La tarea de la educación es delicada porque
supone, a la vez, amor y desprendimiento, dulzura y firmeza, paciencia y
decisión.
La tarea de la educación es delicada porque supone, a la vez, amor y desprendimiento, dulzura y firmeza, paciencia y decisión.
¡Cuántos libros se han escrito sobre cómo educar a los hijos! ¡Cuántas veces los padres, llenos de entusiasmo y esperanza, compran este o aquel libro con el deseo de educar mejor o de atacar algún problema específico que les preocupa en la actitud de alguno de sus hijos.
Al leer... ¡se ve tan fácil!
Los libros contienen a veces infinidad de consejos que parecen mágicos, con diálogos imaginados y reacciones casi perfectas de los hijos ante las iniciativas de los padres.
Si tan sólo fuera así en la vida diaria...
Sin embargo, la realidad es otra. Cuando los papás intentan poner en práctica algunos de esos consejos que acaban de leer y no salen como ellos esperaban piensan: "¿Qué sucede? ¿Dónde está el error, si hice exactamente lo que el libro decía?".
Resulta que, como dice Fernando Corominas en "Educar Hoy": "Educar es una ciencia y un arte, un arte porque no hay reglas fijas y cada caso es diferente, cada circunstancia es única ya que las personas somos irrepetibles".
Entonces... ¿Qué pueden hacer los padres cuando se sienten desorientados y afligidos?
A veces quisieran darse por vencidos o descargar la responsabilidad en un tercero (profesor, abuelos, sicólogos, etc.).
Pero en el fondo, los padres saben que es responsabilidad suya dar a sus hijos las herramientas y respuestas que vayan necesitando.
Son los papás quienes deben enseñarles el sentido de la vida y capacitarlos para vivirla.
¿Estamos forzados a aprender sobre la marcha?
Hay mucha gente empeñada en ser excelente papá o mamá.
Para lograrlo hay que prepararse.
Nadie nace sabiendo, la verdad es que se aprende sobre la marcha y, por desgracia, cometiendo errores.
Sin embargo, esa etapa ya está superada porque ahora si hay formas de educarse para saber ser padres: conferencias, buenos libros, cursos, licenciaturas y hasta post grados en temas de familia.
En esta labor de educar a los hijos, las buenas intenciones no bastan, hay que leer, asistir a clases, hablar con otros padres de familia, pedir consejo y más.
También se aprende recordando cómo se comportaron los padres de uno, pero hoy en día, el mundo es tan diferente al de ellos, que esta enseñanza muchas veces es insuficiente.
Es un trabajo de equipo
Parece obvio, pero muchas parejas parecen olvidarlo: la educación de los hijos es la función más importante de los padres.
Es una obligación común (no sólo del papá o la mamá), es un trabajo de equipo, una labor armónica e irremplazable.
Ambos cónyuges deben unir sus esfuerzos, anhelos y capacidades por el bien de la familia.
¿Cuál es el camino?
Si las recetas no son iguales para todos...
Si la misión no se puede delegar a un tercero...
Si no se prepara a los papás de antemano...
Si lo que enseñan los propios padres no es suficiente...
Entonces ¿Qué hacer?
Se necesita querer
Se puede ser papá o mamá de manera biológica, casi hasta podría decirse que de manera accidental, pero el verdadero padre es el que quiere serlo, el que ha aceptado su condición, es decir, aquel que acepta a cada uno de los hijos con sus virtudes y defectos.
A veces, algunos padres dicen: "es muy fácil ser el papá de Pablito, ¡es muy obediente!. Pero Alfredo es tan porfiado, ¡no lo entiendo!".
Sin embargo, ese Alfredo es el que requiere de más comprensión, estímulo y ayuda.
Ser padre es cuestión de actitud
1) Los hijos son lo más importante, después del cónyuge.
Deben estar en el número uno en la lista de prioridades de los padres.
Ellos son más que el trabajo, los paseos, el descanso, el orden de la casa, etc.
2) Remueven la generosidad. Los hijos demandan mucho -o quizás- TODO de los padres.
A un bebé no se le puede decir, por ejemplo, "Oye gordito, hoy es domingo, es mi día de descanso, así es que hoy no cambio pañales".
Tampoco se le puede decir, al hijo adolescente que está encerrado en su mundo y actúa como si supiera todo y piensa que el mundo gira a su alrededor: "¿Sabes? Me aburrí de que no me hagas caso, allá tú y tu vida".
Así como existen estos ejemplos tan claros de necesidades básicas de nuestros hijos, ellos requieren de mucha más ayuda, entre otras:
Apoyo: sobre todo cuando se sienten inseguros del paso que darán, al cambiar de curso en el colegio, al ir a pedir trabajo por primera vez, cuando se enfrenten con problemas, etc.
Estímulo: aún cuando los papás lleguen cansados del trabajo, no pueden olvidar que son padres de tiempo completo.
Orientación: si no se la dan sus padres, ellos la recibirán de cualquier otra fuente, tal vez no muy recomendable, por ejemplo amigos igual de confundidos, revistas de dudosa tendencia o compañías no convenientes.
Firmeza: el padre débil, que al primer llanto o la primer protesta del hijo retrocede en sus decisiones, no sabe amar adecuadamente a su hijo.
Paciencia: Los hijos no son máquinas que se programan para que comporten de tal o cual manera, son personas con debilidades como cualquier otra.
Se les debe educar con paciencia, sin perder la esperanza de que algún día todo el esfuerzo invertido en ellos (sé responsable, cuida el orden...) dará sus frutos.
3) Es una labor que exige a los mismos papás, puesto que no bastan las palabras, los niños necesitan ver el ejemplo de sus padres.
Entonces, si se quiere a un niño respetuoso, ordenado, limpio, primero sus padres deben esforzarse por ser respetuosos, ordenados, limpios, en una palabra: congruentes.
4) Requiere del diálogo y constante disponibilidad. Si de por sí educar es difícil, lo será mucho más si no se conoce realmente a la persona que se pretende educar.
Es a través del diálogo y de "estar presentes" como se llega a conocer a cada uno de los hijos, pues no puede tratárseles a todos como si fueran iguales.
Muchos papás se excusan con ese famoso dicho: "más vale calidad que cantidad", pero, aunque cueste aceptarlo, debe haber un equilibrio entre estos dos factores ya que mientras más cantidad haya, será posible manejar más riqueza en la calidad.
5) Es una labor que requiere de humildad. Muchas veces, la actitud de los papás de saberlo todo, de poderlo todo, de tener siempre la razón, crea un abismo entre padre e hijo, pues se ve al papá como un ser superior, inalcanzable, estos padres suelen convertirse en seres autoritarios y arbitrarios.
Más humanos aparecen ante sus hijos, cuando aceptan sus errores, luchan por corregirlos y, sobre todo, cuando saben pedir disculpas.
Puede que sea fácil
Educar a los hijos, sólo para que sepan tolerar la vida, puede que sea fácil.
Pero educarlos para que sean personas íntegras, capaces de autorealizarse y de contribuir con la sociedad, sí que es una enorme tarea.
Como dice Gastón Courtois: "La tarea de la educación es delicada porque supone, a la vez, amor y desprendimiento, dulzura y firmeza, paciencia y decisión".
Otro artículo
CÓMO EDUCAR a NUESTROS HIJOS e
HIJAS HOY
Tomás García Muñoz
Orientador del I.E.S. Santiago
Apóstol
Almendralejo
En los últimos días del pasado diciembre se presentó un estudio
realizado, con jóvenes de entre 14 y 20 años, por la Fundación de Ayuda a la
Drogadicción (FAD). Estas eran algunas de sus conclusiones:
- La familia
continúa estando a la cabeza de los valores considerados más importantes por
los españoles.
- Las
tensiones y conflictos entre padres e hijos se traduce para aquellos en
confusión y desorientación. De hecho un tercio de padres con hijos adolescentes
siente que no educa bien o que no sabe hacerlo.
-Alrededor
de un 40% reconoce que no sabe manejar bien los conflictos de convivencia y uno
de cada cinco padres afirma sentirse desbordado, especialmente por la
exigencias económicas de sus hijos.
Megías, E.
(2002).
Para muchos educadores son resultados lógicos y esperables, pero
a la vez preocupantes, porque nos hacen ver hasta que punto esta sociedad que nos ha tocado vivir sigue mermando progresivamente la capacidad
formativa de las familias. Muchos padres y madres españolas apenas
entienden a sus hijos, dialogan escasamente con ellos, no saben qué postura
adoptar ante sus demandas, su rendimiento escolar o sus problemas (García
Garrido, 2002).
La solución que solicitan los padres para salir de esa “desorientación”,
en lugar de buscar estrategias que les lleven a estar mejor formados o que
faciliten una mayor comunicación con sus hijos, consiste en demandar a los
profesores que eduquen mejor, a los medios de comunicación que sean más
educativos, a los gobiernos más ayudas económicas y fiscales para la familia y
que “Papá Estado”, en forma de leyes,
policía y sanciones, controle con decisión algunas actividades, de las que
ellos han dimitido. De esta manera hacen responsable de su dejación y de sus
consecuencias a otras instituciones sociales.
Con estas líneas pretendemos aportar “un poco de luz” a ese
amplio porcentaje de padres que “siente
que no educa bien o que no sabe hacerlo” (Megías, 2002). Conseguir, al
menos en parte, este ambicioso objetivo le toca juzgar a Vd. padre, madre,
educador y, en todo caso, lector.
La educación de los hijos es
una tarea difícil.
La educación es una tarea larga, difícil y, muchas veces,
desagradecida. La educación perfecta no existe, porque es obra de hombres, y es
obvio que no somos nunca perfectos. Por otra parte, los conocimientos que nos
proporcionan la Psicología y la Pedagogía hay que aplicarlos a cada hijo/a y
ahí se cruzan con una gran cantidad de variables que condicionan la educación
de ese/a chico/a: la propia personalidad del chico/a, la de sus padres o
educadores, sus problemas, sus circunstancias concretas...
A pesar de las dificultades señaladas y de que el oficio de “educador de sus hijos” no tiene, todavía hoy, un aprendizaje
sistematizado, los padres están
obligados a formarse y a conocer
unos principios educativos, que la mayoría desconocen. El psiquiatra
sevillano Luis Rojas Marcos, miembro de la Academia de Medicina de Nueva York,
afirma al respecto:
“Es importante enseñar a las personas a ser padres y madres, el
instinto no nos enseña. Hoy en día ser padre o madre es complicado; nos exigen
un carnet para conducir, pero no nos hace falta un carnet para tener niños”.
(Rojas, 1998: 10)
Las Escuelas de Padres pretenden
solucionar este problema, pero sólo lo consiguen a medias. En primer lugar,
porque los tres primeros años de la vida del niño -cuando todavía no asiste con
regularidad a un centro educativo- son transcendentales para la formación de la
futura personalidad, especialmente en el terreno afectivo y de las actitudes,
así como en los ámbitos intelectual y social (Cf. García Muñoz, 2002). Tampoco
las Escuelas de Padres cubren sus
objetivos cuando el niño está en la escuela, porque suelen utilizarlas los padres
y madres que “menos lo necesitan”; el resto o son conscientes de sus carencias
para afrontar la educación de sus hijos o, simplemente, no lo consideran
necesario/importante.
A continuación exponemos unos principios básicos que puedan
servir a las familias (padres y madres juntos) de referentes para abordar la
tarea educadora con sus hijos/as. Pretendemos despertarles inquietudes acerca
de la necesidad de prepararse, especialmente en este tiempo que nos ha tocado
vivir en el que los cambios en la sociedad
se producen a un ritmo de vértigo que nos desborda y sobrepasa. Al final del
artículo recomendamos unos materiales (libros y páginas de internet) que
creemos que pueden ser de gran ayuda para los padres y madres que quieran
profundizar en su formación en beneficio del crecimiento personal de su
hijos/as.
PRINCIPIOS BÁSICOS PARA EDUCAR A LOS HIJOS.
Sin pretender agotarlos vamos a desarrollar cinco principios o
líneas de actuación que nos parecen especialmente importantes, en los que se
deberá basar la labor educadora de los padres:
A. AUTORIDAD.
No nos resistimos a introducir este apartado sin transcribir
unas líneas de un catedrático de la Universidad de Málaga, que creemos
ilustrativas acerca de la necesidad de
la autoridad para educar.
“... una madre llorosa me contó que su hijo, que entonces tenía
catorce años, le había dado una patada por taparle el televisor mientras
marcaban un gol. La pobre había sido pateada en acto de servicio; ya que, en
ese momento, depositaba ante su excelencia una bandeja con la cena. La señora
me confesó además, que su hijo no admitía otro menú que no fueran huevos fritos
con patatas y que no había comido otra cosa en los últimos años. Ella no se
había atrevido nunca a reñirle, y mucho menos a darle un buen cachete; pues,
según había entendido a los psicólogos de las películas americanas, estaba
convencida de que esto produciría en su hijo un trauma infantil irrecuperable.
Ayer me encontré por el barrio con el niño en cuestión. Ya ha
cumplido veinte años, y caminaba bajo el peso de una capa adiposa exuberante: doble
papada..., barriga descolgada... haciendo suponer un embarazo de mellizos
[...]. De la conversación saqué la idea de que se le había quedado el alma tan
fofa como el cuerpo. Pensaba que tenía que ir a un gimnasio; pero ... su
principal deporte seguía siendo ver televisión. Pensaba que tenía que estudiar
más para acabar la carrera, pero se quejaba de lo desmesurado del esfuerzo”
(Esteve, J.M.2003).
Al hablar de autoridad, no nos referimos a autoritarismo (abuso
de la autoridad / sumisión incondicional), sino al sentido auténtico y profundo
del término: superioridad y prestigio reconocido y ganado por/ante las personas
sobre las que se ejerce.
La palabra autoridad tiene mala prensa, especialmente en el
campo de la educación. Por un lado, los seguidores de la “antipsiquiatría”
difundieron una teoría que sembró miedo y pasividad en muchos padres: “había que tener cuidado con frustrar al
niño”. En España, esta teoría
coincidió con la transición a la democracia y desde muchos medios,
especialmente la TV, se nos hizo creer que toda la educación tradicional de la familia había sido autoritaria,
nefasta, frustrante... Evidentemente que era mejorable, pero en este contexto se cambiaron los valores implícitos a
aquel tipo de educación por “ninguno”.
“Temerosos de aplicar la misma autoridad con que fuimos
educados, en muchos casos no hemos hallado una forma más tolerante de
transmitir valores que el silencio absoluto. Nuestros hijos no saben nada de lo
que vieron y vivieron sus abuelos. Dudo de que sepan que a su edad a nosotros
nunca se nos daba la razón; que para nuestros padres la razón siempre la tenía
el maestro”. (Aulestia, 2000)
El padre y la
madre, de forma consensuada, habrán de ejercer de padres. Y ello supone negociar muchas cosas
-especialmente las normas de convivencia -, pero también decir “no”, marcar
límites muchas otras veces. Igual que ponemos límites para que un niño de dos
años no se asome a una ventana de un cuarto piso, o juege con la bici por una
carretera, habrá que marcar otros muchos
límites que no pueden ser negociables, convirtiéndose en normas de obligado
cumplimiento: no agredir, no robar, no insultar, las horas mínimas de sueño,
los programas de televisión que no debe ver, las horas mínimas de estudio, o
TV., etc. Pero no basta con poner las normas, es tan importante como
establecerlas controlar su cumplimiento y es ahí donde fallan muchos padres porque eso implica
una larga y constante exigencia, a los
hijos, y hacia ellos mismos.
“Para que una familia
funcione educativamente es imprescindible que alguien en ella se resigne a ser adulto. Y me temo que este papel no
puede decidirse por sorteo ni por una votación asamblearia. El padre que no
quiere figurar sino «el mejor amigo de sus hijos», algo parecido a un arrugado
compañero de juegos, sirve para poco; y la madre, cuya única vanidad
profesional es que la tomen por hermana ligeramente mayor que su hija, tampoco
vale para mucho más” (Savater, 97:
62-63).
Para Sutter y Luccioni,
dos psiquiatras franceses clásicos, los hijos
de padres autoritarios se rebelan y viven la aventura de transgredir las
reglas hasta reorganizar sus propias normas, pero los niños criados sin normas carecen de referentes para organizar su
propia vida. Acostumbrados a hacer su santa voluntad se sorprenden cuando
alguien les plantea una exigencia, un esfuerzo o una obligación (Esteve, 2003).
Estos chicos terminan convirtiéndose en
tiranos, primero con su familia, después en la escuela y, por último, en
los grupos sociales en los que pretendan formar parte. La flexibilidad, un valor muy importante para educar, no puede confundirse con tolerancia
generalizada o permisividad sistemática.
Especial interés habrán de poner los padres en controlar
el sometimiento de sus hijos a las
niñeras electrónicas de hoy: ordenador, internet, videoconsola,
televisor... La falta de control sobre estos medios se reflejará, no pocas
veces, en bajos rendimientos escolares, adicción a ellos o en problemas en su
salud psíquica.
El problema del fracaso escolar tiene, en muchos casos,
un origen en la mentalidad hedonista, que se traduce en el ámbito familiar en
una educación permisiva, sin sentido del límite y sin estímulos para conseguir
todo sin esfuerzo. ¿Cómo va la escuela a estimular la cultura del esfuerzo si
desde todos los flancos de la sociedad los chicos respiran la cultura del
hedonismo? ¿Quién puede transmitir el valor del esfuerzo en aquellos alumnos
cuyos padres les educan en un estilo «laissez-faire« (“haz lo que te dé la gana”).
B. EJEMPLO.
En otro lugar hemos
hablado extensamente de la necesidad e importancia del ejemplo en padres y
profesores para educar (García Muñoz, 2002). Remitimos al lector a ese
artículo, soportado en las modernas teorías psicológicas sobre el aprendizaje.
“Lo primero que tienen que meterse los padres dentro de su
cabeza es que los valores morales, éticos y religiosos con los que pretendan
educar a sus hijos deben estar firmemente asumidos y tener la profunda
convicción de que constituyen lo mejor para ellos, principios y valores que han
de ser siempre defendidos y, por lo mismo, actuar en conformidad con ellos, sin
que haya nada más pernicioso que el «doble mensaje» de decir «debes hacer y
pensar esto» mientras ellos hacen y piensan lo contrario o, como mucho, son
indiferentes”. (Mendiguchía, 2002).
C. ESTAR CON LOS HIJOS.
A veces los padres no
tienen más remedio que estar fuera de casa por el tipo de trabajo que
desarrollan o por necesidades económicas
perentorias. Pero, la mayor parte de las veces la vida moderna nos atrapa en
una espiral de trabajo, compromisos (cenas, viajes, reuniones...). De forma
que, cuando nos damos cuenta, ni estamos al lado de nuestros hijos, ni
disfrutamos de /con nuestros hijos en la edad que se puede hacer, se debe hacer
y es necesario hacerlo. Pero pronto comenzamos a encontrar justificaciones: “llegan muy tarde del colegio”, “nosotros
volvemos a casa muy cansados” y a veces ni el fin de semana se utiliza para
estar “de verdad” con nuestros hijos.
Para empezar, muchos padres valoran como mejor colegio el que
más horas tenga “atareado” al chico,
o le “apuntan” a ballet, clases de
inglés, natación... De hecho, en muchas
ciudades está emergiendo la figura del “padre/madre taxista de tarde” que “reparte/recoge” a sus hijos de
academia en academia. En el fondo, los padres hoy siguen buscando lo mejor
para sus hijos, se preocupan por su educación pero muchos han errado en sus prioridades:
“Buscan para ellos lo mejor en términos de centro escolar,
actividades extras, idiomas, libros, recursos informáticos, profesores particulares.
Pero han desaprendido -hemos desaprendido- que todo esto es secundario,
mientras que lo fundamental se nos escapa como agua entre los dedos. Lo
fundamental no es que los hijos cuenten con recursos abundantes, ni con otras
ayudas, sin con nuestra implicación permanente en su vivir diario y muy
especialmente en su formación. Olvidamos, .... que la función educadora no es
algo que pueda ejercerse de modo directo, en algún ratillo suelto, sino que se
aposenta sobre otras acciones y funciones ... Si no somos sus padres quienes
atendemos personalmente a sus necesidades e inquietudes diarias y no
compartimos de modo habitual sus espacios y sus tiempos de ocio, difícil lo
tenemos. Si hemos transigido con que se aburran en casa y se diviertan fuera,
más nos valdría pensar un poco a qué conducen nuestras inhibiciones”. (Garrido, 2002)
La necesidad de estar con los hijos, decíamos en el artículo al
que nos hemos referido más arriba, es mayor cuanto más pequeño es el niño. Los padres son los verdaderos responsables
de la educación de sus hijos y ésta no puede ser delegada en los demás, por
muy buenos y competentes que nos parezcan los demás. Baste aquí citar unos
indicadores que nos sirvan de aviso de que como padres comenzamos a
desentendernos de nuestros hijos: no controlar sus tareas escolares, no saber
quienes son realmente sus amigos, no querer influir en la elección de los
mismos si ello fuera necesario, no saber donde se encuentran en sus ratos
libres, dejar un televisor en la habitación del hijo... “Si esto ocurre es que estamos perdiendo el hilo educativo de nuestros
hijos”. (Mendiguchía, 2002)
No estar con ellos significa delegar, por defecto, en la calle,
en el ordenador, la videoconsola o en la televisión, con toda la carga
manipuladora y violenta que esta última suele transmitir, aún en las bandas
horarias pretendidamente infantiles.
“A los niños de la sociedad moderna les sobran las computadoras
pero les faltan caricias de los padres... Si persiste el fetichismo de los
medios técnicos nuestra civilización podría perder paulatinamente el
sentimiento humano, hasta el punto de convertirse en una sociedad de
espectadores saciados que renuncian a ser protagonistas de su propia
existencia”. (Mayor Zaragoza, 1999).
Ninguno de los padres ausentes logra transmitir la imagen
positiva que esperan y necesitan los hijos... Estos hijos se van educando,
inacabados, dolientes, resentidos, hambrientos de autoridad y sedientos de la
seguridad que el padre ha proporcionado siempre. (León de Molina, 1997)
Con objeto de desarrollar operativamente este principio proponemos a los padres y madres, a
modo de ejemplo, las siguientes tareas concretas:
- Tener un
rato de tranquilidad al día para compartir con nuestros hijos.
-Compartir
con ellos momentos de comunicación y de ocio. La comunicación óptima emerge,
muchas veces paralelamente a la realización de otra actividad, y suele ser muy
provechosa: juntos en el coche durante un viaje, fregando la vajilla
madre/padre junto hija/hijo, lavando el coche...
-Dar
prioridad a las vacaciones, las salidas o el descanso en familia.
-Hacer cosas
juntos.
-No elegir
la TV en detrimento de otras actividades: charla en familia, jugar con los
amigos.
D. DIÁLOGO.
Si dedicamos tiempo a estar con los hijos/as, utilizamos la metodología educadora
del ejemplo, nos hemos ganado y ejercemos la autoridad con ellos; todo esto
hemos de acabar sazonándolo con el diálogo.
Diálogo supone, en primer lugar espontaneidad en las relaciones padres hijos. Implica, a su vez,
una confianza mutua entre padres e hijos y debe evitar “muros de Berlín” que separen las ideas, afectos, proyectos, etc. y
que en la familia haya compartimentos estancos sin comunicación entre ellos. No
obstante, los padres deben entender que, especialmente los jóvenes, preserven
su intimidad con “secretos” a los que no permiten les permiten acceder.
“Los niños sometidos desde muy temprana edad a programas muy
rígidos y pormenorizados acaban en muchas ocasiones mintiendo para quedar bien
y tener algo de qué hablar, mientras que la espontaneidad lleva unas relaciones
fluidas...” (Mendiguchía, 2002)
En esta misma línea, aportamos el testimonio de un orientador
escolar que ha tratado a muchos adolescentes con problemas de aprendizaje:
“Educar desde los primeros años en la comodidad y la indolencia
es un riesgo para convivir en un mundo competitivo... La ausencia de disciplina
suele llevar al desastre. Cuando el niño no adquiere disciplina en la familia y
en el colegio, después acaba imponiéndosela el mundo. Un problema sólo se
resuelve cuando se intenta afrontar y, con actitud positiva, se identifica
cuidadosamente y se trabaja para resolverlo. No cabe decir del chaval «es que
es así», «es que no puede», «es que no es capaz»; todos los niños pueden
cambiar a mejor y superar dificultades. Para ello basta que los padres se lo
hagan ver así y le ayuden a admitirlo y a convencerse de ello... El camino
hacia la comprensión, el entendimiento y la educación no puede ser otro que el
diálogo. Sin olvidar que el diálogo implica escucha... Nuestros hijos en edad
escolar, inseguros por definición, deben saber que los queremos y que siempre
estamos dispuestos a escucharlos y apoyarlos”. (Cuenca, 1999)
El diálogo educativo exige que nuestros hijos sepan siempre lo que pensamos y lo que nos parece óptimo
en su comportamiento o en sus decisiones, desde un punto de vista ético.
Hasta ahí estamos obligados a llegar
siempre, aunque a determinadas edades ya
no podamos o debamos exigir su cumplimiento.
Algunas sugerencias para desarrollar en familia, relacionadas con el
diálogo:
- Hacer
partícipes a todos los miembros de la familia de todos los temas del hogar,
dificultades en el trabajo, problemas laborales, compra de una nueva vivienda,
planificación de las vacaciones...)
-Comer en
familia. A ser posible con la TV apagada, para propiciar la comunicación.
-Propiciar
reuniones familiares (cumpleaños, celebraciones...).
E. PREMIOS Y CASTIGOS.
El seguimiento y
control de las normas que hemos consensuado o exigido, como mínimos
innegociables, nos conduce directamente a la necesidad de dosificar las
sanciones y premios. Para educar hemos de tener presente que el valor del premio es muy superior al del castigo. En lugar de
censurar a nuestros hijos (“esto no se
dice”, “eso no se hace”, “aquello está muy mal”) hemos de acostumbrarnos a
felicitarles por las cosas bien hechas (aunque sea su obligación): ante
cualquier avance en su forma de comportarse, por pequeño que haya sido e
independientemente de los resultados; por el esfuerzo realizado, por un detalle
con otra persona... Para Miret Magdalena (2003) el castigo difícilmente
consigue algo. Lo cual no quiere decir que no tenga que haber restricciones,
que eso también es educación, acostumbrar al niño a que las hay. Así es la vida
y no pasa nada. No se trata del castigo por el castigo, sino de aprender que si
no se respetan los límites es peor.
Este principio implica que
los padres habrán de ser coherentes
consigo mismo y entre ellos. No podemos reir o “hacer la vista gorda” un día y sancionar otro, o exigir una cosa el
padre y la contraria la madre. Porque, en primer lugar, estaríamos “amaestrando” para que se comportara en
cada momento / con cada persona, pero no educando. Además, tanto la carencia de
control como la falta de consistencia en aplicar castigos, la falta de acuerdo
ente los padres o el empleo del castigo físico favorecen, entre otras consecuencias, la adquisición de conductas agresivas. De otra parte, si sólo
prestamos atención, por ejemplo, a los comportamientos agresivos o inadecuados
de nuestros hijos, estos los repetirán con mayor fuerza cada vez que deseen
llamar nuestra atención. A nivel práctico, proponemos:
- «No reñir en caliente...
- No sancionar para “hacer expiar la culpa”, sino para
“sensibilizar” (castigo formativo). Hay que explicar el sentido de la sanción
impuesta.
- Sancionar con calma. Nuestra “sangre fría” puede
ayudarle al chico a meditar sobre su situación, incluso a aceptar nuestro
análisis.
- Esto no significa indiferencia, o “dejar las cosas
como están”; tenemos que expresar con firmeza nuestro parecer...
Respecto a “premiar” ..., es importante detenerse un momento...
A veces una palabra de aliento, un reconocimiento en público o una comida
extraordinaria, tienen más validez ante los niños que regalos costosos.»
(García, J.; 2000)
LO QUE NO SE
DEBE HACER EN LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS.
A modo de resumen, hemos de concluir que no podemos dejar que la educación de los hijos aparezca en quinto o
sexto lugar en las prioridades de los padres. Transcribimos a continuación
a dos autores con unos textos clarificadores acerca de cómo no se debe educar a
los hijos:
Los padres no deben considerar al hijo/a:
“- Como
un «enano»; según este criterio el niño no es más que un adulto que no se ha
desarrollado todavía, pero que siente, padece, piensa como él y sus
motivaciones son parecidas (adultomorfismo). - Como una «marioneta»; que debe
responder en todo momento a sus deseos (si tiro de un hilo tiene que hacer
esto, si tiro de otro lo contrario). - Como un «robot»; que se programa y no
puede pensar por su cuenta. - Como un «ángel»»; al que hay que adorar como un
ídolo porque no tiene defecto alguno. - Como un «demonio»; que no tiene más que
defectos y ha de ser corregido continuamente. - Como un «cachorro»; del que no
tenemos que preocuparnos más que de su salud física sin caer en la cuenta de
que tiene un desarrollo psicológico y espiritual que hay que seguir
atentamente.”
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