en lionés
su vida. No se ha escrito todavía una biografía crítica
sobre la beata Beatriz, ni tengo noticia que se esté
intentando.
Según Margarita d’Oygnt, desde los comienzos como monja cartuja, Beatriz
se destacó por la santidad de vida. Se manifestó siempre
llena de mucha caridad y de una profunda humildad de
corazón; procuraba en todo ayudar a sus hermanas de religión
y manifestó una gran capacidad para sufrir.
Su obediencia extrema y
su fidelidad a la vida de oración fueron otros dos
rasgos característicos de su vida. Nuestro Señor le concedió el
don de lágrimas y en tal grado que estuvo a
punto de perder la vista en varias ocasiones. Su gran
deseo fue siempre hacer la santa voluntad de Dios.
Un día
delante del Sagrario pedía a Nuestro Señor que la sacase
del mundo para ponerla así a salvo de los continuos
ataques del demonio; pero una voz salida del Sagrario le
prohibió desear otra cosa que no fuera hacer la voluntad
del Señor; entonces sintió interiormente que su deseo de morir
se cambiaba por un inmenso anhelo de vivir para la
mayor gloria de Dios, y suplicó al Señor que le
concediera la salud que en tantos momentos le faltaba debido
a sus numerosas enfermedades; pero, una vez más, la voz
del Señor se hizo oír diciéndole: “Recibe las consolaciones que
te doy y no rehúses los sufrimientos que te envíe”;
a partir de entonces, aleccionada por estas locuciones divinas, ya
no deseó más algo que no fuera la voluntad divina,
convirtiéndose ella misma en un modelo de confianza y de
abandono en la Divina Providencia.
Amó profundamente la penitencia, expresión de
su amor loco a la Cruz.
Se entregaba a prolongados
ayunos, se daba sangrientas disciplinas.
Fue especialmente devota de la Pasión
de Cristo y se dice que perforó su mano izquierda
con un clavo para recordar mejor los sufrimientos de la
crucifixión.
Por otra parte, tuvo que soportar los asaltos frecuentes del
demonio, en especial, la tentaba contra de la virtud de
la santa pureza, poniéndole delante representaciones obscenas, a las cuales
Beatriz siempre resistió con invencible pureza de alma y de
cuerpo. En medio de estos ataques del enemigo y de
las victorias de la gracia, sentía los consuelos de Jesús
y María.
Un día la Virgen Santísima le dijo: “Nada temas,
ten confianza; soy la Madre del Rey Omnipotente, tu Esposo,
la Madre de la misericordia, y tomo tu alma y
tu cuerpo bajo mi cuidado y protección; yo te defenderé
contra los asaltos del demonio y te salvaguardaré de sus
engaños”.
Dios la enriqueció con múltiples dones y carismas extraordinarios: gozaba
continuamente de la presencia del Señor en visión corporal a
su lado; veía a Jesús Niño en la Sagrada Forma
eucarística. Y también sentía, en ciertos momentos, las sequedades y
los aparentes abandonos de Dios, motivos de gran sufrimiento para
su alma.
Una noche de Navidad, llena de angustia mortal por
la duda de si estaría en pecado mortal, permaneció en
su silla en el coro mientras sus hermanas fueron a
comulgar; pero, recorriendo con gran devoción a la Divina Misericordia,
le pidió que se dignara mostrarle su voluntad para que
la cumpliera ciegamente. Entonces, sin saber como, y sintiéndose como
que arrastrada por una fuerza superior, se encontró junto al
comulgatorio. Comulgó, pues, y el Señor le concedió en esta
comunión una infinidad de gracias. Como ejemplo de estas, se
puede referir el hecho de que una porción de la
Hostia sagrada se quedó en su boca, sin que la
pudiera tragar, con un claro sabor a carne y sangre:
esto le produjo gran aflicción; pero, luego sintió cómo esta
porción eucarística le pasaba al corazón, abrasándola con un gran
fuego de amor, dejándola sumida en un arrobamiento amoroso que
permaneció durante varios días; y, todavía más, desde entonces, volvió
al perfecto gozo de la unión amorosa con Dios y
recobró la perfecta paz del alma, para nunca más perderla.
En
1300 fue obligada, bajo obediencia, a aceptar el priorato de
la cartuja de Eymeux, departamento de Drome; en esta nueva
fundación cartujana, en el ejercicio del cargo de priora, brillaron
sus grandes virtudes.
Por fin, el 25 de Noviembre de 1303,
el Señor vino a llamar a su esposa para
las bodas celestiales, terminando su vida santa en la tierra
con una preciosa muerte. Sin embargo, otras fuentes la dan
por fallecida a 5 de febrero dos años después.
Fue sepultada en Eymeux, y casi de inmediato, empezaron a
obrarse milagros en su tumba, extendiéndose su fama de santidad.
Algún tiempo después, su cuerpo fue trasladado a su primera
cartuja de Parménie.
El 15 de Abril de 1869 el Beato
Pío IX, Papa, aprobó su culto.
Su fiesta se celebra el
día 25 de noviembre, aniversario de su nacimiento para el
cielo.
Es la única monja cartuja beatificada; no dejó ningún
escrito.
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